miércoles, 24 de octubre de 2012

1970 (III)


Siguiendo con las veteranas, hoy nos toca recibir a tres bandas que en sus orígenes tuvieron características comunes: las tres comenzaron en el 67 y proceden de la psicodelia. Pero eso ya solo es un recuerdo, puesto que cada una de ellas es ahora un mundo distinto. Se trata de Pink Floyd, Traffic y Family, tres de las grandes reinas del rock progresivo isleño; aunque esa etiqueta probablemente solo le cuadre a Pink Floyd: las otras dos ya están muy por encima de ella. 

Los Floyd llegan por primera vez al número uno de las listas con “Atom heart mother” a finales de Octubre, tan solo una semana después de su publicación. No todos sus seguidores -cuyo número ya es impresionante- habían quedado muy contentos con sus dos discos del 69, pero esta vez parece que se han colmado las expectativas. La banda sigue trabajando a destajo; lo cual demuestra, nos guste o no, que el estilo depresivo está de moda como reflejo de una época y una generación que ha perdido las ilusiones. Se decía por entonces que Pink Floyd era una banda para yonkies; esto es una burda exageración, claro, no se lo vayan a tomar al pie de la letra... pero algo de base tiene: la heroína -una de las drogas más populares en los años 70- es la huída de un feo mundo, el olvido de todo, el yo como único refugio, la sublimación química del suicida espiritual. Y Pink Floyd es una banda triste, comenzando por la voz de Waters y esa guitarra lamentosa de Gilmour. Pero ya no quedan rastros de Barrett, y su nuevo estilo está plenamente consolidado. Lo cual refleja perfectamente el tránsito de una generación -la suya- desde el estilo alegre y alocado de los años ácidos hasta la nueva realidad, siniestra a veces. 

Después de una colaboración con Antonioni en su también depresiva “Zabiskie Point”, estrenada a principios de este año con división de opiniones, el grupo se encierra en el estudio para hilar una serie de melodías sueltas que articulan hasta completar una especie de suite con fases orquestadas. Se trata de la pieza que da título al disco y que ocupa la cara A: no soy un gran fan de los Floyd, pero sigue pareciéndome muy buena -con algún lunar por medio, algún exceso propio de la época. Curiosamente y tal vez sin quererlo, se trata de una de las más afortunadas aproximaciones de una banda de rock al espíritu orquestal; muy superior, para mí, al resto de competidores que lo intentaron (léase Deep Purple, Moody Blues, etc.). Y en la cara B tenemos tres hermosas piezas tristes que son de lo mejor de su repertorio. El disco remata con “El desayuno psicodélico de Alan”, que en doce minutos y pico alterna los ruidos que produce Alan trasteando en la cocina con algunos pasajes musicales: muy Pink Floyd, gracias. En conjunto, e insistiendo en mi relativa afición floydiana, debo decir que este disco es de los que más me gusta de ellos, aún hoy. 

Traffic resucita este año, y a lo grande. El travieso Estebancito nos tenía en un sinvivir, después de sus fallidos experimentos con Blind Faith y la Airforce de Ginger Baker. Su idea era seguir en solitario, harto ya de broncas: tiene las ideas muy claras, y no piensa negociarlas con nadie. A finales del 69 se encierra para componer material nuevo ayudado por músicos de estudio, pero no se encuentra a gusto porque los ve fríos, profesionales pero lejanos a su estilo. Y de pronto Chris Wood y Jim Capaldi se reencuentran con él a la hora de las cañitas. Y claro, se ponen a hablar: que si ya no está Mason se acabaron los problemas, que ellos tres se llevan muy bien, que sus ideas musicales son muy parecidas… y el milagro que sus humildes siervos hemos pedido de rodillas se produce: la deidad Traffic se reencarna y anuncia su vuelta a este mundo. 

Hemos de reconocer que en algunos aspectos se nota cierta precipitación: un título como “John Barleycorn must die”, la nueva perla de Traffic (y probablemente su mejor obra de esta nueva época), no cuadra mucho con el contenido salvo por la versión que le da nombre. Se publica en el verano de 1970 y la lógica indicaría que se trata de una obra folk, cuando en realidad ni siquiera esa venerable canción lo es en manos de Winwood y sus colegas. No, no es folk: es Traffic. Por eso no le veo mucho sentido a que la portada gire en torno a esa pieza, llegando a detallar el pedigrí del viejo John, dando la impresión de que se trata de una obra circunscrita a él. Pero lo que cuenta es el interior, y ahí no hay nada que objetar: “Glad”, la pieza instrumental que abre el disco, es una joya de muchos quilates, con su línea de piano y el apoyo de percusión y viento que denota una tendencia jazzy muy agradable incluso para los que no somos de ese palo. Winwood ya había probado ese género en la banda de Baker, pero aquí demuestra que su visión es mucho más interesante. Y por no aburrir, solo citaré otras dos: “Empty pages”, la maravilla que cierra la cara A y se convierte automáticamente en una de las insignias de la banda, y la ya mencionada versión de “John Barleycorn”, que en la voz y el estilo de Winwood se convierte en una balada de Traffic con todas las de la ley. En resumen y exceptuando esta última, vemos que se afianza el tono negroide que siempre ha caracterizado a Estebancito salvo en su época hippy de los primeros Traffic: del r’n’b en la banda de Spencer Davis ha recorrido un camino que lo lleva hacia el jazz rock melódico con tintes soul; y si alguien como yo, que ya he dicho que no es lo mío, tiene a este disco en un altar, por algo será. 

Y en el mismo altar tengo el tercer disco de Family, que junto con los dos primeros forma un trío de ases asombroso: muy pocas bandas han conseguido semejante evolución y altura con tres obras consecutivas. Al igual que Traffic, no se parecen a nadie, su nivel técnico es impresionante y su creatividad también. La marcha -la cobarde huída, para ser exactos- de Ric Grech (al que pronto veremos en Traffic) ha sido cubierta por John Weider, que además de bajo toca el violín y tiene una magnífica hoja de servicios entre los que se halla su participación en la una de las etapas más brillantes de Burdon y sus nuevos Animals en los States: el legendario doble “Love is”, por ejemplo, cuenta con su participación. Y hay que despedir a Jim King, que no anda muy centrado: Poli Palmer, otro corredor de fondo isleño que domina todo tipo de instrumentos de viento y además los teclados, será su sustituto. En estos momentos la banda se halla en una encrucijada, tras unas giras americanas bastante conflictivas y el cabreo por no haber podido controlar totalmente su trabajo en estudio hasta ahora. Así que le enseñan los dientes a su sello, Reprise: el primer LP es uno de los escasos diamantes de la post psicodelia isleña; y el segundo, una cumbre “progresiva” que ha llegado al top 10. Ahora controlarán todo el proceso de grabación, o no hay trato. Reprise se achanta. 

“A song for me”, producido por Family, sale a la luz a finales de Enero de 1970. De nuevo nos sorprenden con una obra que no tiene nada que ver con las dos anteriores; salvo por el hecho de que, una vez más, es indefinible. Hay un fondo rock, pero su amplitud abarca desde el tono folk hasta los aromas jazzy que en algún momento ya habíamos notado en el anterior. Hay clásicas inmediatas, por supuesto: la primera sin ir más lejos, “Drowned in wine”, con un derroche de esfuerzos demencial en la voz de Chapman (sigo diciéndolo: la más impresionante voz isleña), o el sobrecogedor despliegue de hard rock -por llamarle algo- en la pieza que cierra el disco y le da título. Claro que las demás, cargadas de matices, no son menos impresionantes. El disco llega al top 5, lo cual resulta admirable: no es de fácil audición en una primera escucha, pero está visto que los isleños a veces aciertan. Y que ya saben lo que se puede esperar de Family: una fantástica sorpresa continua. La ratonera Reprise era muy aficionada por entonces a cambiar el orden de las piezas e incluso sustituir unas por otras según que la edición fuese isleña o continental, y eso nos obligó a los fans a tener dos copias (ya lo habían hecho, por ejemplo, con los Mac y su “Then play on”). Pero ese problema está solucionado en el CD: ustedes verán. 

Y nosotros veremos el próximo día cómo sigue la oferta: de momento, estamos alucinando. Menudo año. 



jueves, 18 de octubre de 2012

1970 (II)



Ya saben ustedes que en este local se respeta rigurosamente el turno de llegada. Es decir, primero los veteranos y luego los jóvenes. Lo cual implica que hoy hablaremos de Stones, Who y Kinks: tras la baja de los Beatles, estas son las tres marcas de mayor antigüedad y envergadura que siguen en activo. 

Los Stones acaban de autoproclamarse como “La más grande banda de rock and roll del mundo”. Bueno, si sabemos distinguir ese género del más escueto “rock”, podríamos estar de acuerdo. Por otra parte, “la más grande” (the greatest) no significa necesariamente “la mejor” (the best). Y en estos asuntos hay que hilar muy fino. Pero nosotros a lo nuestro: aún está reciente la publicación de “Let it bleed”, que salió en Diciembre del año pasado, y con tantas actuaciones hay poco tiempo para componer; así que la banda solventa sus obligaciones contractuales con “Get yer ya-ya’s out!”, una colección de clásicas grabadas en su gira por los States de casi un año antes (el disco sale a la venta en Septiembre). Es una buena manera de comenzar la década: se trata de su primer disco en directo a escala mundial -hubo uno anterior, pero exclusivamente para el mercado americano- y con él demuestran que los escenarios son su medio vital.

Porque esta colección es magnífica, las cosas como son: esa manera tan fresca y a la vez profesional de atacar piezas como “Honky tonk women” o “Jumpin’ Jack Flash” demuestra su gran sentido de la oportunidad, mejorándolas. Y la joya de la corona, para mí, es “Sympathy for the devil”. Que si ya en estudio es uno de sus mayores logros, justificaría por sí misma la compra de este disco: son seis minutos y medio con la banda en estado de gracia, con una perfecta compenetración entre Richards y Taylor que eleva ese fraseo de guitarras hasta alturas épicas. Y hay que agradecer la honradez del sonido, ya que en 1970 y “por ser vos quien sois” podría haber sonado mucho “mejor”. Es decir, grabado con un equipo de muchos millones y con fastuosos arreglos en estudio, overdubs a puñados y demás parafernalia. Pero no: suena casi a directo limpio. En cierto modo es debido a que Jagger quiso detener la afluencia de grabaciones piratas con una alternativa creíble, y le salió bien. Así que por este año ya han cumplido. 

Los Who, sin necesidad de proclamaciones, son en estos momentos la mejor (o la más grande) banda de rock; del mundo, también. Aunque parece haber algunos problemillas con el estado anímico de Townshend, al que no vemos muy centrado a pesar de la benéfica -es un suponer- influencia de su amado gurú Meher Baba. Fue el gurú quien insufló a Pete la necesidad de mostrar con amplitud su potencia expresiva y trasladarla a un relato alegórico -Tommy- que lo tuvo entretenido casi un año, entre las letras y el ensamblaje musical. Pero ahora se halla en una situación un tanto esquizofrénica: por una parte ya está renegando de “Tommy”, de las giras mundiales donde la gente reverencia al grupo como si fuesen gurús todos ellos… y de la mala leche de alguna prensa insinuando que ya nunca volverán a esa altura. Es decir, a Pete le persigue el fantasma de Tommy. Y por otra parte no ha vaciado totalmente la carga filosófica que acarrea: no será su última obra “conceptual”, ese puñetero niñato autista no acabará con él. Las consecuencias de esta situación son contradictorias: en escena la banda es imbatible, pero fuera de ella Pete anda un poco a su aire. Sus compañeros solo saben que se encierra en el estudio, con mucha frecuencia día y noche, ensimismado en la composición de una nueva obra a la que ha titulado “Proyecto Lifehouse”. En la Wikipedia tienen ustedes cumplida información sobre tal proyecto; que a corto plazo no llegó a plasmarse en disco, pero cuya base veremos el año próximo en “Who’s next”, una de las obras cumbres de la banda. 

En 1970 y al igual que los Stones, los Who deciden publicar un disco en directo para salir del paso. Pero las similitudes no terminan ahí: el espíritu de “disco pirata” que de algún modo ronda al de los Stones se substancia en la portada y la galleta de “Live at Leeds”: tal y como eran los bootlegs de la época, este directo se presenta en una funda de cartón crudo cuyo único distintivo es un sello supuestamente hecho con un tampón. Y el sonido… aaaah, el sonido. Una bendición de Dios. También los Who han prescindido de grandes escenarios y equipos apabullantes: en Febrero graban su actuación en la Politécnica de Leeds y al día siguiente en el City Hall de Hull. A Daltrey el concierto de Hull le pareció el más redondo, pero algunas cintas defectuosas sonaban sin el bajo y finalmente recurrieron a la opción de Leeds (yo no veo mucha diferencia: en la edición del 40 aniversario ya venía incluida gran parte de esa actuación, y suena prácticamente igual. Tal vez el público fuese más caluroso, no lo sé). El caso es que nos hallamos -otra vez como los Stones- ante una banda en su momento dulce, confirmando su poderío también en directo. El CD supera de largo al disco original, que era sencillo y merecía haber sido doble: además de las fulgurantes versiones contenidas en el LP, como “Shakin’ all over” y “Summertime blues” (¿pero no eran mods, estos muchachos?) y las descomunales propias “My generation” o “Magic bus”, tienen ustedes una fantástica puesta en escena de “A quick one” y por supuesto el “Tommy” en toda su plenitud. Muy buen año también para los Who, sí señor. 

Y no menos bueno lo es para los Kinks: sus seguidores más acérrimos ya habían alabado algunos discos grandes de los hermanos Davies y sus amigos, mientras que otros seguíamos pensando que todavía eran una banda de singles; una banda fantástica, pero a la que el formato LP le venía un poco grande, y nunca mejor dicho. Sin embargo este año entran en la Primera División del LP con todos los honores; y justo a tiempo, porque su carrera estaba comenzando a decaer: las últimas giras americanas habían sido decepcionantes, y a sus grabaciones no les iba mucho mejor. El estilo Kinks parecía pasado de moda. Y de pronto surge Lola. La equívoca Lola, que se publica en Junio y se convertirá en uno de esos mitos imborrables que trasciende a su época y a sus creadores. Y en este caso no hay discusión: la letra es tan importante como la música. Al parecer Robert Wace, manager de la banda por entonces, había estado bailando toda la noche con una señorita que resultó ser señorito, aunque “por razones etílicas” a Wace pareció no importarle mucho. Y ese hecho dio pie a Ray Davies para escribir una de las canciones más humorísticas y a la vez hermosas en la historia del rock, que por supuesto influyó a Bowie y a otros cuantos apóstoles del futuro glam. Eso sí, hubo un pequeño contratiempo: la BBC prohibió la emisión del single… por mencionar la palabra “Coca-Cola”. Lo cual obligó a Ray a suspender brevemente la gira americana y volar a Londres solo para modificar la pista de voz y sustituir esa marca comercial por “cherry cola”, que es como luego aparecerá en el LP. 

“Lola versus Powerman and the Moneygoround, part One” es el largo nombre de ese majestuoso LP, que llega a las tiendas a finales de Noviembre y que por supuesto se beneficia de la estela que ha dejado el single. Pero hay muchas más cosas ahí: aun siendo una nueva obra conceptual (Davies es otro que, como Townshend, tiene muchas verdades que revelar al mundo, y esta vez la cosa va sobre el show business), su nivel musical es muy superior en conjunto al de sus precedentes discos grandes. Sin perder su esencia (sigue habiendo baladas y concesiones al music hall), es obvio que el sonido se ha solidificado hasta tal punto que ya podemos considerar a Kinks como una banda de rock con todas las de la ley: piezas como la sardónica “Top of the Pops” (cuya letra es un buen resumen del leitmotiv literario del disco) o la tremenda “Powerman”, un verdadero cañonazo, demuestran que hay banda para rato -contra lo que nos temíamos algunos, he de reconocerlo. 

Así que ya ven: nuestros tres venerables patriarcas gozan de buena salud. El cambio de década les ha sentado divinamente. Casi dan ganas de que pase este año a toda velocidad, a ver con qué nos sorprenden en el 71… pero seamos pacientes, que hay mucha cola. 



jueves, 11 de octubre de 2012

1970 (I)


La desaparición de los Beatles se oficializó en Abril de 1970, pero ese comunicado era puramente burocrático: el espíritu de la banda había dejado de existir mucho antes, casi al mismo tiempo que el espíritu de los 60. Una década revolucionaria en muchos aspectos, tanto sociales como políticos; y entre las causas de esa revolución, hemos de tener siempre en cuenta a estos muchachos como uno de los ingredientes cruciales para hacernos una idea cabal de lo que ocurrió, para contemplar el cuadro completo. Los Beatles no solamente cambiaron la estructura del negocio musical a todos sus niveles, sino también los hábitos y formas de pensar de su generación (y por consecuencia de las que vinieron luego). Cumplieron el papel de Moisés llevando a su pueblo hasta las puertas de la Tierra Prometida, pero no tuvieron responsabilidad sobre el final de esa época porque su guía terminó en 1967 con la publicación de “Sgt Pepper’s”: a partir de ahí sus discos serán mejores o peores, pero la vanguardia ya va por otro camino. 

Como era de esperar, los cuatro publicaron un disco en solitario al poco tiempo: primero fue McCartney, luego los otros tres. En términos empresariales podríamos decir que, perdida la sinergia que se creaba por la unión de aquellas capacidades creativas, los resultados fueron discretamente buenos. El golpe de efecto lo dio Harrison, que ya había grabado dos discos un tanto abstrusos años antes pero que de pronto se destapó con un triple sorprendente. O no tanto: tal vez fue la demostración de que, como decían muchos, su capacidad compositora estuvo ensombrecida por el fulgor -y los modos imperiales- de Lennon y McCartney. Y aunque no soy muy fan de la carrera personal de ninguno de ellos, he de reconocer que hay algunas composiciones de Lennon realmente magníficas (a pesar de que, por lo general, primarán sus letras sobre sus músicas); que también a veces Paul nos regala alguna pieza afortunada, y que Ringo… es Ringo. Pero el asunto de quién será el mejor a partir de ahora no tiene mucho sentido: como siempre, la cosa va a gustos. Yo, si tengo que elegir, me quedo con la obra de Harrison, que me parece el más músico de los cuatro. Y las letras, como ya dije varias veces, no son asunto de este local. 

En el aspecto comercial, el LP ya está consolidado como la “vía de expresión natural” para las bandas de prestigio. El single se utiliza ahora como avanzadilla del disco grande: si hay alguna canción corta y con gancho, se venderá a modo de muestra de la obra mayor, aunque algunos grupos ni se molestan en ello. Consideran que su fama sufre desdoro si se rebajan a ese mercado, pasto de la masa de aficionados “horteras”, discotequeros o nostálgicos del escaso pop que aún sobrevive y cuyo reinado no volverá hasta mediados de la década (salvo la gozosa irrupción glam, de la que por supuesto hablaremos cuando toque). En general, la inventiva para crear melodías ha sido sustituida por el virtuosismo técnico de los músicos. Es decir, ha habido un cambio de prioridades; que a la larga nos llevará al desastre, pero que de momento funciona bien: los compradores, imbuidos de la misma “profesionalidad” que sus ídolos, seguirán ciegamente esa pauta. 

El rock “de nivel” en estos momentos es casi en su totalidad “progresivo”; pero este año florece su rama más básica, más radical, y el hard rock ya no está solo: la oferta heavy e incluso algunos atisbos de metal comienzan a poblar las tiendas. También el folk, con mayor o menor énfasis rockero, amplía su oferta: tras el éxito de Fairport Convention, el número de bandas que siguen esa escuela crece como la espuma. Este año veremos algunos nombres nuevos realmente interesantes. Y también algunos otros de la saga de Canterbury: Soft Machine se han pasado al jazz rock vanguardista, han abandonado este local; pero algunos amigos de esos señores ocuparán sus asientos en él. 

Y este es el panorama general. Hay algunas obras soberbias, intemporales, y otras a las que se les nota mucho el paso de los años. Pero aun así, su valor sigue siendo alto; superior, desde luego, a la mayoría de lo que se publica hoy en día, bajo el reinado desilusionante del “usar y tirar”. En fin, vamos a abrir ese polvoriento baúl y a ver con qué nos encontramos. Pónganse guantes y mascarilla, por si acaso.