Sí señor, ya estamos metidos otra vez en las navidades, el Fin de Año y demás excesos alcohólico - gastronómicos. Aquí he recordado más de una vez esa conocida sentencia que afirma que a medida que uno se hace mayor el tiempo pasa más rápido; por mi parte, ya casi prefiero contar el paso de las semanas que el de los días, que me resulta vertiginoso. Y sospecho que a la mayoría de los escasos pero fieles visitantes que vienen a este bar debe de pasarles algo parecido, porque aquí mucha juventud no veo.
En fin, a la vejez viruelas (siempre hay un refrán para cada caso). Como ya saben ustedes aquí celebramos la llegada de estas fechas con una fiesta, que cada año procuramos amenizar con un tipo de música distinto para que no se me aburran. Aunque este año la novedad va a serlo solo en parte: escucharemos piezas instrumentales de los años 70. Y digo que solo en parte porque ya hemos tenido una fiesta dedicada a esa década y otra a las músicas sin palabras; pero en el primer caso eran piezas cantadas, y en el segundo nos centramos en los años 50/60 (que fue la edad de oro de ese estilo). La década de los 70 no fue muy prolífica en ese sector, pero buscando aquí y allá he conseguido reunir la cantidad de 12+1 selecciones, que como ustedes saben es el número preceptivo en este local. Así que vamos a ello:
Comenzaremos con una cuya historia es un tanto rocambolesca: se titula “Groovin’ with Mr. Bloe”, y fue un éxito legendario a nivel europeo; sin embargo sus compositores son yanquis, de la escudería de Buddha Records, y por lo tanto procede del chicle pop. En 1969 se publicó por primera vez allá como simple cara B del primer single de los Wind, un grupo que solo llegó a grabar uno más; ese single se escucho en algunas emisoras británicas, y en la BBC se equivocaron de cara tal vez pensando que esta pieza era la estrella, ya que la A era un poco blandita. El caso es que un directivo del naciente sello DJM la escuchó y decidió regrabarla con músicos de su estudio, a los que reunió bajo el poco original nombre de “Mr. Bloe”: en verano de 1970 la pieza se convirtió en “viral”, como se diría ahora, y llegó al top 5 en media Europa (España incluida). La DJM intentó aprovechar el rebufo con unas cuantas piezas más, pero a Mr. Bloe ya le había pasado el momento de gloria. Entre los músicos oficiales del sello por entonces estaba un tal Elton John, que pronto sería su estrella principal pero que de momento figuraba como "chico para todo": ya había grabado algunas piezas de relleno y participó en la primera sesión de esta; sin embargo, al final fue sustituido. Y aquí la tienen ustedes; tal vez no recuerden el título, pero en cuanto la escuchen…
La transición entre una década y otra fue realmente convulsa, y está trufada de momentos memorables como el primer disco grande de Mott The Hoople, que se publicó en la Isla a finales de 1969 pero comenzó a circular por el resto del mundo al año siguiente. El disco se abre con una versión del “You really got me” de los Kinks, un hecho que en sí mismo no tiene nada de raro: se han hecho muchas. Pero la originalidad está en que se trata de una instrumental, y eso sí que tiene su mérito; por otra parte el ritmo se ralentiza y el sonido tiene mayor profundidad, con lo cual estamos ante una recreación en toda regla. Al final resulta ser un excelente inicio para un disco que mereció mejor suerte (sigo pensando que fue de los mejores de este grupo).
Las escasas bandas de jazz rock isleñas vivieron su corto momento de gloria a finales de los 60, cuando el progresivo aún estaba comenzando y resultaba un estilo novedoso. De todas ellas la más interesante fue Colosseum, que tenía muy amplios recursos: sus tres discos oficiales, publicados entre 1969 y 1970, son realmente magníficos, por no hablar del doble directo. Y hay una pieza instrumental que siempre me ha gustado porque es un cruce de muchos estilos e incluso tiene un cierto sabor español: “The grass is greener”, que en los States se incluyó en un refrito con ese mismo título en 1970 y en Europa figuraba en un recopilatorio titulado “The collector’s Colosseum”, del año siguiente. Su desarrollo es magistral, con zonas apacibles y otras grandiosas, de puro clímax; son siete minutos y medio que se hacen cortos.
La tentación de atacar el repertorio de la música sinfónica es tan vieja como la industria discográfica, e incluso en ese sector hay varias categorías: al lado de los grandes monstruos como Keith Emerson o Rick Wakeman, surgen a veces músicos que solo intentan rentabilizar una pieza aislada. Y aquí tenemos otra historia curiosa, al estilo de Mr. Bloe: una banda británica llamada Jigsaw, cuyo estilo anda a medio camino entre pop y rock, consigue en 1970 grabar su primer disco grande bajo el título de “Letherslade farm”. Ese disco incluye una pieza que no tiene nada que ver con su repertorio, una versión de “Jesús, alegría de los hombres”, cantata de Bach de la que eliminan la letra, aceleran su melodía y publican también como single a principios del 71, sin éxito. Pero Tom Parker, un viejo zorro del negocio que es músico de sesión, compositor y productor, le ve posibilidades y la regraba con otros colegas. Al igual que en el caso de “Mr. Bloe” las modificaciones son mínimas, pero consigue un éxito de parecido calibre: “Joy”, que así se bautiza, copa las listas occidentales en 1972. El supuesto “grupo” que lo interpreta lleva por nombre Apollo 100; llegaron a grabar dos o tres discos grandes repletos de versiones de todo tipo, que tuvieron unas ventas discretas en la Isla.
De vez en cuando también algunas novedades continentales llegan a competir con las isleñas: Holanda, como Alemania, ha tenido siempre un ambientillo muy interesante, y el rock progresivo va mucho con el carácter de ese tipo de países. Así que no es extraño que allí surgiese un grupo como Focus, la mayoría de cuyos miembros son de formación clásica pero al mismo tiempo muy actualizados. Y aunque el paso del tiempo no les ha favorecido (como le pasa a la mayoría de los grupos progresivos), hay que reconocer que algunas piezas suyas tienen mucho mérito; este es el caso de “Sylvia”, contenida en su tercer disco grande, del 73, y que junto con “Hocus Pocus” (también instrumental aunque aderezada con un canto tirolés) forma la pareja de composiciones más popular y reconocible de esta banda.
Por supuesto en los Estados Unidos siempre hay donde elegir, sea el estilo que sea; y tratándose de alguien tan versátil como Frank Zappa, la satisfacción está garantizada. Una de las obras cumbres de don Francisco es “Apostrophe”, un disco publicado en la primavera de 1974 y en el cual se rodea de individuos muy notables; en concreto, para atacar la pieza que le da título tiene a Jack Bruce al bajo y a Jim Gordon en la batería. No hace falta decir más. Todo el disco es tremendo, y uno de los más populares en la historia de un músico que llegó a grabar no se sabe exactamente cuántos, pero esta en concreto yo diría que es la guinda del pastel.
El folk norteño es una fuente inagotable, tanto por sus canciones como por las piezas instrumentales, y en consecuencia su fusión con el rock dio origen a un buen montón de grupos británicos. También en Irlanda los hubo, aunque en términos comerciales (dejando aparte a los venerables Dubliners o Chieftains, que son más puristas) solo uno consiguió llegar a la altura de sus colegas de la isla grande: los Horslips, que comenzaron siendo los más brillantes embajadores del rock céltico y en sus últimos años una banda bastante cañera que intentó entrar en el mercado yanqui con poco éxito. En 1974 publicaron su tercer disco grande, “Dancehall sweethearts”, que incluía una espléndida versión de la emocionante “King of the fairies”, pieza cuyo rastro llega hasta un grupo de canciones de baile del siglo XVIII; pero esta con la particularidad de que la leyenda le atribuye un poder convocatorio: si se toca tres veces seguidas, el Rey ha de presentarse en la fiesta. Para estar a la altura de tal embrujo, los Horslips hicieron un video con una supuesta actuación al estilo Beatle, sobre la terraza del Banco del Irlanda. Si alguien busca una definición rápida y ajustada del rock celta, este es el mejor ejemplo.
Manfred Mann es un músico sudafricano cuya especialidad son los teclados, y desde su llegada a la Isla en 1961 ha sido una de las figuras recurrentes en la historia musical del país hasta casi ahora mismo. Comenzó dirigiendo una de las bandas más populares de aquella década con un rango de estilos que abarcaba desde el r’n’b hasta el pop, y que disolvió en 1969 para crear Manfred Mann Chapter III, más centrada en el jazz; pero la cosa no funcionó, y en 1971 se reinventa al frente de la la Manfred Mann’s Earth Band, que en cierto modo es una evolución de su primer grupo pero con un sonido mucho más actual y teclados electrónicos. Esa mezcla de rock con tintes progresivos pero con buenas melodías (más algunas versiones de Dylan, uno de sus ídolos), se hizo muy popular a mediados de la década de los 70. Y justo en 1975 se publica su sexto disco, “Nightingales and bombers”, una de cuyos temas estrella es esta pieza anfetamínica: “Countdown”.
Otra agrupación ya muy veterana en este negocio es Hawkwind. Son posiblemente los creadores de lo que se dio en llamar “rock espacial”; en cierto modo, podríamos decir que son la versión heavy de Gong. El número de músicos que ha pasado por esa banda es incontable, como también lo es su producción discográfica; si además tenemos en cuenta que ha habido formaciones y grabaciones alternativas bajo otros nombres como Hawklords o Hawkind Zoo, comprenderán ustedes que reunir esa discografía puede convertirse en una de las mayores torturas para un coleccionista (o un mayor placer, según su grado de masoquismo). Un ejemplo: en 1975 se publicó un single cuya cara A (“Kings of speed”) figuró después en su nuevo disco grande, mientras que la B (“Motorhead”) no. Para los fans del ex-Hawkwind Lemmy aquello los trajo de cabeza, ya que esa es la pieza fundacional de su nueva banda, pero el problema con la cara A no es menor: grabaron también una versión instrumental de la que no se tuvo noticia hasta varios años después, cuando apareció en otro single a nombre de Hawkind Zoo, y mucha gente piensa que es mejor que la primera. Afortunadamente, gracias al invento de los cedés, hoy no resulta difícil localizarla.
Llegamos a la cumbre de los nombres intemporales con Bowie. En el segundo quinquenio de los 70 ya ha encontrado un nuevo personaje que le acompañará hasta el final de la década: el Duque Blanco. La influencia de las bandas alemanas sobre su música, ahora más electrónica y cerebral, lo lleva a grabar un trío de discos llamado justamente así, la “trilogía alemana”. El segundo resultó ser el más popular, por el enorme gancho de su tema central: “Heroes”, verdadero himno para una generación o puede que dos. Pero como esta es una fiesta sin palabras vamos a la cara B, que se abre con una pieza muy curiosa titulada “V-2 Schneider” y que Bowie compone como homenaje a Florian Schneider, miembro de los Kraftwerk, una de sus grandes referencias en esta época. Por otra parte recordarán ustedes que los temibles V-2 fueron aquellos misiles balísticos que machacaron la Isla y casi acaban con los británicos. Escuchando la ominosa entrada de este “homenaje”, con ese sonido inquietante, llega uno a la conclusión de que Bowie tenía un extraño sentido del humor, por decirlo así.
A partir de 1976, con la llegada del punk y la new wave, la situación cambia completamente: en vez de música muy elaborada, con largos desarrollos, profundidad y, por qué no decirlo, con exceso de afectación a veces, lo que se busca ahora es la inmediatez, las piezas cortas y contundentes; la frescura, en resumen. Una frescura que por supuesto puede ser también la excusa para tapar las carencias de muchos músicos que no llegan a dominar sus instrumentos, pero no se puede pedir todo. Por esa razón, las piezas instrumentales serán muy escasas; pero en poco tiempo algunos comienzan a coger soltura, y de vez en cuando nos sorprenden con piezas vitamínicas como esta “Walking distance” que figura en el segundo disco de los Buzzcocks, titulado “Love bites”, del 78. Recordarán ustedes que en esa banda, creada justo en el 76, se dieron a conocer dos personajes fundamentales en la escena británica: su líder era Pete Shelley; pero en un principio ese liderazgo fue brevemente compartido con Howard Devoto, que se marchó muy pronto para crear Magazine, otro nombre mítico para el futuro.
Se completa la docena con otro de esos grupos que, como Buzzcocks o Magazine, se consideran ahora “de culto” (lo cual nunca está claro si es bueno o malo para ellos): los Monochrome Set. Corresponden a la fase post punk, es decir, la segunda generación, y su creatividad es muy amplia; su única conexión con el punk es su tendencia a las piezas cortas y de diseño simple, pero bajo esa apariencia hay mucho más trabajo del que parece. Son un grupo contradictorio, indefinible, mezcla de surrealismo, new wave, películas de terror serie Z, sonido surf, acordes que recuerdan al spaghetti western… En fin: comprenderán ustedes que para algunos frikis entre los que me cuento, esta es otra de esas bandas adorables que alegran la vida. Ah, y tras algunas idas y vueltas siguen aún en activo, aunque por supuesto su edad de oro pasó hace mucho tiempo; de esa edad es “Lester leaps in”, procedente de su segundo single, en el 79.
Y la selección 12+1, la que nunca figura en el programa, es una prueba de que aún quedan músicos herederos de aquella tradición de los 60 basada en teclados vitamínicos y ritmos bailables. Hace dos años, cuando hicimos la primera fiesta sin palabras, esta selección estuvo ocupada por Big Boss Man, un trío fiel al órgano Hammond y las percusiones sesenteras, que había publicado un nuevo disco muy poco antes. Da la impresión de que ese trío ya no existe; pero su líder, que se hace llamar The Bongolian y ya había comenzado una carrera en solitario antes de la creación de ese grupo, tiene nuevo disco a su nombre, el quinto: se titula “Moog maximus” y vio la luz este verano. Ahí vienen piezas tan alegres como este “Londinium calling”, que por supuesto no tiene nada que ver con los Clash pero sugiere que en esa ciudad siempre hubo y habrá más de una alternativa musical (Londres es también la ciudad en la que se domicilia el tal Bongolian). Lo dicho, que este estilo no muere.
Bien, pues ya hemos llegado al final de la fiesta navideña. Como siempre, tras los atracones sólidos y líquidos que se otean en el horizonte, les deseo un venturoso tránsito; no solo intestinal, sino también de un año a otro. Que 2017 les sea propicio, o al menos que no resulte peor que este. Y por mi parte, aquí les dejo el paquetillo que contiene las piezas de la fiesta más un pequeño regalo sorpresa. Muchas felicidades, y el año que viene volveremos a “vernos”.