martes, 24 de noviembre de 2015

1973 (XIV)

La escuela de Canterbury, aquella entrañable colección de seres patafísicos, también pertenece en teoría a la nebulosa conocida como “progresivo”, aunque al igual que los Crimson o Genesis tiene su propio estilo. Recordarán ustedes que en dicha ciudad se creó, a partir de una sopa compuesta de músicos con muchas influencias distintas, la agrupación matriz Wilde Flowers, cuyo primer vástago fueron Soft Machine. En poco tiempo comenzaron a surgir las derivaciones que dieron lugar a nuestras dos bandas favoritas de esa fauna: Gong y Caravan. Ambas tienen un buen año, después de que la primera haya superado sus problemas “geográficos” y la segunda tenga su plantilla más o menos estabilizada. 




El planeta Gong consigue por fin acercarse a la órbita británica tras su primera época francesa: han fichado con el naciente sello Virgin, que en ese momento es la vanguardia en el mundo de las discográficas independientes. Y aunque la sección rítmica y de teclados cambia con frecuencia, hay una base estable formada por Daevid Allen, su compañera Gilli Smyth y el saxofonista Didier Malherbe; a ese trío pensante habrá que añadir el guitarra Steve Hillage, un veterano de Canterbury recién llegado pero que ya tiene una sólida fama entre los coleccionistas de discos “alternativos” por su distinguida aportación a ese mercado: su única grabación como miembro de Uriel ("Arzachel", 1969) y otra más militando en Khan ("Space shanty", 1972) son muy cotizadas. Ya saben ustedes que Allen y compañía representan en nuestro mundo al planeta Gong, un conglomerado de budismo, creencias gaélicas, enanos en teteras volantes que bajan a la Tierra con frecuencia y muchos otros componentes que articulan una filosofía realmente encantadora. Como es lógico, una de sus misiones es iluminar a los humanos con sus enseñanzas, que van desgranándose en los discos (salvo el tercero, un encargo de banda sonora para la película francesa “Continental circus”). Y ahora, con el apoyo de Virgin, es hora de acometer un plan ambicioso: una trilogía titulada “Radio Gnome Invisible”, que mantiene ciertas similitudes con el Señor de los Anillos pero que por supuesto es mucho más interesante, ya que en este caso se trata de un zarcillo que al colocarse en la oreja permite escuchar plácidamente las emisiones de Radio Gnome. Una historia con un tema central de ese tipo no me negarán que engancha, ¿verdad? 

Pero vamos a la música que se escucha en esa radio. Gong, como todas las grandes bandas, tiene un estilo personal e intransferible; que más o menos viene siendo una base de jazz rock psicodélico aderezada con elementos espaciales, cánticos hindúes, improvisaciones y algunos otros ingredientes fuera de lo común. Como es lógico, su objetivo no está en alcanzar los primeros puestos de las listas sino una clientela fiel que se sienta a gusto dentro de su planeta, y eso lo va consiguiendo sin mucho esfuerzo. 1973 es el año más importante de su carrera, ya que lanzan los dos primeros discos que forman la trilogía, que publica Virgin y que llegan a casi toda Europa, multiplicando así la devoción continental: “Flying teapot” en verano y “Angels egg” en invierno (este último incluye un libreto, a modo de programa de teatro, con el desarrollo casi completo de la obra). Es evidente que forman parte de una misma idea, ya que su sonido es muy parecido; sin embargo se va notando una ligera evolución en el segundo hacia un tono más espacial que se conformará el próximo año. Como en muchos otros casos, no tiene ninguna lógica comentar sus canciones una por una: forman una estructura que debería escucharse cómodamente sentado, relajándose y paladeando esa sucesión de cánticos y ritmos locos que, en efecto, son de otro planeta. Por cierto, en la segunda parte se presenta el batería Pierre Moerlen, que con el tiempo será otro de los personajes fundamentales de esa etnia. 

Y esta es la actualidad en el planeta Gong. Como digo, el próximo año nos traerán la tercera entrega de la trilogía, lo cual significa que su proyección está por encima de la crisis que afecta a la mayor parte de la música actual. Lógico, sus tiempos no son los terrestres… 




Caravan, al igual que Gong, está afectada por movimientos de personal. Aunque su problema es más grave, ya que Gong tiene un núcleo y una estrategia clara mientras que en Caravan hay diferencias de criterio casi desde el origen del grupo, creado por los primos Sinclair (David y Richard) junto a Pye Hastings y Richard Coughlan. Y la discusión principal gira sobre si la banda debe acercarse al jazz rock progresivo (la postura de los Sinclair) o seguir manteniendo ese tamiz art-pop que la hace tan especial (Hastings y Coughlan). Recordarán que David ya se marchó en 1971 para asociarse con Robert Wyatt y crear Matching Mole (o sea, una versión alternativa de Soft Machine); Richard lo sustituyó fichando a Steve Miller, que compartía su misma inclinación, y finalmente, tras el disco del año pasado (el magnífico “Waterloo Lily”), las diferencias parecen insalvables y la banda se disuelve. A ojos de sus fans esa ruptura no tiene sentido, ya que el disco ha sido de los más alabados -aunque las ventas sean discretas, como siempre-, y al final se impone la cordura: Hastings y Coughlan reactivan el grupo. El nuevo bajista será John Perry, que hasta el momento había alternado su trabajo como músico de estudio junto a su militancia en tres o cuatro pequeños grupos, mientras que la viola, violín y otros cuantos instrumentos de cuerda quedan a cargo del ex-Spirogyra Geoff Richardson. Y poco después, cuando ya están pensando en grabar un nuevo disco, vuelve David Sinclair: bueno, al menos uno de los primos sigue a bordo de la caravana. 

El nuevo disco se presenta en otoño del 73 con el largo título de “For girls who grow plump in the night”, y da gusto comprobar que la esencia Caravan se mantiene desde el primer momento: “Memory Lain, Hugh” comienza con una entrada rockera que pronto se ramifica, se enriquece con el sonido de las cuerdas y el acompañamiento organístico del primo Sinclair, con esos dibujos que tanto habíamos echado de menos. A mitad de la pieza, envueltos ya en un desarrollo casi orquestal, esta gira hacia “Headloss”, con un ritmo y unas voces casi pop que a los fans como yo nos derrite: el total son nueve minutos, pero se nos han pasado en un vuelo. “Hoedown”, la siguiente, es una canción corta y bailable, a medio camino entre pop y rock; “Surprise, surprise” es otra delicia indefinible con una magnífica exhibición de bajo (y violín, y voces…), y así sucesivamente. Como en el caso del planeta Gong, no tiene sentido una descripción subjetiva de cada pieza: hay retazos sinfónicos, como en la que cierra el disco; hay zonas corales, hay pop casi desenfadado, y lo realmente maravilloso es que todo encaja. Caravan siguen siendo la banda más hogareña del universo Canterbury, tal vez la única que sabe presentar la excelencia musical de esa escuela, el enorme trabajo y complejidad de sus armonías, en un “formato” asequible para el aficionado medio, y esa es una virtud impagable. Por supuesto, no hace falta decir que estamos ante uno de los mejores discos de su carrera. 

Así que ya ven ustedes: dentro del mundo supuestamente progresivo, los grupos que más se distancian del canon -los que tienen carácter propio- son precisamente los que mejor se desenvuelven. Como en cualquier otro estilo, por cierto. Es verdad que su carácter volátil no suele augurar una vida muy larga, pero mientras duran son los más interesantes. 


martes, 17 de noviembre de 2015

1973 (XIII)

El rock progresivo es la última gran novedad en la música popular a finales de la década de los 60. Se origina en parte como evolución de la psicodelia (Pink Floyd son el mejor ejemplo); pero por su carácter de formato abierto, es decir, sin unos límites estilísticos claros, también incluye a todos aquellos grupos que se dedican a hacer variaciones sobre los géneros tradicionales como el blues, el jazz e incluso el pop. Hay otros, más osados, que se atreven con la música clásica, y para ellos se creó el término “Rock sinfónico”: Nice y luego Emerson, Lake & Palmer ya han pasado por este bar; pero dentro de un estilo que ya de por sí suele ser bastante pretencioso, esa alternativa nos parece tan exagerada que, sintiéndolo mucho, decidimos olvidarlos. Y sin llegar a los clásicos, las bandas como Yes entran dentro de esa misma categoría por su tendencia a los largos desarrollos, las músicas tremendistas y los arreglos fastuosos, casi orquestales: también estuvieron aquí, también se marcharon. El progresivo no se está librando de la decadencia general, y en este tugurio únicamente quedan nombres aislados como King Crimson y Genesis, dos bandas que yo respeto mucho. Estamos en un año muy brillante para ambas, aunque su situación sea radicalmente distinta: mientras los primeros acaban de entrar en su tercera fase, los otros llegan a la cumbre de una evolución uniforme mantenida desde el principio de su carrera. 




Ya quedó claro hace tiempo que decir King Crimson es lo mismo que decir Robert Fripp. A estas alturas tal vez sería más lógico que se presentase como solista, ya que sus acompañantes son elegidos y despedidos por él, pero suponemos que prefiere usar el nombre comercial de la banda por el enorme prestigio que implica. En cuanto a su producción musical, los cuatro discos publicados hasta ahora se agrupan en dos parejas temáticas, por decirlo así; teniendo eso en cuenta, esperamos que la nueva reencarnación nos traiga también un nuevo estilo. En la base rítmica hay ahora dos pesos pesados: el bajista John Wetton, a quien ya tentó Fripp dos años antes pero que entonces había elegido ir a Family, y el batería Bill Bruford, que abandona Yes en busca de emociones más fuertes. Junto a ellos entra David Cross (violín y teclados), que procede del folk y ocasionalmente es músico de estudio, y el percusionista Jamie Muir, una especie de geniecillo loco que apoyará a Bruford con los artefactos más inesperados, sean musicales o no. Lo más notable de esta formación es que no hay instrumentos de viento. Ah, y el letrista será Richard Palmer, un ex Supertramp que se marchó a vivir en Alemania y que se aparta de la temática surrealista de Pete Sinfield para llegar a unas letras más comunes. De todos modos parece evidente que Fripp no les presta mucha atención, ya que en la práctica no hay contacto entre Palmer y la banda: el jefe parece limitarse a comprobar si las letras cuadran con las músicas, y a otra cosa. 

La mayor parte del material estaba casi preparado, y si esa base se apoya con una alta capacidad de improvisación las cosas van muy rápidas: tras una pequeña gira por Alemania, entre Enero y Febrero de 1973 graban el nuevo disco, que se publicará el mes siguiente. Se titula “Larks' tongues in aspic”, y como era de esperar (banda nueva, perspectiva nueva) Fripp ha vuelto a reinventarse. El arranque es suave, casi somnoliento, entre tonos de percusiones ligeras envueltas en el sonido de una marimba, dando paso al crescendo ominoso de un violín que a su vez se sabe inseguro ante la crepitación de una guitarra eléctrica que de pronto se muestra en todo su salvajismo… y a partir de ahí tenemos zonas de suavidad, casi dulzura, compartidas con momentos de crisis; una continua alternancia entre relax y clímax, una sucesión de secuencias en las que hay momentos defendidos por un solo instrumento o una cascada de cuerdas y percusiones apabullante. En las fases suaves de cuerda (“Book of Saturday” es el caso más claro, o incluso “Exiles”, con esa batería tan “tradicional”) parece haber rastros de los antiguos Crimson; otra cosa son las tremendas descargas con las que Fripp nos obsequia a veces y que dejan en pañales a los guitarristas heavies (Fripp entiende perfectamente la diferencia entre bronca e intensidad). Pero cuando el protagonismo lo lleva la percusión es evidente que estamos ante una banda distinta. Definir las canciones, una por una, no tiene sentido: hay que escucharlas y comprobar que todas juntas forman un universo que supera el concepto “progresivo”. Lo que Fripp está haciendo nos lleva hacia algo vagamente parecido a lo que hace Zappa en los States o CAN en Alemania; llámenlo free rock, experimental o como quieran, pero desde luego las bandas de rock progresivo “corrientes” no tienen nada que ver con esto. 

Así que el futuro se presenta de lo más interesante, aunque la banda quedará muy pronto reducida a cuarteto por el despido de Jamie Muir a causa de su conducta errática. Los críticos están de nuevo rendidos a sus pies, por convicción o por miedo ante algo que no están seguros de comprender en su totalidad, y los aficionados también (por las mismas razones). Cuando un grupo disfruta de esas dos bazas, su paso a la Historia siempre será ventajoso. De lo único que tendrá que preocuparse Fripp es de saber liquidarlo a tiempo: lo demás ya está hecho. 




Genesis sigue una estrategia completamente distinta a los Crimson, ya que su trayectoria es casi lineal. Gabriel y su banda, lentos pero seguros, han llegado a perfilar un tipo de melodías que los hace inconfundibles y al que también queda pequeño el término “progresivo”. Hay una mezcla que solo ellos saben controlar y que incluye folk, pop, rock, canto pastoral, vodevil y otros cuantos ingredientes, no siempre reconocibles. Por otra parte es de admirar su creciente dominio de la escena, ya que Gabriel se comporta como un verdadero maestro de ceremonias ataviado con los ropajes más insólitos, cercanos al surrealismo, apoyado por un juego de luces suaves pero efectivas, mientras que los Crimson descuidan totalmente ese aspecto del negocio: sus actuaciones son de una simplicidad espartana. Y a pesar de todas esas diferencias, a pesar también de estar más cerca del estilo sinfónico que del progresivo, Genesis han conseguido llegar a ser una de las bandas más respetadas del género mientras que Yes, con quienes se les comparó en los primeros tiempos, comienzan a resultar una parodia de sí mismos. Su salto definitivo a la primera categoría tuvo lugar el año pasado, con “Foxtrot”: la nueva producción (John Anthony fue sustituido por John Burns y Dave Hitchcock) consiguió un sonido mucho más cristalino, más nítido, frente a la opacidad de sus primeros discos; y ese sonido coincidió con una mayor brillantez también en la calidad de las canciones, así que cuando llega el otoño de 1973 y se anuncia la llegada a las tiendas de “Selling England by the pound” todos esperamos confiados. 

La banda no defrauda: estamos ante una magnífica y exuberante confirmación de las virtudes contenidas en su disco anterior, cuya influencia es evidente. La cara A se abre con “Dancing with the moonlit knight”, una de mis favoritas, con ese arranque lírico que aporta la voz extraña pero cálida de Gabriel seguida por una fase épica a ritmo vertiginoso y vuelta a la paz final. La siguiente, “I know what I like”, tiene el gancho melódico necesario para convertirse en uno de los escasos singles que Genesis ha publicado hasta la fecha, mientras que “Firth of fifth”, con su entrada de piano en tono clásico da pie a uno de los grandes desarrollos del disco; y “More fool me”, la última, se basa en un sentido cántico a dos voces (Gabriel y Collins). La apertura de la cara B nos engancha con la marcha militar que inaugura “The battle of Eping Forest”, un nuevo tobogán de fases épicas y líricas, seguido por la instrumental “After the ordeal”, un bonito ejercicio de estilo dirigido por Steve Hackett. “The cinema show” es una pieza un tanto tediosa pero que nos muestra el camino que va entre “Foxtrot” y el futuro “Lamb lies down on Broadway”: es una pieza de transición, por decirlo así. El cierre llega con la escueta “Aisle of plenty”, de nuevo la placidez rematada en un bonito juego de voces que alejan al grupo de nuestro alcance hasta nuevo aviso. Se puede objetar que el problema principal de Genesis, como la mayoría de las bandas de este tipo, es la excesiva duración de las canciones, que a veces acaban cansando. Y es cierto, pero no se puede tener todo. El exceso de minutaje es una plaga bastante común desde que se impuso el disco grande como formato mayoritario. 

También para Genesis el futuro se presenta interesante, aunque hay dos nubes en el horizonte: mientras Gabriel es partidario de una evolución más arriesgada, más vanguardista, el resto del grupo prefiere un tono más accesible al gran público (estamos ante una de esas bandas que de momento todavía tiene problemas financieros). Por otra parte, tanto la prensa como los aficionados comienzan a considerar a Gabriel como el único cerebro del grupo, lo cual solo es cierto a medias; pero su potente imagen deslumbra, y toda la atención se centra en él. Podría ser que esas nubes preludien tormenta. 


martes, 10 de noviembre de 2015

1973. (XII)

El rock machote, una especie de “actitud vital” surgida a finales de la década de los años 60, comenzó a ramificarse muy pronto: el hard fue el primer paso, pero a continuación llegó el heavy (Black Sabbath y similares) y poco después el metal. En esta última categoría, mucho más amplia y con más matices de lo que pueda parecer, hay dos grupos que siguen acudiendo al tugurio con puntualidad: Deep Purple y Uriah Heep. Como suele pasar con la mayor parte de las bandas tradicionales, su popularidad comienza a ser masiva en la misma proporción en la que sus primeros fans comienzan a cansarse. Pero aunque sea por última vez, aquí los tenemos de nuevo.


Deep Purple se encuentran en el momento cumbre de su carrera: “Fireball” y “Machine head”, sus dos últimos discos en estudio, han sido número uno en la Isla, y a eso hay que añadir la guinda que supuso la publicación de “Made in Japan”, considerado por mucha gente como el mejor directo en la historia del rock. Por lo tanto el bienio 71/72 ha sido fantástico; y además, como casi todas las bandas que se dedican a este tipo de sonido, tienen la ventaja de que la mayoría de su parroquia es muy fiel, no suele criticar la producción de sus ídolos mientras sean “marchosos”. Pero gran parte del negocio se basa en las giras continuas, casi sin descaso, y ese ritmo pasa factura: se sienten muy cerca del agotamiento, presionados por un plan de trabajo diabólico que les deja el tiempo justo para componer piezas nuevas y trabajar en estudio sin interferir con los viajes que están haciendo por más de medio planeta. Y en esos momentos suelen surgir las crisis, que pueden estar originadas también por otros conflictos hasta entonces ocultos. En 1972 los Purple consiguieron grabar, en fechas sueltas de Julio (Italia) y Octubre (Alemania), el material suficiente para un nuevo disco, que se publica a principios de este año. Se titula “Who do we think we are” y es el detonante de la escisión que terminó con la época clásica del grupo, conocida como Mark II. 

Miramos atrás, recordamos el “Made in Japan” y… parece que estamos ante un nuevo ejemplo de que un doble directo en una banda de rock determinaba el fin de su época dorada. Pero también una vez más estamos ante la diferencia de criterios entre los fans de pata negra y el público en general: los primeros, más puristas, consideran este nuevo disco como una obra menor, mientras que a los demás nos parece bastante decente. La primera canción es la inolvidable “Woman from Tokyo”, que inmediatamente pasa a formar parte del repertorio totémico del grupo y que además fue publicada en formato reducido para single: recuerdo perfectamente que las máquinas de los bares y las boleras echaban humo… pero también recuerdo el gesto torvo de los Rockeros Como Dios Manda al vernos bailándola (“Claro: como lo vuestro es el pop, cualquier pijada os vale”). “Mary Long”, la siguiente, también es muy buena, pero de nuevo se percibe un lejano aroma poppy que incomoda a los machotes. Menos mal que “Super trouper”, a pesar de ese sonido un poco espacial que luce por momentos, está dentro de la ortodoxia; no digamos ya “Smooth dancer”, una pieza 100% Purple. La cara B comienza con otra sospechosa: “Rat bat blue”, que a los tibios nos encanta pero también parece salirse del canon; “Place in line” es un blues que tiene gancho, con fases boogie y un competente desarrollo tanto de la voz como de la guitara y el teclado, que nos lleva tres o cuatro años atrás en la historia del sonido Purple; y algo parecido pasa con “Our lady”, también cercana a sus primeros tiempos. En conjunto ya digo, me parece un disco muy decente; pero yo soy un maldito poppy, así que no me hagan mucho caso. Por otra parte hay opiniones que justifican la naturaleza “blandengue” de esta obra basándose en el agotamiento de los músicos. 

Lo que pasó a continuación era de temer: Ian Gillan y Roger Glover se plantan ante la estrategia de “unos managers codiciosos”, como dijo el propio Gillan, que estaban exprimiendo el grupo hasta dejarlos secos. Pero de esa estrategia también son responsables Blackmore y Lord, cuya relación con los otros dos se había degradado hasta tal punto que casi no se hablaban (gran parte del disco fue grabada primero por el grupo y luego Gillan añadió su voz. Vamos, como los Beatles en su última época). Finalmente, el cantante y el bajista abandonan en el verano de este año, dando entrada a otros músicos: comienza la fase Mark III de los Purple, que a algunos ya no nos interesa. Lo siento.



Uriah Heep, aunque suelen incluirse entre las bandas de metal, tienen mucho más recorrido; y parece que el tiempo les está haciendo justicia, ya que sus primeros discos son más populares ahora que a finales del siglo pasado, cuando vivieron una época en la que muy poca gente se acordaba de ellos. Nunca tuvieron éxitos tan rotundos como los Purple, pero algunos pensamos que sus discos son, en conjunto, más interesantes: en su obra hay unas cuantas piezas rockeras clásicas junto a baladas a medio camino entre gótico y espacial cuyas letras redondean una sensación luminosa que constituye un perfecto antagonismo frente a la oscuridad de unos Black Sabbath, por ejemplo; incluso por momentos bordean el progresivo, aunque sin llegar a cansar. También al igual que los Purple, su época dorada está en los primeros años de esta década, y en 1973 plantean un órdago que demuestra la gran confianza que tienen en sí mismos: en otoño publican al mismo tiempo el inevitable doble en directo y un nuevo disco en estudio. Como ven, el grupo está pletórico. 

“Uriah Heep live” es el título más simple que se puede adjudicar a un directo, pero esa simpleza va compensada por la lujosa presentación del disco: ya nos avisan en la portada que dentro nos encontraremos con un librillo de diez hojas, que contiene espléndidas fotografías en color de los miembros del grupo (la última es un recordatorio de los discos que han publicado hasta la fecha). Las canciones fueron grabadas en su gira británica de Enero, y prácticamente están todas las grandes: “Easy livin”, “Sunrise”, “Look at yourself”, “Sweet Lorraine”… vamos, otro lujazo. La fiesta termina con un medley en el cual la banda interpreta fragmentos de unas cuantas clásicas en el repertorio tradicional del rock and roll: “Roll over Beethoven”, “Blue suede shoes”, etc. Como es lógico, estamos ante otro de los directos más populares de los años 70; y por desgracia, ante otra muestra de la maldición del formato, ya que, también como los Purple, su nuevo disco en estudio es flojo. Se titula “Sweet freedom”, y ya la portada nos preocupa porque no cuadra con la trayectoria de diseños que han seguido hasta ahora: ahí arriba la tienen. Ese tono blandengue es el que impregna al disco (otra vez como los Purple), además de una clara pérdida de personalidad: “Dreamer”, la primera, tiene un vago tono funky en el que la voz de Byron por momentos se hace ridícula; algunas se acercan a su antiguo estilo, como “Seven stars”, pero en otras ocasiones bordean la parodia o directamente suenan a pastiche. Solo hay una canción que pasa al repertorio tradicional del grupo: “Stealin”, un tanto sensiblera pero efectiva (fue la que abrió la gira española del año 79, por cierto). 

Y a partir de ahí, la cuesta abajo: el disco siguiente fue igual o peor; los problemas de Byron con el alcohol y de Thain con la heroina determinarán su salida de la banda (y la muerte de ambos), etc etc... Así que era verdad lo del doble directo. Pero, también como los Purple, seguirán adelante años y años, convertidos en una franquicia que sigue dando mucho dinero. Que les aproveche.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

1973 (XI)

El tránsito entre 1968 y 1969 significa el comienzo de la decadencia del blues rock como escuela. Los nuevos grupos que surgen a partir de ese momento y cuyo espíritu es básicamente rockero, se están apuntando a la derivación “entre dos aguas” que han creado las bandas como Free: el hard rock. Aunque, como es lógico, a medida que pasa el tiempo esa raíz se va desdibujando para que cada uno, si realmente tiene carácter, adquiera su propio estilo. Recordarán ustedes que las dos bandas más representativas de esa época en este tugurio son Humble Pie y Mott The Hoople, que nos visitan con regularidad desde el principio de su carrera y a las que con todo cariño hemos llamado “respetables segundonas”: su principal fuente de ingresos estaba en las actuaciones, ya que sus discos rara vez pasaban del top 20. 



Humble Pie, la banda dirigida actualmente por nuestro amado Steve Marriott, quedó bajo su mando exclusivo tras la marcha de Peter Frampton a mediados del 71; hasta entonces había un equilibrio, con los matices que se quiera, entre sus preferencias actuales, claramente rockeras “pantanosas”, y las de Frampton, más cercano a las baladas y las piezas de tiempo medio. Por otra parte su historia nos recuerda que Marriott se hizo respetable por haber creado a los legendarios Small Faces, uno de los grandes orgullos de la Corona británica, lo cual explica que la mayor parte de su música actual esté teñida con esos tonos negroides que siempre le han gustado tanto. Aunque la pérdida de Frampton significó un gran revés para él -ya que además de su talla como músico eran amigos personales- la entrada del eficiente Dave Clempson estabilizó el grupo, mientras que Shirley y Riddley son un valor permanente. Esto quedó demostrado poco después con la publicación de “Smokin”, uno de sus discos más notables, y ahora el bueno de Steve parece decidido a superarse a sí mismo: en 1973 nos presenta “Eat it”, un doble. Es una apuesta arriesgada teniendo en cuenta que estamos ante, recuerden, una respetable segundona: su doble directo del 71 fue muy popular, porque sus directos eran imbatibles. Pero un doble en estudio de los Pie puede resultar un poco excesivo. 

Y sin embargo no lo es. Hay que reconocer que tiene su parte de truco, ya que la cuarta cara es en directo, como intentando dejar un buen sabor de boca a los que prefieren ese aspecto suyo. En esa hay tres canciones: la primera, “Up our sleeve”, es de cosecha propia, seguida por una “Honky tonk woman” que parece también suya y el “Road runner” de toda la vida, aunque demasiado larga para mi gusto. Pero la fiesta comienza justo cuando suena la primera nota de la cara A del primer disco: “Get down to it” es una joya intemporal de soul rock que, con los coros de las tres negritas reclutadas para esta ocasión (a las que Steve bautiza como las Blackberries), te atrapa y no volverá a soltarte en tu vida, seas quien seas. A Marriott, como buen mod, siempre le gustaron los coros de voces negras femeninas (Los Small Faces atacando “Tin soldier” acompañados por P.P. Arnold… Ese momento es digno de figurar entre las memorias del replicante de “Blade Runner”), y en este primer disco todas las canciones quedan tocadas por esa magia que solo ellas pueden conseguir, convirtiendo incluso las piezas más rockeras como “Good booze and bad women” o “Drugstore cowboy” (con tonos guitarreros muy en la onda Stone) en una magnífica mezcla de espíritus. No digamos ya piezas como “Is it for love?”, que por momentos se acerca al góspel, o la versión del “Black coffee” de los divinos Ike & Tina Turner. En cuanto a la tercera cara, es decir, la A del segundo disco, la cosa se vuelve mucho más recogida: ahí es donde encontramos la vertiente acústica de este grupo, más cercana al country folk americano, que había quedado un poco olvidada tras su salida de Immediate para fichar por A&M. Es agradable, aunque por supuesto prefiero el primer disco. Sí, soy mod. ¿Pasa algo? 

Como era de esperar, de nuevo hubo una mejor recepción en los States que en la Isla: las giras allí eran continuas. Y aunque por desgracia a los Pie no les queda mucha cuerda, ya que pronto comenzará su decadencia, ahora estamos disfrutando de uno de sus momentos más brillantes. Carpe diem: ya llegará la vejez. 



Mott the Hoople vivieron una mágica vuelta a la vida el año pasado, cuando ya circulaba el comunicado informando de su desaparición. Recordarán ustedes que David Bowie, fan a muerte del grupo, les había ofrecido “Sufragette City” poco antes para relanzar su carrera, y que el altivo Ian Hunter la rechazó en favor de “All the young dudes”, compuesta por su benefactor para él y ante él. Esa canción dio título a su disco de resurrección, producido por el propio Bowie; cuya influencia no termina ahí, ya que las nuevas fotografías de los Hoople nos muestran a un grupo glam: esa es la moda, y a ella se prestan gustosamente. Otra cosa es el aspecto musical, que no se altera mucho ya que la devoción de Hunter hacia Dylan y The Band sigue presente. Sin embargo el repertorio es un poco más variado; y en parte por el glamour que imprime Bowie, en parte por la calidad del disco, resultó ser el más vendido en su carrera hasta ese momento. Lo cual tampoco era muy difícil, teniendo en cuenta que su media estaba en el top 50; pero un salto hasta el top 20 es muy de agradecer, ya que asienta al grupo ante sí mismo y ante el sello CBS, que los había admitido por expresa intervención de Bowie (tras el final de su contrato con Island, que con bastante lógica los había dado por muertos). De todos modos hay algunos problemas creados por el excesivo protagonismo de Hunter: el teclista Verden Allen se marchó a finales del año pasado al ver rechazadas -otra vez- algunas canciones suyas, y ha sido sustituido por Morgan Fisher, que de momento no figura oficialmente como miembro del grupo pero que ya participa en la grabación de un nuevo disco. 

Ese nuevo disco llega a las tiendas en verano del 73 y se titula “Mott”. No hay grandes diferencias con el anterior y confirma que la banda ha mejorado en sus composiciones, menos grises que en su época con Island: “All the way from Memphis” y “Driving sister”, las canciones que abren cada una de sus caras, y especialmente esta última, son dos grandes piezas de rock and roll en la más pura línea Hoople. La tendencia a los himnos, tan queridos tanto por Hunter como por Bowie, tiene una buena representación en “I wish I was your mother”, que cierra el disco muy apropiadamente con sus mandolinas y sus armónicas; también, por supuesto, “Hymn for the dudes” (aprovechando la estela que dejó su predecesora), y “Ballad of Mott the Hoople”, donde las similitudes con Dylan se acentúan incluso en las letras, que para Hunter han sido siempre tan importantes como para su maestro (con frases lapidarias como “El rock and roll es un juego de perdedores”). En conjunto puede considerarse como una buena prolongación de su obra anterior, y el resultado fue realmente magnífico: sus ventas lo superaron, rozando el top 10. 

Sin embargo, el estilo dictatorial de Hunter comienza a hacerse insoportable: poco después se marcha Mick Ralphs, y esa gran pérdida es reparada solo a medias por la llegada de Luther Grosvenor, un ex Spooky Tooth que ha de cambiar su nombre por razones contractuales: ahora se llamará Ariel Bender, y tampoco estará mucho tiempo en una banda que comienza a desintegrarse (mientras que Ralphs se hará de oro, junto a otros ilustres huidos, en la superbanda Bad Company). Pero digo lo mismo que con los Pie: a vivir, que son dos días.