lunes, 27 de septiembre de 2010

Los mods (I)



Por lo menos, las buenas intenciones que no falten. Prometo que trataré de ser lo más objetivo, frío e imparcial que pueda, porque yo el asunto mod lo veo como un campo de minas: musicalmente aquí están algunos de mis géneros preferidos, pero hay mucha tontería alrededor. Y si aún guardo mi parka verde con la Union Jack sobre la manga derecha, no es menos cierto que las Lambrettas son un pedo con ruedas: son mucho mejores las BSA, las Norton o las Triumph de los rockers, no hay duda. Así que, en el improbable caso de que algún mod extraviado haya caído en este local, le aconsejo que se lo vaya tomando con calma porque algunas cosas aquí escritas no le van a gustar. Y una de ellas ya la digo ahora: me jode tener que hablar más de modas y actitudes tribales que de música, pero con "lo mod" no hay más remedio. 

En los años 50 la juventud estadounidense -al menos una parte de ella- descubrió con el rock and roll que a su música preferida se le podía asociar un “look” determinado: ahí nació el concepto de “tribu musical”, que en Europa ya había tenido precursores a mediados de los años 30, especialmente en Alemania, gracias al jazz (ya saben, "Los rebeldes del swing", esa película). Muchos jóvenes de clase media-baja, con escasas perspectivas de futuro, con la rabia de saberse un peso muerto en una sociedad de triunfadores, con poca personalidad propia, se sintieron abrigados al calor de unos distintivos que los hermanaban con otros jóvenes en su misma situación; y si originariamente esa marca de identidad la constituía una música determinada, pronto algún listo se dio cuenta de que la cosa podía ir más allá. 

Así, el atuendo cobró una importancia radical como hecho diferenciador, como distintivo guerrero: cuando vas por la calle y te cruzas con otro individuo de tu edad, no sabes nada de él salvo por la ropa que lleva. Y si luce un estupendo tupé, chupa de cuero, camisa de cuadros, vaquero y botas, está claro: es un rocker. Y si tú también eres gregario tal vez tu corazón se inunde de dicha o te recoma el odio, y hasta es posible que manifiestes alguno de esos dos sentimientos hacia él, y lo mismo acabáis a hostias que tomando un Jack Daniels en el primer bar que haya a mano como si fueseis amigos de toda la vida: es la santa hermandad de los rockers, de los mods, de los punkies, de toda esa extraña gente que necesita un uniforme para sentirse orgullosos de sí mismos, para sentirse “alguien”. Lo cual, dicho sea con todos los respetos, me parece un sinsentido. 

El caso es que, del mismo modo que llegó la música, llegaron también los uniformes a La Isla; y a mediados de los años 50 nacieron los Teddy Boys, personajes que se movían entre el rock’n’roll (preferentemente blanco) y el skiffle, con sus flequillos, cazadoras y zapatos de ante (no necesariamente azul). Más o menos por entonces surgió -mayoritariamente en Londres- otro tipo de jóvenes, más "elevados", que disfrutaban escuchando variantes del jazz como el bebop y en general sus derivaciones más "modernistas". Se trataba de una selecta minoría, muchos de ellos de buenas familias, de clase media/alta, con una curiosa preponderancia de apellidos judíos y de raices familiares directas o cercanas con sastres muy acreditados en la City. Su primera inclinación, claramente elitista, fue el buscar sellos de identidad que los distinguiesen de los círculos más "tradicionalistas", aficionados a una variante isleña del jazz clásico bautizado como "trad". Y el rasgo distintivo más evidente es la ropa: en un intento por demostrar su elevado sentido estético, la primera oleada "mod" se aficiona a los polos Fred Perry, los trajes hechos a medida, los botines y zapatos italianos… Es evidente que hay dinero. Pero otro rasgo elitista es el desagrado por ver que mucha gente se apunta a lo mismo: la exclusividad se pierde. 

Como consecuencia, a finales de la década esos primeros mods ya han renegado de su nombre y buscan otros mundos. Pero la "marca comercial" se mantendrá: una nueva generación de muchachos más jóvenes aún, casi niños, de clase media o media/baja, adoptan ese nombre y la afición por una parte de la música negra que interesaba a sus predecesores: en vez del jazz, demasiado elevado para ellos, será el naciente rhythm'n'blues su principal afición. De ellos heredan también, aunque su capacidad económica es mucho menor, el gusto por las prendas selectas. Pero ese lujo hay que mantenerlo en perfecto estado de revista, preservarlo de la lluvia y la niebla, y las gabardinas caras no cuadran mucho con su afición por las motos... Es ahí cuando a alguna mente luminosa se le ocurre que el ejército yanqui tiene la prenda ideal: la legendaria M65 Fishtail, que pasará a convertirse en el más práctico de los símbolos distintivos de la nueva tribu mod. Una tribu que ahora es un ejército, y no ya por la parka sino por su número: de un selecto grupo de niños de papá londinenses hemos pasado a una buena tropa de chavales desclasados que ya pululan por todas las grandes ciudades de la Isla.

Y por el medio anduvieron los beatniks, pero cuando llegan los años 60 ya hay dos tribus perfectamente diferenciadas: los Teddy Boys se han hecho mayores y ahora son los rockers; los aficionados a los ritmos negros, por lo general más jóvenes, son los mods. Lo cual implica que a los rockers a partir de ahora les toca el papel de personajes cavernarios, algo que no es del todo cierto: contrariamente a la fama de violentos que tenían, la verdad es que la mayor parte de la tribu rocker no era conflictiva (claramente son los antecesores de los heavies) y su afición musical era mucho más creible que la de los mods, con frecuencia más atentos a las apariencias que a la música. 

Y yo me voy a abrir el bar. Hoy seguro que Sam se echa la tarde repasando a su idolatrado Ray Charles, o algo por el estilo...