Nuestro paseo isleño por el año 1966 remata hoy con la visita del señor James Marshall Hendrix, un inmigrante natural de Seattle, en el estado de Washington, pero que fue “descubierto” por un manager británico y cuya carrera estelar discurrió a este lado del Atlántico. Es por ello que su discografía esencial fue grabada mayoritariamente en el Reino Unido; por otra parte, aunque su aprendizaje juvenil se basa lógicamente en los géneros de su raza (blues, r&b y soul), su curiosidad le llevó a investigar estilos ajenos como el surf, y desde luego admiraba la obra de Clapton y Beck antes del viaje. La psicodelia reinaba ya en la Isla por entonces, y su permeabilidad le hizo comprender que las bandas como Cream eran el futuro inmediato. Pero también por momentos disfrutaba con el pop, y sumando todo ello a su extraordinaria calidad técnica el resultado fue resplandeciente. Lástima que su mayor enemigo fuese él mismo: Jimi era un niño grande, y el no saber cómo gestionar su vida personal acabó pronto con la magia.
Johnny Allen Hendrix (así lo registró Lucille, su madre) vino al mundo en 1942, en una familia convulsa, y la primera prueba ya es el hecho de que nadie salvo su madre quiso llamarlo así: tanto Al Hendrix, su padre, como gran parte de la familia sospechaban que ese “John” iba por el nombre de un supuesto lío que había tenido Lucille poco antes. Así que, hasta el cambio legal de nombre, casi todos decidieron llamarle “Buster” (el personaje infantil de una tira cómica). Su adolescencia fue bastante complicada, rozando la pobreza extrema y saltando de un domicilio a otro. Pero el dia que Ernestine Banson, una familiar, entró en uno de los muchos en los que llegó a vivir el pequeño Jimi (por entonces ya con su nuevo nombre de James Marshall), este se reafirmó en cuál iba a ser su propósito en la vida: dominar la guitarra. La señora Benson vivió un tiempo con ellos y traía una buena colección de discos de 78 rpm con lo más florido del blues, tanto del Delta como de Chicago; Jimi ya llevaba un tiempo “tocando” la escoba al son de cualquier cosa que escuchase en la radio, pero esto ya era material de primera. Por fin, con quince años, consiguió la primera guitarra de las muchas que llegó a tener: era una acústica destartalada de tercera mano, pero algo es algo.
Aún pasaría un tiempo hasta que llegase su primera eléctrica, y a partir de ahí fue saltando de un grupillo a otro mientras a toda marcha aprendía a dominar el instrumento. Sus compañeros, sorprendidos por su frenética dedicación que lo hacía pasar horas y horas probando acordes, los bautizaron en esa época como “Marbles”, es decir, “chiflado”: incluso cuando iba a ver actuaciones de otros, o al cine, no se separaba de su guitarra. Siempre estaba trasteando, y eso explica en parte su rápida progresión. Vino luego un período de más de dos años como paracaidista en el ejército, del cual consiguió salir con unas cuantas tretas (y no por romperse una pierna en un salto, como hizo creer a mucha gente). Y a partir de ahí, aunque su situación económica no prosperaba mucho, su excelente nivel como guitarrista le hizo ascender en el rol de acompañante: Little Richard, los Isley Brothers o Wilson Pickett (por citar solo a tres de una larga lista) lo tuvieron a su lado, aunque generalmente por poco tiempo. Jimi se aburría enseguida y buscaba continuamente nuevos retos.
A finales de 1965, tras haberse pateado de arriba abajo el Chitlin’ Circuit durante casi dos años, se establece definitivamente en Nueva York. Para entonces ya había descubierto la potencia del folk blanco: en concreto, Bob Dylan se convierte en una de sus influencias más notables. Y tras unos meses en los que la situación no parece mejorar, una noche de mayo del 66 entra Linda Keith en el Cheetah Club de Manhattan; iba allí a ver la actuación de Curtis Knight, porque era una fan del r&b. Pero Linda era también la novia de Keith Richards, y había llegado a la ciudad un mes antes de que los Stones comenzasen su gira americana para ir tanteando el terreno. La actuación fue bastante floja, pero Linda se dio cuenta de que la verdadera maravilla allí era aquel guitarrista que demostraba grandes conocimientos sobre blues y una técnica asombrosa. Así que, tras la actuación, ella y sus acompañantes lo invitaron a su mesa: ahí comenzó una charla que llevaría a Linda a buscar apoyos para llevarlo a la Isla y conseguir una nueva estrella para el Swinging London.
Pero, al igual que había pasado con los Beatles, ese proceso de reconocimiento fue un poco lento: también esta vez hubo personajes del negocio que no supieron ver lo que tenían delante. Y si en el caso de los Beatles el error más clamoroso corrió a cargo de Dick Rowe, en este no hay duda de que el “premio” se lo lleva Andrew Loog Oldham, el mismísimo manager de los Stones. De hecho, aunque todo el grupo fue a ver una actuación suya ninguno de ellos se mostró especialmente sorprendido salvo, al parecer, Keith Richards... Aunque tal vez fuese porque su novia hablaba demasiado de ese tal Jimi. Pero por fin llegó el salvador: Chas Chandler, el bajista de los Animals, ha decidido abandonar al grupo en cuanto termine la gira estadounidense que están haciendo y dedicarse a la producción y las labores de manager. Linda lo sabe y le habla de Jimi, que por entonces está actuando al frente de su propio grupo en el café Wha?, en el Village; Chandler, que no tiene nada que perder, acepta. Y resulta que justo esa noche Jimi toca por primera vez su versión de “Hey Joe”, una pieza que Chandler adora desde que la descubrió unos días antes. El flechazo es instantáneo.
Aún pasarían unos meses antes de la partida, y a pesar de las promesas de Chandler él no estaba muy convencido. Por otra parte no sabía casi nada de la Isla salvo la música que se estaba haciendo allí; de hecho, las dudas del pobre Jimi eran del tipo “¿aquella corriente eléctrica servirá para enchufar mi guitarra?”. Pero por fin Chandler vuelve y el 24 de septiembre lo embarca hacia el otro lado del océano. A partir de ahí, la cosa va muy rápida: tras unos días de exposición ante lo más florido del negocio isleño, con algunas actuaciones en solitario, improvisando, suficientes para dejar boquiabierto a todo el que estuvo en ellas, Chandler busca a toda prisa un bajo y un batería. El primer contratado es Noel Redding, que hasta ese momento había sido guitarrista en algunos grupillos pero que se reciclará a gran velocidad: tras los primeros ensayos, Jimi y él se caen bien. Jimi está encantado además con el pelo de Noel, muy al estilo Dylan. Y a Jimi todo lo que suene a Dylan le encanta (de hecho, a él le llamaban muchas fans estadounidenses “el Dylan negro”, precisamente por el peinado). Poco después Chandler se entera de que el batería John “Mitch” Mitchell acaba de abandonar la banda de Georgie Fame: Mitchell solo tiene veinte años, pero ya hay gente que lo considera una de las grandes promesas en ese instrumento.
A pesar de las intenciones de Jimi, que al más puro estilo de las bandas r&b en las que se ha hecho como músico, desearía un teclista y una sección de viento, Chandler opina que, al menos de momento, lo mejor es un trío, porque sale más barato y concentra el sonido en el guitarra solista, que con el poderío que tiene brillará de inmediato (y seguro que, de reojo, se fija en Cream: el trío de virtuosos está de moda). Solo falta un detalle: ¿Qué nombre ponemos al trío? Y aquí interviene el legendario Mike Jeffery, socio de Chandler en la dirección, que propone The Jimi Hendrix Experience.
Las primeras actuaciones, en Francia y Alemania para evitar la Isla en el período de ensamblaje, por si surgían problemas, ya resultaron apoteósicas. La presentación en Londres, con la flor y nata de los músicos del lugar presentes, no lo fue menos. Tras la negativa del clarividente sello Decca (y algunos más) el trío recala en Track Records, un reciente invento de Peter Townshend y sus managers tras haber superado el litigio con Shel Talmy; será distribuido por Polydor, y su primer fichaje es la Experience. Por fin, el debut del trío llega a mediados de diciembre del 66: “Hey Joe / Stone free”. En la cara A Hendrix eleva esa canción a la pura épica; pero no es menos admirable el trabajo de Redding y Mitchell, que demuestran tanto su calidad como lo rápido que han sabido conjuntarse con un guitarrista tan incendiario como este. En cuanto a la B (que muchos hubiesen elegido como A), es la primera prueba de la categoría de Jimi como compositor y, como en el caso de Cream, demuestra que también él sabe fusionar el blues con el rock e incluso añadirle un tono soul muy propio. El single rozó el top 5, aunque como pasó con el debut de los Beatles y algunos más, hubo "ayuditas": Chandler y sus amigos se dedicaron a dar batidas por las tiendas de Londres y comprar todas las copias que encontraron.
Y así terminan el año Hendrix y sus socios, como la nueva maravilla llegada de ultramar: decididamente, el año que viene va a ser fastuoso en la Isla. Pero nosotros terminamos aquí de momento, y como siempre organizaremos una fiestecilla para despedirnos de 1966 como se merece. Están invitados.
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