martes, 24 de junio de 2014

1972 (V)


Nuestra muy acendrada vocación periodística se reafirma en el día de hoy, como pueden ustedes comprobar. Pero sin alharacas, jactancias ni vanaglorias pasamos de inmediato a informar sobre los asuntos de actualidad, comenzando en esta ocasión por el parte de altas y bajas: Clive Bunker se ha ido. Y, conociendo un poco la mentalidad de mr. Anderson, no era tan difícil acertar en nuestras previsiones del año pasado: su sustituto es Barriemore Barlow, el antiguo batería de aquella banda escocesa llamada John Evan Smash. O sea, que tenemos de nuevo a la pandilla de Blackpool reunida al completo más Martin Barre, el guitarrista, que por su plena identificación con el espíritu del grupo es como si hubiese pertenecido siempre a él. En cuanto a Bunker, afirma que su marcha se debe a que le basta con tener una pequeña banda de andar por casa -June-, casarse y formar una familia. Pero aún sigue en la brecha: no hace mucho estuvo en España al servicio de Jacqui McShee, legendaria cantante de los desaparecidos Pentangle, uno de los más grandes grupos folk británicos. 

El año 71 fue agotador, con giras y actuaciones en radio y televisión. Pero los Tull iban a ritmo de factoría: a pesar de alternar ese trajín con la preparación del nuevo disco grande, aún les queda tiempo para editar un artefacto fantástico tamaño single. En ese formato lo usual era como mucho el llamado extended-play, que contenía dos canciones por cada cara y que había pasado de moda porque con otras cuatro o cinco más ya teníamos un LP: este razonamiento, puramente comercial y un tanto megalómano, hundió a muchos grupos cuya originalidad no daba para tanto. Anderson amplía el contenido y nos ofrece cinco artificios de los cuales sólo con el primero, “Life is a long song”, ya hay razón suficiente para comprarlo: un trino de guitarras acústicas, el piano luego, la batería entrando de puntillas, la voz cálida, el aliento de la flauta en compañía de la orquestación de cuerdas… el resultado es cautivador y parece estar anticipando un nuevo sesgo en la carrera de Jethro Tull. Los indicios se confirman en la primavera del 1972 (verano aquí) con la publicación de “Thick as a brick”, ese disco envuelto en la legendaria funda de periódico provinciano que automáticamente pasa a convertirse en otro fetiche (nueva obra de CCS, una de las casas más populares por entonces en este tipo de arte gráfico, siguiendo directrices de Anderson y Ellis, al igual que había ocurrido con “Aqualung”). El periódico es una parodia, a veces marciana, de ese tipo de prensa. 

El fulano de Phonogram viene los martes, lleva tres diciendo que esta vez no hay problema con la censura, que el disco ya va a salir, ya no sé cuántos llevo yo saltándome la clase de las once para estar como un clavo en la tienda, y nada. Coño, ya sale, ya se va… me ha mirado con cara de cómplice… “corre chaval, que solo hay uno”… el corazón me da un vuelco… Dios, que sea cierto… corro al cajón, busco, busco, busco… ¡Está aquí, es verdad, solo hay un ejemplar del St. Cleve Chronicle & Linwell Advertiser! Quieto idiota, no hagas gestos, ten serenidad. Parece que no hay sospechosos cerca, no han debido de enterarse aún; lo agarro, lo siento vibrar tan cerca de mí, de quién era esa canción, de Julio Iglesias creo, sé que hoy cambiará algo en mi vida, para bien o para mal. Vuelvo a mirar alrededor, no hay ningún listo circundante que intente nada, voy a la caja, pongo cara de póker, pago y salgo; sin oírlo, por supuesto. Hace sol. No hay censores agazapados en la puerta.

De vuelta al colegio ojeo ese periódico del 7 de Enero de 1972, el único periódico atrasado que va a acompañarme toda mi vida, para este tipo de cosas estamos estudiando inglés algunos, con esa fotografía donde se muestra la entrega de algún premio local de poesía infantil a un niño de ocho años llamado Gerald Bostock, compositor del poema épico titulado “Thick as a brick”. Luego resulta que se lo quitan porque muchos honrados conciudadanos consideran blasfema dicha composición. Vale. Dos hojas más adelante viene el poema, que supongo será lo que nos canten: así, de pasada, parece un poco raro y tal vez escabroso para la censura nacional, que no sé si se habrá enterado bien. Pero el niño… ¡qué niño! Sí, en la galleta del disco pone “I. Anderson – G. Bostock”, pero un niño no ha podido escribir eso ni loco... claro, no hay niño. Truquitos del flautista. Una vez más me río de Jordi Sierra i Fabra, el comentarista más enterado del país (del suyo), que ha preferido creérselo porque, como siempre, ha pasado de contrastar las fuentes. Gran periodista, este Jordi. Bueno, y ahora Matemáticas. Y ahora lo que sea, hoy ya me da igual todo. 

¡Ah, que me olvidaba de la música..! Pues… bueno, este disco lo conoce todo el mundo, ¿no? Los necesitados de etiquetas lo tuvieron fácil esta vez: si “Aqualung” ya les había parecido conceptual a los señores comentaristas, “Thick as a brick” parece serlo por la clara voluntad del autor (¿No queríais concepto? ¡Tomad concepto!). Algunos críticos y seguidores expresaron sus dudas sobre la conveniencia de una canción de más de cuarenta minutos, con lagunas; sumado a lo anterior, la sospecha de que Anderson se estaba volviendo megalómano, pretencioso. Puede ser, pero esta facción no era distinta en espíritu a los primeros puristas, los de Abrahams: esta banda es nuestra, no se toca. Las ventas en el resto del mundo quizá no hayan sido tan astronómicas como las de “Aqualung”, pero en España sorprendieron a su propia distribuidora, la criminal Phonogram, que de momento no se atrevió a la amputación de la funda en las constantes reediciones. Lógico, lo de las reediciones: desde aquel día corríamos a comprar una copia nueva en cuanto había un surco defectuoso en el disco o indicios de deterioro en la funda. Ah, y no podemos pasar por alto un cotilleo que trae al pueblo de cabeza: Julia Fealey, la muchacha de catorce años que ven ustedes en la fotografía y que colabora con Gerald en la escritura de poemas, está embarazada. Pero no es de Gerald, contra lo que ella insinúa: resulta evidente, afirman los padres del chico, que Julia trata de proteger al verdadero padre (¡quién será!). Julia no es trigo limpio, ese tipo de guapas no suele serlo: Mrs. Daphne, la madre de nuestro amigo, asegura al periodista del St. Cleve’s que “siempre ha estado celosa de mi Gerald”. 



martes, 17 de junio de 2014

1972 (IV)



Una de las primeras señales de que el edificio del rock clásico comienza a agrietarse es la situación de las bandas que comenzaron sobre 1968 partiendo del blues, el sustento básico al menos en sus inicios de buena parte de los grandes nombres isleños. Sobre Led Zeppelin no tenemos noticias frescas porque este año andan muy ocupados con sus giras planetarias, pero muchos otros grupos que mantienen todavía un espíritu afín a ese estilo flojean a ojos vista. Este es el caso de las dos bandas que nos visitan hoy, Free y Ten Years After: ambas conocieron tiempos mejores. 

El caso de Free es curioso, ya que en teoría esta banda dejó de existir el año pasado, y no solo por una cuestión de creatividad: recordarán ustedes que Paul Rodgers y Andy Fraser casi no se hablaban, mientras que los problemas de Paul Kossoff con la heroína eran muy evidentes. Pero es justo la situación de Kossoff la que reúne al grupo de nuevo. Estamos ante un guitarrista fantástico, muy personal, extremadamente sensible y con una rara habilidad para “entender” y hacer cantar a su guitarra, pero con tendencias depresivas y autodestructivas; incapaz de soportar una situación de soledad prolongada, había logrado convencer a Simon Kirke, el batería y su amigo más longevo desde que se conocieron en los Black Cat Bones, para crear una nueva banda junto al teclista americano John “Rabbit” y el bajista japonés Tetsu Yamauchi (ambos llegarán pronto a ser populares en la Isla). Y en otoño del 71 entran en los estudios para grabar un disco bajo el poco original título de “Kossoff, Kirke, Tetsu & Rabbit”. La falta de originalidad se contagia a la obra, correcta pero sin brillo, en la que se nota mucho la falta de Rodgers entre otras cosas. 

Pero en Enero del 72, ya antes de que ese disco llegue a las tiendas, Rodgers y Fraser deciden firmar la paz: el primero había creado una nueva banda, Peace, sin muchas pretensiones, y lo mismo le había pasado al otro con Toby. Por sus diferencias personales se sentían en cierto modo responsables de la situación de Kossoff, aunque el mal lo llevaba dentro él mismo: Fraser recuerda que era descorazonador verlo en el escenario, somnoliento, casi ido, mientras “una buena parte del público lloraba o pedía -como si estuviesen rezando- que Paul se pusiera bueno”. El propio Fraser sabía que “eso era imposible: desde la muerte de Hendrix, que lo dejó tocado, y por otras muchas razones que solo él entendía, aquello era un suicidio lento. No tenía ganas de vivir, solo de escaparse, de perderse entre el caballo y el Mandrax”. Y aun así, la banda se reagrupa a principios del 72 para grabar un nuevo disco, para que Paul se sienta abrigado. El disco se titula “At last” y resultó ser uno de los más populares en la carrera de Free: siguiendo con el estilo ya marcado en su predecesor "Highway”, predominan las canciones de tiempo medio; e incluso las piezas marchosas como “Catch a train” o “Little bit of love” -un cañonazo europeo en single- tienen un ligero tono pop. Es un buen disco, si olvidamos que tiene poco que ver con el estilo original de Free, reconvertidos ahora en una banda de rock “tranquilo”, con un piano muy bien trabajado y con una presencia menor, casi testimonial de Kossoff, que en los primeros días de grabación parece ilusionado pero pronto vuelve a las andadas. Poco después Fraser ya no aguanta más y se marcha definitivamente, siendo sustituido por Tetsu… seguiremos informando.

Ten Years After viven una situación incómoda: después de haberse ganado una etiqueta para ellos solos a finales de los 60 (“blues and roll”), la fusión con el folk e incluso el sonido progresivo que muestra “A space in time”, su disco del año pasado, ha puesto el listón muy alto. En teoría deben seguir ese camino, ya que volver atrás, como si nada hubiese pasado, es imposible; pero mantener ese nivel tampoco es fácil, y el resultado queda a la vista con la publicación de “Rock & roll music to the world”, un buen disco… si no recordásemos los anteriores. De todos modos la canción que lo abre se convirtió inmediatamente en otra clásica del grupo: “You give me loving”, al estilo de dos o tres años antes pero con algunos arreglos contemporáneos que la hacen perfecta. Luego ya el resto del material decae un poco, con ocasionales pero preocupantes apariciones de tecladitos casi tecno, como ocurre en “Convention prevention” o “Standing at the station”, que sin ser malas canciones sorprenden un poco con esos extraños arreglos que no vienen a nada. Hay también alguna canción himno como “Choo choo mama”, de esas que olvidando su calidad se tararean enseguida. El conjunto, ya digo, es aceptable. Pero poco más. 

En este año Decca, su anterior sello discográfico, trata de rentabilizar las escasas grabaciones que no habían llegado a ser publicadas o que solamente lo habían hecho en single. Esas grabaciones se reúnen en un LP que bajo el nombre de “Alvin Lee & Company” se convierte en uno de los más populares de la banda. Se trata de un caso poco frecuente, ya que por lo general los discos “de relleno” solo interesan a los completistas, pero este era bueno de verdad: están las dos canciones de su primer single, que no se incluyeron en ningún LP; y en concreto “The sounds”, que había pasado casi desapercibida como cara B, resulta ser un sorprendente avance de lo que serán dos o tres años después. El resto no pierde interés, sobre todo por ”Boogie on”, una especie de mini jam que dura casi un cuarto de hora y aun así no cansa. En conjunto es una recopilación muy digna, que en ese momento significó un buen contrapunto a la actualidad tormentosa de la banda: Alvin Lee ya comienza a estar harto de tantas giras, de tanta exigencia; de haberse convertido, como él dice, en una jukebox andante. Cuando un músico llega a ese extremo, cuidado. 



martes, 10 de junio de 2014

1972 (III)



Hoy nos visitan dos de las bandas que proceden de la cosecha del 67, es decir, la psicodélica. Recordarán ustedes que en este local tenemos a tres: Family, Traffic y Pink Floyd. Pero Traffic pasarán gran parte de este año en el dique seco, ya que el bueno de Winwood está de baja por peritonitis. En cuanto a los otros dos, Family ya comenzaron a preocuparnos el año pasado porque su producción, antaño tan diversa y florida, parece estancarse en un estilo concreto; aunque más previsibles son los Floyd desde hace tiempo, y a sus seguidores se les ve encantados. 

Family han perdido parte de su magia, y en la actualidad son "simplemente" una buena banda de rock. Lo cual no es poco, pero a los fans nos desilusiona porque, como ya dije entonces, estamos muy mal acostumbrados: aquellas mezclas extrañas que solo ellos podían inventar, aquellos recursos tan extensos que iban desde el lirismo más puro hasta los berreos enloquecidos a cargo de Roger Chapman -que, no me cansaré de decirlo, es una de las voces más importantes de la Isla, sin nada que envidiar a Cocker o a quien sea- se han ido diluyendo. Y ya que la creatividad decae, es en el directo donde hay que mantenerse; lo cual en su caso no es difícil porque también ahí fueron una banda imbatible desde el principio, cuando corría la leyenda de que el mismísimo Hendrix con sus Experience les tenían miedo y trataban de evitarlos en los festivales. Y eso que por entonces Family prestaba mucho interés al estudio (parte de su repertorio era imposible de desarrollar o sonaba pobre en un escenario).

Así que la táctica que se inició en 1971 sigue siendo la misma: canciones decentes pero sin sorpresas, y que puedan sonar con toda su contundencia en directo. Con ese criterio llega a las tiendas “Bandstand” en otoño del 72. Al igual que su predecesor, sería un gran disco si fuese de otros, pero suena a poco en el caso de Family: “Burlesque” o “Broken nose” son una demostración de la potencia de esta banda, que sigue brillando a una altura técnica envidiable; “Bolero babe” nos devuelve a su primera época, con esos efluvios psicodélicos tan característicos, mientras que piezas como “My friend the sun” recuerdan la gran delicadeza que pueden llegar a mostrar cuando quieren; incluso en el caso de Chapman, que ante un micro es lo más parecido que he visto en mi vida al binomio Jekyll y Hyde. En todo caso es evidente que hay problemas internos, ya que el tránsito de músicos no cesa: John Wetton finaliza la grabación y se marcha por fin a King Crimson, tras haber hecho esperar a Fripp durante casi dos años; le sustituye Jim Cregan, que se había hecho famoso en los Blossom Toes para luego convertirse en un todo terreno (ha trabajado con Julie Driscoll y los Stud antes de llegar aquí). Poli Palmer se irá también a finales de año para dar entrada a Tony Ashton, que de sus comienzos beat en los Remo Four se ha convertido en un excelente músico de r’n’b. 

Pink Floyd siguen a su ritmo, en todos los sentidos del término. No sorprenden a nadie ni parece que lo intenten, ya que su fórmula funciona perfectamente en las tiendas a base de sonidos progresivos con inclinaciones un tanto espaciales, enmarcados en un tono general casi apacible con tendencia a la languidez incluso en la voz de Waters, que me sigue sonando tan depresiva como su música. Siempre tienen unas cuantas piezas agradables, e incluso algún sobresalto que aparece de vez en cuando está muy medido, pero el conjunto resulta un tanto cansino: no sabemos cuánto tiempo podrán resistir con esa fórmula. Y sin embargo los franceses, por ejemplo, están encantados con ellos: junto con Gong, tratan de apropiárselos como “nacionales” aprovechando sus frecuentes estancias en ese país. Uno de sus fans más notorios es Barbet Schroeder, director de cine para el que ya habían compuesto en 1969 la banda sonora de “More”, que resultó ser uno de sus obras más recordadas (teniendo en cuenta además que fue lo primero que grabaron tras la marcha de Barrett). Parece que el sonido floydiano le va mucho al cine, puesto que también Antonioni había recurrido a ellos para acompañar a Grateful Dead, Kaleidoscope y otros cuantos en la banda de “Zabriskie point”, otra historia de desconsuelo post-hippie: “suenan muy tristes”, decía Antonioni… qué razón tenía. 

Schroeder vuelve a llamarlos para que compongan la música de “La Vallée”, su nueva película, en la que la tristeza desesperada de “More” es sustituida por el misterio ominoso que vivirán unos cuantos exploradores internándose en una zona selvática oculta por nubes en los mapas. Las tres películas -de culto, por supuesto- fueron vistas con mucha frecuencia en España, en los circuitos del “cine de arte y ensayo”, como se decía antes, y aunque en aquella época nos tragábamos lo que nos echasen y casi nos las sabíamos de memoria (Franco acababa de cascar y todo era una fiesta), dudo mucho que hoy me atreviese a verlas de nuevo. Pero en fin: los Floyd aprovechan ese “Obscured by clouds” que figura escrito en los mapas para titular la música que inicia la película y finalmente el disco, que aparecerá casi al mismo tiempo. No es un mal disco, o no es una mala banda sonora: muy en el estilo Floyd, y aunque se nota en algunas piezas que el minutaje podría ser más o menos extenso dependiendo de las necesidades escénicas (es el caso de “Obscured by clouds”, “When you’re in” o el cierre “étnico” con “Absolutely curtains”), tenemos curiosidades inesperadas como “Free four”, una alegre canción de base acústica pero con un fondo de melotrón impresionante, o la muy rockera “The gold it’s in the…” que en cierto modo nos reconcilian con otros momentos más espesos de su carrera. Y añado: aunque parece que sus fans lo tienen por una obra menor, a mí me parece superior a unas cuantas cosas que hicieron luego, mucho más alabadas. Pero esto es una opinión personal, ¿eh? 



jueves, 5 de junio de 2014

1972 (II)



Una de las costumbres inveteradas de este tugurio es el respeto a la veteranía, que aquí ostentan los Stones, Who y Kinks. Sin embargo, este año Townshend y sus amigos están muy ocupados trabajando en una nueva ópera rock; prometen tenerla rematada para el año que viene, pero de momento hemos de contentarnos con dos singles de lo más lujoso: “Join together” y su cara B, una versión en directo -o sea, tremebunda- del “Baby don’t you do it”, hacen una pareja encantadora, seguida por la magnífica “Relay” y ese “Waspman” casi de dibujos animados que por supuesto solo podía ocurrírsele a Keith Moon (las dos caras A son regrabaciones de piezas que iban a formar parte del fallido proyecto Lifehouse). En cuanto a Stones y Kinks, ambos publican sendos discos dobles… como pronto harán los Who, por segunda vez. Está visto que el doble es un signo de distinción. 

El de los Stones se titula “Exile on Main Street”. Según el canon parece que estamos ante su mejor obra, aunque esa consideración es muy posterior al momento en el que fue publicado: por entonces ni sus seguidores ni los críticos lo tuvieron tan claro. Imagino que con el paso del tiempo se ha valorado más su “amplitud temática” que su brillantez, ya que es un abundante compendio de todos los géneros que interesan a esta banda. Y si esos géneros son el rhythm and blues, el blues y el rock and roll, que como consecuencia engloban también al góspel y al country, es decir, el meollo de la música racial americana en sus dos vertientes blanca y negra, es evidente que estamos ante la apoteosis de los Stones como grupo yanki. Lo cual no es malo ni bueno: simplemente, cuestión de gustos. En todo caso, a los que no somos muy fans nos gusta más “Sticky fingers” tal vez porque lo bueno, si breve, dos veces bueno. 

La banda, huyendo del fisco británico, se reúne junto a familiares y amigos en el caserón que el otro Keith se ha comprado en la Costa Azul, y con el estudio móvil a mano se ponen a grabar algunas piezas que ya tenían diseñadas de tiempo antes junto a otras que van creando sobre la marcha pero que respetan un espíritu de unidad. El trabajo se desarrolla a rachas, de manera irregular, ya que la excesiva afición del propio Richards a la heroína, acompañado entusiásticamente por Gram Parsons, entorpece el proceso. Al final tienen que pedirle a Parsons que se vaya (como ya habían hecho los Burritos tiempo antes: este chico tenía mucho vicio) y la cosa se va serenando un poco, aunque también los demás miembros del grupo muestran una cierta tendencia a extraviarse de vez en cuando. Finalmente el disco llega a las tiendas a mediados de este año y, como era de esperar, alcanza el número uno de las listas en un soplo. Hay unas cuantas clásicas, de las que mi preferida es “Tumbling dice” tal vez porque fue la que más se oyó gracias a ser publicada en single. De todos modos el tono general es muy similar, un tanto monótono, aun aceptando que hay grandes canciones: Jagger reconoció (tiempo después, claro) que no era su disco preferido, que ya estaba un poco cansado de tanto rock and roll y tanto revival clásico. No sé. Sigo echando de menos pildorazos del tipo “Brown sugar”, aunque algunas piezas como “Rocks off” intentan llegar a su altura… sin conseguirlo, creo yo. 

El doble de los Kinks se titula “Everybody’s in showbiz – everybody’s a star” y es un disco en estudio más otro en directo; en mayor o menor medida, ambos son consecuencia de la gira americana que comenzaron a finales del año anterior y que se centró en la promoción de “Muswell Hillbilies”, su último disco en aquel momento. Ray Davies tiene la idea de filmar “todo lo que pase”, como él dijo, con el objetivo de hacer una película sobre esa gira y, como abstracción, sobre la vida de una banda en la carretera, pero su sello le convence de que sería muy caro y daría pérdidas. Lo que queda finalmente es un disco en estudio cuyas letras son en su mayoría referencia directa a la vida de un músico, por supuesto tan previsible y rutinaria como otra cualquiera: mister Davies, siempre tan atento a las tribulaciones juveniles, sociales y políticas, decide en este disco “hacerse un homenaje”, por así decirlo, a sí mismo, a la gente del gremio, y “Here comes yet another day”, la canción que lo abre, es un buen ejemplo con ese contraste entre la letra desencantada y el ritmo casi de verbena. El directo representa el trabajo diario de esos sufridos músicos y recoge una actuación del grupo en el Carnegie Hall de Nueva York, local de majestuoso sonido: entre la troupe de músicos que acompañan a los Kinks y esa calidad de grabación, el resultado es magnífico.

La canción estrella del disco en estudio es “Celluloid heroes” (que iba a ser también el título de la película), una de esas perlas clásicas de la banda, todo nostalgia tanto en la construcción musical de balada como en la letra. En general lo que tenemos es de nuevo un conjunto de piezas que va desde esas mismas baladas hasta algunas aproximaciones al country pasando por el sonido victoriano y de opereta tan del gusto actual de Davies. Y el resultado es un poco monótono: las excelentes letras a las que nos tiene acostumbrados no son suficientes para ocultar una cierta carencia en el tono musical. Sigo pensando que los Kinks, un grupo glorioso en el mercado del single, sufre con bastante frecuencia en las distancias largas. Con esto no quiero quitarles el mérito que tienen -por otra parte son una de mis bandas preferidas-, pero creo que deberían haber dosificado mejor su producción de Lps. En todo caso, esta época lánguida será seguida de una especie de renacimiento muy pronto. Y el directo, ya digo, tiene un sonido magnífico; por otra parte es de agradecer que no hayan ido a lo fácil, en plan grandes éxitos, sino que -salvo un pequeño amago instrumental de Lola- prefiriesen un repertorio menos trillado en el cual destacan unas cuantas canciones de su disco anterior y algunas versiones inesperadas como ese pequeño flash de la intemporal “Banana boat”. En conjunto no es un mal disco, aunque vuelvo a lo de antes: Kinks no me parecen un grupo para publicar uno por año. Pero ahí está el negocio, y casi todos hacen lo mismo.