jueves, 30 de abril de 2015

España: ascensión y caída (XXIII)



Hoy nos toca hacer un pequeño viaje a Mallorca, uno de los puntos con más actividad musical de España, aunque ya hemos comprobado que todo lo que no sea Madrid o Barcelona resulta anecdótico para la industria y la mayoría del público. La isla, que comenzó a ser un hervidero desde los primeros años de la década gracias a su nutrida población de guiris, tiene algunos grupos realmente notables y avanzados que, si en su época no fueron muy conocidos fuera de aquel ámbito, hoy en día son respetados entre la población de nostálgicos. Y de entre ellos los más populares son los Z-66, que simbolizan muy bien la ascensión y caída de la música yeyé española porque en su corta pero densa historia se encuentran gran parte de los tópicos que la aquejaron. 

La mayoría de los músicos mallorquines comenzaron sus carreras haciendo versiones en pequeños grupillos que actuaban en los locales de moda frecuentados por la fauna extranjera más variopinta. Es evidente que la proximidad con ese tipo de público crea una interacción que no se da en el resto de España, y que eleva los conocimientos de los músicos por encima de la media nacional. De entre esos músicos, cinco crean un nuevo grupo con el nombre de Z-66 y comienzan a resaltar entre los demás porque en su repertorio ya casi no hay piezas beat, sustituidas por las novedades del primer pop psicodélico o el soul (antes también que los grupos de la Península). Sin embargo la mayoría de esas piezas son instrumentales hasta que a finales de ese año 66 consiguen atraer a una voz agraciada: Lorenzo Roselló, un cantante muy moderno que está haciendo soul en los Bríos, otro grupillo popular en el ambiente isleño aunque no tan vanguardista. Es esa vocación de vanguardia la que convence a Lorenzo para cambiar de banda y también de apellido, que en honor a su pueblo de nacimiento será “Santamaría”. 

En 1967, tras algunos cambios de plantilla, Lorenzo queda acompañado del guitarrista Vicens Caldentey; Leopoldo Gonzalez al bajo, Manolo Marí en la batería, Pep Noguera como teclista y Manolo “Ness” Martínez al saxo. Es un año de mucho trabajo culminado por su fichaje con EMI, que los incluye en el subsello Regal y a principios del 68 lanza su primer disco: se trata de un Ep en el que hay un dominio técnico poco frecuente para un grupo que empieza, lo cual prueba la cantidad de horas de trabajo que han acumulado a base de patearse todos los locales modernos de la isla. La segunda prueba es su gran variedad de repertorio, ya que habiendo un tono pop (notable sobre todo en “Mr. Bus driver”, sin nada que envidiar a Bruce Channel), también se atreven con la tendencia psych de los Herd en “From the underworld”: la voz de Lorenzo casi me gusta más que la del guapito de Frampton, y sus compañeros están a la altura. Y por supuesto siempre hay alguna concesión al soul, aunque “Gimme little sign”, la elegida, no sea de mis favoritas. El disco -a escala isleña- es un éxito que hace volver pronto a los Z66 a los estudios de la EMI, y su primer año en la cumbre se completa con dos singles en los que mantienen la misma línea: el soul pop de “Tryin’ to get you” supera la versión de los Feathers; más difícil es llegar a la altura de los Moody Blues en sus “Noches de blanco satén”, pero el intento es bueno. La que tal vez sea su obra más ambiciosa es “Morning dew”, que se basa en la versión de Jeff Beck con Stewart y en la que tanto Lorenzo como el grupo están soberbios. 

Desde poco después de su llegada, Lorenzo es en la práctica el líder de los Z-66: a falta de un repertorio propio, él se convierte en uno de sus valores más importantes junto a la talla técnica de los músicos. Y puede presumir de haber recibido lecciones del mismísimo Eric Burdon, uno de los visitantes ocasionales de la isla, que le recomendó prescindir de ecos y demás artilugios eléctricos para potenciar la voz: “El eco está en tu garganta, no en un aparato”, dicen que le dijo. EMI también es consciente del valor de Lorenzo y, aunque de momento no le hace una oferta directa, comienza a halagarlo “ascendiendo” en 1969 al grupo a Odeón; ese año se publica un LP donde se contienen todas sus grabaciones anteriores más otras cuatro nuevas, de las cuales dos aparecen además en formato single. Del single destaca su cara A, “Carrera del diablo”, un novedoso hard/heavy al que ellos dan un aroma de pop underground con órgano al estilo Deep Purple; otra vez demuestran estar a la altura de las originales (en este caso la de los Gun) además de su visión de futuro, ya que nadie en España estaba haciendo ese tipo de sonido aún. Y queda en el LP otra grande: “Wake me, shake me”, un blues rock de Al Kooper con Blues Project que los Z-66 introducen en España con todos los honores (tampoco ese estilo era muy conocido aquí, precisamente). 

Pero la década está terminando y la perspectiva es muy negra. Como dije arriba, los Z-66 son un buen ejemplo de la suma de dolencias que llevan a la música moderna española al valle de lágrimas en el que ha de penar hasta bien entrado el segundo quinquenio de los años 70. Su primer enemigo es su propio sello, como casi siempre: al igual que hizo con los Huracanes, EMI los desprecia considerándolos como un fenómeno local, y su distribución en la Península es muy pequeña. Por otra parte ellos mismos son conscientes de que ya no se puede mantener una carrera discográfica a base de versiones, por muy vanguardistas que sean: esa época pasó hace tiempo, cuando las originales eran mejoradas fácilmente. Los nuevos grupos extranjeros suelen hacer piezas de muy difícil superación, en el mercado español ya se publica mucho más material suyo que unos años antes y teniendo buenas originales nadie quiere copias. Los sellos verifican sus niveles de ventas para tomar la decisión lógica en un sistema capitalista: “desguazar” para extraer lo mejor de cada uno y desechar el resto. Del mismo modo que en otros grupos reclutará a sus mejores músicos para emplearlos en su estudio o para crear bandas de apoyo a solistas, EMI intensifica la presión sobre Lorenzo, que antes de abandonar a los Z-66 grabará con ellos en 1970 los dos últimos singles. Se nota una decadencia, probablemente a causa de la desesperanza, pero aún mantienen el tipo por momentos: abandonando sus intentos progresivos vuelven al soul y nos entregan piezas como “Love (is just the game)”, de lo más defendible. 

A continuación Lorenzo seguira una carrera discreta como cantante melódico y los Z-66 sobreviven algunos años más con sus actuaciones en los locales modernos de la isla; Lorenzo, a veces melancólico por su pasado yeyé, ha grabado algún disco suelto en plan rockero y otras veces se ha reunido con su viejo grupo para desentumecerse en algunas actuaciones esporádicas. Y eso es todo. Yo les dejo aquí unas cuantas evidencias de lo buenos que eran, aunque en su época no tuviesen muchas ocasiones de demostrarlo en la península. 



martes, 21 de abril de 2015

España: ascensión y caída (XXII)



La Nova Cançó era una denominación muy vistosa con una sola norma, la de cantar en catalán; como dije el otro día, cualquier tipo de música o número de músicos eran válidos. De todos modos, y ya que en los primeros tiempos hubo mucha gente que asociaba esa “marca de fábrica” con los Setze Jutges, algunos personajes con la doble vocación de poetas y músicos que comenzaban por entonces sus carreras tuvieron dudas sobre si sería conveniente su militancia en el grupo de los Jueces o no; y entre ellos se encuentra don Pau Riba i Romeva, nuestro invitado de hoy, uno de mis catalanes favoritos. La verdad es que, con la perspectiva que nos da el tiempo, resulta difícil entender cómo es posible que a semejante individuo se le hubiese ocurrido pertenecer a aquel colectivo (o a cualquier otro, ya puestos); pero tal vez entonces tuviese una cierta lógica, como ahora veremos. 

Pau Riba, aunque nacido en Mallorca (1948), pertenece a una familia barcelonesa de raigambre: sus abuelos paternos son los poetas Carles Riba y Clementina Aderiu, mientras que Pau Romeva, su abuelo materno, fue uno de los fundadores de Unió Democrática de Cataluña. Su primer impulso fue puramente literario, pero pronto descubre a Dylan: la transformación del yanqui, que de la soledad compartida con su guitarra acústica pasa a ser acompañado por una banda de rock, le impresiona mucho más que las escuetas músicas de los cantautores franceses; y los frutos de aquella transformación, que junto al nacimiento de la psicodelia dan entidad al folk rock como escuela en la que se asientan los Byrds o los primeros Jefferson Airplane -que a su vez dan forma al naciente movimiento hippie- terminarán de convencerlo. Por otra parte, su vocación de poeta cantante -acústico todavía- en el idioma que ha usado desde niño, le hace suponer que su sitio está entre los Jueces tal vez como alternativa yanqui a la querencia francesa de la mayoría del colectivo. Pero precisamente esa es la razón que esgrimen los Jueces para no admitirlo: nuestro guía es Brassens, no Dylan. Y no queremos folk rock, ni hippies, ni nada de origen yanqui. Ah, y sintiéndolo mucho… tienes voz de regadera. Pobre Pau. Durante un tiempo anduvo cabizbajo, el hombre. Pero pronto se recuperó: “Al final fue una suerte”, dijo luego. Y es cierto, porque a partir de entonces no conocerá límites artísticos, sean literarios, musicales, gráficos o de cualquier otro tipo: no solamente será el padre del rock catalán, sino muchas otras cosas que, en conjunto, lo convertirán en “un terrorista cultural”, como lo definió Manuel Vázquez Montalbán.

Estamos en 1967. Lo primero que hace es crear, junto a algunos amigos suyos como Sisa, Oriol Tramvía, Jordi Batiste y otros cuantos, una alternativa “yanqui” a los Jueces: el Grup de Folk, mucho más elástico, sin miembros fijos y que, como buena agrupación anarcoide, se disolverá pronto (tras una actuación multitudinaria en Barcelona el Mayo del 68). Casi al mismo tiempo ficha por el sello Concéntric -una escisión de Edigsa- y publica un EP de tres canciones de las cuales la más popular es “Taxista”, una delicia tanto por su letra como por su melodía; ah, y la funda también la diseña él, como hará con casi toda su discografía: Pau es ya un artista multimedia con todas las de la Ley. A continuación, junto a Jordi Pujol (no, no es ese), colega del Grupo, cierra el año 67 con una participación en un Lp navideño colectivo, y en 1968 el dúo publica dos discos de folclore tradicional catalán pero con ese tono tan de coña que le caracteriza (a veces). Y tras esos escarceos folclóricos, Pau se consolida definitivamente como figura con nombre propio presentando poco después un nuevo single que marca la transición hacia su nuevo y personal estilo. 

Ese estilo, cuyo eje es la canción de autor, se reviste musicalmente con el acompañamiento de Om, un grupo eléctrico entre cuyos miembros está el guitarrista ex Pic-Nic Toti Soler; Jordi Sabatés al piano, los hermanos Hodkignson (Peter, batería; Tim, instrumentos de viento) y Manolo Elías, bajista. El planteamiento recuerda inevitablemente a Dylan, pero su objetivo es aún más amplio: desde el puro folk hasta la psicodelia, pasando por todos los tipos de rock que comienzan a despuntar por entonces; el progresivo, el jazz o el free rock que a veces nos recordará a Zappa, todo va a ser posible. Y la primera prueba la tenemos en su nuevo disco pequeño, un single cuya portada diseña él, claro: “Els morts de l’any 40” tiene un tono general de canto colectivo acompañado por una instrumentación lánguida, un tanto psicodélica, que va muy a tono con la letra (“Somos los muertos del año 40, que venimos del Paraíso, del Cielo / La vida es blanca y estar allí se hace aburrido”), mientras que la cara B, “Noia de porcelana”, es una magnífica canción de estilo casi “habanero” y cuya letra expresa la vacuidad de cierto tipo de mujeres. Esa canción reaparecerá, con modificaciones, en su primer LP, “Dioptría”; un disco que iba a ser doble pero que finalmente se distribuye en dos sencillos entre finales de 1969 y 1970. Esa es nuestra coartada para no comentarlo ahora: su reinado es de la década siguiente -y posteriores-, y por otra parte tal vez deberíamos dedicarle una entrada solo a él. Estamos ante el mejor disco de rock catalán de la historia, por extensión de los mejores de España; un disco denso y revolucionario, que si lo hubiese grabado un sajón (no digamos ya Dylan) estaría ahora en los puestos más altos de esas listas clásicas que tanto gustan a la Rolling Stone (entre Madonna y Nirvana, por ejemplo). Así que esperaremos. 

De momento y puesto que su discografía es aún diminuta, aquí les dejo sus dos discos pequeños más algunas piezas de su época con Jordi. Y recomiendo a quien no conozca “Dioptría” que se lo vaya pensando: no sabe lo que se pierde. 


martes, 14 de abril de 2015

España: ascensión y caída (XXI)



Llegados al universo de los cantautores conviene recordar la disyuntiva de la que hablé el otro día entre la escuela yanqui -más orientada al folk- y la francesa -más “existencialista”; esa diferencia de mentalidades nos recuerda el viejo debate entre fondo y forma que ha marcado al Arte desde el principio de los tiempos. En el caso español hemos de reconocerle a los cantantes de protesta el mérito que tuvieron, ya que su tarea no era fácil: intentar colar mensajes de contenido social o político en un entorno hostil como fue el de la dictadura franquista demuestra valentía, aunque no sea asunto nuestro -ya saben ustedes que en este tugurio prestamos más atención a la música que a las letras. De todos modos hay algunos personajes que supieron moverse con soltura entre dos aguas, y en concreto nuestro invitado de hoy supo mezclar muy inteligentemente las letras con carga social junto a otras más poéticas, buscando siempre la melodía y subrayando el conjunto por un buen acompañamiento musical; esa búsqueda del equilibrio lo llevó a ser el más popular entre los de su estilo y, en poco tiempo, a convertirse en una de las grandes voces españolas, a la misma altura que sus competidores del sector rockero o cualquier otro: efectivamente, se trata de Joan Manuel Serrat. 

En Cataluña ha habido siempre un fuerte sentimiento patriótico, incluso en los peores momentos del franquismo; lo cual es debido en gran parte a su potente burguesía, tanto económica como social e intelectual, que sabe influir en las clases populares. Y teniendo un idioma propio, era de esperar que en cuanto la dictadura aflojase un poco lo reivindicarían: a finales de los años 50 algunos personajes destacados de varios sectores comienzan a pedir a sus trovadores “nuevas canciones”. Los acontecimientos se precipitan y en 1961 ya hay un sello discográfico que se ocupará de publicar a los artistas que se expresen exclusivamente en catalán: ese sello se llama Edigsa, y el conjunto de músicas recibe el nombre de “Nova Cançó”. Aunque se admite todo tipo de estructura, grupal o solista, piezas originales o versiones actualizadas, lo cierto es que al menos en sus primeros años ese movimiento estará representado mayoritariamente por un colectivo de cantautores conocido como “Els Setze Jutges” (“Los dieciséis jueces”, un trabalenguas clásico catalán). Una de sus influencias principales es Georges Brassens, que supo alternar su afición por la “chanson” francesa junto a piezas de creación propia y contenido político. Hay por tanto un factor ideológico que los llevará a frecuentes enfrentamientos con algunos “disidentes”, pero es innegable su proyección: como idea comunitaria, son lo más recordado de aquella época; y aunque muchos abandonaron pronto, hubo otros que fueron ampliando su base tanto musical como literaria y se han mantenido durante varias décadas -María del Bonet o Lluis Lach son los mejores ejemplos, además de nuestro invitado de hoy. 

Joan es otra figura del Poble Sec, un barrio que imprime carácter. En 1965 ocurren dos hechos contradictorios: termina sus estudios de perito agrícola, pero ya sospecha que su verdadera vocación es la música; antes, en la mili, había escuchado a Enric Barbat, uno de los primeros Jutges, e influido por esa escucha comenzó a escribir sus propias canciones. Tras una pequeña temporada acompañado por unos antiguos compañeros militares, decide presentarse en solitario a un programa musical dirigido por Salvador Escamilla, una “figura multimedia”, como se dice ahora, que poco antes había creado el programa “Radioscope” en Radio Barcelona y que se convierte en uno de los mayores publicistas de la Nova Cançó. Escamilla, tras escucharlo, no lo duda y lo recomienda a Edigsa: antes de que termine 1965, con veintidós años, Serrat es el número trece de los Dieciséis Jueces y presenta su primer EP, de tipo intimista y donde la estrella es “Una guitarra”, homenaje a ese instrumento que le había comprado su padre años antes y que le cambió la vida; en 1966 llega su segundo disco, en el cual viene contenida “Ara que tinc vint anys” otra futura clásica, una especie de oda juvenil que también dará título a su primer LP, publicado en 1967 y que gana el Gran Premio del Disco Catalán. Para entonces, Serrat ya es el más popular de los Jueces y su fama comienza a extenderse por toda España aunque no se le entienda; lo cual demuestra una vez más que con instinto musical y buenas melodías el idioma puede ser un obstáculo salvable. 

La confirmación llega poco después -aún en 1967- con la publicación de su tercer EP, cuya pieza principal es “Cançó de matinada”. Se trata del primer número uno español cantado en catalán: el empeño de Serrat por acompañar sus letras de una base musical sólida, casi orquestal, ha hecho el milagro. Y como era de temer, comienzan los líos: dejando aparte las veladas críticas en el entorno de los Jueces por una supuesta actitud “comercial” de nuestro amigo, los sectores ultras españoles empiezan a incomodarse ante la pujanza de un cantante que se obstina en usar su idioma "separatista". Durante su infancia y primera juventud Serrat tuvo el catalán como lengua primordial, pero por el uso lógico en su entorno y no por militancia: hijo de catalán y aragonesa, también cantaba con su madre las canciones más populares de la época, mayoritariamente en castellano. Y en homenaje a ella se le ocurrió incluir una estrofa que pertenece al cancionero popular aragonés en su “Cançó de bressol”, que figura en su último disco del 67 (su primer single, por otra parte). En una de sus primeras actuaciones en Madrid la canta, esperando que esa estrofa le sirva para congraciarse con un público que mayoritariamente no entiende sus letras, pero el resultado es el contrario: hay un fuerte abucheo por su acento y supongo que por mala leche de cierta parte del personal. Esto ocurre a principios de 1968, uno de los años más convulsos y al mismo tiempo más productivos de su carrera; Serrat se encuentra entre dos fuegos, ya que sus colegas catalanes tampoco ven con buenos ojos esa estrofa ni la deriva general que está tomando, pero no se amilana y decide que a partir de ahora nadie le va a dar órdenes: cantará lo que quiera y en el idioma que quiera. Y luego llega una sucesión de hechos que a los Jueces les suena a provocación: ficha por Novola para publicar el material que vaya a grabar en español, publica su primer single en ese idioma y con el aval de su cara A (“El titiritero”), que alcanza un nivel de ventas notable, presenta su candidatura al festival de Eurovisión. 

Lógicamente, la jugada no le sale gratis: Edigsa, presionada por los Jueces y demás guardianes de la ortodoxia, suspende por un tiempo la publicación de su nuevo LP con canciones tradicionales del repertorio catalán, ya que a la decisión de Serrat de ir a Eurovisión se suma el hecho de que, recuerden, “el folclore es reaccionario” (Curiosamente, cuando ya haya pasado el aciago festival y por fin se publique, la mayoría de los catalanes reconocerán el gran mérito que tiene al actualizar piezas tradicionales para las nuevas generaciones). Mientras tanto, el Dúo Dinámico recibe el encargo de escribir una canción, “La, la la”, que puede encajar en el estilo de Serrat perfectamente: no es una balada boba sino más bien un canto a la vida; aséptico tal vez, pero aceptable. Serrat comienza a grabarla en varios idiomas, como es norma; pero cuando solo faltan dos semanas para el festival cede y plantea una exigencia que sabe, o debe saber, que es inaceptable: al menos una estrofa ha de ser cantada en catalán. Como es lógico se busca a toda prisa una alternativa, que será Massiel; pero esta salida por la calle de enmedio cabrea tanto a los patriotas catalanes como a los españoles (Fraga prohíbe su presencia en radio y televisión hasta nueva orden), y durante un tiempo Serrat parece un apestado entre las élites de ambas latitudes. Por suerte, al pueblo llano no le importa porque en realidad el pueblo llano, tanto catalán como español, ya no puede pasar sin sus canciones. Y probablemente él ya lo sabe. 

Los dos años siguientes son apoteósicos: tras “La paloma”, versión sobre un poema de Alberti que de single pasa a ser también el título de su primer LP en castellano -en esencia una recopilación de sus primeras canciones en este idioma- llega el legendario “Dedicado a Antonio Machado, poeta”, que será el disco grande más vendido en España hasta entonces. Algunos puristas objetan pequeños cambios de palabras y de ritmo, lo cual demuestra eso, que son puristas: gracias a este disco mucha gente común comenzó a leer a Machado y a otros; comenzó a leer poesía, lo recuerdo perfectamente. Y esa carga poética pero al mismo tiempo social superó las barreras del Régimen, que veía impotente cómo crecía su popularidad a un ritmo imparable; un ritmo que pronto lo llevó a Hispanoamérica, una zona donde por las especiales circunstancias de la época se convirtió en un tótem, una zona a la que ha amado desde entonces. Y en la próxima década se consolidará definitivamente, pero esa ya es otra historia; de momento aquí les dejo unas muestras de sus primeros años, triunfales casi desde el principio, donde se va notando la evolución desde una simple guitarra en sus inicios a un frondoso acompañamiento orquestal tras el que suele estar la mano experta de Ricard Miralles. Serrat es la suma de unas letras magníficas y una música muy refinada, más de lo que puede parecer en una primera escucha. 



martes, 7 de abril de 2015

España: ascensión y caída (XX)



Una de las características más destacadas en el segundo quinquenio de los años 60 es la aparición de los cantautores y los folcloristas. Los cantautores suelen estar inspirados en uno de los dos grandes modelos de la época: el yanqui o el francés. El primero está simbolizado por Pete Seeger (a medio camino entre lo social y lo folclórico) o Woody Guthrie (cuya guitarra “mataba fascistas”) hasta la llegada de Bob Dylan, que potencia el elemento musical y le da la misma o mayor importancia que al literario (que también se hace poético). Su alternativa, la escuela francesa, es más sobria y está representada por Georges Brassens y sus “descendientes”. Podríamos citar a Manolo Díaz como el primer cantautor nacional, puesto que además de sus composiciones -generalmente de tono social- para los Pasos, Bravos, Massiel y otros cuantos, comienza a grabar a su nombre algunas canciones como “Ayer tuve un sueño” (que primero lanzaron los Pasos) inspirada en Martin Luther King; es curioso su segundo LP, rápidamente censurado en España, en el que se dedicaba una canción a cada uno de los líderes políticos más conocidos en la época. Sin embargo, el carácter un tanto ácrata de Manolo lo llevaba a alternar ese tipo de temas con otros tales como los marcianos o la distopía electrónica, y sus letras a veces eran demasiado infantiles -además de una fuerte tendencia a la declamación que no le favorecía: él mismo reconoció años después que esa no fue su mejor época. Sin duda su verdadero valor llegará luego, cuando abandona el micro, se pasa al otro lado y lanza a Aguaviva o apoya a Vainica Doble y muchos otros. 

En cuanto al folclorismo, considerado hasta entonces como un divertimento de profesores estrambóticos que se dedicaban a recorrer el país grabando en un magnetofón cancioncillas rurales de viejas, cancioncillas que solo les interesaban a ellos, parece que la cosa comienza a cambiar: el zamorano Joaquín Díaz, que con dieciocho años ya tiene un grupo estable y que con veinte abandona sus estudios de Derecho y Filosofía para dedicarse por completo al folclore y la etnografía, celebra esos veinte años en 1967 con un amplio viaje a Estados Unidos, actuando en varias universidades de postín, repasando su ya extenso conocimiento sobre las piezas tradicionales de aquel país y admirando el trabajo de otros iguales suyos como el gran Alan Lomax, que a su vez ya había estado en España a mediados de la década anterior; bien, pues Joaquín Díaz será nuestro Alan Lomax. Y a la vuelta se reúne con Carlos Guitart, el ex Sonor que tras su paso por los Flecos es ahora el director artístico de Sonoplay/Movieplay (y con esto se redondea el círculo Sonor: Manolo Díaz y Carlos Guitart a un lado del negocio, los Bravos y los Pasos al otro son la herencia de un grupo que, si en su producción musical no tuvo mucha relevancia, como escuela para el futuro es de los más importantes en la historia de España). Carlos ya estaba “espiando” a Joaquín desde un año antes, y por fin consigue cazarlo: en 1967 llega a las tiendas su primer disco, con piezas tradicionales del folklore nacional. 

Como es lógico, las ventas del disco son escasas, y seguirán siéndolo las de sus discos posteriores: no hay clientela aún para ese tipo de repertorio, que al gran público le resulta "aburrido". Pero por su bajo coste de grabación no dan pérdidas, y a partir de entonces Joaquín será la primera referencia folkie nacional además de participar en otros sellos especializados, dirigir colecciones e irse convirtiendo en una de las mayores autoridades españolas sobre el tema. Aunque no disfruta con las actuaciones: su verdadera afición es recolectar piezas perdidas, y por otra parte es consciente de que para hacer popular el folclore ante las nuevas generaciones es necesario darle un poco de “alegría”, con buenos juegos de voces y una instrumentación más nutrida. Es entonces cuando se cruza con un grupo de universitarios aficionados al género pero sin una idea muy clara de por dónde tirar. Los muchachos en cuestión solían acudir a un auditorio que celebraba Ángel Álvarez los domingos por la mañana y en el que se charlaba sobre todo tipo de músicas; Joaquín los conoció allí, y poco después se los presentó a Carlos: se trataba de los hermanos Juan y Gabriel Arteche (guitarras, mandolina, bajo y voces), Pilar -Pat- Alonso y Laura Muñoz (voces), Juan Cuadrado (instrumentos de viento), Ignacio Sáenz (eléctrica), Chema Martínez y Jaime Ramiro (acústicas, banjo y voces). Poco después, en Mayo del 68 (menuda coincidencia), entran en el estudio para grabar un LP titulado “El folklore de Nuestro Pequeño Mundo”, un disco cuyo éxito sorprenderá a sus propios creadores: Joaquín Díaz escribe en la contraportada, tal vez sin mucha convicción, que “el tiempo del folklore ha llegado”, y resulta que acierta. 

Nuestro primer gran grupo folk presenta una colección de trece canciones: cinco son del repertorio estadounidense, hay dos irlandesas y una de España, Francia, Israel, Inglaterra, Grecia y “África” (desconozco qué país). Algunas ya habían sido popularizadas por Peter, Paul & Mary, los Tokens o Nina y Frederick (y la africana figura en las primeras grabaciones caseras de Joaquín), pero la potencia y la hermosura de los juegos vocales que consiguen nuestros amigos universitarios son tremendas, y en concreto hay una que publicada en single llega al número uno de algunas listas nacionales: “Sinner man”. Nosotros éramos aún unos críos, pero la sensación fue extraña y emocionante a la vez: de pronto te sorprendías, o sorprendías a tus colegas yeyés, tarareando esa pieza o incluso otras “mucho peores” como “Me casó mi madre”, la española del ramillete, sobre la cual Joaquín resume perfectamente la idea en aquella contraportada: “Ni que decir tiene que ningún cantante español joven que se preciara de serlo hubiera osado interpretar, hace cinco años, “Me casó mi madre” aunque miles de personas se lo estuvieran pidiendo mentalmente con toda sinceridad”. Esa es la cuestión, que los españoles sentían vergüenza de su folclore tal vez por la misma razón que la sentían de su bandera: porque después de una salvaje guerra civil en la que los ganadores se apropiaron de España y de todos sus símbolos, el único recurso que le quedó al otro bando fue rechazar cualquier cosa que pudiese asociarse con ellos, empezando por el propio nombre de España: algunos progres ya comenzaban a decir “este país”. Y los colectivos más concienciados, como Els Setze Jutges en Cataluña o Voces Ceibes en Galicia, estaban contra la utilización del folclore por considerarlo “reaccionario”. 

Ante el éxito del LP y sus singles correspondientes, en 1969 llega el segundo, titulado “Buenas noticias de Nuestro Pequeño Mundo”. El criterio es muy parecido, pero las piezas españolas comienzan a ser más abundantes aunque la yanqui “Good news” -que da medio título al disco- es también la más popular en single. Las ventas bajan un poco, en parte porque ya se ha amortizado la sorpresa por la novedad y porque los progres que dije antes comienzan a echarles en cara su ausencia de “compromiso”: en vez de tantas canciones de viejas, lo que mola es la canción protesta, denunciar el sistema, los burgueses y demás enemigos de la clase proletaria (al estilo más francés que yanqui). Yo, sin ser de un bando ni otro, creo que ambas propuestas son razonables, pero ya saben ustedes que para las mentes sectarias solo cuentan sus idolatrías. El caso es que algunos miembros del grupo comienzan a dudar: entre 1969 y 1970 tienen lugar unas cuantas idas y venidas, junto a algunos proyectos aislados que no siempre son compatibles. Por fin, en 1970 veremos su tercer disco grande, “Uno por uno”, título que refleja las tendencias personales de cada uno de los integrantes de grupo en ese momento y que incluye piezas propias. Pero su época más recordada fue esta primera, en la que abrieron el camino para otros; por lo tanto, aquí lo dejamos junto a un paquetillo con mis preferidas de sus dos primeros discos. 

Y como dije al principio, pronto veremos a Manolo Díaz apoyando la nueva corriente musical con algunos protegidos suyos; luego vendrán Jarcha, Vino Tinto y otros músicos que, unos más cercanos a la canción de autor y otros al folclore, conseguirán hacerse un sitio. Pero el mérito del visionario es para Joaquín Díaz, un tipo peculiar y valiente.