Por lo visto, parece que el fin del mundo no era para tanto; otra cosa es que sobrevivamos a las fiestas continuas que pueblan el calendario hispano hasta después de Reyes, con los excesos gastronómicos y espirituosos que son del caso. Pero como lo que cuadra en estas fechas es la juerga, creo que lo mejor será dejarlos a ustedes en paz por unos días: nada de rollos patateros, no teman. Hoy toca baile. Y como estamos metidos en los primeros años 70, tan rockeros ellos, habrá que recurrir a ese material (bueno, más o menos) para montar nuestra improvisada discoteca. Como saben ustedes, la norma del local es pinchar doce piezas más una. Así que encendemos los platos, verificamos las luces y allá vamos.
Podemos comenzar por una de esas piezas letales que conmocionó las listas de éxitos y por supuesto las discotecas en aquella época: “The ballroom blitz”, una de las canciones más cañeras en la historia de los Sweet. Una banda que estaba a punto de separarse tras unos años en que lo habían intentado casi todo, desde la psicodelia hasta el pop babosete, y que con la llegada del glam revivieron. Es cierto que ellos, como otros, estuvieron dirigidos por unos sagaces productores y letristas (Mike Chapman y Nick Chinn, en este caso), pero el resultado es lo que cuenta. Y el resultado es esta joya del glam-metal que ha quedado como uno de los momentos más brillantes de un género injustamente despreciado.
A la sombra del glam florecieron algunos grupos que, sin tener conexión real con el género, se vendieron en el mismo paquete por similitudes estéticas o de actitud. Este fue el caso de los Rubettes, cuyo estilo original se basaba en el duduá. Estamos entonces ante una banda revivalista, dirigida por dos viejos zorros del negocio: Tony Waddington y Wayne Bickerton, cuyo impresionante listado de clientes abarca desde Petula Clark o Tom Jones hasta los mismísimos Giles, Giles & Fripp. Son unos señores que, como ven ustedes, no le temen a nada y que compusieron para los Rubettes la que sería su primera y más legendaria canción: “Sugar baby love”. El título lo dice todo. Si alguno de los que lee esto vivió la época, seguro que recuerda al personal bailando al mismo tiempo que hacía los coros. Emocionante. Y luego dicen de los negros y el góspel…
Para despedirse del glam con todos los honores, no cabe duda de que Bowie es la persona indicada: en 1974 dice adiós al género con su LP “Diamond dogs”, en el cual viene contenida “Rebel, rebel”, un cañonazo que hizo echar humo en los platos discotequeros de medio mundo. Y aunque algunos mal pensados sugieren que esta pieza es una "versión" afortunada del “Satisfaction” de los Stones… bah, se le puede perdonar. A fin de cuentas estamos hablando del rey del reciclaje, ¿no?
Y… sí, claro. Los Stones. Cómo no. Había unas cuantas piezas suyas que sonaban insistentemente en las discotecas. Y considerando la época en la que nos hallamos, yo creo que la majestuosa “Brown sugar” es de las más representativas: parece hecha adrede para bailar, y por supuesto fue el primer single extraido de “Sticky fingers” su disco del 71, tan famoso por tantas razones.
Hasta los grupos menos sospechosos de discotequeros nos sorprendían a veces con alguna pieza que, sometida al veredicto del público presente en la pista, merecía pasar al repertorio de inevitables. Este fue el caso de los Moody Blues, que terminan su época dorada en 1972 con la publicación de “Seventh sojourn”, uno de sus mejores discos y que se cerraba con “I’m just a singer (in a rock and roll band)”, pieza tremebunda que nos tuvo muy entretenidos por mucho tiempo y que por supuesto fue cara A de su single más vendido desde aquella revolución de blanco satén. Juzguen ustedes mismos.
Y si los Moody Blues pueden resultar extraños a una pista de baile, ¿qué me dicen de Pink Floyd, eh? Eso ya es lo último, pensarán ustedes. Pero donde menos se espera puede saltar la sorpresa: entre las bandas sonoras que hicieron los Floyd se halla la que Barbet Schroeder les encargó para su película “La vallée” (una historia un poco pesadita, la verdad) y que fue publicada en 1972 con el título de “Obscured by clouds”. El disco, dentro del tono general de los Floyd por entonces, era bastante digno aunque no fuese de los más populares. Bien, pues una de sus piezas más notables es la sorprendente “The gold it’s in the…”, que irritó un poco a sus fans más serios pero que los demás recibimos con los brazos abiertos.
Los personajes como Steve Marriott están marcados por unos estilos muy evidentes. Y, más tarde o más temprano, vuelven a ellos: Humble Pie fue una banda en la que Steve trató de convencernos de su “actualización”, de que el boogie rock también estaba entre sus preferencias. No lo negamos. Pero amigo, al final la cabra tira al monte. Y en 1973 llega a las tiendas un disco doble titulado “Eat it” en el que sí, hay boogie rock; pero también r’n’b y sobre todo una pieza, la que abre el disco, que nos puso los pelos como escarpias: “Get down to it”, apoyada por las voces de las Blackberries, un trío de negritas que, desde que se presentan con sus “oooohhh” elevándose al cielo, ya nos avisan de que estamos ante algo grande. Snif… gracias, Steve. Te queremos, estés donde estés.
Ya se pueden imaginar que los piques entre disc-jockeys no son nada nuevo. En España, por aquella época, había muy poco material explícitamente discotequero, lo cual obligaba a los más inquietos a echarse horas y horas repasando entre sus discos propios o buceando en las tiendas a la caza de la sorpresa que hiciese enrojecer de envidia a sus competidores. Y de paso se descubrían grupos exóticos: Omega, por ejemplo. Se trataba de una banda ¡húngara! que al parecer era la más famosa en su país (estamos hablando de la época en la que aún existía el Muro). Y por un extraño azar del destino llegamos a ver parte de su obra publicada aquí. Se trataba de un grupo de hard rock un poco denso y oscuro, como casi todos los del Este; pero su primer disco para el mercado europeo se abría con esta magnífica “Everytime she steps in” que inmediatamente pasó a formar parte del arsenal de algún dj afortunado. Y Omega, con el tiempo, se hizo muy popular entre los rockeros de toda Europa.
Ah, pero el enemigo no descansa: en otra de las extrañas decisiones de la siempre imprevisible industria discográfica española, resulta que aparecen aquí algunos discos de Henry Gross, uno de los fundadores de aquella banda de frikis del rock and roll clásico llamada Sha Na Na. Seamos honrados: salvo su fugaz aparición en Woodstock, casi nadie se había molestado en oírlos (para ese género ya teníamos a los Flamin’ Groovies, infinitamente mejores). Así que la cosa pintaba mal para el señor Gross, que incluso en su propio país no pasó de dos o tres éxitos en single a pesar de su larga trayectoria. Y como era de esperar, pronto acabó en las cajas de “dos por uno”. Bueno, pues ya que están baratos a ver qué tal suenan. Y resulta que sonaban bien, y que incluso algunas piezas como “Dixie spider man” eran perfectas para bailar...
La mayoría de los países de Europa continental tenía algún grupo del que presumir, y Alemania más de uno. Dejando aparte a CAN o Amon Düül II, que jugaban en otra liga, los más populares fueron Birth Control, con una extensa carrera a medio camino entre el rock progresivo y el hard. Y en 1972, incluida en el LP “Hoodoo man”, viene la canción que los consagró además de llegar a ser una verdadera plaga en las discotecas de medio mundo: “Gamma ray”, con su ritmo ponzoñoso. La pieza dura diez minutos; aunque tuvieron buen cuidado en hacerla asequible para el formato single, ya que la primera parte es cantada y más marchosa mientras que la segunda es casi instrumental y un poco pesadita. Por tanto será suficiente con esa primera parte, que fue la cara A del single, para que quien no la conozca se haga una idea de lo que llegamos a sudar los occidentales con ella.
Otros generadores de sudor fueron los canadienses Bachman-Turner Overdrive con su primer LP (bueno, y con los siguientes). Randy Bachman, su líder, había abandonado tiempo antes a los legendarios Guess Who y además se proclamaba mormón, lo cual nos hizo temer que nunca volveríamos a saber nada de él. Pero se ve que al final pudo compaginar la fe con el rock, y el resultado fue una irrupción flamígera que nos abrasó desde 1973 y por mucho tiempo con piezas como este “Gimme your money please” que abría su primer LP. Sí, también salió en single, especialmente para las máquinas de los bares: del disco grande, casi todo era material de primera calidad en las discotecas.
1975 es el año en el que nos llega el último single de la pareja más tremenda que jamás haya sonado en una pista: Ike y Tina Turner, por supuesto. Está a punto de comenzar su largo proceso de divorcio, y aunque habrá otras grabaciones en LP ese single es la traca final. Se titula “Baby get it on”, probablemente lo más salvaje de toda su carrera. Justo por entonces, al calor de la oleada funky que estaba arrasando las pistas, la industria discográfica comenzó a editar un formato alternativo: esta pieza apareció también bajo el sello “especial discotecas” en tamaño LP con duración ampliada y más espacio entre surcos para soportar el tremendo trabajo que le esperaba. Y esa es la que oirán ustedes: son cinco minutos y medio, pero aun así se hace corta.
Y llegamos a la 12+1, que como siempre se presenta fuera de programa. La canción, de 1966, se titula “Gimme some lovin’” y figura a nombre de Spencer Davis Group. Y dirán ustedes: ¿Y esta qué pinta aquí? Pues verán, el asunto es el siguiente: son ampliamente conocidas las dos versiones que los SDG publicaron de esta canción, una para el mercado europeo y otra para el americano. Pero pocos fans recuerdan que allá por el año 74 Steve Winwood se encerró en el estudio con las cintas de esa canción y añadió su personalísimo toque de guitarra en un punteo celestial que redondea la pieza, a la que por otra parte modificó ligeramente la ecualización. Lo triste es que su propio sello no se lo tomó muy en serio (bah, un caprichito de Stevie), no gastó pasta en mejorar el sonido y publicó el single casi de tapadillo, sin promoción y en pocos países; entre ellos España, aunque siguiendo la tónica general fue un visto y no visto. Esta versión, para mí la mejor de las tres, dura casi un minuto más y que yo sepa no se ha reeditado en CD (llevo unos cuantos años en contacto con clubs de fans de medio mundo y nadie sabe nada). Así que he tenido que recurrir a mi sufrida copia: está un poco machacada por el uso, pero aún suena bastante bien. Y sí, se oyó en más de una discoteca nacional.
Bueno, pues esto es todo. Espero que hayan disfrutado con el baile y les deseo una feliz resaca de Navidad y Año Nuevo (más otras que habrá por el medio, seguramente). Y por supuesto, aquí tienen el correspondiente regalo: el paquetillo con todas las canciones que integran esta fiesta.