martes, 14 de julio de 2015

1973 (II)


“Tenía que ir al psiquiatra todas las semanas. Cada lunes. Nunca supo realmente qué me pasaba. Decía que yo no estaba loco, que no era locura…” 

“Roger era el bailarín compulsivo; John el romántico; Keith el maldito lunático; y yo, qué duda cabe, el mendigo/hipócrita. Sin embargo, a mí solo me quedaba ser un concentrado de los cuatro aspectos de Jimmy el mod. Y siempre lo había sabido”.
Pete Townshend 

Creo que el mejor modo de comenzar nuestro viaje por un año tan crítico como fue el 73, es hacerlo con “Quadrophenia”: como los buenos vinos, se ha revalorizado con el tiempo hasta alcanzar la consideración de mejor disco del año y el mejor también en la carrera de los Who. Recuerdo que cuando se publicó hubo gente de la vieja guardia que veía en él una cierta grandiosidad un tanto afectada, como si Townshend y sus socios hubiesen caído en la misma trampa de la que hablaba el otro día, esa vocación circense que ya corroe al heavy tanto como al sinfónico (Puestos así, habría mucho más que decir sobre “Tommy”, creo yo). Pero no: la grandiosidad de “Quadrophenia” es coherente con la evolución de un grupo que, junto a los Kinks, ha tejido la crónica más veraz y honrada sobre esa generación isleña de posguerra que bajo su actitud rabiosa siente también la necesidad de algún tipo de redención que por lo general no sabe explicar. Y la música de este disco ha de estar a la altura de una metáfora llamada Jimmy, un chaval inseguro que como todos los de su condición solo se siente a salvo en un rebaño -los mods- pero que ya empieza a intuir que tampoco esa será la solución a su angustia. 

Los Who comenzaron siendo mods, al menos en apariencia. Apoyados tanto por los faces como por los numbers -las dos ramas extremas de esa tribu, los elitistas y la barriada- comenzaron a edificar un estatus mucho más creíble que los “blanditos” Beatles o los “impostores” Stones. Por otra parte, se llevaban mal con todo el mundo y también entre ellos (“Nunca fuimos colegas, en absoluto”, dice Daltrey), lo cual siempre da una pátina de salvajismo muy conveniente. Pero en realidad lo que hicieron fue aprovecharse de ese momento para llegar arriba: todo el mundo sabe que los verdaderos mods fueron Small Faces (o sea, los faces pequeñitos; los Who comenzaron siendo los numbers altos). Townshend y sus socios eran lo suficientemente autónomos, individualistas, como para no dejarse manejar más que por sus managers, y aún eso sería discutible. A cambio, Pete nos ofrece himnos juveniles del calibre de “My generation”, “Substitute” y otras cuantas obras maestras en las que a su talla musical se une esa privilegiada percepción de la “tragedia” juvenil que lo iguala en importancia a Ray Davies: cada uno desde su perspectiva, son los dos grandes poetas “sociólogos” de la Isla (aunque “en el rock británico, Ray es nuestro único genio natural y verdadero”, según dijo Pete). Y ya en “A quick one” se comienza a perfilar su marcada querencia por las obras conceptuales; es una querencia temible, como luego vimos en muchos otros, pero hay que admitir que con los Who funciona. 

Luego llega la psicodelia, que los Kinks prefieren sortear pero que para los Who es un nuevo grado evolutivo. Y con ese planteamiento presentan “Sell out”, una de las obras cumbres del género -por no hablar de singles cósmicos como “Magic bus”. La década termina con “Tommy”, que ha seguido el camino inverso a “Quadrophenia”: muy alabado entonces tanto por el asunto literario como por su música, ahora se admite que hubiera quedado mejor en un LP simple y no doble; ah, y aquella historia tan exótica sobre un chico sordo, mudo y ciego ya cansa un poco. Estuvieron a punto de rozar el desastre con una nueva ópera rock fallida, “Lifehouse”, pero al final hubo suerte y el bendito Glyn Johns consiguió agarrar a un errático Pete por las orejas y reorganizar el material: “Who’s next”, ese prodigio de la ingeniería rock sin apellidos (no hard, no heavy, no blues, no nada), se la debemos tanto al grupo como a Johns. Y algo parecido sucedió con “Quadrophenia”: tras abandonar la idea de una nueva ópera un tanto difusa que iba a titularse “Rock is dead, long live to rock”; después de echar del estudio a un Kit Lambert que había sido el mentor del grupo por mucho tiempo, pero que ahora ya solo era un colgado (“durante semanas”, dice Townshend en sus memorias, “se fueron presentando por el estudio algunos camellos contrariados que lo buscaban”), Pete entrega de nuevo el poder a Glyn Johns. Aleluya. 

Glyn Johns, no lo olvidemos, es el ingeniero de sonido que comenzó trabajando con Beatles y Stones, que participa en el primer disco de los zepelines, que dirige el “Entertainment” de Family… Glyn es un monstruo, señores. Y a estas alturas yo diría que es el quinto Who, el catalizador de un material en bruto que ha sido compuesto casi en exclusiva por Pete. Los otros tres andan muy ocupados con sus trabajos personales y sus juergas; con su propia vida, cada vez más alejada del espíritu de grupo (Pete dice sentirse como un compositor a sueldo para unos clientes que resultan ser los Who). El resultado de este nuevo trabajo a medias entre el creador -Pete Townshend- y el técnico –Glyn Johns- es la sublimación de lo ya conseguido en “Who’s next”, el momento cumbre de la banda, tal vez el momento cumbre del rock británico y, como pronto quedó demostrado, el cierre prodigioso de la edad de oro del rock clásico: “Quadrophenia” es la suntuosa lápida que cubre esa tumba. Al menos para mí, nada de lo que se grabó después alcanza su grandeza. 

No es necesario hablar de sus canciones una por una, ya que todos ustedes las conocen de sobra (sin contar los miles de críticas hechas por todos los comentaristas musicales del planeta). Otra cosa es el impacto que produjeron -y aún producen- en cada uno de nosotros: en mi caso, recuerdo haber escuchado aquella primera vez, con recogimiento casi monástico, prevenido por algunos comentarios de la prensa y sobre todo por la introducción que hace Jimmy en la contraportada, ese sonido de las olas en la playa, un sonido que evoca a la niebla cobijando las voces que van y vienen, que anuncian a grandes rasgos los momentos más sublimes de la obra, seguido por esa potente entrada de Daltrey cantando “The real me”. Pero lo que me arrebata y me confirma que estoy ante algo muy grande es el eco repetitivo de ese “me, me, me…” fundiéndose con la entrada de la señorial “Quadrophenia”… Ahí las palabras ya no son necesarias. 

Las palabras, además, pueden resultar engorrosas: la censura española, siempre tan diligente, decidió que la letra de “Doctor Jimmy” (que abre la cara B del segundo disco) era una guarrada y la prohibió, dejando esa cara en doce minutos. Eso nos obligó, como en otros muchos casos, a buscar la copia isleña; pero muchos conservaron también la española porque en el lujoso libreto interior hay una buena muestra de la enorme creatividad nacional: en una escena vemos a Jimmy en su habitación, echado sobre la cama, y en la pared un buen puñado de fotografías con sus héroes musicales -los Beatles entre ellos- junto a otras en las que se muestran unas cuantas señoritas en traje de Eva. Bien, pues ante la amenaza de prohibir esa escena alguien de Polydor se armó de bolígrafo y paciencia para ponerse a dibujar biquinis y bañadores sobre cada una de las chicas. Es emocionante, no me digan que no. 

Sobre el futuro de los Who la verdad es que yo no tengo mucho que contar. A partir de entonces comienza la decadencia: “The Who by numbers”, su disco posterior, duró menos de un mes en mi casa; aún debe de andar por ahí el siguiente, “Who are you”, tengo que mirar… Creo que hubieran quedado como señores si se despidiesen después de “Quadrophenia”; ya comprendo que hay muchas facturas que pagar, muchos adelantos, que es a partir de ahí cuando realmente comenzarán a hacer dinero para la jubilación, pero ¡cómo admiro a los escasos grupos -léase Traffic o Family- que supieron retirarse a tiempo aunque sus cuentas corrientes recomendasen esperar un poco más! En fin, habrá que perdonárselo porque a fin de cuentas son profesionales. Todos lo son, los que se retiran a tiempo tanto como los que siguen viviendo de la marca comercial. Me parece razonable. Pero no será con mi dinero. 



miércoles, 8 de julio de 2015

1973 (I)



A veces una apariencia es tan consistente que cuesta trabajo ver más allá: si nos ceñimos al aspecto comercial del rock, la venta de discos en 1973 sigue creciendo (el momento cumbre del vinilo será durante 1976). Y lo mismo sucede con los beneficios por giras, ya que los directos comienzan a ser espectáculos de multitudes, con humo, luces, explosiones... Los estadios serán muy pronto los lugares preferidos por los grupos masivos y sus extasiados seguidores, cuyo número es cada vez mayor. Así que todo parece seguir funcionando a las mil maravillas en nuestra querida Britannia. 

Otra cosa es el aspecto creativo, la música en sí misma. Porque si rascamos un poco, los escasos y vagos problemas estructurales que surgieron hace un año o dos ya comienzan a definirse: el rock duro es cada vez más aburrido, mientras que aquella hipertrofia llamada heavy que sufrió el blues rock ya ha comenzado a fraccionarse en un ciento de etiquetas completamente inaprensibles para mí. Su radio de acción va desde el glam hasta el gótico pasando por el "metal" y añadiendo ingredientes siniestros con énfasis frecuente en la brujería o lo que cuadre. En realidad, esa suma de estilos se está convirtiendo en un circo; lo cual es muy respetable -y será muy rentable también- pero no va con el carácter de algunos aficionados como el que esto suscribe. Algo parecido sucede con el pop/rock sinfónico, otro circo: las bandas como Yes o Emerson, Lake & Palmer son cada día más pretenciosas y vacías. Ver a Keith Emerson con esa estética de malote, compitiendo con el inmaculado Rick Wakeman y su túnica blanca -un contrapunto buscado, supongo- para ver quién tiene las torres de teclados más altas resulta patético. Solamente Genesis consigue equilibrar la calidad musical con el espectáculo, pero ya veremos por cuánto tiempo. 

¿Y el progresivo, ese gran hallazgo de finales de la década pasada? Pues va tirando, pero tampoco se crean que la cosa es como para echar cohetes: Family o Traffic están en las últimas, el jazz rock se hunde y parece que ya solo quedan dos bandas -King Crimson y Pink Floyd- con la fortaleza suficiente para sobrevivir. Dos bandas que son completamente distintas: el inquieto Robert Fripp está mudando de nuevo, mientras que los Floyd se acomodan en su melancolía casi insana, opiácea; pero de momento ambos están todavía en lo más alto. Y en cuanto a la Santísima Trinidad Stones-Who-Kinks, que por supuesto va por libre… bueno, ya veremos en qué situación está cada uno. 

El tiempo no perdona: dicen que los músicos de pop o rock alcanzan la cumbre de su creatividad entre los veinte y los veinticinco años, mientras que la edad media de esta generación -la generación de posguerra- ya está rondando la treintena. Hay pocos casos como el de Bowie, que se amolda a sus capacidades y cambia continuamente de estilo aunque el anterior todavía funcione: cada una de sus fases gustará más o menos, pero no se le puede negar valentía. Esa vocación solitaria la comparten algunos personajes como Robert Fripp o Peter Gabriel, gente muy segura de sí misma que pronto volarán solos; pero la mayoría de sus colegas quedarán atrincherados en la marca comercial de un grupo, dispuestos a resistir mientras los fans sigan pagando (me callo los ejemplos, para no hacerme enemigos). 

En aquel momento no éramos conscientes de la situación, pero estábamos ante el último año en la edad de oro del rock clásico, un ciclo que había comenzado en 1968 y que terminará de forma casi abrupta: la diferencia de calidad entre la producción de este año y la del que viene ya es enorme. Y a diferencia de otros ciclos esta vez no se ven alternativas, no hay una nueva ola que esté sepultando a la anterior, sino un proceso de esclerosis: las muy contadas bandas nuevas con un mínimo de solvencia se limitan a reiterar el progresivo con tonos heavy (los primeros Queen) o se quedan a medio camino entre progresivo y sinfónico pop (Supertramp). Solamente Roxy Music mantienen su originalidad, pero con eso no es suficiente. Tal vez se esté gestando un cambio generacional, pero de momento no hay señales porque si la mayoría de los consagrados comenzaron a hacerse conocidos casi en su adolescencia, los nacidos en la década de los 50 van un poco más lentos. El resultado es que pronto se producirá una nueva fractura entre la masa de aficionados, parecida a la que hubo a finales de la década de los 60: unos seguirán comprando todo lo que publiquen los grandes dinosaurios, acudirán a los estadios para verlos, llevarán esa devoción hasta su lecho de muerte; otros, los descarriados, comenzaremos a pensar que estamos ante una travesía del desierto… que nos vendrá bien para descubrir los nombres y los discos que se nos escaparon de las épocas anteriores por falta de dinero, años y experiencia, en la espera de que algo nuevo pase, si pasa. 

Como es lógico, todo esto que digo es una mera opinión: los del otro bando pensarán de otro modo, y su número es creciente. No hay más que ver esos estadios donde se unen los aficionados veteranos con miles de recién llegados para los que la música probablemente sea un divertimento momentáneo -o un sonido de ambiente para amenizar el paso de las horas muertas- más la posibilidad de fiestas y desfases cuando hay actuación. O no. La verdad es que no tengo muy claro qué papel ocupa la música “moderna” en la vida de muchos supuestos aficionados (y menos todavía si nos fijamos en el tipo de soportes o de calidades que son masivos ahora). Pero da igual, cada uno se divierte como quiere. 

Bien, pues vamos allá. A pesar de sus sombras, entramos en uno de los años más brillantes de la historia. 



miércoles, 1 de julio de 2015

Muchos Beatles (III)



Muy buenas: aquí estamos otra vez. 

Cómo pasa el tiempo, ¿eh? Parece que fue hace un rato, pero ya va un mes desde que el “Spañish Blog Dream Team” entregó la segunda fase (como en las urbanizaciones) del proyecto “The Other Beatles Collection”: hablando en cristiano, esa inmarcesible colección de versiones que abarca toda la obra oficial de los chicos de Liverpool. Una colección que les ofrecemos por la cara, porque somos así de rumbosos, don José Kortocircuito, el señor Katetoscopio, mister Babelain, don Antoni, don Miguel y yo mismo. 

Por si algún visitante nuevo llega ahora al local, les recuerdo que cada fase comprende tres discos siguiendo el orden cronológico en el que fueron publicados. Así, los tres primeros se publicaron en esta entrada, los tres siguientes en esta otra y la tercera llega hoy: “Revolver”, “Sgt. Pepper’s” y “Magical Mystery Tour”. Dispondrán de las canciones que se contenían en esos tres discos reinterpretadas en versiones que hemos ido recolectando para ustedes si tienen la bondad de pinchar sobre cada uno de los títulos correspondientes


De nada. Y por cierto, feliz verano; aunque nosotros estaremos de vuelta como clavos el primer miércoles del mes que viene para hacer la cuarta entrega, como debe ser.