martes, 28 de enero de 2014

1971 (XI)


Como dije el otro día, Canterbury es el sitio ideal para relajarse un poco después de tanta seriedad, de tanta cara larga y circunspecta: sus músicos, crecidos en plena ola psicodélica, tienen un peculiar concepto de la vida y de la música, proveniente del espíritu de comuna intelectualizada que puso en marcha aquella deliciosa agrupación llamada Wilde Flowers. El primer vástago de dicha comuna fueron los Soft Machine de Daevid Allen, Kevin Ayers y Robert Wyatt; pero los tres abandonaron pronto el grupo, que en la actualidad se dedica al free jazz vanguardista y se encuentra fuera de nuestro campo de acción. Allen, la célula primigenia de los Machine pero el primero en irse obligado por problemas de papeles, es miembro honorífico de este local desde 1969, fecha en la que el fastuoso planeta Gong se da a conocer a los humanos. Y la misma categoría tienen desde un año antes los primos Sinclair (Richard y David), Pye Hastings y Richard Coughlan, todos ellos antiguos Flowers y ahora integrantes de mis amados Caravan. 

El planeta Gong, una locura psicodélico-progresiva con tintes hindúes que sigue manteniendo el espíritu de comuna y cuyos habitantes, en palabras de Allen, “bajan de vez en cuando al planeta Tierra para alegrar a sus moradores con sus cánticos y su alegría”, es una dimensión perfectamente estructurada: los pot head pixies (es decir, los PHP) se desplazan por el espacio en teteras voladoras al ritmo de su emisora preferida, Radio Gnome, y su principal interés es el sabroso queso terrícola (francés, preferentemente). Como ya dije alguna vez, el asunto es serio. Y a esa seriedad se añade el alto nivel técnico de sus músicos: el trío básico está formado por Allen (guitarrista principal y voz, que en estos momentos se anuncia como Bert Camembert) junto a su pareja Gilli Smyth (también conocida como Shakti Yoni -la “vagina cósmica”-, chanteuse susurrante y compositora de la mayor parte de las letras) y el saxofonista-flautista Didier Malherbe, al que la pareja encontró cómodamente instalado en una cueva de Mallorca y que prefiere usar su nombre iniciático “Bloomdido Bad de Grasse” (siendo “Bloomdido” una clásica de Charlie Parker y “Bad de Grasse” una modificación chusca del inglés “bad grass”, o sea, “Malherbe”, o sea, mala hierba). Durante este año, el “bajo escafandra” estará en manos del Capitán de Submarino Christian Tritsch; la “batería y destrozos” generalmente a cargo de Pip Pyle, y los sonidos electrónicos los produce Francis Moze (a.k.a.Virgin de Luxe). Casi todos ellos proceden de pequeñas bandas francesas de jazz, lo cual implica un fuerte conocimiento del género; los problemas de aduana que tuvo Allen en el 68 les obligan a domiciliarse y grabar sus discos en el país del queso, donde la mayor parte de las salas están en manos de mafiosos poco aficionados a las músicas extraterrestres. Y aunque la situación cambiará pronto, de momento esos discos circulan por la Isla casi de tapadillo, apoyados por algunas actuaciones aisladas. 

En 1971 llega “Camembert electrique”, el segundo, una perfecta continuación del primero: un duendecillo de Radio Gnome presenta al grupo y este nos introduce en “You can’t kill me”, una pieza a medio camino entre jazz rock y lo que sea, animada por los fraseos de Allen doblando las escalas de los intrumentos y un ritmo que por momentos es furioso. Va seguida por “I’ve bin stoned before”, afirmación sobre la que no nos cabe duda alguna: comienza con un hermoso canto que podría parecer casi eclesial de no ser por el extraño tono de las voces, seguido por un ejercicio de jazz rock psicodélico, o algo así. Y como el “algo así” resulta ser la definición más comprensible para este tipo de tonadas, aquí lo dejo: en conjunto nos hallamos ante un ramillete de cánticos espaciales, ritmos deconstruidos y siempre una perfecta ejecución técnica que se sobrepone a la maravillosa locura reinante en ese planeta y que nos hace admitir que la psicodelia electrónica de Gong no es para todos los gustos… pero los que hemos sido abducidos ya no tenemos más remedio que seguirlos. Pienso que Gong mantiene las esencias de los primeros Soft Machine, una banda que en la actualidad no guarda relación con sus inicios. Y vuelvo al principio: Allen, Ayers y Wyatt fueron los “ideólogos” de la Máquina, y los personajes que siguieron adelante -la mayor parte, discípulos de Allen desde los primeros años 60- son músicos de jazz-rock sin un “cuerpo de doctrina” personal y existencial como sus fundadores tenían. Esos personajes, si hubieran sido consecuentes, habrían liquidado la marca Soft Machine y creado una nueva banda… pero da igual, tal vez esta sea una simple pataleta mía. En cualquier caso, los aromas que emana el planeta Gong comienzan a sentirse en la Isla: su próximo disco ya será grabado allí. 

La Caravana, haciendo honor a su nombre, va despacio pero segura: a finales de este año publican “In the land of grey and pink”, su tercer disco y uno de los más recordados. Al igual que Gong, su estilo no varía con el paso del tiempo sino que se reafirma y adquiere más poso; es esta una de las características del sonido Canterbury, la fidelidad a una escuela que guarda poca relación con el resto de las propuestas progresivas de la Isla. De nuevo destaca el gusto por las melodías y la exquisitez de los arreglos, que combinan una especie de pop progresivo con los desarrollos casi oníricos suministrados por el órgano de David Sinclair y algunos detalles inesperados: “Golf girl”, la delicia que abre el disco, comienza con una entrada de metales que podría recordar a un orquestina tradicional dando paso a una de las canciones más características de este grupo, entrañable pero medida, con esa voz tan amigable que tiene el primo Richard (“…luego, en el curso de golf, después de tomar el té, empezaron a llover pelotas de golf: ella me protegió.... En el curso de golf hablamos en morse"), dejando claro que el sentido del humor, tan británico, es otra de las señas inconfundibles en la fauna de esa zona de la Isla. También tenemos la melancólica “Winter wine” seguida por “Love to love you”, una de esas canciones que debería haber sido un éxito en single, con su marchoso ritmillo coronado en su despedida por una flauta que parece llevarnos alegremente por un florido sendero poblado por mariposas y saltamontes… Alicia está presente, aunque no la veamos. Y ya se habrán dado cuenta de que no soy yo el más indicado para comentar este tipo de músicas, porque me puede el cariño. Aunque bueno, la cara B se pone un poco más seria: “Nine feet underground”, una pieza dividida en ocho “actos”, es una sucesión de cambios de estilo que abarcan desde el jazz rock hasta el rock puro, con desarrollos de órgano en varios tonos, dando como resultado una pieza ensoñadora que obliga a sentarse en el sofá y dejarse llevar. Claro que… ¿se hace eso todavía hoy? 

Poco después de la publicación de este disco, David decide unirse a Robert Wyatt en Matching Mole, una banda de jazz rock progresivo bastante oscura cuyas querencias vanguardistas recuerdan a los nuevos Soft Machine (nombre que traducido al francés sería “Machine Molle”: un nuevo juego de palabras), para luego crear Hatfield and The North -otra leyenda canterburiana- y, más adelante, volver a Caravan. Su puesto será cubierto por Steve Miller (nada que ver con ese muchacho de Wisconsin tan famoso), que procede de pequeñas bandas de jazz y se ha hecho un nombre como músico de estudio. Sin embargo y a pesar de esta gran pérdida Caravan siguen fuertes, ya lo verán. 

Y este es el estado actual de la encantadora escuela de Canterbury. Gente así da gusto, y me parece el mejor modo de despedir un género tan “trascendente”: tomándoselo todo de coña. Se vive más y se ahuyentan las enfermedades. 



martes, 21 de enero de 2014

1971 (X)



Charisma es un pequeño sello creado por Tony Stratton-Smith, un fan total de las “músicas raras”, que en su época fue referente muy importante en el sector progresivo más cercano al sinfónico (aunque también se ocupaba del mercado folkie, como ya vimos con Lindisfarne y String Driven Thing). Hay que recordar un hecho curioso pero que a la larga tuvo mucha importancia: uno de sus primeros fichajes fueron los Nice de Keith Emerson, que además de llegar al top 5 con su último disco en la Isla tuvieron un éxito considerable en Italia; y ese éxito hizo que algunas de las bandas de este sello se encontrasen con una recepción magnífica allí. Mientras en Alemania, la segunda potencia musical tras la Isla, se impone el progresivo free de CAN o NEU! junto a la psicodelia oscura de Amon Düül II, en Italia la tendencia sinfónica, más dulce, se adueña del mercado a gran velocidad, y muy pronto se harán conocidas en toda Europa bandas como la Premiata Forneria Marconi, Banco del Mutuo Soccorso, Quella Vecchia Locanda (¡qué nombres más largos!) y otros cuantos; que por cierto, en su gran mayoría serán fichados por sellos británicos: sin ir más lejos, la PFM o el Banco, tras hacerse un nombre en su país, pasaron al catálogo Manticore (propiedad de los ELP). Bien, pues en estos momentos es el mercado italiano (y en conjunto el continental) antes que el isleño, el que más popularidad otorga a las dos bandas de Charisma que estamos siguiendo desde su creación: Van Der Graaf Generator y Genesis, verdaderos referentes para los músicos de aquel país. Sus trayectorias son contrarias, ya que los generadores desaparecerán pronto de escena y por un largo período de tiempo mientras que Genesis, despacito pero sin pausa, se están asentando en la élite de este estilo. 

Como ya dijmos en otras ocasiones, Van Der Graaf Generator es el grupo protegido de Tony Stratton-Smith, que era su manager y los convirtió en la primera referencia del sello Charisma. En la Isla son una banda de culto, es decir, de mucho respeto y pocas ventas, mientras que en el continente las cosas les van relativamente mejor. Siempre se les ha considerado como un cruce entre King Crimson y Genesis; a lo cual yo añadiría que más cerca de los primeros que de los segundos, ya que a pesar de la fuerte carga lírica de Peter Hamill, su líder, el sonido es menos empalagoso que el de Gabriel y los suyos, e incluso un tanto crudo a veces, cercano a los postulados de Fripp: si existiese un género llamado "jazz-rock progresivo/melódico", sería una aproximación a lo que ellos hacen. A diferencia de los Crimson, la formación de este grupo es bastante estable desde hace un tiempo: junto a Hamill (voz, guitarra y ocasionalmente teclados) vemos al saxofonista David Jackson, al organista Hugh Banton y el batería Guy Evans. En otoño de 1971 publican su cuarto disco, que será el último de su primera época aunque ellos no lo sepan aún: “Pawn hearts”. 

Sé que la mayor parte de los parroquianos que acuden a este tugurio no son muy fans del género, así que me limitaré a detallar que el disco se compone únicamente de tres piezas: en la cara A tenemos “Lemmings”, con un vigoroso arranque muy típico del grupo, y luego un desarrollo mucho más suave donde se luce la voz de Hamill. Va seguida por “Man erg”, una balada progresiva donde una vez más Hamill demuestra tener el gancho suficiente como para convertirse en el protagonista. Y en la cara B hay una pieza única, aunque desarrollada en partes, con el título genérico de “A plague of lighthouse keepers”: son más de veinte minutos, que no recomiendo a quienes no se sientan verdaderamente atraidos por estos señores. A mí me gusta, pero a trozos, y reconozco que en la mitad de tiempo habría quedado mucho más atractiva. En todo caso, el disco tiene unas ventas muy pobres salvo en Italia, donde llega al número 1 y convierte a la banda en verdaderos ídolos. Pero a cambio se ven obligados a una diabólica tanda de giras por aquel país que los agota; y por otra parte hay tensiones entre Hamill y los demás, así que, el año que viene, aprovechando el cansancio y el poco éxito que tienen en la Isla, deciden separarse: Hamill seguirá una carrera en solitario irregular pero muy interesante, y reunirá el grupo de nuevo tres años después. 

Genesis, la segunda referencia del sello, tampoco ha tenido grandes ventas hasta este momento. Por otra parte, poco despues de grabar “Tresspass”, su segundo disco, pierden a dos de sus integrantes: el batería John Mayhew, que en realidad no se sentía a gusto con ellos, y el guitarrista Anthony Phillips, cuyo médico le aconseja dejar el grupo a causa de un grado muy alto de miedo escénico que lo hace psíquicamente inestable. En sus puestos entrarán Phil Collins, ex-batería de Flaming Youth, un grupo de pop psicodélico casi orquestal y un tanto tremendista (en la onda de los Moody Blues) que solo llegó a grabar un LP, aunque “Guide me Orion”, la pieza que lo abre, es una clásica del género; y como guitarrista tenemos a Steve Hackett, que junto a su hermano John se había hecho conocido en una breve asociación llamada Quiet World, una “fase” flower pop de los hermanos Lea y John Heather, que luego se dedicaron a los musicales y composiciones para el cine. A finales de 1971 la banda publica “Nursery cryme”, su tercer LP, que definitivamente los asienta como una de las más importantes dentro del género. 

El disco se abre con “The musical box”, que en poco tiempo se constituye en una standard del progresivo sinfónico y simboliza con exactitud la verdadera talla de la banda: esa primera parte cantada, envolvente, lírica, seguida por una fase de gran viveza y ritmo, la transforma en una pieza épica muy difícil de superar; otra clásica será “The return of the giant Hogweed”, con un ritmo muy marcado y vigoroso, así como “The fountain of Salmacis” -aunque esta podía haber durado un poco menos: el exceso de minutaje es un defecto muy común en este tipo de grupos. Y aunque luego hay alguna pieza flojita por medio, no cabe duda de que han superado de largo a su anterior disco. Las ventas, poco a poco, van subiendo; y en el continente pasa lo mismo que con los generadores, puesto que ya son figuras. La única pega, además de la ya citada largueza de algunas piezas, es el sonido, que resulta un tanto pobre, apagado. Esto ya pasaba con su disco anterior y mejorará un poco, aunque no mucho, con el siguiente: John Anthony, que ha sido el productor de “Trespass” y este, se marcha para dar paso a Dave Hitchcock, que está trabajando con Caravan entre otros. Sin embargo el sonido de los de Canterbury es mucho más brillante, lo cual nos hace sospechar que el problema está en la equipación de Charisma. En fin, a ver si la cosa va mejorando. 

Y precisamente es en Canterbury donde finalizaremos nuestro viaje progresivo, para alegrarnos la vida un poco después de tanta seriedad: ya saben, los músicos de esa zona viven entre gnomos y ardillas. 


martes, 14 de enero de 2014

1971 (IX)


Hoy nos adentramos en el proceloso mundo progresivo, cuyo origen es una de las consecuencias directas del sarampión psicodélico del que hablaba el otro día: si los géneros tradicionales llenaron el mercado isleño de bandas blues, rock, folk e incluso baladistas, la psicodelia mostró a otros la posibilidad de romper todos los esquemas clásicos y deconstruirlos para crear mixturas por lo general poco definibles. Esto hace que el carácter de cada uno de esos grupos sea muy personal pero por otra parte los aboca a un riesgo evidente, que es el de estar siempre en cuestión: la diferencia entre una gran obra y un gran fiasco es a veces muy fina, y hay que andar con cuidado. De las bandas surgidas entre 1968/69, de momento las dos más populares siguen siendo King Crimson y Yes, así que con ellas comenzamos el paseo por el lado inquietante del negocio. 

King Crimson ya tiene a estas alturas el dudoso honor de ser la banda isleña con más cambios de plantilla en su corta historia: el parte de altas y bajas es continuo. Las especiales características del grupo lo hacen muy apetecible para los músicos vanguardistas, pero al mismo tiempo la férrea dirección de Robert Fripp resulta desilusionante. De los primeros tiempos solo queda Peter Sinfield, cuyo trabajo principal son las letras (ahí no suele entrar Fripp), y junto a ellos está Mel Collins, que se unió para completar la grabación de “In the wake of Poseidon” y aún sigue: el resto de sus integrantes es de nuevo un enigma a finales del año 70. Este hecho explica que los Crimson no hayan podido hacer giras durante ese año, aunque a cambio tuvieron tiempo para componer y grabar dos discos de los cuales uno completa la primera pareja temática (“In the wake…”) y el otro inicia la segunda (“Lizard”). Ahora Fripp tiene como tarea fundamental buscar músicos estables, ya que necesita las actuaciones para mantener viva la memoria del grupo y perfeccionar el sonido (además de ganar un dinero, claro); la tarea se solventa con el fichaje de Boz Burrell, un cantante de voz oscura pero muy personal que procede de pequeñas bandas de blues y jazz del este de la Isla, y que se había hecho conocido por sustituir brevemente a Daltrey en los Who durante una gira del año 66. Como bajista no era más que un simple aficionado, pero ante las prisas de Fripp hace un rápido “cursillo de perfeccionamiento” y queda fichado para ambas labores. El titular de la batería será Ian Wallace, de similares antecedentes que Burrell aunque más orientado al jazz. Durante todo este año la formación será invariable, lo que ya es un triunfo. 

En Noviembre llega su cuarto disco: “Islands”, que completa la segunda pareja temática iniciada con “Lizard” y que refuerza esa perspectiva melódica, intimista, con el matiz heredado de los tonos free jazz que Fripp admira en Miles Davis. Es el disco más “humano”, digamos, de los Crimson, y uno de los preferidos por los fans (un buen forofo tiene el corazón partido entre “In the court…”, este y el futuro “Starless and bible black”). Al igual que en el disco anterior, vuelven a participar el teclista Keith Tippett y el trompeta Mark Charig; su aportación es imprescindible, ya que son precisamente ellos los que marcan la diferencia en el actual sonido Crimson: Charig es quien, por así decirlo, hace el papel de Davis en piezas como la que cierra y da título al disco, una progresión creciente que se constituye en una de las más reconocibles de la banda. Y Tippett es el autor de esas imaginativas escalas de piano que lucen en “Formentera lady”, por ejemplo. Hay también una sorprendente y hermosísima pieza de cámara titulada “Prelude: song of the gulls”, que nos lleva al siglo XVIII por lo menos; “Sailor’s tale”, con su desarrollo un tanto caótico, parece anticipar el sonido que marcará al grupo dentro de un tiempo, y “Ladies of the road” es una buena muestra del jazz rock más conectado con su primera época. En resumen, yo sigo pensando que es uno de sus discos más valiosos, aunque la crítica se mostró muy dividida en la época. Claro que también habría que ver si en esa apreciación influyó negativamente el carácter un tanto atrabiliario del jefe... quien por cierto decide despedir a finales de año a Sinfield por “diferencias irreconciliables sobre el estilo Crimson”. Bueno, pues ya veremos si los demás aguantan mucho tiempo o el año que viene volvemos a las andadas. 

Y ahora vamos con Yes, que tiene el futuro más despejado. De momento la asociación de Anderson, Squire, Howe y Brudford es bastante sólida; su único punto débil son los teclados, el puesto más volátil de la banda. Este año es el de la consagración definitiva, ya que publican dos nuevos discos que son un éxito total de ventas tanto en Europa como en los States: su estilo sinfónico tremendista está arrasando. El primero es “The Yes album”, que se publica a principios de año y resulta ser una transición entre el espíritu de su primera época y lo que vendrá luego: “Yours is no disgrace”, la que lo abre, es una de mis preferidas de siempre, con esa afortunada escala de cuerdas resaltada por la batería y acompañada por la solemnidad del teclado que dan entrada a un magnífico desarrollo y que a pesar de su duración no cansa; “The clap” es un saludable e inesperado ejercicio de estilo a cargo de Howe y su guitarra acústica; la cara A termina con “Starship trooper”, una “pìeza en tres actos” bastante conseguidos. La cara B comienza con “I’ve seen all good people”, con una fase acústica inicial engalanada por el cántico de Anderson que luego va transformándose en un desarrollo eléctrico a través de una melodía muy vigorosa, y tanto “A venture” como “Perpetual change” mantienen ese estilo. En conjunto es un disco muy equilibrado: aunque tal vez cansan un poco esos largos desarrollos tan típicos suyos, aún hay una cierta contención. 

Tony Kaye, el teclista, decide marcharse: no le gusta el uso de melotrones, y además se lleva francamente mal con Howe. El nuevo fichaje es Rick Wakeman, un ex-Straws que no pegaba mucho en ese grupo pero que en Yes será un verdadero espectáculo con sus torres de teclados y sus túnicas (al más puro estilo de Keith Emerson: parece que la grandiosidad teatral de los héroes guitarreros comienza a contagiarse). Y poco después se publica “Fragile”, que definitivamente eleva al grupo a los cielos: ya solo su arranque con “Roundabout”, sus coros y su ritmo vitaminado, es suficiente para que los fans corran alborozados a las tiendas. Y sin embargo no han llegado aún al exceso, ya que los pequeños divertimentos como “Cans and Brahms” (la primera reinterpretación que aporta Wakeman al grupo) o “Mood for a day” (otro ejercicio de estilo a cargo de Howe y su acústica) consiguen atenuar un poco la grandiosidad de “Heart for the sunrise” (Yes a tope: once minutos) o “South side of sky” (algo parecido). El grupo sigue creciendo más y más en “grandeza” tanto por lo tremebundo de su propuesta como por la duración de las piezas, y eso nos llevará al dilema de siempre: los amas o los odias. Pero ya iremos viendo. 

Y el próximo día tendremos aquí las novedades que nos ofrece el famoso sello Charisma, que en el mundo progresivo ya es una referencia inevitable a pesar de su pequeño catálogo. 


miércoles, 8 de enero de 2014

1971 (VIII)


Hoy nos visitan dos de esas bandas que hace tiempo bautizamos como “respetables segundonas” y a las que estamos siguiendo desde su aparición en 1969: Mott The Hoople y Humble Pie. Ya hemos dicho alguna vez que cuando los géneros clásicos completaron su función “educativa” y tras haber pasado el sarampión psicodélico, las actuales bandas grandes lo son por tener estilo propio y una elevada creatividad. Pero siempre habrá público dispuesto a seguir disfrutando de la tradición, y para eso está el muy popular blues de John Mayall y sus discípulos (Groundhogs, Chicken Shack, Savoy Brown, etc), o los grupos a medio camino entre el rock y la balada como Spooky Tooth y compañía. La vocación generalista de este local hace imposible destacar a todos los que lo merecen, y si en su momento elegí a estos dos nombres como representantes de esa segunda fila es porque consiguieron unas ventas aceptables, una ligera evolución a la que otros no llegaron y fueron posiblemente los más populares en directo, que suele ser el medio principal de vida para este tipo de grupos: ante la avalancha de discos que hay en la tienda, se prioriza lo innovador antes que lo ya conocido… salvo en el caso del heavy, el ritmo de moda entre las masas, un estilo machacón y repetitivo pero cuyos seguidores comprarán a ciegas todo lo que publiquen Black Sabbath y similares. Aunque a mí, con todos los respetos, me parecen muy aburridos. 

Mott The Hoople están en apuros: “Mad shadows”, su disco del 70, aun siendo aceptable ha hecho surgir la sospecha de que ya no volverán a alcanzar la altura de su magnífico debut. Y esta no es una cuestión de puestos en la engañosa lista de éxitos: si nos fijamos únicamente en ella, el primero (cuando eran desconocidos y casi sin promoción) no pasó en su momento del top 70 mientras que el segundo llegó al top 40; pero en poco tiempo los papeles se invirtieron, y ese debut siguió disfrutando de unas ventas regulares mientras que el segundo cayó en el olvido. En la primavera del 71 se publica “Wildlife”, que gracias a los fieles seguidores de sus actuaciones en directo consigue unas ventas similares al anterior, pero que en realidad solo empeora las cosas: es una colección de piezas decentes, agradables, pero sin substancia. Están compuestas por Ian Hunter y Mick Ralphs, y cada uno canta las suyas salvo “Lay down”, de Melanie, que Hunter versiona con pulcritud y nada más. Hay alguna destacable, como “Whisky woman”, de Ralphs, que abre el disco; se nota su querencia country, del mismo modo que la de Hunter por Dylan. Parece que buscan la complicidad con el mercado americano, pero a diferencia de otras bandas isleñas los Hoople no la han conseguido aún. Y el disco se cierra con una versión en directo del “Keep a’knockin” de Little Richard, supuestamente para demostrar lo bien que se defienden en el escenario… pero qué quieren: a mí me parece larga de más (diez minutos son muchos), y sin una estructura definida. 

Las críticas son oscuras, la situación interna del grupo no lo es menos e Island, decepcionada, les pide un nuevo disco para concluir su contrato. Ellos han ido juntando un grupo de canciones que pensaban autoproducirse y publicar cuanto antes para sacarse el compromiso de encima; pero al final será una vez más Guy Stevens, su productor y guía desde el principio, quien tenga que tirar del carro. En menos de dos semanas consigue una selección decente y un título: “Brain capers” (y no “AC/DC”, como ellos pretendían). Bueno, hay dos que recuperan el antiguo poderío del grupo: la rockera “Death may be your Santa Claus” (título sin sentido que Stevens le otorga para que, según él, “suene extravagante”), compuesta a medias entre Hunter y Allen, y “Sweet Angeline”, que de nuevo nos recuerda a Dylan con The Band. Es de Hunter, claro: la fijación de este hombre con el viejo Bob resulta casi enfermiza. Y también tiene un pase “The moon upstairs”, compuesta a medias entre Hunter y Ralphs. Pero la fijación de Hunter sigue con la versión de “Your own backyard”, que es de Dion pero recuerda… a Dylan. Y hay otra versión más, la inolvidable “Darkness, darkness” de los Youngbloods: prefiero la original mil veces. La portada parece de circunstancias, el disco llega a la calle en Noviembre y pasa completamente desapercibido; algunas giras se suspenden por falta de aforo, en los States la situación es la misma. Al parecer los Hoople están acabados, y ya corre el rumor de que pronto anunciarán su disolución. Pero la confirmación de ese rumor se le anuncia personalmente a un notorio fan del grupo, un fan llamado David Bowie... y hasta aquí puedo leer. El año que viene, ya veremos lo que pasa. 

Humble Pie también tienen problemas, pero distintos: son otra de esas bandas nacidas para el directo, y aunque no venden discos en grandes cantidades sus giras americanas les compensan de sobra. Todo iría perfectamente de no ser por ese resquemor que arrastra Peter Frampton desde que dieron el salto de la desaparecida Immediate a la pujante A&M, ya que su peso como compositor de piezas acústicas, suaves, intimistas, ha decaido mucho en favor del hard rock con tonos boogie que tanto gusta últimamente a Steve Marriott, el otrora príncipe mod. Pero de momento la situación se contiene y, tras pasar por los Olympic Studios, en la primavera del 71 publican “Rock on”, cuyo sonido general trata de evocar al directo, con los instrumentos y las voces “alejados”, dando un leve tono de eco. Marriott, consciente del resquemor de su amigo Frampton, procura agradarlo haciendo que el disco comience con una pieza suya: “Shine on”, una gran canción de tiempo medio con coros, muy de su estilo. “Sour grain”, la siguiente, está compuesta a medias entre ellos pero ya suena completamente a Marriott; y su última aportación personal, “The light”, parece un cruce entre ambas filosofías. Una de las clásicas del disco viene firmada por los cuatro miembros del grupo: “Stone cold fever”, que representa como ninguna la esencia actual de los Pie. Tenemos una gran variedad de estilos, que van desde una versión del “Rolling stone” de Muddy Waters, un poco larga, hasta “Song for Jenny” una nueva dedicatoria de Marriott a Jenny Rylance, su amada esposa, en plan balada (supongo que para compensar el tono épico de la fantástica “Tin soldier” que le dedicó en su época mod con los Small Faces. No te quejarás, ¿eh Jenny? Tienes donde elegir). En conjunto estamos ante un gran disco, de lo mejor de su carrera. 

Poco después comienzan una nueva gira americana en la que se incluye el Fillmore East de Nueva York, el histórico local que cierra sus puertas en junio de este año; un mes antes graban sus actuaciones allí para publicar un doble que saldrá en Noviembre: “Performance rockin’ the Fillmore”, destacado integrante de la élite de los directos rockeros, que por supuesto se ha convertido en el santo y seña de la banda; lo cual es lógico, ya que con el estilo de los Pie y su destreza instrumental bastó con que se limitasen a ser ellos mismos. El sonido es impecable y, a diferencia de la mayoría de los discos de esta clase, no hay aquí la típica reinterpretación de éxitos del grupo sino una especie de homenaje a algunos históricos del blues y el r’n’b: salvo su reciente “Stone cold fever”, el resto son versiones de piezas cuyos autores forman parte del aprendizaje de Marriott. Así, el disco comienza con un homenaje a la gran Ida Cox y su “Four day creep”; y luego vienen Willie Dixon, Doctor John, Muddy Waters, Ray Charles… la alegría de los fans llegó a extremos apocalípticos hace solo seis meses, cuando apareció en las tiendas la grabación completa de estas actuaciones en un cuádruple CD, así que ya saben. Es verdad que a veces este tipo de bandas se pasa con sus posturas autocompacientes (una cara entera -más de veinte minutos- para ”I walk on guilded splinters” me parece excesivo), pero también eso forma parte de la mística del rock. 

Por desgracia, poco después ocurre lo que ya nos estábamos temiendo: Peter Frampton se marcha para seguir una carrera en solitario (Marriott, que tiene una gran amistad con él, intenta retenerlo hasta el último momento, pero es evidente que sus estilos musicales son cada vez más distantes). Su querencia hacia el soft rock le compensará a partir de mediados de la década, cuando comiencen las radiofórmulas y el rock para adultos, pero sus primeros tiempos serán un tanto grises: no es hasta “Something’s happening”, su tercer disco, que comienza a ser realmente popular; una popularidad que llegará al delirio con “Frampton comes alive!”, su doble directo del 76, una verdadera plaga. En cuanto a los Pie, la excelente guitarra de Peter será sustituida por la de Dave Clempson, que tras hacerse conocido al frente de Bakerloo (un solo disco, magnífico pero minoritario) viene de participar en los últimos estertores de los alabados Colosseum. Técnicamente, ese cambio es impecable. Que haya suerte. 

Como ven, este año ha sido bastante convulso para nuestra pareja de corredores de fondo. Pero no se preocupen, ya verán cómo en el 72 están pletóricos. Dicen que los rockeros nunca mueren… ¿o era la mala hierba?