lunes, 24 de noviembre de 2014

España: ascensión y caída (V)



Después de la visita de Miguel Ríos, el más veterano “vocalista” (como se decía antes) de la música moderna nacional y al mismo tiempo el más popular, vamos ahora con uno que simboliza la nueva táctica que las disqueras intentan emplear con las voces de nivel: apartarlas de los conjuntos. Si lo vemos desde su punto de vista es una jugada muy inteligente, porque al tratar con una sola persona esta se vuelve más manejable -sobre todo a la hora de elegir material para grabar, ya que los solistas por lo general no suelen ser grandes compositores- y además el apoyo musical suele venir dado, al menos en las grabaciones, por músicos de la casa. Ese hecho influye también en el tipo de arreglos, y prácticamente deja al artista en manos de los técnicos: salvo que se trate de nombres consolidados, es él solo frente a toda la estructura. El primer ejemplo ya fue el propio Miguel, que no pudo desarrollar el estilo que él quería -cercano a la escuela rockera americana- hasta la década de los 70, y lo mismo le pasará a todos los que se enfrenten en solitario a la política conservadora de los sellos. Bruno Lomas, el personaje que nos visita hoy, es otro ejemplo: sus inicios tienen poco que ver con el sesgo que está tomando su repertorio; aunque también hay que reconocer que parte de ese cambio se debe a sus propios gustos, muy inclinados ahora hacia el estilo crooner. 

1965 fue el último año en el que Bruno se anunció compartiendo titulares con un conjunto. EMI, que los había fichado tras la gira triunfal por Francia, trata de halagarlo sugiriéndole que su talla como cantante está muy por encima de la destreza técnica de los Rockeros; lo cual tal vez sea cierto, pero es una verdad interesada: el sello ya está pensando en un producto todo terreno que compagine las baladas con otras piezas más intrascendentes, muy orquestadas y que puedan ser dignas candidatas a todo cuanto festival veraniego haya en el país. En cuanto a Bruno, se le convence si además de recurrir a su vanidad se le habla de dinero, y por otra parte se le asegura que en directo podrá hacer lo que quiera -dentro de un orden, por supuesto. Hay además otro punto de contacto entre sus intereses y los del sello, ya que nuestro amigo es un rendido admirador de las grandes voces de la época, desde el tono grave y medido de Sinatra hasta la potencia de Tom Jones (su mayor ídolo en aquel momento). Ese estilo es muy favorable a la estructura orquestada, con lo cual, al menos en teoría, el acuerdo parece conveniente; otra cosa es la categoría del repertorio, y ahí es donde siempre tiene mucho más que perder el cantante que el sello. 

Hay otro cambio de estrategia, y este es beneficioso: la discografía de Bruno se dosifica con más cuidado, pasando de siete discos que hubo el año anterior a cuatro en 1966. Su participación en dos de los festivales más populares de la época es muy rentable, ya que en el de Benidorm se presenta con “Amor amargo”, una muy buena composición del Dúo Dinámico que no consigue premio pero en poco tiempo arrasa en las listas y queda para la historia como su primer gran éxito; y poco después en el de la Canción Mediterránea, donde gana el primer premio con otra pieza del Dúo titulada “Como ayer”, nuevo éxito de ventas aunque mucho menos interesante para el público yeyé. Sin embargo, ese público queda sorprendido poco después con la aparición de su último EP del año, donde haciendo bulto junto a otras tres piezas más bien mediocres nos encontramos con “Vendrás conmigo”, una versión tremebunda del “Inside looking out” de los Animals que nos reconcilia con el señor Lomas. Aquí tienen aquel primer éxito y esa magnífica versión. 



El año 1967 es un verdadero hito en la carrera de Bruno y de la industria discográfica española: dejando aparte la publicación de tres discos pequeños, ni los mejores ni los peores en su carrera, y su protagonismo en la película "Codo con codo", llega a las tiendas un LP en directo grabado en los últimos días del año anterior en el Teatro Calderón de Barcelona. A la propia singularidad del hecho hay que añadir que se trata también del primer disco grande de Bruno, lo cual lo hace aún más sorprendente y demuestra el poder que tiene en ese momento: se trata de un pulso que le echa a EMI, presentando como aval su arrollador triunfo de poco antes en Valencia interpretando los mismos temas que figuran en el disco, acompañado por parte de los antiguos Rockeros. El sonido es bastante aceptable y el material se compone en su gran mayoría de piezas ya clásicas en su repertorio; pero hay también algunas versiones inesperadas, que nos recuerdan a un Bruno tan aficionado al rock and roll blanco como al soul o el rhythm’n’blues: se trata de “Be bop a lula” y “What’d I say” que por supuesto son las que he elegido como muestra de una grabación más que digna, arriesgada e innovadora. Si no fue un gran éxito de ventas (lo cual era de esperar), al menos se ha ganado su sitio en la depauperada historia de la música moderna nacional. 



Pero, contra lo que podría parecer, ese disco en directo significó el principio de una lenta decadencia: el haber nadado entre dos aguas durante casi toda su carrera comienza a pasarle factura, ya que ha llegado un momento en el que no contenta ni a los amantes de las baladas y festivales ni al público moderno. A diferencia de otros países, en España los públicos son binarios: o estás con unos o con otros, no hay términos medios (ni en esto ni en nada: las dos Españas, ya saben). Y Bruno trata de trascender ese enfrentamiento con una solución que solo consiguió agravar el problema: en 1968 publica un segundo LP en el cual rinde pleitesía a gran parte de los estilos y maestros que le han influido, pero que al final resulta un batiburrillo sin gancho porque una cosa es tener voz y otra dar con los arreglos que merece cada pieza. Ya el título parece premonitorio: “Cara y cruz de Bruno Lomas”. Nos encontramos versiones insulsas del “Fly me to the moon” de Sinatra junto a “La chica de Ipanema” o “You can’t hurry love”; por supuesto, ninguna de ellas llega a la altura de los originales ni de lejos, aunque tal vez por la debilidad que siempre he sentido por la Motown les obsequio con esta última, titulada en español “No es serio tu amor”. El fracaso de ventas es aprovechado por Bruno para despedirse de EMI y saltar a Discophon, que le ha hecho una buena oferta, pero ese fichaje le va a valer de poco: nuestro héroe ya nunca volverá a tener la popularidad que tuvo, salvo por algunos singles sueltos a principios de los años 70. Aunque hay algunas piezas perdidas en las caras B que valen realmente la pena, como es el caso de “Otra vez en la calle”, una versión sobre la que popularizaron los argentinos Náufragos: esos toques de wha wha y el aire general de canción soulera, con esa apostura chulesca que lucía Bruno a veces, la hacen encantadora. 



Los años 70 llegan y con ellos la decadencia de Bruno se irá acentuando, pero aún le quedan algunos éxitos aislados que se citarán aquí cuando llegue el momento. Mientras tanto disfrutemos con los escasos pero magníficos rasgos de genialidad de nuestro amigo, mientras lamentamos que no hubiese tenido un buen asesor: su categoría artística era mucho mayor de la que refleja el grueso de su obra. 



lunes, 17 de noviembre de 2014

España: ascensión y caída (IV)



Siguiendo con los veteranos, y una vez cumplimentados los dos únicos conjuntos instrumentales de categoría en el segundo quinquenio de la década heroica, nos vamos ahora al otro extremo: los cantantes solistas. La situación “evolutiva” es también la contraria, ya que su reducido censo actual se irá incrementando gradualmente hasta su apogeo a principios de los años 70. Y tanto entonces como ahora su representante más popular entre el público yeyé será precisamente el pionero: Miguel Ríos. 

Habíamos dejado a Miguel libre ya de su contrato con la desastrosa Philips, a finales de 1965. Justo en ese momento nace un sello discográfico que tendrá fama por su vocación de riesgo, aunque tal vez por eso su vida fue corta: Sonoplay, creado por el compositor argentino Adolfo Waitzman y en el que ejercerá como manager Carlos Guitart, el líder de los Sonor, que tras su breve aventura con los Flecos ha decidido saltar al otro lado del negocio. Como es de ley el primer fichaje tiene que ser sonado, y ese honor le corresponde a Miguel Ríos, que en 1966 publica su primer single en su nueva casa. Sin embargo tal vez debiéramos olvidar piadosamente esa etapa, ya que tras publicar tan solo tres discos pequeños en dos años se marchará a finales del 67 con su prestigio bastante tocado. Es una época confusa en la que trata de nadar y guardar la ropa, con lo cual no contenta a nadie: olvidando su último disco, que forma parte de la banda sonora de la película “Hamelin” (que no he visto), nos quedan dos; en el segundo, la cara A (“Ahora que he vuelto”) nos anuncia que ha visto la luz tras varios años de canciones “insustanciales” y nos promete que va a ser muy concienciado y progresista a partir de ahora. El acompañamiento orquestal es tan olvidable como el mensaje. Y la B (“Hermanos”) es una canción a coro medio hippie, con palmitas y todo, que produce sonrojo. Así que nos quedaremos con el primero, que aun siendo tan mediocre como el otro tiene su curiosidad: la cara A (“La guitarra”) es un sentido recuerdo a su juventud mientras la B (“Antimusical”) resultó ser la más popular de esta época y se contradice con su posterior reivindicación concienciada: un pop facilón que intercala fragmentos de piezas de Beatles, Stones y Brincos. Ah, y una pequeña maldad: teniendo en cuenta que ese mismo año los Salvajes recurren a un truco parecido en “Soy así”… ¿quién copió a quién? 



1968 es el año en el que cambia su suerte al entrar en Hispavox, donde ya conocemos a Rafael Trabucchelli y Waldo de los Ríos, que le darán un formidable apoyo logístico; pero además su llegada a ese sello viene propiciada por Fernando Árbex, que además de su papel central en los Brincos ya está empezando a trabajar como arreglista, productor y compositor para otros artistas. Y el primer resultado de esa colaboración es uno de los singles más populares y recordados entre los muchos que componen el pop español de los años 60: “El río / Vuelvo a Granada”; la cara A compuesta por Fernando, la B por Miguel. Ese disco se convierte en número uno inmediato que anticipa la publicación, el año siguiente, de su primer LP, “Mira hacia ti”, un éxito mediano pero desde luego muy por encima de su trayectoria anterior. Los arreglos son tan tremebundos como detallistas, totalmente en la línea del legendario “sonido Torrelaguna”, y la escucha de las dos caras de aquel single resulta casi obligatoria: 



En pocos meses, Miguel Ríos ha pasado de ser un nombre minoritario (y casi olvidado tras sus dos años grises en Sonoplay) a uno de los más populares en el mercado discográfico nacional gracias a su nuevo perfil de “cantautor para todos los públicos”, una especie de amable juglar que no se mete en cuestiones espinosas -como hacen algunos catalanes y madrileños- y cuyas canciones tienen unos arreglos cuya perfección podría recordar a Phil Spector, sin ir más lejos: honradamente, creo que Waldo de los Ríos y Trabucchelli no tenían nada que envidiar al famoso muro de sonido. Y la consagración definitiva llega en 1969, primero con la publicación del LP donde se incluyen los tres singles publicados el año anterior, y luego con la llegada de la canción que probablemente haya sido el mayor éxito mundial en la historia moderna de nuestro país: el Himno a la Alegría. Se trata de una versión del último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven construida por Waldo de los Ríos y cuya letra es una interpretación libre que hace Amado Regueiro (un compositor especializado en canciones festivaleras) sobre la tradicional de Schiller. El número uno en España solo fue el anticipo de muchos otros en más de medio planeta: tanto en el mercado hispanoamericano como en los demás (traducida al inglés con el título de “A song of joy”) el impacto fue inenarrable. Aquí la tienen ustedes, precedida de “Yo solo soy un hombre”, otro éxito compuesto por Árbex y extraído de aquel primer LP.



En la década de los 70, especialmente en sus primeros años, veremos a un Miguel Ríos en plan hippy con querencias fumetas (lo cual le costará algún disgusto con la Ley). Pero de momento lo dejamos aquí, convertido en el artista yeyé más exportable que tenemos... con permiso de los Pekenikes, otro producto de la factoría Torrelaguna. 



lunes, 10 de noviembre de 2014

España: ascensión y caída (III)



En el escuálido sector de la nueva música sin palabras, los Pekenikes son una especie de alter ego de los Relámpagos. Después de unos cuantos años como grupo con cantante, en los que su carrera no fue peor ni mejor que la de muchos otros e incluso llegaron a pensar en la posibilidad de separarse, a finales de 1965 las circunstancias los fuerzan a tomar una decisión a contracorriente. Pero casi todos los conjuntos de la época habían grabado algunas piezas de ese estilo, por lo que no era una completa novedad; y la apuesta les saldrá bien, ya que mientras los Relámpagos comenzaron a decaer entre 1967/68, los Pekenikes siguieron en lo alto de las listas hasta principios de la década siguiente gracias a que tanto su repertorio como su instrumental eran mucho más variados y eclécticos. 

Si algo quedó claro en su primera época es que los cantantes no conseguían acomodo en este grupo. Y tras la estampida de Eddy Guzmán (cantante y batería que ya había estado con ellos al principio de su carrera) hay que pensar rápido, porque Hispavox quiere hacer frente a la potencia que ha alcanzado Novola con la “erupción” de los Brincos y mete prisa a los Pekenikes para lanzar un LP. Pero los hermanos Sainz y compañía ya se han dado cuenta de que en el terreno del beat no podrán competir con ellos: parece evidente que Árbex y Pardo son los mejores de España en ese estilo. Así que de la necesidad hacen virtud y reorientan su carrera: no habrá nuevo cantante en los Pekenikes. Buscando una diferenciación clara con los Relámpagos, sus competidores directos a partir de ahora, su material alternará piezas de tono español, con aires medievales a veces, junto a otras cercanas al r&b o el soul-funky, utilizando una gran variedad de instrumentos entre los cuales oiremos mucho viento: en cierto modo, los Pekenikes son los precursores de esa furia trompetera que sacudirá el país dentro de poco -el spanish soul, ya saben. 

Por su parte, Hispavox ha tomado nota del auge de Novola y también se actualiza inaugurando sus flamantes estudios en la calle Torrelaguna; a continuación ficha como productor y manager a Rafael Trabucchelli, un milanés que entre idas y vueltas a su país vivió mucho más tiempo aquí que allá, y que tendrá libertad total para contratar a quien quiera. Y su primer fichaje es un director de orquesta argentino llamado Waldo de los Ríos, nuevo director musical y arreglista del sello. Bien, pues esos dos nombres legendarios en la historia del pop español darán a luz un curioso término: el sonido Torrelaguna, que junto al más chusco “las trompetas Hispavox” estará presente hasta bien entrada la década de los 70 (que se lo pregunten a Alaska y los Pegamoides, por ejemplo). Esos dos personajes son responsables en buena medida de la nueva dirección de los Pekenikes, a los que suministrarán los músicos necesarios en las grabaciones para conseguir un producto perfecto aunque de momento seguirán siendo un quinteto oficial. Y la batería queda a cargo de Jorge Matey, un ex-Sonor. 

En 1966 llega por fin su primer LP, que se convertirá en un clásico inmediato. Grabado en un estéreo muy perfeccionado para la época, casi todas las piezas son propias salvo el “Romance anónimo”, “Sombras y rejas” (basada en Albéniz) y “No puedo sentarme” (versión instrumental del “You can’t sit down” de los Dovells). Pero incluso en estos tres casos los arreglos desdibujan mucho los originales, y en conjunto se paladea un inequívoco sabor español que será tan apreciado aquí como en el extranjero: sus ventas en media Europa y varios países americanos fueron enormes. Las piezas más brillantes se publicaron también en tres singles consecutivos; cuesta trabajo elegir solo dos de ellas, pero ahí van: “Hilo de seda”, su primer número uno en single y radios, y “Arena caliente”, un verdadero bombazo rítmico que fue apropiado inmediatamente por el programa de moda “Escala en Hi-Fi”, de la TVE, como sintonía. Ah, y la trompeta es cosa de Vicente Gasca, que junto a Pedro Luis García forman el apoyo de viento en los Pekenikes junto a Alfonso Sáinz, y que pasarán a ser miembros oficiales el año próximo mientras causará baja Jorge Matey por un grave accidente de tráfico; su lugar será ocupado por el ex-Silvers Félix Arribas. 



Con el grupo ya en lo más alto, el año 1967 es una simple continuación del éxito anterior (salvo porque ahora son siete músicos); y así parece indicarlo también su nuevo LP, para el que ni siquiera han buscado título. Las diferencias se hallan en el estilo, que comienza a alternar las piezas de sabor español con otras más cercanas al r&b y al soul tan de moda: es entonces cuando a los Pekenikes se les adjudica el mote de “los Booker T & The MG’s españoles”. Y tal vez esa comparación sea merecida, porque la conjunción que alcanzan es magnífica y el sonido es cada vez más compacto. Solo hay una versión, y no es lo más afortunado del disco: la standard “The “in” crowd”, que ellos convierten en “En la onda” y que me parece un poco plana. Pero hay verdaderas joyas, de las que yo elijo “Robin Hood”, una pieza de tonos medievales que abre el disco (y es una de mis favoritas desde pequeño), y “Siete loros temblorosos”, indicativa de ese aire cosmopolita que empiezan a tener. 



El servicio militar, un cáncer para los conjuntos de entonces, lentifica la trayectoria de los Pekenikes, que sobreviven como pueden al desfile de algunos de sus miembros: entre 1968 y 69 publicarán seis singles que forman el grueso de “Alarma”, su tercer disco grande y último de esta década. Quedan fuera de ese disco algunos temas de los singles como “El tiempo vuela”, una buena versión, aunque un tanto fotocopiada, del “Time is tight” de Booker T (era de esperar algo así) y, aun con algunos lunares en ese conjunto de piezas, se nota una evolución hacia estructuras más complejas que en cierto modo se deben a una intensa colaboración entre el grupo y Waldo de los Ríos (vamos, como los Beatles con George Martin). Esa colaboración da como resultado, entre otros, la creación de dos temas cantados, después de tanto tiempo: la soñadora “Nostalgia” -con una versión instrumental en la cara B- y “Cerca de las estrellas”. Esta última es probablemente la obra cumbre de los Pekenikes y tal vez de un imaginado estilo psicodélico español, en el caso de que existiese: su perfección es emocionante, sobre todo para los fans del género como el que esto suscribe; conste que también “Nostalgia” tiene ese aire fantasmagórico que tanto nos gusta, pero no es lo mismo. Otra de mis preferidas es “Hechizo”, una especie de variación sobre la base rítmica de “Robin Hood”. 



Y llegamos al final de la década, que será también el final de esta serie. Los Pekenikes, a pesar de problemas internos que partirán al grupo en dos y marcarán el principio de su decadencia, siguen adelante unos cuantos años más, así que cuando ataquemos esa nueva etapa volveremos con ellos. Como ven, estamos ante uno de los grupos más longevos de la historia musical española. 


lunes, 3 de noviembre de 2014

España: ascensión y caída (II)



Ya saben ustedes que el orden cronológico es una de mis obsesiones, lo cual significa que los primeros nombres a citar aquí serán los veteranos, los que proceden del primer quinquenio. Y atendiendo a tal orden comenzaremos por los representantes del sonido “sin palabras”, mezcla de surf yanqui con la escuela isleña de los Shadows que arrasó en los primeros años de esta década pero que ya comienza a ser visto como una antigualla. Casi todos los conjuntos que se dedicaban a ese estilo han desaparecido o se han pasado al triunfante beat, salvo uno que seguirá adelante: los Relámpagos. Luego, la próxima semana, habrá que hablar también de los Pekenikes; pero son dos casos distintos, ya que estos últimos comenzaron siendo un grupo con voz que decidió pasarse al estilo instrumental forzado por los acontecimientos, mientras que aquellos fueron fieles a él desde su nacimiento hasta su desaparición.

Los Relámpagos han sido el conjunto número uno en España durante casi todo el primer quinquenio. Su popularidad y altura técnica son enormes, lo cual les ha permitido acompañar a muchos cantantes en sus grabaciones (Miguel Ríos es un buen ejemplo), participar en anuncios de televisión o en campañas publicitarias como la de los famosos discos Fundador, que al final acabaron colonizando un gran número de hogares españoles. Por otra parte cuentan con una pareja de compositores -el organista Pablo Herrero y el guitarra José Luis Armenteros- que los distancia con respecto a los demás grupos y que con el paso del tiempo acabarán siendo dos nombres de referencia en el pop nacional. A mediados de 1965 termina su contrato con Philips y fichan por la naciente Novola, el subsello moderno de Zafiro que había puesto a punto el desaparecido Luis Sartorius y donde ya están los Brincos; cuya “asesora técnica”, la simpar Maryni Callejo, trabajará también con ellos. Son conscientes de que han de modificar su sonido, que ya comienza a sonar desfasado, y Novola no objetará ninguna de sus decisiones, lo cual significa que tienen libertad total. 

El camino que eligen es muy arriesgado: en pleno aluvión beat, con los fans enardecidos por las canciones que llegan de la Isla, cada vez más “salvajes”, nuestros amigos deciden establecer su nuevo repertorio como una mezcla entre actualizaciones de piezas tradicionales españolas y obra nueva pero en ese mismo tono. Es una posibilidad que ya han aprovechado algunos grupos antes: el “Zorongo gitano” de Lorca pasó por las manos de gente tan dispar como los Jets o Micky y los Tonys; los Sonor también probaron en ese campo, al igual que los Pekenikes, los Continentales y otros cuantos más que ahora no recuerdo; pero siempre habían sido casos aislados, piezas sueltas en la trayectoria de conjuntos heterogéneos, mientras que esto parece más serio. 

Antes de terminar el año llega a las tiendas su primer LP, casi al mismo tiempo que el primero en una serie de tres EPs y un single consecutivos en tres meses. La táctica es la misma que había empleado el sello un año antes con los Brincos, lo cual denota su confianza: tanto Maryni como Novola están decididos a enfrentarse a la amenaza sajona con productos inequívocamente españoles y de calidad. Para que la cosa quede clara, pronto comienza a asociarse el nombre de los Relámpagos con un nuevo término que se hace popular inmediatamente: el “Sonido español” o “spanish sound”, que de las dos maneras se veía escrito en la prensa nacional (y este truco bilingüe sirvió para aparecer en algunas reseñas de la prensa extranjera tanto como para guiar más tarde a los coleccionistas). Aunque sin llegar a la altura de los Brincos, las ventas fueron enormes: el LP llegó al puesto 7, y los discos pequeños no bajaron del top 5. Ese disco grande ha quedado como uno de los clásicos en la historia de la música española, y de entre sus piezas he elegido dos tan dispares como lo suelen ser pasado y futuro: su versión de “Misirlou”, un guiño a lo que han sido los Relámpagos hasta ahora, y “Nit de llampecs” (noche de relámpagos), el primer gran éxito de esta nueva época. Está claro que es una sardana, pero la han creado ellos. 



En 1966 los ejecutivos deciden traspasar a los Relámpagos de Novola a la matriz Zafiro, lo cual implica un contrato mejorado. Y como los estudios de grabación españoles eran todavía bastante primitivos, tanto ellos como los Brincos son financiados por el sello para que, dirigidos por Maryni, graben en Italia un buen puñado de temas que ha de ser suficiente para mantener el mercado abastecido durante más de un año. A diferencia de los estudios españoles, donde todavía se grababa en cuatro pistas (¡y algunos en dos!), los Relámpagos graban en seis, y Zafiro quiere dejarlo muy clarito: la mayor parte de los discos que publiquen este año llevarán un pequeño adhesivo donde figure orgullosamente ese guarismo. Y después de un LP recopilatorio, el año 67 se inaugura con un nuevo LP titulado precisamente “6 pistas”. Es también nueva la estrategia de Zafiro, que lanza ese disco grande antes de cualquier single con canciones extraídas de él; al igual que en la Isla, el formato grande se está adueñando del mercado, y mientras en 1966 los Relámpagos publican tres EPs y dos singles, en 1967 serán únicamente tres singles: el formato EP, intermedio, está desapareciendo. He aquí otras dos clásicas en su carrera: la tradicional Alborada gallega o Alborada de Veiga, de finales del siglo XIX, que los Relámpagos versionan en 1966, y “El baile del bufón”, que pertenecía a su LP del 67 y que cerró ese año también en single: es una pieza propia, y de mis favoritas. Casi tiene un aire sicodélico, y todo. 



Pero no nos engañemos: la decadencia del estilo instrumental es imparable, tanto aquí como en el extranjero; y solo un grupo como los Pekenikes, que mezcla la tradición española con los sonidos americanos de moda, podrá mantenerse en lo más alto de las listas. Ya en 1966, con ocasión del I Festival de Ídolos, patrocinado por el Corte Inglés y celebrado en el Palacio de los Deportes de Madrid en mayo, a los Relámpagos se les respetó como lo que eran, los venerables veteranos; pero la mayor parte de los aplausos fueron para los Brincos y los Bravos, y también para los barceloneses Mustang y Sirex: los gustos estaban cambiando. Herrero y Armenteros, conscientes de ello y con ofertas para convertirse en compositores profesionales, abandonan el grupo y fichan con Polydor en 1968, casi al mismo tiempo que Maryni Callejo. Los hermanos Campíns tratan de mantener el grupo vivo pasando Ignacio al órgano y Juanjo a la guitarra solista al mismo tiempo que abandonan también a Zafiro para fichar por RCA: parece que Zafiro comienza a ser una venerable sombra de lo que fue, aunque la yeyé Novola aún se mantendrá unos años. En 1969 Los Relámpagos publican “Páginas musicales de la historia de España”, un disco en el que cada pieza lleva el título de un personaje o hecho relevante en tal historia; resulta un poco pretencioso, pero en cierto modo es el primer intento de rock sinfónico nacional. Yo les dejo aquí “El templo de las estatuas”, que pertenece al primer single con RCA, y una pieza del LP de marras: “Los bárbaros”. 



Y a partir de aquí la cosa tiene poco brillo: grabarán algunos singles más y un LP, “Piel de toro”, perfectamente olvidable, en 1971. El año siguiente será el de su baja oficial, y luego, como suele ocurrir, ha habido algunas reuniones esporádicas. Pero eso ya no importa. Lo que importa es que estamos ante uno de los conjuntos más notables en la historia de la música española en la década heroica, un grupo que a pesar de las ofertas por acompañar a cantantes de moda o dedicarse a sonidos más comerciales se mantuvo fiel a su estilo durante toda su existencia, para bien o para mal. Eso se llama honradez.