domingo, 31 de octubre de 2010

Música para mods y otras hierbas (III)



Bien, pues ya hemos terminado con la ambientación. Ahora toca enchufar el equipo y dedicarnos a lo que realmente importa: la música. Siempre he pensado, y me reafirmo en ello cada vez que me pongo en plan batallitas del abuelo Cebolleta, que mi cariño por los británicos es una especie de sentimiento familiar: toda la música que estos jovenzuelos elaboraron en aquella época se hizo con material americano; el blues, el jazz, el rock’n’roll, el rhythm’n’blues, todo venía de mi patria. Eso sí: salvo el ala blanca del r’n’r, los negros habían sido los creadores de casi todo; pero no hay duda de que hasta los años 60 el mando lo tuvo mi país... “que por cierto, en esa época seguía despreciando a los negros”, apostilla Sam, que lo tengo encima, vigilando a ver qué escribo: vale Sam, de acuerdo, los blancos somos unos cabrones. ¿Contento?

El rhythm’n’blues considerado como lo que es en esa época, una colección de estilos negros, se popularizó en la Isla a mediados de los años 50 (el jazz tiene una tradición anterior, claro), y los británicos se pusieron a trabajar sobre él como hormigas hambrientas. Pero en su país de origen los negros sabían de sobra que ese supuesto género multiforme era muy abierto y se le podían añadir todo tipo de ingredientes, darle otros vuelos. Así que me van ustedes a permitir que hable un rato sobre lo que ocurrió en mi país entre 1955 y 1960, para que podamos tener el cuadro completo. Y claro, en primer lugar hay que contar algo sobre el gospel y el duduá.

Como saben ustedes, una de las facetas del patrimonio musical de los negros llevados como esclavos a América fue el canto elevado a los cielos, el lamento por las circunstancias sociales o personales de quien lo cantaba: éste fue el origen del gospel (God Spell, que podríamos traducir como “Palabra de Dios”), que en los años 30/40 consiguió una entidad propia como género. Su primer reducto fueron las iglesias evangélicas: todo el mundo ha visto alguna película de esas donde un grupo de morenos con túnicas muy coloridas se pone a cantar en recinto sagrado, ¿no? Pues ya está. Dentro de ese tipo de cánticos hay varias evoluciones, y una de ellas será fundamental para el devenir comercial de la música negra: el Gospel Choir. Este tipo de coros utiliza instrumentos musicales (el órgano preferentemente: recuerden, estamos en una iglesia) e imprime más ritmo a sus cánticos. Estaba cantado -perdón por el chiste, es muy malo- que pronto contactarían con el blues, ya que, en lo espiritual, los presupuestos básicos son muy parecidos. Pero no se quedaron ahí: el ritmo siguió creciendo, y llegó a ser otro afluente del rhythm’n’blues.

Todo esto ocurría en el sur profundo de los Estados Unidos, la zona de asentamiento mayoritario de los negros campesinos (ya saben, los campos de algodón y esas cosas). A mediados de los años 50 unos cuantos hermanos suyos, deseosos de prosperar en un ambiente urbano y menos racista, emigraron al norte, a las ciudades industriales, y Chicago fue el destino mayoritario, al menos en un principio; luego vino Detroit, pero ese ya es otro cantar. Centrémonos pues en Chicago: atraídos por las noticias de otros hermanos que ya habían triunfado incluso en los círculos progresistas blancos gracias al jazz y al blues, unos cuantos cantores comprenden que es posible atraer a un sector más “ligero” de la audiencia, a negros o blancos que disfruten con las melodías románticas -esas de amor o desamor-, un tema que siempre estará de moda: se han sobrepuesto a la tragedia de su raza, son ciudadanos con -casi- los mismos derechos que los blancos y se infiltran en el mercado. Así es como empiezan a aparecer grupos de cuatro o cinco señores de tez oscura y con voces muy bien empastadas, haciendo gorgoritos que arroban a miles de almas soñadoras y que arrasan en los bailes donde las parejas acarameladas sucumben entre promesas de fidelidad eterna y duduás de los angelotes que los arrullan. Duduá. Ésta es la palabra española, tan onomatopeya como la original inglesa: doo-wop, el género que acaba de nacer.

Pero no olvidemos que el racismo seguía imperando. Y todos estos géneros, en mi país, estaban catalogados como “race music” (ya dije que lo de "rhythm'n'blues" solo es un lavado de cara). Y para su contabilización en ventas y popularidad, existían las “race lists”. Es decir, que los músicos y cantantes negros competían en una liga distinta a la de los blancos, lo cual no es más que otra de las vergüenzas americanas. Y esto, visto ahora, magnifica el mérito de toda aquella gente: los negros por competir en desigualdad, y algunos blancos por desafiar al sistema y comprar su música. Eso de que Estados Unidos es el país de la libertad siempre ha sido mentira, salvo en una cosa: es el país de la libertad económica. Así que, o te mueves o mueres de hambre. Bien, pues los morenos decidieron moverse.

Y yo tengo que moverme también, que ya va siendo hora de abrir el bar: Sam, a tu sitio. Ya seguirás fiscalizándome, no sufras.


domingo, 24 de octubre de 2010

Música para mods y otras hierbas (II)


Es el 29 de Marzo de 1964. El éter se impregna de música emitida por una nueva emisora, que se presenta así: “This is Radio Caroline”. Emite, en aguas internacionales y sin licencia, desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la tarde. Porque la BBC es una antigualla, y a partir de ahora los jóvenes preferirán Radio Caroline, Radio London, Radio Veronica, Radio England, Radio Scotland, Radio City…
(Rolf-Ulrich Kaiser)

El otro día hablábamos del ambiente en la calle, de los jovencitos que iban a los clubs para oír y bailar esa mezcla de r’n’b con pop que estaba naciendo en la Isla. Pero, salvo que seas un fanático total y tengas mucha pasta, es imposible que vayas de club en club dando palos de ciego hasta encontrar el ritmo o los grupos que te pueden emocionar: hace falta una promoción inicial, hace falta que alguien dé a conocer a esos grupos por los canales mayoritarios para crear una peña de seguidores. Y aquí es donde entra en juego la radio. Hay que recordar que en aquella época era el medio masivo de comunicación, muy por delante de la televisión. Y por suerte o por desgracia -que no está claro-  aún faltaban treinta años para que apareciese Internet.

Es cierto que la televisión -privada- se había adelantado esta vez: “Ready, Steady, Go!” había comenzado en Agosto del año anterior, pero no era lo mismo: en primer lugar, se trataba de un único programa semanal (la tarde de los viernes). Por otra parte, hasta bien entrado el año 65, la mayoría de las canciones eran “representadas” por mimos, actores que imitaban a un grupo en plena faena: es decir, play back sin la presencia siquiera de los músicos originales. Y claro, se recurría a los éxitos masivos del momento, así que un grupo nuevo que intentase promocionar su primer o segundo single no tenía cabida en un programa de ese tipo. Que por cierto… en España ya existía esa fórmula desde 1961, cuando TVE inauguró “Escala en Hi-Fi”, emitido desde los estudios de Barcelona. O sea, que… ¡los británicos copiaron a los españoles! ¿No es emocionante?


Así que, mientras la BBC seguía sesteando con una programación mayoritariamente dirigida a la tercera edad y similares, algunos comerciantes emprendedores (aunque a menudo un poco gangsters y aficionados al soborno), descubrieron que era posible crear emisoras que no estuviesen sujetas a las leyes de radio británicas. ¿Cómo? Pues comprando barcos que no fuesen muy caros, que estuviesen próximos al desguace: fuera de los límites territoriales del Reino Unido había un vacío legal. Y a ello se pusieron. El primer barco-emisora fue Radio Caroline, pero luego vinieron más. Y los jovenzuelos británicos comenzaron a alucinar en colores con la programación de los disc-jockeys piratas, una generación de personajes -muchos de ellos americanos atraídos por la efervescencia británica- cuya media de edad no era superior en más de cinco años a la de sus oyentes, una generación de locos por la música pop que se dejaban la voz y el entusiasmo frente a un micro, que estaban metidos todo el día entre vinilos, buscando en las tiendas o entre los importadores la última joyita con la que impresionar a sus oyentes o a sus colegas de los otros barcos…


Como es lógico, las presiones de la asustada BBC sobre el Gobierno comenzaron a surtir efecto, y en 1967 el Reino Unido firmó un tratado internacional sobre emisión de ondas que lo igualó al resto de Europa: se acabaron las radios piratas. Pero la emisora pública había aprendido la lección y tomado buena nota: el 30 de Setiembre de ese año algunos de los disc-jockeys piratas más afamados comenzaron a emitir ahora de forma legal e ininterrumpida desde Radio One, la nueva frecuencia que había creado la BBC exclusivamente para el público juvenil. Y así quedaron definitivamente entronizados los nombres gloriosos de John Peel, Tony Blackburn, Johnnie Walker y otros cuantos apóstoles del pop radiado, sin cuya existencia probablemente la historia musical de la Isla sería otra (esta vez se adelantaron los británicos a los españoles: RTVE no dio a luz a Radio 3 hasta 1981).

Bien, pues ya tenemos las cuatro patas sobre las que el león británico se alzará y, con sus rugidos, habrá de comerse el mundo: músicos humildes y trabajadores pero con ambición, radios vanguardistas muy por encima de las americanas, decenas de locales y un público masivo y entregado. La victoria era inevitable. Lo que hubo en la Isla a partir de 1962 fue, sencillamente, el renacimiento de un imperio. 


Joder, cómo me paso con las alabanzas a los hijos de la Gran Bretaña. Y eso que soy americano... Ya ven ustedes: entre que soy de NY y mi afición por la música británica, no me extraña que el cabrón de McCarthy me tuviese enfilado. En fin, que se joda. Venga Sam, ponte al piano que hay que abrir.

 

domingo, 17 de octubre de 2010

Música para mods y otras hierbas (I)


Exactamente. Decir “música para mods” no es lo mismo que decir “música mod”. Sam asegura que la música mod no existió, y yo me inclino a darle la razón: que hubiese una ropa determinada, una actitud estética, no significa que hubiese una música específica. Los ritmos que gustaban a los mods gustaban también a muchos otros jóvenes que no tenían nada que ver con ellos, puesto que, en lo tocante a música popular, a principios de los años 60 la oferta no era muy amplia.

Y esto es lo que a menudo olvidan los neo-mods actuales: la época, la casi prehistoria en la que tuvo lugar aquella algarada. Porque en este negocio cinco años son un siglo, y los heavies o los punkies, que sí tienen su música, su estilo de composición, su sonido, etc, pertenecen a siglos posteriores: ellos ya tuvieron la posibilidad de recurrir a la chatarrería y encontrar material suficiente para reformar, para alterar, para volver del revés y crear otra cosa. Pero en aquella época primitiva sólo había un estilo genérico que pudiese enganchar a los jóvenes inquietos: el rhythm’n’blues. Porque el rockabilly ya estaba muerto, o en todo caso mantener su memoria era asunto de los rockers; el skiffle y el trad eran rancias curiosidades acartonadas; el pop de aquel momento -cantantes acaramelados y orquesta- era una memez, y el jazz nunca ha estado al alcance de todos los oídos (los primeros modern, bueno, ellos sabrían; pero faces y numbers, ni de coña). 

El término "rhythm'n'blues" es en origen un nombre de conveniencia creado a finales de los años 40 por Jerry Wexler, e inmediatamente fue usado tanto por los comentaristas musicales como por los sellos: sustituye a la antes llamada "música racial", que abarcaba la mayor parte de los géneros negros en Estados Unidos y que comenzaba a resultar una denominación políticamente incorrecta. Pero en la Isla pronto se supo diseccionar esa palabreja e indagar en los varios tipos de músicas que traía dentro: así sucedió que muchos músicos lo utilizaron para dar el salto al British blues; otros fueron derivando al jazz y un tercer sector, que es el que nos ocupa, se encargó del lado más "pop" del asunto. Mientras tanto, en los Estados Unidos ese prolífico r’n’b ya se estaba haciendo mayor y, lo mismo que se había fusionado con los estilos blancos para crear el rock and roll, ahora lo hacía con el gospel, dando a luz a un nuevo retoño: el soul. Pero ya llegaremos a eso.

Lo que queda claro es que, básicamente, había dos tipos de aficionados: los devotos del r’n’r (blanco) o el beat frente a aquellos que preferían los ritmos negros derivados del rhythm’n’blues. De ahí el ancestral desprecio que los mods sienten por Beatles, ya que en aquella época los Beatles eran claramente rockers (es decir, seguidores del rockabilly); eso de “modrockers” que se inventó Ringo fue una salida muy inteligente para escapar de la trampa que le estaba tendiendo un periodista. Porque la única conexión de los chicos de Liverpool -en esa época, insisto- con el r'n'b no pasaba de hacer algunas versiones de Chuck Berry: el resto de su repertorio, para los mods, se componía básicamente de baladas ñoñas de pop blandengue o copias de los lloros de rockeros gordos con tupé (insulto claramente dirigido hacia Roy Orbison, uno de los ídolos de John y Paul). O sea, basura blanca.

Así pues, entre otros muchos grupos de jóvenes -insisto también en esto-, los mods comenzaron a frecuentar los nuevos locales donde podía oírse este exitoso r’n’b con el que bailar hasta las tantas; locales como Flamingo, Marquee, Crawdaddy o Ealing Club, que han quedado grabados con letras de oro en la historia de la música popular británica. Y en Agosto del 63 la vetusta BBC se sobresalta: una televisión privada inaugura “Ready, Steady, Go!”, el programa más moderno del país, con actuaciones -casi siempre en play-back- de los artistas más solicitados; y en Abril del 64 aparecerá la primera emisora pirata, que pondrá en cuestión las leyes marítimas británicas, y la BBC ya no pegará ojo, y… tengo que abrir el bar. A ver hoy Sam en qué plan me viene.

martes, 12 de octubre de 2010

Los mods (y III)



“Había mucho criminal relacionado con los mods, líderes de bandas a los que les gustaba el papel de faces. Eran mayores, muy diferentes a los demás, pero no eran los únicos que deseaban una guerra en la calle. Para ellos era un juego, verse rodeados de pequeños psicópatas de catorce a dieciocho años que los seguían, enfrentando a niños contra hombres. Porque la mayoría de los rockers eran mayores, casi todos habían pasado por el ejército…
(Pete Townshend)

Bueno, pues a ver si hoy rematamos la parte “sociológica” y nos ponemos con la música de una puñetera vez. Lo que nos cuenta el señor Townshend viene siendo una alegoría: siempre ha habido fulanos que, aprovechando un movimiento social, político o de cualquier otro tipo, dan salida a sus instintos sociópatas. Esos individuos suelen ser despojos de un sistema perverso que los produce en gran número, y de una infección así no podía quedar libre la riada mod. Pero antes de seguir hay que aclarar que, hasta que la cosa empezó a envenenarse, los mods y los rockers prácticamente se habían ignorado: fue probablemente la entrada de los elementos antisociales lo que provocó la peligrosa deriva en la que cayeron. Si a esto sumamos el odio de la prensa y la Policía, que magnificaron las primeras escaramuzas para presentar a ambos bandos como una tropa de delincuentes peligrosos, no resulta difícil comprender lo que vino luego.

Los mods tenían la costumbre de reunirse los fines de semana en pueblecitos costeros del sur de Inglaterra: baile, fiesta, juerga, algunos destrozos a veces... Lo normal. La primera bronca de la que se tiene noticia ocurrió en el verano de 1963, en Margate: enfrentamientos entre grupos de mods pasados de vueltas y algunos rockers que, en pura actitud defensiva, se vieron obligados a enfrentarse a lo que ellos veían como una pandilla de críos anfetamínicos. Por suerte, esa vez no se enteró la prensa. Pero llegó lo de Clacton, en la Semana Santa del 64: llovía, hacía un tiempo de perros, casi todos los bares estaban cerrados (temporada baja), y los chicos se aburrían; así que saltaron dentro del parque de atracciones, se lo pasaron en grande y luego volvieron a la calle, a destrozar algunos escaparates. Cuadró que más de una tienda era propiedad de los padres de algún rocker, y éstos se enfrentaron a los vándalos. Las peleas no fueron muy grandes, los destrozos tampoco, pero la Policía encaró aquello como una revuelta y dieron leña de lo lindo; la prensa, radio y televisión, que ya estaban esperando algo así, se cebaron: por todo el país comenzó a surgir un difuso temor ante las noticias que hablaban de una especie de peligrosa rebelión juvenil. Echar leña al fuego, llaman a esto.

Al día siguiente hubo caravanas de Lambrettas y Vespas dirigiéndose hacia Clacton; por supuesto, a esa excursión se sumó la horda de periodistas. Los rockers volvieron a defender las tiendas de sus padres, la bronca creció y todo se salió de madre gracias a la estupidez de los mods, la brutalidad de la policía y la irresponsabilidad de los periodistas, y la mecha prendió. Los rockers, currantes curtidos, muchos de ellos en garajes o talleres, “cerdos grasientos” según los mods, hartos ya de sus desprecios, comenzaron a organizarse. La bronca adquirió tintes burocráticos y se estableció, con carácter semanal, a lo largo del verano del 64: Whitsun, Bornemouth, Brighton… hasta llegar al mismísimo Londres. A partir de aquí la cosa es sobradamente conocida: arrestos en masa, multas elevadas, cárcel a veces… En esa época comenzó la descomposición. 

Por supuesto, los primeros mods, los elitistas “modern”, ya no estaban presentes: la subcultura mod era patrimonio de los faces, obsesos de la vestimenta y la noche a todo trapo, junto a los “numbers”, la clase baja y desapegada de los ideales estéticos (aunque su nombre es debido a su afición por las camisetas con números). En 1965, como suele pasar con la decadencia de casi todos los imperios, se estaba viviendo una doble sensación: por una parte media juventud isleña estaba encantada con la estética mod, había unas cuantas bandas que parecían ser mods; pero el movimiento original se estaba desmoronando, víctima de los excesos. Un buen número de faces había descubierto la otra cara del asunto, las curas de desintoxicación; y unos cuantos numbers se estaban radicalizando, se cortaban el pelo al uno, habían descubierto la cazadora “bomber”, se habían puesto botas Doc Martens: en poco tiempo más, serán los skinheads.

Y aquí termina el rollo este. Hay suficiente bibliografía para seguir hurgando, y tal vez sea un tema apasionante para muchos -como lo fue para mí en otro tiempo-, pero aquí se viene a tomar copas, escuchar a Sam y no complicarse la vida. Recomiendo, eso sí, que los posibles interesados en esta apasionante época isleña busquen, si no la han visto ya, "Quadrophenia" aquella película que los Who crearon partiendo de su legendario doble LP: es una estupenda obra de sociología. Yo me voy a abrir el bar y a recordar esa música, que nació justo cuando el grueso de sus seguidores ya se estaban desencantando de sí mismos. Curioso, ¿no?


lunes, 4 de octubre de 2010

Los mods (II)


“Algunos faces ni siquiera te miran si llevas una camisa barata. ¡Es ridículo! Pero esta misma mañana he visto una en Woolworths que con unos arreglos parecerá tan cara como cualquiera de las de John Michael’s (...) El mejor sastre es Bilgorri, en Bishopgate: todos los faces van a Bilgorri y a John Stephen’s, que es muy bueno haciendo pantalones”
(Marc Feld, futuro Marc Bolan. Sí, el líder de T. Rex)

En fin. Para llorar. Pues sí, señores míos, los primeros mods fueron niños de papá que pronto abandonaron esa "militancia" para ser relevados por currantes de medio pelo intentando aparentar un status que no tenían: al igual que en muchos otros movimientos, al igual que pasó con las drogas, el recorrido siempre va de los palacios a las chabolas. Habrán visto ustedes que en el párrafo anterior se cita la palabra “faces”, es decir, “caras”. Los “faces” eran los más arreglados de entre la tribu mod, los que más dinero gastaban en ropa, los que mantenían a su moto reluciente, en perfecto estado de revista. Y por supuesto eran también destacados allnighters, es decir, de los que se pasaban toda la noche de fiesta, "anyway, anyhow, anywhere I go", que decían los Who.

Los lugares que frecuentaban los allnighters eran por lo general los que poco antes habían ocupado los primeros mods, y por supuesto la música imperante era el rhythm’n’blues: la complejidad del jazz era excesiva para ellos, y por otra parte detestaban el beat, "esa cosita pringosa". El problema con la música negra en general es que la oferta era muy reducida aún: hasta que comenzaron a establecerse las primeras tiendas de importación, solamente los disc-jockeys y algunos fanáticos conseguían el material de los soldados americanos destinados en las bases británicas, o subiendo a Liverpool. Porque hay que recordar que en sus primeros tiempos el grueso de la tropa mod era todavía londinense, aunque pronto hubo "agrupaciones mod" en casi todas las grandes ciudades. Y con el r’n’b llegó el soul, y la oferta ya era más variada: ya se podía bailar toda la noche. Y en la televisión se veía a las grandes estrellas de la Tamla, y ya se podía vivir permanentemente de fiesta. Y los nativos de Jamaica, beneficiados por su pertenencia a la Commonwealth, estaban llegando a miles con su música a cuestas, y…


Aquella fiesta, que había comenzado a finales de los años 50, ya iba a toda marcha. Pero cualquier aliciente nuevo era bienvenido; y a diferencia de los rockers, que preferían la bebida, los mods se aficionaron pronto a las pastillas: era un método más rápido y mucho más barato de colocarse. Así llegó el reinado de la dexedrina, los “Purple hearts”, el Drynamil, anfetaminas pensadas para dosis de una al día, o dos como mucho. Pero los mods las tomaban alegremente, había que mantenerse despierto toda la noche, bailando, de un lado a otro… ¿no les suena a ustedes de algo este plan de vida, no les suena muy actual? En aquella época, en la que la cuestión de las drogas no estaba tan regulada como ahora, no era extraño el club donde te servían cualquier bebida a un precio o esa misma bebida “dinamizada” a otro. Y antes de terminar el primer quinquenio de los años 60, la catástrofe ya se oteaba en el horizonte.