Una vez que hemos dejado atrás a las dos bandas más “conflictivas” del momento, creo que hoy podremos despachar a otras dos sin muchos agobios de espacio. Se trata de los Kinks y Pink Floyd, representantes de dos estilos completamente distintos pero cuya valoración este año es muy parecida: aunque han de hacer frente al brillante recuerdo de los discos publicados el año anterior, salvan el expediente con dignidad.
Los Kinks, reconozcámoslo, han perdido parte del gran poderío que tuvieron en los años 60, aunque en esta década nos sorprenderán de vez en cuando con algunas obras realmente notables. En 1971 andan muy ocupados, ya que se despiden de Pye -su sello de la era fulgente- con la entrega de la banda sonora para “Percy”, una comedia llevada al cine; fichan por la RCA, que les adelanta un millón de dólares por cinco discos en cinco años; con ese dinero fundan los estudios Konk (aunque de momento no grabarán allí) y… ufff… finalmente presentan el primero de esos cinco discos en el nuevo sello: “Muswell hillbillies”. Tanto trajín, aparentemente, no puede ser bueno; y sin embargo ambos trabajos merecen ser recordados. De la película ”Percy” no puedo decir nada porque no la he visto, pero no dudo que gran parte de su vena humorística se debe a lo estrafalario del guión: un tal Edwin pasea tranquilamente por la calle cuando de pronto le cae encima un fulano desnudo agarrado a una lámpara. Y la mala suerte del difunto (a saber qué estaría haciendo en casa) es contagiosa, porque en la caida Edwin sufre la amputación de su miembro viril. Pero tranquilos: Edwin será el primer receptor de un trasplante de tal miembro, precisamente el miembro del que se ha caido por la ventana y que por lo visto gastaba un buen tallaje. Por cierto, Percy es el nombre que Edwin da a su nuevo adminículo. La risa está garantizada, supongo.
Nuestros amigos no se complican la vida ante un guión como ese, y salvo por algunas piezas intrumentales y arreglos de orquesta, gran parte de la banda sonora podría figurar perfectamente en cualquier obra contemporánea del grupo: “God’s children”, “Animals in the zoo” o “Dreams” llevan su sello. Y hay también algunas piezas de estilo americano, como el blues instrumental “Completely” o el country “Willesden Green” cantado por John Dalton, el bajista, que luce una voz muy a lo Elvis. Ah, y una curiosa versión instrumental de “Lola”, muy agradable… pero el disco pasó casi desapercibido, tal vez porque la idea de “banda sonora” parece que ahuyenta a los fans de la música popular. Que por supuesto prestarán mucha más atención a “Muswell hillbillies”, el primer disco de los Kinks en la RCA, y que llega a las tiendas a finales de Noviembre; un disco que para empezar ha de enfrentarse con la estela de su predecesor, “Lola versus powerman…”, que ha quedado como uno de los más memorables del grupo. La tarea se antoja complicada.
En la carrera de los hermanos Davies y compañía las letras han tenido una gran importancia, especialmente por su carga social, y este es uno de los mejores ejemplos: el pelotazo del ladrillo se está llevando por delante aquellas encantadoras casitas con jardín diminuto que disfrutaba la clase obrera en los alrededores de la City, especialmente en los barrios del norte; y uno de ellos es Muswell Hill, el barrio de toda la vida para Ray y Dave, un “anacronismo victoriano” según dicen los señores del cemento. Todos los que ya tenemos una edad y hemos visto caer muchos “anacronismos” podemos entender perfectamente a los Davies, creo yo. Ray se muestra muy afectado por una modernidad a toda marcha que le supera, que no acepta, y lo refleja muy bien en “20th Century man”, la pieza que abre el disco además de ser la cara A de su nuevo single: otra de esas canciones inolvidables en la historia de los Kinks, como lo es “Acute schizophrenia paranoia blues”, que con ese título se define sola. Y el disco sigue fluyendo con recordatorios al music hall (“Holiday” o “Alcohol”) o cruces entre country, folk, bluegrass y rock que a veces recuerdan vagamente a los Stones. En resumen tenemos otro buen disco para llevar a casa, a pesar de que como dije arriba el recuerdo de “Lola” no le hace ningún favor y sus ventas fueron modestas; aunque parece que de un tiempo a esta parte comienza a ser reconocido: tal vez las nuevas generaciones sepan verlo de otro modo.
Y ahora los Floyd, que viven una extraña contradicción. “Atom heart mother”, publicado el año anterior, ha sido su mayor éxito hasta entonces, pero no se sienten satisfechos en absoluto: según ellos, fue un disco de compromiso que les gustaría olvidar. Y no solo eso, sino que además se muestran en desacuerdo con Norman Smith, el productor que los ha acompañado desde el principio de su carrera. La consecuencia será que ellos mismos producirán personalmente sus discos a partir de ahora y por mucho tiempo. En cierto modo se sienten agobiados por culpa de las giras continuas que les impiden centrarse y elaborar nuevo material, sobre el que tampoco tienen ideas claras. Esa situación es la que explica el largo proceso de creación de “Meddle”, su nuevo disco, ya que las primeras sesiones comienzan a principios de 1971 pero no lo tendrán rematado hasta Agosto: entre gira y gira, se echan horas desarrollando acordes que luego desechan para volver a empezar. Sin embargo los Floyd tienen un sonido muy determinado, un estilo claro que, guste o no, será permanente. Y eso simplifica mucho las cosas: son los reyes del progresivo/depresivo, de los lánguidos desarrollos, del tono somnoliento que hizo decir a alguien, hace muchos años, que “Pink Floyd hace música para yonkis”. Bueno, tal vez habría que matizar semejante frase, aunque…
Al final, de estudio en estudio, hora tras hora, van creando el armazón de unas cuantas piezas, suficientes para completar “Meddle”. La gran diferencia con su predecesor es que han abandonado los sonidos orquestales que dan a “Atom heart mother” su tono épico en favor de una mayor simplicidad, recurriendo únicamente a sus instrumentos y a la inclusión de algunos sonidos inesperados pero procedentes del mundo real (un truco que van a emplear a partir de ahora con bastante frecuencia). La cara A se abre con una de mis preferidas (aún hoy): “One of these days”, un desarrollo instrumental en el que el bajo de Waters surge a través de la ventisca y nos lleva de paseo con un escala obsesiva en la que irrumpe ocasionalmente el órgano acompañado por un platillo grabado al revés; luego la cosa se va complicando. A continuación vienen tres canciones muy Floyd, con algunas escalas imaginativas y ese tono derrengado con la triste voz de Waters que tanto gusta a sus fans (la languidez que he dicho antes). Ah, y la cara termina con “Seamus”, una especie de blues con guitarra acústica, armónica y piano, todo sonando muy apagado, casi en la onda Stones cuando van de bajada… en la compañía de un perro y sus gruñidos. Y al darle la vuelta al disco encontramos otra de las piezas de culto de este grupo: “Echoes”, que ocupa toda la cara B. Comienza con un “ping” repetitivo que tantas veces hemos oido en las películas de submarinos y luego viene un desarrollo bastante bien planteado aunque demasiado largo (más de veinte minutos), con algunas fases que a mí ya me aburrían por entonces. En conjunto, estamos ante otro de los discos más alabados por los fans de pata negra, esos que consideran que la época dorada de los Floyd termina con “Dark side of the moon”. Y no seré yo quien les lleve la contraria, aunque tampoco me importa mucho este tipo de discusiones.
Seguiremos informando. Y perdón por esta despedida tan lacónica, pero para redactar estas entradas antes he de dar un repaso a los discos; en la zona más polvorienta de mi colección andan los Floyd, y ya se pueden imaginar el porqué: con todo el respeto debido a sus fans, estos señores me cansan mucho. Creo que, de las bandas grandes, es de las que peor ha soportado el paso del tiempo... pero no me hagan mucho caso. Será la edad. La mía, digo.