La actualización del folk que había emprendido Bob Dylan en su país se convirtió muy pronto en una de las grandes tendencias musicales de la década. Lo cual es lógico, ya que además de su enorme gancho popular es una excelente manera de comenzar un aprendizaje: a partir de una mínima destreza técnica con algún instrumento (o una buena voz), el amplísimo repertorio, acumulado durante siglos, proporciona el material suficiente para ir cogiendo soltura. Y esa soltura puede ir alentando una capacidad creativa o una excelente habilidad para hacer versiones. Como era de esperar, un país con la tradición folclórica de la Isla ya tenía algunas figuras muy reconocibles por entonces, como Shirley Collins (la “madre” del nuevo folk isleño) o Ewan MacColl, a quien, con los matices que se quiera, podría considerarse como una especie de Woody Guthrie británico. Y con el empujón definitivo de Dylan pronto comienzan a surgir nuevos valores, de los cuales el primer destacado es el escocés Donovan Leitch, mucho más conocido por su nombre a secas.
Donovan, nacido en un entorno familiar de grandes aficionados al folk, comienza a practicar con la guitarra acústica y la armónica en su primera adolescencia. En 1964, con dieciocho años, su nombre ya se ha hecho conocido en esos círculos, y a principios del año siguiente consigue su primer contrato discográfico con la PYE. Para entonces, además de las influencias tradicionales como las de los dos isleños antes citados, destaca evidentemente la de Dylan, incluso en el tono de voz. A tal grado llega esa influencia que tanto en la Isla como poco después en Estados Unidos, comienza a ser conocido como “el Bob Dylan británico”; lo cual tal vez sea un aceptable reclamo publicitario, pero pronto se convertirá en una carga (y algunos comentarios equívocos del propio Dylan tampoco ayudaron). En cualquier caso, su debut discográfico ya es un éxito: se trata del single que contiene “Catch the wind”, un top 5 de composición propia aunque es verdad que le debe algo a “Chimes of freedom”. No se puede negar la influencia de don Roberto, pero también es verdad que hay un dulce trasfondo en la melodía, un vago tono pop que será una de sus notas distintivas. Tan solo tres meses después llega “Colours”, también obra suya, un nuevo top 5 que confirma las características básicas de esta primera época: es Dylan, pero no tanto. Y parece evidente que en la Isla hay un fuerte deseo por tener a un Dylan propio.
Pocos días antes se había publicado “What's bin did and what's bin hid”, su primer LP, que llega rápidamente al top 3 aprovechando el rebufo de aquel segundo single. Con ese hecho ya no queda duda de que Donovan, a pesar del sambenito de su “deuda dylaniana”, es una figura al alza. Hay un buen equilibrio entre piezas propias y versiones, o recreaciones: junto a una remozada “Catch the wind”, se distingue su relativa inclinación hacia al folk pop ya en el arranque con “Josie”, con la que comparte algunas características. Los rasgos de personalidad propia ya se ven en piezas como “Cuttin’ out”, cuya estructura por momentos tiene influencias jazzy, o en cómo lleva la inesperada “Remember The Alamo” casi hasta terrenos blues; por no hablar de ese blues pop en el que queda convertida la clásica “You’re gonna need somebody on your bond”. Ah, y la instrumental “Tangerine puppet” puede parecer un pequeño divertimento, pero siento debilidad por ella. No tanto por “Donna donna”, una pieza del folclore judío que nunca me ha llamado la atención, pero que defiende bastante bien. Destaca también su enfoque de “Car car song” de Guthrie o “Goldwatch blues” de Mick Softley (que este no publicará hasta 1971). En conjunto, reconociendo un evidente influjo no solo de Dylan sino de la mayoría de los cantautores estadounidenses de la época, creo que este debut es tan honrado como refrescante. Incluso se puede aceptar que haya una cierta parte de “reivindicación patriótica isleña” en esa cifra de ventas tan alta.
El sello PYE trata de rentabilizar al máximo la cifra de ventas que está consiguiendo su nueva estrella, y a mediados de agosto lanza un EP con tres versiones y una original. Le asigna el título genérico de “Universal soldier” tomándolo de una pieza compuesta por Buffy Sainte-Marie que ya era un runrún en el mundillo folkie de la época y que es también la que abre este Ep. Donovan se ciñe totalmente a la línea melódica original, pero mejora mucho el acompañamiento con la guitarra; de hecho, a estas alturas su técnica como guitarrista comienza a ser notable. Pasa lo mismo con “Do you hear me now”, de Bert Jansch, que abre la cara B y en la que de nuevo su gran contribución es el uso de ese instrumento. La única original es “Ballad of a crystal man”, en la que se ciñe al estándar folkie tanto en su estilo vocal como el modo de emparejar las cuerdas con la armónica. La cuarta es otra versión: recurriendo de nuevo al repertorio de Mick Softley, Donovan reproduce con quizá demasiada fidelidad “The war drags on” aunque de nuevo demostrando su dominio de la guitarra. En conjunto y a pesar de que se trata de un trabajo discreto, este artefacto superó el top 10 y fue bastante popular en las emisoras piratas. Por último, mientras se prepara el segundo Lp, llega el último single de este año con “Turquoise” en la cara A y “ Hey gyp (Dig the slowness” en la B, ambas originales. Son además dos dedicatorias: la primera es una bonita canción en honor a Joan Baez (que más tarde ella interpretaría también); pero yo prefiero la otra, dedicada a su amigo el escultor Gyp Mills, en la que ya se ve a un músico que comienza a demostrar un carácter propio, con gusto por escalas y arreglos inusuales, haciendo cruces entre estilos más allá del folk convencional.
En octubre se publica “Fairytale”, su segundo Lp, donde Donovan sigue buscando un perfil que lo distancie de Dylan y en general de todos los referentes de los que ha partido, aun cuando sigue habiendo momentos bastante “tradicionalistas”, por decirlo así: es el caso de “To try for the sun”, por ejemplo. Aumenta el número de piezas propias, incluyendo “Colours” y “The ballad of a crystal man” (esta con nuevos arreglos). El nuevo sesgo de su carrera queda simbolizado en “Sunny Goodge Stret”, un brillante desarrollo jazzy, la mejor canción de este disco; pero incluso en las piezas folkies tiene un estilo más personal, como sucede con “Summer day reflection song” o “Belated forgiveness plea”. De las versiones destaca “Oh deed I do”, de nuevo recurriendo a Bert Jansch, con quien guarda cierto parecido tanto en la voz como en su técnica con la guitarra. En conjunto este disco, sin llegar a la brillantez del primero, es una magnífica continuación aunque hay algo en lo que nunca llegará a la altura de Dylan: las letras. Las del estadounidense gustarán más o menos, e incluso a veces se le puede tachar de ser demasiado críptico, pero casi siempre son sólidas, mientras que Donovan con frecuencia bordea el exceso de “hippismo”, las rimas un tanto insustanciales. Pronto quedará claro que es mucho mejor músico que poeta, pero en cualquier caso las ventas bajaron significativamente. Poco después dará un giro a su carrera cambiando de manager y productor, lo cual entre otras cosas significará también un nuevo sello discográfico.
Y con esto termina el año 65 para nuestro amigo Donovan. Pero teniendo en cuenta dos factores primarios que son: a) su importancia en el folk rock isleño y b) mi proverbial tendencia a enrollarme y aburrir a las ovejas, creo que lo mejor será dejar pasar unos días antes de entrar en el año siguiente.