viernes, 17 de febrero de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (VIII)

Del mismo modo que hay una conexión entre el paisley underground y el posterior nuevo rock americano, también la hay entre el post punk que se escuchaba en otras zonas de Estados Unidos y el hard rock o el grunge que llegarán después. Y uno de los nombres más conocidos como protagonistas de ese tránsito es el de los Wipers, de Oregon, a quienes se bautizó como “el primer grupo punk del Noroeste”. Aunque ya vimos que tal grupo es en realidad el proyecto de un solo hombre: el muy industrioso, rabiosamente independiente y planificador Greg Sage; sí, hay otros músicos junto a él, pero la dirección es suya. Sage, que gracias a la profesión de su padre disponía de un pequeño estudio-laboratorio en casa, llegó incluso al extremo de calcular el número de discos que necesitaba para plasmar su visión del rock, por supuesto grabados y distribuidos por él. 

No tardó mucho en comprobar que sus proyectos quedaban desbordados por la realidad: entre el número creciente de actuaciones (necesarias para conseguir algo de dinero) y unas ventas discretas, fue adaptándose poco a poco a un sistema de grabación y distribución más convencionales, aunque trabajando con sellos independientes. Y precisamente fue ese esquema el que casi acaba con su trayectoria a mediados de la década, poco después de publicar “Over the edge”, su tercer disco. Musicalmente es una de sus mejores obras (y la confirmación de su categoría); pero el sello que lo sustentaba quebró, dejando a Sage con una deuda que inicialmente no sabía cómo liquidar. Por suerte un antiguo empleado de aquel sello le ofreció publicar “lo que tuviese a mano” a través de Restless Records, que por ser subsidiaria de Enigma da un poco más de tranquilidad. Y Sage graba unas cuantas piezas heterogéneas con las que se publica en 1985 un disco exclusivamente a su nombre, titulado “Straight ahead”. La cara A, aunque es más relajada que su producción anterior, mantiene el tipo muy bien; la cara B en cambio es un tanto dispersa, con momentos entre sicodélicos y atmosféricos, mientras que otros resultan un tanto oscuros. En conjunto, sin ser un mal disco, podríamos considerarlo como “de transición”. Por suerte, el ya respetable número de seguidores hizo que las ventas fuesen suficientes como para sacarlo de las deudas y partir de cero otra vez.


Restless Records, el sello que había publicado aquel disco, será también el que publique los próximos a nombre de los Wipers. Y en 1986 llega “Land of the lost”, que nos devuelve la confianza: este es otro de las clásicos de Sage y su grupo. Aunque, cuidado, algunos fans fundamentalistas consideran que se está aburguesando, o algo así: al parecer, el tránsito del que hablaba antes entre una primera época post punk y el hard rock (Wipers son el grupo de más calidad en Estados Unidos recorriendo ese camino) les parece una traición. Es lo malo de haber comenzado la carrera tan ajeno al engranaje discográfico estándar, que algunos seguidores te consideran una especie de mesías y luego, claro, se decepcionan. Pero ya “Over the edge” estaba marcando esa dirección -y a muy pocos se les ocurre atacar ese disco-, así que este es una consecuencia lógica. Y de mucha categoría, además: la apertura con “Just a dream away” define muy bien el momento en el que se halla el señor Sage, con un magnífico equilibrio entre un estilo y otro. En realidad todo el disco refleja ese equilibrio, por momentos más cercano a su época anterior (“Fair weather friends”, “Way of love” o “Let me know”) y en otros marcando ya una nueva línea que sin embargo es totalmente coherente con todo lo que ha hecho hasta ese momento: la canción que da título al disco o “The search” son buenos ejemplos, además de algunas “variaciones” hacia el sonido más oscuro, cercano al gótico/siniestro británico, de “Nothing left to lose” (que a mí por lo menos me recuerda a Joy Division) o “Just say”. El caso es que a estas alturas Sage ya pasa mucho más tiempo de gira en Europa que en su país, y esa será la tónica habitual desde entonces. Aunque, y esto conviene recordarlo de vez en cuando, la mayor parte de ese trabajo es para mantenerse económicamente: siempre ha dicho que donde realmente disfruta es en el estudio.


1987 es el año de “Follow blind”, que sigue creciendo en densidad. Tal vez sea una consecuencia de sus cada vez más frecuentes y prolongadas estancias en Europa, pero la música que está haciendo en esta época parece más de aquí que de allá (la verdad es que Sage, por influencias y carácter, nunca fue “completamente americano”). Y por contra, resulta muy significativo que algunas futuras glorias del grunge (léase Kurt Cobain) disfruten con este disco: esa densidad es oscura, un tanto depresiva, siniestra por momentos… y a ver si va a resultar que ese estilo tan moderno y tan americano tiene una de sus raíces en este disco tan “británico”, en el que hay rastros de Cure o incluso Echo and The Bunnymen (¿de dónde salen “Anytime you find” o “Someplace else”, por citar solo dos?), mejorados, eso sí, por la magnífica guitarra de Sage, mucho más viva que la de esos grupos tan lánguidos. Pero aún hay chispazos de su antiguo carácter, aun sonando tan cercano al mundo british: “Let it slide”, por ejemplo, me encanta; y otras piezas más rockeras como “Against the wall” o “Loser town” se mantienen muy bien. Resulta también curioso que, en conjunto, se mantenga mejor la cara B que la A, o eso me parece a mí. El caso es que, como era de esperar, hay división de opiniones, y muchos ven aquí el principio del fin; de hecho, ya hay un buen sector del público que opina que los Wipers “buenos” eran los de sus tres primeros discos, y el resto sobra. Pero, aun suponiendo que su primera época hubiese sido la mejor -y eso es opinable, como todo-, si valoramos este disco sin enredarnos en ensoñaciones temporales, deberíamos reconocer que sigue manteniéndose bastante bien.


“The Circle”, publicado el año siguiente, será el último de la década para Sage y sus Wipers. Si ya en el anterior había poco recuerdo de su pasado, aquí hay menos aún. Esto es rock muy bien construido, generalmente de tiempo medio, con varias piezas en las que sigo viendo la sombra de algunos grupos británicos que pasaron del post punk al mundo siniestro gótico, e insisto en Echo & The Bunnymen: la apertura con esa vigorosa “I want a way” o la que da título al disco me recuerdan su estilo compositivo tanto como su manera de cantar, aunque como siempre destaca con fuerza esa guitarra versátil y magistral con la que sigue marcando las distancias. El nivel medio es muy alto, y si lo hubiese hecho cualquier otro grupo de la época podría considerarse sobresaliente; pero en el caso de los idealizados Wipers el baremo no funciona así. Especialmente sus seguidores “de pata negra”, los de toda la vida, los que insisten en que lo mejor de ese grupo ya pasó hace tiempo, lo ven decepcionante. Y sin embargo hay canciones muy dignas, solventes: me gusta ese punto rockero melódico que tiene Sage y que lo aleja de la blandenguería de otros competidores, como en “Time marches on” o “True believer”, con unos arreglos magníficos (aunque el sonido general no me acaba de convencer), o el tono vaporoso de otras como “Be there”. Pero el problema es el mismo que han tenido muchos músicos antes y después de Greg Sage: como te salgas del cliché que los aficionados más radicales se hacen de ti, estás perdido. Por eso los mediocres que se acomodan al mismo raca raca todo el tiempo llaman a eso “fidelidad”, porque conocen muy bien al público que los mantiene.

El año siguiente, bordeando ya el final de la década, Sage liquida nuevamente el grupo y en 1991 presenta el segundo disco a su nombre, titulado “Sacrifice (for love)”. Sigue evolucionando: todavía quedan influencias british, pero más en el ambiente vaporoso –a veces- y el estilo vocal que en cualquier otra cosa. Refuerza su apuesta por la melodía y la melancolía también, aunque por supuesto su habilidad con la guitarra sigue siendo inimitable (y lo saca de algún apuro: es la que salva relativamente esa versión del “For your love” de los Yardbirds, que no me parece adecuada para alguien como él). Y en 1993, por tercera y última vez, resucita Wipers: durante esa década grabarán tres discos que mantienen muy bien el equilibrio entre melancolía, fuerza, densidad y un leve tono de “americana music” de vez en cuando. Eso y su dominio de la melodía son ingredientes que lo distinguen claramente de la tropa grunge: Sage, sin habérselo propuesto, es uno de las más notables influencias de ese estilo, y no es extraña la adoración que por él sentía Cobain y otros muchos. Tal vez el compendio de su obra a partir de 1985 haya sido una especie de grunge “idealizado”, con una estructura poderosa pero de mucha calidad, algo que solo un músico de la categoría de Sage puede hacer. Por cierto, oficialmente está retirado desde 1999. Parece haber elegido la fecha de final de siglo para dedicarse a otras cosas.

lunes, 6 de febrero de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (VII)

De entre los grupos que protagonizan la transición entre el Paisley Underground y el Nuevo Rock Americano, el más destacado es R.E.M. Aunque su lugar de origen está muy lejos de Los Angeles, en los inicios de su carrera hay similitudes con el ambiente general que se estaba viviendo en aquella ciudad: además de que Mitch Easter fue el productor de sus primeros discos, era fácil distinguir esa inclinación hacia el pop rock y la new wave que los hacía tan apreciados por los mismos fans que disfrutaban de las nuevas bandas de la costa oeste. Al mismo tiempo demostraban arraigo a su país en esa predilección por el estilo de los Byrds en las cuerdas, que en parte se transmitía también a la cadencia melódica, cercana por momentos al folk. Sin embargo comenzaron pronto a aportar algunos rasgos distintivos, como ese tono medio que usa Michael Stipe para cantar y que a veces se acerca al recitado: puede resultar un tanto monótono a veces pero es muy personal, y lo mismo sucede con el estilo de Bill Berry a la batería. Sobre esas bases se va construyendo la leyenda de un grupo que por otra parte remata el primer quinquenio de los años 80 dejando una duda en el aire: ya vimos que su tercer disco, grabado en Londres, resulta un tanto oscuro. Y aunque su posición en ese momento ya es la de aspirantes a estrellas, hace falta confirmarlo.

Y eso es lo que hacen en verano de 1986, con la publicación de “Lifes rich pageant”. Tras haber grabado en la Isla y con un productor tan de allí como Joe Boyd, experto sobre todo en folk, ahora se van al otro extremo fichando a Don Gehman. Comenzó su carrera junto a Stephen Stills y, salvo contadas excepciones, ha trabajado casi siempre con músicos genuinamente estadounidenses como los propios C.S.N & Y, Chicago e incluso unas cuantas estrellas de la Motown. Y junto a un sonido más compacto, ha comenzado a madurar también el estilo compositivo del grupo; la suma de ambas cosas da como resultado un disco que hasta cierto punto puede resultar de transición pero que tiene una gran efectividad… Un disco muy profesional, esa es la palabra. Y ya sabemos que ese tipo de palabras puede provocar sentimientos encontrados, así que vaya por delante que yo nunca he sido un entusiasta de los R.E.M.: por lo general somos los tibios los que podemos opinar sobre este tipo de asuntos con más imparcialidad. Muchos fans de primera hora, aun aceptando que este es un buen disco, comenzaron a quejarse de que sus ídolos se estaban pasando al lucrativo mainstream, mientras que otro sector opina que esa notable “clarificación” en la voz de Stipe desata su mesianismo (ahora que la tribu entiende lo que digo, he de elevar mi mensaje). En cuanto a la segunda objeción, eso le pasa solo a los que dan más valor a las letras que a la música; y en cuanto a la música, aunque es verdad que aquí ya no son una banda “underground”, o “alternativa” o como se le quiera llamar, también lo es que este disco tiene canciones muy redondeadas y de categoría. Se les puede perdonar que ya estén sonando en la radio fórmula. Lo que importa, más bien, es hacia dónde van a ir ahora.


Justo un año después presentan “Document” (un título con empaque, como debe ser), y lo primero que llama la atención es que esta vez el grupo comparte la producción con Scott Litt, un personaje al que en ese momento podríamos considerar como de segunda fila: tiene un pequeño historial, pero ni de lejos llega a la altura de Gehman. Y ahora que sabemos que acabó trabajando con el grupo durante casi diez años, ese hecho nos sugiere la idea de que Stipe y sus socios ya se sienten con el poderío suficiente como para dirigir y dar personalidad a su estilo sónico, y que han fichado a un artesano competente para que encarrile el proceso de grabación. Sobre el resultado final, la cosa a gustos: unos lo llaman “muy variado” mientras que otros lo consideran un tanto errático, sin un espíritu de coherencia. A mí me da una sensación de revoltijo de estilos, pero la mayoría de las canciones se defiende muy bien; y por otra parte Litt, o el grupo, o ambos han sabido dar la contundencia necesaria a las piezas más rockeras -me encanta esa apertura con “Finest worksong”- mientras defienden con soltura su dominio del rock melódico de cuerdas, como unos Byrds de los 80, en otras como “Disturbance at the Heron House”. En cuanto a esa versión que hacen del “Strange” de los Wire, me causa sensaciones encontradas: si consigo no asociarla con la original, es una buena canción de power pop, o algo así; si me viene a la memoria, no sé qué necesidad tenían de meterse en un mundo con el que no tienen nada que ver. Pero en suma, este es otro buen disco para el estándar que se maneja en esa época, que la creciente masa de fans compró a puñados y que confirma definitivamente a R.E.M. en el listado de grandes figuras del mainstream… Del rock de estadios, para entendernos.


Ya solo faltaba sustituir el sello IRS, un tanto raquítico, por uno grande: Warner Brothers, nada menos, presenta a finales de 1988 “Green”. Se acabaron las estrecheces de marketing y distribución, que en países como España los mantenían aún en el listado de bandas underground con pretensiones. Y como era de esperar, el disco arrasó a escala mundial; muy bien orientado además por la potencia con la que lo abren, esa “Pop song ‘89” que por supuesto pasa a ser una de las armas más relucientes de su arsenal. También tiene espíritu pop “Get up”, y también fue single; hasta cuatro singles se publicaron de este disco. Así que no hay mucho que añadir. Tanto esas canciones como otras cuantas (“Stand”, que acabé detestando, o la un tanto lastimera “World leader pretend”) llegaron a hacerse endémicas en las radios de la época, aumentando el hastío que algunos comenzábamos a sentir por un estilo de composición que, por mucho que digan sus fans, se acaba haciendo previsible. He leído en algunos sitios que este disco se considera como su obra cumbre; si lo valoramos por su grado de popularidad y de ventas tal vez sea así, pero honradamente no sabría qué decir. Por otra parte a estas alturas las críticas ya parecen centrarse más en su componente literario, es decir, “el mensaje”, que en la música. Pero es verdad que está muy bien hecho, y además hay variedad de estilos: en ese sentido, R.E.M. todavía mantienen un estándar de calidad muy respetable. Y así rematan la década a efectos discográficos, por todo lo alto.

Hasta 1991 no llegará su nuevo disco, titulado “Out of time”. El arranque con “Radio song” está muy bien. Ahí vienen otras cuantas clásicas como “Losing my religion”, donde hay un frondoso juego de cuerdas de varios tipos (la destreza de Buck sigue creciendo). “Shiny happy people” es una canción himno, de buen rollito, en la que colabora Kate Pierson, de mis adorados B-52’s: otro cañonazo en radios y televisión, gracias al vídeo; los fans más serios de R.E.M. la detestan, claro. Y el año siguiente llega “Automatic for the people”, y a los demás ya nos da igual: estamos en los 90, y este tipo de grupos se agradece para escuchar en el pub de prestigio mientras te tomas la copa entre gente que en su mayoría ya es más joven que tú. Como nos pasa con U2, por cierto. Y no, a estas alturas no vemos tanta diferencia entre Bono y Stipe, por mucho que los fans de ambos personajes se ofendan por igual cuando se les dice. Decidieron liquidar el grupo en 2011. Hicieron bien. O mal, no sé. Sigo pensando que sus primeros discos eran bastante buenos.