lunes, 28 de octubre de 2013

Lou


Lewis Allan Reed (1942-2013)

 “Cuando conocí a Lou, él trabajaba como compositor para una casa discográfica. Me interpretó algunas canciones, pero no me parecieron originales ni interesantes: eran del mismo tipo de las que se oían en la radio. Luego tocó otras que, según él, no pensaba publicar. La primera fue “Heroin”, y me dejó hecho polvo. Tanto la letra como la música eran contundentes, indecentes. Es más: esas canciones no podían plasmar mejor mi concepto de la música”. 
John Cale 

Bienvenido, Lou. Menudo año llevamos, ¿eh? Vaya por delante que no estaba deseando que vinieras, como no lo deseo de nadie; pero comprenderás que, en tu caso, tanta longevidad resultaba casi antinatural. “Soy un triunfo de la medicina moderna”, dijiste en Mayo, cuando te hicieron el trasplante de hígado, pero ya tu señora reconocía que la cosa había ido por los pelos. Y al final resulta que has tenido una muerte “decente”, cuarenta años después de aquella época en la que se te dio por muerto tantas veces. Porque hay que reconocerlo: tanto la prensa como los mitómanos “deseaban” secretamente para ti uno de esos finales de fiesta tan propios del rock, y tú lo sabías. Con tu leyenda, y aunque no se te pudiese incluir en el club de los 27, si hubieras desaparecido tras la grabación de “Berlin” tal vez oscurecieses al mismísimo Hendrix, o a Janis… o a Jim Morrison, al que detestabas. Ah, y que te quede claro que yo no estoy entre los que fantaseaban con esa idea, ¿eh? Tengo en gran estima tu carrera en la Velvet, cómo no, y tus primeros discos en solitario; eres uno de los más egregios nombres de la Nómina Fantástica, pero nunca me he sentido cercano a ti en lo personal. Aunque en aquella época te admirábamos por tu pose, tu estética, por haber roto todos los tabúes (y más a los ojos de un español, con el atraso que llevábamos), no eres mi tipo, por decirlo así. 

De todos modos, te entendemos: cualquier psicólogo explicaría tu caso recurriendo a tu adolescencia y la cruda relación con tu padre, un hombre de orden, judío, que se asusta ante tu afición por el rock and roll y te pone en manos de un loquero para que te achicharre un poco a base de electroshocks. Es de suponer que algo así tiene que ser un recuerdo imborrable, aunque “esa experiencia”, dijiste luego, “acrecentó mi interés por la electricidad”. Mmmm… ahí ya vemos un cierto tono cáustico, que te marcaría para siempre. Y aunque te viste forzado a volver a casa varias veces, cuando las cosas no iban bien por tus flojitas composiciones para Pickwick Records (covers y poco más) y en otras épocas posteriores, no quiero imaginarme la tensión que debió de flotar en el ambiente. Tensión eléctrica, y perdona el chiste. Pero en fin, tus años de universidad fueron relativamente tranquilos, y provechosos además: en una universidad cara y de moral rígida como lo era la de Syracuse, donde los ricos mandaban a sus cachorros para ver de suavizarlos un poco, conociste a Sterling; y a Delmore Schwartz, el profesor poeta esquizofrénico y alcohólico que os enganchó inmediatamente, como era de esperar. Y aunque Delmore, en su locura, se apartó de vosotros creyendo que erais espías de Nelson Rockefeller -empeñado, según él, en impedir su divorcio-, la semilla ya estaba puesta: “las letras del rock and roll son una estupidez”, decía vuestro profesor, y esa frase te la tomaste muy en serio. Tú intentaste, desde entonces, darle mayor altura a esas letras, hacer verdaderos poemas, ser un intelectual del rock and roll... aunque por si acaso no le metiste muchas palabras a “European son”, la canción que le dedicaste luego. 

Y en 1965 Sterling te presenta a su colega John, que con su bagaje te deslumbró también: un galés con recia formación clásica, discípulo de LaMonte Young y John Cage, instrumentista de viola y piano, que ha llegado a Nueva York con la beca Leonard Bernstein pero al que pronto echan del Conservatorio por sus “incorregibles tendencias destructivas”. Y poco después encontráis un libro tirado en la calle, un libro que se titula “El Subterráneo de Terciopelo”, que se anuncia como “un documento sobre la corrupción sexual de nuestra era”, un librejo de la más baja estofa -sadomasoquismo barato- pero cuyo título os engancha: ya tenéis nombre para la banda. Y a finales de ese año se marcha vuesto batería oficial, el curioso Angus MacLise, un fanático de las filosofías orientales que repudia el dinero y que os abandona porque habéis conseguido vuestro primer concierto como teloneros y os van a pagar 75 dólares: “¡Os habéis vendido!” clama furioso mientras da el portazo. Y entonces aparece Maureen, el “personaje inexplicable” del grupo, una muchacha que estaba haciendo agujeros en las tarjetas de memoria que por entonces alimentaban las computadoras y que en ratos libres tocaba la batería... Pero en fin, era hermana de un amigo del colegio, y parecía buena chica. Y luego os circunda una pandilla estrafalaria, y la cosa llega a oidos de Andy Warhol, y… 

Más tarde, cuando abandonas la Velvet y sigues solo, el mito crece. Tanto en lo musical como en lo estético eres uno de los santones para el arrobado David Bowie, y eso es decir mucho. No me extraña que produjese “amorosamente”, como dice Manrique, esa joya cósmica titulada “Transformer”, y menos aún que la etapa berlinesa de David fuese inspirada en tu siguiente disco: para mí fueron las dos obras cumbre de tu carrera. Luego ya viene la época de grabaciones irregulares -algunas muy buenas y otras como “Metal machine music” incomprensibles salvo para ti-, salpicadas de noticias sobre tu peligroso modo de vivir la vida. Y mucho después, siempre deseoso de que se reconociese tu vocación literaria, comienzas a meterte en ese mundo. Pero también accediste a un brindis por los viejos tiempos, con aquellas actuaciones parisinas de los cuatro Velvet que dieron a luz un magnífico disco hace ahora veinte años… o te enrolaste en esas grabaciones impensables con Metallica, que todavía hoy no entendemos muy bien. Y siempre, tanto en la vida diaria como en las entrevistas, esa pose chuleta, displicente, medio paranoica, que tal vez usaste como medio de defensa y que te distanciaba del mundo plebeyo. 

Pero en fin, cada uno elige su personaje y el tuyo es tan válido como cualquier otro. Por otra parte, insisto, en tu tiempo de esplendor enfermizo, de gloria infecciosa, fuiste un verdadero tótem. Y eso hay que reconocértelo. Así que te has ganado tu sitio en la Historia del rock, un sitio muy destacado, muy apropiado para el espíritu de esa música: el corruptor, el degenerado, el inmoral… vamos, lo que viene siendo la "esencia ética" del género a los ojos de la gente formal. Gracias, Lou. Siempre es necesario alguien así en este negocio. 



ACLARACIÓN TARDÍA.

Don José Fernández, en su comentario, me ha hecho recapacitar sobre un asunto en el que yo debería haberles ofrecido la posibilidad de elegir: me refiero a la famosa historia de los electroshocks. Hay dos versiones, y la más popular no es la que se cita aquí. Lou dijo repetidamente, en sus años locos, que sus padres lo habían sometido a esas sesiones para curar su pulsión bisexual (y es sobradamente conocido que la tenía, al menos en esa época). Sin embargo, después la negó. ¿Cuándo dijo la verdad y cuándo mintió? Los que tratan de aferrarse a esa versión citan como prueba la letra de “Kill your sons”, que no nos aclara absolutamente nada salvo que esas sesiones existieron. Y evidentemente, por tener más “glamour”, esa es la versión más popular, la clásica en Internet.

Yo me he ceñido en este asunto a lo que dice Ignacio Juliá en su libro “Feed-back: La leyenda de Velvet Undergound”, ya que Juliá es un fan y profundo conocedor del grupo. Los padres de Lou, cuando este anda sobre los doce años, le asignan un profesor de piano; pero pronto se aficiona a los discos de rock and roll y, siguiendo textualmente la descripción de Juliá, “en la escuela forma parte de algunos grupos, lo que molesta profundamente a sus progenitores, quienes, viendo lo raro que era el muchacho, le ponen en manos de un psiquiatra que inmediatamente recomienda una saludable sesión de electro-shocks para combatir su alienación quinceañera”. 

Ah, y en otras páginas de Internet he leído “lobotomía”, que no tiene nada que ver con “electroshock”. En todo caso, mea culpa: hay las dos versiones, y ahora elijan ustedes la que prefieran. Me temo que, a estas alturas, nunca sabremos cuál es la verdadera, aunque tampoco importa mucho: Lou siguió a lo suyo, en ambos casos.



lunes, 21 de octubre de 2013

España: la travesía del desierto (y fin)


Bienvenidos a la fiesta. Bueno… en este caso guateque, que suena igual de español pero mucho más de la época. Hoy trataremos de hacer los honores a unos cuantos nombres que, si no alcanzaron la trayectoria de los que se han visto en esta serie, tienen alguna canción digna de ser recordada (y en muchos casos, más de una). Nombres que, bien por su escasa creatividad, por el desprecio de su propio sello, la guadaña del servicio militar o incluso la oposición paterna, no pasaron a la Historia más que como nota a pie de página. Como es norma en las fiestas de este local, tienen a su disposición 12+1 piezas; y como también suele suceder aquí, nuevamente les ruego su benevolencia ante el sonido defectuoso de algunas de ellas. 

Como caballeros que somos, las señoritas primero. No soy yo muy aficionado a las chicas ye-yé españolas, que me parecen por lo general bastante descafeinadas. Pero antes de que ese término se pusiese de moda, hubo al menos una que pudo haber llegado más alto de no ser porque sus papás le cortaron las alas: la madrileña Pilar García De La Mata Y Caballero De Rodas, que a pesar de su envergadura heráldica era bastante bajita; tanto que sus amigos la llamaban “céntimo”, y de ahí abrevió ella aún más para llegar a presentarse como Mimo. Bien, pues Mimo es la pionera de las chicas hispanas: nacida en 1942, a finales de los años 50 ya conoce el repertorio de Brenda Lee (la niña prodigio yanki de la época) y de figuras del highschool como Paul Anka. En 1959, sin que sus padres se enteren, se presenta a un concurso musical que gana con su versión de “Diana” y consigue grabar un EP de corta tirada, cantado en inglés y en ese estilo adolescente, bajo el nombre de “Mimo’s rock”, acompañada por músicos de estudio. Y aunque la familia García de la Mata (y Caballero de Rodas) se sube por las paredes, la niña sigue incordiando con una trayectoria que deriva hacia el rock and roll y sobre todo el twist: ese es su momento estelar, acompañada por los Jumps, un grupo en el que se encuentran los hermanos Morales -Junior y Ricky-, hasta que por fin los padres se ponen serios y la obligan a retirarse de esta plebeya y pecaminosa ocupación: en 1963 Mimo desaparece entre grandes lagrimones del horizonte yeyé poco después de haber cumplido los veinte años, con cuatro Eps en su haber. A veces se nota un excesivo tono de pijería en su voz, pero no puedo por menos que echar también yo una lágrima por ella. Y he elegido, de su tercer disco titulado genéricamente “Speedy González” (ya ven por dónde van los tiros), su magnífica versión de “Mr. Twist”: los Jumps, un simple grupo de acompañamiento que no llegó a grabar nada a su nombre, podían haber sido mejores que los Rocking Boys, y el resultado es que junto a ellos la versión de Mimo y su guitara supera a los gaditanos y a cualquier otra que se haya hecho en España. 


A estas alturas ya conocemos a dos de los personajes que se harán imprescindibles en la música española de los años 60 como “manejadores en la sombra”: Maryni Callejo y Alain Milhaud. A Maryni la hemos dejado muy ocupada con los Brincos, y al joven suizo despidiéndose de Belter y Cataluña después de haber lanzado a los Gatos Negros para entrar en Columbia, donde en 1964 ya asciende de simple ojeador a productor. Y su bautismo como tal tiene lugar con los madrileños Cefe y Los Gigantes, a los que encuentra actuando en varias salas de baile. Se trata de un grupo beat con un cierto tono garajero que componía gran parte de su material, y que llegó a grabar dos Eps en 1965; pero poco después Ceferino Feito, el líder y principal compositor, cae en la leva militar y el grupo desaparece casi a continuación. No es que fueran unos genios, pero tienen canciones muy agradables como esta “Sin rencor” que abría su primer disco. 

Durante la travesía hemos nombrado a algunos conjuntos que fueron lanzados con muchas ilusiones pero que cayeron pronto, y de todos ellos el caso más llamativo fue el de los Flecos. Cuando los Brincos comienzan a convertirse en fenómeno algunas discográficas tratan de buscar un filón parecido, y a ello se puso por ejemplo Vergara, de Barcelona, que era la equivalente en modernura a la madrileña Novola: sus contactos en Madrid consiguieron reunir a Pepe Barranco (Los Estudiantes), Pablo Argote (Los Pekenikes), Carlos Guitart (Los Sonor) y Carlos Sacristán (Los Flaps, un pequeño grupo de la capital que llegó a grabar cuatro Eps). La cosa, como ven, prometía. Vergara gasta también su buen dinero en presentaciones, equipo y trajes, pero al final el grupo se desinfla: tras un buen primer EP, en 1965, llegan otros dos en 1966 que demuestran la difícil adaptación a los nuevos ritmos que están barriendo al beat. Sus tímidas incursiones en el rock y el r’n’b no se ven correspondidas en directo, donde la mayor parte de su repertorio son piezas ajenas de años antes, lo cual indica un curioso desfase. Y ahí termina la carrera de un grupo que, con más creatividad, podría haber sido el puente entre Brincos y Bravos. En fin, aquí tienen “Estás lejos”, la canción que inaugura su primer disco. 

Algo parecido aunque de menos altura sucedió con los 4 Jets, entre los que había dos personajes conocidos: el batería Eddy Guzmán, que abandonó a los Pekenikes para militar en este grupo, y el también filipino Ricky Morales, que junto a su hermano Junior ya hemos visto que estaba haciéndose un nombre en los Jumps. Sin embargo la cosa no funcionó, ya que sus versiones no se apartaban mucho de la tónica general (surf, escuela Shadows y algo de beat) y las piezas propias eran bastante mediocres: su gran talla como instrumentistas no impidió que después de publicar tres Eps entre 1964 y 1965 desapareciesen. He elegido como muestra de su nivel el “Zorongo gitano” de Lorca, que abría su primer disco y es la mejor versión que se ha hecho de esa pieza inmemorial.


Los Pumas, de Barcelona, son uno de esos conjuntos masacrados por el servicio militar pero que de todos modos probablemente no habrían llegado muy lejos: como otros muchos, lo suyo eran los bolos preferiblemente veraniegos en las salas de fiestas, en su caso por la Costa Brava. Tienen dos Eps, uno del 64 y el otro al año siguiente, compuestos por versiones que van desde Richard Anthony hasta Chuck Berry, lo cual demuestra que eran unos todo terreno. Y aunque ustedes puedan sospechar que mi debilidad por la música surf es la que me hace elegir precisamente “Pequeña Honda” les juro que no: creo que fue su mejor versión. Se trata de una pieza de los Beach Boys que representa muy bien su estilo cantarín y que los Pumas hacen más densa, más compacta. Puede sonar a sacrilegio, pero casi me gusta más que la de los Chicos de la Playa. 


Volvemos a Madrid, porque de allí es el Dúo Cramer (yo los tenía "contabilizados" como barceloneses, pero  afortunadamente un alma bondadosa me ha sacado del error). El tremendo éxito que el Dúo Dinámico tuvo desde el principio hizo que por todo el país surgieran parejas de músicos con el mismo tono que ellos; aunque, como en la primera época de los Top-Son, los Cramer son el resultado de la disolución de un grupo anterior: los Teddy Boys, que no llegaron a grabar. Entre 1962 y 1964 este dúo publicó seis discos de versiones que pasaron casi desapercibidos; aunque había alguna pieza realmente buena, y ese el caso de “Twist en blues”, contenida en su segundo EP. Claro que… es posible que les sorprenda lo buenos que son los músicos que les acompañan: se trata de los Relámpagos, que estaban por todas partes en aquellos tiempos. Ah, y los Cramer acabaron, cómo no, en la mili. 


Y ya que hablamos del Dúo Dinámico, vamos a Valencia. También allí hubo algunos nombres hoy olvidados cuya historia tiene más fondo del que puede parecer, y los Ángeles Negros son un buen ejemplo. Su discografía se resume en un solo EP de 1965, pero desde dos años antes se habían hecho muy populares en las salas de la ciudad por su destreza técnica, que llamó la atención del dúo de moda: durante gran parte del año 64, fueron sus músicos de acompañamiento en varias giras y grabaciones. Por otra parte su cantante se haría famoso años después: se trata del malogrado Juan Camacho, al que oirán ustedes en “Me equivoqué”, mi pieza preferida de ese único disco que fue también la primera grabación de Juan. Por desgracia, la muerte en accidente de tráfico de Víctor Perusa, el batería, significó el fin del grupo. 

Los Continentales, madrileños, podrían ser considerados casi como unos corredores de fondo, ya que consiguieron mantenerse en el negocio cinco años con cinco discos entre 1964 y 1967. Sus influencias son las clásicas del primer quinquenio, es decir, los sonidos surferos y la devoción a los Shadows; su técnica era muy buena, aunque su creatividad dejaba mucho que desear. Comenzaron fuerte -era uno de los grupos más aplaudidos en las matinales del Price-, pero cuando llegó el declive de las piezas instrumentales se quedaron en tierra de nadie: hay mucha diferencia entre sus dos primeros discos, que tuvieron una relativa popularidad, y la sucesión de palos de ciego que dieron después, entre baladas insulsas y una aproximación final a los ritmos soul que comenzaban a ponerse de moda y a los que llegaron tarde. Así que nosotros nos quedaremos con su época más interesante, que incluye versiones como este “Barco del amor”, donde se aprecia la gran maestría de Álvaro Yébenes, guitarra solista que luego fue el bajo en Los Canarios.


Precisamente en la última época de los Continentales militó Quique Martínez, el cantante de uno de los grupos madrileños que podía haber sido mucho más de lo que fue si su sello discográfico los hubiera promocionado en serio y la mili no los liquidase luego: Los Buitres. Forman parte de la segunda ola, que ya se centra en el beat e incluso el r’n’b y cuyas actuaciones resultan rompedoras. Sin embargo solo llegaron a grabar un EP, en 1965, que mereció más apoyo por parte de Columbia. Y poco después desaparecían de escena, aunque el valor de algunos de sus miembros fue reconocido: el batería Diego Cascado y Quique (que pronto abandonó a los Continentales) pasaron a formar parte de los Íberos, uno de los grandes grupos del segundo quinquenio; Y Santiago Villaseñor, el cantante y guitarrista que había sustituido a Quique, llegó luego a Los Ángeles, otra luminaria para el futuro. De ese único disco he elegido “Sensación”, la pieza que lo abre: tal vez no sea una joya, pero se nota un avance con respecto a los sonidos de otros grupos del momento. 


La transición entre los ritmos del primer quinquenio y el segundo, como ya se ha visto en varios casos, acabó con la carrera de muchos conjuntos que no consiguieron ir tan rápido. Aunque algunos lo intentaron, y un buen ejemplo son los Tiburones, de Barcelona: solo publicaron dos discos, ambos en 1965, pero tratando de abarcar casi todos los géneros del momento. Sin embargo no eran compositores y por otra parte nunca salieron del circuito catalán a pesar de grabar en la todopoderosa EMI. Lo suyo en realidad eran las actuaciones en salas de bailes y circuitos veraniegos, y abandonaron pronto a pesar de su gran dominio de los instrumentos. Oigan si no esta espléndida versión de “Hi-heel sneakers”, un número 1 en los States a cargo de Tommy Tucker pero que solo los Tiburones atacaron en España. 

Otro caso parecido fue el de los madrileños Shakers: su afinidad con las nuevas bandas británicas y sus vestimentas los hacían figurar como una de las primeras bandas garajeras mod de la capital, con un importante grupo de seguidores; pero la dificultad de trasladar su sonido en directo al disco, su escasa creatividad, el cambio contínuo de miembros y la poca ilusión que la RCA puso con ellos terminó con su carrera tras el segundo EP. Por otra parte eran mal vistos por la competencia, ya que en los Shakers militaban dos hijos y un sobrino de José Luis Saénz de Heredia, y sus frecuentes apariciones en televisión resultaban sospechosas. Sin embargo su solista Vicente Martínez y el trotamundos Ricky Morales, que venía de los 4 Jets y también pasó por los Shakers, acabarán luego en los Brincos, nada menos. Bien, pues de su segundo disco (ya en 1966) elijo “Me reiré”, una de sus escasas piezas propias. Es un tanto extraña, pero ya verán como tiene su gracia.


Y por fin… snif… la número 12. Mi favorita. Bueno, mía y de muchos otros frikis tanto nacionales como extranjeros, que también los hay. Verán ustedes: Hank Marvin, la maravilla con gafas de los Shadows, ha sido el referente de muchos guitarristas, tanto en aquella época como después. En una de sus piezas se le ocurrió darle la vuelta a su apellido, que leido así resulta ser “Nivram”… y ese es el nombre elegido por cuatro muchachos de Granollers para crear un grupo que, con solo dos Eps grabados entre 1965 y 66, han conseguido pasar a la Historia del mejor beat garajero de España, aunque España no lo sepa (gracias, básicamente, a la desidia de EMI). La mayor parte de las piezas son propias, y hay al menos dos o tres sobresalientes; pero la mejor, la más tremenda, la joya de la corona beat nacional para muchos coleccionistas, es sin duda alguna “Sombras”. Lo tiene todo: una escala obsesiva de guitarra en ocho notas que por momentos preside la canción y durante el desarrollo va semioculta, como una sombra; el acompañamiento de bajo, batería y rítmica es soberbio; hay un saxo que cuando aparece redondea la pieza; los coros proclamando “sombraaaas” animan el conjunto… y la letra es, efectivamente, sombría. Si esta canción llega a ser de los Kinks, los Hollies o cualquier otro grupo isleño de la época ahora estaría en un pedestal, pero la crearon los Nivram, un grupo formado por los tres hermanos Mauri, hijos de músicos profesionales, junto al guitarra solista Josep Sala. La mili, una vez más, acabó con ellos: cuando salieron de esa sombra intentaron volver al negocio, pero su época había pasado. 


Fuera de programa, como es norma aquí, se presenta la selección 12+1. Una pieza que salvo en México tal vez sea más conocida por los aficionados al buen cine que a la música yeyé, puesto que fue “descubierta” por Luis Buñuel. Pongámonos en situación: estamos en 1964 y don Luis termina su etapa mexicana rodando “Simón del desierto”, que al final se queda en mediometraje por falta de presupuesto. El argumento es la fortaleza de Simón el Estilita en su virtud cristiana, que lo mantiene firme sobre su columna durante seis años… hasta que es tentado por el demonio y baja de ella para no volver. La película termina con el pobre Simón metido en un garito lleno de jóvenes melenudos que bailan pecaminosamente al ritmo de uno de esos grupos enloquecidos que tanto daño han hecho a la moral cristiana: los Sinners, interpretando “Rebelde radioactivo”. Se trata de un grupo con una fama relativa en su país, aunque no llegó a formar parte de la invasión hispanoamericana, y don Luis se los encontró actuando en un café. Era justo lo que él buscaba para la escena final: en su entendimiento, tan alejado de tales músicas, una pieza instrumental y con “aullidos indios” como esta debía de ser lo más salvaje del momento, una antítesis perfecta frente al piadoso pasado de Simón e incluso del espectador medio. Se trata de una magnífica composición de tono surf que ha quedado como uno de los momentos más brillantes de los Sinners; así que muchas gracias, don Luis. 



Y con este guateque termina la travesía española por el primer quinquenio de los años 60. Espero que no se hayan aburrido mucho. Ahora nos tomaremos un respiro con cualquier otro asunto o época musical, pero cuidado: la patria, más tarde o más temprano, nos reclamará para seguir indagando en esta década heroica. Quedan avisados. Esto es como la mili, al final caeremos. Y para el caso de que algún nostálgico perezoso quiera llevarse a casa el contenido de esta fiesta, aquí lo tiene.  


domingo, 13 de octubre de 2013

España: la travesía del desierto (XXVI)


Bueno, pues por fin hoy rematamos la travesía. Como suele suceder en cualquier otro viaje, volvemos al sitio del que partimos; y no solo eso, sino que además el círculo se completa de un modo perfecto: si Los Estudiantes fueron el primer grupo moderno español, Los Brincos -sus descendientes- son el primer supergrupo. Se trata de un salto de categoría que se refuerza por el hecho de ser también el primer “producto planificado”, por decirlo así: Fernando Árbex, el patriarca entre los grandes nombres del pop español, y el malogrado Luis Sartorius (otro patriarca, un Moisés de la era yeyé que puso en marcha Novola -o sea, nueva ola-, el sello cuyo espíritu supone un paso adelante en el modo de concebir el negocio, pero no llegó a ver el resultado) se habían propuesto crear la alternativa hispana al imperio beat isleño regido por Beatles, Hollies o Searchers. Creo que en algunos momentos rozaron esa altura, y en todo caso hay que reconocer el tremendo éxito y la influencia que tuvieron desde 1964 hasta el comienzo de su decadencia en 1968/69. Gracias a esa planificación y a su brillante capacidad creativa -en toda su carrera no hay una sola versión- se convirtieron en una guía, los más populares representantes españoles de la transición musical que se vivió en occidente partiendo del rock and roll, el twist y luego el beat hasta llegar al pop, el rock e incluso el género progresivo, con el que terminó su carrera al mismo tiempo que la década. 

Recordarán ustedes que Los Estudiantes desaparecen poco después de la muerte de Luis Árbex, hermano de Fernando, en la aciaga Semana Santa de 1964. Aunque en un primer momento fichan a Manuel González (ex Blue Shadows) para sustituirlo, seguir adelante resulta imposible. Hay, además del dolor, otros dos factores que desencadenan su desaparición: Fernando es consciente de que están desfasados, que debe emprender otro camino; y mantiene una gran amistad con Luis Sartorius, que a finales del año anterior decidió abandonar el grupo para comenzar una carrera como productor y manager en Philips (el sello donde grababan). Ahora Luis ha dado el salto a Zafiro, cuyos jefes demuestran ser más inteligentes que la media nacional y comprenden el gran potencial del negocio discográfico moderno, aunque no se ven capacitados para encararlo y comienzan a darle poderes: claro, como este chico viene de un grupo yeyé, conoce mejor el ambiente. Para los cánones de la época, ese gesto es admirable. Y no se quedan ahí, sino que además están pensando en crear un subsello, Novola, del que pondrán en sus manos la dirección artística. Pero esto aún puede tardar y Luis tiene planes muy definidos ya antes de entrar en Zafiro, así que convoca a Fernando y a José Barranco y se los expone: un grupo al estilo de los Beatles, con repertorio propio, estructura totalmente profesional e incluso una estética determinada. Si lo acepta Zafiro, o Novola echa a andar pronto, bien; si no, también tiene tratos con Columbia. Barranco no ve claro el asunto y decide seguir su camino, pero Fernando dice que sí a todo y convence a Manuel González para que se suba al carro. 

Para entonces, Juan Pardo ya tiene un notable currículo. Acaba de abandonar a Los Pekenikes, antiguos rivales de los Estudiantes, y es una de las caras más conocidas de “Escala en Hi-Fi”, el programa musical estrella del momento. La leyenda dice que Fernando se lo encuentra en una discoteca, le propone unirse al proyecto y Juan, que ya tenía en mente algo parecido, acepta de inmediato. Ahora solo queda buscar un guitarra solista que además cante bien, como los otros tres, y Fernando propone a Antonio Morales, a quien ya conocemos como Junior. Su carrera y la de Juan se habían cruzado en los Pekenikes: dejando aparte grupos menores, Junior abandonó a los Pekenikes a principios del 64 para seguir una carrera en solitario que no cuajó (dos EPs son su legado); Juan lo había intentado antes que él, aunque con un solo disco, para luego entrar en ese grupo… sustituyendo precisamente a Junior. Lo curioso es que esa sustitución ya se había propuesto unos meses antes, pero por entonces Hispavox decretó que Juan no daba la talla y volvieron a llamar a Junior; tal vez por eso había una cierta animadversión entre ambos que llevó a Juan a vetar inicialmente la entrada de Junior en los Brincos. Pero al final cedió ante los argumentos de Árbex y Sartorius: este va a ser un grupo serio y necesitamos lo mejor que haya en el mercado; Junior tiene muy buena voz y es un buen guitarrista, así que… procurad llevaros bien. 

El siguiente paso es buscar un nombre: se propone el rupturista “Las Ovejas Negras”, ya que se trata de niños de buenas familias que no han salido como sus padres deseaban; pero al final Rosa, hermana de Fernando, sugiere “Los Brincos”. Y comienzan a ensayar en casa de Pepe Barranco, adonde va todos los días Luis Sartorius en su 600 para verificar los avances de sus chicos hasta que una noche de Septiembre, a la vuelta, el coche patina en plena Puerta de Alcalá, choca contra una farola y termina con la historia de quien podría haber sido el primer Brian Epstein español. Pero lo que ha creado ya es imparable: Novola se substancia, fichan de inmediato y se les asigna como productora a Maryni Callejo, antigua componente del grupo melódico “Los Brujos” y que, como Luis, había entrado en Zafiro poco antes decidida dar el salto al otro lado del negocio. Maryni, a quien con frecuencia se le llama “el quinto Brinco” (¿a que les suena esa denominación?), será otro de los personajes fundamentales en la nueva música española, ya que no solamente ejerce las labores de producción sino que se encarga de los arreglos, todos los aspectos técnicos e incluso de marketing relacionados con este conjunto y con muchas otras figuras que luego pasarán por sus manos. 

Zafiro estaba al tanto de las alabanzas que el desaparecido Luis propalaba sobre este naciente grupo; y ahora Novola, espoleada por Maryni, echa la casa por la ventana: adelanta 300.000 pesetas de la época (o sea, el valor de un buen piso) para la compra de equipo y prepara su lanzamiento a todo trapo incluyendo un reportaje televisivo titulado “Así se forma un conjunto”, donde se compara el proceso de creación de los Beatles aplicado a los Brincos. En teoría es un trabajo elaborado por Televisión Española, pero ya se pueden imaginar que Zafiro/Novola es la mano que mece la cuna. Vienen luego unas cuantas sesiones fotográficas en las que los vemos ataviados con la racial capa española y por fin, entre Octubre y Diciembre de 1964, llegan al mercado dos singles, dos Eps y la guinda navideña del primer LP de Los Brincos. Nunca se había asumido un riesgo semejante en España; bueno, ni en España ni en ningún otro sitio, que yo recuerde: ni EMI con los Beatles llegó a tanto. Y otra diferencia: llama la atención el hecho de que todas las canciones figuran a nombre del grupo y no de miembros determinados, aun sabiendo como sabemos que la base creativa es el tándem Árbex-Pardo. La atrevida jugada resulta ser un éxito total: salvo el primer single, que “solo” llega al top 20, los discos siguientes, en cualquier formato, se enseñorean de los primeros puestos de todas las listas españolas. Y aunque el LP solo tiene dos canciones nuevas (las demás ya estaban contenidas en los discos pequeños), se aprovecha del enorme tirón que han conseguido los singles y Eps y alcanza unas ventas fabulosas gracias a los completistas y a los que prefieren tener todas las canciones en un solo volumen. Por otra parte, qué mejor regalo de Navidad que ese… 

¿Las canciones? Bah, seguro que ya las conocen ustedes de sobra. En ese momento, la diferencia de calidad entre los Brincos y el resto de los grupos nacionales es abismal. El truco no es nuevo, ya que la mayoría del repertorio es beat trufado con escalas españolas y algunas baladas más raciales; pero siempre con una creatividad muy alta y la indisimulada intención de ser oidos en la Isla, ya que muchas canciones se cantan en inglés -perfectible, eso sí (aunque también suele haber la versión española). La tónica será la misma en 1965, año en el que volarán a Italia para grabar su segundo LP, con el cual se mantendrá la misma estrategia de editar singles que luego estarán contenidos en el disco grande. En fin, que la trayectoria de los Brincos a finales de este quinquenio es, simplemente, estelar: España ya tiene a sus Beatles. 

Para no romperme la cabeza solventando la ingrata tarea de elegir tres canciones entre un repertorio tan brillante como este, he ido a lo fácil, a lo burocrático. Así que les presento la cara A de su primer single, “Dance the pulga”, que es al mismo tiempo el primer número en el catálogo de Novola y consiste en una variación muy potente, casi salvaje -hoy le llamarían “freakbeat”- de la pulga instrumental que cerraba el último disco de los Estudiantes (es por tanto un homenaje a ellos también); la chulesca y racial “Flamenco”, con la que su primer EP llegó al número 1 y que ya figuraba como cara B en el segundo single, y el primer número 1 del año 65: la indefinible “Borracho”, que a pesar de esa letra tan de coña reafirma la gran calidad instrumental del grupo y es uno de los avances de su segundo LP, que llegará en 1966. Ya me gustaría a mí haber visto las caras de los linajudos padres de estas ovejas negras cuando oyeron semejantes proclamas; no solo por las letras sino también por la actitud, sobre todo en “Dance The Pulga”: aunque hoy parece estar oscurecida por muchas de sus compañeras de repertorio, fue una verdadera convulsión en la España de la época, un terremoto que al menos para mí sigue teniendo el mismo vigor generacional de las piezas “inglesas”. Yo soy anglófilo, soy un amante del ritmo desaforado isleño de los años 60, no puedo evitarlo, lo llevo en la sangre… pero canciones como esta me reconcilian con la Patria. Porque sus escalas muestran lo evidente: esta pulga es española, aunque canten en inglés (y en 1966 aparecerá en español). Mientras otros grupos trataban de parecer norteños los Brincos jugaban a la contra, orgullosos, sin complejos, y esa es una de sus virtudes impagables. 





Y aquí termina la travesía del desierto, tomando un respiro en este oasis imponente que fueron los Brincos. Les doy las gracias por su infinita paciencia ante tanto rollo (veintiséis capítulos cansan a cualquiera) y estoy dispuesto a resarcirles invitándoles a una fiesta de fin de curso: creo que es lo indicado, y por otra parte siempre quedan algunas cancioncillas de pequeños grupos que merecieron tal vez más suerte. Así que ya saben, dentro de unos días nos vemos en el guateque. 


martes, 8 de octubre de 2013

España: la travesía del desierto (XXV)


Siguiendo nuestro descenso por la costa mediterránea, llegamos hoy al Estrecho de Gibraltar; y no pasaremos de ahí, ya que en esta época la visión del Atlántico sigue señalando el fin del mundo conocido. Pero hay dos destacamentos que guardan muy bien ese paso, uno a cada orilla del Mare Nostrum: The Rocking Boys en la Línea de la Concepción y The Brisk(s) en Ceuta. Cuando comenzamos nuestro viaje, hace ya tanto tiempo, en la introducción se decía que si los madrileños disfrutaban de la benéfica influencia de la base americana de Torrejón los gaditanos tenían la de Rota; y también que el norte de África, por el carácter internacional de algunas zonas de Marruecos y la proximidad de Tánger, ofrecía más oportunidades que la propia España peninsular (bueno, sin ir más lejos yo monté mi tugurio en Casablanca, ¿no?). Así que la existencia de estos dos grupos no es tan extraña como puede parecer a simple vista. Y las carreras de ambos -con permiso de la mili- llegaron casi hasta finales de la década, con una producción muy extensa; aunque irregular, ya que su pertenencia al imprevisible sello Belter, siempre capaz de lo mejor y lo peor, trufó esas carreras de piezas muy dignas junto a bodrios impresentables. 

The Rocking Boys son, al igual que muchos grupos madrileños de la primera ola, el perfecto ejemplo de esa benéfica influencia yanqui: tanto su espíritu como su estética, a medio camino entre teddy boy y rockabilly, cumplen perfectamente con los cánones del Tío Sam. Estos muchachos se presentan en público justo al comenzar la década, y durante su época más interesante, que terminará con una desbandada general en 1964 a causa de la mili, su formación será invariable. Se trata de un cuarteto creado por José Gómez, que además de guitarrista es el compositor principal de las escasas piezas propias que publicará el grupo. El bajo queda a cargo del portugués Ricardo Oliveira; la batería es cosa de Agustín Martínez, que por otra parte será su cantante titular, y Carlos Jaime ataca el saxo y ocasionalmente piano. Aunque su instrumentación es bastante pobre, destacan por la actitud tan voluntariosa que los honra tanto a ellos como a muchos otros conjuntos de este sufrido quinquenio. Y su repertorio, que inicialmente se basaba en el rock and roll, pronto se nutre de piezas twist, el último grito cuando ellos comienzan a grabar: hasta la desbandada del 64 que dije antes, casi la mitad de sus discos están compuestos por ese estilo. 

Belter los ficha en 1962 y ya en ese año publican cinco Eps, que a pesar de su sonido deficiente se venden bastante bien; cantan en español y, si es necesario, en un inglés “de aquella manera” que los hermana con otros grupos pioneros como los Estudiantes. Es de suponer que su sello discográfico no se esperaba el relativo éxito que obtuvieron desde el principio, porque pronto comienzan las imposiciones: en su tercer EP encontramos el "Twist en Sevilla" -que por otra parte da título al disco-, una castiza alabanza a la ciudad al ritmo de lo que su compositor (Manuel Salina, uno de los fijos del sello, especializado en mambos y baladas latinas) entiende como twist. Y a partir de ahí la carrera de los Rocking Boys es un continuo tira y afloja con Belter, que solo les deja incluir algunas piezas sueltas, tanto propias como ajenas, entre un maremagnum de los géneros de moda que el sello dicta: el madison es el ritmo central de sus grabaciones en 1963, seguido de pequeños horrores como el popeye (una nueva ocurrencia de Chubby Checker). Lo triste del asunto es que en sus actuaciones se redimen, pero eso no les vale de mucho ante la afición del resto del país. En 1964 el grupo de desintegra por las obligaciones militares, y a su vuelta en 1966 es patente que están fuera de juego: aun con la excusa de que Belter sigue haciendo de las suyas, las versiones suenan alejadas del sonido imperante en esa época. Se retiran en 1968, cuando su presencia ya es irrelevante. 

En resumen, estamos ante otra víctima de una década tan veloz y de unos sellos discográficos que no sabían cómo encarar los nuevos tiempos. Sin embargo han dejado algunas versiones muy decentes, que demuestran al menos su gran nivel como instrumentistas: oigan por ejemplo “Una rubia de miedo”, una de las más famosas del grupo (figuraba en el EP del twist sevillano), que no desmerece frente a la original de Celentano; y mejor aún es una de sus escasas incursiones en la música surf, el “Wipe out” de los Surfaris, con una ejecución magnífica. 


Y cruzamos el Estrecho para saludar a los Brisks (habré de ser muy cuidadoso con ellos, ya que el señor Babelain es paisano suyo y estará vigilándome). Se trata de un conjunto nacido a principìos de la década y cuyo planteamiento artístico es similar al de los Javaloyas: atacaban casi todos los géneros de moda, y esa versatilidad les permitió muy pronto ampliar su círculo de acción. De Ceuta pasaron pronto a actuar en todo el norte de Marruecos, para dar luego el salto a la península y hacerse conocidos también en la Costa del Sol, Aragón y Cataluña, donde son detectados por Belter a finales de 1963. También al igual que los Javaloyas, hubo un tránsito muy denso de miembros, entre los cuales destacan tres de los vocalistas a tener en cuenta para el futuro: el granadino Julián Granados, que fue su cantante en la época dorada del grupo y que tras la breve pero fulgurante existencia de Los Buenos comenzará una carrera en solitario a principios de los 70; Teddy Raster, que es la voz de su aclamado último disco y luego lo será en los últimos tiempos de los progresivos Maquina!, y el madrileño Pedro Ample, con el que los Brisks finalizarán su carrera y que con el nombre artístico de “Pedro Ruy-Blas” será una de las voces más potentes y versátiles de España. 

En 1964 comienza su producción discográfica con tres Eps en los que se denominan “The Brisk”, y parece que les hubiese gustado aquella idea que tuvo Bruno de ponerse unas gafas innecesarias, porque ellos hacen lo mismo: los cinco aparecen con ese adminículo en las portadas de los tres discos. Que incluyen versiones como “My bonnie”, “La pecosita”, “Money”, “Twist and shout”… es decir, piezas rockeras de gran popularidad y con una fuerte inclinación hacia los Beatles. Al igual que pasó con los Rocking Boys, Belter considera que conviene “administrar” el repertorio de los ceutís; así que en 1965, ya sin gafas y añadiendo una “s” final a su nombre, comenzamos a verlos alternando piezas de su elección con otras impuestas por el sello. Desde el punto de vista puramente comercial tal vez tenga razón Belter, ya que ese año se inaugura con su primer éxito nacional, que a la larga será el más recordado: “Pepe será papá”, una canción compuesta por el tándem Ricardo Ceratto-Jorge Morell (uno de los más exitosos de la década) y que, nos guste o no, estuvo sonando durante mucho tiempo en las radios nacionales; ah, y la letra tiene mucha gracia… En fin: para compensar, en ese mismo disco viene su primera pieza propia, cantanda en inglés y todo. Se trata de “Baby ye-ye”, un cruce de highschool con duduá realmente agradable. Y el éxito hace que este año sea el más prolífico de los Brisks, ya que publicarán nada menos que ocho Eps en los que tratan siempre de mantener el equilibrio entre calidad y comercialidad (y vuelvo a citar a los Javaloyas: son su vivo reflejo). Luego ya vendrá la decadencia, pero de momento tienen la talla suficiente como para que anotemos su nombre en la lista de los grupos a seguir en el próximo quinquenio. 

Para que se hagan una idea de su potencial, aquí tienen dos piezas propias correspondientes a 1965, su año estelar: la ya citada “Baby ye ye” y “Si mañana será así”, un beat de lo más decente. Quién sabe: si en vez de en Belter hubieran caido en otro sello, tal vez las cosas habrían sido de otro modo. 



Creo que ya hemos visitado toda la geografía nacional habitada hasta este momento. Pero nos falta el broche de oro, y para conseguirlo hemos de volver a Madrid. Tranquilos: será el último post. También yo necesito una ducha y las pantuflas, que ya tengo una edad y no estoy para tanto trote. 


martes, 1 de octubre de 2013

España: la travesía del desierto (XXIV)


Bienvenidos a Mallorca, isla y oasis al mismo tiempo: una de las ventajas de la insularidad, además del magnífico clima que se disfruta, es que la sensación de distancia con respecto a España hace que las costumbres y la rigidez impuesta por el Régimen se suavicen un poco. Y como los guiris están ansiosos de fiesta y el turismo hay que cuidarlo, conviene hacer la vista gorda ante algunas de sus rarezas y comportamientos. En lo musical, la zona está poblada de orquestas y pequeños grupos que sobreviven a base de actuaciones en hoteles y chiringuitos interpretando los éxitos de moda, sean del estilo que sean; en ese sentido, los Javaloyas (que como dije el otro día pueden considerarse tan valencianos como de aquí) son el mejor ejemplo del gran bagaje musical y técnico que puede adquirse con ese sistema, al que los modernos hacen ascos pero que es un aprendizaje inmejorable y haría mucho bien a los desnortados y engreídos grupos actuales: solo hay que recordar los orígenes de los Beatles para comprenderlo. En los primeros años 60 pocos conjuntos hay aún que sobresalgan en ese circuito, pero ya tenemos al menos dos de los que hablar: The Four Winds and Dito y Mike and The Runaways. Sí, la influencia guiri hace que sus nombres “sean más comerciales” en inglés que en español. Una excepción a la norma patria, que veremos pronto en otros dos lugares costeros. 

The Four Winds and Dito son un grupo de músicos aficionados que comienzan a ensayar por su cuenta y no durarán mucho en este negocio. Sin embargo llama la atención su dominio instrumental y su amplio conocimiento del repertorio tanto americano como británico, que los hace muy populares entre la escasa muchachada moderna que hay en la zona allá por 1963-64, cuando comienzan sus actuaciones. Aunque la información que hay sobre ellos es escasa y no siempre fiable, parece ser que junto a su cantante Dito (Eduardo Vidal) había dos guitarristas: Mito (Jaime Vidal) y José Luis Cubeles; el bajo estaba a cargo de José Massonet y en la batería se sentaba Fernando Baiget. No tardan mucho en convertirse en una leyenda, e incluso hoy en día se les reconoce como el primer conjunto realmente yeyé de Mallorca, un honor que se cimenta con su fichaje por EMI en 1965. Publican a mediados de ese año su primer EP, tres versiones del repertorio yanqui más una británica. Tenemos, junto a una clásica de Little Richard, el “Tijuana” de los Persuaders (una instrumental cruce de tex-mex con surf, basada en trompetas y órgano, a la que los mexicanos Seven Days añadieron letra), que ya habían versionado los inevitables Javaloyas; “You’re no good” de Betty Everett (que no se hizo popular aquí hasta mediados de la década siguiente gracias a Linda Ronstadt -la versión de Bruno Lomas era un poco flojilla) y “Give your lovin’ to me” de los Mojos, un grupo del Mersey que en España solo conocían algunos músicos y poco más. Pero en las cuatro demuestran una talla más que aceptable. 

Por desgracia el disco pasa casi desapercibido salvo en Mallorca (tal vez demasiado vanguardista para el momento), pero EMI les da una nueva oportunidad el año siguiente. Y entonces nos sorprenden con otras tres versiones poco frecuentes: el “Turn, turn turn” de los Byrds, “The last very day” de los Hollies y “Something better beginning” de los Kinks. Y añaden la única pieza propia de su corta carrera, “No me dejas vivir en paz”, que casa perfectamente con las otras. Su popularidad en Mallorca queda patente con la llegada a la isla de los Kinks, en cuya actuación figuran nuestros amigos como teloneros, pero nunca pasaron de ahí: no hubo más discos, y sus actuaciones fueron declinando hasta su desaparición a finales de la década. Porque la palabra "desaparición" es la más ajustada: salvo Dito, que regentó un bar psicodélico muy popular en la Deya de principios de los años 70 (El bar de Dito), de los demás no se recuerda nada. Pero en fin, quedan sus discos: del primero he elegido la magnífica versión de “You’re no good” y del segundo su única pieza propia, como no podía ser de otro modo. Si no los conocen, puede que les sorprenda su nivel. 



Y ahora vamos con Mike y los Runaways. De estos sí conocemos su vida con pelos y señales; no por su fama en aquel momento, y mucho menos por su producción discográfica (un solo EP en España), sino por lo que vino luego. La historia comienza en 1963, cuando un pequeño grupo local llamado Lom and The Cries comienza a actuar en un hotel de la zona. Y al igual que pasó con los Salvajes, Javaloyas y tantos otros grupos mediterráneos, uno de los clientes del hotel resulta ser un alemán que está metido en el negocio musical de su país, y que ante la destreza de estos chicos les propone un viaje a Colonia para actuar durante un mes allí. Por entonces, la alineación del grupo era la siguiente: al micrófono Lucio San Eugenio; Tony Obrador, guitarra solista; Florencio Pacual, rítmica; Miguel Vicens, bajo; Pablo Sanllehí, batería. Pero justo al llegar a Colonia, a mediados del 64, resulta que Lucio, su cantante, se pone enfermo y ha de volver a Mallorca. Ante lo cual sus compañeros, que no quieren renunciar a la posibilidad de hacerse unos ahorros en la potente Alemania, buscan desesperadamente una voz y se encuentran con un tal Michael Kogel, que ya ha grabado algunos singles con el nombre de Mike Rat, una variante gamberra de Mickey Mouse. Ese cambio de voz trae consigo un nuevo nombre para el conjunto: Mike Rat and The Runaways.

Entre la demostrada talla técnica del grupo y la voz privilegiada de Mike, los Runaways consiguen que la gira se amplíe del mes inicial a nueve; y sobre todo, algo que ningún otro grupo español consiguió allí: sus actuaciones en el club de Colonia son grabadas y publicadas a principios de 1965 en dos Lps -alemanes, por supuesto. El primero aparece con el título “Live recording from Kaskade Beat Club, Cologne”, y lo presenta Ariola; que poco después y por medio de su filial Baccarola aprovecha el material sobrante y lanza otro con el título de “Live recording beat” sustituyendo el nombre del grupo por el de “Beat-Mixers”. Si se ponen a buscarlos, ya les aviso de que su rareza los hace carísimos. Pero lo curioso del asunto es lo bien que suenan (claro, grabando en Alemania…) y, mejor aún, lo bien que se desenvuelve el grupo: la sucesión de versiones del repertorio americano más algunas de Beatles, Yardbirds o Stones, demuestran -además de la voz agraciada de Mike, aunque en algunas solo hace labores de acompañamiento- una talla técnica muy notable. Y con esos avales vuelven a Mallorca incluyendo al rubio cantante teutón, aunque él aún no lo tiene muy claro. Ahora son una celebridad en la isla, y EMI (cómo no) los ficha para publicar a toda prisa un EP que saldrá en otoño de 1965 y que, seamos honrados, no es ninguna maravilla: cuatro versiones correctas, de las cuales en dos ni siquiera oimos a Mike (ya sin el Rat), que no tiene ni idea de español y es sustituido por sus compañeros. El disco pasa sin pena ni gloria, un revés al que se añade la caida de su guitarrista Florencio Pascual en las redes de la mili. El futuro se presenta inquietante... 

Y es justo entonces cuando los Sonor entran en escena; bueno... la mitad, para ser exactos: recordarán ustedes que ese cuarteto queda reducido a dúo con la marcha de Carlos Guitart para crear los Flecos seguida por la de Jorge Matey con destino a los Pekenikes. Pero poco antes habían actuado en Mallorca, donde coincidieron y congeniaron con los Runaways. Y como el nombre comercial “Sonor” tiene mucho tirón en la capital, Manolo Fernández y Tony Martínez, los dos que quedan, intentan seguir adelante y ofrecen un puesto a Miguel y Pablo… Hombre, y ya puestos no nos vendría mal el vozarrón y la percha del alemán ese… Y se juntan los cinco, y los dioses son propicios, y aunque la primera idea es seguir con el nombre de “Los Sonor”… 

Snif… Aquí tienen dos versiones de los Runaways, una de su gira alemana y otra de su EP. La primera es el “Route 66”, que graban bajo el nombre de Beat Mixers: no desmerece frente a la de los Stones, y menos aún a la de los Sirex. Sobre la segunda, “Evil hearted you”, la pieza de Gouldman con escalas españolas que popularizaron los Yardbirds, circula una leyenda urbana que afirma que el mismísimo Jimmy Page la oyó y quedó encantado... No sé: aunque el nombre de ese guitarrista volverá a aparecer pronto en la carrera de “los nuevos Sonor”, y aunque como leyenda tiene un pase, me permito dudarlo. Pero más delirante es la “versión larga”, que afirmaba que Page, alucinado con la tremenda voz de Mike, pensó en él para sus futuros Led Zeppelin… 




Y no hay más incidentes en Mallorca, de momento. La verdad es que, salvo dos nombres que nos esperan al sur de la península, ya casi hemos completado esta polvorienta travesía. Así que les ruego un último esfuerzo: traten de sobreponerse pensando en la vuelta al hogar y una buena ducha.