lunes, 27 de febrero de 2017

España 70's: la Tercera Vía, o algo así (VIII)


El destino comercial de los dúos musicales españoles suele caer en los extremos: el éxito arrasador del Dúo Dinámico (o Juan y Junior, en otra escala) contrasta con el casi total desconocimiento que sufrieron José y Manuel. Pero siempre hay excepciones, términos medios, y ese es el caso de Víctor y Diego, el dúo madrileño que nos visita hoy: tal vez en estos tiempos no quede mucha memoria de ellos, por el puro capricho de la lotería histórica de la que ya hemos hablado otras veces; sin embargo en su época alcanzaron una popularidad realmente notable, y han dejado una obra no muy amplia pero digna de recuerdo. 

Víctor Martín y Jesús de Diego se conocen en el colegio, estudiando Bachillerato, a mediados de los años 60. Ambos, vecinos del Rastro, tienen aficiones complementarias: Víctor canta en el coro del colegio y aprende a tocar la guitarra; Jesús se aficiona a la poesía y sueña con ser compositor de letras para canciones. Tienen la difusa ilusión de montar un grupo, aunque no llegan a concretarse y al terminar los estudios Víctor entra en el Conservatorio mientras que Jesús consigue trabajo en la compañía de Antonio Gades como técnico de iluminación. Luego llega la mili, que una vez concluida vuelve a ponerlos “a cero”, es decir, ante la posibilidad de cambiar de objetivos. Y deciden asociarse como dúo: Víctor ya tiene solvencia como guitarrista, y Jesús (que a efectos artísticos usará su apellido) se encargará de las letras. Después de una temporada de retiro para preparar material, a mediados de 1973 tienen un grupo de canciones que presentan a EMI; y por entonces el director artístico de ese sello es nada menos que Ramón Arcusa, que les ve potencial. En menos de una semana se graba su primer Lp con un sonido muy fresco; pero una vez terminada la grabación y antes de publicarlo, el sello prefiere tantear el terreno y los convence para que se presenten al festival de Alcobendas, uno de los muchos que pueblan el calendario musical patrio por entonces. En principio el dúo se niega, por la imagen negativa que tienen los festivales entre los músicos “serios” y porque no ven posibilidades de conseguir relevancia con su estilo en un sarao de esas características; por otra parte, su experiencia en un escenario era aún muy reducida y no se sentían seguros. Sin embargo acaban cediendo, confiados en la sapiencia de Arcusa y sus secuaces, y aciertan: “La mujer de cristal” y “Mi escuela” les otorgan un doble premio como autores y como intérpretes en noviembre de 1973. La primera de esas dos canciones será la cara A de su primer single, ya a principios del 74; de ahí al asalto a las radios hay un paso y “Por primera vez triunfa la calidad en un festival”, titula la prensa. La jugada ha salido redonda, y el primer Lp se publica poco después, en primavera. 

El disco se titula “Semblanzas”, EMI lo promociona por todo lo alto con presentación oficial en el Teatro de la Comedia y gira por todas las emisoras, y la crítica los considera herederos del espíritu de Simon & Garfunkel. Lo cierto es que era la única referencia posible: de José y Manuel se había dicho lo mismo, y por supuesto hay similitudes en el estilo de estos dos dúos españoles; tal vez la mayor diferencia está en la producción, que busca un sonido más directo, y en las letras, de más categoría, pero es común su gusto por los juegos de voces al estilo folkie y algunos arreglos cercanos al pop barroco. Hay un buen equilibrio entre las piezas más tratadas, como “La mujer de cristal”, “Solterías” o “En el día de la fiesta” y las más directas, al estilo de “Consejos” o “Les he oído decir”; en conjunto, este es otro de esos discos que merece mejor memoria de la que ha tenido. Llegados a 1975 Víctor y Diego son verdaderas figuras, tienen actuaciones continuas, se les ve en televisión e incluso proporcionan canciones para otros artistas (Rosa León, por ejemplo). La cumbre de su popularidad es el single “El parque”, con una letra melancólica sobre la triste imagen de un parque de barrio, que resulta ser su mayor éxito en ventas, pero a partir de ahí comienza su decadencia: el segundo disco grande, publicado antes de que termine ese año, no alcanza ni de lejos las ventas del anterior. Se titula “A vosotros” y va dedicado en parte a la generación que tuvo que abandonar España por causa de la guerra civil; la canción que abre el disco y le da título es de una dignidad impresionante y unos arreglos a la altura de la letra. En conjunto hay un aire más costumbrista, con momentos casi humorísticos dentro de pequeños dramas como en “Oda a la integridad” o “El frutero”, y alguna sorpresa casi psicodélica como “Juegos de acción”, en un tono general también más acústico y menos carga en los arreglos. 

El relativo fracaso de este disco parece ser la causa principal de que el dúo concluya su relación con EMI, pero también influye el hecho de que nuestros amigos desean airearse un poco después de dos años de trabajo casi ininterrumpido. Este asunto, el del “airearse”, es una contante en la trayectoria de Víctor y Diego: con frecuencia daban la impresión de tener más intereses que los puramente musicales, y durante unos años desaparecen salvo para hacer alguna colaboración, a veces estrafalaria, como las tres canciones que incluyen en la película de Forges “El bengador gusticiero y su pastelera madre”. Vuelven al mundillo discográfico en 1979 de la mano de Movieplay para grabar su tercer disco grande, titulado a su nombre, que a mí por lo menos me crea sensaciones contradictorias: hay buenas canciones, pero se nota que su tiempo ha pasado; cuando intentan sonar al estilo contemporáneo la cosa queda un poco impostada, como sucede con el ritmo medio funky de “Decídete” o la discotequera “Amar es”, y las canciones más ajustadas a su estilo tradicional no pueden competir en una época en la que la nueva ola impone su ley. En consecuencia, el disco pasa casi de puntillas por las tiendas y el dúo se dedica por un tiempo a trabajar como músicos de gira con la “nueva” Marisol, llegando a actuar en el festival de Varadero (Cuba) junto con la flor y nata de los músicos de aquellas latitudes. Graban un nuevo disco teóricamente premonitorio: su título es “Colorín colorao”, la letra parece referirse a su situación artística -prácticamente ya no actuaban, sus trabajos ya eran otros-, en conjunto las canciones son bastante reiterativas, y resulta prescindible. El dúo vuelve a desaparecer, pero aún llegarán a grabar un último disco, autoproducido, en 2003: “Claroscuro”, que no he escuchado. Lo siento; aunque casi prefería no haber escuchado ya el anterior y quedarme con los tres primeros, que son estos

El difuso concepto de “tercera vía” llega, más o menos, hasta los límites que establecen Víctor y Diego: el tono pop queda empequeñecido por la tendencia folk del dúo, aunque su vocación por los arreglos y las melodías sigue siendo fundamental en ellos. Pero a partir de ahí queda muy poco que rascar en la discografía nacional: sus letras los hermanan ya con los cantautores, una raza que respeto pero que no va con mi carácter. Quedan sin embargo algunos cabos sueltos, gente de su padre y de su madre que merecen ser recordados, y por eso la serie se titula “La Tercera Vía, o algo así”: ahora tocan los del “algo así”. Pero son muy pocos, y terminaremos pronto. 




martes, 21 de febrero de 2017

España 70's: la Tercera Vía,o algo así (VII)



Sí señores, Cecilia. Estamos ante la figura más popular de toda esta serie, la única que consiguió mantenerse con cierta regularidad en las listas de ventas, dignificando aquella ordinariez general con su folk de autor que, a diferencia de la mayoría de los de su estilo, iba combinado con la brillantez de sus melodías y unos arreglos musicales redondos, tan en la línea de las grandes cantantes yanquis como Carole King, Melanie y compañía. Cecilia fue otro de esos lujos que tal vez no nos merecíamos, que no supimos apreciar en su momento y que por desgracia no estuvo mucho tiempo entre nosotros. 

Evangelina Sobredo, hija de marino y diplomático, pasó su infancia y adolescencia recorriendo medio mundo, aficionándose a cantar acompañada de guitarra acústica tanto en español como en inglés. Y aunque gran parte de sus años escolares transcurrieron en escuelas católicas, pronto nació en ella (de naturaleza tímida y solitaria) una clara afición por la poesía existencialista al estilo Sartre; esas influencias quedarán marcadas en sus letras, muy frecuentemente de tono dramático o incluso tenebrista. Asentada ya en España comenzó a estudiar Derecho, pero no fue más allá del segundo curso: pronto echó de menos la guitarra, y tras unas cuantas actuaciones en colegios mayores decidió cambiar de bando. En la Facultad había conocido a Joaquín Díaz, el pope del folk nacional, que la animó a seguir por el camino de la canción y le presentó a Nacho Sáenz de Tejada (NPM) y Julio Seijas (Aguaviva y otros grupos), con los que formó un trío fugaz pero suficiente para que en Movieplay (otra influencia de Díaz) grabe en 1970 su primer single, cantado en inglés: bajo el nombre de Expresión, tenemos “Try catch the sun / Have you ever had a blue day”; ambas son realmente buenas, la primera al estilo Janis Ian, por decir algo, y la segunda un blues acústico. El single pasó sin pena ni gloria pero poco después la escucha Tomás Muñoz, el jefe de CBS, la ficha de inmediato -en detrimento de Vainica Doble, que también le habían interesado- y en 1971 se publica su primer single ya como Cecilia, homenaje a sus queridos Simon y Garfunkel. En la cara A figura “Mañana”, una balada orquestal muy de la época, y en la B un homenaje a sus también muy queridos Beatles, que un año antes habían confirmado su separación: “Reuníos”. La canción, de estructura casi psicodélica, remata con su interpretación de un pequeño fragmento de “Dear Prudence” que la hace emocionante. 

Su sello está dispuesto a volcarse con ella, y ese single ya se escuchó bastante en la radio. En 1972 se presenta su primer disco grande, donde vienen sus primeras clásicas como “Dama, dama”, una ironía sobre las “dignas señoras” de corte decimonónico que todavía por entonces eran personajes muy frecuentes en España y que resultó ser su primer éxito en single; “Nada de nada”, una hermosa canción que podría resultar autobiográfica teniendo en cuenta su carácter, o “Portraits and pictures”, cantada en inglés y que fue la canción que interesó a CBS, con ese aire inconfundible de cantante yanqui, con esos arreglos a medida. La dirección musical corre a cargo de Juan Carlos Calderón, tan brillante como recargado por momentos, y el conjunto suena irregular a veces. Pero entre su estilo tan novedoso en nuestro país, las letras que suenan casi irreverentes en la boca de una supuesta niña bien y la belleza de la mayor parte del material, el disco tuvo unas ventas magníficas y convirtió a Cecilia en una de las grandes promesas nacionales. Una promesa que se confirma el año siguiente con “Cecilia 2”, cuya producción corre a cargo de Pepe Nieto, y se nota: los arreglos son más medidos, a tono con un material más serio, un tanto oscuro a veces, sin canciones de gancho como el anterior, sino con un espíritu casi unitario y compacto. Como era de esperar, las ventas decaen mientras que sus fans consideran que este es su mejor disco. Yo también lo creo. Y aunque ya digo que el espíritu es casi “conceptual”, mi preferida es la última: “Equilibrista”, supuestamente naif pero con una construcción musical soberbia. 

Para entonces, con más o menos ventas, Cecilia es una artista consolidada, con un terreno propio, equidistante de los cantautores y de las baladistas... pero eso sí, en cuyas canciones se reconocen, de vez en cuando, influencias de Vainica Doble (“Mi gata Luna” o “Equilibrista”, sin ir más lejos). Las actuaciones son constantes, y su popularidad llega a al extremo de que Televisión Española la selecciona para “representarnos” en el temible festival de la OTI; ella intenta resistirse, pero al final no hay más remedio y le consienten al menos que la canción sea suya. “Amor de medianoche” es una pieza de compromiso, festivalera, dirigida por el inevitable Juan Carlos Calderón, que consigue quedar de segunda. Pasemos a otra cosa: en 1975 llega su tercer Lp, “Un ramito de violetas”, más costumbrista y tal vez más luminoso al mismo tiempo, confirmando su categoría como letrista aunque se pierda parte de su tono folk a favor de una mayor orquestación (sí, vuelve el señor Calderón); ahí vienen algunas clásicas como la que da título al disco, uno de sus mayores éxitos en single, aunque un tanto edulcorada; “Mi querida España”, que abre el disco y es una síntesis perfecta de la ambivalencia de sus sentimientos por el país, o “Esta tierra”, al estilo "machadiano". Hay otras menos populares pero encantadoras como “Si no fuera porque”, un tanto siniestra, casi premonitoria pero al mismo tiempo humorística, o la deliciosa “Cuando yo era pequeña” (y vuelve a pasar el aura de las vainicas por ahí). 

Su última actuación fue en Galicia, en verano del 76: a la vuelta, un accidente de tráfico acabó con su carrera y la de su batería Carlos De La Iglesia, el ex-Grimm; Cecilia tenía 27 años, y es por tanto integrante involuntaria de ese club tan selecto como siniestro. El sello sacó luego un recopilatorio y varios años después, tras ser reivindicada por algunos músicos de la Nueva Ola (como las vainicas), se intentó hacer caja con canciones a medio terminar y versiones con otros cantantes, pero para mí todo ese material no cuenta: quedan sus tres discos grandes y algunos singles, obra suficiente como para admirar a una cantante de clara influencia yanqui pero con un encanto especial y que supo crear su propio mundo. Y eso es lo que tienen ustedes aquí





miércoles, 15 de febrero de 2017

España 70's: la Tercera Vía, o algo así (VI)

La desaparición de Solera, un cuarteto que se había presentado pocos meses antes como una de las grandes esperanzas de la música española, fue definida por la prensa como resultado de la diferencia de criterio entre sus integrantes, y el camino que siguieron luego demuestra que esa explicación era muy creíble. Cualquiera de nosotros ve lógica la evolución de Solera hacia C,R,A & G, ya que en realidad solo hay cambios de personal y no de estilo: en ese disco, igual de bueno que el anterior, sigue presente la querencia por los juegos de voces al estilo C,S,N & Y, como también la producción de don Rafael y por supuesto las magníficas letras aportadas principalmente por Rodrigo, uno de los mejores letristas españoles. Pero ahora veamos la situación desde la perspectiva de José y Manuel: en lo literario no pueden competir con Rodrigo y Guzmán, su trabajo en Solera fue más técnico que creativo y por lo tanto perdieron el protagonismo. Lo peor de todo es que tal vez hayan tenido ellos la culpa por aceptar una dirección musical con la que no estaban de acuerdo: a estas alturas, el estilo de don Rafael como productor ya comienza a parecerles un poco acartonado, mientras que las querencias vocales yanquis de Rodrigo y Guzmán tampoco van con su estilo, más urbano. Por resumir, digamos que C,S,N & Y tienen poco que ver con Simon & Garfunkel. Pero a los aficionados estas diferencias nos vienen muy bien, ya que así podemos disfrutar de dos maneras de ver el mundo: en 1974 nacen dos maravillas que junto con el disco de Solera forman lo que algunos coleccionistas de la tercera vía llaman “la Santísima Trinidad de Hispavox”: “Señora azul” y “Telaraña”. 

De Rodrigo García y José María Guzmán hice una presentación demasiado escueta al hablar de Solera, y ahora es el momento de ampliarla un poco. Ambos tienen estudios de Conservatorio: Rodrigo como violinista, Guzmán con el violonchelo; pero dejando aparte la titulación oficial, dominan varios instrumentos de cuerda y piano, además de tener buena voz. Rodrigo, nacido en 1947, marcha con sus padres a Colombia en 1964 y allí crea uno de los grupos más recordados de la historia de aquel país: los Speakers, que bajo su dirección (era el único con formación musical) comenzaron haciendo beat, pop y rock and roll para rematar su trayectoria en 1968 con “El maravilloso mundo de Ingeson", uno de esos escasos pero encantadores discos de psicodelia hispanoamericana que hoy en día tiene carácter de mito. Poco después vuelve a España y tras hacer la mili comienza su carrera profesional en la banda de Juan Pardo; entra en la plantilla de Hispavox y en 1970 participa en el primer disco de José y Manuel; a continuación en el “S.S.Q.B.M.” de los Pekenikes y en 1972, tras el segundo disco de los hermanos, comienza junto a ellos y Guzmán a preparar el material para Solera (el nombre de ese cuarteto es idea suya, por cierto). En cuanto a Guzmán (1952), comenzó muy joven como músico profesional de acompañamiento (a Micky, entre otros) y entró en la plantilla de Hispavox en 1971, con diecinueve años; ahí conoció a los que pronto iban a ser sus compañeros en Solera. Cuando esa aventura termina, Rodrigo y Guzmán se han hecho amigos y deciden crear un nuevo cuarteto asociándose con otros dos músicos a los que tanto ellos como nosotros ya conocíamos de antes: Adolfo Rodríguez ha sido la primera voz y segunda guitarra de los Íberos hasta el final de ese grupo, mientras que el batería Juan Cánovas viene de los fugaces Franklin.

Contra lo que pueda parecer, el nombre de C,R,A & G no es un homenaje al cuarteto yanqui de sus amores, sino una solución de compromiso: Rodrigo dice que recurrieron a esa escala más o menos eufónica de nombres y apellidos después de muchos intentos por ponerse de acuerdo en unas cuantas denominaciones propuestas por cada uno de los cuatro que no fueron aceptadas por los demás. Pero lo que cuenta es que en 1974 se presenta el resultado de esa unión: “Señora azul”, que como dije antes presenta muy pocos cambios de estilo con respecto a Solera, ya que la mayoría del material vuelve a estar a cargo de Rodrigo y Guzmán con pequeñas aportaciones de los otros dos. En cuanto al sonido y la producción de Trabucchelli son similares, aunque se percibe una cierta actualización con más arreglos electrónicos y menos intrusiones de las legendarias “trompetas Hispavox”, que de todos modos redondean muy bien la pieza que da título y cierra el disco, una clásica donde las haya. Clásicas son también la soberbia “Solo pienso en ti”, que gracias a su poderío y a las versiones que se han hecho de ella hoy en día tal vez es la más recordada del cuarteto, o “El río”, donde su afición por las voces yanquis pueden recordarnos al trío America, mientras que “Supremo director” parece casi un homenaje a Crosby y compañía… No hace falta decir mucho más, este disco lo conocemos todos. Ah, y la Censura tan miope como siempre: se perdió “Jovencita”, una canción en la que Rodrigo se atrevía a hablar de ciertas estrecheces en las que incurrían ciertas jovencitas (nada escandaloso, en cualquier caso); pero coló la emocionante “María y Amaranta”, una balada lésbica de categoría. En cuanto a la propia “Señora azul”, dudaron un rato pero al final la dejaron pasar, e hicieron bien: dice Rodrigo que su ironía va contra ciertos críticos musicales, no contra los señores censores. Ah, bueno.

Por desgracia, y al igual que pasó con Solera, los singles se vendieron bastante bien pero el Lp fue un fracaso. El cuarteto se separó casi a continuación, cada uno siguió su propia carrera personal y no volvieron a reunirse hasta diez años después para grabar un segundo disco: las nuevas canciones siguen siendo muy buenas, pero llevan un tratamiento pretendidamente moderno que las oscurece. Hubo otro disco al año siguiente y otro más en el 94, pero a mí por lo menos no me inspiran mucho: el legendario, el insuperable, fue el primero



Si “Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán” no parece un nombre muy apropiado para un grupo, a ver qué opinan ustedes de “Nuevos Horizontes con José y Manuel”, o “NH & JM”, como prefieran. Y si a continuación echamos un vistazo a esa horrenda portada, la idea que nos sugiere es la de un desastre comercial. A veces no hay quien entienda a los sellos discográficos: se gastan un dinero en músicos, técnicos, horas de grabación, vinilo, cartón, diseño gráfico… y al final lo dejan caer todo por una planificación comercial nefasta y porque, tanto en este caso como en el de Cánovas y compañía, parecen haberse quedado sin presupuesto para promocionar todo ese trabajo. Como ven, en lo referente a estrategia Hispavox no era mejor ni peor que los demás sellos nacionales. Y también en ambos casos su dejadez fue la cumbre de una tormenta perfecta en la que, por supuesto, también hay que incluir la actitud desdeñosa de un público “moderno” que ya no atendía a la oferta nacional y del otro público, el masivo, los fans de Diablos, Fórmula V y compañía, para quienes este tipo de músicas resultaba indigesto. Así que finalmente “Telaraña” corrió la misma suerte que “Señora azul”; peor aún, ya que mientras el segundo comenzó a ser reivindicado pocos años después y hoy en día es un referente inevitable, el primero sigue siendo uno de los secretos mejor guardados del pop nacional de los años 70, una gran pieza de coleccionismo; lo cual será muy digno y muy prestigioso, pero también una completa injusticia. Para mí, “Telaraña” no es mejor ni peor que “Señora azul”. Es, sencillamente, otra maravilla en otro estilo. 

Tras la aventura de Solera, José y Manuel tienen un nuevo puñado de canciones preparadas. Su estilo ha ido cambiando estos últimos meses, tal vez por simple evolución natural y puede que también por marcar diferencias con Rodrigo y Guzmán: sus gustos ahora están a medio camino entre los juegos de voces yanquis y las influencias británicas del pop progresivo al estilo Badfinger y compañía. Aprovechando que Nuevos Horizontes está al borde de la desaparición tras la marcha de Ana María Guillén, su teclista y única voz femenina, convencen al trío restante para unirse a ellos y de ese modo consiguen el apoyo instrumental que necesitan, mientras que su productor será el ex-Pekenike Tony Luz. La primera noticia de esta nueva formación llega a las tiendas en forma de single: “Barcelona /Creías que ya nunca me iba a enamorar”, del cual la cara A es una hermosa pieza a medio camino entre pop barroco y progresivo, mucho más british que yanqui, mientras que la B es una concesión a la comercialidad bastante olvidable. Ese single tuvo unas ventas lo suficientemente buenas para empujar a Hispavox a la publicación del Lp: “Telaraña” se presenta poco después con material completamente nuevo (el single se añadió luego, en la reedición en CD). Y tanto si ustedes lo conocen como si no, tranquilos: no les voy a dar mucho la lata. Solo diré que, salvo alguna pieza un poco más floja que el resto, hay joyas como la majestuosa “Se me escapó una ilusión” que abre el disco y parece anticipar hasta casi el rock sinfónico andaluz; la sorprendente “My sunshine”, cantada en un inglés muy justito pero suficiente para mantener una estructura pop/rock magnífica; el espíritu tan de coña de las vainicas en “Versallesco rococó”; el tono progresivo de flauta y teclados al estilo Brian Auger en “Cada día más”, o el cierre progresivo/sinfónico de “Si cierras el balcón". Qué viaje, señores. Qué pena que casi nadie se enterase; entre otras cosas, ya digo, por la desidia de un sello incomprensible. 

Después de los pobres resultados obtenidos por lo que sin duda fue su mejor esfuerzo, José y Manuel comprenden que lo mejor es dejarlo; su canto del cisne será ya en 1976, tras despedirse de Nuevos Horizontes, con un single mediocre aunque como siempre un juego de voces soberbio. Y esto es todo. En cuanto a ustedes… si pinchan aquí tal vez acaben coincidiendo con los que pensamos que, efectivamente, eran tres y no dos las joyas de Hispavox. 




jueves, 9 de febrero de 2017

España 70's: la Tercera Vía, o algo así (V)

Cualquier aficionado a la música española de los años 70 recordará aquel cuarteto maravilloso llamado Solera; por supuesto recordará también que de ese cuarteto salieron Rodrigo García y José María Guzmán, que junto a Cánovas y Adolfo hicieron luego otro cuarteto memorable. Pero seguramente pocos se acuerdan de quiénes eran los otros dos miembros de Solera, y para hacerles justicia los tenemos hoy aquí: se trata de José y Manuel, los hermanos Martín. Ya hemos hablado otras veces de lo caprichoso que es el destino, de cómo se administra el recuerdo y el olvido cuando hablamos de músicos de otras épocas, y estos dos señores son un buen ejemplo. 

En Andalucía ha habido siempre una buena cosecha de voces en todos los géneros; en el pop y sin ir más lejos, a finales de la década anterior comenzaron a destacar los granadinos Ángeles, que en cierto modo son los antecesores de muchos cantantes de esta nueva generación. Los hermanos Martín, malagueños, comienzan a cantar en dúo a mediados de la década anterior; su estilo se acerca al folk, aunque por su dominio de la melodía antes que por las letras, que no son especialmente interesantes. Y en 1970, cuando ya llevan unos cuantos festivales encima, son detectados por Hispavox, que antes había cazado a los Ángeles. De Hispavox ya hemos hablado aquí varias veces: en esa época es el sello español de más envergadura, por la calidad de sus estudios de grabación y porque al frente se hallaba Rafael Trabucchelli, productor, director artístico del sello y padre del legendario “sonido Torrelaguna”, así llamado por ser ese el nombre de la calle donde estaban los estudios del sello. Don Rafael queda impresionado por el primoroso juego de voces de los hermanos, y de inmediato lanza su primer single: “…Y me enamoré / Pronto amanecerá”. Especialmente la cara A resulta emocionante, con una melodía que cautiva, ese tono tan bien empastado de las voces y los cuidadosos arreglos de cuerdas y viento que proporciona su productor y que en conjunto puede recordar vagamente al estilo de unos Simon & Garfunkel. La B, más cercana al pop barroco, no alcanza el mismo brillo pero se defiende con solvencia. Y aunque las letras sean tópicos amorosos es evidente que cuadran muy bien con este tipo de canciones. 

El single, sin ser un gran éxito, ha conseguido buenas ventas; así que don Rafael se ilusiona y prepara un Lp, ya que el dúo tiene material suficiente. Ese disco se publica en 1971 con el título de “Génesis” y ha quedado como una de esas pequeñas joyas semiocultas en la discografía española: aunque en su momento también consiguió una cierta popularidad, el paso del tiempo ha resultado devastador para la discografía de estos hermanos. Las influencias de Simon & Garfunkel o C, S & N son evidentes, pero tienen su carácter propio y los arreglos de Trabucchelli están muy medidos. Ya su arranque con “Triste niñez” es de categoría; otra perla es “Mi pequeña hermana”, cara A del único single correspondiente, que en la B contenía “Geraldine”, de parecido calibre, y que junto a otras como “Elisa” o “Un rincón oculto” nos muestran un gran versatilidad que va desde los tonos casi bucólicos hasta momentos cercanos al rock. En conjunto estamos ante una colección brillante, un abanico amplio aunque lastrado a veces por unas letras demasiado “adolescentes”, por decirlo así; de todos modos hay que insistir en que la vocación de la mayor parte de los integrantes de la tercera vía es mucho más musical y armónica que literaria, y que por lo tanto esa etiqueta de “folk pop” que se les adjudica a veces resulta ser una verdad a medias (se supone que las letras e incluso la actitud en el folk tienen más categoría). 

Antes de terminar el año 71 se publica un nuevo single: “Descubrí el amor / ¿Qué has hecho de mí?”, que mantiene las pautas de los dos anteriores, es decir, una balada rítmica al estilo del dúo neoyorkino de sus amores y otra pieza más cercana a los tonos barrocos. Y en 1972 llega “Pronto amanecerá”, su segundo Lp, en el que además de esas dos canciones se incluyen también las que contenía su primer single, con lo cual queda claro que la estrategia es consolidar al dúo entre los aficionados más “serios”, es decir, los que por entonces ya solo compraban discos grandes. Sin embargo, parece que el momento de José y Manuel ha pasado y las ventas caen ostensiblemente, aunque la calidad de este disco no es menor que la del primero: junto a esas cuatro canciones ya conocidas hay de nuevo un amplio rango de matices que va desde “Sigo escribiendo canciones” o “Un tren a Saint Michel”, alegres, chispeantes, hasta el tono de balada orquestal de “Ya me cansé”, pero finalmente a este disco ya solo le queda el consuelo, como al primero, de ser una valiosa pieza de caza para los coleccionistas. La situación mejora poco después con la publicación de un single en el que se contiene “Teresa”, tal vez su canción más conocida, un pop al estilo barroco que sin embargo no es mejor ni peor que el resto de su obra; eso parece indicar que la estrategia de Hispavox consistente en preferir el Lp al single, con este tipo de músicos, quizá no fue la adecuada. En cualquier caso, aquí queda la obra de estos hermanos hasta 1972. 



Es entonces cuando tiene lugar una asociación efímera pero legendaria. Entre los músicos oficiales de Hispavox que han acompañado al dúo en sus grabaciones se encuentra Rodrigo García (instrumentos de cuerda y piano, además de cantante), que ya tenía una trayectoria respetable a sus espaldas; y en el segundo Lp participó también José María Guzmán, otro profesional de altura que suele ejercer como bajista pero también domina la guitarra y tiene buena voz. Ya hablaremos de ambos con más extensión, pero lo que cuenta ahora es que los hermanos Martín se asocian con esos dos músicos y proponen al sello grabar un disco bajo un nuevo nombre con canciones aportadas por los cuatro; el nombre es Solera, y el disco se publica en 1973. Sobre él no hace falta extenderse mucho, porque estamos ante una de las obras cumbres de la tercera vía; la influencia de los grupos de voces yanquis es evidente, pero con un toque “nacional” muy reconocible: “Noche tras noche”, “Linda prima”, “Calles del viejo París”, el disco al completo es un clásico. La mayor parte de las letras son de Rodrigo y Guzmán, mientras que José y Manuel tienen más peso en los arreglos y las melodías. Pero aunque las ventas fueron bastante decentes (especialmente los singles), esa unión duró pocos meses: Solera dejaron de existir a causa de las diferencias de criterio entre los hermanos Martín y los otros dos. 

Y llegamos a 1974, que es el año en el que veremos la fase más brillante de este culebrón: los hermanos Martín se asocian con las tres voces masculinas de Nuevos Horizontes, mientras que Rodrigo y Guzmán lo hacen con Juan Cánovas y Adolfo Rodríguez. De esas dos uniones nacerán dos discos soberbios, aunque por desgracia la mayor parte de los aficionados solo recuerda uno. Pero no adelantemos acontecimientos: aquí queda la constancia de lo que fue Solera. Junto con la obra anterior de Jose y Manuel, casi resulta lógica la apoteosis del año entrante.