martes, 30 de abril de 2013

España: la travesía del desierto (VII)


Recapitulemos: a finales de los años 50, con el rock and roll triunfando en medio mundo, España es un erial. Solamente una selecta minoría de jóvenes de clase media-alta, con dinero e inquietudes, tiene acceso a una oferta más amplia que los escasos discos que se publican aquí: sus familiares o amigos que viajan a otros países vienen cargados de extrañas grabaciones y revistas encargadas por estos muchachos, que por otra parte pueden ahorrar para comprarse algunos instrumentos decentes. La mayoría de ellos son estudiantes, y precisamente el conjunto musical que ha de quedar como el pionero, el primero de todos los que se lanzaron a esa novedosa aventura ratonera se llama así: Los Estudiantes, un nombre fundamental en nuestra pequeña historia yeyé; y no tanto por sus grabaciones como por la influencia que algunos de sus componentes ejercieron sobre el devenir musical patrio en la década que estaba a punto de comenzar. 

Cuando oigan decir que el primer rockero de España fue Bruno Lomas, o Micky, o Miguel Ríos, no hagan caso: en 1955, mucho antes de que aquí se tuviese noticia de los Llopis, o de que los Teen Tops existiesen, y por supuesto de que cualquiera de los antes citados pensasen en dedicarse a la música, José Barranco ya daba alaridos y se meneaba como un poseso, al estilo de su adorado Elvis. Aunque aparte de cantar solo tocaba malamente la guitarra acústica, su furia rockera lo lleva ese mismo año a crear un dúo con José Fábregas, un batería que se retira pronto para dar paso a José Gosálvez; en poco tiempo el círculo se amplía hasta llegar a un cuarteto que comienza a actuar en algunas salas de fiestas mientras que Barranco aprende a tocar la guitarra eléctrica… y así llegamos a 1959, año clave en la historia del grupo: consiguen su primer contrato de grabación; pero tan importante como eso fue el hecho de que Gosálvez había dejado la batería poco antes para dedicarse al bajo, ante la llegada de Fernando Árbex. Ya iban unos cuantos cambios de personal y seguirá habiéndolos hasta el final de los Estudiantes, pero esta llegada es un punto y aparte en la historia del grupo. 

Hablar de Fernando Árbex es, sencillamente, hablar de uno de los padres de la música moderna española. Su importancia trasciende la década hasta llegar casi al momento de su muerte, pronto hará diez años... pero no adelantemos acontecimientos: con dieciseis años, Fernando, que además de la guitarra había comenzado poco antes a tocar la batería más o menos en serio, ya tiene la soltura suficiente como para presentarse ante los Estudiantes (que en realidad estaban buscando un bajista) y obligar a Gosálvez a cambiar la batería por el bajo. Y poco después entra su hermano Luis, que junto a Jose Luis Palacios y Barranco forman un trío de guitarras. La participación del quinteto en la película -bastante horrenda y tópica- “Pasa la Tuna” no pasa inadvertida para Ángel Álvarez, que por entonces ya es una autoridad en “Caravana musical” e indirectamente les consigue un contrato con Philips, que publica su primer EP antes de que acabe la década de los 50. En él tenemos “Ready Teddy” y “La Bamba” junto a la instrumental “Woo hoo”, que los Rock-A-Teens habían sacado muy poco antes, y el Romance Anónimo de toda la vida que los hermanos Árbex convierten en “Me enamoré de un ángel”, una balada bastante flojita. He elegido “Ready Teddy” porque está bien hecha y por otra parte revela el inglés macarrónico que manejaba Pepe Barranco y otros muchos cantantes hispanos contemporáneos: 

En 1960 participan en una nueva película: “La corista”, que no recuerdo haber visto pero me temo será un bodrio muy de la época teniendo en cuenta que la tal corista resulta ser Marujita Díaz, y el galán Espartaco Santoni. Aunque bueno, también participan Tip y Coll… No sé... si alguien me la recomienta tal vez la busque. Pero a lo que íbamos: tanto las ventas del disco como las actuaciones son escasas, porque todavía no hay aficionados suficientes; y eso aconseja a los Estudiantes seguir estudiando, por si acaso. Pero a finales del 62 llega el prometedor suceso que hará visibles a unos cuantos grupos incipientes: las famosas matinales del Price. Junto a otros grupos como los Pekenikes, Sonor y demás familia, nuestros amigos se consagran como lo que son: los pioneros. Y en 1963 graban su segundo EP, donde demuestran estar al tanto de la nueva moda que los grupos surf americanos y los Shadows desde la Isla están imponiendo: solo hay un rock and roll, el clásico “It’ll be me” de Jerry Lee Lewis, que abre el disco; la otra, “Guitarra tango”, es de los Shadows. Y la cara B tiene otras dos intrumentales, que además son de cosecha propia: “Una estrella fugaz” y “Colette”. No se puede negar la influencia en ellas de Shadows, Tornados y otros grupos en esa onda (de hecho suenan casi a fotocopias), pero la cosa tiene mérito; oigan si no esta encantadora estrella fugaz donde, dejando aparte el arreglo orquestal tan propio de su estilo, se nota que el grupo ha madurado mucho.


Tras la grabación de este disco se marcha Luis Sartorius, que había entrado poco después de la película corista sustituyendo a José Gosálvez. Luis, más interesado por los aspectos técnicos que por la militancia en un grupo, pasa a formar parte del staff artístico de Philips; pero por poco tiempo, ya que la casa Zafiro le ofrece la posibilidad de crear un subsello “moderno” con plenos poderes: nace así Novola, que durante varios años será un referente nacional. Mientras tanto, a principios del 64, el ahora cuarteto graba su último EP, totalmente instrumental, donde ya comienza a notarse la creatividad y el liderazgo de Fernando Árbex: salvo la primera pieza, una versión de “Don Quijote” compuesta por Augusto Algueró y cantada por Rocío Dúrcal en “Rocío de La Mancha” (glub), las demás son suyas. Y estamos ante una banda surf que no tiene nada que envidiar a las americanas, en serio: “Pecosa”, “Poncho” y “La pulga” (que luego, modificada y cantada, será uno de los primeros éxitos de los Brincos) son la mejor demostración. 

En la Semana Santa del 64, poco después de la publicación de este disco, se presenta la desgracia que acabará con el grupo: Luis Árbex, que estaba cumpliendo la mili en la base de Torrejón, muere pocos días después de fracturarse el cráneo al caer de un camión. Aunque su ausencia es rápidamente cubierta por Manolo González, la sensación general es que no se puede seguir adelante sin él. Y el primero que desea abandonar ese reducto de tragedia que ahora son los Estudiantes es su hermando Fernando, que muy poco antes de que el grupo anuncie oficialmente su desaparición recibe una interesante propuesta de Luis Sartorius: tiene en mente la idea de crear la alternativa española a los Beatles, nada menos. Pero a principios de Septiembre de ese año terrible, Luis muere en un accidente de tráfico. Los Estudiantes, definitivamente, ya no existen. Y Fernando Árbex, junto a Manolo González, decide que el mejor homenaje posible a los dos Luises muertos es lanzar cuanto antes esa alternativa a los Beatles; que se llamarán Los Brincos y de los que por supuesto hablaremos cuando toque. En cuanto al indómito Pepe Barranco, que prefiere no participar en ese proyecto, pasa a ocupar el puesto de Juan Pardo en los Pekenikes (Juan será otro de los integrantes de los Brincos) para luego seguir una trayectoria sin brillo pero muy extensa que aún hoy lo mueve a actuar de vez en cuando al frente de un grupo inequívocamente nostálgico: Los Ex-tudiantes. 

Y esta es la azarosa historia del primer grupo español moderno. Tres Eps, doce canciones son todo su legado. Pero su sombra es mucho más amplia: Los Brincos y la enorme influencia que ejercieron en el origen de muchos otros son la prueba. 


miércoles, 24 de abril de 2013

España: la travesía del desierto (VI)


Yo creo que con la entrada de hoy será suficiente para cumplimentar la invasión hispanoamericana y empezar con los nuestros, que a fin de cuentas es el objetivo de este culebrón: solo con los grupos mexicanos ya tendríamos para un buen rato, pero únicamente los Teen Tops alcanzaron un éxito masivo aquí. El resto tuvo una publicación discográfica muy fragmentada y por lo general interesaron más a nuestros músicos, para tomar notas, que al gran público. Por otra parte la mayoría carece de un espíritu propio, y a veces resulta difícil distinguir las canciones de unos de las de otros. Así que nos despediremos de ese país citando a los Apson: un grupo muy completo, que tocó muchos palos y mereció más atención de la que tuvo entre nosotros, pero que llegó un poco tarde. 



Los Apson forman parte de una segunda generación de grupos que proceden del norte del país y se van alejando del rock and roll tradicional o integrándolo con nuevos estilos. En 1963, dos años después de su formación, aparece su primer disco grande: “Llegaron los Apson”. Es totalmente instrumental a pesar de que cuentan con dos excelentes vocalistas, pero en ese momento los grupos instrumentales -sobre todo con sonido surf- están de moda en todas partes y su sello discográfico prefiere no arriesgar mucho. Se notan las dudas de una época en la que no está claro por dónde tirar, ya que es un compendio de géneros que van desde el “Twist hawaiano” hasta aproximaciones al blues como “Fumando”. Y aunque no es un gran éxito, los hace suficientemente conocidos como para publicar el segundo ese mismo año: “Bailando y cantando”, que inaugura un enorme reguero de grabaciones en el que se hallan comprendidos prácticamente todos los estilos imaginables, desde Chuck Berry hasta los invasores británicos. Porque esa es otra: los Apson comienzan a trabajar el beat y el rhythm’n’blues isleño casi desde su nacimiento, siendo de los primeros grupos hispanoamericanos que se atreve, y con éxito además: su carrera dura toda la década. Y para que vean lo bien que se desenvuelven con ese material, aquí les dejo “El microscópico bikini”, “Por tu amor” y “Estoy clavado”. No hace falta que les diga cuáles son las originales, ya lo verán. Ah, y fíjense en las letras, que tienen mucha gracia, sobre todo la del bikini: era otro de los puntos fuertes de los Apson... las letras, no el bikini.  





Bajemos de nuevo a Cuba, porque además de los Llopis y algunos solistas hay otra agrupación que también nos invadió con todos los honores: las legendarias Hermanas Benítez, verdaderas precursoras de las Supremes. Comenzaron a mediados de los años 50 y siendo cinco, aunque su formación más popular (sobre todo en España) es la de trío. Al igual que los Llopis, su repertorio es muy amplio y va desde el folclore caribeño hasta versiones de la Motown o la factoría de Phil Spector, pero su popularidad superó con mucho a los abueletes: en 1957 hicieron su primera gira en los States, que las llevó luego a México para, desde ahí, arrasar en prácticamente toda Hispanoamérica y por supuesto España, a donde llegaron a principios de 1960. Durante varios años fueron asíduas de nuestra televisión y de las más famosas salas de baile; su éxito aquí fue de tal calibre que decidieron quedarse a vivir, y aunque su época dorada comenzó a decaer a mediados de los sesenta todavía siguieron actuando casi otros veinte años más. Su canción más recordada es “Corazón de melón”, un hit planetario del calibre de “La Pachanga”, con tantas versiones como ella (procedente de una de las muchas películas mexicanas en las que intervinieron) y que pueden ustedes admirar en Youtube aunque inexplicablemente solo he encontrado una actuación defectuosa de sonido y metraje, además de ser posterior en varios años a su publicación. Y en lo que respecta al material más cercano a los gustos de este tugurio, aquí tienen ustedes dos lindas versiones: “Tú serás mi baby”, que evidentemente corresponde al “Be my baby” de las cósmicas Ronettes, más “Chao, chao”, el equivalente latino de “Downtown”, de la gran señora british Petula Clark. Ninguna de ellas llega a la altura de las originales (eso es imposible), pero dieron pie a algunas señoritas hispanas para hacer sus propias versiones. 




Y el último gran nombre de la invasión hispanoamericana que se me ocurre son los TNT. Son tres hermanos de origen italiano cuya familia se asentó en Uruguay; dan el salto a Argentina a finales de los 50, allí comienzan a grabar una ristra de éxitos que se extiende por toda Sudamérica y en 1962 aterrizan en España. Al igual que pasó con las Hermanas Benítez su popularidad entre nosotros los decide a fijar aquí su residencia, fichan inmediatamente por el sello Belter y llegan a representar a nuestro país en el festival de Eurovisión del 64 con "Caracola", una canción bastante pesadita. Aunque su repertorio, muy amplio, va desde el country hasta las baladas, sus piezas más populares podrían encuadrarse en un pop primitivo que dejó algunos éxitos tan inolvidables como estos dos: “Media novia”, compuesta por el inefable Palito Ortega (un invasor argentino cuyo repertorio no cuadra mucho aquí), que ellos convierten en un rock and roll “de aquella manera”, y el gran cañonazo que aún se oye ahora en algunos programas deportivos o humorísticos titulado “El partido de fútbol”, versión de “La partita di pallone” que hizo Rita Pavone (una de las grandes embajadoras italianas de la canción ye-yé). Tal vez si algún jovenzuelo se ha parado a oir a las Hermanas Benítez y ahora se encuentra con los TNT pensará que chocheo, pero posiblemente los de mi quinta lo agradezcan. Además, ya lo he dicho muchas veces: lo mío es el pop, aunque no lo parezca; el pop es un concepto muy amplio, y esto es Historia pura. 





lunes, 15 de abril de 2013

España: la travesía del desierto (V)


El otro día vimos que los abueletes del rock and roll cantado en español, los Llopis, se fueron a vivir a México cuando en su Cuba natal la cosa se puso revolucionaria. El país mariachi, donde ya tenían una fama notable con sus grabaciones, era como su segunda patria. Y al menos en el caso de la música que nos ocupa, esa popularidad era lógica: por su vecindad con los yanquis, los mexicanos pronto se vieron embrujados por el nuevo ritmo; si a eso sumamos el descubrimiento hecho por los cubanos de que nuestro idioma era tan válido como cualquier otro para cantar tales canciones, no es de extrañar que entre finales de los años 50 y principios de los 60 surgiesen grupos como setas por toda la geografía del país, con mucha diferencia sobre el resto de Hispanoamérica. La mayoría de ellos no llegó a este lado del océano salvo por dos o tres canciones aisladas, pero hubo algunos que consiguieron invadirnos plenamente; y de entre ellos destacan los Teen Tops, que también en su país fueron los más grandes. Por otra parte representan un gran salto en la “cadena evolutiva”: aunque no son los primeros en grabar un disco de rock and roll (ese honor es para Los Locos del Ritmo), sí lo son en versionar también a los ídolos negros del género, algo a lo que nadie se había atrevido hasta entonces. Con el tiempo tanto ellos como otros incluirán piezas del beat británico en su repertorio, aunque se les nota mucho que no es lo suyo; y por otra parte ya nos afectan menos porque teníamos cerca a los originales: la llegada del beat oscurecerá por unos años la oferta americana, sea del país que sea. 

De todos modos, ya que he citado a Los Locos del Ritmo y aunque su popularidad aquí fue mucho más reducida, creo que se merecen una reseña por ese primer LP rockero en español. Y ese es su título, además: “Rock!”. Las diferencias con los patriarcas Llopis son enormes, puesto que los mexicanos ya son un grupo eléctrico hecho y derecho; por otra parte, aunque hacen concesiones al folclore tradicional lo enfocan desde un punto de vista mucho más moderno: si los Llopis en su “Rockabillidad” meten “La Pachanga” estos meten “La Cucaracha”, no menos temible; pero su versión es instrumental y en ella se nota la influencia de la naciente música surf yanqui, lo que la hace agradable para la nueva generación. Porque los Locos son unos vanguardistas que ya han oído a Duane Eddy o a Johnny & The Hurricanes, es decir, conocen los orígenes de esa nueva corriente que inundará los States en el primer quinquenio de los 60. Y no solo eso, sino que también crean sus propias piezas, muchas de ellas instrumentales (alguna en tono blues). Sin embargo, tanta vanguardia asusta a su casa discográfica: el disco fue grabado entre 1958 y principios del 59 pero no se publicará hasta 1960, cuando por fin sus gerifaltes se convencen de que eso del rock and roll parece ser un buen negocio. Seguirán publicando discos de gran nivel durante un tiempo, y como he dicho arriba su época dorada terminará a mediados de la década; pero, con unas formaciones u otras, han estado activos hasta hoy mismo. 

Aquí tienen dos muestras de ese primer disco grande: “Nena, no me importa”, su versión de la incombustible “(You’re so square) Baby I don’t care”, compuesta por Leiber y Stoller en el 57 -o sea, que entre la de Elvis o Holly y esta hay menos de un año- y la instrumental de cosecha propia “Un vasito con agua”… Bueno, me voy a estirar un poco: a ver qué les parece luego la versión de “Peter Gunn” (una de mis instrumentales preferidas de todos los tiempos) que ellos, muy patriotas, titulan “Pedro Pistolas”. 






No está claro que los Teen Tops hayan sido el mejor grupo mexicano: hay opiniones para todos los gustos. Yo los veo más clásicos, menos arriesgados y creativos que los Locos. Pero desde luego sí fueron los más populares en España y en casi toda Hispanoamérica (gracias a la potencia de su sello, CBS). Y como dije antes, es el primer grupo grande que hace versiones rockeras tanto de la rama blanca como de la negra. Tras un corto período de ensayos, se presentan a mediados de 1960 con dos que resumen perfectamente esa mezcla: “Good golly miss Molly”, que había hecho famosa Little Richard y que ellos convierten en “La plaga”, junto a “El rock de la cárcel” (ya saben ustedes de quién). Ambas versiones cruzaron el Atlántico y se convirtieron aquí en una plaga de verdad: todo cuanto grupo o solista moderno hubo en nuestro país hizo su versión correspondiente de una canción o la otra, cuando no de las dos (y son los Teen Tops los que, con sus traducciones un poco chuscas, crean el verbo “rocanrolear”). Por tanto, en lo que a España se refiere, no hay discusión: ellos fueron la gran referencia. Y poco después aparece su primer LP, en el cual se nota la querencia por el Pequeño Ricardo ya que la mitad de las piezas son versiones de ese locuelo; el resto se compone de canciones que había hecho famosas Elvis más el “High school confidential” de Jerry Lee Lewis… y “Muchacho triste y solitario”, versión de “Lonely blue boy”, un éxito de Conway Twitty. El señor Twitty, uno de los grandes monstruos de la balada country americana, es además venerado por Enrique Guzmán, cantante y líder de los Teen Tops. Los intereses de Guzmán y los del resto del grupo no siempre son coincidentes. 

Mientras tanto, en España la cosa va como la seda. Sus discos se venden a montones, y algunos principiantes patrios como Miguel Ríos reconocen haber sentido la llamada del rock gracias a ellos. En los discos siguientes aparecen Ray Charles, Chuck Berry, Carl Perkins o Fats Domino al lado de baladistas como Neil Sedaka; y aunque entre las versiones no se ven muchas baladas, las pocas originales que incluyen (casi todas compuestas por Guzmán) son de ese estilo. Por otra parte, el cantante ya mantiene una carrera solista en paralelo desde el principio: en 1960 debutó con una versión de Paul Anka, otro baladista estrella del naciente highschool (un género dulzón para adolecentes creado por la gran industria para contrarrestar la incursión rockera de los sellos pequeños). Y a finales del 62 rompe con el grupo para seguir en solitario; a partir de entonces su fama crece aquí en la misma proporción en la que se va desvaneciendo la de los Tops. Esa ruptura y la diferente suerte que corren uno y los otros refleja con exactitud lo que está pasando en el mercado, porque las razones son las mismas que en América: las grandes marcas recuperan el poder con el hundimiento del rock and roll (hundimiento al que ha contribuido indirectamente el asunto de la payola y otras malas artes), sustituido por las canciones “de amor”. Y únicamente la música surf (más la variante Shadows británica) podrá hacerles frente hasta que llegue el beat: también eso lo veremos aquí. El caso es que los grupos pioneros pronto comienzan a ser un anacronismo; y aunque en nuestro país, por su atraso, todavía seguirán siendo populares casi hasta el 65, para entonces los melenudos isleños ya están enseñando el hocico. 

Y habrá que estirarse también con los Tops, ya que lo he hecho con los Locos. Aquí tienen ustedes las tres canciones más populares en nuestro país: las ya citadas “La plaga” y “El rock de la cárcel” más otra que publicaron en 1961 y que causó un revuelo similar o mayor entre la juventud moderna nacional: la inolvidable “Popotitos”, versión de “Bony Moronie”, el mayor éxito del malogrado Larry Williams. Tiempo le faltó a Mike Ríos para aprendérsela y sacarla a toda velocidad, acompañado de los Relámpagos. 






lunes, 8 de abril de 2013

España: la travesía del desierto (IV)


El rock and roll, que a mediados de los años 50 era el último grito en los States, no llegó a ser popular en España hasta finales de esa década: las principales casas discográficas del género, como Sun o Chess, eran de poca envergadura y no tenían distribución aquí. Solo Elvis, a partir de su ventajoso salto a la RCA, comenzó a ser oído con cierta regularidad, pero de los demás se sabía muy poco. Sin embargo, en la mayoría de los países hispanoamericanos hubo casi desde el principio unos cuantos músicos que estaban al tanto de las novedades gringas. Y aunque la mayor parte de su repertorio se basaba en los ritmos tradicionales de la zona, de vez en cuando se atrevían a intercalar alguna versión rockera. Porque esa era otra de las características por entonces: eran polifacéticos, atacaban varios estilos con la intención de abarcar el mayor número posible de oyentes. Varios de esos nombres prehistóricos llegaron a ser famosos en España, a donde se desplazaban con frecuencia, e incluso en algunos casos llegaron a residir aquí por un tiempo. Tenemos así una curiosa “invasión hispanoamericana” que nos permitió ir conociendo un poco más esa música diabólica: junto a los solistas clásicos como Antonio Machín o Luis Aguilé, por el medio vinieron algunos conjuntos que han pasado a la depauperada historia musical española. Y hoy hablaremos de los primeros, los precursores, los Llopis. Ya les aviso, la cosa va a quedar un poco pachanguera. 

Los Llopis son un cuarteto cubano que inició su carrera a principios de los años 50 en las salas de fiestas de su país. Por entonces (recuerden, Fulgencio Batista es quien manda) Cuba estaba llena de turistas yanquis que disfrutaban con el exotismo de las músicas caribeñas tales como el mambo, el merengue o el cha-cha-chá, los ritmos básicos en el arsenal de toda orquesta o grupo de la época tanto allí como aquí. Pero con el auge del rock and roll, el público más moderno comenzó a solicitar piezas de ese nuevo género; y ellos, que conocían los States por estudios y afición, ya estaban al día: en poco tiempo tuvieron preparadas unas cuantas versiones en español de los rockeros blancos como Elvis o Bill Haley, versiones que iban intercalando entre su repertorio más tradicional. Por otra parte resultaba muy novedoso ver a un grupo caribeño que, partiendo de los sones y los instrumentos tradicionales, se atrevía a añadir otros tan lejanos como la steel guitar (esa cosa que maneja Frank Llopis, el de la izquierda en la foto) para dar a su sonido un aire hawaiano de vez en cuando. Pronto llegaron a la cumbre de los grupos cubanos: ya contaban con varias grabaciones, y su novedosa incursión en el ritmo de moda los coronó definitivamente haciendo caer el mito de que “es imposible que el rock and roll suene bien en nuestro idioma”. Pero el 1 de Enero del 59 se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar: los Llopis, que lo vieron venir, habían abandonado el país poco antes para establecerse en México, donde ya tenían un prestigio. 

1959 fue un año muy denso para estos señores. Antes de nada se pusieron a regrabar sus canciones más populares en un sello mexicano; con lo cual esas canciones, que no habían pasado aún de moda, vivieron una segunda juventud. A continuación ampliaron el rango de formatos concentrando el repertorio básico en dos Lps que salieron a la venta en un corto intervalo de tiempo: el primero se compone casi exclusivamente de boleros, mientras que el segundo, “Rockabilidad”, ya se pueden imaginar de qué va con ese título. Ahí se encuentra la mayor parte de las canciones gringas que fueron trasladadas al español por los Llopis, y en él vemos su predilección por la raíz rockabilly (“Rock-a-billy” es precisamente la pieza que ellos transforman en “Rockabilidad”: grabada en 1957 por Guy Mitchell, su éxito había sido enorme tanto en los States como en la Isla, donde llegó al número 1). Pero en aquella época de EPs y singles, un disco grande no tenía el espíritu de unidad que adquirió años después; por entonces se consideraba más bien como un cajón de sastre en el que podíamos encontrarnos con las piezas más insospechadas, y este no fue una excepción. Porque ahí viene incluido un título que no tiene nada que ver con el resto: “La pachanga”. Dios mío. Qué lejos estaban los españoles de sospechar lo que se les venía encima… 

“La pachanga”, compuesta en ese mismo año por un músico cubano, es básicamente un cruce entre cha-cha-chá y merengue. Su popularidad, tanto en Hispanoamérica como en España, fue arrasadora, y se desconoce el número de versiones que llegó a tener. Los Llopis la incluyeron en ese disco tal vez por ser lo más reciente de su repertorio, que ellos equipararon a “lo más moderno”: otra explicación no hay. Pero el caso es que fue esa canción la que los trajo a España, donde actúan por primera vez en la sala Florida de Madrid. Y en esa misma actuación son contratados por la casa Zafiro para grabar de nuevo algunas de sus piezas más famosas: les llevó una mañana, lo cual hizo más barato eso que pagar los derechos de las grabaciones mexicanas para su distribución en España (en aquella época la exclusividad de los sellos discográficos con los artistas era muy elástica). Mientras tanto, en Cuba como en los demás países caribeños, “La pachanga” llegó a formar parte del patrimonio nacional convirtiéndose además en un nuevo género, y aquí nos topamos con otra tontería filológica: en aquellos tiempos y aquellos lugares, “pachanga” acabó siendo un buen modo de reflejar el carácter de esos pueblos; y así lo entendió el mismísimo Che Guevara cuando definió el régimen político de los barbudos diciendo que “lo nuestro es un socialismo con pachanga”, o cuando García Márquez describió la isla como “una pachanga fenomenal”. Pero en España la cosa fue muy distinta: al principio nuestros padres la bailaban en las fiestas patronales o las que hubiere, amenizadas por la orquesta del pueblo (si una orquesta no tenía esa pieza en el repertorio, no era una orquesta). Esa furia pachanguera duró varios años; los bebés se hicieron niños, los niños adolescentes… y la nueva generación, hastiada de tanta pachanga, comenzó a darle otros significados que ustedes ya conocen. Ah, y por si alguien no la ha oido nunca… a mí no me miren: está en Youtube

En los primeros años de la nueva década los Llopis se hincharon a hacer giras por toda Hispanoamérica, pero su producción discográfica comenzó a escasear: el grueso de su repertorio ya estaba hecho. Y gracias a ellos el público español moderno se enteró con más claridad de lo que era ese extraño rock and roll, del cual aquí se sabía tan poco mientras en el país de origen ya casi estaba pasado de moda. Su estela siguió proyectándose hasta mediados de los 60 y, dejando pachangas aparte, su valor como pioneros es innegable. Como muestra de ello, aquí les dejo dos versiones magníficas: “Rock-a-beatin’ boogie”, compuesta en 1952 por Bill Haley (cuando, teóricamente, aún no existía el rock and roll) y “All shook up”, la inolvidable pieza de Elvis que ellos bautizan como “Estremécete”. En ambos casos se hace notar la gran empatía que demuestran: no solo están bien hechas sino que suenan totalmente creíbles, como si fuesen suyas, y el modo de cantar se ajusta a las originales. Aún diría más, y perdónenme el sacrilegio: casi superan la de Elvis, enriquecida con esa steel guitar y el tono pasional del cantante (Manolo Vega, un enorme "vocalista", como se decía antes. Y no solo por su estatura). Eso, en un grupo pachanguero, no es frecuente. 






martes, 2 de abril de 2013

España: la travesía del desierto (III)


A ver si hoy acabamos de perfilar la situación y los “condicionantes socio-históricos” de la década: aunque suele ser la parte más pesada de estas historietas, comprenderán ustedes que sin una composición de lugar se hace difícil valorar el mérito que tuvieron los músicos españoles de entonces. Es evidente que ninguno de ellos llegó a la altura de los americanos o británicos, y que especialmente el rock no es un género para los europeos del sur (salvo muy honrosas excepciones); pero con todo lo que tuvieron en contra hay que reconocer que su lucha fue heroica. 

En lo relativo a los medios de comunicación, ya hemos visto que el más popular fue la radio: dinámica, muy accesible y directa. La televisión, que había comenzado a emitir a finales del 56, será todavía un instrumento caro y casi elitista hasta mediados de esta década, y su papel dinamizador fue mucho más pequeño: dejando aparte su apoyo a los festivales de raigambre protagonizados por cantantes solistas, pocos programas hay que destacar en el primer quinquenio salvo “escala en HI-Fi”. Dicha escala, nacida temerosamente en 1961 y “camuflada” hasta el 65 en el interior de “Teledomingo”, uno de los primeros “programas magazine” en España, venía siendo una colección de éxitos del momento “interpretados” en play back por personajes que no tenían nada que ver con los artistas originales. Hubo sin embargo algunas caras conocidas entre esos “mimos” (no se les puede llamar de otra manera): el mismísimo Juan Pardo, por entonces en los Teleko, fue uno de ellos entre 1962 y 63; Juan Erasmo Mochi o Karina se hacen famosos ahí; e incluso otros cuya carrera no tiene la más mínima relación con la música, como Concha Cuetos o María José Goyanes, pasaron por ese programa, que duró hasta 1967. La cosa había mejorado un poco el año anterior con la aparición de “Tele-Ritmo”, aún con la mayoría de su contenido en play back pero donde incluso se atrevieron a invitar a grupos de jazz (estos en directo, claro): terminó en el 69. Y por último podemos añadir que a finales de la década, con la implantación de la UHF (la que ahora se conoce como La 2), aparecerán algunos programas vanguardistas como “El último grito”, realizado por el prometedor Iván Zulueta: surgido a mediados del 68 pero demasiado avanzado para la época y el país, llegó hasta principios del 70. 

La prensa musical es también muy primitiva. En primer lugar no hay verdaderos especialistas que se atrevan a escribir un artículo sobre grupos foráneos o nacionales con verdadero conocimiento: el patético sistema de “corta y pega” que se hacía a base de notas promocionales suministradas por las casas discográficas era lo más frecuente; sumando algunas frases pilladas al vuelo -a veces mal traducidas- en alguna revista foránea, el resultado solía ser penoso. Era frecuente leer comentarios del tipo “Fulanito es el que tiene el pelo más largo del grupo” o “A Menganito le gustan más las rubias que las morenas”. Por otra parte el número de aficionados a los nuevos ritmos era pequeño, lo cual las convertía en un batiburrillo que no contentaba a nadie: una breve reseña sobre “esos melenudos Beatles” podía resultar lo único interesante en un grupo de hojas donde el protagonista era Raphael, seguido a corta distancia por Rocío Dúrcal o los nuevos jerseys de Sylvie Vartan. Porque al menos en el primer quinquenio, la mayor parte de las revistas apoyaban claramente a los cantantes melódicos nacionales o extranjeros: los grupos seguían siendo sospechosos. Esta situación se mantendrá casi hasta finales de la década, con la aparición de publicaciones más serias como “Mundo Joven” y sobre todo “Disco Express”. 

Muchas de esas revistas pioneras nacieron y murieron en un corto lapso de tiempo, pero algunas como “Discóbolo”, “Fans” o “Fonorama” duraron unos cuantos años. Y gracias a ellas descubrimos curiosidades sorprendentes, como el origen del adjetivo francés “yé-yé” y su degeneración española en “yeyé”: en el año 63 “Fonorama”, una especie de clon de la francesa “Salut les copains”, informa de la irrupción en aquel país de una serie de cantantes muy modernas y guapas a quienes la prensa gala comienza a llamar “yé-yé” (una herencia afrancesada del “yeah” sajón): Françoise Hardy, la Vartan… y algunos cantantes masculinos también muy agraciados, como Johnny Hallyday o Richard Anthony. El término hace fortuna en España; pero aquí somos muy machotes, y de la inicial alegría por ver en las calles a algunas jovencitas desenfadadas con esos peinados y las medias de colores… pasamos al desagrado porque también aparecen jovencitos vestidos “como músicos” (definición peyorativa muy de la época) y con el pelo demasiado largo. Justo por entonces esos otros melenudos chillones, esos Beatles, suenan en todas partes interpretando “She loves you” (yeee yee ye): también esa canción se hace popular aquí, para bien y para mal. Y digo para mal porque la gente de orden asocia inmediatamente a los ye-yés (en España cae el primer acento, como es lógico) con los maullidos y el aspecto de los isleños, con lo cual la suerte está echada: quitemos el guión y ya tenemos nuestra propia palabra española para definir a esos individuos. Poco después, “Fonorama” publica un artículo en el cual lamenta haber introducido el término: “Ye-yé” comenzó siendo una palabra simpática, y así lo entendimos nosotros… ye-yé eres tú, lector amigo. Pero ahora se emplea con ironía, y quien lo hace puede estar pensando en “cursi”, “ridículo”, “afeminado”, “snob”, “retrasado mental” y cosas parecidas. Pero un ye-yé no es un gamberro. Hoy sin embargo, a “Fonorama” le gustaría quitar del mapa la dichosa palabra”. Ya sé, esta tontería filológica no viene a nada. O sí. Pero me apetecía contarla. 

Y ahora llega el momento de dar el salto. Supongamos que un aficionado decide aprender a tocar algún instrumento eléctrico, o una batería. Ahí empieza su calvario: los instrumentos son caros y de mala calidad, muchas veces fabricados de forma artesanal. Porque, a menos que seas de buena familia, marcas como Gibson o Fender son mitos inalcanzables. Si ya el precio original es altísimo por la diferencia de nivel de vida y el cambio de la moneda, la importación de esos artefactos está fuertemente gravada por impuestos de todo tipo (entre ellos el famoso “impuesto de lujo”, que ya lo dice todo). Por eso vemos tantos hijos de altos ejecutivos, militares o diplomáticos en la génesis del rock español (como en la de muchos países latinoamericanos), porque tener una guitarra y un equipo de amplificación decentes no está al alcance de la clase trabajadora. Pero sigamos suponiendo: ese aficionado, que ha conseguido a base de sangre, sudor y lágrimas una cierta destreza con algo remotamente parecido a, por ejemplo, una guitarra eléctrica, se reúne con otros de su misma condición y decide crear un grupo (que por entonces y en España no se llamaba grupo, sino “conjunto musical”). Es posible que algún familiar tenga un garaje o cualquier otro bajo disponible para ensayar, o que algún propietario menos receloso que otros acceda a alquilarles uno, y que esos aficionados tengan aptitudes para componer o versionar piezas actuales. Pero les costará trabajo demostrarlo ante el público, porque tampoco hay muchos locales aptos para una actuación. 

Llevando las suposiciones casi hasta el delirio, imaginemos que han conseguido un sonido de conjunto aceptable; que en su repertorio hay algunas piezas que valen la pena y tienen un manager que realmente se preocupa por ellos, sabe de qué va el negocio y no les roba. Y llegan ante una casa discográfica, que en esos tiempos es una verdadera lotería: por lo general los equipos de grabación no están pensados para grupos eléctricos sino para cantantes con o sin orquesta, y sus ingenieros de sonido tienen una mentalidad acorde con esos planteamientos. Por otra parte, muy pocas discográficas suenan decentemente: en ese momento solo EMI, en Barcelona, tiene un nivel aceptable (gracias a la ayuda de su casa matriz británica, que le suministra los equipos y mesas de mezclas -de dos pistas- que les van sobrando). Los sellos radicados en Madrid no se preocupaban tanto. Y sus directivos no confían en los grupos españoles, dudan de su talla creativa, lo cual implica que los productores rara vez les consienten una pieza propia: la mayoría del material en los primeros años de la década son versiones. Pero en fin, han llegado hasta ahí; incluso es posible que consigan un relativo éxito… y justo en ese momento toca hacer la mili. Sí señores, el servicio militar obligatorio, que por entonces duraba dieciséis meses. Si estabas en la Universidad podías ir esquivando la llamada de la Patria a base de prórrogas hasta los veinticinco años más o menos, pero al final te cazaban. Y esa llamada fue el golpe que hundió a muchos “conjuntos musicales”: a un ritmo de cuatro levas al año, podía ocurrir que dos o tres miembros tuviesen que abandonarlo todo y ponerse el uniforme en un corto plazo de tiempo. Y posiblemente a la vuelta ese grupo ya no existía, ni quedaban ganas de intentarlo de nuevo. La mili te había hecho un hombre. 

Esta es, a grandes rasgos, la situación que debían afrontar los valientes -o inconscientes- aficionados que se atrevían a meterse en el proceloso mundo de la creación musical en España. Por eso, volviendo al primer párrafo, digo que fueron verdaderos héroes; y que si su talla creativa por lo general no era como para echar cohetes, su decisión y amor por esa música ratonera les ha honrado para siempre. Y aquí lo dejo, que me está saliendo la vena patriótica y yo soy un tío muy serio, muy comedido.