Sí señor, los Kinks. De los grupos surgidos en el primer quinquenio de los años 60 ya solo quedan ellos en nuestro local: Who y Stones, los otros dos veteranos, se despidieron de nosotros el año pasado para dedicarse a capitalizar sus planes de pensiones. A partir de ahora esas bandas, como algunas otras, rentabilizarán su pasado haciendo caja gracias a las suculentas giras mundiales y de vez en cuando un nuevo disco, que se venderá por la pura inercia del nombre comercial. En comparación con ellos, los Kinks son el pariente pobre: hace ya mucho que sus discos, grandes o pequeños, no llegan al top 10. Pero por supuesto ese tipo de datos trae sin cuidado a sus fans, porque ser fan de los Kinks es una actitud ante la vida, una manera de ser, un estado de dignidad melancólica que solo ellos saben crear. A veces puede surgir algún ritmo furioso, algún estribillo pegadizo, pero por lo general lo que buscan es transportarnos a su mundo perdido de proletarios victorianos, con su añoranza del barrio de toda la vida y el té a las cinco; porque todos los que tenemos ya una edad, seamos del planeta que seamos, podemos comprender ese tipo de nostalgia.
El problema es que la densidad literaria, en una banda de rock, crea disfunciones con mucha frecuencia: a veces sus discos resultan aburridos porque Ray Davies parece prestar más atención a su vena poética que a la musical. La ópera rock es un formato peligroso que aprecia mucho, y ese es el espíritu que guía a la pareja de discos que componen “Preservation”: el año pasado hablé del primero, que se salva gracias a algunas piezas sueltas como la inolvidable “Sweet Lady Genevieve”, un fogonazo que recuerda a los Kinks más gloriosos; de su segunda parte, publicada en 1974 -disco doble, además- me reitero en lo que dije entonces, que me resultaba soporífero y prefería evitarlo (por supuesto es una simple opinión personal). La cosa funcionaba a medias en el directo, con un fuerte apoyo teatral, pero esta época nos metió el miedo en el cuerpo a muchos fans porque además de su poca brillantez había un denso regusto a las orquestinas americanas del estilo Nueva Orleans. Y no digo yo que esa sea una buena o mala influencia, pero no son esos los Kinks que amamos; tal vez Davies quiso congraciarse con un sector del público yanqui, siempre más fiel y tradicional que el europeo, pero por ese camino la cosa no podía durar.
Por entonces una cadena de televisión británica les propone crear un musical, que Davies desarrolla y finalmente convierte en un nuevo disco del grupo: “A soap opera”, publicado en la primavera del 75. Sí, es otro disco conceptual, que en este caso trata sobre el cambio de perspectiva de un músico famoso viviendo de pronto la vida de una persona cualquiera; pero lo que importa es precisamente la música, y el panorama cambia mucho con respecto a la producción de los Kinks en los dos o tres años anteriores. Desde su arranque con la magnífica “Everybody’s a star”, nos demuestran que han rectificado el planteamiento de los últimos tiempos y de nuevo la construcción de las piezas vuelve a ser reconocible, con ese espíritu que estábamos echando de menos. Estamos ante uno de sus mejores discos en los años 70, con piezas de brillante exquisitez como “Underneath the neon sight”, una nueva queja melancólica sobre la vida moderna en la ciudad, la desaparición de las imágenes de la naturaleza a favor de la invasión urbana, el humo y los coches, en tono de balada tan del estilo Davies; o ese rock enloquecido que lleva por título “Ducks on the wall”, iniciado con los graznidos que solo otro loco como el pato Donald podría producir. Por supuesto hay momentos más flojos, pero en conjunto esta obra es casi una resurrección… que no se reflejó en las listas de ventas: en Estados Unidos rozó el top 50, mientras que en la Isla ni siquiera llegó al top 100.
Da igual. Davies y sus socios parecen haber interiorizado su nuevo papel, casi de outsiders, y vuelven a sorprendernos a finales de año con una nueva joya: “Schoolboys in disgrace”. En lo literario se nos cuenta la historia de un colegial un poco atravesado que al final paga sus fechorías de mala manera, siendo puesto en ridículo por los profesores ante toda la clase; eso causa un cambio de carácter que lo agria y que tiempo después lo convertirá en el temible Mister Flash, que era el protagonista principal de la saga Preservation. Un curioso bucle temporal. Pero nosotros, a lo nuestro: aquí se confirman las buenas sensaciones que nos había producido el disco anterior, y ya sería valioso aunque solo fuese por “I’m in disgrace” y “The hard way”, dos nuevas muestras de la fortaleza rockera de los Kinks cuando están inspirados. Pero por supuesto también hay baladas como “Nine to five”, otra de sus clásicas piezas de tono “proletario”, con sus coros y su desarrollo cercano al cabaret, al igual que “Ordinary people”, la que abre el disco. Comprendo que a veces esos juegos corales, esas melodías tan supuestamente rancias pueden cansar un poco al oyente medio, pero se supone que un aficionado debería tener un poco de paciencia y dar una segunda oportunidad a las músicas que a primera escucha pueden parecer “intrincadas”: el público demuestra mucha más consideración con los Floyd, los Stones, los zepelines… quienes sean: a ese tipo de bandas se les consiente todo. Da igual lo que publiquen, será un éxito.
Pero los irreductibles vamos a seguir adorando a los Davies y compañía: su mejor época ha pasado, eso es cierto; como ha pasado con los demás, aunque sigan vendiendo cantidades astronómicas. Sin embargo para los Kinks el año 1975 es uno de los más brillantes en esta década, digan lo que digan las listas de ventas. Y por supuesto, seguiremos atentos a lo que hagan. Que la Historia la escriban los ganadores, tampoco nos importa.
Hola Rick:
ResponderEliminarSinceramente, yo ya habia perdido el interes por los Kinks, aunque de vez en cuando escucho estos discos y me gustan, pero les falta la chispa. Supongo que Bab no estará de acuerdo, pero es cuestion de gustos, quizás cuando una banda tiene ya muchos discos hace que los fans no los recojamos con el entusiasmo que teniamos con los viejos.
Pueden darse por satisfechos de tener su post monográfico, para mi, con un post compartido con Rollings, Who, Jethro Tull y los Purple Ya habia mas que de sobra.
En contrapartida habia bandas que hacian un trabajo bastante mas honesto y que quizás no salgan en estos años. A bote pronto me acuerdo de los Babe Ruth, Hawkwind, UFO, Budgie, Nazareth (aunque estos se que no te van) o los vecinos de Isla los Thin Lizzy entre otros muchos.
En fín, dos discos correctos que quizás para esos años ya es mas que suficiente.
Saludos
Jose
Comprendo perfectamente que en aquella época muchos se hubiesen olvidado de los Kinks, porque llevaban algunos años un tanto espesos; pero en esta época revivieron. Y aunque luego no volvieron a alcanzar esta altura, tienen algunos discos posteriores bastante decentes. Desde luego, preferibles (para mí) a lo que hicieron esos cuatro grupos que citas.
EliminarEn cuanto al resto, los Babe Ruth y demás progresivos (o espaciales como Hawkwind) me aburrieron muy pronto, y los rockeros hard/heavy como Budgie o Nazareth nunca fueron de mis preferidos. Qué quieres que le haga, a mí el rock machote nunca me hizo mucha gracia. Es lo bueno de estas aficiones, que hay gente para todo.
Rick, coincido en casi todo lo que dices de estos dos discos de mi banda preferida. Aunque yo aprecié más el Soap Opera que Schoolboys in Disgrace. Quizá porque lo oí más veces en aquel tiempo y le saqué todo el jugo. y eso que a mi los disco conceptuales no me van mucho. Tego que decir que soy fan de The Kinks "a muerte" de su producción entre el primero de 1964 y el Arthur de 1969. Después, poco a poco dejé de ser "incondicional" y me agarraba a algunas magníficas canciones que colaban en cada disco que publicaban. No me gusta cuando, más tarde, se ponen a hacer rock adulto para gustar en América. Pero más quisieran muchos grupos haber seguido una carrera tan digna durante tanto tiempo. Considero a Ray Davies un genio. De lo mejorcito que ha dado el rock de los 60 y 70.
ResponderEliminarSaludosssssssss
Ahí, ahí: sí señor, un fan de pata negra. Nadie niega que los primeros años de los Kinks son los más brillantes (como los primeros años de casi todos los grupos), pero en conjunto supieron envejecer con más dignidad que la mayoría; incluso con esa tendencia yanqui que citas -el dinero es el dinero, qué le vamos a hacer.
EliminarMuy buenas...
ResponderEliminarPara mi es un gustazo volver a repasar estos dos álbums a los que en su dia no presté suficiente atención. Es cierto que todos los jóvenes de aquel tiempo, en general nos sentíamos más atrapados por las grandes bandas mencionadas: Zeppelin, Jethro, Rollings..., y a los kinks los teníamos en un segundo plano. Pero en la actualidad uno se da cuenta de cual era su verdadero peso y de lo que realmente perdura, y escucho con mucho agrado a los Kinks y ya no me emocionan los otros.
Escribo mientras escucho "Nine yo Five" y me parece maravillosa. También me emociono con "Underneath the neon Sign"-
Gracias, Rick por reactivar mis emociones dormidas.
Antoni.
Gracias a ti por el sentimiento, Antoni. Creo que has resumido muy bien el asunto, porque de sentimiento va la mayor parte de la obra de los Kinks. Tal vez eran demasiado "hogareños", digamos, para alcanzar la fama de otros; pero por eso mismo se mantienen con más agrado en el recuerdo.
EliminarPues yo no conocía los discos que presentas. A pesar de la peligrosa etiqueta de discos conceptuales, la calidad musical es notable. He escuchado A soap opera más detenidamente y tienes razón, suenan algo añejos, como pop victoriano, pero de recibo. Interesantes.
ResponderEliminarNunca es tarde si la dicha es buena, o eso dicen: los discos buenos, los que tienen peso y densidad, no tienen edad. Tal vez escuchados ahora se pierden algunos referentes, pero a cambio se evita esa sensación de inmediatez que a veces nos asaltaba a los que los escuchábamos entonces. Ahora no hay prisa.
EliminarAnte todo, feliz San Froilán.
ResponderEliminarSobre los Kinks, decir que -aunque no son mi banda favorita, ni mucho menos- siempre los escuché con agrado entonces y, al hacerlo ahora, tengo la sensación de que resisten el paso del tiempo con bastante más dignidad que otros. Sobre todo me ha rejuvenecido un poquito la sangre el escuchar (con placer) la del pato. ¡Hacía siglos que no la oía!
Saúde.
Ante todo, muchas gracias de parte de San Froilán, que ahora no se puede poner. Nos vemos poco, ya sabes que yo trato de evitar los saraos.
ResponderEliminarSobre los Kinks, más o menos tu memoria es la de gran parte de los aficionados: un sentimiento de agrado, de familiaridad, aunque haya pocos fans a muerte como Bab. Y ya ves, al final todos coinciden en lo de la dignidad, así que tal vez su carrera fue una de las más coherentes. El tiempo pone a casi todos en su sitio.
Fui fan sesentero de los Kinks, nada de Lps solo singles al principio (al igual que Beatles, Rolling o Who, por ejemplo) Sus canciones de entonces (algunas como "Lola", "Victoria" o "Death of a clown" las recuerdo con especial cariño) llenaron muchas horas de mi vida, pero a la hora de hacer mayor gasto en aquellos finales 60 prefería hacerlo con gente como Creedence, Cream, Johnny Rivers, Spectrum o compilaciones tipo "Llena tu cabeza de rock". Los Lps de la banda de Muswell Hill fueron cayendo uno a uno pero ya más tarde, mayoritariamente durante la década de los 80, y entonces descubrí a los otros Kinks, a los de esta "Soap Opera" y "Schoolboys in disgrace" y me parecieron distintos pero también fascinantes.
ResponderEliminarLos sigo escuchando con cierta asiduidad y siguen siendo una de las bandas fundamentales en mi educación musical.
Saludos,
JdG
A mí me pasó algo parecido, probablemente porque éramos muy jóvenes a mediados de los 60 y no descubrimos el verdadero valor de aquellas canciones hasta después. Esta segunda época de los Kinks sí que ya la viví en su momento, pero tardé un tiempo en recuperar la primera, que en realidad fue la más brillante. Ir hacia atrás fue un buen ejercicio en esa época negra de mediados de los años 70, hasta que llegó aquella especie de renacimiento encarnado en la new wave y el post punk. Ay, qué tiempos...
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