Sí señor, el calendario nos ha traido un año más a la vorágine de “estas fechas entrañables”, como suele decirse. Y por tanto, hay tregua: no tendrán que soportar ustedes ningún tocho de los que yo perpetro hasta después de Reyes, si sobrevivimos. No señor, hoy toca baile. Y para bailar, uno de los más clásicos sonidos que hubo en los años 70 fue la música disco. Este “subgénero”, como dicen en tono despreciativo los enterados, significó un movimiento de contestación, por decirlo así, contra los estilos imperantes en la época, demasiado serios como para rebajarse al ámbito de las discotecas. Y si en la Isla surgió el glam, en los States lo hizo esa curiosa evolución, mezcla “degradada” de Motown, soul y funk, que pronto hizo rebosar las salas de baile con piezas tan memorables como las que hoy les traigo (y muchas otras, claro).
La época dorada de la música disco fue relativamente fugaz, ya que su momento cumbre está entre 1973 y 75; pero su sombra es muy amplia y sobrepasa los años 80. Hay que tener en cuenta que tanto antes como después hubo algunos nombres memorables: por no ir más atrás y recordar a James Brown, con quien todo comenzó, podemos citar a Isaac Hayes (hay quien dice que el sonido disco se bautiza con la legendaria “Shaft”, del 71) o la gran Gloria Gaynor, cuya carrera comienza justo cuando ese género está declinando y lo relanza. La mayor parte de los artistas que surgieron en esa época pasaron de moda muy pronto, ya que salvo algunas excepciones se trataba de "one hit wonders" sin fondo suficiente como para reciclarse; pero siempre nos quedan las canciones. De las que, como es norma del local, oirán ustedes 12+1. Bueno… las oirán y las bailarán, ¿no? Pues venga: no consintamos que los negros, latinos y gays se queden con toda la pista para ellos solos.
La época dorada de la música disco fue relativamente fugaz, ya que su momento cumbre está entre 1973 y 75; pero su sombra es muy amplia y sobrepasa los años 80. Hay que tener en cuenta que tanto antes como después hubo algunos nombres memorables: por no ir más atrás y recordar a James Brown, con quien todo comenzó, podemos citar a Isaac Hayes (hay quien dice que el sonido disco se bautiza con la legendaria “Shaft”, del 71) o la gran Gloria Gaynor, cuya carrera comienza justo cuando ese género está declinando y lo relanza. La mayor parte de los artistas que surgieron en esa época pasaron de moda muy pronto, ya que salvo algunas excepciones se trataba de "one hit wonders" sin fondo suficiente como para reciclarse; pero siempre nos quedan las canciones. De las que, como es norma del local, oirán ustedes 12+1. Bueno… las oirán y las bailarán, ¿no? Pues venga: no consintamos que los negros, latinos y gays se queden con toda la pista para ellos solos.
Aunque resulta evidente que la Motown es una de las madres del invento ya a finales de los 60, con sus vocecitas atipladas y sus arreglos de corte funky, no solo en Detroit hay precursores: en Filadelfia se encuentran los Sigma Sound Studios, cuyo equipo de grabación es uno de los más avanzados del país (por ahí pasaron Wilson Pickett, Billy Joel y David Bowie, entre muchos otros). Y los músicos de ese estudio crean algunas agrupaciones que desarrollan una especie de funky orquestal muy particular que llega a hacerse famoso: el sonido Filadelfia, que comienza a ser popular a principios de la década e influye en muchas piezas para discoteca que se oirán desde entonces. Bien, pues en 1972 se presentan en sociedad MFSB (iniciales de Mothers, Fathers, Sisters, Brothers), que conseguirán a principios del año siguiente su mayor éxito en compañía de las Three Degrees y titulado… “El sonido de Filadelfia”. No se rompieron mucho la cabeza para buscar ese título, pero el cañonazo fue mundial.
Y claro, las Three Degrees se vieron beneficiadas por ese auge que tomó su ciudad. Era un trío de negritas que llevaba en el negocio desde principio de los años 60, aunque con poco brillo y muchos cambios de personal: siempre eran tres, pero distintas. Hasta que en 1973 son fichadas por Philadelphia International Records, el sello que distribuye a los MFSB: tras acompañarlos en el cañonazo de antes, ese mismo año publican su primer disco en su nueva casa. Y en él viene incluida otra de las piezas clásicas del género: “Dirty ol’ man”. Las Degrees, con la formación que corresponda en la actualidad, siguen aún en el negocio.
Nos despedimos de Filadelfia con Patti Holte-Edwards, más conocida simplemente por su apellido artístico: Labelle. La buena de Patti ya llevaba más de diez años al frente de las Bluebelles, con un éxito bastante discreto. Pero con la irrupción del glam vio la luz: las lentejuelas y las actitudes lascivas eran el futuro. Y, en manos del experimentado dúo de compositores formado por Kenny Nolan y Bob Crewe, nos presenta en 1974 “Lady Marmalade”, la historia de una muchacha criolla de Nueva Orleans un poco ligera de cascos (o, directamente, de profesión dudosa) que enloquece a un chico con sus temibles artes pecaminosas. Los censores hispanos tal vez supiesen inglés, pero en francés flojeaban: la estrofa “Voulez-vous coucher avec moi ce soir?” no fue detectada por ellos, y el disco resultó ser un éxito también aquí. Aún recuerdo a algunos jovenzuelos y jovenzuelas poniéndose a cantar esa estrofa por la calle cada vez que se aproximaba algún humano objeto de su deseo: un horror, pueden creeerme.
Parece que, al igual que el glam, la música disco es una buena oportunidad para relanzar carreras un tanto apagadas: eso pasó también con Shirley Goodman, una señora que había comenzado veinte años antes haciendo gospel y baladas. Y en 1974, cuando ya tenía casi cuarenta y estaba pensando en retirarse, le surgió la oportunidad de grabar “Shame, shame, shame”, otra histórica del género (acompañada por Jesús Álvarez haciendo la voz masculina). Shirley se retiró poco después, pero el tremendo éxito de esta canción llevó a la aparición posterior de una cover cantada por Linda & The Funky Boys, un grupo de breve carrera. Su versión es tan parecida que mucha gente las confundía, pero no se preocupen: esta es la buena.
Florida fue otro foco creativo muy importante en la historia de esta música, hasta tal punto que uno de los puntales del género es de allí. Se trata de George McCrae, que tras unos años de afición al duduá se fue a la mili y volvió pensando en dedicarse a estudiar… pero las malas compañías lo liaron: dos colegas suyos, integrantes de una banda, le ofrecen cantar una pieza que ellos no saben muy bien cómo atacar. La pieza se llama “Rock your baby”, que resultó ser un éxito tremebundo. George nunca volvió a tener tanta suerte, pero entre el circuito de la nostalgia y algunas grabaciones esporádicas su carrera llega hasta este siglo.
Y… ¿quiénes fueron esos indeseables que liaron al pobre George? Pues los integrantes de K.C & The Sunshine Band, una agrupación trompetera dirigida por Harry Wayne Casey, pluriempleado en tiendas de discos y en el sello TK, que en 1973 crea el grupo y consigue unos cuantos cañonazos para las pistas de baile que lo convierten en uno de los escasos titulares de discos de platino gracias a este género. De su obra elijo mi preferida, evidentemente: “(Shake, shake, shake) Shake your booty”… o sea, que a mover el culito.
No hubo muchas piezas instrumentales en la música disco, ya que buena parte de su gancho estaba en las voces. Pero aun así tenemos alguna notable excepción, aparte de la de los MFSB que hemos oido antes; por ejemplo, “The hustle”: se trata de una composición de 1975 creada por Van McCoy, que de niño prodigio en los años 50 pasó a ser uno de los compositores y productores más prolíficos en el mundo del soul y el duduá, y que a mediados de los 70 lanza un LP instrumental en el que venían joyas como esta, una verdadera llenapistas que le dio la fama suficiente para seguir en el negocio hasta su muerte en 1979.
Vamos con otra monstruosidad: “Doctor’s orders”, cantada por la pizpireta Carol Douglas. Esta muchacha había prestado su voz para algunos anuncios comerciales, pero no se le había ocurrido meterse en el mundo de la canción hasta principios de los 70. Y en 1974 su productor, el italiano Doménico Monardo (que luego haría famosa a Donna Summer), oye “Doctor’s orders” una pieza británica que en la voz de Sunny Leslie había alcanzado una fama relativa en la Isla: cree que, lentificando un poco el ritmo y sin tocar mucho los arreglos, puede resultar interesante para las discotecas de los States. Se la ofrece a Carol y acierta: un éxito total. Gracias a él, Carol aún sigue hoy en el negocio.
Y ya que hablamos de la Isla, aprovecho para dar el salto y ver si en Europa teníamos algún material de este tipo. No es que hubiese mucho, pero rebuscando… nos topamos con Tina Charles, una muchacha londinense que tras unos años como cantante de sesión en coros impresiona a Biddu, un productor angloindio que pone en sus manos “I love to love”, canción que pronto llega al top 5 tanto allí como en los States y media Europa. Tina no volvió a conseguir un éxito semejante, pero últimamente el circuito de la nostalgia la tiene en nómina.
Como es lógico, hubo otros países europeos que quisieron apuntarse a la moda discotequera. Y, qué cosas… al final resultó que la circunspecta Alemania fue el país con más éxito en ese empeño, aunque añadiendo el toque electrónico que tanto les gusta: ese toque marca una evolución en la música disco que la hará perdurar hasta los años 80 y más allá. Hay especialmente dos productores notables: Frank Farian y el italiano Giorgio Moroder. Farian, un cantante frustrado, no pasará a la historia por su mediocre carrera como tal sino por haber dado el salto al otro lado de las mesas de mezclas para crear y lanzar fenómenos como los incombustibles Boney M, que por supuesto no podían faltar aquí (y bueno, también creó años después a los horrendos Milli Vanilli, pero eso se lo perdonaremos). ¿Hay alguien que no conozca, por ejemplo, “Daddy cool”?
Y ahora toca Giorgio Moroder, claro. Un productor que comenzó cantando pop-chicle con melotrones en los años 60 y que luego dio nombre a toda una escuela: el sonido Munich. Como Phil Spector pero en electrónico, viene siendo este señor. Y uno de sus aciertos fue descubrir a la gran Donna Summer, que por entonces no era tan grande pero ya tenía un pedigrí: tras unos primeros años de canto en la iglesia había saltado a los Crow, una banda de rock psicodélico medianamente famosa; a finales de los 60 aterrizó en Alemania como integrante del cuadro de cantantes de la ópera rock “Hair”; de ahí pasó a “Godspell” y otras cuantas más, que la anclaron definitivamente en ese país, y en 1974 el señor Moroder se fija en su voz: en poco tiempo se ganará el título de “Reina de la música disco”. De su extensa producción he elegido “I feel love”, de 1977, que representa como ninguna el estilo imperante en la segunda época de este género. Ah, por cierto: los años dorados de esta señora lo fueron en la discográfica llamada Casablanca Records.
Y justo en 1977 Casablanca Records se honra en presentar al grupo que con el paso del tiempo ha quedado como un icono de la música disco, del desenfado gay, de la horterada friki y sabe dios cuántas cosas más: esa pandilla de locuelos llamada Village People. Son, como Boney M y otros cuantos, un producto de laboratorio; pero al igual que ellos, supieron desempeñar muy bien su papel. Y aunque parezca una tontería, estos herederos del glam contribuyeron a desdramatizar la idea, el estereotipo que la gente corriente tenía sobre los homosexuales: depravados, oscuros, siniestros… Gracias a ellos, la palabra “gay” reverdece en su otra acepción: alegre. Y no vean a qué extremos de alegría y despendole llegaban algunos conspicuos ciudadanos (machos de una pieza, sin duda), ligeramente pasados de copas, cuando en la discoteca sonaba “Y.M.C.A”, su canción bandera. Y eso que, además de la letra un tanto equívoca sobre lo bien que se pasa en la sede de la Asociación Cristiana de Jóvenes, la pinta de estos elementos era un compendio de la iconografía gay: el motero, el policía, el vaquero… en fin, que estamos ante una clásica con todas las plumas del mundo.
Y, por una vez, la pieza 12+1 está plenamente conectada con las anteriores aunque su origen difiere un poco de ellas: también en 1977, al rebufo del éxito alcanzado por la música disco, se presenta la película “Fiebre del sábado noche”, un verdadero trabajo sociológico. En esencia, Tony Manero, el protagonista, representa perfectamente a esa clase baja de currantes o jóvenes de barrio cuyo único disfrute es gastarse su dinero en ropas lustrosas y el baile de los sábados; una actitud vital que ya tenían los mods y que se recrea perfectamente en esta película, una especie de “Quadrophenia” en plan barriada americana. La banda musical se le encargó a los Bee Gees, un trío que llevaba unos años de capa caída y que en manos del productor Robert Stigwood comenzó a reverdecer orientándose precisamente hacia la música disco. Reconozco que estos señores por lo general se me hacen estomagantes, y sus voces en falsete más aún. Pero tengo que admitir que esa banda sonora fue un éxito tremebundo, e incluso algunas de sus piezas han llegado a gustarme. Este es el caso de “Jive talking”, tal vez mi preferida.
Y aquí termina la fiesta. Espero que haya sido de ayuda para encarar con mejor talante la sucesión de comidas, cenas y turrones que se nos viene encima, las llamadas de compromiso a familiares que no vemos nunca, el discurso del Rey, el Fin de Año justo cuando ese día no tenemos ganas de mucha juerga, y así sucesivamente. De todos modos, feliz año 2014; o al menos, que no sea peor aún que este. No es pedir mucho, ¿verdad? Ah, y como siempre aquí les dejo mi regalo, con las canciones que han protagonizado esta fiesta.