Hoy llegamos al final de esta pequeña serie dedicada a esa fauna difusa compuesta por unos cuantos bichos raros que dignificaron un poco la depauperada escena musical española en los primeros años 70, una época bastante oscura. Y precisamente para disipar un poco esa oscuridad creo que nos vendrá bien la sonrisa; una sonrisa que en España por entonces quedaba a medio camino entre el sarcasmo y el absurdo, y que muy pocos personajes han sabido “gestionar” mejor que don Ramón Alpuente Mas, mucho más conocido como Moncho Alpuente. Sí señores, ese artista multifuncional, ácrata pero renacentista a su modo, que se dedicó al periodismo, la música, la literatura, el teatro y otras cuantas cosas. Aquí nos ocuparemos solamente de su obra musical, que de todos modos es un mundo en sí misma: al igual que en las demás “disciplinas” que ejerció, es impagable su visión ácida pero descacharrante de una época y una sociedad. Y su carácter transgresor hace que hasta nosotros tengamos que saltarnos una norma clásica del local: por primera vez aquí son más importantes las letras que las músicas; lo cual es lógico, porque para don Ramón las músicas eran parte del sarcasmo y solía obsequiarnos con melodías de tuna, foxtrot, vodevil y otras cuantas antiguallas convenientemente retorcidas por sus acompañantes, tan ácratas como él.
Moncho comienza a escribir letras raras ya en el colegio, al mismo tiempo que se aficiona a escuchar a algunos grupos extranjeros un tanto dislocados: tanto él como Antonio Piera, compañero de estudios e integrante de la Tuna, muestran una afición preferente por Las Madres del Invento, la banda de Zappa, que en lo musical es revolucionaria y en lo estético… también. Así, no es extraño que decidan crear un grupo bajo el nombre de Las Madres del Cordero junto a otros colegas de parecida catadura. Esto ocurrió en 1969, cuando Moncho tenía veinte años cumplidos. De momento los únicos instrumentos de los que disponían eran las guitarras acústicas y su formación musical era casi nula, lo cual los decidió a probar en el mundo del folk porque “parecía lo más sencillo”. Actuando en colegios mayores conocieron a otros individuos que los fueron introduciendo en el mundo teatral, y así nace su amistad con algunos miembros del grupo Tábano, que al decir de Moncho “hacían espectáculos incomprensibles pero muy divertidos”. Ya que lo incomprensible era uno de las esencias de Moncho, pasó lo que tenía que pasar: Las Madres y Tábano se asocian para poner en pie “Castañuela 70”, uno de los hitos teatrales que marcó la nueva década. No fue exactamente un éxito monetario, aunque se defendió bastante bien; lo importante es que nunca antes un grupo de teatro independiente había conseguido funcionar como profesional, con un circuito geográfico (Madrid, Cataluña y Aragón) y por un tiempo continuo aunque escaso -el verano de 1970-, hasta que los grupos de reventadores compuestos por falangistas, policía política disfrazada de ultraizquierdistas y demás excrecencias del Régimen consiguieron suspender las representaciones a finales de Septiembre. Pero “el daño” ya estaba hecho: “Castañuela 70” ya es historia de España (y se recomienda una visita a los anales de Internet para hacerse una idea más completa sobre aquello).
Gracias a esa obra consiguen Las Madres una cierta popularidad, que les lleva a grabar en Barcelona un primer single con el sello Talar (una submarca de 4 Vents), aún en 1970: “A beneficio de los huérfanos / La niña tonta de papá rico”, cuyas ventas son escasas pero que se convierte en un objeto muy preciado por un cierto sector del público más contestatario (como se decía antes): la primera es una parodia sobre las fiestas que la alta alcurnia celebra con motivos supuestamente “caritativos”, mientras que la segunda hace un buen retrato de la perfecta niña pija. La música, como ya dije antes, da igual: aquí lo que cuenta es “el mensaje”. Las Madres grabaron unas cuantas canciones más en aquel sello, aunque como maquetas y sin intención de publicarlas; pero en 1973 les sorprenderá la aparición de un disco “colectivo” en el que vienen incluidas cinco de ellas, junto a otras interpretadas por Gabriel Salinas, Luis Pastor, Quintín Cabrera y Els Sapastres. El disco se titula “Todo está muy negro” y ya se pueden ustedes suponer que la temática general va de eso, de lo negro que estaba todo por entonces. El disco es hoy en día una rareza, aunque por entonces tuvo una distribución bastante decente.
Las Madres desaparecieron de escena sobre 1971-72, cuando la mayor parte de sus componentes (que con frecuencia eran itinerantes) terminaron sus carreras universitarias y buscaron un modo más serio de buscarse la vida; pero Moncho intentó compaginar unas cosas con otras porque seguía con ganas de escribir sinsentidos (una visión alternativa al periodismo, pero en otra órbita) y el escenario tiraba mucho. Y en 1973, junto a Piera, consigue una formación más o menos estable que bautizan como “Desde Santurce a Bilbao Blues Band” y pronto es detectada por Alain Milhaud, que los incluye en su sello Explosión para grabar de inmediato un Lp histórico titulado “Vidas ejemplares”. El espíritu y los temas que se tratan son los mismos que en la época de Las Madres, e incluso algunas canciones son de aquella época; el único cambio está en la técnica musical, que gracias a Milhaud es más seria, mejor organizada y con algunos músicos profesionales que ayudan en la grabación, además de unos cuantos amigos que también componen nuevas letras como las vainicas, Aute, Hilario Camacho e incluso Massiel, que canta una canción (“Soy la mujer”) en la que se hace parodia de la mujer objeto, tan de moda antes como ahora. En ese disco se incluyen piezas ya míticas como la recreación de “A beneficio de los huérfanos”, “El hombre del 600” -un verdadero éxito en single- o “Los fantasmas”, que corresponde a su época anterior en Castañuela 70 y que no gustó mucho a los progres; como tampoco les gustará “Al cantante social con cariño”, que se incluye en aquella recopilación “traicionera” que lanza 4Vents poco después ante el relativo éxito de “Vidas ejemplares”: Moncho tiraba contra todo y contra todos, incluyéndose él mismo.
Durante un tiempo, este grupo fue realmente popular. Sus actuaciones se prodigaron por toda España, lo mismo que la persecución de la Policía y demás autoridades gubernativas, que de vez en cuando les cortaban las alas. Y finalmente, a principios de 1976 (Franco había muerto poco antes), cada uno sigue su camino: Moncho y sus amigos consideran que ya no tiene mucho sentido luchar contra un régimen que comienza a deshacerse, y su profesión de periodista le exige cada vez más tiempo. A principios de los 80 creará un nuevo grupo “festivo-musical”, entre pop y rock, llamado Moncho Alpuente y los del río Kwai, que llegó a publicar un disco sin mucha repercusión; veinte años después, junto a Wyoming y el Reverendo, veremos a la fugaz Moncho Alpuente Experience, pero lo realmente interesante fueron aquellos tres o cuatro primeros años en los que, a pesar de la oscuridad reinante, nos hizo reír, a carcajadas muchas veces. Y esta es su herencia.
Aquí termina esta pequeña pero entrañable relación de personajes que nunca supieron muy bien qué terreno ocupaban, pero tampoco les importó mucho. Lo que cuenta es la memoria, ahora que ya ha pasado todo; que sigan vivos en el recuerdo de algunos de nosotros. Ya saben: moda es lo que pasa de moda, clásico lo que permanece.