lunes, 23 de septiembre de 2019

1975-80: la nueva España (IX)


En el cruce de caminos entre el rock urbano, el glam y el naciente punk surge Ramoncín. Su “pedigrí” de barriada es similar al de los grupos que nos han visitado, puesto que se le asocia a Vallecas aunque él se considere de Legazpi; pero su perspectiva es más amplia porque lo es su formación, que incluye a los poetas rockeros clásicos como Lou Reed junto a otros más recientes como Bruce Springsteen o Patti Smith. Sabe rodearse de músicos eficientes y su inclinación literaria será decisiva a la larga, haciendo de él un personaje polifacético tanto por su letras y demás obra escrita como por su protagonismo social en algunos sectores de ese mundillo. La parte mala, en esencia, es ese carácter tan combativo suyo que degeneraba a veces en una innecesaria chulería llevándolo a la confusión: aquellos enfrentamientos (incluso físicos) con algunos músicos de la nueva ola, como si fuesen intrusos en un negocio solo para gente “auténtica”, no tenían ningún sentido. Sobre otros asuntos como su accidentado protagonismo en la SGAE ya habría que matizar un poco, porque no creo que él fuese el peor; pero precisamente por su significación, por ese carácter, es el que más ha encorajinado al personal hasta el punto de que casi parece un sacrilegio recordar que es una figura de calado en los años 70/80 como mínimo, guste o no. Y como lo único que nos importa aquí es la obra y no la catadura más o menos arisca de su creador, aquí lo tenemos. 

Tan aficionado a la música como a la lectura o el teatro, esto último le vino muy bien para forjarse un personaje que en 1976 (con veintiún años y una pequeña experiencia actoral) se decide a contestar a un anuncio publicado en Disco Expres, en el que se solicita un cantante sin grandes dotes vocales pero con poderío en las tablas. Quien lo había publicado era Jerónimo Ramiro (Jero a partir de aquí), guitarrista de un grupo de Vallecas llamado Siracusa. Ramoncín fue admitido de inmediato, y además ya tenía algunas letras que junto a la base musical desarrollada por Jero comenzaron a nutrir el repertorio de los ahora llamados WC?. Sin embargo en poco tiempo surgió la tirantez entre algunos miembros del grupo -de querencias hard/heavy- y su cantante, que si antes era también rockero ahora está influido por la nueva corriente punk que llega de la Isla, mucho más actual, más acorde con su actitud: ya no era un simple frontman, sino que se llevaba todo el protagonismo. Consciente de que sus compañeros no tienen la altura técnica necesaria, refuerza el grupo con el guitarrista Carlos Michelini, recién llegado de Argentina tras su participación en los míticos Vox Dei. Poco después se marcha Jero, y Ramoncín, que ya casi es una figura mediática gracias a algunas amistades de categoría, consigue un contrato con EMI: él y Michelini van a grabar en Barcelona junto a músicos de sesión, dejando atrás al resto de grupo.


A mediados de 1978, cuando el disco se publica bajo el título de "Ramoncín y WC?", las canciones figuran a nombre de ellos dos, sin citar a Jero, cuando lo elegante (por lo menos) hubiera sido que figurasen los tres. Años después, cuando ya no quedaba mucho que repartir, Ramoncín accedió a incluirlo en la autoría. Pero a lo que íbamos: su debut discográfico es notable, más en la onda del rock tradicional yanki (un cruce entre Detroit y Nueva York, por decir algo) que del punk. Y ahí tenemos ya algunas clásicas de su carrera, comenzando por la contundencia de "Cómete una paraguaya" (¿un cruce hispano entre Stooges y MC5?), la incorrección política de un hard rock tradicional como "Paga a tu hombre", la canción himno "Rock and roll duduá", la oscura densidad del rock "intelectualizado" en la casi neoyorkina "Marica de terciopelo", que cierra el disco con enorme brillantez... o esa alegoría sobre los ejecutivos discográficos contenida en "El rey del pollo frito", que acabó siendo el mote con el que se le conoció durante unos años cuando en realidad su destinatario es Adrián Vogel, de la CBS: fue el primero en escuchar sus cintas y no le gustó la música ni el personaje, aunque por supuesto cada uno de los implicados tiene su propia versión. Y otras canciones como "Ponte las gafas" o "El loco de la calle larga" tal vez no hayan conseguido tanta notoriedad pero tienen su propia vida, así que en conjunto esta es una de las mejores obras españolas de aquel año, con un gran equilibrio entre la estructura musical y la entidad de las letras, complejas, cargadas de simbolismos, casi barrocas. La faena se redondea con los directos y su puesta de largo en la televisión, que resultó impactante con aquel rombo pintado sobre un ojo (¿influencia de Siouxsie?), interpretando "Marica de terciopelo", "dedicada a todos los que están en el maco, colocaos, sin ninguna distinción", y con aquella actitud: el teatro, ese gran almacén de recursos.


En 1979 llega "Barriobajero", y para entonces Ramoncín ya ha dejado claras al menos dos cosas: quiere ganar la mayor cantidad de dinero posible, pero de ningún modo aceptará intromisiones de un sello discográfico. En consecuencia, y mientras el primer disco había sido producido a medias por Eduardo Bort y técnicos del sello, en este ya figura él como productor ejecutivo (aunque en realidad el trabajo duro lo hizo Michelini, pero ese es otro asunto): es un gran avance en comparación con las víctimas de los caprichos de Chapa, Romero, Bautista o quien cuadrase. De nuevo la composición va a medias entre él y Michelini; no hay grandes cambios, aunque tanto los ritmos como las letras son en general más directos: buen ejemplo es la apertura con "Soy un chaval", una especie de garaje pop muy atrayente. También lo es el "Blues para un camello", con esa armónica perfectamente ajustada a la ocasión, o la pieza que da título al disco, un rock anfetamínico muy bien llevado, al igual que "Chuli" o el cierre con "No quise escribir esta canción", un pequeño rock and roll instrumental cuyo sonido está más cercano al pub que a cualquier otra cosa. Es un disco quizá menos elaborado que el primero pero más definitorio, más concreto: las líneas maestras de lo que será la carrera de Ramoncín ya están contenidas aquí, alejándose del punk y, como se decía por entonces, buscando la impronta de un Springsteen de los madriles. Por desgracia el tono de las letras acaba chocando con el criterio de algunos jefes del sello, y como resultado la promoción es casi inexistente: hacen más por él algunas revistas y radios que EMI. Las ventas bajan un poco -aunque no mucho- y su próximo destino es Hispavox.


En 1981 se publica "Arañando la ciudad", el tercer disco. Michelini se había marchado tiempo antes ("diferencias de criterio", por decirlo finamente), y Ramoncín figura ahora en asociación con el guitarrista Fernando Murias, también compositor. Aquí hay más suavidad y por momentos un ligero aroma a la nueva ola isleña en el sonido de algunas piezas, pero está a la altura de los dos primeros. Y, por supuesto, esa apertura con "Hormigón, mujeres y alcohol" (que muchos fans rebautizan como "Litros de alcohol") casi justifica la compra; no sé si es la más popular en el conjunto de su carrera, pero al menos para los de mi quinta es la más brillante. En ella queda aún algo de aquel espíritu cruzado de rock'n'roll punk de sus primeros tiempos, tanto en el ritmo -perfectamente matizado por la armónica- como en la letra. "Nu babe", con ese estilo cercano al reggae, cuadra muy bien con la letra irónica sobre los "advenedizos" de la Movida, esos niños de papá que se convierten en su bestia negra preferida; luego llega "Burlando", una especie de rock pop en el que su "parlamento" cheli se hace protagonista, aunque por momentos resulta un tanto forzado... Y una tras otra se va constituyendo un disco muy variado, con muchos recursos, desde esa despedida al punk en "Putney Bridge" (más brillante la escala musical que la literaria, un poco afectada) hasta la balada al estilo tradicional de piano y saxo que luce "Angel de cuero"; que al menos en parte será autobiográfica, ya que ese fue el apodo que le otorgó Francisco Umbral, uno de sus valedores. Hay también un homenaje, en "Flores negras", a Javier Lozano, guitarrista que había participado en algunas canciones de su segundo disco. Junto a todo ello está el esfuerzo de Hispavox, y entre unas cosas y otras este será su disco más popular.



A partir de ahí, un tono medio de calidad en sus siguientes discos y la propia inercia lo sitúan entre las referencias constantes en los años 80. Luego se toma un descanso musical de varios años mientras intensifica su trabajo en otros sectores; vuelve al ruedo a finales de los 90, y desde entonces se han ido alternando recopilatorios con directos y algún disco con nuevo material. Y esto es todo lo que a nosotros puede interesarnos.


martes, 17 de septiembre de 2019

1975-80: la nueva España (VIII)


Hoy nos despedimos del colectivo Lacochu recordando a Cucharada, que junto con la Romántica Banda Local son las dos "entidades" en las que mejor se reconoce el espíritu de aquel "laboratorio" y que además participaban en su funcionamiento. Siguiendo fielmente algunos de sus postulados se puede considerar a Cucharada como una especie de agrupación abierta por la que pasaron unos cuantos músicos, aunque hay una base que se mantuvo unida durante gran parte de su existencia: el personaje central es el cantante y bajista José Manuel Tena (Manolo Tena a partir de ahora), junto al solista Antonio "El Zurdo" Molina (nada que ver con el otro Zurdo), el rítmica Jesús Vidal y el batería cantante José Manuel Díez. La puesta en escena recuerda en parte a La Romántica Banda Local, porque también ellos se disfrazan y convierten sus actuaciones en una especie de "happenings" imprevisibles. Tena, que para entonces ha pasado ya por unos cuantos empleos, es tan aficionado a la poesía como a la música; había comenzado su carrera en orquestas de baile y de ahí pasó a un pequeño grupo llamado Spoonful Blues Band, cuyo nombre lo dice todo (es la inspiración para llegar a la españolísima cucharada). Luego tiene la fortuna de participar como bajista en "Babel", aquel disco de Aute en el que la sátira y el sarcasmo lo acercan al estilo de un Moncho Alpuente, y por fin crea su nuevo grupo junto a estos nuevos colegas que, como él, tienen influencias muy variadas, tanto en lo musical como en la puesta en escena: desde Zappa hasta el glam pasando por el teatro vanguardista y las enseñanzas de Lindsay Kemp hay mucho campo para experimentar.

Gracias a la red de locales que ha ido atrayendo Lacochu para su causa, muchos de ellos simples bares o pubs que recuerdan a la estrategia británica, comienzan a hacerse conocidos en Madrid. Finalmente Zafiro se fija en ellos y los asigna a Chapa; lo cual tiene su lógica, puesto que en origen su estilo está próximo al rock urbano. Y siguiendo esa lógica su primer productor es Vicente Romero, con el que graban dos canciones que constituyen su primer single, en verano del 78, y además forman parte del segundo volumen de "Viva el rollo": "Social peligrosidad" y "Libertad para mirar escaparates". Ambas se convierten en clásicas desde el primer día, tanto por las letras de "amargura social" como por ese ritmo que refuerza el mensaje; sin embargo ya ven ustedes que su aspecto se aleja un poco del estándar que se le presupone a unos rudos rockeros de barriada. Hay una definición de Jesús Ordovás que los retrata muy bien: Cucharada tenían el toque glam de Burning, la provocación del punk, la energía de Leño y el gusto por el teatro de Las Madres del Cordero. O sea, que hasta cierto punto también estos podrían considerarse como tercera vía... o algo así. 


A mediados de 1979 se presenta su disco grande, titulado "El limpiabotas que quería ser torero" y producido por Teddy Bautista, cuya labor por esta vez es bastante digna. El material refleja muy bien la naturaleza caótica del grupo, ya que comienzan con un "Desconcierto flamenco" dirigido por Vidal en la onda del rock andaluz para seguir luego con "Tan reprimido", un rock más o menos "académico", y luego una composición a medias con Moncho Alpuente titulada "Made in USA", que recuerda aquel cruce entre blues rock y vodevil tan de su estilo. Volvemos al mundo de lo imprevisible con "Canción para pedir limosna", otra pieza de Vidal con sonido ambiente callejero, las voces de vendedores ambulantes y el paso de algunos coches enmarcando un juego entre guitarra acústica y eléctrica con el leve acompañamiento de una percusión; el conjunto es de tono dramático, de artística tristeza, muy real. Quizá su momento cumbre sea la pareja "Abarca y devora/Compre (Pase ¡no molesta!)", compuesta por los cuatro y que en lo musical une dos ritmos de rock clásico muy bien llevados, con una guitarra de sobresaliente y cuya letra se extiende a lo largo de ambas: el título lo dice todo. A continuación viene "No soy formal", una pieza corta escrita por Hilario Camacho, de tono burlón tanto en letra como en música. Y el cierre es para "Social peligrosidad", regrabada para la ocasión y con un sonido más vigoroso. La suma de unas y otras da como resultado un disco magnífico a pesar de esa sensación de desmadre que ya comenzaba en la portada interior, con la enumeración de los músicos: Tena era Lolilla Cardo, Molina figuraba como "Troucho López Manolenta", y así sucesivamente. Las ventas fueron bastante decentes a pesar del claro boicot que sufrieron por parte de las dos cadenas más potentes, la SER y la COPE: esas letras de denuncia, ese ataque al Sistema, esas referencias al lumpen, la pobreza, el desdén del poderoso... Así no llegaréis a nada, muchachos.


Como consecuencia de las zancadillas radiofónicas, Cucharada fue otro de esos grupos de los que todo el mundo hablaba en la capital pero solo se podían escuchar en las emisoras alternativas como Onda Dos, así que fuera de Madrid eran casi un nombre para iniciados. Y Chapa redondea el desastre en 1980 obligándolos, como había hecho con casi todos los grupos de rock urbano, a "hacerse modernos": no hay más que ver la portada de su último single en comparación con el primero. El single en cuestión iba a ser la avanzadilla de su segundo Lp, del cual nunca más se supo. Jesús Vidal se ha marchado, y Teddy Bautista no puede resistirse a su irrefrenable obsesión por meter maquinillos aunque al menos en la cara A se refrena un poco: "Quiero bailar rock'n'roll", el tema estrella, tiene un pase aunque ha perdido la fuerza y la densidad que tenía el grupo antes (y la letra, irónica, fue mal entendida por algunos popes radiofónicos, que ya se la tenían jurada de antes). La cara B, titulada "La cajita de música", es una piececilla con ramalazos de reggae pop electrónico, muy de la época. Los fans quedaron decepcionados, y ese fue el fin del grupo. Para entonces Julián Ruiz, uno de los personajes con mando en la SER, ya había dado con una buena alternativa a la locura inicial de Cucharada: eran vascos, se llamaban Orquesta Mondragón, tenían dinero para equipo y espectáculo y además sus letras, aunque irreverentes y un poco desquiciadas, no trataban temas sociales incómodos. Ruiz les conseguirá un contrato con EMI, será su productor y tendrán una larga carrera.


Años después Tena alcanzó el reconocimiento en Alarma! junto a Díez, al mismo tiempo que se afirmaba como un reputado compositor entre cuyos clientes se encuentran Sabina, Leño o Luz Casal, por citar solo tres. Molina, que ya antes de la disolución del grupo había colaborado con Aute o Hilario Camacho, lo hará luego con Antonio Flores, Sabina y especialmente Ramoncín, entre otros. Esto significa que Cucharada fue el arranque de una brillante carrera profesional al menos para ellos tres, y ya en sus primeros tiempos habían merecido otra suerte. Pero tal vez, como decía Tena, "éramos demasiado heavies para los modernos y demasiado modernos para los heavies". En cualquier caso, aquel disco solitario ha quedado como uno de los más interesantes del final de la década.


martes, 10 de septiembre de 2019

1975-80: la nueva España (VII)

A partir de 1976, cuando ya parece claro que la Negra Sombra se ha ido para siempre, la nueva generación comienza a mostrar una irrefrenable pujanza tanto en lo musical como en cualquier otra disciplina artística: los colectivos literarios, los cineclubs y muchas otras agrupaciones, de los pelajes más insospechados, surgen como setas. Madrid va recuperando el carácter de referente "combativo" que había sido gracias al surgimiento de varias agrupaciones de este tipo, y en concreto hay una que nos afecta. La historia arranca a mediados de ese año, cuando algunos seres de diversas procedencias crean un colectivo para publicar fanzines al que Fernando Márquez, un adolescente imberbe que pronto será conocido como "El Zurdo", bautiza como Prensa Marginal Madrileña, popularizada por el acróstico Premamá; ahí se ha colado también una niña -solo tiene trece años- de nombre Olvido Gara, pero que prefiere ser conocida como Alaska en honor a Caroline, aquella amiga de Lou Reed que también lo prefería. Como ven, al menos esos dos parecen ir por delante de su edad. Pero a principios de 1977 ya hay más variedad de personajes, tanto en edades como en procedencias y aficiones; y mientras El Zurdo y Alaska se marchan para organizar "La liviandad del imperdible" y seguir su onda fanzinera (aunque con la secreta intención de reclutar músicos para un grupo), su lugar va siendo ocupado no solo por dibujantes o músicos, sino también por aficionados al teatro, el cine o a la escritura. Y la última aportación del Zurdo es el nuevo nombre: Laboratorios Colectivos Chueca. O sea, Lacochu. 

Esta asociación tiene ya una estructura bastante perfilada, puesto que su naturaleza "multidisciplinar" se rige siguiendo una ideología de autogestión claramente libertaria que se lleva a la práctica en la medida de lo posible. Y la relación entre aficionados con distintos intereses artísticos dio como resultado una saludable transversalidad: en el aspecto musical, que es el que a nosotros nos interesa, por ahí pasaron en los primeros tiempos de sus carreras algunos grupos que cuidaban tanto su repertorio como su puesta en escena o la calidad de las letras. Lacochu llegó incluso a practicar el "Hazlo tú mismo" isleño creando su propio sello discográfico, aunque no duró mucho. Por otra parte su estrategia de caja común, equipo musical compartido y búsqueda de un circuito para actuaciones, fue el apoyo que muchos músicos nuevos necesitaban para echar a volar; que luego abandonasen el nido era lógico. Esa red de ayuda explica que por allí pasasen gentes tan inesperadas como los nacientes Tequila, pero hubo otros grupos cuya proximidad de planteamientos era evidente, y de entre ellos hoy recordaremos a La Romántica Banda Local. Su carrera fue corta porque algunos de sus componentes, tentados por más de una afición artística, vivieron esa época como una aventura de juventud, como una transición personal mientras decidían a qué iban a dedicarse luego, pero hoy en día su escasa producción discográfica es algo así como una cajita de delicatessen para los paladares sensibles.


La Romántica Banda Local eran una amalgama inestable de estilos, letras y actitudes que los acreditan como el último grupo de la tercera vía: imagínense una mezcla entre CRA&G y Vainica Doble pasada por el tamiz musical y estético de Moncho Alpuente y sus "mariachis"; si a eso añadimos que uno de sus músicos es el bajista Nano Domínguez, ex de Tilburi, creo que ya está todo dicho. Esa amplísima herencia musical da como resultado un repertorio difícil de catalogar pero con un encanto evidente, muchas veces en el campo de la pura emoción, que se refuerza por las excelentes letras que componen Fernando Luna (voz e instrumentos de viento) y Carlos Faraco (voz principal). El guitarrista Jorge Mariano es su principal apoyo en la construcción musical, ayudado por el violinista Enrique Valiño, y en la batería está Paco Beneito. Por su naturaleza de universitarios comienzan a presentarse en algunos colegios mayores con una mezcla de piezas que van desde el folk, el flamenco, el foxtrot o la jota hasta el rock, con letras irreverentes, irónicas, surrealistas, dulces, soñadoras, y todo ello aderezado por una "puesta en escena" imprevisible tanto en las vestimentas como en su propia actitud; especialmente Faraco, por lo general vestido de Estatua de la Libertad, surgía (o no) de algún punto de la sala, y le daba por recitar o cantar algo que en muchas ocasiones los otros no esperaban... Pero quedamos en que eran libertarios, ¿no?

Gracias a una actuación como teloneros de Tequila, un ojeador de Zafiro se fijó en ellos. La primera idea fue pasarlos a Chapa; pero era evidente que su estilo no tenía nada que ver con las querencias de Romero, y el sello decide que su lugar está en la Compañía Fonográfica Española (aunque por entonces la CFE aún era propiedad de Alain Milhaud, de hecho ya pertenecía al universo Zafiro). A mediados del 78 llega su primer Lp, de título homónimo y producido muy significativamente por José Yanes, un ex Aguaviva (otra referencia no tan lejana). Este disco es una joya empezando ya por la portada, un espléndido trabajo del pintor César Bobis, amigo de los músicos, reflejando en su estilo casi barroco pero "cariñoso" la ajada belleza de una calle del barrio de Malasaña; y en cuanto a la música, esa "Introducción" que lo abre podría ser un resumen aproximado: arranca con aires flamencos para luego ir adquiriendo tonos de folk rock progresivo (por decir algo) acompañado de flauta, y con una letra que viene siendo una especie de presentación. Se eligió para single "No me gusta el rock", perfectamente identificable con el espíritu de Las Madres del Cordero, pero con el tiempo se han mantenido mucho mejor las canciones como "Cruzando Atocha" o "El bus", con esa irónica ternura tan cercana, tan de aquel tiempo... o de todos los tiempos en los que puedan coexistir la ironía y la ternura, supongo. El caso es que inmediatamente las emisoras "enrolladas" comenzaron a darlos a conocer; de ahí pasaron al Popgrama (o sea, Manrique, Carlos Tena y compañía), hasta José María Íñigo los llevó al suyo, y al final resultó que habían conseguido vender casi veinte mil copias, algo impensable tanto para ellos como para su propio sello.


Sin embargo algunos integrantes, especialmente Carlos Faraco y Fernando Luna, nunca se tomaron muy en serio esta profesión. Se veían en otro futuro: Faraco ya alternaba la música con algunos programas de radio, y su amigo (se conocen desde el colegio), aunque estudiaba en el Conservatorio, publicó su primer libro de poesías en esa época y trabajaba como guionista en Radio Nacional de España. En consecuencia, la cosa no podía durar mucho más; pero aun así Luna consiguió escribir un puñado de nuevas canciones, suficiente para un disco doble, que al final quedó en sencillo porque tampoco la CFE lo vio muy claro; y en 1980, cuando se publicó, el grupo prácticamente ya no existía. "Membrillo", que así se llama, vuelve a ser decorado por Bobis y producido por Yanes, pero se nota ese ambiente de dispersión: es también sobresaliente, mantiene el encanto del anterior en momentos luminosos como "Riquelme", "El trigo crecido al sol" (la sombra de Vainica Doble es alargada), "Julia"... Bueno, en casi todas, menos justamente la que se eligió para single y alguna más. Pero algo se ha perdido, y no está muy claro el qué. Las ventas bajaron, aunque supongo que eso no les importó mucho; sus últimas grabaciones fueron para la película "Tú estás loco, Briones", de Javier Macua. Por supuesto Faraco y Luna, entre otras muchas ocupaciones, fueron luego responsables señalados del aquel fantástico microcosmos llamado "Tris tras Tres", en Radio Tres. No creo que vuelva a existir nunca algo como aquello. Son otros tiempos.




miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cumpleaños feliz



Este bar abrió sus puertas el 4 de Septiembre de 2009, así que hoy hace diez años; y francamente, el primer sorprendido soy yo porque nunca se me hubiese ocurrido llegar a este día. Pero resulta que he llegado, y desde luego no ha sido sin ayuda: gracias a esos pocos pero fieles clientes que acuden con admirable regularidad, gracias a ese intercambio de opiniones y conocimientos, gracias a esta pasión ratonera que compartimos, la voluntad por mantener vivo este local además de visitar los de otros es una costumbre muy agradable. No niego que más de una vez he pensado en dejarlo, como supongo que les habrá pasado a todos los que integran ese grupo de veteranos que mantienen sus propios blogs tan longevos o más que el mío; pero al final decides que, si los demás aguantan, tú también. Por otra parte, a estas alturas hemos creado una especie de red invisible en la que nos reconocemos todos: cada uno va a su aire, tiene sus gustos, su estilo, su propia tendencia, pero juntos cubrimos un universo bastante extenso. 

Hay también algunos parroquianos que no llevan un blog propio por las razones que sean, pero sí parecen disfrutar visitándonos. Su presencia en los tugurios de esta red es importante para nosotros: algunos son de nuestra edad y otros más jóvenes, algunos suelen dejar un comentario y otros no, pero sabemos que están ahí. Sabemos, en definitiva, que lo que estamos haciendo resulta útil para alguien. Y eso justifica nuestra vocación de abuelos Cebolleta, justifica nuestras batallitas. Así que muchas gracias, a unos y a otros, por su fidelidad, y ojalá sigamos todos juntos "guerreando" por mucho tiempo. 

Y como en todo cumpleaños suele haber un regalito, aunque solo sea un pequeño detalle, aquí está el mío; que, como se decía en el juego del escondite, va "por mí y por todos mis compañeros": blogueros, simples transeúntes o mediopensionistas. Entre todos hacemos que los blogs sigan teniendo vida, así que muchas gracias. Y a por otros diez años.