En el cruce de caminos entre el rock urbano, el glam y el naciente punk surge Ramoncín. Su “pedigrí” de barriada es similar al de los grupos que nos han visitado, puesto que se le asocia a Vallecas aunque él se considere de Legazpi; pero su perspectiva es más amplia porque lo es su formación, que incluye a los poetas rockeros clásicos como Lou Reed junto a otros más recientes como Bruce Springsteen o Patti Smith. Sabe rodearse de músicos eficientes y su inclinación literaria será decisiva a la larga, haciendo de él un personaje polifacético tanto por su letras y demás obra escrita como por su protagonismo social en algunos sectores de ese mundillo. La parte mala, en esencia, es ese carácter tan combativo suyo que degeneraba a veces en una innecesaria chulería llevándolo a la confusión: aquellos enfrentamientos (incluso físicos) con algunos músicos de la nueva ola, como si fuesen intrusos en un negocio solo para gente “auténtica”, no tenían ningún sentido. Sobre otros asuntos como su accidentado protagonismo en la SGAE ya habría que matizar un poco, porque no creo que él fuese el peor; pero precisamente por su significación, por ese carácter, es el que más ha encorajinado al personal hasta el punto de que casi parece un sacrilegio recordar que es una figura de calado en los años 70/80 como mínimo, guste o no. Y como lo único que nos importa aquí es la obra y no la catadura más o menos arisca de su creador, aquí lo tenemos.
Tan aficionado a la música como a la lectura o el teatro, esto último le vino muy bien para forjarse un personaje que en 1976 (con veintiún años y una pequeña experiencia actoral) se decide a contestar a un anuncio publicado en Disco Expres, en el que se solicita un cantante sin grandes dotes vocales pero con poderío en las tablas. Quien lo había publicado era Jerónimo Ramiro (Jero a partir de aquí), guitarrista de un grupo de Vallecas llamado Siracusa. Ramoncín fue admitido de inmediato, y además ya tenía algunas letras que junto a la base musical desarrollada por Jero comenzaron a nutrir el repertorio de los ahora llamados WC?. Sin embargo en poco tiempo surgió la tirantez entre algunos miembros del grupo -de querencias hard/heavy- y su cantante, que si antes era también rockero ahora está influido por la nueva corriente punk que llega de la Isla, mucho más actual, más acorde con su actitud: ya no era un simple frontman, sino que se llevaba todo el protagonismo. Consciente de que sus compañeros no tienen la altura técnica necesaria, refuerza el grupo con el guitarrista Carlos Michelini, recién llegado de Argentina tras su participación en los míticos Vox Dei. Poco después se marcha Jero, y Ramoncín, que ya casi es una figura mediática gracias a algunas amistades de categoría, consigue un contrato con EMI: él y Michelini van a grabar en Barcelona junto a músicos de sesión, dejando atrás al resto de grupo.
A mediados de 1978, cuando el disco se publica bajo el título de "Ramoncín y WC?", las canciones figuran a nombre de ellos dos, sin citar a Jero, cuando lo elegante (por lo menos) hubiera sido que figurasen los tres. Años después, cuando ya no quedaba mucho que repartir, Ramoncín accedió a incluirlo en la autoría. Pero a lo que íbamos: su debut discográfico es notable, más en la onda del rock tradicional yanki (un cruce entre Detroit y Nueva York, por decir algo) que del punk. Y ahí tenemos ya algunas clásicas de su carrera, comenzando por la contundencia de "Cómete una paraguaya" (¿un cruce hispano entre Stooges y MC5?), la incorrección política de un hard rock tradicional como "Paga a tu hombre", la canción himno "Rock and roll duduá", la oscura densidad del rock "intelectualizado" en la casi neoyorkina "Marica de terciopelo", que cierra el disco con enorme brillantez... o esa alegoría sobre los ejecutivos discográficos contenida en "El rey del pollo frito", que acabó siendo el mote con el que se le conoció durante unos años cuando en realidad su destinatario es Adrián Vogel, de la CBS: fue el primero en escuchar sus cintas y no le gustó la música ni el personaje, aunque por supuesto cada uno de los implicados tiene su propia versión. Y otras canciones como "Ponte las gafas" o "El loco de la calle larga" tal vez no hayan conseguido tanta notoriedad pero tienen su propia vida, así que en conjunto esta es una de las mejores obras españolas de aquel año, con un gran equilibrio entre la estructura musical y la entidad de las letras, complejas, cargadas de simbolismos, casi barrocas. La faena se redondea con los directos y su puesta de largo en la televisión, que resultó impactante con aquel rombo pintado sobre un ojo (¿influencia de Siouxsie?), interpretando "Marica de terciopelo", "dedicada a todos los que están en el maco, colocaos, sin ninguna distinción", y con aquella actitud: el teatro, ese gran almacén de recursos.
En 1979 llega "Barriobajero", y para entonces Ramoncín ya ha dejado claras al menos dos cosas: quiere ganar la mayor cantidad de dinero posible, pero de ningún modo aceptará intromisiones de un sello discográfico. En consecuencia, y mientras el primer disco había sido producido a medias por Eduardo Bort y técnicos del sello, en este ya figura él como productor ejecutivo (aunque en realidad el trabajo duro lo hizo Michelini, pero ese es otro asunto): es un gran avance en comparación con las víctimas de los caprichos de Chapa, Romero, Bautista o quien cuadrase. De nuevo la composición va a medias entre él y Michelini; no hay grandes cambios, aunque tanto los ritmos como las letras son en general más directos: buen ejemplo es la apertura con "Soy un chaval", una especie de garaje pop muy atrayente. También lo es el "Blues para un camello", con esa armónica perfectamente ajustada a la ocasión, o la pieza que da título al disco, un rock anfetamínico muy bien llevado, al igual que "Chuli" o el cierre con "No quise escribir esta canción", un pequeño rock and roll instrumental cuyo sonido está más cercano al pub que a cualquier otra cosa. Es un disco quizá menos elaborado que el primero pero más definitorio, más concreto: las líneas maestras de lo que será la carrera de Ramoncín ya están contenidas aquí, alejándose del punk y, como se decía por entonces, buscando la impronta de un Springsteen de los madriles. Por desgracia el tono de las letras acaba chocando con el criterio de algunos jefes del sello, y como resultado la promoción es casi inexistente: hacen más por él algunas revistas y radios que EMI. Las ventas bajan un poco -aunque no mucho- y su próximo destino es Hispavox.
En 1981 se publica "Arañando la ciudad", el tercer disco. Michelini se había marchado tiempo antes ("diferencias de criterio", por decirlo finamente), y Ramoncín figura ahora en asociación con el guitarrista Fernando Murias, también compositor. Aquí hay más suavidad y por momentos un ligero aroma a la nueva ola isleña en el sonido de algunas piezas, pero está a la altura de los dos primeros. Y, por supuesto, esa apertura con "Hormigón, mujeres y alcohol" (que muchos fans rebautizan como "Litros de alcohol") casi justifica la compra; no sé si es la más popular en el conjunto de su carrera, pero al menos para los de mi quinta es la más brillante. En ella queda aún algo de aquel espíritu cruzado de rock'n'roll punk de sus primeros tiempos, tanto en el ritmo -perfectamente matizado por la armónica- como en la letra. "Nu babe", con ese estilo cercano al reggae, cuadra muy bien con la letra irónica sobre los "advenedizos" de la Movida, esos niños de papá que se convierten en su bestia negra preferida; luego llega "Burlando", una especie de rock pop en el que su "parlamento" cheli se hace protagonista, aunque por momentos resulta un tanto forzado... Y una tras otra se va constituyendo un disco muy variado, con muchos recursos, desde esa despedida al punk en "Putney Bridge" (más brillante la escala musical que la literaria, un poco afectada) hasta la balada al estilo tradicional de piano y saxo que luce "Angel de cuero"; que al menos en parte será autobiográfica, ya que ese fue el apodo que le otorgó Francisco Umbral, uno de sus valedores. Hay también un homenaje, en "Flores negras", a Javier Lozano, guitarrista que había participado en algunas canciones de su segundo disco. Junto a todo ello está el esfuerzo de Hispavox, y entre unas cosas y otras este será su disco más popular.
A partir de ahí, un tono medio de calidad en sus siguientes discos y la propia inercia lo sitúan entre las referencias constantes en los años 80. Luego se toma un descanso musical de varios años mientras intensifica su trabajo en otros sectores; vuelve al ruedo a finales de los 90, y desde entonces se han ido alternando recopilatorios con directos y algún disco con nuevo material. Y esto es todo lo que a nosotros puede interesarnos.