miércoles, 28 de enero de 2015

España: ascensión y caída (XI)



Sí señores, los Brincos: el conjunto musical que ha quedado para la historia como el más importante en la música pop española de los años 60. Se pueden discutir aspectos de su carrera tales como su preferencia por el estudio antes que el directo (por lo general bastante flojo: les daba pereza) o que sus intentos por actualizarse y abandonar el beat delataron sus carencias. Pero lo que no se puede negar es la enorme influencia que ejercieron sobre muchos músicos de su época, incluyendo aspectos técnicos y comerciales. Gracias a sus canciones aparentemente simples y directas pero con unas melodías perfectamente diseñadas hicieron fácil lo difícil, unir calidad y comercialidad; de ese modo prendieron la llama de la inquietud musical en una generación de adolescentes españoles que de otro modo tal vez se habrían aburrido mucho teniendo en cuenta la grisura reinante por entonces. 

Nos habíamos despedido de ellos tras su viaje a Italia, donde grabaron su segundo LP; con esas canciones y siguiendo la táctica habitual diseñada por Maryní Callejo, había material suficiente para una buena parte de los discos pequeños del año 66. Les vino bien esa previsión, ya que si a ojos del público los Brincos eran una máquina de hacer éxitos, su situación interna amenazaba tormenta: demasiado jaleados por prensa y público, dejándose querer y más aficionados a la juerga que al trabajo, descuidaban claramente los ensayos y la preparación de sus actuaciones. Uno de los momentos más desastrosos fue su presencia en el festival de Benidorm, a donde los había llevado su manager, Emilio Santamaría, en connivencia con Novola: la idea era cerrar el festival fuera de concurso, como grandes estrellas, para mostrarse ante toda España (la televisión estaba por medio) y un elegido grupo de jefazos de sellos sudamericanos a los que habían invitado para introducir al grupo en aquellos países. Pero aquella actuación resultó horrorosa, y la bronca de Novola les sentó muy mal: cabreados, decidieron echar la culpa al señor Santamaría -por obligarlos a trabajar, supongo- y ficharon a Luis Sanz, otro clásico del negocio. Sin embargo el problema era de más calado, porque la política de publicar en discos pequeños lo ya incluido en el grande comenzaba a fallar; y ese segundo Lp, un poco más caro de lo habitual por el trabajo de la portada, se vendió menos que el primero. Si a esto añadimos que la aparición de los Bravos, con un sonido más moderno, estaba amenazando su jerarquía, no es extraño que surgiesen enfrentamientos entre los dos cerebros del grupo. 

Juan Pardo fue posiblemente el primero en despertar y reconocer que la profesionalidad de los Brincos estaba en cuestión, así como también su estilo musical: el beat, español o no, comenzaba a pasar de moda. En vista de que cada vez se entendía menos con Fernando Árbex, ideó una jugada consistente en aliarse con Junior y, apoyados por Luis Sanz, plantear un órdago a Fernando, echarlo y quedarse con el grupo. Pero este tenía la propiedad del nombre comercial y su contraataque fue demoledor: amenazó a Sanz con prohibir el estreno de una película protagonizada por Rocío Dúrcal -representada por Sanz- en la que los Brincos habían incluido algunas canciones, y Sanz tuvo que agachar la cabeza. Poco después, en Octubre del 66, Juan y Junior estaban fuera; Manolo González, el bajista, era amigo de Fernando desde la época de los Estudiantes y por supuesto siguió a su lado. Los jefazos de Novola, que habían estado a favor de echar a Fernando y a Manolo, al final no se quejaron mucho porque ahora tenían dos marcas comerciales: un grupo y un dúo. Del dúo ya hablaremos otro día, pero ahora estamos a lo que estamos y toca degustar dos muestras de este año tan convulso: la deliciosa “Mejor”, una joyita beat que abría su segundo Lp y cuyo encanto llevó a los británicos Bystanders -futuros Man- a hacer una versión, y “Renacerá”, que pertenece al último Ep del año y de su carrera (el single se impone), siendo también la última participación de Juan y Junior. 



Fernando Árbex recrea los Brincos recurriendo a dos músicos de los Shakers, un conjunto que prometía mucho y se fue quedando en nada: de ahí proceden el guitarra solista y cantante Vicente Martínez y el rítmica Ricky Morales, hermano de Junior y cuya carrera había empezado en los 4 Jets a principios de la década. Su intención es endurecer un poco el sonido para ajustarlo a las modas reinantes, e ir abandonando el beat para convertirse en un conjunto que hoy podríamos llamar de pop/rock; bajo el punto de vista de un aficionado a ese tipo de estilos la idea de evolución de Fernando parece más interesante que la de Juan y Junior, que tras algunas buenas canciones de pop melódico orquestado y un tanto tremendista desaparecerán pronto, así que la escisión fue saludable. Entre 1967 y 68 graban primero en Abbey Road supervisados por Geoff Emerick, y luego en Marble Arch bajo la dirección del legendario Larry Page (sí, el de “Wild thing” con los Troggs: dirigió casi toda su carrera, y fue un personaje fundamental en los primeros tiempos de los Kinks), buscando ese mágico toque british y de paso la posibilidad de entrar en aquel mercado. El sonido gana y pierde al mismo tiempo: algunas canciones son realmente potentes, sin nada que envidiar a los isleños de la época, pero el estéreo de los estudios italianos se convierte ahora en un monoaural con bastante eco (bajo presupuesto: no son los Beatles). En todo caso ese bienio es realmente magnífico para los Brincos, que lo rematarán con la publicación de “Contrabando”, el mejor Lp de su carrera, en el que se reúnen las canciones grabadas en Londres -algunas ya adelantadas en singles. Hay dos en concreto que se publicaron también en la Isla, en inglés, of course, aunque pasaron sin pena ni gloria a pesar de aparecer en el sello de Larry: “El pasaporte” (con “Lola” en la cara A: error) y “Nadie te quiere ya”, ambas con un sonido ligeramente modificado (la cara B de esta última en la Isla fue “The train”, que Peter Townshend demandó considerando que su entrada era un plagio de “Substitute”). Por supuesto nosotros las oiremos en nuestro idioma, pero… la primera es ahora una de las escasas referencias españolas en algunos recopilatorios isleños de esa cosa llamada freakbeat. Snif… ¿no es emocionante? 



Los Brincos han pasado ya por el beat, el pop e incluso una vaga psicodelia cuando el rock progresivo se pone de moda en 1968/69. Fernando, siempre al día, toma nota, evoluciona y en 1970 presenta el resultado: “Mundo, demonio y carne”, un Lp que se lanza también en el mercado isleño. Pero el resultado es desastroso en todos los frentes: los Brincos no son tan buenos como para destacar allí, como tampoco lo hicieron durante su primera época en Italia o Francia (sus objetivos por entonces). Y en España el disco se hunde porque los fans tradicionales no lo comprenden, mientras que los aficionados a este nuevo estilo son pocos y elitistas: para ellos, la música española nunca llegará a esas categorías. Y la verdad es que tienen parte de razón, porque estamos ante un batiburrillo de piezas irregulares con un argumento conceptual bastante pretencioso del que solo se salvan algunos momentos más o menos brillantes. El fracaso lleva a Fernando a replantearse su carrera, y decide liquidar a los Brincos para comenzar una nueva década dedicado preferentemente a la producción y el desarrollo de una tendencia que ya ha comenzado a diseñar con ese último disco: el funk rock con aires latinos, en parte influenciado por Santana, que lo llevará a dirigir Alacrán y posteriormente Barrabas (sin acento, pensando en el mercado exterior). Pero esas ya son otras historias y… nosotros nos quedamos con dos ejemplos del disco en cuestión: la primera fase de la suite “Mundo, demonio y carne”, y “Emancipación”, una pieza bastante decentilla de la cara B.



Esta es, a grandes rasgos, la accidentada historia de unos de esos pocos grupos de los que podemos sentirnos orgullosos, un grupo que puede presumir de que todo su repertorio es original. Justo lo contrario de los que vienen ahora, los que casi acaban con ellos, los Bravos, un producto de laboratorio. Y sin embargo… 



miércoles, 21 de enero de 2015

España: ascensión y caída (X)



El listado de nombres pertenecientes a la primera generación yeyé española -es decir, los surgidos entre finales de los años 50 y principios de los 60- termina hoy con los dos conjuntos catalanes más populares en ventas pero menos valorados con el paso del tiempo: los Sírex y los Mustang. Hay diferencias entre unos y otros, ya que mientras los Mustang ofrecen un diagrama plano de simples covers calcadas al original, los Sírex nos sorprendían de vez en cuando con algunas versiones muy lúcidas o canciones propias realmente buenas. En estos casos se agradece el componente rockero: los Sírex eran adoradores del rock and roll de la vieja escuela, que en momentos de penuria siempre puede ofrecer al menos unas escalas agradables. En cambio los Mustang eran de corte pop, y ahí no hay términos medios: o eres bueno o eres un petardo. Y ellos, conscientes de que su carencia era la creatividad, se dedicaron a explotar sus habilidades técnicas. Ah, y los miembros de ambos conjuntos se llevan muy bien, ya que durante unos años anduvieron todos juntos por el circuito de la nostalgia.

Habíamos dejado a los Sírex en una envidiable posición: a finales del 65 son el grupo estrella de Vergara, que va abriendo la mano y les permite aumentar su porcentaje de canciones propias, además de publicar su primer LP antes de que ese año acabe. Como sucede con los Salvajes y otros muchos conjuntos de este tipo, su época dorada es el trienio 1965-67, con cuatro o cinco discos pequeños cada año y un montón de actuaciones por toda España, incluyendo el mérito de haber sido teloneros de los Beatles en Barcelona. En 1966 la producción no solo es amplia sino que además es de cosecha propia en su gran mayoría: tal vez quisieron seguir el ejemplo de Lone Star, que por entonces ya dependían de su propia creatividad. Pero es evidente que los Sírex no llegaban a su altura y el resultado es cuando menos discutible, ya que hay pocas canciones de esa época que valgan realmente la pena. Sin embargo rescataremos aquí a dos que tienen su mérito: se trata de “Yo grito”, que venía incluida en el segundo EP de ese año pero que realidad era de sus primeras piezas tras el Lp del año anterior (el primer Ep del 66 procede de ese disco grande) y “Eternidad”, la cara A de su primer single -el formato de moda, que destierra al disco de cuatro canciones. 



Llegados a 1967, digo lo mismo que dije con los Salvajes: el remolino musical de aquella época está causando mucho daño a los conjuntos veteranos. El rock and roll, el beat o el garaje entran en el peligroso sector de los géneros pasados de moda, y muchos grupos comienzan a dar palos de ciego. Algo así le pasa a los Sírex, que lo mismo lanzan un single con vagos tonos psicodélicos como recurren a piezas -tanto propias como ajenas- que causan sonrojo. De ahí hasta su desaparición oficial en 1970 no hay mucho que contar, pero siempre se puede rescatar alguna canción semienterrada entre tanta mediocridad: por ejemplo, su sorprendente versión de la legendaria “Atto di forza no. 10”, que publicaron los italianos Ragazzi del Sole en 1966 y que los Sírex reiteran al año siguiente manteniendo en esencia su letra sobre peleas entre bandas moteras. Otra canción curiosa, también del 67, es “Eva”, una incursión en el folk pop; se trata de una pieza propia y recuerda vagamente a Donovan, al que parecen admirar (es más, en el 68 publicarán una versión del “There’s a mountain” perfectamente olvidable hasta para mí, que soy fiel devoto del escocés galáctico). Más que curiosa, yo diría que "Eva" es una de sus mejores canciones: hubiera sido un dignísimo final para su carrera.  




De los Mustang, como ya dije en su primera época, poco hay que contar. Aquel trato de favor que obtuvieron de Brian Epstein y la EMI británica los hizo millonarios, ya que pasaron a ser los introductores nacionales de los Beatles en España para el público menos exigente: tienen, más o menos, una docena de covers de los de Liverpool. Y el resto de su material son covers también, siempre confeccionados teniendo en cuenta las listas de éxito en cada momento. Hay una frase suya que tal vez sea exagerada, pero resulta muy reveladora: “Los Beatles son los dioses, musicalmente fuera de serie. Lo demás no nos interesa”. Saquen ustedes sus propias conclusiones. Pero claro, los discos hay que rellenarlos con más cosas que los Beatles; por lo tanto, aparte de los éxitos más tremebundos que estuviesen en las listas en cada momento y que ellos puntualmente copiaban, hay también alguna concesión a otros pequeños grupos supongo que sin interés para ellos pero que, bueno, también son de Dios y a lo mejor le gustan a alguien. Digamos, por ejemplo, los Kinks y los Moody Blues: de los primeros hicieron “Dandy”, sin pena ni gloria; de los Blues atacaron una de sus canciones más marchosas, la adorable “Ride my see saw”, y aún encima su versión en single, que es más cañera. Bueno, pues mira, ya tenemos dos para poner.



La cosa siguió marchando sobre ruedas hasta el final de la década, cuando la separación de los Beatles dejó a los Mustang fuera de lugar. Por otra parte el reinado de los grupos en España estaba tocando a su fin, y la prensa los atacaba sin piedad. Su defensa comenzaba a resultar patética: a las acusaciones de no tener ni una sola pieza propia ellos respondían diciendo que Elvis o Sinatra tampoco eran compositores. Sus enemigos contestaban que esos señores no necesitan escribir nada porque su estilo es único y hacen suya cualquier canción que canten; entonces ellos replicaban que su intención era ser “lo más fieles posible a la canción original, porque eso es lo que desea la gente”. Y no hay más que hablar. En todo caso parece que muchos de sus fans están dolidos, aún hoy, con ese supuesto maltrato de la crítica, y piden respeto. Bien, pero no nos confundamos: una cosa es respeto y otra admiración. De todos modos hay una curiosa excepción en su carrera de covers: en 1970, ya en plena caída de popularidad y ventas, como intentando reivindicarse, publican un single enloquecido pero muy moderno, a medio camino entre psicodelia y progresivo, que compone su antiguo guitarrista y ahora manager Marco Rossi. El single se titula “Mustang: Reino prohibido en el Himalaya” y consta de dos partes, una en cada cara. La primera, una especie de leyenda recitada sobre fondo musical, es mejor olvidarla; pero la segunda tiene unos arreglos bastante decentes (pasando de la letra). Y terminamos con la canción que señaló también el final de este grupo, en 1972: se está poniendo de moda un tal David Bowie, cuyo single titulado “Starman” es un gran éxito incluso en nuestro país. ¿Ah, sí? Pues allá van ellos… 



Como dije arriba, la primera generación de conjuntos musicales modernos termina aquí: un recuerdo muy emocionado a todos ellos. Así pues nos toca ir a por la segunda, que como ustedes saben comienza por los Brincos. Palabras mayores…



jueves, 15 de enero de 2015

España: ascensión y caída (IX)



Comenzar un nuevo año con la presencia de un conjunto tan aguerrido como los Salvajes es muy saludable, creo yo: entre los nombres más populares de Barcelona en los años 60, su carrera fue relativamente corta si la comparamos con Gatos Negros, Sírex, Mustang y no digamos ya Lone Star, pero hoy en día son los más respetados junto al grupo de Pedro Gené. Aunque la mayor parte de su repertorio son versiones, casi siempre están bien elegidas y con frecuencia a la altura de la original e incluso superándola -lo cual, de un modo u otro, implica también originalidad. Sus piezas propias suelen ser muy buenas, y ese punto de arrogancia callejera que lucen Gaby Alegret y sus colegas les da un cierto encanto y los aproxima a un público que ya comienza a admirar la mala leche de algunas bandas isleñas de cuyas gamberradas vamos viendo algunos ejemplos en la prensa musical de por entonces. 

Antes de nada, recuerden aquel párrafo que comenzaba con “Antes de nada…” en el post relativo a la primera época de estos muchachos: los Mustang intentaron parecer los Beatles españoles, pero los Salvajes NO eran los Stones. Esa leyenda es obra de EMI, y por desgracia mucha gente quiso creérsela sin comprender que las influencias de este conjunto son mucho más amplias: el estilo americano de Jagger y sus socios no es tan frecuente en los Salvajes, mucho más cercanos al sonido beat o mod. Aquí entre nosotros, sin que nadie se entere, me atrevo a decir que los Salvajes eran nuestros Who, pero en cualquier caso ese tipo de comparaciones no beneficia a nadie. Y dicho esto, llegamos a 1966 viendo a nuestros amigos instalados cómodamente en el top 10 de las listas gracias a su tercer EP, cuya inclusión del “Satisfaction” hace que EMI se gaste sus buenos cuartos en promocionarlos pensando que ya tiene a los Stones españoles (es la versión más calcada que harán de ellos, casi una cover, al estilo de los Mustang); y a partir de ahora les permitirá grabar algunas piezas propias, contando con que seguirán ese camino. 

Pero no. El año más brillante en la carrera de los Salvajes se inaugura con un EP cuya primera pieza es instrumental, de cosecha propia y que abrirá sus actuaciones a partir de entonces: “Al Capone”, que comienza con el inconfundible sonido de las lúgubres Thompson y luego una escala guitarrera de escuela mod que da pie a la presentación del título seguido por el nombre del grupo. Tras un dibujo de órgano que va cerrando la melodía, yo al menos creo hallarme ante uno de los mejores momentos del pop nacional, a la altura del isleño (ya me gustaría saber qué hubiera sido de esa pieza si la lanzasen los Who, que claramente son su principal referencia). Y aunque las otras tres son versiones, los Salvajes demuestran ser en estos momentos los mejores de España en esa disciplina: el “Paff… bum” de Lucio Dalla no es nada al lado de la interpretación que hacen ellos -de nuevo al estilo Who, por cierto; “A la buena de Dios”, que comenzó su andadura con Antonio Machín, es otra pieza Who como la copa de un pino, y “You were on my mind” no tiene nada que envidiar al estilo de ninguno de los guiris que la ha cantado. Por tanto estamos ante una verdadera “delicatesen” de cuatro canciones, y dos al menos han de quedar aquí: 



Como dije antes, 1966 es su mejor año. Y con diferencia: tras la maravilla anterior llega otra que no tiene nada que envidiarle y que aún encima contenta a EMI con una nueva versión de los Stones. Esta vez se trata de la Decimonovena crisis nerviosa, que ellos titulan “La neurastenia” y que supera de largo las ventas en España de sus autores. Algunos grupos han demostrado que no es difícil superar a Jagger y Richards con sus propias piezas, pero lo de los Salvajes tiene más mérito porque a fin de cuentas son unos humildes españolitos; que también atacan el “Keep on running” de los Spencer Davis Group con todo éxito, y no digamos la blandita canción de las botas de Nancy Sinatra. La guinda es, lógicamente, su segunda canción propia: “Soy así”, que ha quedado como la más definitoria de este conjunto y cuya letra es una especie de versión suave, adaptada a las estrecheces nacionales, de una “My generation” (aunque en lo musical hay resabios de los Stones). Poco después llega un nuevo Ep: su versión del “Paint it black” no supera a la que han hecho los Animals, pero de nuevo tenemos también a Spencer Davis Group con su “Somebody help me”. Su tercera versión corresponde a uno de los grupos de moda: los Troggs, con la inevitable “With a girl like you”, y la pieza propia es un nuevo alegato, “Es la edad”, donde una vez más Gaby y sus secuaces demuestran su admiración por la actitud reivindicativa de sus amados Who. 



La llegada de 1967 es también la llegada de la psicodelia; eso descoloca a muchos grupos que se defienden bien en el beat o el garaje pero que no tienen mentalidad “lisérgica”, y por desgracia ese es el caso de los Salvajes: siempre a la última, siempre siguiendo el rastro de las novedades isleñas, cambian de aspecto, se visten de colorines, se agencian un sitar y adoptan un estilo cercano al pop psych que no les hace ningún favor, creo yo. Sus discos comienzan a flojear, tanto en la elección de versiones como en las piezas propias; pierden el favor de sus antiguos seguidores, que no son reemplazados por otros nuevos, y EMI comienza a impacientarse: tras dos nuevos EPs que caen estrepitosamente en las listas, los obliga a versionar piezas de Bee Gees -la banda de moda-, alguna otra de los Stones y éxitos foráneos de categoría indiscriminada como “Baby come back” o “Judy con disfraz”, tratando de volverlos al redil donde se hallan desde siempre los Mustang, la marca estrella del sello. Pero esa táctica acaba con ellos, y en 1969 presentan un último single que podemos olvidar con toda tranquilidad. Quedan por medio algunas canciones ajenas o propias realmente curiosas, como las dos que les dejo aquí: no es que sean joyas, pero por momentos lucen unos desarrollos bastante decentes. 



Y esta es la historia de un grupo cuya época dorada no pasó de un trienio (1965/67) pero cuya leyenda, tanto por actitud como por sus directos, los ha agigantado hasta el punto de convertirlos en un mito del pop nacional: son nuestros Who de andar por casa, y eso es decir mucho.