sábado, 28 de marzo de 2015

España: ascensión y caída (XIX)


Siguiendo con la cuadra Hispavox, hoy tenemos aquí a dos grupos que resumen muy bien la filosofía del sello: calidad y comercialidad. La calidad en estos casos suele ser meramente técnica, con juegos de voces muy trabajados y un apoyo instrumental impecable; pero han dejado unas cuantas canciones que no tienen por qué perderse, desde luego mejores que el desastre chicle pop en el que cayeron gran parte de los grupos de consumo masivo a finales de la década. Por otra parte, gracias a la poderosa infraestructura del sello, no importó que ambos fuesen de provincias. Se trata de los granadinos Ángeles y los bilbaínos Mitos. 



Los Ángeles son la actualización, en 1966, de los Ángeles Azules, un grupo creado en 1963 por Julián Granados entre otros y que se dedica a hacer versiones de piezas beat. Pero Julián es tentando por los Brisks, un grupo de Ceuta con mejores perspectivas, y la voz queda a cargo de su batería, Alfonso “Poncho” González, que además se convierte en el líder del grupo. Viene luego una época en seco causada por la mili, que se los lleva a casi todos, y a la vuelta algunos deciden abandonar la profesión. Poncho decide seguir adelante y reorganiza el grupo junto al bajista Paco Quero y los guitarras Carlos Álvarez (solista) y Agustín Rodríguez (rítmica); todos ellos tienen buena voz y saben hacer coros (aunque por desgracia Paco y Agustín aún no han hecho la mili). Poncho decide que deben abandonar Granada y subir a Madrid, donde consiguen algunas actuaciones; entre el público vemos a un pekenike, Alfonso Sáinz, que les promete hablar con Rafael Trabuchelli para que les haga una prueba, y a principios de 1967 se publica el primer single de los Ángeles. Durante ese año publicarán un total de cinco, más un LP que, como suele suceder en esa época, no es más que una reunión de los singles pero que demuestra la tremenda popularidad que consiguieron desde el principio de su carrera. Y aunque han comenzado haciendo versiones, dentro de poco tendrán su propio repertorio, generalmente escrito por Poncho. De ese primer año la canción más recordada es "98.6", versión de la que había hecho Keith poco antes y que superan porque su juego de voces a lo Beach Boys es imbatible; vamos, que cantan como los Ángeles. 

Siguen imparables entre 1968 y 69: además de grandes cañonazos como “Mañana mañana”, el mayor éxito de su carrera –compuesta por dos profesionales británicos- o “Dime, dime” (Amen Corner: “Bend me shape me”), participan en la legendaria “Un dos tres, al escondite inglés” y la no tanto “A 45 revoluciones por minuto”. Pero no todo iba a ser buenas noticias: Paco y Agustín, a la mili; son sustituidos por Santiago Villaseñor (ex Buitres) y Pepe Robles, cuya escaso pedigrí solo incluye algunos grupos amateur. Pronto vemos que el tal Robles debe de ser muy bueno: también compone algunas piezas, es tan hábil con el bajo como con la guitarra, tiene una voz muy andaluza y bien modulada… y cuando se marcha de los Ángeles tendrá ayuda de Trabuchelli para crear los Módulos, uno de los escasos grupos españoles undergound/progresivos que consiguió ventas decentes. Mientras, los de las voces angelicales llegan a 1970 con otro éxito tremebundo: “Mónica”, compuesta por Poncho. A partir de entonces su sonido se acerca al folk y combaten el decaimiento en las listas de éxitos con un inagotable programa de actuaciones que los mantiene hasta 1976: en un accidente de tráfico (la otra peste negra de los músicos nacionales por entonces, junto a la mili) mueren Poncho y José Luis Avellaneda (que había sustituido dos años antes a Agustín), y Carlos Álvarez resulta herido grave. Abajo les he dejado unas muestras de su estilo, comercial pero exquisito, con aquel juego de voces que nadie más ha conseguido; ah, y con alguna sorpresa por medio: “Déjame pensar en ti”, del 71, podría haber sido un éxito si la publicasen los Tequila años después. 



Los Mitos, de Bilbao, no llegan a tanta altura, pero también son buenos con las voces: era una de las obsesiones de Rafael Trabuchelli, ya que, sobre todo en el pop, la voz y la línea melódica suelen ser primordiales. Proceden de la fusión de los Famélicos y los Espectros, dos pequeños grupos sin discografía, y en 1968 consiguen un contrato con Hispavox. Tras unos cuantos bailes de personal, el cantante será José Santisteban; la guitarra rítmica y los teclados van a cargo de Carlos Zubiaga; José Millan es el solista, Oscar Matías el bajo y Paco García como batería. Gran parte de su repertorio es propio, generalmente compuesto por Carlos, Óscar y José; aunque a petición de los dos primeros -que hoy en día no se llevan del todo bien con el tercero- hay que aclarar que la mayor parte de las piezas más famosas son de ellos dos. Cierto: suya es “Cuando vuelvas”, el debut de los Mitos, que ya consigue un éxito notable con su cadencia melodramática pero realzada por ese juego de voces que también recuerda a los Beach Boys, apoyados por los legendarios violines y trompetas marca Hispavox. Por otra parte tuvieron el detalle de darle valor también a la cara B, ocupada por “Coge mi mano”, una canción “alegre y festiva”, como se decía antes, que acabó oyéndose en las radios tanto como la A. Ese single fue seguido por la tremebunda “Cantemos así (Aleluya)”, una especie de gospel pop o algo así en la que una vez más las contundentes trompetas Hispavox le dan un tono entre heroico y celestial a la pieza. Ah, y tan mala no debía de ser, en vista de que el reverenciado Iván Zuleta también incluye a los Mitos en su película “Un dos tres…” cantándola. 

1969 es su segundo y último año triunfal, gracias a la publicación de “Es muy fácil”. Se trata de una canción del estilo “todo el mundo es bueno”, con su estribillo y coros tan de cantar en excursiones y demás encuentros festivos. Fue su single más vendido, pero tras un cuarto disco un poco más flojo llega una noticia muy de la época: José Santisteban abandona el grupo para seguir una carrera en solitario bajo el nombre artístico de Tony Landa. Como ya he dicho otras veces, el final de la década es un río revuelto en el que los sellos discográficos pescan las mejores voces porque no confían en la capacidad de supervivencia de los grupos y porque son mucho más manejables. A partir de ahí los Mitos subsistirán durante otros cuatro o cinco años con más pena que gloria; con frecuencia se les compara con Fórmula V o los Diablos, lo cual tal vez sea aceptable en esa segunda época pero un tanto injusto en la primera porque tanto su repertorio como su nivel técnico eran más cuidados. En el paquetillo adjunto (y en compañía de los Ángeles) podrán oír ustedes sus cuatro primeras canciones: no hay mucho más donde elegir. 

El segundo quinquenio de los años 60 comienza a adquirir una velocidad vertiginosa: entre 1967 y 68 está surgiendo la tercera oleada de grupos, en un número que se cuenta por centenas. El soul, la psicodelia, el pop, cualquier estilo imaginable tiene sus seguidores y en consecuencia sus intérpretes. Vamos, que la cosa se anima. Ya lo iremos viendo, a pesar de Divshare y el gripazo criminal que me ha tenido postrado. 


jueves, 19 de marzo de 2015

España: ascensión y caída (XVIII)



La lotería histórica es un concepto que todo aficionado conoce muy bien: por obra y gracia de la memoria selectiva, su grado de conocimiento o sus manías personales, los historiadores deciden qué personajes son merecedores de consideración en mayor o menor grado, haciendo que unos nombres ocupen muchas páginas mientras que otros son un simple apartado de dos líneas. Como es lógico, la música yeyé también está afectada por ese mal: si hablamos de la época sesentera española todos harán mención destacada de los Bravos, pongamos por caso; pero muy pocos recordarán que se debe citar con el mismo énfasis –o mayor aún- a los Pasos, nuestros invitados de hoy. Se trata de un grupo que, tras un fuerte revés en sus inicios -causado por la aparición de los Bravos, precisamente- se convirtió muy pronto en uno de los más brillantes de España: sus juegos vocales se comparaban con los de los Byrds, su nivel como compositores es excelente, su talla como músicos no lo es menos y su pop de alta escuela teñido de tonos psicodélicos y progresivos era vanguardista; si a esto sumamos que grababan en Hispavox -ya saben, el sonido Torrelaguna- la mezcla tenía que ser imbatible. Y lo fue: aunque pocas veces llegaron al número uno –demasiado refinados tal vez para el aficionado medio- el nombre de los Pasos se pronunciaba con respeto. Pero hoy en día están casi olvidados porque, en este mundo binario en el que vivimos, una de dos: o se cita a los grupos de muchas ventas -su mención es inevitable- o a los héroes del garaje -lo cual da una pátina de exquisitez al comentarista de turno. Y lo demás no importa. 

Estamos ante otro grupo que, como los Bravos, es una reunión de músicos ya veteranos: José Luis González, el teclista, había sido miembro fundador de los Sonor y suele ser la voz principal aunque no hay un cantante predeterminado; Joaquín Torres procede de los Diablos Rojos y con solo diecisiete años ya es un guitarrista notable; Alvaro Nieto, el rítmica, ha estado en los Jets y los Diablos Negros; el batería Luis Baizán viene de los Flaps, y el menos famoso es Martin Careaga, el bajista, sin pedigrí conocido. Ahora les contaré una historia que le va a sonar a los que recuerden la de los Bravos: Manolo Díaz, ese compositor/músico/cazatalentos de Columbia, se entera del nacimiento del nuevo grupo gracias a González, con quien coincidió en los Sonor, y los presenta a Alain Milhaud, que está buscando una alternativa a los Brincos; Milhaud parece convencido y les ofrece un contrato con Columbia; Manolo Díaz sugiere el nombre de “Los Bravos”, les ofrece “La moto”… y entonces aparece otro grupo en el que también hay ex-miembros de los Sonor, que se han aliado con ex-miembros de los Runaways y que tienen un cantante alemán con una voz esplendorosa. Milhaud queda cautivado por esa voz, comprueba que son más manejables que los otros y apuesta por ellos. Sin embargo “los otros” son tan buenos que no les importa mucho el desprecio de Milhaud: pierden el contrato con Columbia, pero el padre de Joaquín consigue interesar a Rafael Trabucchelli y este los ficha para Hispavox (una mejoría notable); no podrán grabar “La moto” hasta después de que lo hayan hecho los definitivos Bravos, pero a cambio inauguran su carrera con canciones propias (casi todo su repertorio lo será). Y lo más importante, son dueños de su destino: los Bravos no lo fueron hasta que llegó su decadencia y abandonaron a Milhaud. No me digan que no es como para hacer una película… 

A mediados de 1966 llega su primer single, cuya cara A es “Tiempos felices”, de producción propia; al igual que los Brincos, las canciones vienen firmadas por el grupo al completo, aunque su mayor interés se centra en la composición estrictamente musical: muchas de las letras de los Pasos están escritas o al menos sugeridas por el padre de Joaquín. En ese disco ya quedan claras sus dos constantes, que son su juego de voces y la perfecta ejecución de las piezas: el sonido de la guitarra de doce cuerdas de Joaquín (una de las primeras que se vieron en España) es magnífico y recuerda efectivamente a los Byrds; pero el teclado de José Luis, que ya había sido un referente en los Sonor, no desmerece en absoluto, y el resto de los instrumentos brilla a la misma altura. Estamos entonces ante un grupo que, como los valencianos Huracanes, tiene un alto nivel técnico, pero que al igual que ellos no hace rock sino pop; y eso, con el tiempo, se paga. Tras un gran éxito con “Nací de pie”, una concesión a la comercialidad bien entendida, con una letra muy de coña, terminan el año con su versión de la dichosa “moto”: aun siendo fan de los Bravos nunca me ha gustado esa canción, que al menos en la voz de Mike tenía su gancho. Con los Pasos ese gancho también desaparece, pero aun así tiene unas ventas excelentes; lo cual demuestra que ya hay muchos aficionados que compran cualquier cosa que publiquen por el solo placer de disfrutar con lo bien que suena todo (y por supuesto, también Hispavox tiene que ver en ello). En 1967 se consolidan manteniendo el equilibrio entre calidad y ventas: “Anoustchka” y “Ojo por ojo” son sus dos éxitos masivos de este año, aunque el resto de su producción no lo es menos. La primera es una especie de balada un tanto lacrimógena “prestada” por el naciente grupo folk Almas Humildes, mientras que la otra es una aportación de Manolo Díaz –tal vez con complejo de culpa tras la faena de la moto- a la que los Pasos le añaden juegos de voces y un sonido que llevó a la revista Ondas a definir el single como “el primer disco psicodélico español”. 



La evolución se sustancia en 1968: los Pasos están muy pendientes de los nuevos estilos isleños y cada vez se alejan más del tono medio nacional, aunque la prensa se empeñe en asimilarlos al pelotón. Por otra parte hay mar de fondo, ya que su participación en “Long Play”, una película bastante patatera de la época, crea algunas disensiones a las que hay que añadir la marcha de Martín para vestir de uniforme -ya saben ustedes cuál. Pero lo que va quedando claro es que, si hay facciones dentro del grupo, se está imponiendo la más seria: la producción discográfica del período 68/69 es impresionante, a medio camino entre el pop barroco y el psych pop de tono underground y con unas letras muy superiores a las que suelen estilarse en España. No alcanzarán el número uno con esa estrategia ni les importa, porque el respeto del que hablaba antes se lo están ganando a pulso. Una vez más resulta muy difícil elegir, pero hay un single que para mí es de los más equilibrados en la historia del pop español de los años 60 ya que no está claro cuál de sus dos fabulosas canciones es mejor: “Lluvia en la estación” / “El piano”. La primera es un puntal de la psicodelia pop española; y la otra, emocionante, si la llegan a publicar unos Left Banke, sin ir más lejos, aún ahora estaríamos aplaudiendo con las orejas. Pero claro, como son los Pasos… bah, solo es decentilla. 



A mediados del 69 tiene lugar la primera separación: las discusiones suben de tono, la calidad se resiente y tras un último single bastante malo termina su contrato con Hispavox. Jose Luis, Joaquín y Luis se reúnen con los hermanos Sainz e Ignacio Martín, de los Pekenikes, donde también hay conflictos, y crean Taranto’s, un grupo de breve trayectoria que solamente publicó un Lp –con los singles consiguientes- y que en realidad no hacía más que mantener a duras penas el estilo Pekenike con un tono más “andaluzado”. En 1971 están de vuelta en los Pasos, y el grupo consigue un contrato con Ariola; pero el tiempo en blanco ha sido de casi dos años, y la decadencia es evidente: después de otros tres singles sin mucha substancia, deciden darse de baja en el censo el año siguiente. Así termina la historia de uno de los conjuntos más dignos que ha tenido la música española de los años 60 y que ahora, en vista del poco recuerdo que hay de ellos, supongo que militarán en el sector de los grupos de culto, o algo así. En el grupillo de canciones que he seleccionado se incluyen las que para mí fueron sus dos últimas grandes: “Yo fui el mejor”, que oída ahora tiene algo de autobiográfica, y la sorprendente “Habibi”, en la que se convierten en una banda mora -con cabra y todo- que demuestra conocer perfectamente los sonidos y escalas tradicionales de las músicas de por allí; ah, y la letra es una coña total. Hubo algunos músicos de tendencias hippies que se atrevieron con las melodías hindúes, pero no recuerdo a ningún otro grupo español de la época que se haya acercado al estilo del Magreb; lo cual, claro, es una alabanza más.



Hispavox, con su sonido Torrelaguna, tan reconocible, es en estos momentos el sello de más potencia en España: de momento nos han visitado Miguel Ríos, los Pekenikes y los Pasos, pero hay unos cuantos más. Entre unos y otros el sello abarca prácticamente todos los estilos y escalas, tanto vanguardistas como de consumo masivo, pero siempre con un alto nivel de calidad en sonido y producción. Lo que significa que hasta sus grupos más comerciales tienen una categoría, como pronto veremos. Y mientras tanto, aquí les dejo un paquetillo con lo más florido de la obra de Los Pasos. Bueno, las que más me gustan a mí, para ser exactos; pero es casi lo mismo: mi buen gusto es proverbial.   





martes, 10 de marzo de 2015

España: ascensión y caída (XVII)



Cuando andábamos por el primer quinquenio de los 60 salieron a relucir los Javaloyas, una agrupación musical valenciana/mallorquina que comenzó a principios de los años 50 y que, entre unas cosas y otras, duró más de cincuenta años (vamos, como los Stones); en esencia eran un cruce entre orquesta y conjunto, con algunas canciones propias pero especializados en hacer versiones de las piezas de actualidad para interpretarlas en los bailes populares y salas de fiestas, que son el medio natural de este tipo de grupos. Suele haberlos por todas partes del mapa, pero muy especialmente en el Mediterráneo y la zona del Noroeste que comprende a Galicia y Asturias. Y suelen ser también muy poco valorados, razón por la cual cuando hablé de aquel grupo hice extensivo mi reconocimiento a toda esa legión de músicos que andaban de fiesta en fiesta, mal pagados, tocando horas y horas, despreciados por la mayoría del público pero adorados por algunos chavales que solo veían la parte mágica de la profesión: aquellas músicas interpretadas por aquellos señores vestidos de militares antiguos, o algo así, nos hechizaban. 

Galicia siempre fue tierra de músicos, y hay algunas orquestas míticas como los Satélites, los Tamara , los Player’s y otros cuantos que durante muchos años alegraron al paisanaje con su mezcla de piezas clásicas y modernas que cumplían la doble función de hacer bailar al pueblo e informar a una minoría de las novedades musicales que iban surgiendo (en ese rol, tanto los Satélites como los Player’s siguen existiendo, y por tanto superan a los Javaloyas en longevidad). También comenzaron a surgir unos cuantos grupillos más yeyés que, por falta de talla o por la total inexistencia de un circuito musical establecido, desaparecieron pronto casi sin dejar rastro. Pero por fin, a mediados de la década de los 60, se consolidó uno que, en palabras de sus paisanos, “fueron nuestros Beatles”: se trata de los ferrolanos Sprinters; que probablemente no les suenen de nada a la mayoría de los que lean esto, aunque de haber surgido en Madrid o Barcelona tal vez serían más recordados en esta época de bendito furor vintage. Los Sprinters eran técnicamente solventes, tenían muy buen ojo para elegir versiones y algunas piezas propias son como mínimo curiosas, pero su procedencia los lastró: sin ese circuito del que hablaba antes y aunque el propio Ferrol, como ciudad costera, tenía un cierto ambientillo, sus actuaciones solían ser más de fiestas patronales que de salas modernas. 

Su creador es Miguel Suárez, “O Tranquilo”, que ejerce como voz principal y guitarra solista. A pesar de sus veinte años, ya tiene experiencia en grupos anteriores y su digitación es notable (ha participado en rondallas con mandolina y guitarra acústica). Al bajo queda Alfredo Mella, de menos pedigrí pero muy hábil con las cuatro cuerdas; a la batería José Vázquez, y como organista Ramón Miranda, que también toca la guitarra rítmica. El grupo se presenta a finales de 1965, y a mediados del año siguiente fichan por Fontana. Su primer Ep se abre con una pieza propia que, como en el caso de los Cheyenes, no cuadra mucho con el espíritu del grupo pero nos muestra una vez más cuál era la tendencia imperante en el negocio: se trata de “El tablao”, una curiosa aportación gallega a la españolísima copla que ellos resuelven con una especie de beat en tono surf, sus dos principales influencias. Su gusto por la melodía queda claro en la elección de “We can work it out” y “I love her” para homenajear a los Beatles; y la otra, aunque pueda parecer anecdótica, tiene su miga: se trata de “In un fiore”, una canción pop orquestada que defendió poco antes Wilma Goich en el festival de San Remo; los Sprinters le dan un aire cercano al beat barroco que resulta un poco dulzón de más, pero muestra otra de sus tendencias. El disco tiene unas ventas regulares incluso a escala nacional, y antes de que acabe ese año llega el segundo; que está compuesto enteramente por versiones, pero muy variadas. Aquí los Sprinters nos demuestran, además de su talla como músicos, un gran eclecticismo, ya que van del “Paint it black” de los Stones a ”Sounds of silence” de Simon & Garfunkel con total soltura. Aunque los poppies nos quedamos arrebatados con una de las canciones que forman parte de nuestra mitología pagana, una de las más grandes: “La muñeca que hace no”, de Michel Polnareff, y sobran las palabras. Aquí la tienen, junto a la de los Stones. 



1967 será el año más activo de los Sprinters, que se presentan al famoso festival de Conjuntos de León (aquel que ganaron los Continentales pero que le sirvió a Alain Milhaud para descubrir a los Tifones), quedando entre los seis finalistas. Poco después llega su nuevo Ep, que se abre con una canción propia: “Explicación”, un beat melódico muy agradable aunque el excesivo sonido de eco y lejanía (Fontana no se esmeraba mucho) le dan un aire a pieza de tres o cuatro años antes que no le favorece. Por otra parte hay un cierto desequilibrio en la calidad de las versiones, ya que no tiene mucho sentido enfrentarse a las mismísimas Supremes o a Spencer Davis Group. Llega pronto el cuarto disco, muy ecléctico, donde hay una nueva canción propia poco interesante: “Aquella balada”, que es lo que su nombre indica y de nuevo suena pasada de moda. Este problema ocurre también con algunas versiones instrumentales en las que se nota cierto seguidismo con respecto a los Relámpagos y en general a una escuela surf que ya estaba fuera de tiempo. Pero posiblemente estén tomando nota de ese desajuste, y mientras tanto atacan también otros estilos más tradicionales pero poco trabajados en España, como sucede con “Extraños en el paraíso”. 



Los Sprinters superan aquella posible imagen de “grupo pasado de moda” con su último Ep del 67, que se abre con “Espera, que quiero hablarte”, una canción propia y la más alabada por los yeyés en toda su carrera; ahí los vemos haciendo una especie de beat pop casi progresivo con fuerte presencia del órgano y algunas escalas de guitarra muy agradables. No cabe duda de que estamos ante su obra cumbre, e incluso aparece en más de un recopilatorio psicodélico sobre la época. Las otras tres son un tanto contradictorias: por una parte tenemos la casi inevitable “Sweet pea”, pero también una versión sobre una pieza de Schubert que no viene mucho a cuento. En 1968 entra José Sueiras como cantante, con lo cual pasan a ser cinco; pero solo publicarán dos discos más, ambos singles y sin piezas propias. De todos modos, una de esas versiones es de campeonato: el “White room” de los Cream, nada menos. Su sonido envolvente, con apoyo orquestal, le da un aire psicodélico muy superior a la original; dice la leyenda que los arreglos para esta versión fueron hechos por el mismísimo Augusto Algueró, pero en todo caso hay que reconocer la valentía de los Sprinters, que por lo visto después de aquella canción del año anterior ya se atrevían con todo. Sin embargo, salvo por los dos primeros discos, las ventas han sido muy pobres y Fontana no les renueva su contrato. Al poco tiempo, cuando más negro veían el panorama, resulta que un joven de un pueblo cercano comienza a hacerse muy famoso cantando en gallego y llegando al número uno de ventas con su primer single: se trata de Andrés Dobarro, que los contrata como grupo de acompañamiento; con él recorren media Europa y graban sus discos hasta 1973. Tras esa época, Los Sprinters serán otra orquesta que animará las fiestas de Galicia pero ya sin su líder: el tranquilo Miguel Varela, junto a su esposa María Manuela, formará un dúo folk. Nosotros los despedimos, cómo no, con aquellas dos canciones que han quedado como lo más interesante del primer grupo gallego que llegó a oírse en toda España. 



Aquí terminamos nuestro particular homenaje a los grupos con mala suerte y volvemos a los que andan por los primeros puestos de las listas de ventas. Aún quedan unos cuantos, lo cual demuestra la gran efervescencia de la España yeyé: un vergel, comparado con lo de ahora. Teniendo en cuenta que eso mismo sucede en el resto del mundo, es de suponer que algo se estará haciendo mal... 


martes, 3 de marzo de 2015

España: ascensión y caída (XVI)



El glamour es una cosa inaprensible, un don que parece genético, independiente al mérito profesional que tenga o no su portador. Si nos ceñimos a la música española de los años 60, glamour pop era parte de lo que vendían los Brincos o los Bravos, por ejemplo: gracias a sus astutos managers y la campaña publicitaria que supieron tejer a su alrededor, los fans deliraban con su sola presencia. También es glamour, de otro tipo, el aura que envuelve a nuestra ensoñación sobre los Cheyenes: la eterna figura del outsider, el rebelde. Pero las cosas se ponen cuesta arriba cuando, por muy bueno que sea un grupo, su imagen es anodina, no hay un Alain Milhaud detrás y, peor aún, no son catalanes ni madrileños. Ese es el caso de los valencianos Huracanes, nuestros invitados de hoy: técnicamente, son de lo mejor de España (sus directos son legendarios); la mayor parte de su repertorio es propio y de un nivel superior; si hacen versiones, muy pocos tienen su maestría, y dominan varios estilos. Sin embargo no es frecuente oír hablar de ellos: Valencia es la tercera ciudad española en casi todos los órdenes incluyendo el musical, pero ese pequeño pastel está repartido entre Madrid y Barcelona -como casi todos los pasteles. Y esa polaridad aún durará muchos años: salvo en casos aislados como el de Bruno Lomas o los Canarios, los nombres “de provincias” suelen estar considerados como segunda fila (recordemos además que Bruno perdió mucha proyección por negarse a vivir en Madrid, algo que los Canarios aceptaron). El hecho de que un grupo cuya vida fue de casi diez años no tenga más fotografías oficiales que la que ustedes ven ahí arriba y otras dos o tres usadas para la reedición de su obra en CD, ya lo dice todo. 

Sus comienzos fueron muy prometedores, ya que estamos ante casi un supergrupo que además tiene una visión muy profesional del negocio. Tras la desaparición de los Pantalones Azules, su cantante Víctor Ortiz se va a la mili, vuelve a mediados del 64 y crea los Huracanes con una alineación de circunstancias para ir cogiendo rodaje; el grupo queda consolidado el año siguiente con la entrada de Pascual Olivas, guitarra solista y líder que fue de los Top-Son (antiguos Milos hasta la marcha de Bruno Lomas a Francia). Junto a ellos tenemos a José Casquel, (rítmica), José “Malayo” Segura (bajo) y Julio Andreu (batería). Víctor, Pascual y Julio compondrán la mayor parte de su repertorio, y se imponen un horario fijo de ensayos. Los primeros resultados animan al legendario Enrique Ginés (el John Peel de Valencia) a darles todo su apoyo, meterlos a ensayar en La Voz de Levante y que esa emisora los patrocine, mientras que un industrial de la ciudad les financia la compra de todo el material que necesiten para sonar “como los grandes”. La historia recuerda un poco al arranque de los Brincos, con la diferencia de que los Huracanes son técnicamente mejores: estamos ante el primer grupo español cuyas actuaciones en directo pueden sobrepasar las dos horas sin bajas de calidad en sonido ni en repertorio. Eso, en 1965, resulta increíble (y más tarde, también). 

Ginés consigue que EMI se interese por el grupo asignándolos a su subsello Regal, y en Octubre del 65 tenemos en las tiendas el primer Ep de los Huracanes; en el cual ya hay tres piezas originales de muy buen nivel precedidas por una magnífica versión del “For your love” de los Yardbirds. La apoteosis llega el año siguiente, con cuatro Eps y un Lp (uno de los más interesantes en la historia de la música española de los años 60). Ese ritmo de producción solo ha sido igualado por los Brincos hasta entonces, pero ni ellos alcanzan el nivel de ventas de los Huracanes en la comunidad valenciana: sus únicos competidores por el número uno en las listas de éxitos de esa zona son los Beatles. El disco grande, compuesto exclusivamente por piezas originales, se graba en un solo día en Barcelona -allí están los estudios de EMI- y durante un tiempo el grupo se radica en esa ciudad, donde comparte cartel con todas las luminarias catalanas; sin embargo, en una nueva demostración de que para su sello solo son un fenómeno provinciano, el disco tiene una tirada reducida, circunscrita casi exclusivamente a su patria chica. Ahora me toca elegir dos canciones de una época tan fructífera, lo cual me aconseja ponerme “canónico” y no darle muchas vueltas a la cabeza; eso significa recurrir a una buena muestra del repertorio propio y otra de su calidad haciendo versiones, y sin ir más lejos en su primer Ep del 66 tenemos ambas cosas: la legendaria “El calcetín”, una pieza soberbia de garaje pop (o algo así) que tal vez sea hoy la más recordada de este grupo, y una versión del “Linda Lu” de Ray Sharpe que se comenta sola, ya lo verán. 



El año 67 es agotador: aunque de momento el mercado está abastecido con algunos Eps que se extraen de aquel mítico Lp, las actuaciones son continuas. Hay un comentario muy famoso de Pascual Olivas que lo resume perfectamente: “Ahora parece imposible que tocáramos el viernes por la noche en un sitio, una matinal el sábado en otro, por la tarde y noche dos pases en un tercer lugar y finalmente en uno o dos sitios más el domingo, para luego viajar toda la noche y estar en clase, en la universidad, el lunes a las 8 de la mañana". Tremendo. Sumen a eso algunos desplazamientos un poco más largos (en Madrid llegaron a tocar en el Price) y comprenderán que el estudioso Pascual tenía que tomar una decisión: esa decisión fue, en otoño de ese año, dejar la música para acabar su carrera. Esto significó un gran golpe para el grupo, ya que además de su maestría con la guitarra era un compositor e “ideólogo” fundamental. Un buen ejemplo de su calidad es “Tarta de merengue”, compuesta enteramente por él, incluida en el Lp de marras y luego en su último Ep del 67. Del mismo tipo es “Ya verás”, compuesta por Julio y también incluida en ambos discos. Por otra parte constituyen la demostración de que los Huracanes fueron, junto a los Canarios, los primeros en acercarse a ese estilo aunque desde el pop, que era básicamente su escuela. 



Tras la marcha de Pascual la situación comienza a ser inestable: además del soul también la psicodelia comienza a ponerse de moda, y parece que tanta revolución crea divisiones en el grupo porque en poco tiempo hay una buena cantidad de salidas y entradas. A partir de 1968 los Huracanes son un grupo de siete miembros, con sección de viento y teclados; ese año y el siguiente serán todavía de muchas actuaciones pero cada vez más circunscritas a su comunidad. De EMI pasan a Belter, un sello capaz de lo mejor y lo peor, que en esos momentos favorece todo lo que suene a pop trompetero aunque también tiene sus imposiciones y los hace asistir al festival de Benidorm del 69. Con el final de la década y hasta su liquidación, casi a mediados de los 70, los Huracanes van desvaneciéndose: vuelven a ser un quinteto pero su producción discográfica es muy pequeña y compuesta en su mayoría por versiones, mientras que su escasa presencia escénica no va más allá de Valencia y Mallorca; y como suele suceder en esa nueva época regida por los solistas, la mayor parte de los músicos que pasaron por este grupo abandonan la profesión. Nosotros los despedimos con “¿Piensas volver?”, una muestra de su incursión en el pop psicodélico, y la muy soulera “Algo por nada”, versión bastante fiel pero bien hecha de la que habían publicado Jess y James poco antes. Esta última suele formar pareja con “El calcetín” en algunas recopilaciones, lo cual es un pobre consuelo: habiendo sido uno de los mejores grupos en la historia del pop nacional, la mayoría de los jóvenes aficionados a esa época creen que los Huracanes no pasan de ser otra nota a pie de página.



Ya ven ustedes que el centralismo creado por el eje Madrid-Barcelona era feroz en una época de tanta escasez. Y si Valencia no se salvaba de la exclusión, es evidente que quienes viviesen más lejos lo tendrían mucho peor aún: la semana que viene veremos un ejemplo de ello, oye.