Barcelona. Aquí estamos. Desde finales de los años 60 hasta mediados de esta nueva década Cataluña fue la vanguardia del rock español, especialmente en su variante progresiva. No les valió de mucho porque justamente esa fue la época en la que reinaron los solistas, y la masa de aficionados modernos se entregó a las músicas extranjeras; pero aunque solo una minoría se enteró de su existencia fueron muy respetados (aunque nunca llegó a haber, ni en Cataluña ni en el resto del país, grupos de verdadera categoría). Curiosamente, la muerte de Franco dará un vuelco a la situación: los aires de libertad afectan a todas las clases sociales y dan plena vigencia a cualquier estilo, pero en Cataluña las artes -y sobre todo las actitudes- están "compartimentadas", por decirlo así. Esto, que a primera vista puede parecer extraño, lo explican algunos protagonistas de aquella época mucho mejor de lo que yo podría hacerlo... y por otra parte me van a dar el trabajo casi hecho.
Veamos primero cuál es la situación en 1975, el año en que comenzó la nueva España. Diego Manrique nos explica la diferencia de categoría que hubo entre el festival burgalés de la Cochambre y el primer Canet Rock, pocos días después: en Burgos hay un total descontrol sobre el sonido, una tortura de varias horas en las que casi no se distinguen unas canciones de otras, y como él dice "cuatro mil jóvenes se juntaron a pasar calor en una plaza de toros sin acondicionar. ¿Es esto el rock español? Esto es una pesadilla". Sin embargo...
“… Canet era lo auténtico, estaba todo el hippismo de Cataluña y España, había una voluntad
política con casetas burlándose de Fraga y de Franco y un grado de tolerancia tremendo. En la
entrada había guardias civiles, pero dentro no. Podías fumar, follar, nadie te decía
nada. El único gesto fue prohibir a Sisa. A mí me impresionó. Burgos no fue un llenazo,
éramos una minoría asediada, y en Canet éramos una mayoría considerable…”
Sisa se había declarado ácrata tiempo antes.
Es evidente que la consideración del Poder hacia aquella comunidad ya era "cuidadosa" por entonces. Dicen ahora algunos catalanes patrióticos que el festival estuvo "terminantemente prohibido por la Dictadura", así que es de suponer que las cuarenta mil personas que asistieron a él eran transparentes y la policía no vio nada. Solo así tiene sentido el comentario de Manrique: los guardias civiles de la puerta estaban por si venía alguien. Por otra parte solo actuaron músicos catalanes, salvo una graciosa concesión a los andaluces Lole y Manuel y Gualberto: de Madrid, ni uno. En los años 76 y 77 volverá a pasar lo mismo, hasta que los organizadores ya no pueden ocultar la evidente decadencia del festival, cuyo número de asistentes cae a plomo, y en el 78 tratan de dar un giro "internacional" que termina por hundirlos. Hay una frase, no recuerdo de quién, que viene como anillo al dedo para explicar la dolencia que ha de aquejar al rock catalán: "Ese patriotismo burgués, que logró engañar a la izquierda nacional haciéndole creer que era parte de su lucha, marcará el futuro artístico de aquella zona". Y un hijo de la animadversión es el desprecio: tanto Manrique como Ordovás y otros cuantos que comenzaron ensalzando a los músicos catalanes, acaban reconociendo que "nuestro amor por Barcelona no era correspondido. Su desprecio por el rock madrileño era tremendo. Nos llamaban "mesetarios".
Por supuesto, ese desprecio se complementa con un grupo de comentaristas catalanes afines a la causa que se dedican a endiosar a los suyos: las alabanzas de algunos de ellos al rock progresivo layetano, definiéndolo como "la música culta del futuro" rozan el ridículo. Nadie niega su buena formación técnica, e incluso algunas piezas son ocurrentes, afortunadas; pero sintiéndolo mucho hay una verdadera legión de aficionados que pensamos que aquello no daba para tanto. Y precisamente sobre ese endiosamiento del progresivo en general -que, no lo olvidemos, ya estaba pasando de moda en todas partes- hay una consideración muy curiosa de Jesús Ordovás. Él suele asociar los tipos de música con el origen social de cada uno, y constataba que el progresivo se nutría en buena parte de jóvenes universitarios que huían del rock tradicional considerándolo primario y embrutecedor, bronca para desahogo de la plebe (el pop ni se considera, claro), mientras que esta otra música era un elemento más en la formación de una cultura refinada:
“No veas, nos salieron conceptuosos. Empezaron a abstraerse de tal manera que acabaron
dando conciertos a la usanza decimonónica y nos salieron conceptistas, concertistas,
universalistas, abstractos; y mira por dónde, eso empezó a ligar más que ser un cheli, un rocker
o un buen macarra. Quieren montarse una cultura propia para poder decirle a sus
padres que ellos también son profundos y tienen música tan complicada y sutil como la de los
clásicos que vienen en las enciclopedias. Han caído en la trampa”.
No cabe duda de que cada cual arrima el ascua a su sardina, y tal vez Ordovás exagere un poco; pero lo que no se puede negar es que en Barcelona las clases está muy marcadas, cada uno sabe cuál es su sitio. Sabino Méndez, el guitarrista de Loquillo, escritor y natural de Barcelona, lo sintetiza en pocas palabras pero muy bien elegidas:
“En Madrid todos iban a los mismos locales, pero en Barcelona hay muy poca movilidad social: los pijos iban a un lugar, los del barrio a otro. Por eso aquí los locales son pequeños. En Madrid todos se peleaban, pero en el mismo local. Cada uno reivindica su papel en esa escena, como una obra de Shakespeare: tú tienes el papel de príncipe, yo el de bufón, pero todos en la misma escena. En Barcelona cada uno iba a un bar diferente, en consecuencia había escenas diferentes (aisladas unas de otras). Y entonces en Madrid la escena crece, porque todo el que quiere tener un papel va al Rock-Ola, a la Vía Láctea. Y eran peleas más frívolas, pero menos provincianas".
Por otra parte la radio musical de vanguardia prácticamente no existe en Barcelona:
“La gran diferencia entre Madrid y Barcelona fue la radio. El programa más moderno en
Barcelona, que era el de Pallardó, en Radio Juventud, era reaccionario para Madrid ya que no
admitía el punk. Para la burguesía nacionalista catalana el punk era anatema. Cuando vieron el éxito del Diario Pop y los programas de Ordovás, hacia 1981-82, Pallardó intentó ponerse al día y pedir maquetas. En Madrid todos estaban mezclados y el acceso era muy rápido, mientras Barcelona era una sociedad muy burguesa con compartimentos estancos. En Madrid Gonzalo Garrido se iba una
noche a un local, conocía a unos chavales y les pedía maquetas. Pallardó no iba a nuestros
bares; en Madrid sí, te encontrabas a Ordovás en un bar. Cuando vemos la efervescencia que
había en Madrid y lo que había en Barcelona, que había que hacer pasillo, nos cogimos un
autobús y nos fuimos a los programas directamente. Les dabas la cinta y te la ponían".
En el sector "oficialista" hay dos nombres que son el soporte estratégico para ese mundillo: el veterano sello discográfico Edigsa (que ya había sido crucial en el desarrollo de la Nova Cançó) y la sala Zeleste, que abrió sus puertas en 1973, y en el 75 crea una división para grabaciones asociada generalmente a Edigsa, además de suministrar equipo a los grupos. Víctor Jou, el factótum de Zeleste, afirma que su intención era evitar la endogamia de la burguesía chic que había convertido a la sala Bocaccio en la Meca de la gauche divine a finales de los años 60, y que él trataba de crear un ambiente interclasista. Lo consiguió a medias: al igual que había pasado con Bocaccio, la mayor parte del personal acudía a su sala por ese ambiente antes que por la música (aunque en aquella época se contaron muchas milongas, lo cierto es que la mayor parte de las grabaciones de Zeleste vendieron lo justito para no dar pérdidas). En todo caso, con el apoyo de sello y sala, ese microcosmos se mantendrá muy activo casi hasta principios de los años 80, de los que no toca hablar ahora.
Por último: hasta en esa época y esa zona geográfica hay también rock de la calle, de la barriada, aunque escaso y dependiendo únicamente de sí mismo; los representantes más recordados estarán también aquí. Pero antes de que nos visiten los oficialistas y los outsiders, ya saben ustedes que es norma en este local comenzar por los veteranos...
Por último: hasta en esa época y esa zona geográfica hay también rock de la calle, de la barriada, aunque escaso y dependiendo únicamente de sí mismo; los representantes más recordados estarán también aquí. Pero antes de que nos visiten los oficialistas y los outsiders, ya saben ustedes que es norma en este local comenzar por los veteranos...
Nota al margen: los comentarios de D.A. Manrique, J. Ordovás y S. Méndez que se extractan aquí están tomados de "Rockeros insurgentes, modernos complacientes: un análisis sociológico del rock en la Transición (1975-1985)". Madrid, Fundación SGAE, 2017. Está escrito por Fernán Del Val Ripollés, y basado en su tesis doctoral de 2014. Esos comentarios forman parte de entrevistas personales hechas por él a dichos señores.