martes, 26 de enero de 2016

1973 (XIX)



Hoy terminamos por fin con la lista de personajes ya conocidos en el tugurio; y los últimos en llegar son Roxy Music, una de las sorpresas más refrescantes del año anterior. Es seguro que en aquella época muchos aficionados no fueron plenamente conscientes de la talla de los Roxy, porque desde el primer día jugaron a la contra: en un ambiente estético gris y uniforme salvo en casos muy concretos, ellos se presentaban con aquellas ropas de vodevil glam que desagradaban al sector “serio” del público (no era difícil, por entonces, oír la famosa frase “pero con esas pintas, ¿qué mierda de música van a hacer?). La heterodoxia solamente se le perdonaba a Bowie o a Marc Bolan, y aun así con reparos. Por otra parte, aunque no renunciaban del todo a los planteamientos musicales del momento -hay claras influencias progresivas en sus primeros discos y la ejecución es soberbia, lo cual indica una gran altura técnica-, la esencia de su repertorio es el art pop con tonos rockeros y ocasionales pretensiones avant garde. Sin embargo su primer disco llegó al top 10, lo cual tiene un mérito enorme y demuestra una vez más que cuando hay verdadero potencial las cosas suelen salir bien. 

Otra de las “rarezas” de esta banda es que reactivan el mercado del single: “Virgina plain”, el primero, llegó al top 5 a finales del año pasado; y aunque el segundo, “Pyjamarama”, no pasará del top 10, tiene gracia ver a los fans comprando un artefacto que han llegado a detestar. Pero no hay más remedio, ya que esas dos canciones -magníficas, sobre todo la primera- no van incluidas en los discos grandes. En consecuencia su situación actual, tras unas cuantas giras ya por media Europa es envidiable: han logrado hacerse un hueco en el negocio con una ventaja añadida, que es la carencia de competidores, y todo parece ir viento en popa (salvo el lunar yanqui: en los States son casi unos desconocidos). Sin embargo también hay malas noticias, ya que Brian Eno, el encargado de la sección electrónica del grupo, comienza a mostrar abiertamente sus diferencias con Bryan Ferry, voz y compositor principal. La vocación de Eno es la música experimental, no cuadra bien en una banda de este tipo; por otra parte le horrorizan las giras interminables y la exposición continua al público, mientras que Ferry es claramente un animal de escena. Por otra parte Eno se ha hecho amigo de Robert Fripp: al parecer se han reunido para componer y desarrollar algunos fragmentos musicales, oficialmente sin un objetivo claro. Así que, cuando el segundo disco de Roxy Music llega a las tiendas, en la primavera del 73, la situación interna de la banda amenaza tormenta. 

Ese segundo disco se titula “For your pleasure”, y la diferencia más notable es el cambio de productor: Pete Sinfield es sustituido por Chris Thomas, que dirigirá las grabaciones de este y los tres discos siguientes. En cuanto a la pelea de egos, aunque todo el material sigue siendo obra de Ferry da la impresión de que él y Eno tratan de coexistir y buscar un equilibrio entre las inclinaciones de uno y el otro, ya que junto a dos muestras de pop-rock de primera categoría como la enloquecida “Do the strand”, que abre el disco, y “Editions of you”, hay zonas de influencia Eno: el estilo y los arreglos de las tres piezas que componen la cara B muestran su toque vanguardista. En conjunto es un buen disco, casi a la altura del primero -de hecho algunos fans del progresivo lo consideran el mejor de la banda- pero quizá haya soportado peor el paso del tiempo: esa cara B, a día de hoy, me aburre un poco, qué quieren que les diga. Y casi a continuación ocurre lo inevitable: Eno decide seguir su propio camino y es sustituido por el teclista Eddie Jobson, un ex Curved Air que además domina el violín. 

El grupo demuestra poco después que puede sobrevivir perfectamente sin Eno: a finales de este año se publica “Stranded”, que alcanza el número 1 en la Isla casi de inmediato. Una vez más la gran mayoría de las canciones son obra exclusiva de Ferry, aunque comienza a compartir la tarea con Manzanera y MacKay posiblemente para aliviar la supuesta fama de dictador que le había adjudicado Eno. Es comprensible que los fans del avant-garde que defendían al ausente consideren este disco un poco light, pero creo que la gran mayoría estamos de acuerdo en que es uno de los más brillantes de su carrera (y el propio Eno acabó por reconocerlo). La primera canción, como ya es norma de la casa, nos empuja al baile sin remedio: es “Street life”, otra clásica; a partir de ahí tenemos un exquisito equilibrio entre las piezas de medio tiempo y algunas baladas en la que la antigua querencia progresiva de Eno ha sido sustituida por unos arreglos muy medidos, muy trabajados pero elegantes: la palabra “elegancia” comienza a ser referente indispensable para definir la categoría musical de este grupo. Una elegancia que va desde las baladas puras como “Just like you” hasta las piezas con desarrollos cambiantes como la magnífica “Mother of pearl”, una de mis favoritas desde siempre. Y es justo en las aventuras “progresivas” donde el grupo se pierde un poco: “Psalm” quedaría perfecta en tres o cuatro minutos, pero dura ocho; y algo parecido sucede con “A song for Europe”, demasiado orquestal y un tanto pretenciosa. De todos modos, ese tono en la voz de Ferry, torturado y malévolo al mismo tiempo, resulta imbatible; y junto a unos músicos de tal categoría, no hay miedo al futuro. Ahora toca hacerse con el mercado yanki.




En cuanto a Brian Eno, pronto tenemos noticias suyas: a finales de este año se publica “No pussyfooting”, el trabajo musical que Fripp y él desarrollaron en solamente tres sesiones. La cara A corresponde a la primera reunión que tuvieron, ya a finales del año anterior, y se titula “The Heavenly Music Corporation”; la B, “Swastika girls”, es el conjunto de las otras dos reuniones, en Agosto de este año. Básicamente se trata de Fripp desarrollando líneas de guitarra que luego van alterando su sonido por la manipulación de Eno sobre las cintas de dos bobinas Revox. Vanguardia pura, vamos. Este tipo de aventuras tiene sus fans: lo mismo pasa con “Metal machine music” de Lou Reed y algunas otras; pero por desgracia somos muchos los que no llegamos a semejantes niveles de comprensión. Ese disco será el primero en una serie de colaboraciones con otros músicos y en los que, por lo general, nos topamos con el aspecto más intrincado en la obra de este señor: vanguardia, experimentación, música ambiental, poemas recitados, etc...

Pero al margen de todas esas colaboraciones él tiene una carrera a su nombre exclusivo, y al menos en los primeros años esa obra es mucho más accesible. Su primer disco en solitario se graba en otoño, es decir, antes ya que su colaboración con Fripp, pero no se publica hasta Enero de 1974 bajo el título de “Here come the warm jets”; como siempre la cosa irá a gustos, pero para mí es el mejor de toda su producción. Para empezar, el plantel de músicos que lo acompañan es de lujo: aparte del propio Fripp, participan todos sus antiguos compañeros de Roxy Music (menos Ferry, claro); y entre otros, añadan a Chris Spedding, John Wetton o Simon King. Las composiciones de Eno están a la altura: es inevitable un cierto regusto a los Roxy, hay un aura en el sonido que los recuerda, pero estamos ante una colección de piezas magníficas desde el primer momento, de nuevo a medio camino entre rock, pop y vanguardia (a quien no lo conozca, le recomiendo que comience por “Baby’s on fire”, mi preferida, en la que, entre otras cosas, hay una exhibición de Fripp a la guitarra que está a la altura de su obra en los Crimson sin duda alguna). 

Antes de que acabe el año llegará su segundo disco, “Taking Tiger Mountain (by strategy)”, más oscuro pero todavía accesible; algo parecido sucederá con el siguiente, “Another green world”, y a partir de ahí dejé de seguirle: su progresiva tendencia a la música ambiental lo dirige hacia un sector muy concreto de fans especializados y muy fieles, entre los que no me encuentro. Será la edad. 



domingo, 17 de enero de 2016

1973 (XVIII)

Hoy nos visitan dos bandas totalmente distintas pero ya veteranas en este local: Wishbone Ash y Badfinger. La razón por la que el destino las ha colocado juntas aquí es el año de su lanzamiento oficial, que fue el mismo (1970); pero ni ese dato es completamente cierto, puesto que Badfinger son un grupo que ya existía desde mediados de la década pasada bajo el nombre de los Iveys (no ha habido grandes cambios de personal desde aquella época). Y tanto su presente como su futuro son también opuestos, ya que los Ash son casi una banda estelar mientras que Badfinger no consigue sobresalir de la segunda fila (el porqué, los porqués, son otro asunto). De todos modos los dos grupos nos abandonan este año, justo por esas razones: el tiempo pasa, y ya no tienen mucho sentido entre nosotros.  



Wishbone Ash llegan a 1973 consagrados como una de las bandas de rock más interesantes de la Isla. Y lo suyo tiene mucho mérito, ya que no han ido a lo fácil: en vez de recurrir a los trucos clásicos -estribillos más o menos decentes apoyados por muchos vatios- ellos demuestran tener una escuela más variada e interesante. Además de emplear doble punteo (al que ahora llaman “guitarras gemelas”, no se sabe por qué) sus canciones no suelen ser lineales, sino que alternan dos o tres ritmos distintos que van engarzados o simplemente fundidos de una manera muy original; quizá por eso alguna vez aparecieron incluidos en el listado de bandas progresivas, aunque nunca pretendieron tal cosa (la base de los Ash es el rock pero son muy evidentes las influencias folk, y de vez en cuando escuchamos estructuras cercanas al blues e incluso al jazz). Su progresión ha sido ejemplar: tres discos, uno al año, y cada uno de ellos mejor que el precedente. Esa escalada se culminó en 1972 con la publicación de “Argus”, que está considerado por gran parte de la prensa británica como el mejor disco de ese año. Pero como es lógico, tras él llega la pregunta fatídica: ¿y ahora qué? Los propios miembros de la banda reconocen que su entrada en el estudio de grabación para preparar el nuevo disco fue un tanto angustiosa, ya que la sombra de “Argus” es alargada y no pueden caer en la tentación de hacer un “Argus II”. 

El resultado es “Wishbone four”, que se presenta en la primavera del 73. Tratando de reinventarse y ahuyentar el recuerdo, buscan un nuevo tipo de sonido: se ha ido Derek Lawrence, que produjo sus tres discos anteriores, y ahora son ellos mismos quienes dirigen la grabación. Ya con las primeras notas de “So many things to say”, la canción que abre el disco, nos queda claro que estamos ante otra banda, más ligera. Se ha perdido la densidad que tenían y ahora desfila ante nosotros una sucesión de canciones alegres como esa, “No easy road” y algunas más junto a baladas del estilo de “Ballad of the beacon”, “Everybody needs a friend” (demasiado larga, un poco llorona), rematando el disco en “Rock and roll widow”, decente, con un sonido brumoso cercano a la psicodelia y que tal vez sea la mejor. En cualquier caso, ese nuevo sonido no tiene la garra de los Ash, no tiene su encanto, resulta insípido: parece una obra hecha para contentar a todos los públicos, para sonar en las radios. Y a finales de año nos llega el ya casi inevitable doble directo que, como casi todos los que hemos visto en esta época, señala un punto y aparte. Sin embargo, en el caso de los Ash hay algunas diferencias: “Live dates”, que así se llama, no está a la altura de los directos legendarios de otras bandas, y de nuevo por culpa del sonido, blando, inconsistente, casi pop, a pesar de que las canciones están muy bien elegidas (como era de esperar, la mayor parte de “Argus” está presente). Resulta, como su disco en estudio, simplemente agradable de oír, pero sin substancia. 

Poco después se marcha Ted Turner, una de las dos “guitarras gemelas”, y es sustituido por Laurie Wisefield (ex–Home, banda británica de rock con tintes americanos y muy buen sonido). Los Ash se van a vivir a Estados Unidos, donde ganarán mucho más dinero. Los dos discos siguientes mejoran un poco la calidad del cuarto, porque en parte vuelven a sus raíces; luego pasan por el hard, el heavy… no sé, dejé de seguirles la pista por entonces. Pero sus tres primeros discos me siguen cautivando. 



Badfinger llevan una vida accidentada desde que comenzaron su carrera bajo ese nombre, como ya hemos visto en años anteriores, ya que a la dejadez con la que son tratados en Apple se suma la voracidad de Stan Polley, un manager mafioso que organiza la mayor parte de sus contratos y cuyo expolio acabará provocando la catástrofe. Pero además el grupo sigue luchando contra la sombra de los Beatles: el haber sido apoyados en un principio por ellos, sumado a la influencia evidente que ejercen sobre su estilo musical, hace que muchos aficionados -británicos sobre todo- los desprecien considerándolos como una simple franquicia de los de Liverpool. Y subrayo la nacionalidad británica porque una de las consecuencias de este desprecio es que tienen mejor venta de discos (aun sin ser grandes cifras) en Estados Unidos que en su propio país. La última afrenta que sufren por parte de Apple, que ha rechazado la primera grabación y les obliga a regrabarlo, es la publicación demorada de su cuarto y último disco en ese sello: aquellas primeras grabaciones comienzan en 1972, el trabajo continúa por tres o cuatro estudios distintos con dos cambios de producción por medio y finalmente llega a las tiendas a finales del 73… en Estados Unidos, porque en la Isla no lo hará hasta la primavera del 74. Aunque también es verdad que Apple a esas alturas ya no tiene capacidad de maniobra, y su desastrosa situación financiera restringirá su negocio únicamente a lo que produzcan los cuatro Beatles. Y para completar el remolino, Polley les informa de que Warner Brothers está interesada en ficharlos: cuando la banda decide firmar con el nuevo sello, todavía están en plena grabación. 

El disco se titula “Ass”, y su trayectoria comercial sufre el contagio de todos los accidentes anteriores: Apple no lo promociona, el conjunto de canciones resulta irregular (lo cual es lógico teniendo en cuenta las circunstancias) y en poco tiempo habrá pasado al olvido. Sin embargo no es un mal disco, o al menos resulta ser bastante más digno de lo que se podría esperar. Tiene su punto de emoción el hecho de que se abra con “Apple of my eye”, la agridulce, magnifica despedida que escribe Peter Ham como dedicatoria al sello al que ama pero que tiene que abandonar; aunque también hay sitio para la ironía, como ocurre con la rockera “The winner”, escrita por Joe Molland y en la que se lanzan algunas pullas contra Lennon. El espíritu alegre de esa canción también se encuentra en “Get away”, muy en su estilo tradicional, y en otras como “Blind owl” o “Constitution” que parecen mostrar una tendencia mucho más americana, como si estuviesen intentando adaptarse a su nueva existencia e ir abandonando la influencia Beatle. En fin, que sin ser una joya pienso que mereció bastante mejor trato del que tuvo, pero las turbulencias continuas que envuelven al grupo lo convirtieron en su disco de más larga gestación y más rápido olvido. Hay muy pocas cosas lógicas en la carrera de Badfinger, una de las bandas más desgraciadas en la historia del rock. Y mira que hay desgracias en esa historia… 


lunes, 11 de enero de 2016

Bowie



David Robert Jones  (1947-2016)


Me enteré antes de levantarme, gracias a la radio: El Hombre Estrella ha muerto. La semana, el mes, el año, han quedado marcados por esta negrura. Y mi programa de actividades para hoy comienza por él, como no podía ser de otro modo. Me siento afortunado porque es la radio, la bendita radio, la que está a mi lado cada mañana cuando abro los ojos, y no esa pelandusca llamada Internet. En mi cama no dejo entrar a cualquiera. Y además, en este caso como en otros muchos, el protagonista de la noticia creció y llegó a lo más alto en la época dorada de este divino artefacto: gracias a la radio descubrí a Bowie, y es la radio quien me lo lleva ahora. El círculo se ha completado al menos para los de mi generación, que ahora somos un poco más viejos. Y en cuanto a él, hay una cierta simbología en el hecho de haber nacido en Londres y morir en Nueva York, los dos crisoles (como suele decirse) más notorios de la cultura occidental. 

Lo siento David, no sabes hasta qué punto. Porque ya no se trata de una simple cuestión musical: tú fuiste al mismo tiempo un músico y un referente sociológico cuya importancia tal vez no hayamos sabido valorar con propiedad. Gracias a ti los jovenzuelos que te descubrimos a principios de los años 70, sobre todo en los países de mentalidad decimonónica como lo era la España de por entonces, vimos que aquella música celestial era creada por un ser cuya imagen nos desbordaba, a años luz de cualquier otro artista o personaje conocido; y el glam, esa supuesta “filosofía basura” que creasteis entre tú y Marc Bolan, nos despejó la mente con mucha más contundencia que toda la verborrea de los músicos poetas hippies: el rock and roll, guste o no, siempre será más efectivo -en términos de revuelta social- que las amables cancioncillas bienintencionadas. O tienes la mala leche de un Dylan o si no mejor cállate. Y hasta Dylan tiene sus momentos nenaza. 

Sin embargo tus canciones más delicadas, tus baladas, esas piezas que hechas por otros nos llevarían al vómito, hechas por ti resultaban diabólicamente atractivas, tenían otro empaque: tus letras serán decadentes o soñadoras, pero nunca son débiles ni sensibleras; y junto a la música que las envuelve pueden transportarnos a cualquier tipo de ambiente, ya sea palacio o cabaña, como en el Tenorio. De las otras, las arengas rockeras, no hay nada nuevo que decir: una pieza como “Sufragette City” lo resume mejor que cien sesudos artículos. Y luego fueron pasando los años, pero tú te reinventabas continuamente porque necesitabas sentir el soplo de la frescura y porque casi siempre has respetado a tu público, mientras que otros llevan cuarenta años -o más- viviendo de la memoria de lo que fueron alguna vez. Así, resulta que esta noche pasada ha muerto uno de los más grandes músicos en la historia del rock: David Bowie, una de las muy contadas estrellas de primera magnitud. 

Adiós, David. O hasta luego, como dicen los cursis; a ti te va a dar igual. Es lo que tiene la muerte, supongo: al interesado deja de importarle todo, mientras que a los que quedamos nos invade la tristeza y como dije antes nos hace sentir más viejos. Pero sabemos que tú seguirás en las estrellas, porque esa es tu vocación. Y la música nunca muere.