Como dije el otro día, Canterbury es el sitio ideal para relajarse un poco después de tanta seriedad, de tanta cara larga y circunspecta: sus músicos, crecidos en plena ola psicodélica, tienen un peculiar concepto de la vida y de la música, proveniente del espíritu de comuna intelectualizada que puso en marcha aquella deliciosa agrupación llamada Wilde Flowers. El primer vástago de dicha comuna fueron los Soft Machine de Daevid Allen, Kevin Ayers y Robert Wyatt; pero los tres abandonaron pronto el grupo, que en la actualidad se dedica al free jazz vanguardista y se encuentra fuera de nuestro campo de acción. Allen, la célula primigenia de los Machine pero el primero en irse obligado por problemas de papeles, es miembro honorífico de este local desde 1969, fecha en la que el fastuoso planeta Gong se da a conocer a los humanos. Y la misma categoría tienen desde un año antes los primos Sinclair (Richard y David), Pye Hastings y Richard Coughlan, todos ellos antiguos Flowers y ahora integrantes de mis amados Caravan.
El planeta Gong, una locura psicodélico-progresiva con tintes hindúes que sigue manteniendo el espíritu de comuna y cuyos habitantes, en palabras de Allen, “bajan de vez en cuando al planeta Tierra para alegrar a sus moradores con sus cánticos y su alegría”, es una dimensión perfectamente estructurada: los pot head pixies (es decir, los PHP) se desplazan por el espacio en teteras voladoras al ritmo de su emisora preferida, Radio Gnome, y su principal interés es el sabroso queso terrícola (francés, preferentemente). Como ya dije alguna vez, el asunto es serio. Y a esa seriedad se añade el alto nivel técnico de sus músicos: el trío básico está formado por Allen (guitarrista principal y voz, que en estos momentos se anuncia como Bert Camembert) junto a su pareja Gilli Smyth (también conocida como Shakti Yoni -la “vagina cósmica”-, chanteuse susurrante y compositora de la mayor parte de las letras) y el saxofonista-flautista Didier Malherbe, al que la pareja encontró cómodamente instalado en una cueva de Mallorca y que prefiere usar su nombre iniciático “Bloomdido Bad de Grasse” (siendo “Bloomdido” una clásica de Charlie Parker y “Bad de Grasse” una modificación chusca del inglés “bad grass”, o sea, “Malherbe”, o sea, mala hierba). Durante este año, el “bajo escafandra” estará en manos del Capitán de Submarino Christian Tritsch; la “batería y destrozos” generalmente a cargo de Pip Pyle, y los sonidos electrónicos los produce Francis Moze (a.k.a.Virgin de Luxe). Casi todos ellos proceden de pequeñas bandas francesas de jazz, lo cual implica un fuerte conocimiento del género; los problemas de aduana que tuvo Allen en el 68 les obligan a domiciliarse y grabar sus discos en el país del queso, donde la mayor parte de las salas están en manos de mafiosos poco aficionados a las músicas extraterrestres. Y aunque la situación cambiará pronto, de momento esos discos circulan por la Isla casi de tapadillo, apoyados por algunas actuaciones aisladas.
En 1971 llega “Camembert electrique”, el segundo, una perfecta continuación del primero: un duendecillo de Radio Gnome presenta al grupo y este nos introduce en “You can’t kill me”, una pieza a medio camino entre jazz rock y lo que sea, animada por los fraseos de Allen doblando las escalas de los intrumentos y un ritmo que por momentos es furioso. Va seguida por “I’ve bin stoned before”, afirmación sobre la que no nos cabe duda alguna: comienza con un hermoso canto que podría parecer casi eclesial de no ser por el extraño tono de las voces, seguido por un ejercicio de jazz rock psicodélico, o algo así. Y como el “algo así” resulta ser la definición más comprensible para este tipo de tonadas, aquí lo dejo: en conjunto nos hallamos ante un ramillete de cánticos espaciales, ritmos deconstruidos y siempre una perfecta ejecución técnica que se sobrepone a la maravillosa locura reinante en ese planeta y que nos hace admitir que la psicodelia electrónica de Gong no es para todos los gustos… pero los que hemos sido abducidos ya no tenemos más remedio que seguirlos. Pienso que Gong mantiene las esencias de los primeros Soft Machine, una banda que en la actualidad no guarda relación con sus inicios. Y vuelvo al principio: Allen, Ayers y Wyatt fueron los “ideólogos” de la Máquina, y los personajes que siguieron adelante -la mayor parte, discípulos de Allen desde los primeros años 60- son músicos de jazz-rock sin un “cuerpo de doctrina” personal y existencial como sus fundadores tenían. Esos personajes, si hubieran sido consecuentes, habrían liquidado la marca Soft Machine y creado una nueva banda… pero da igual, tal vez esta sea una simple pataleta mía. En cualquier caso, los aromas que emana el planeta Gong comienzan a sentirse en la Isla: su próximo disco ya será grabado allí.
La Caravana, haciendo honor a su nombre, va despacio pero segura: a finales de este año publican “In the land of grey and pink”, su tercer disco y uno de los más recordados. Al igual que Gong, su estilo no varía con el paso del tiempo sino que se reafirma y adquiere más poso; es esta una de las características del sonido Canterbury, la fidelidad a una escuela que guarda poca relación con el resto de las propuestas progresivas de la Isla. De nuevo destaca el gusto por las melodías y la exquisitez de los arreglos, que combinan una especie de pop progresivo con los desarrollos casi oníricos suministrados por el órgano de David Sinclair y algunos detalles inesperados: “Golf girl”, la delicia que abre el disco, comienza con una entrada de metales que podría recordar a un orquestina tradicional dando paso a una de las canciones más características de este grupo, entrañable pero medida, con esa voz tan amigable que tiene el primo Richard (“…luego, en el curso de golf, después de tomar el té, empezaron a llover pelotas de golf: ella me protegió.... En el curso de golf hablamos en morse"), dejando claro que el sentido del humor, tan británico, es otra de las señas inconfundibles en la fauna de esa zona de la Isla. También tenemos la melancólica “Winter wine” seguida por “Love to love you”, una de esas canciones que debería haber sido un éxito en single, con su marchoso ritmillo coronado en su despedida por una flauta que parece llevarnos alegremente por un florido sendero poblado por mariposas y saltamontes… Alicia está presente, aunque no la veamos. Y ya se habrán dado cuenta de que no soy yo el más indicado para comentar este tipo de músicas, porque me puede el cariño. Aunque bueno, la cara B se pone un poco más seria: “Nine feet underground”, una pieza dividida en ocho “actos”, es una sucesión de cambios de estilo que abarcan desde el jazz rock hasta el rock puro, con desarrollos de órgano en varios tonos, dando como resultado una pieza ensoñadora que obliga a sentarse en el sofá y dejarse llevar. Claro que… ¿se hace eso todavía hoy?
Poco después de la publicación de este disco, David decide unirse a Robert Wyatt en Matching Mole, una banda de jazz rock progresivo bastante oscura cuyas querencias vanguardistas recuerdan a los nuevos Soft Machine (nombre que traducido al francés sería “Machine Molle”: un nuevo juego de palabras), para luego crear Hatfield and The North -otra leyenda canterburiana- y, más adelante, volver a Caravan. Su puesto será cubierto por Steve Miller (nada que ver con ese muchacho de Wisconsin tan famoso), que procede de pequeñas bandas de jazz y se ha hecho un nombre como músico de estudio. Sin embargo y a pesar de esta gran pérdida Caravan siguen fuertes, ya lo verán.
Y este es el estado actual de la encantadora escuela de Canterbury. Gente así da gusto, y me parece el mejor modo de despedir un género tan “trascendente”: tomándoselo todo de coña. Se vive más y se ahuyentan las enfermedades.