miércoles, 30 de julio de 2014

Buenas noticias



Estimados parroquianos: de sobra conocen ustedes mi carácter huraño, que por supuesto no es más que un signo de mis tendencias asociales. Pero por fortuna no todos somos iguales, y un buen ejemplo es don José Kortocircuito, asiduo a este local y cuya loable perseverancia en la búsqueda y acopio de material ratonero para luego hacerlo conocido al mundo por medio de sus impagables recopilaciones, lo asemeja a aquellos venerables monjes que, recluidos en sus monasterios, se dejaban la vista en los miles de incunables que copiaban para evitar su pérdida definitiva. Ese es don José: un monje moderno, un sucesor de los antiguos escribas egipcios, en este caso dedicado a la música yeyé y el formato digital. 

La última idea de don José ha sido confeccionar un CD integrado por versiones de piezas compuestas por don Roberto Dylan, añadiendo la característica de que esas versiones son ejecutadas exclusivamente por músicos británicos; una curiosa idea para la cual ha buscado la complicidad de otros, a cada uno de los cuales ha encargado la selección de cinco canciones. Y cinco son también los participantes: además de don José, tenemos al ente conocido como Katetoscopio (otra eminencia altruista que lleva años colgando discos y más discos en su blog); don Antoni y mister Babelain, dos personajes sobradamente conocidos en este local, y un servidor. El CD en cuestión, como todos los que confecciona el señor Kortocircuito, parece editado por una major: arriba tienen ustedes los papeles, que dan el pego perfectamente. En este caso, el “artwork” ha sido desarrollado a medias entre él y mr. Katetoscopio. 

Sobre el contenido, ya saben ustedes el juego que ha dado el repertorio del viejo Bob. En la Isla sus versioneadores oficiales pasaban por ser Manfred Mann, pero desde luego fueron legión los que le echaron el diente: los Hollies, por ejemplo, hicieron un LP dedicado exclusivamente a él. Oyendo estas canciones se demuestra de nuevo la extrema ductilidad de la obra dylaniana (el folk es lo que tiene, que se estira y se contrae como un chicle), pero también su alto nivel de creatividad y riqueza; nos gustará más o menos, pero muy pocos compositores han aportado tantas canciones a la música y a los músicos populares. De hecho, una de las afirmaciones clásicas que hay sobre él es que siempre ha sido mejor compositor que músico o cantante. 

La cosa es simple: pinchen aquí y tendrán el disco en cuestión, con sus portadas correspondientes. Aunque no sean muy dylanianos (me parece que ninguno de los aquí presentes lo somos en demasía), creo que merece la pena oír estas versiones ya que, dejando aparte la calidad del material original, algunas son realmente afortunadas y el rango de músicos es muy variado: la mezcla va desde pequeños aventureros como Liverpool Five hasta grandes monstruos como Cocker. 

Bueno, pues eso: que lo disfruten. 

martes, 22 de julio de 2014

1972 (IX)



Hoy toca soltarse la melena y ondearla al viento: Deep Purple y Uriah Heep, dos de los representantes más notables del rock machote, nos visitan: ambos pasan quizá por sus momentos más brillantes, van sobrados, el mundo se les queda pequeño, es su momento cumbre… lo cual significa que a partir de ahí comienza el descenso, pero a quién le importa eso ahora. 

Los Purple ascendieron a la primera división rockera a finales del año 69, cuando quedó definido el quinteto clásico conocido como Mark II (Blackmore, Gillan, Glover, Lord y Paice, por orden alfabético para que nadie se enfade). A partir de entonces, la combinación de piezas contundentes con estribillos reconocibles más otras con desarrollos un tanto progresivos (tal vez herencia de su época anterior), resulta imbatible. Su estilo no ha variado desde entonces: salvo muy pequeñas diferencias, cualquiera de los discos publicados hasta ahora por esta formación podría ser anterior o posterior a los demás. Y eso mismo pasa con “Machine head”, presentado en la primavera de este año, aunque ya entonces se le consideró como el más brillante porque si la cara A comienza con “Highway star” y la B con “Smoke on the water”, ya me contarán: parece que estuviésemos ante un “grandes éxitos”, ¿no? Bueno, pues sumen a esas dos otras clásicas como “Lazy”, “Space truckin’”, “Never before”… la repera, vamos. Que estemos o no ante su mejor disco tal vez sea objeto de discusión para sus seguidores, pero este es otro caso en el que no hace falta ni comentar las canciones, para qué. 

Y un nuevo ejemplo de lo sobrados que van es la publicación, a finales de año, de uno de los directos más brillantes en la historia del rock: “Made in Japan”. La banda llevaba un tiempo grabando sus actuaciones para estudiarlas y perfilar el sonido, que no acababa de gustarles; pero a los fans no les importaba comprar sus discos piratas, que comenzaron a aparecer ya en 1970, y eso era mucho peor. Llegaban precedidos de una gran fama, su representante discográfico nipón insistió en que las grabaciones se usasen para publicar luego un directo aunque solo fuese promocional y restringido al país, y aceptaron. Solo hubo dos actuaciones en Osaka y una en Tokio, pero fueron suficientes para convencerlos de que tenían la calidad mínima necesaria para lanzar poco después un doble a precio reducido que casi desde el primer día de su aparición se convirtió en una especie de biblia de los directos rockeros. Y ya ven, todo ello sin que la propia banda le diese mucha importancia, sin confiar en el producto... Resulta curioso. En cuanto al contenido digo lo de antes, para qué comentarlo; la mitad del repertorio procede de su ultimo disco en estudio, y claro, tampoco podía faltar “Child in time”, por ejemplo. Con ocasión de su 25 aniversario se publicó un doble CD que redondea la maravilla, y esto es todo. Ah, y en unas semanas llegará a las tiendas su próximo disco en estudio: decididamente, estos muchachos están con toda seguridad en la fase más hiperactiva de toda su historia. 

Algo parecido sucede con Uriah Heep, que tienen varias similitudes con los Purple aunque su carrera parece ir un poco más lenta y sin tanto brillo. Entre las similitudes, dejando aparte su estilo y su sonido, está el hecho de que por fin consiguen una formación estable que por otra parte será la clásica, una especie de Mark II de los Heep: al trío principal formado por Box, Byron y Hensley se une el bajista Gary Thain, que se ha hecho famoso en la banda de Keef Hartley, y el veterano Lee Keerslake, procedente de varias bandas progresivas de corto alcance (entre ellas los Gods, grupo “seminal”, como se dice ahora, para unos cuantos músicos conocidos). Entre las diferencias está el hecho cada vez más evidente de que Ken Hensley es el verdadero cerebro de la banda y compositor casi en exclusiva salvo algunas excepciones, mientras que los Purple componen a cinco manos. Pero de momento la cosa va perfectamente: al igual que los Purple, en la primavera presentan su nuevo disco, titulado “Demons and wizards”. Y a finales de año, “The magician’s birthday”, tan bueno o mejor aún que el precedente. Es decir, que también los Heep están en su momento de más creatividad y potencia. 

“Demons and wizards” se abre con “The wizard”, una de las piezas más reconocibles de la banda y que resume bastante bien uno de sus puntos fuertes: las entradas acústicas, casi en tono folk, para luego ir cogiendo fuerza y acabar en baladas rockeras magníficas, con coros y todo. Por otra parte en este disco viene contenida “Easy livin’”, que publicada en single fue un éxito arrollador en toda Europa: la idea exacta de lo que es el rock and roll para los Heep (aunque ya he leído que ahora está considerada como “heavy”: decididamente, tengo que repasar la terminología). Hay una nueva clásica al final de la cara A que también es definitoria: “Circle of hands”, con ese órgano catedralicio y su grandioso desarrollo que como era de esperar termina en otra apoteosis rockera. O heavy, no sé; como ahora todo es heavy o protopunk, me remito a lo de antes. Ah, y la cara B, sin llegar a tanto brillo tiene algunos momentos notables como el trasfondo progresivo que se percibe en piezas como “The spell”, que cierra el disco. 

“The magician’s birthday” sigue el mismo patrón, aunque los fans insisten en que es un poco más progresivo. Hensley es de nuevo el compositor principal, salvo por las piezas más cañeras como “Spider woman” o “Sweet Lorraine”, que son obra del resto del grupo; mientras tanto, él se concentra en sus baladas acústicas y sus desarrollos organísticos. De ese modo tenemos un buen equilibrio entre una tendencia y la otra: “Sunrise”, la que abre el disco, es una canción de tiempo medio con un crescendo que la lleva a tonos casi épicos -esas escalas son ya una especialidad de Hensley- y que por mucho tiempo será también la que abra las actuaciones del grupo, mientras que otras como “Blind eye” hacen un entretiempo acústico pero con un nervio rockero muy agradable. Más discutible es la pieza que lo cierra y le da título, más de diez minutos un tanto deslavazados en los que tenemos una mezcla extraña de momentos marchosos con excesos en el punteo de Box y algunos gorgoritos de más en Byron: para mí, lo más flojo del disco; que de todos modos es de los mejores de su producción. 

Como ven, la trayectoria de estas dos bandas es bastante similar en muchos aspectos. Probablemente su futuro también, tal y como van las cosas: podrán vivir durante muchos años de la marca comercial. 



martes, 15 de julio de 2014

1972 (VIII)



Si algo bueno tuvo el rock progresivo fue su gran variedad: había grupos de todos los pelajes, con ingredientes que iban desde el folk hasta el jazz. Y un caso aparte lo constituyeron los músicos radicados en Canterbury, una entrañable reserva patafísica con carácter propio. Su alto nivel artístico era el resultado de una formación extensa combinada con unos espíritus creativos, muy originales, con sentido del humor y que al mismo tiempo demostraban no haber perdido la visión fantástica que da la infancia. De aquella comuna de niños grandes son asiduas a este local las entidades conocidas como Caravan y Gong; pero estos últimos andan muy ocupados con el tránsito de su planeta a Britannia, donde comenzarán a grabar a partir del año que viene, así que por esta vez solamente nos visitan los primeros. Que también viven un momento azaroso, como veremos. 

El año pasado finalizó con la marcha de David Sinclair a los Matching Mole de Robert Wyatt; ahí dije que la banda seguiría pisando fuerte de todos modos, aunque esto hay que matizarlo porque si a efectos comerciales y de popularidad es cierto, no lo es menos que la situación interna se enrarece un poco. En teoría Steve Miller, su sustituto, es el indicado por ser un viejo conocido desde los tiempos de Canterbury; por otra parte su habilidad con los teclados no tiene nada que envidiar a la del primo Sinclair, e incluso podría ser al contrario. Bueno, pues tal vez sea ese precisamente el quid del asunto: con Miller el sonido del grupo se hace más instrumental, más técnico, se acerca en algunos momentos al jazz rock, otros al estilo orquestal y pierde un poco de su encanto. 

Hay un nexo común -o al menos bastante frecuente- entre los miembros originales de Wilde Flowers, de Canterbury en general: la mayoría de ellos acaban, de un modo u otro, acercándose al jazz vanguardista, por muy abierta que sea la concepción que tengan de él (a veces cercana al dadaísmo). Porque los Mole -el grupo al que ha marchado David y que dirige Wyatt- son de ese jaez al igual que Soft Machine, hay reminiscencias en Gong y solamente se aparta del género Kevin Ayers, que es un espíritu libre. No sabemos qué significa eso. Pero parece que se está convirtiendo en una seña de identidad que los diferencia del resto de las escuelas progresivas isleñas: los Crimson comenzaron sonando así al principio de su carrera, pero ya están en otra cosa; los Floyd no tienen nada que ver, y menos aún Yes o Genesis, en la onda sinfónica. De entre los grupos más o menos grandes solo Colosseum siguió ese camino, y ya no existen (o, a ratos, los Van Der Graaf, que tampoco). Solamente vemos pequeñas bandas del tipo Bakerloo, Greenslade y algunas más, sin mucha repercusión; lo mismo que le pasa, por cierto, a los mismos Soft Machine o las agrupaciones de Wyatt. La vocación minoritaria está muy bien, pero reconozcamos que ese género es un poco aburrido. 

De todos modos Caravan tiene un sello de identidad con mucho carácter, y su sonido fuertemente anclado en el pop barroco sigue siendo reconocible sin la menor duda: a principios del verano nos encontramos con “Waterloo Lily”, una de esas delicias que dignifica a Canterbury por siempre jamás. Es cierto que la influencia de Miller se nota, que este disco es el más, digamos, “técnico” de la banda, pero el resultado vale la pena ya solo con oír la canción que le da título y lo abre; esa canción, con su melodía casi popera y luego un “renacimiento” en plan jazz funky, es una de las clásicas del repertorio. Y algo parecido sucede con la siguiente, una composición instrumental articulada que comienza con “Nothing at all”, basada de nuevo en un ritmo de bajo funky que se adentra en el jazz rock para dar paso a “It’s coming soon”, una breve fase apacible con un único teclado que precede al reprise de la primera completando un círculo fantástico. La cara A termina con uno de esos juegos de voces tan entrañables en los chicos de la caravana: “Songs and signs”, abrigada luego por los teclados de Miller. La cara B arranca con otra pieza que podría figurar en cualquier disco de Caravan: “Aristocracy”, de nuevo un lujo de armonías y estribillos. Luego llegamos a la parte más discutible del disco, una incursión de tono orquestal en varias fases que por momentos es brillante y en otros no tanto; aun así tiene la altura suficiente para no desentonar en el conjunto de un disco tan exquisito, que se cierra con otra de esas piezas ensoñadoras que solo estos chicos saben hacer: “The world is yours”. 

La conclusión es que estamos ante una de las obras más brillantes de Caravan, pero a veces los fans pensamos de una manera y los músicos de otra: tras unas cuantas discusiones el grupo se parte y solo quedan a bordo Richard Coughlan y Pye Hastings, que han de buscar nuevos acompañantes; mientras tanto, Richard Sinclair y Steve Miller más su hermano Phil (que estaba en Matching Mole) se unen al batería Pip Pyle (ex Gong) y crean Hatfield and The North, una nueva banda canterburiana que se inclinará claramente… al jazz rock. Y el trasiego de músicos no termina, porque dentro de poco veremos a David Sinclair volviendo a Caravan en plan hijo pródigo. Pero esa ya es otra historia.

Termino con una gozosa noticia española: Columbia, la distribuidora nacional de Deram, acaba de enterarse de que en la Isla hay una banda llamada Caravan que por lo visto está consiguiendo vender una aceptable cantidad de discos con cierta regularidad. Así que, ni corta ni perezosa, engalana las tiendas del Imperio con un doble LP barato titulado “In the land of grey and pink”. Pero… ¿ese no era el tercer disco de la banda? Y, sobre todo, ¿ese disco era doble? Pues no, pero los cerebros grises del sello patrio han decidido publicar dos discos usando la portada de uno solo: el primero resulta ser “If I could do it…”, es decir, el segundo del grupo, de 1970; y el otro es efectivamente “In the land of…”. Magnífico. Y como ese doble se vendió bastante bien (por no hablar de lo contentos que se pusieron los coleccionistas foráneos una vez más), dentro de dos años veremos otro con el título de “Caravan 2” conteniendo “Waterloo Lily” más un directo. Como ven, la imaginería nacional no conoce límites. 



martes, 8 de julio de 2014

1972 (VII)



Hoy llegamos a la parte más seria y circunspecta del negocio, es decir, el temible rock progresivo. En ese sector comenzaremos, como siempre, por King Crimson, Yes y Genesis. Los Crimson ya saben ustedes que en realidad son una sola persona, Robert Fripp, siempre envuelto en problemas de altas y bajas con sus empleados y que bastante tiene con mantener la marca en activo mientras esa situación no se solvente al menos a medio plazo; los otros dos siguen creciendo, cada uno a su modo. 

Vamos con Fripp. Recordarán que a finales del año pasado despidió a Pete Sinfield, el único veterano que quedaba. Y los demás músicos no parecen muy contentos con la radicalización que don Roberto está imprimiendo a su sonido; incluso se permiten el lujo de hacer comentarios a la prensa que el jefe, muy diplomático cuando quiere, parece ignorar pero de los que toma nota. Y en estas condiciones comienza su tercera gira americana, una gira que se lleva a cabo porque ya estaba comprometida de tiempo antes: de no ser por eso estaríamos ante una nueva desbandada general, y como resultado este año no hay nuevo disco. Pero Island exige algo, lo que sea, para poner en el mercado, y la única solución es grabar algunas piezas que se están interpretando en la gira; la grabación se hace a toda prisa en una platina de cassette estéreo, y con un repertorio caótico que refleja las tiranteces que hay en la banda. 

Ese directo se titula “Earthbound”, y hasta el propio Fripp reniega de él (en Estados Unidos ni siquiera se publicó). Casi no lo recordaba: después de muchos años criando polvo, le he echado una oreja y sí, es para renegar. Lo he devuelto misericordiosamente a su rincón, preguntándome cómo llegué a comprarlo en su día; fanatismo adolescente, supongo. Quizá lo único que se salva –a medias- es la interpretación del Hombre Esquizoide, que abre el disco, dura once minutos y… bueno, el saxo de Collins tiene un pase. Luego ya el resto es un horror incluso para los que disfrutábamos de esta banda: hay una improvisación de siete minutos con el título de “Peoria”en honor a una población de Illinois donde actúan el 10 de Marzo, y la cara A termina con una “versión libre” de “The sailor’s tale”. La B es más insoportable todavía: se abre con “Earthbound”, una improvisación colectiva de siete minutos que viene siendo una especie de free jazz -por llamarle algo- y el despropósito termina con una versión de un cuarto de hora de “Groon”, uno de sus primeros singles, perfectamente evitable. Y luego, a la vuelta de esa gira, la banda salta en pedazos de nuevo. Bueno, pues el año que viene ya hablaremos. 

Yes siguen su camino imperturbable hacia la Grandeza Absoluta, plenamente imbuidos de esa vocación tremendista que a mí me recuerda a Led Zeppelin, no sé por qué (¿o será porque ambos graban en Atlantic?). Y en esa línea se presenta su nuevo disco, “Close to the edge”, que pasa a ser un nuevo éxito transoceánico. La portada es de Roger Dean, una vez más; las canciones siguen aumentando su extensión y esta vez son tres, aunque subdivididas. Todo suena muy bien, muy grandioso. La canción que le da título, o al menos algunos de sus fragmentos, es probablemente lo que más me gusta del disco. He ido a mirar y resulta que llegó a ser platino en todo el orbe cristiano. Lo cual significa que soy yo el que se equivoca, pero me da igual: no son la idea que tengo sobre la música popular, así que decido abandonar definitivamente a esta banda. Sintiéndolo mucho, la hartura me sobrepasa. Los rockeros irredentos me aburren muchísimo, pero los progresivos sinfónicos que se acercan a Dios y nos lo van contando me aburren más todavía: ya estoy echando de menos a los punkis, y eso que aún falta. Ah, sí: Bill Bruford, que también parece harto, se marcha poco después; irá a parar a King Crimson, porque Fripp será lo que sea pero desde luego su música está mucho más pegada a la tierra. Y el año que viene Yes publicará un doble con una canción por cara, y se irá Wakeman (también diciendo que “suenan vacíos” ¡y lo dice Wakeman!), y… me trae sin cuidado lo que hagan a partir de ahora. 

Genesis podrían caer en la misma afectación que Yes a poco que se descuiden, porque aparentemente proceden de una escuela parecida. Sin embargo, hay matices muy notables que diferencian a estos dos grupos; para empezar y al igual que Fripp, Gabriel es mucho más “real” y sobre todo tiene sentido del humor, algo de lo que la gente tan pagada de sí misma como Jon Anderson carece: Gabriel, de algún modo, sabe reírse de sí mismo. Se nota, por ejemplo, en el tono circense que muestran los montajes en directo de esta banda: mientras en Yes todo son túnicas blancas, iluminaciones astrales y brillos (una especie de glam catedralicio), en Genesis tenemos a un bufón vestido con ropas inverosímiles que incluso a veces buscan la repugnancia, siempre entre luces tenues y tinieblas. Y en cuanto a la música, aunque por momentos podría recordar a los otros, el sonido es mucho más cálido, más controlado y tremendamente original: no necesita tanto coro ni tanta elevación. 

Este año, en otoño, llega “Foxtrot”. Poco a poco Genesis comienza a alternar las piezas melancólicas, intimistas, con otras de mucha garra, al mismo tiempo que su sonido se va volviendo más nítido: John Anthony ha sido sustituido por David Hitchcock, el productor de Caravan; ese cambio, muy necesario, se nota. La apertura corre a cargo de “Watcher of the skies”, una clásica en la que tras la introducción Gabriel comienza invocando, respaldado por el melotrón y un bajo magnífico, para seguir luego con un ritmo que por momentos es casi rockero. Viene luego “Time table”, en la onda de los discos anteriores y sin embargo muy animada, con esas escalas tan de casa de muñecas que a mí por lo menos me arrebatan. “Get’em out by Friday”, la siguiente, resulta ser una buena mezcla de estilos entre las dos anteriores. La cara A se cierra con la deliciosa “Can-utility and the coastliners”, que oscila entre el intimismo de la voz apoyada por un juego de escalas de cuerda y luego una fase casi orquestal, marchosa y elegante: imagínense a Yes pero en humano. Y en la cara B, tras una diminuta “Horizons”, un simpe ejercicio de estilo con guitarra acústica, llega “Supper’s ready” que sí, que dura más de veinte minutos, pero que no llega a cansar porque la subdivisión en siete partes nos proporciona un abanico encantador de ritmos cruzados; si “Musical box” fue su primera obra maestra, esta pieza la supera en vigor, en vitalidad, y define perfectamente el espíritu de un disco que parece señalar un futuro radiante. Y aunque no lleguen a las ventas cósmicas de Yes, ya andan por el top 15… superando a King Crimson, que rara vez pasa del top 30: el progresivo de calidad no suele llegar a los primeros puestos de las listas. 



martes, 1 de julio de 2014

1972 (VI)



El trienio 1967/69 fue uno de los más prolíficos en la historia del rock británico; y el último de los tres resultó tener además un espectro muy variado, que abarca desde el progresivo hasta el folk. Es el año en el que se presentan al público las dos bandas segundonas más apreciadas en este local, Mott The Hoople y Humble Pie, a las que seguimos desde entonces y que ahora, en 1972, están viviendo una de sus mejores épocas tras un período tormentoso. 

Lo de Mott The Hoople es una verdadera odisea, ya que tras la muerte anunciada llega una épica resurrección. Recordarán ustedes que a finales del año pasado ya se rumoreaba un fin muy cercano, y la baja llega a hacerse oficial en Marzo de este año. Pero la vida a veces da segundas oportunidades, y el caso de esta banda es una buena muestra: poco antes de comunicar esa baja, les había llegado una cinta conteniendo una canción que David Bowie, fan a muerte del grupo, ofrece por si fuera de su interés; la canción se titula “Sufragette City”, es un rock endiablado y David considera que podría servirles para relanzar la carrera del grupo. Sin embargo Ian Hunter sigue con su vocación de cantautor rockero, en la estela de su amado Dylan, y no le parece ajustada a sus gustos. Tras anunciar la disolución, quedan algunos detalles como… vaya, alguien tendrá que llamar a Bowie, por lo menos para darle las gracias, ¿no? Bueno, pues a ello se ofrece Pete Overend Watts, que de paso… estooo… oye David, ¿no necesitarás un bajista, eh? Bowie demuestra aquí que su afición por los Hoople debe de rayar en el fanatismo, ya que otro los habría mandado al carajo tras rechazar un regalo del calibre de “Sufragette City”. Pero él no: para la historia queda la escena del Duque sentado en la habitación de un hotel londinense componiendo una canción al estilo de las que le gustan al soberbio Hunter, y ante él en persona. Lo que hubiéramos dado por ver eso… 

Esa canción se titula “All the young dudes”, es una especie de himno (un “contrahimno”, más bien) de espíritu glam que inevitablemente convierte en glam a todo lo que toca; y como resultado estamos ante unos nuevos Mott The Hoople, renacidos y apadrinados por Bowie hasta tal punto que él se encarga de buscarles un nuevo sello (CBS) y produce el primer disco de esta nueva banda. No se puede negar que la canción es claramente Bowie, tanto en la letra como en su estructura, pero también es verdad que a Hunter le sienta bien y lo refresca un poco. La letra, por cierto, fue definida por Bowie como una especie de continuación de “Five years”, y por eso digo lo del contrahimno: es el lamento sarcástico, por desesperado, ante la proximidad de un apocalipsis. En Julio de este año se pone a la venta el inevitable single, que llega al puesto 3 de las listas, y a finales de verano el LP que se elabora a la sombra de esa canción, con el mismo título. 

El disco se abre nada menos que con una versión de “Sweet Jane”, posiblemente impuesta por Bowie pero en la que también Hunter demuestra su ductilidad, y que al final fue otro single en algunos países (entre ellos ¡España!). A medida que nos vamos internando en él se nos va haciendo evidente que el influjo del señor Starman es milagroso, porque la capacidad compositiva de Hunter y sus amigos parece haber mejorado; y por otra parte, quizá como consecuencia lógica de su nuevo estilo, las influencias de Dylan casi desaparecen salvo en algunas escalas aisladas (en “Momma’s little jewel”, por ejemplo). Dentro de un tono rockero de tiempo medio, hay piezas muy dignas como “Jerkin’ crocus” o “One of the boys”; y cuando llegamos a los escasos momentos de quietud que ofrece esta obra, como el cierre con “Sea diver”, la escuela es más Bowie que cualquier otra, mientras que en “Ready for love/After lights”, escrita por Ralphs, a mí al menos me da la sensación de que está avanzándonos algunas de las líneas maestras que desarrollará en Bad Company. Así que estamos ante uno de los mejores discos de los Hoople o, para ser más exactos, ante un gran debut de una nueva banda glam. En cuanto a Bowie, ha perdido una canción para su “Ziggy Stardust” pero no nos importa: “Sufragette City” estará presente. Y grabará la otra en las sesiones de “Aladdin sane” aunque, salvo por dos o tres piratas que circulan por ahí, no la oiremos de modo oficial hasta su directo del 74. Ah, por cierto: Hunter aún se permitió el lujo de despreciar otra pieza del Duque poco después. Sí señores, y esta vez fue “Drive in Saturday”. ¿No es para matarlo? 

Con Humble Pie tenemos la ventaja de que su situación está consolidada y no es necesario emplear mucha literatura para describirla. La marcha de Frampton significó una radicalización en el sonido del grupo, ya que ahora Steve Marriott no tiene contrapesos: el rock pasado por el tamiz del boogie, el soul y el blues dejarán pocos resquicios a las canciones suaves que tanto le gustaban al bello Peter. La prueba definitiva es la publicación de “Smokin’”, el quinto disco -el primero sin él-, que llega a las tiendas en la primavera del 72. Y aunque algunos maniáticos prefiramos “Rock on”, el anterior, la verdad es que no hay muchas diferencias, porque ya en aquel se notaba que la tirantez entre Marriott y Frampton se estaba resolviendo a favor del primero. Digamos que aquel es la antesala de este, un bosquejo de lo que Marriott tenía en mente pero no se atrevía a desarrollar en su plenitud por miedo a que Frampton se marchase. Y ya que al final lo ha hecho de todos modos, ahora no hay nada que perder.

Marriott se está “oscureciendo” hasta tal punto que “C’mon everybody”, uno de los hitos del rockabilly, aparece en este disco convertida en puro boogie rock arrastrado, lo cual significa que de su estructura inicial queda poco. Entre las de producción propia hay al menos dos clásicas totales, no solo porque fuesen publicadas en single; se trata de “Hot’n’nasty” y “30 days in the hole”, que abrían la cara A y B respectivamente, y que nos muestran a los Pie en estado de gracia, aunque otras de estilo parecido como “The fixer” no tienen nada que envidiarles. Es meritoria la conversión de otra clásica como “Road runner” en un blues con su medio jam a continuación; pero ya puestos en plan blues, impresiona la versión de “I wonder”, una humilde pieza tradicional de dos minutos y pico convertida en un monstruo de casi nueve con sus guitarras, su armónica y sobre todo un canto desgarrado de Marriott que una vez más nos demuestra que ha nacido para esto. Es, definitivamente, uno de esos blancos con el alma negra que tanto honran a la Isla. Y el mercado supo agradecérselo: “Smokin’” es el disco más vendido en toda la carrera de los Pie.