martes, 28 de febrero de 2012

1969 (IV)


Seguimos con los grupos que se hallan en tránsito desde el blues hacia el más allá. Y para no extendernos mucho, yo creo que será suficiente con los tres que se citaron el otro día:

Ten Years After, que en los dos años anteriores se han ganado el respeto general gracias a su blues eléctrico aliñado con tonos de jazz y rock and roll, siguen añadiendo ingredientes a la mezcla. En 1969 publican dos discos: el primero, titulado "Stonedhenge", alcanza el Top-10 probablemente por el tirón que ya tiene la banda, pues en mi opinión se trata de una obra un tanto irregular. Tenemos aquí unas cuantas piezas lentas de blues-jazz en las que se incluyen pinceladas psicodélicas y sonidos de laboratorio que a veces cansan un poco, pero seamos benévolos: también tenemos la magnífica "Hear me calling", un monstruoso psych-blues que acabó por ser uno de los grandes éxitos del grupo cuando la pasaron a single. Y el disco se cierra con un pantanoso pero acelerado "Speed kills" que, sumado a lo anterior, nos convence de la necesidad de comprar el disco. Si es que somos unos blandos, coño.

Y está visto que las buenas obras tienen su recompensa, porque los TYA nos agradecen efusivamente esa compra publicando pocos meses después "Ssssh": todos callados. Su cuarto disco es la consagración definitiva, con la que se patenta una etiqueta muy tentadora: "blues and roll" (y ya se imaginarán ustedes que, con semejante distintivo, el cañonazo es seguro). Siguen trabajando los trucos de estudio como muy pocas bandas han hecho, sin empalago, utilizándolos solamente para matizar pasajes; o, como en este caso, para unir canciones que por sí mismas ya se bastarían de sobra. El blues de estos muchachos es personalísimo, ágil y electrificado hasta tal punto que suenan las chispas. Y da igual que haya versiones o piezas originales: "Good morning little schoolgirl" o "I woke up this morning" parecen suyas. Y obras propias como "The stomp" son clásicos inmediatos. Ah, y Alvin Lee no es solamente un gran compositor: es a estas alturas el guitarra más rápido de la Isla. No es que yo sienta mucha afición por la rapidez -de hecho, nunca la he considerado como un valor per se- pero en este caso la pericia y el buen gusto van parejos.

El caso de Free es curioso: "Tons of sobs", su debut del año pasado, un disco excelente, pasó casi desapercibido (y la Wikipedia lo data en 1969, cuando en realidad fue publicado a finales de Noviembre del 68). Se han mantenido en pie hasta este momento gracias a su gran popularidad en las giras; pero Island, su casa discográfica, está un poco agobiada. Digo que este caso es curioso porque años después tanto la crítica como el público han reconocido su valor: ahora se admite que son los padres del hard blues (y los listos de Rolling Stone llegan a bautizarlos como los inventores del hard-rock). Cosas veredes…

En fin: por si había dudas, este año publican su segundo disco grande, homónimo. Y aunque el single extraído de él se hunde sin dejar rastro en las listas, el LP casi roza el Top-20; lo cual es un alivio para ellos y para Island. Hablo en términos casi de supervivencia porque Free estuvo a punto de desaparecer por falta de respuesta comercial, lo que sería otra de las muchas injusticias que el salvaje mercado comete con sangrienta regularidad; pero esta vez hay suerte y la banda comienza a ser respetada. Son, indudablemente, un grupo de cuatro solistas de alto nivel y perfectamente conjuntados que desarrollan las líneas contenidas en el primero, con un toque ligeramente más intimista: "I'll be creepin", "Broad daylight" o "Songs of yesterday" deberían haber sido clásicos ya en aquel mismo momento. Pero tanto este disco como el anterior serán plenamente reconocidos a partir de 1970, cuando se publique su obra cumbre y eso haga correr a las tiendas a muchos compradores despistados preguntándose qué es lo que se han estado perdiendo. Justicia poética.

Jethro Tull en cambio van a toda marcha hacia el estrellato: su segundo disco, titulado "Stand up", arrasa en la Isla y los asienta definitivamente en Estados Unidos. La marcha de Mick Abrahams, sustituido por el obediente ex-Penny Peeps Martin Barre, consolida el poder omnímodo de Ian Anderson, que a partir de ahora hace y deshace a su gusto. Me van a perdonar que haga yo una reseña más breve que en los otros dos casos, ya que por tratarse de mi banda preferida igual se me ve mucho el plumero. Pero bueno, a ver si logro embridar mi éxtasis ante esta… obra:

Al igual que la mayor parte de los grupos que han partido del blues, los Tull también añaden nuevos ingredientes a su potaje: aquí tenemos además un fuerte tono folk y algunas pinceladas de rock e incluso jazz. El conjunto resulta personalísimo, distinto a cualquier otra banda, e incluso su blues-rock con aroma progresivo es único: oigan ustedes el arranque del disco con "A new day yesterday" y verán por qué lo digo. En conjunto tenemos ante nosotros un variado ramillete que nos lleva desde la inolvidable versión en tono jazzy que hacen con "Bouree" (¿qué pensaría el señor Bach si la hubiese oído?) hasta la emocionante balada amorosa de "Reasons for waiting". Y cuando mister Ian está muy ocupado con su piano, su balalaika o su mandolina, Martin Barre se entretiene en rememorar su antigua afición por la flauta (como en la puntual dedicatoria a Jeffrey, compromiso inevitable en sus tres primeros discos). Y mención aparte merecería el cariño con el que esta banda se emplea en sus singles, formato que otros desprecian, y… ya me callo.

Bueno, pues a grandes rasgos este es el panorama que ofrece en 1969 la evolución del blues rock en lo que a grupos de primera línea se refiere. Muy interesante, creo yo. Veremos a continuación cómo va el folk, ya que lo hemos citado a propósito de los Tull; pero tranquilos, que eso no será hoy: me he vuelto a pasar con el rollo.


miércoles, 22 de febrero de 2012

1969 (III)


"If music be the food of love, (then) play on"
(Don Guillermo, tan acertado como siempre)

De la exuberante oferta discográfica habida en este año y una vez citados los grandes nombres, hablaremos ahora de algunos que ya casi lo son también; o sin casi, puesto que su evolución da como resultado algunas obras que definitivamente los ascienden de categoría. Y habrá que ir por géneros, para desmadejar un poco el asunto: veamos por ejemplo en qué situación se encuentra el blues rock.

Si 1967 fue el año de la psicodelia, el 68 tuvo como principal protagonista el British Blues Boom. Y como buen "boom", pronto comenzó a desinflarse: si repasan ustedes las entradas correspondientes a ese fenómeno recordarán que los inquietos músicos británicos, siempre buscando nuevas estructuras musicales, se han basado en el blues para aprender escalas y melodías, muchos de ellos en la escuela de Davies y Korner, o en la de Mayall. Pero tras unos años de aprendizaje, el panorama en 1969 ya está cambiando: la mayor parte de las bandas con capacidad creativa que partieron de esas enseñanzas evolucionan hacia escalas más variadas en las que con frecuencia el blues resulta casi irreconocible. A partir de ahora quedarán algunos grupos de segunda línea fieles a esa escuela, como los Groundhogs, Chicken Shack -fotocopia de los primeros Fleetwood Mac- o Savoy Brown (aparte por supuesto del mismo Mayall, una verdadera factoría); pero las grandes marcas ya van a su aire.

Y creo que Fleetwood Mac es el paradigma de esta evolución: han sido unos verdaderos frikis bluseros hasta este momento, y su corta carrera ya incluye, aparte de sus dos discos oficiales del 68, grabaciones en Estados Unidos con jefazos del género como Otis Spann, Eddie Boyd o Willie Dixon. O sea, lo más de lo más. Pero a finales de 1969 publican una de las grandes maravillas de la época: "Then play on". Y si digo "pero" es porque se nota claramente una evolución que deja atrás los planteamientos anteriores: sobre una base blues, eso es cierto, nos encontramos ante un bello jardín (y la portada, preciosa, le hace los honores) en el cual las estructuras clásicas han sido superadas y el grupo nos lleva desde unas tonadas a medio camino entre el blues y los sonidos hawaianos ("Coming your way" o "Although the sun is shining") hasta el blues rock de "Rattlesnake shake". Y la guinda se coloca cuando llega la reedición del disco, ya que entonces se le añade un single que siempre debería haber figurado en el LP: "Oh well", con sus dos partes bien diferenciadas. En conjunto es la obra cumbre de la banda, pero decir eso es poco: se trata de una de esas joyas intemporales que nunca cansará por mucho que se oiga (a mí por lo menos no me ha cansado todavía).

Por desgracia este es el canto del cisne de Peter Green, un fabuloso guitarrista cuyos problemas de salud y excesiva afición a las substancias ilegales acabaron por alterar su mente y obligarlo a dejar la banda poco después; junto a Danny Kirwan y Jeremy Spencer llegaron a ser por un instante el trío de guitarras fantásticas que, apoyado por el bajo de John McVie y la batería de Mike Fleetwood, pudo haberse comido el mundo (algunos de esos Mac finalmente se lo comieron, pero era otro espíritu). Green, tras un disco en solitario bastante críptico, desapareció de escena hasta finales de los años 70, en los que pareció ir recobrando el pulso lenta y esporádicamente. Por cierto: Green, McVie y Fleetwood provenían de la banda de Mayall. Tal vez "Then play on" hubiera sido el disco ideal del propio Mayall si este tuviese un poco más de visión y no se hubiese quedado siempre en lo mismo: su afición al dinero y su nulo interés por el riesgo lastraron una carrera inmensa pero cansina.

Bien, pues si los Mac se hallan en plena transición lo mismo les pasa a Ten Years After, Free, Jethro Tull y otros muchos: los británicos saben que su mercado es muy exigente; y que si en Estados Unidos una banda puede vivir de la autocomplacencia y las giras durante mucho tiempo, aquí no. De los grupos de primera línea, solamente los Stones serán capaces de seguir adelante utilizando los géneros tradicionales como única fuente (y aprovechando esa bondad que los americanos muestran por lo clásico). Los demás tendrán que trabajarse el sustento, lo cual a los ojos de un aficionado siempre es positivo: el blues está muy bien, pero hay más músicas en la vida. Y los cambios vivifican.

Así que el próximo día iremos viendo en qué andan esos otros grupos inquietos. Pero mientras tanto recomiendo encarecidamente que, quien no lo conozca, se apreste a disfrutar de "Then play on": o se ha equivocado de blog o me lo agradecerá. Y estoy seguro de que quienes lo conocen están de acuerdo conmigo.

martes, 14 de febrero de 2012

1969 (II)



Al igual que hicimos en 1968, comenzaremos por echar un respetuoso vistazo sobre las bandas consagradas. Dejando a los Beatles aparte, esto es lo que hay:

Los Stones prosiguen su época dorada en formato LP, que comenzó el año pasado: "Let it bleed", publicado en Diciembre, es otra de esas cuatro joyas consecutivas que asientan al grupo en su mercado, lejos de experimentos psicodélicos o de cualquier otra índole. Han comprendido ya que su negocio es el r'n'r y el r'n'b, que no deben salir de ahí, que el truco está en meter un cañonazo para abrir cada cara y que el resto vaya a un nivel decente. Solo con "Gimme shelter" ya sería suficiente para comprar el disco; pero "Midnight rambler", su compañera de la cara B, es otra maravilla. Quedan aparte molestos detalles como la muerte de Brian Jones meses antes (en realidad ya llevaba tiempo más fuera que dentro), cuyo puesto había sido ocupado por Mick Taylor -un ex Bluesbreakers, es decir, un guitarrista eficiente y serio. Queda también fuera la consideración de enojosos asuntos como el festival de Altamont, celebrado al mismo tiempo de la publicación de este disco. Los Stones son una máquina de hacer dólares, y mientras Jimmy Miller siga siendo su productor lograrán mantener un cierto nivel de decencia artística. Nadie tiene porqué pedirles más.

Los Who nos tenían preocupados, tras un año en blanco salvo por algunos singles entre los que destacó "Magic bus" (y con la sombra del impresionante "Sell out" detrás, algo muy difícil de superar). Townshend informa a su parroquia de que, aparte de su mayor implicación espiritual gracias a Meher Baba, su gurú indio, está preparando una ópera rock: se oyen algunos "glub". En realidad la idea de "obra conceptual" ya estaba presente en "A quick one" o el mismo "Sell out", pero la palabra "ópera" impone un poco. Y sin embargo, esa obra resulta ser otro de los jalones históricos en la carrera de estos cuatro señores: el doble "Tommy" marca la confirmación de los Who como La Banda de Rock; no hard, no heavy, no blues, no nada; rock, simplemente. Es cierto que hay algunas canciones que sobran, probablemente tienen razón los que dicen que un LP simple hubiera sido perfecto; y también es verdad que, como banda de rock, no han publicado aún sus dos grandes maravillas ("Who's next" y "Quadrophenia"), pero las bases de esas dos obras ya están aquí: Pete Townshend es el rey del rasgueo; Keith Moon es el batería más contundente y creativo de la Isla; John Entwistle es el bajo preferido -junto con Ric Grech- de los propios bajistas británicos, y Daltrey… es Daltrey.

Los Kinks: ay, los Kinks. Les tengo mucho cariño, pero están sufriendo malamente esta reconversión del mercado hacia el formato "mayor". Siempre he dicho que son una grandísima banda de singles, y aunque en los años 70 tienen tres o cuatro LPs muy completos, su naturaleza no es esa. Ray Davies se siente obligado a demostrar su tremenda conciencia social con la elaboración de discos conceptuales, pero la música se resiente. Y las letras solo le importan a algunos. Este año publican "Arthur (o el declive y caída del Imperio Británico)", un tremendo título para un disco de tan pocas ventas. Pero al igual que los Stones, han aprendido la lección para sobrevivir en este mercado: lo mejor, la primera de cada cara. Y si una de ellas es "Victoria", pues nada: nos compramos el LP y esperaremos mejores tiempos. En cualquier caso, es un disco muy digno.

Hay dos bandas que, aunque ya figuran en la élite, no destacan especialmente este año: Pink Floyd y Traffic. Los primeros están en fase de tránsito de la psicodelia al progresivo/depresivo; y aunque en 1969 publican dos discos, esa sensación de poderío es engañosa. El primero es la banda musical de la película "More", dirigida por Barbet Schroeder (una alegoría sobre el fin del sueño hippie a manos de la heroína, filmada entre Ibiza y Formentera -el molino que aparece en la portada todavía sigue allí, que lo he visto). De todos modos, y a pesar del condicionante de trabajar sobre un patrón ajeno, el disco es bastante decente; y tiene dos de sus escasísimas piezas de rock. En cuanto al doble "Ummaguma", disco sobrevalorado hasta la saciedad, el primero es un directo con extensos y pretenciosos desarrollos de cuatro canciones -dos por cada lado- ya conocidas: la mejor, el "Astronomy domine" de Barret. Y el segundo es una colección de piezas progresivas que tal vez nos hicieron mucha gracia de jóvenes pero ahora nos aburren mortalmente.

En cuanto a Traffic, la temida disolución se confirma: su tercer LP, "Last exit", es un refrito que se publica por obligaciones contractuales y consiste en una cara A que contiene singles ya publicados más una pieza sobrante de "Mr. Fantasy" (la única en la que aún aparece Dave Mason) más una cara B formada por dos piezas un tanto soporíferas grabadas en directo durante una de sus giras americanas. Mason se ha marchado a Estados Unidos y Winwood cae ante el embrujo de la marca comercial "Blind Faith", que afortunadamente durará poco: el año de Traffic será 1970, cuando el grupo se reúna de nuevo bajo el mando exclusivo de nuestro amigo Steve.

Y el próximo día ya podremos atender a las bandas que, con su segundo o tercer disco, están en vías de consagración: empieza a haber un buen número de ellas acechando ese status.

lunes, 6 de febrero de 2012

1969 (I)



Que no les engañe el guarismo. Numéricamente estamos ante el último año de la Década Dorada, pero en realidad se trata del primero de la siguiente: cuando el calendario le dio paso poco quedaba ya del espíritu de los 60. Una época que se había iniciado con la metamorfosis del rock and roll, cuya supervivencia llegó a estar amenazada por el auge del beat, los géneros negros de baile y su parroquia mod (el pop, en suma). Luego llegó la fiebre psicodélica, que afectó a todos los estilos, y el sonido comenzó a sofisticarse: la inocencia se había perdido. A partir de aquí las bandas más notables serán muy serias, muy creativas, y la palabra "pop" queda desterrada. La alegría queda desterrada.

Porque ahora todo será rock progresivo: blues, hard, folk… el género que ustedes quieran irá inevitablemente asociado a esas dos palabras, y ¡ay de aquellos que no sean definidos como tales! (aunque ya están los periodistas para eso). Porque se acabaron los estribillos infantiles, los singles de baile, ese tipo de cosas tan "horteras". Los Lps conceptuales serán una de las expresiones creativas más respetadas, la complicación en los desarrollos, las canciones de más de cinco minutos, las portadas extrañas, esas caras de introspección que lucen los músicos en las fotografías. E inevitablemente las castas se consolidan: antes había grupos de primera línea y grupos "garajeros", por decirlo así. Ahora no: ahora tenemos los grandes grupos, los minoritarios (por complejos o raros) y los grupos basurilla que se dedican al mercado del single sin más pretensiones. Y el público sigue esa misma tónica: un seguidor del rock progresivo no puede rebajarse a comprar un disco pop, evidentemente. Esto, a la larga, nos llevará al resultado inevitable del endiosamiento de algunos grupos, jaleado por sus seguidores.

Un ejemplo del signo de los tiempos lo tenemos en los Beatles: hasta 1967 fueron ellos los que iban por delante del resto, los innovadores, los que creaban una música diferente. Pero "Sargent Pepper's" fue el primer ejemplo de que ya no eran los únicos, pues a pesar de sus ventas y de su calidad en algunas canciones la psicodelia ya la representaban mejor los primeros Pink Floyd. Y el doble blanco quizá sea su mejor disco, pero en 1968 ya había bandas más arriesgadas. Este año graban sus dos últimas obras: "Abbey Road" es un puñado de grandes canciones en tono americano pero sin sorpresas creativas. Y "Let it be", que será publicado el año siguiente (la banda ya no existía) es igual de bueno, pero tampoco hay descubrimientos sónicos o técnicos que se puedan comparar a los de algunos recién llegados. Así que Yoko y Linda se limitaron a rematar el trabajo de demolición iniciado con la muerte de Epstein: la banda habría desaparecido igualmente, con ellas o sin ellas.

Así que ya saben: los singles, caca. Eso de oír a cuatrocientos grupos al día se acabó. Porque, como no hay dinero para todo, el personal preferirá comprarse dos o tres discos grandes al mes y no diez singles. Es decir, la perspectiva se acorta. Y teniendo en cuenta que cada nuevo LP que salga de los grupos con caché será de compra obligatoria para no quedar mal, perderemos de vista unos cuantos grupos menores para centrarnos en lo principal: el saneamiento económico de quince o veinte vacas sagradas (algunas, como Led Zeppelin, llevarán el negocio al extremo prohibiendo por contrato la publicación de singles en la Isla: si te gusta "Communication breakdown" y solo esa, te aguantas y te compras el LP. Hala). Muchos grupos se hundirán por esa política, ya que su creatividad no dará para un disco grande al año; el darwinismo se radicaliza.

Pero es verdad que se hicieron grandes discos, y de ellos habrá que hablar sin nostalgia por lo que quedó atrás. Así que, ya metidos en materia, el próximo día nos pondremos a ello. Y recuerden: ante todo, seriedad. Mucha seriedad.