Estimados individuos: un año más nos vemos ante la vorágine creada por esta sucesión de fiestas infinitas que tanto bien hacen al comercio y tanto mal a nuestro estado de conservación. Pero en fin, hay que ser valientes y arrostrar los peligros con nuestra mejor actitud. Así que, si de fiestas se trata, la nuestra es siempre la primera; y la más sana, además: la única substancia que altera la conciencia aquí es la música ratonera, que por lo general suele ser inocua.
Siempre tratamos de sorprender a los asistentes -o sea, a ustedes mismos- con una oferta distinta cada año, para que la cosa no se haga muy monótona. Y después de un año como este, feo, mal encarado, con oscuras perspectivas, lo mejor será hacer frente a tanta sordidez invitándoles a pasear por un jardín de rosas: el pop británico de los años 60 en su variante femenina, un verdadero estilo en sí mismo. Porque mientras las solistas yanquis de aquella época, muchas de ellas procedentes del country, solían acercarse al pop desde la balada orquestal (cosa que también hacían las británicas de la primera generación, como Petula Clark o Cilla Black), y para escuchar algo más electrizante había que recurrir a los grupos de chicas de la Motown o la factoría Spector, en la Isla no eran solamente los muchachos los que estaban actualizando el beat para llegar a la explosión de colorido que hubo en el trienio dorado 1965/67, sino que también muchas de ellas lo entendieron perfectamente. En su mayoría no llegaron a participar en la invasión británica (por lo general, un negocio para grupos), pero aún hoy se recuerdan unos cuantos nombres gloriosos como los que aquí serán citados en un total de, como siempre, 12+1 selecciones. Y esto es todo: suerte con el próximo año y gracias por aguantarnos; ya no tendrán que hacerlo hasta después de Reyes. Eso sí, vuelvan descansados.
Los años 60 fueron tan brillantes que inevitablemente una buena parte de aquella producción discográfica pasó casi desapercibida: no había tiempo para escuchar todo, ni dinero para comprarlo. Esa injusticia, que afectó por igual a grupos que a solistas, chicos o chicas, se ha ido reparando en lo posible gracias a la afición de mucha gente, joven y vieja, que son ahora clientes de las reediciones. Y gracias a eso se redescubren nombres como el de Glenda Collins, una muchacha muy voluntariosa pero un poco acartonada que había grabado tres singles de baladas blandengues para la Decca hasta que cae en la EMI/Columbia y es descubierta por Joe Meek, un productor visionario, fanático de los sonidos electrónicos y de cuya corta pero fascinante carrera habrá que hablar aquí algún día (suya es la dirección de la revolucionaria “Telstar”, grabada por los Tornados en 1962). Y aunque hay que transigir con las baladas de vez en cuando, Meek convence a Glenda para que grabe también alguna pieza “vanguardista” -estamos en 1965- como esta versión irreconocible del “Thou shalt not steal” de Loudermilk, en la que además la guitarra pertenece a un joven empleado del sello llamado Ritchie Blackmore.
Los años 60 fueron tan brillantes que inevitablemente una buena parte de aquella producción discográfica pasó casi desapercibida: no había tiempo para escuchar todo, ni dinero para comprarlo. Esa injusticia, que afectó por igual a grupos que a solistas, chicos o chicas, se ha ido reparando en lo posible gracias a la afición de mucha gente, joven y vieja, que son ahora clientes de las reediciones. Y gracias a eso se redescubren nombres como el de Glenda Collins, una muchacha muy voluntariosa pero un poco acartonada que había grabado tres singles de baladas blandengues para la Decca hasta que cae en la EMI/Columbia y es descubierta por Joe Meek, un productor visionario, fanático de los sonidos electrónicos y de cuya corta pero fascinante carrera habrá que hablar aquí algún día (suya es la dirección de la revolucionaria “Telstar”, grabada por los Tornados en 1962). Y aunque hay que transigir con las baladas de vez en cuando, Meek convence a Glenda para que grabe también alguna pieza “vanguardista” -estamos en 1965- como esta versión irreconocible del “Thou shalt not steal” de Loudermilk, en la que además la guitarra pertenece a un joven empleado del sello llamado Ritchie Blackmore.
Aquella época gloriosa que se ubica geográficamente en el Swinging London parte, en lo musical, tanto del beat como de los géneros negros que componen ese cajón de sastre conocido como rhythm’n’blues. Y ahí nos encontramos con algunas figuras de largo recorrido: a Elkie Brooks, por ejemplo, la acabarán llamando “la reina inglesa del blues”, nada menos. Nacida en una familia muy musical (su hermano fue batería en los Dakotas), está dotada de una voz impresionante, densa, poderosa, y se da a conocer en 1964 con este “Something’s got a hold on me”, a medio camino entre el pop y el góspel: debutar con dieciocho años y así, ya de entrada, echarse a la cara una pieza popularizada por Etta James… hay que tener valor. Los mods la adoraban, claro. Sin embargo su época más popular serán los 70 al frente de Vinegar Joe (una banda de soul rock) y luego de vuelta a su carrera en solitario.
Otra señorita con perspectivas de futuro es Sandra Alfred, que también en 1964 publica su tercer single, esta vez a nombre de Sandra Barry & The Boys, cuya cara A es “Really gonna shake”. El primero, publicado con su nombre real, era ya del 58, y el segundo, con el seudónimo de “Mandy Mason”, del 63. Cada uno de ellos se publicó en un sello distinto, lo cual da idea de lo difícil que fue para ella conseguir un sitio en el mercado. Sin embargo tenía una voz magnífica, y en esta pieza está muy bien acompañada: esos “Boys” son los futuros Action, que se acabarán convirtiendo en una de esas pequeñas joyas que han edificado la leyenda freakbeat psicodélica británica. En cuanto a Sandra, y tras otros cuantos singles sin pena ni gloria, se reconvierte en los 70 bajo el nombre de Alice Spring al frente de su banda rockera Slack Alice, con la que grabó dos discos grandes, y luego se pasó a la new wave con Darling (un disco más).
Al igual que los Action, otros seres mitológicos como Les Fleur de Lys hicieron horas extras trabajando junto a una cantante solista: la maravillosa Sharon Tandy, sudafricana blanca que llegó a la Isla a mediados de los 60 previo paso por Estados Unidos, donde había grabado para la Stax junto a monstruos del calibre de Booker T & The MG’s (siendo blanca, recuerden) y dejó para la historia algunas canciones memorables. Pero curiosamente, la más popular es una humilde cara B grabada en 1968; se trata de la versión que ella y los Lys hicieron del “Hold on” de Rupert’s People. No se diferencia mucho de la original, pero desde luego la mejora esa voz casi angélica y por supuesto la superior categoría de la banda acompañante. La canción, aun siendo una leyenda en las discotecas de media Europa, no pasó de un éxito relativo y Sharon volvió poco después a su país, donde siguió una carrera discreta durante varios años.
Siguiendo con la “importación”, tengo el gusto de presentarles a otra diosa del Swinging London que cayó allí por casualidad: Patricia Cole, más conocida como P.P. Arnold. Patricia era una de las Ikettes que llegaron a la Isla en 1966 junto a sus jefes, y su voz cautivó a Mick Jagger. Por entonces Andrew Loog Oldham, el manager de los Stones, había creado el sello Immediate y buscaba talentos: Jagger convenció a Patricia para que dejara a Ike y Tina prometiéndole un contrato en el sello, cosa que Andrew cumplimentó de inmediato. A principios del 67 ya tenía material para un LP, lanzado con el sugestivo título de “La primera señora de Immediate”, y aunque no logró grandes ventas la situó como la voz de moda en la Isla, colaborando con Small Faces (esa maravillosa segunda voz en “Tin soldier”, una de las leyendas de la iconografía mod), luego Humble Pie, Stephen Stills, Peter Gabriel… y así hasta hace poco. De aquel primer disco traemos aquí “Am I still dreaming”. Sobran los comentarios.
Más chicas adoradas por los mods: Val McKenna era casi una niña prodigio, puesto que además de grabar su primer single con solo dieciséis años compuso repertorio tanto para ella misma como para otros, lo cual era poco frecuente en este sector del negocio. Resultaba sorprendente su soltura y su afición por el soul pop, que demuestra desde su primer single y que la convirtió luego en una de las figuras de la nostalgia Northern Soul. Participó con grupos de la época y después de unos años como segunda voz en varias grabaciones abandonó el negocio. Pero algunas de sus canciones todavía se recuerdan hoy en los circuitos de baile norteño, como esta “Now that you’ve made up your mind”, grabada en el 65 y de composición propia. Otra gran voz.
Barbara Ruskin es también una chica muy joven con habilidades para componer un repertorio propio, y su carrera en solitario comienza en 1965; pero ya antes, con doce años, había formado parte de un grupo de voces. Su madre le enseñó a tocar la guitarra y a escribir canciones, ocupando una envidiable posición entre el pop y el folk que la hizo bastante popular hasta finales de la década. Cuando se retiró, ya en 1972, entró a formar parte del plantel de presentadores de la BBC; su legado como solista comprende más de una docena de singles, ninguno malo, aunque por supuesto las exigencias de los sellos a veces la obligaban a rebajar su estándar. Esta es una de sus mejores composiciones: “Well how does it feel”, el tercer y último single que grabó en el año de su debut.
Más niñas prodigio; ahora le toca a Beverley Martyn. Con dieciséis años había grabado un single en la EMI como integrante de las Levee Breakers, un trío folkie, pero sin suerte. Y aunque la querencia de Beverley seguiría siendo el folk, su voz privilegiada hizo que la fichase Decca, un sello vetusto que poco después decidió crear un subsello yeyé para atraer a los compradores más jóvenes, tal vez reticentes ante quienes habían rechazado a los Beatles. Así que en 1966 echa a andar Deram y su catálogo se abre con el segundo single de esta chica, cuya cara A resulta muy apropiada para estas fechas: “Happy new year”. Por otra parte, tratándose de una efeméride tan señalada, Decca/Deram no escatimó gastos: compuesta por Randy Newman, el productor es Denny Cordell y entre los músicos contratados están Jimmy Page y John Paul Jones (futuros zepelines) o Nicky Hopkins (¿con quién no trabajó este?). Las ventas fueron discretas pero da igual, es una delicia. Poco después se introdujo de lleno en el mundillo folkie, se casó con John Martyn, participó en grabaciones con él y medio censo más… y aún hace poco seguía en activo.
Resulta lógico que los mods y luego los nostálgicos del circuito northern soul sean citados aquí tantas veces, ya que gran parte del pop femenino de calidad tenía su clientela en ese tipo de público: ellos ya eran feministas antes de que el término se pusiese de moda. Otra de las figuras de ese circuito fue Jackie Trent, que entre su producción, frecuentemente de baladas orquestales, tenía también canciones de clara influencia r’n’b; porque Jackie también escribía gran parte del material que interpretaba, e incluso componía para otros artistas (especialmente durante su relación con Tony Hatch, un clásico del negocio). Su carrera se prolongó hasta bien entrados los años 70, y una de las piezas suyas que más se recuerda de aquellos tiempos es “You baby”, un soul pop orquestado que hizo sudar lo suyo a los bailarines del norte.
Una de las cantantes de más solera en la Isla, aunque no sea muy conocida en España, es Dana Gillespie. Procedente de familia aristocrática, de belleza imbatible y figura relevante del ambiente londinense, la discografía en la que su voz está presente abarca más de 40 discos grandes que van desde el pop o el blues al folk e incluso la psicodelia. Además de haber grabado con la mayor parte de las figuras de los años 60 y 70, desde David Bowie hasta Mick Jagger, trabajó también en musicales como “Jesucristo Superstar”, siendo la primera María Magdalena en el estreno teatral. Su carrera comenzó a mediados de los años 60 con unas cuantas versiones muy personales y otras piezas de músicos amigos como Donovan; suya es esta “You just gotta know my mind” que abría “Foolish seasons”, el primer Lp de Dana, en el 68.
Vamos ahora con la pizpireta Lulu, figura irrenunciable en toda fiesta sesentera que se precie. Consiguió el éxito ya con su primer single, una versión del “Shout!” que habían hecho los Isley Brothers en 1959 y que ella relanza en el 64 con un empuje, un dominio vocal y una actitud –a sus dieciséis años- que deja sorprendida a la clientela. Desde entonces se ha mantenido en la profesión, con algunas idas y vueltas, hasta hoy mismo; incluso en España era relativamente popular, y su consagración aquí llegó gracias a su presencia en el festival de Eurovisión del 69 celebrado en Madrid, aquel en el que hubo un cuádruple empate: España, el Reino Unido, Francia y Holanda fueron las ganadoras. Pero nosotros recordaremos aquí esa “Shout!” que aún hoy se oye de vez en cuando en algunos bares modernos. Y a mucha honra…
Por último, un nombre que resume con la mayor dignidad a toda esta época: Julie Driscoll. Otra chica aventajada que con solo diecisiete años tenía unos gustos muy selectos, desde el blues o el jazz hasta el pop, y que siendo simplemente la coordinadora del club de fans de los Yardbirds ya marcaba tendencia con su aspecto espigado, con una elegancia lineal, distante, que se convirtió en patrón estético (“The Face” fue su apodo, un apodo muy mod). Julie debuta en 1963 con un único single, pero no es hasta dos años más tarde cuando su voz comienza a hacerse conocida junto a Rod Stewart, Brian Auger y Long John Baldry en Steampacket, un grupo de corta vida que sin embargo se ha hecho mítico por la proyección que tuvieron todos sus integrantes: sin haber publicado una sola canción en su momento, las escasas grabaciones en cinta de las que se dispone se siguen reeditando cada poco tiempo. Auger, uno de los mejores teclistas de órgano Hammond por entonces, crea a continuación su propia banda The Trinity, a cuyo frente vemos a una Julie que ya puede con todo, desde la versión cósmica de “This wheel’s on fire” de Dylan (que acabó por convertirse en la canción más recordada del grupo) hasta la que hace del “Save me” de Aretha Franklin y que durante mucho tiempo fue una estándar en los night clubs londinenses y de muchos otros lugares. En los años 70 alternó su carrera en solitario con participaciones junto a otros músicos, pero nosotros la recordaremos hoy con esa clásica negroide.
Y la selección 12+1 ya saben ustedes que va siempre fuera de programa, pero nunca del todo. En este caso se trata de un trío de señoritas, o sea, que no hay una solista a la que destacar; pero lo más interesante es que hay una “conexión española”. Verán: resulta que el trío en cuestión, llamado inicialmente The Three Bells, había grabado algunos singles en la onda del soul pop sin mucha repercusión, y decidió cambiar su nombre a The Satin Bells. Sin embargo no mejoró su situación, y finalmente comenzaron a trabajar el mercado continental; es entonces cuando su carrera se cruza con la de Juan Pardo, que por entonces grababa en la Isla y las contrata como voces de acompañamiento, e incluso les patrocina la grabación de un single que se publicará en varios países europeos y que contiene una canción titulada “Come c’mon”, escrita entre Roger Greenaway (un compositor y productor muy solicitado en aquella época) y el propio Pardo. Se publicó en 1969 y ese punto sensual tan de la época les dio bastante juego en las discotecas; incluso llegó a escucharse en las emisoras patrias con cierta frecuencia. A ver qué les parece:
Bien, pues la fiesta termina ya. Espero que hayan disfrutado con este espléndido ramillete de voces, y deseo que las fiestas no acaben con ustedes. Aquí les dejo el regalillo empaquetado, como en todas las fiestas, y ojalá en el recuento de Enero sigamos todos en perfecto estado. Hasta entonces...