lunes, 30 de septiembre de 2024

1966 (III)

“… Cuando abandonaron el esnobismo blusero y canalizaron su arrogancia hacia la creación de la música más implacable y corrosiva que se hubiese hecho en Gran Bretaña, se convirtieron, como bien había previsto Oldham, en la fuerza más irresistible del pop con permiso de los Beatles” 
Bob Stanley, “Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno”, 2015 

Los Stones llegan al 66 habiendo consolidado el tándem Jagger-Richards como eje de la composición e incluso de la dirección de la banda, en detrimento de Brian Jones. La prensa y especialmente los fans seguían viéndolo como su líder, porque él había sido el creador y tenía una estética muy potente; pero este año será la confirmación de que, como muy bien dice el señor Stanley, aquella militancia blusera se va difuminando, ya que los otros dos tienen una perspectiva más amplia. Por otra parte los Beatles ejercen influencia sobre ellos, o al menos sobre su estrategia creativa, aunque traten de aparentar que no se parecen en nada: de un modo u otro están atentos a su evolución, porque esa es de momento la pauta a seguir. Andrew Oldham reconoció que “Rubber soul” había cambiado los parámetros de la música británica, opinión que sus protegidos compartían. Y aunque su marca de fábrica es y será siempre el rhythm’n’blues (como todos los grupos londinenses de la época, en mayor o menor medida), a partir de ahora y hasta finales de la década el pop, incluso con ribetes barrocos, será un recurso notable en su repertorio. 

En los últimos meses del año anterior habían grabado en Estados Unidos gran parte del material para el año siguiente. Por entonces se les acercó Allen Klein, un conocido tiburón del negocio, que pasó a ser su manager allí y que negoció para ellos grandes mejoras en sus contratos (al mismo que tiempo que se aseguraba la propiedad de sus grabaciones, algo que el grupo descubriría años después). El primer single del nuevo año llega a principios de febrero, y automáticamente pasa a ser otro clásico: “19th nervous breakdown” / “As tears go by”. La primera cayó inmediatamente en las garras de la prensa más “seria” exclusivamente por la letra, que muchos quisieron ver como una nueva alternativa a la creciente categoría literaria de los Beatles; pero una vez más Jagger, displicente, cortó las expectativas: “A ver, no somos Bob Dylan. La letra no tiene por qué significar nada. Esto va de una tía que se vuelve loca, y punto. Por cierto, que lo primero que se nos ocurrió fue el título: sonaba bien”. Mucho más apropiada es la opinión del mismísimo señor Fournier (también conocido como Alice Cooper), que la vio como una de las primeras muestras de rock moderno: “No sonaba a Chuck Berry ni a un viejo blues, sino a algo nuevo, fresco y emocionante”. En cuanto a la cara B, se trata de una de las primeras composiciones de Jagger y Richard, escrita casi dos años antes; es una bonita balada que por entonces había popularizado Marianne Faithfull, y ahí ya se ve que no todo iba a ser r’n’b en la carrera de este grupo.



A mediados de abril los Stones presentan “Aftermath”, el disco que los consolida definitivamente: todo el repertorio es propio, pero lo más importante es el tremendo salto de categoría con respecto a la obra anterior. El dúo creativo demuestra tener muchos más recursos de los que parecía, mientras Jones profundiza en el estudio de unos cuantos instrumentos “étnicos”, entre ellos el sitar (la influencia de Harrison es evidente). Entre una cosa y la otra el rango de melodías y escalas se amplía mucho, tanto que en ese momento son mucho más que una simple banda de r’n’b: también ellos han dado el estirón. Ya lo dejan claro con “Mother’s little helper”, esa apertura en la que se cruza el folk con las vibraciones orientales y que podría recordar vagamente el estilo de los Kinks, incluso en el tipo de letra: por mucho que Jagger diga que ese aspecto de las canciones le trae sin cuidado, las referencias a la “pequeña ayuda” a la que recurren muchas mujeres recluidas en su trabajo casero, resignadas, prácticamente anuladas como personas, convertidas en yonkis sin ser conscientes de ello, es muy de la escuela de Ray Davies. Hay momentos en que las letras oscilan entre una velada misoginia y el puro machismo, la escala que va desde “Stupid girl” y “Under my thumb”, por ejemplo; la primera es más estándar para su estilo, pero la otra tiene un melodía con gancho, muy pop, y será otra de sus clásicas. Vienen luego unas cuantas más en la onda tradicional del grupo, pero demostrando carácter propio, culminadas por “Out of time”, otra balada pop que casi nunca interpretaron en directo; de hecho, ni Jagger ni Richard han demostrado nunca mucho cariño por ella. ¿Tal vez por esa letra? Ah no, que las letras no importan. En fin, a Chris Farlowe le vino muy bien para conseguir un número uno. Mención aparte merece “Goin’ home”, en primer lugar por sus más de once minutos, pero sobre todo por su voluntad vanguardista: aunque el esquema básico parte del blues, resulta sorprendente ese espíritu de improvisación en una época tan temprana. En ese sentido se adelantan a Cream, por ejemplo.


Pocas semanas después llega un nuevo éxito estratosférico en single, con una cara A en la que figura “Paint it black”. Jagger dijo que esto venía siendo “una especie de canción turca”, y bueno, para quien no la conozca podría servir como referencia. No hay duda de que la influencia oriental es la misma que afecta a algunas piezas del disco grande; pero además aquí hay una línea melódica con mucho atractivo y una profunda “implicación” de todos los miembros de la banda, ya que junto al sitar de Jones hay una percusión muy rica, reforzada por el bajo, sin trastes, sonando como un trueno (Wyman aquí toca también órgano). De hecho gran parte de la base inicial es idea de Jones y Wyman, pero al final todo el mérito se lo llevan, una vez más, los dos “compositores oficiales”; con la aquiescencia de Oldham, que siempre tomaba partido por ellos. En cuanto a “Long, long while”, la cara B, es una balada más o menos clásica en el estilo de los Stones, con un tono soul que la hace muy atractiva. Tal vez no sea de las más grandes de su carrera, pero ese punto negroide que tiene me encanta.


El último single de este año llega a finales de septiembre y, aunque recupera en parte la esencia del grupo, demuestra un aplomo sorprendente. En la cara A tenemos “Have you seen your mother, baby, standing standing in the shadow?”, un rock and roll vigoroso, denso, casi atronador, con un bajo endiablado que apoya metales y teclados y que, tanto por su estructura como por la ejecución, complicadas, retorcidas, posiblemente resultó demasiado experimental para el oyente medio de la banda (por no hablar de las oscuras sutilezas de la letra, por mucho que Jagger diga que…) y no pasó de un top 5 muy ajustado. La cara B, “Who’s driving your plane” es un blues arrastrado, con esa querencia pantanosa que pronto será una de sus señas distintivas. Como en el caso del single anterior, puede parecer un divertimento hecho a última hora de la sesión para completar el single, pero tiene su gancho. De hecho anticipa con bastante fidelidad lo que serán dentro de unos años, cuanto la fiebre pop haya pasado.


Los Stones han cumplido con creces el expediente y entran en la vorágine de 1967 con buen pie: la furia psicodélica se generalizará, y ellos nunca se sintieron cómodos en ella, pero ya tienen la suficiente talla como resistir y esperar tiempos mejores. Todas las modas pasan, pero los estilos tradicionales negros siguen en vigor aún hoy.

martes, 17 de septiembre de 2024

1966 (II)

“En el estudio tenían las cosas cada vez más claras. Empezaron a decirme lo que querían hacer y a presionarme para que les diese más ideas y modos de ponerlas en práctica” 
George Martin 

Cuando los Beatles terminaron la grabación de “Rubber soul” ya no eran un grupo beat: en Estados Unidos había sido Dylan el encargado de dar la señal para el comienzo de los nuevos tiempos, y en la Isla les correspondía a ellos. Por otra parte eran admiradores suyos, y el propio Lennon reconoce que en canciones como “I’m a loser” o “You’ve got to hide your love away” el tinte intimista de las letras se debe a su influencia. Ah, y McCartney añade que “gracias a él descubrimos la marihuana. Fue divertido”. Como muchos músicos isleños de entonces, su contacto con las drogas no había pasado de la respetable cantidad de anfetaminas que, mezcladas con alcohol, consumían para soportar las actuaciones agotadoras en Hamburgo, preferentemente. Pero ya durante la filmación de “Help” se habían reido lo suyo, hasta el punto de reconocer que los mejores momentos de esa película quedaron fuera, piadosamente ocultos. Y el ácido fue el paso siguiente, “participando” ya en algunos momentos de la grabación de “Revolver” junto a la marihuana. Pero ese disco, aun con todas sus innovaciones, sería impensable sin el cambio radical que habían mostrado ya en “Rubber soul”; de hecho, ellos mismos consideran que uno es consecuencia del otro. 

A finales de mayo del 66 llega un single que contiene “Paperback writer”, tal vez su canción más potente hasta entonces, en la cara A; en la B está “Rain”, la primera pieza definitivamente psicodélica. La A es idea de McCartney, que trata de conseguir una mayor contundencia usando un bajo Rickenbacker, mientras los demás le ayudan con un ritmo muy vivo, y en contraste tanto su voz como los coros recuerdan el estilo del surf vocal. La prensa suele verla como un homenaje, un tanto irónico, a los Beach Boys, aunque para Lennon es una evolución de “Day tripper”, lo cual tiene su lógica. Es Lennon quien crea los trazos principales de “Rain”, la prueba definitiva de que la psicodelia ha llegado a la Isla. A veces se dice que “Shapes of things” de los Yardbirds fue la primera, pero, dejando aparte algunas estrofas, solamente la guitarra de Jeff Beck podría sugerirlo. La psicodelia es más que eso, y los Beatles nos lo explican en tres minutos. La letra está a la altura, rematada con esas estrofas finales al revés, pero todo el trabajo musical es impresionante: las voces se van arrastrando; la batería parece rezagarse, manteniendo un ritmo extraño; el sonido de conjunto es muy denso, y el sonido de la cinta al revés es uno de esos descubrimientos que hace Lennon en su casa tras dar buena cuenta de un cigarrillo de hachís (la había colocado mal en el magnetófono).


Cuando ese single se publica ya hay un trasfondo general bastante complicado. El grupo comienza a sentirse incómodo con los viajes continuos y las giras, que pueden ser económicamente muy satisfactorias pero en lo artístico son frustrantes, porque sus actuaciones en directo discurrían bajo un griterío descomunal en el que eran incapaces de oirse a sí mismos. Una de las primeras señales de hartazgo fue la creación de cortos promocionales para aquellas dos canciones (el término “videoclip” aún no existía, evidentemente), con el objetivo de enviarlos a las televisiones estadounidenses para evitarse desplazamientos. A eso hay que añadir los problemas que surgen en algunos países por razones culturales o malentendidos, y el mes de julio (su última gira mundial) acaba convirtiéndose en un infierno. Ese mes comienza con sus únicas actuaciones en Japón, que tuvieron lugar en el Budokan, un templo de las artes marciales. En un país tan conservador, para mucha gente aquello representaba una infamia (aunque la culpa no fuese suya, sino de quien organizaba las actuaciones), y ya antes de su llegada comenzaron las amenazas de muerte. En consecuencia, desde su llegada hasta su marcha fueron protegidos -“secuestrados”, decía Lennon- por un verdadero ejército de policías que restringieron sus movimientos. La cosa fue aún peor en Filipinas, bajo la dictadura de Marcos, un completo sátrapa: allí, su negativa a acudir al palacio presidencial los sumió en una situación de acoso inquietante, vejaciones y más amenazas. Pero la guinda del pastel la puso el propio Lennon cuando dijo aquello de que eran más famosos que Jesucristo: entonces fue la América profunda, especialmente los estados del sur, quien se puso en pie. Mientras muchas emisoras dejaron de emitir su música, algunas agrupaciones ultras promovieron la quema pública de discos y fotografías del grupo. 

Casi a continuación, a primeros de agosto, llega “Revolver”. La masa de fans ya estaba preparada para lo que podría significar aquel disco, puesto que las dos canciones del single anterior correspondían a las mismas sesiones de grabación (que comenzaron en abril), y por lo tanto eran un anticipo de lo que venía. Pero por muy preparados que estuviesen la conmoción fue total, porque aquello era vanguardia pura: no solamente se confirmaba la “mayoría de edad” que ya había mostrado “Rubber soul”, sino que además las ideas apuntadas en aquel disco florecían, se ampliaban, llegaban por momentos hasta el arabesco gracias, entre otras cosas, a esa “aportación extra” del ácido en piezas tan significativas como “Tomorrow never knows”. Lennon sigue las instrucciones de Timothy Leary, uno de los gurús del LSD, y bajo ese influjo crea uno de los grandes iconos de la psicodelia británica; que luego guste más o menos es otro asunto -muchos de sus primeros seguidores la detestan-, pero una vez más el grupo demuestra ir por delante del resto. Y en cualquier caso el asombroso juego de contrastes a que muestra este disco (y a pesar de eso, su gran cohesión) da para satisfacer a cualquiera. Para mi gusto el arranque con “Taxman”, ese rock adelantado a su tiempo en el que un cabreado Harrison se queja de los impuestos salvajes que rigen en la Isla por entonces, ya es para nota; pero luego llega la señorial “Eleanor Rigby”, verdadero pop de cámara; “I’m only sleeping” o "She said she said" son otras dos de esas piezas clásicas de Lennon, también con cintas al revés, y así sucesivamente. Se les perdona el submarino amarillo y alguna que otra pieza flojilla más, porque en conjunto todo el mundo coincide en que esta es una de las mejores obras del grupo.

 
Y poco después pasó lo que tenía que pasar: tras una última gira desastrosa por Estados Unidos, incluyendo amenazas, boicots e incluso intentos de suspensión de conciertos a cargo del Ku Klux Klan en el Cinturón de la Biblia, el grupo abandona las actuaciones a finales de agosto. Renuncian así a una de sus principales fuentes de ingresos, pero les compensa: a partir de entonces podrán tener una vida parecida a la de las personas normales y dedicarse con más empeño a desarrollar y grabar sus canciones, que hasta ese momento se iban preparando entre gira y gira. Por otra parte, la mayoría de las que habían grabado recientemente no hubieran podido llevarse al directo. Un directo que de todos modos tampoco servía para mucho, ya que como bien dijo Lennon, “La música no se oía. Era como una función de circo: los Beatles eran el espectáculo, y la música no tenía nada que ver con aquello”. No se puede expresar mejor.

martes, 10 de septiembre de 2024

1966 (I)

“Creo que esta música tiene algo importantísimo que decirnos a los adultos, y convendría no esconder la cabeza como las avestruces”.
Leonard Bernstein 

Hace años se publicó en Alemania un libro titulado “Bernstein loves pop”, cuyo subtítulo era: “Cómo la música pop alcanzó repentinamente la mayoría de edad en 1966”. Esa frase resume la trascendencia de este año, el más alegre y chispeante de toda la década, no solo en la Isla. Ahora que ha pasado tanto tiempo y ya solo nos fijamos en la obra grabada, se considera más valioso el 67, 68 e incluso el 69; pero para conseguir esas excelentes cosechas hubo antes un proceso evolutivo que comienza en 1964/65 con la decadencia del beat y se sublima en el 66/67 con la psicodelia y el blues rock. Por otra parte la efervescencia se manifiesta en todas las artes, lo que afecta a sectores tangenciales como la moda o el diseño publicitario. En conjunto es la eclosión de un cambio cuyo origen surge a mediados de los años 50 en la mayor parte de occidente. Pero su desarrollo había sido bastante lento, hasta que la influencia de fenómenos como el de los Beatles (que ya por entonces comienzan a ocupar espacio en las publicaciones del entorno sociológico) da a Londres un mayor protagonismo en esa evolución: ha nacido el “Swinging London”, con el que la Isla liquida definitivamente el espíritu de posguerra y lo sustituye por un hedonismo juvenil de clase media. 

El término proviene de un artículo titulado “London: the swinging city”, que se publica a mediados de Abril del 66 en la revista estadounidense “Time”. Su autora es Piri Halasz, una estadounidense anglófila (que en 1967 publicará el libro titulado “A swinger’s guide to London”), y su justificación para ese título es impecable: del mismo modo que cada una de las décadas recientes había sido protagonizada por una capital distinta –la secuencia que va desde los felices años 20 en Paris hasta la Roma de los 50-, los 60 son para Londres, que ella define como “una ciudad impregnada de tradición, embargada por el cambio, liberada por la opulencia”. En esencia los “Swinging sixties” vienen siendo la actualización de los “Roaring twenties” parisinos, pero a escala global. Aquí “swinging” tiene más de un significado, ya que además de “menearse” hace referencia también a “ser cool”: en los años 60 Londres es la ciudad más cool del planeta. Y una película como “Blow up”, de Antonioni, lo refleja con gran fidelidad.

En consecuencia se convierte en un lugar de peregrinación -no solo para la juventud- en el que a los fieles les es dado ver a los nuevos ídolos de la música pop paseando en sus fantásticos coches nuevos. Van vestidos como príncipes de otro planeta, gracias a sus continuas visitas a las tiendas abarrotadas del Soho, sobre todo las que se encuentran en Carnaby Street. Los turistas, embobados, ven a Beatles, Stones, Who, Kinks y otros ídolos menores entrando o saliendo de esas tiendas, cuya decoración es puro arte pop y en las que, como homenaje a su visita -un buen ejemplo de economía circular- hacen sonar sus canciones por los altavoces del local, sugiriendo a los demás compradores el tipo de música que mejor va con la ropa que están comprando: todas tienen tocadiscos, sea grande o pequeño. Las chicas pasean por esas calles con sus peinados bob y sus atrevidas minifaldas, un símbolo de la revolución sexual que lleva consigo esta década. En palabras de su creadora, la legendaria Mary Quant, esa prenda ”expresaba la emancipación de la mujer, junto con la píldora y el rock and roll. Era joven, liberada y exuberante”... “La moda de los desnudos y las minifaldas coincide con momentos de una enorme renovación de energía y éxito financiero. Es perverso y esquizofrénico, pero es una reflexión completamente acertada sobre la vida actual de una mujer”. 

También el mundillo de las drogas se actualiza. La psicodelia, que protagonizará el trienio 66/68, parte de una visión de la realidad completamente distorsionada, “alternativa”, a veces muy imaginativa, que muchos artistas de esa época buscan por medio de la dietilamida del ácido lisérgico, cuya denominación popular es LSD-25. Se trata de un compuesto descubierto accidentalmente por el químico suizo Albert Hoffman en los años 40; pronto fue comercializada por la casa Sandoz para determinados tratamientos de psicoterapia, y de ahí llegó incluso a los servicios secretos para su utilización con objetivos bastante más siniestros. Su salto al mundo de las artes tuvo lugar a mediados de los años 50 gracias a la “bendición” otorgada por el escritor Aldous Huxley, tras haber vivido una experiencia iluminadora; se lo había suministrado su amigo el psiquiatra Humpry Osmond, creador de la palabra “psicodelia” (del griego, “manifestación del alma”). A partir de ese momento, el LSD comenzó a recorrer el camino que todas las drogas han hecho, desde las élites hasta la calle, y junto a la marihuana comienza a dejar fuera de juego a las anfetaminas, que habían sido esenciales en el nacimiento del beat y el r’n’b isleño. 

Esa era otra muestra de que los tiempos estaban cambiando. Los hijos de la segunda guerra mundial, Baby-boomers o como se les quiera llamar, estaban viviendo una época de pujanza económica desconocida (que no durará mucho más, por cierto); su formación cultural media era más amplia que la de las generaciones anteriores, su acceso al consumo era superior, y sus inquietudes personales también. La llamada “brecha generacional” era cada vez mayor: las mentalidades paternas, ancladas todavía en el viejo ideario de trabajo, sacrificio, orden y obediencia al Poder, no estaban capacitadas para entender qué era lo que le estaba pasando a sus hijos. Y como es lógico, la música popular también cayó bajo su embrujo: los primeros signos surgen en Estados Unidos, donde ya en 1960 el grupo surfero The Gamblers titula “LSD-25” a la cara B de su legendaria “Moon dawg”. Pronto se asociará a la psicodelia el uso de algunos trucos como el fuzz, pero esencialmente su entrada será a través del folk: es decir, antes por las letras que por la música, gracias sobre todo a Dylan. En la Isla son los Beatles quienes, influidos por él, comienzan a grabar piezas en ese estilo, y a finales de 1966 ya es tendencia generalizada en ambos mercados. 

Con el paso del tiempo se verá que, con drogas o sin ellas, lo primero siempre es tener un buen nivel de creatividad: a día de hoy cualquier aficionado reconoce que la psicodelia ha dado a luz un buen puñado de singles y no más de diez o doce discos grandes realmente buenos, tanto en la Isla como en los Estados Unidos. Pero los músicos están muy crecidos, gracias a las alabanzas de la prensa y el fervor de sus seguidores, y se creen más de lo que son. En consecuencia esa “mayoría de edad” de la que habla el señor Bernstein resulta ser un arma de doble filo: pronto se pondrán de moda los discos conceptuales y las óperas rock. Eso implicará el apoyo frecuente de orquestas sinfónicas, cuartetos de cuerda y otros elementos procedentes de la música clásica, muchas veces trabajando a las órdenes de productores o músicos modernos sin la formación suficiente, y en dos o tres años una buena parte de esos “creadores visionarios” habrán llegado a la autoparodia. 

Pero también la psicodelia afecta, en mayor o menor medida, a los estilos más tradicionales. Especialmente en ese trienio 1966/68 surgen cientos de pequeños grupos que se basan en el pop/rock con vapores psicodélicos y que grabarán unos cuantos singles deliciosos, con ritmos frenéticos. En su mayoría no llegarán muy lejos, pero por un instante rozan la gloria: esa fugaz maravilla será bautizada mucho después, a efectos comerciales, como “freakbeat”. En cuanto al blues británico, y después de unos años de aprendizaje junto a los grandes santones como Alexis Korner o John Mayall, en 1966 ese género se disocia definitivamente del r’n’b, pasa a denominarse “blues rock” y se presenta en sociedad a lo grande con el primer disco de Cream: ha nacido el British Blues Boom, que a partir del año siguiente protagonizará la segunda invasión británica en Estados Unidos. 

Y por último, la radio. Ese bendito artilugio cuya influencia es crucial, a todos los niveles, desde los años 30 hasta finales del siglo. Sin embargo, en la Isla y hasta esta década había ido un poco a remolque en lo referente a las novedades musicales, ya que la omnipresente BBC no se había tomado en serio la llegada del rock and roll y aún ahora, a pesar del boom de los Beatles, seguía tratando a los nuevos músicos con una displicencia muy cercana al desprecio. Esa actitud propició la llegada de las radios piratas, que aprovechando un vacío legal comenzaron a surgir sobre 1964 emitiendo desde barcos anclados en aguas internacionales. Gracias a la existencia de Radio Caroline, Radio London y otras cuantas, los jóvenes británicos (y de otros países, a través de Radio Luxemburgo o Radio Veronica) descubrían una buena parte del repertorio, especialmente en singles, que las emisoras nacionales estaban olvidando. Por fin, en 1967 la BBC reconoce su error y decide crear la maravillosa Radio One, fichando a gran parte de los dj’s piratas y consiguiendo que la ley británica dejase fuera de juego a esa molesta competencia. 

Así que 1966 es un año inolvidable por muchas razones. El último año de verdadera felicidad, gracias sobre todo a la inconsciencia juvenil, al adanismo de una generación isleña que ignora que a finales del año siguiente se producirá la gran devaluación de la libra, que comenzarán a mostrarse las secuelas del ácido usado sin el menor cuidado y que, entre unas cosas y otras, pronto irá quedando a la vista el fin del sueño. Pero a quién le importa eso ahora: para ellos, gritar “carpe diem” a pleno pulmón es un acto sobradamente justificado.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Cumpleaños feliz

Este tugurio abrió sus puertas hace hoy quince años, así que estamos de celebración. ¿Y qué celebramos? Pues, más que nada, seguir en pie después de tanto tiempo. Cuando abrimos, el fenómeno Blogger estaba en plena ebullición: todo el mundo tenía un blog, o dos, o tres. Pero esa furia pasó hace mucho tiempo, y hoy en día hay mucha gente que opina que quienes seguimos en este mundillo somos una especie de viejos nostálgicos, puretas con ganas de dar la matraca. Y puede ser, no digo que no. Pero nadie viene obligado: si entras es porque quieres entrar. Y hay unos cuantos colegas que también siguen adelante, llevando en esto tanto o más tiempo aún que yo, porque a todos nos une la misma pasión por una música ratonera que, honradamente lo creo, conoció tiempos mejores. Unos tiempos que, por pura casualidad, fueron los que nosotros vivimos. Y sabemos que hay gente más joven atraída por el embrujo de aquella música, y nos creemos en la obligación moral de que esos momentos no se pierdan como lágrimas en la lluvia, que diría el señor Batty. 

Así que seguiremos dando la matraca un poco más: un mes, un año, lo que se pueda. Porque a veces la disciplina de publicar una entrada con cierta regularidad se hace cuesta arriba, no siempre hay ganas o tiempo, hay más cosas con las que entretenernos en nuestra vida de jubiletas... En fin, ya iremos viendo. Pero hoy es hoy, y aquí les dejo mi regalo de cumpleaños: no hay nada nuevo, solo un ramillete de canciones que ya han sonado aquí en un momento u otro. Viene siendo un resumen que define el espíritu de este bar. 

A su salud. Pero recuerden: si bebes, no conduzcas.