Después de nuestra agradable excursión playera, toca entrar en el segundo quinquenio de la década. Y a la sombra de los Byrds, la efervescencia musical de la ciudad sube de tono: a finales de 1965 ya están comenzando a actuar en algunos locales otros dos grupos que en muy poco tiempo se harán famosos. Esos dos grupos, que además comparten algunas características comunes, son Love y Doors.
Love: es decir, Arthur Lee y su banda. Lee será recordado, entre otras cosas, por la rareza de ser negro y sin embargo elaborar una música muy lejana a su raza. Aunque en sus comienzos, a principios de la década, probó fortuna con el r'n'b (el nombre de su primer grupo, "Arthur Lee & The LA's" recuerda sospechosamente a Booker T. & The MG's), e incluso llegó a componer y producir piezas de ese tipo para otros, la revolución que supusieron los Byrds le hace reafirmarse en la sospecha que ya tenía tras haber oído a Dylan: el folk-rock era el futuro. Con un puñado de maquetas en las que destacan las composiciones hechas entre él y Bryan McLean, el otro guitarra y cantante, consiguen llamar la atención del gran Jac Holzman, uno de los más brillantes managers y productores de la divina Elektra, quien los ficha de inmediato.
Y el resto ya es leyenda: partiendo del sonido Byrds, la exuberante mezcla de folk-rock, blues y pop con un toque ácido y reminiscencias hispano mexicanas (¡esas trompetas fronterizas, por Dios!), la extremada finura de sus melodías, la pasión arrebatadora con la que Lee cantaba, hacen de Love uno de los grupos más exquisitos de la década. Lo curioso es que siempre fueron más populares en Europa (en la Isla, especialmente) que en los Estados Unidos, a pesar de su aire hippy, pero eso ya da igual. Sus tres primeros discos son fundamentales para todo aquel aficionado que crea tener un mínimo de sensibilidad; sobre todo el tercero, el legendario "Forever changes", que figura en algunas listas como el mejor disco en la historia del rock: aun admitiendo que el término "rock" es tan difuso como aleatorio y que esas listas no valen de nada, el dato es significativo.
Claro que una cosa es su producción discográfica y otra los incidentes que jalonaron su existencia: las drogas de todo tipo, las riñas internas, los malos rollos ("Love". Qué ironía.) acabaron con ellos. Tras la publicación de "Forever changes", Lee despidió a toda la plantilla y reclutó nuevos músicos para grabar su decepcionante cuarta obra, "Four sail": el resto ya fue una caída en picado. Pero esos tres primeros discos son suficientes para que Love figure con todos los honores en el Olimpo de los años 60.
A los Doors los conoce todo el mundo, así que no me extenderé mucho: Arthur Lee se fija en ellos, que acaban de tocar como teloneros de Love, y se los recomienda a Holzman; este los ficha de inmediato y comienza a funcionar la máquina. El planteamiento de la banda es perfectamente definido por Morrison en aquella frase en la que decía que sus compañeros "devuelven el orden con la música al caos que yo traigo con las palabras". Considerar como "rock" a lo que hacen los Doors antes del "Morrison hotel" es muy aventurado: la mayor parte de los historiadores con buen criterio los definen como creadores de "música urbana", lo cual me parece un acierto. Porque… ¿es realmente rock lo que oímos en "The cristal ship", "Light my fire", "The end" y tantas otras luminarias de su cosecha?
Y luego está el controvertido papel de Morrison. Su ideal era ser un poeta francés, y llegó a la música casi por casualidad: es posible que, de no haber conocido a Manzarek, nunca hubiese tomado ese camino. Luego viene todo el batiburrillo ideológico-literario que lo sustentaba, con frases tan resultonas como aquella de que "el rock mantiene relaciones con la tragedia griega y Nietzsche", o aquella otra en la que aseguraba que los Doors hacían política erótica. Es innegable el gancho sexual de Morrison, su actitud rebelde, su chulería antisistema, pero… nada de eso habría funcionado si no hubiese un gran repertorio musical detrás. Y el mito que han montado sus fans venerando sus tremebundas borracheras, su descontrol, su abuso de las drogas, no cuadra mucho con las grabaciones en estudio: perfectas, medidas, sin una sola distorsión o cacofonía. Matemáticas. Hasta en la suprema "LA woman", con esa voz borracha, todo funciona con la precisión de un reloj suizo.
Al final Morrison abandonó el grupo y se marchó a Paris, donde iba a comenzar la carrera poética con la que siempre había soñado; los otros tres intentaron exprimir la marca comercial con dos nuevos discos impresentables, y eso es todo.
Ahora descansemos, que aún quedan unos cuantos nombres por visitar; quizá sean menos vistosos que estos dos, pero también valen la pena.
Love: es decir, Arthur Lee y su banda. Lee será recordado, entre otras cosas, por la rareza de ser negro y sin embargo elaborar una música muy lejana a su raza. Aunque en sus comienzos, a principios de la década, probó fortuna con el r'n'b (el nombre de su primer grupo, "Arthur Lee & The LA's" recuerda sospechosamente a Booker T. & The MG's), e incluso llegó a componer y producir piezas de ese tipo para otros, la revolución que supusieron los Byrds le hace reafirmarse en la sospecha que ya tenía tras haber oído a Dylan: el folk-rock era el futuro. Con un puñado de maquetas en las que destacan las composiciones hechas entre él y Bryan McLean, el otro guitarra y cantante, consiguen llamar la atención del gran Jac Holzman, uno de los más brillantes managers y productores de la divina Elektra, quien los ficha de inmediato.
Y el resto ya es leyenda: partiendo del sonido Byrds, la exuberante mezcla de folk-rock, blues y pop con un toque ácido y reminiscencias hispano mexicanas (¡esas trompetas fronterizas, por Dios!), la extremada finura de sus melodías, la pasión arrebatadora con la que Lee cantaba, hacen de Love uno de los grupos más exquisitos de la década. Lo curioso es que siempre fueron más populares en Europa (en la Isla, especialmente) que en los Estados Unidos, a pesar de su aire hippy, pero eso ya da igual. Sus tres primeros discos son fundamentales para todo aquel aficionado que crea tener un mínimo de sensibilidad; sobre todo el tercero, el legendario "Forever changes", que figura en algunas listas como el mejor disco en la historia del rock: aun admitiendo que el término "rock" es tan difuso como aleatorio y que esas listas no valen de nada, el dato es significativo.
Claro que una cosa es su producción discográfica y otra los incidentes que jalonaron su existencia: las drogas de todo tipo, las riñas internas, los malos rollos ("Love". Qué ironía.) acabaron con ellos. Tras la publicación de "Forever changes", Lee despidió a toda la plantilla y reclutó nuevos músicos para grabar su decepcionante cuarta obra, "Four sail": el resto ya fue una caída en picado. Pero esos tres primeros discos son suficientes para que Love figure con todos los honores en el Olimpo de los años 60.
A los Doors los conoce todo el mundo, así que no me extenderé mucho: Arthur Lee se fija en ellos, que acaban de tocar como teloneros de Love, y se los recomienda a Holzman; este los ficha de inmediato y comienza a funcionar la máquina. El planteamiento de la banda es perfectamente definido por Morrison en aquella frase en la que decía que sus compañeros "devuelven el orden con la música al caos que yo traigo con las palabras". Considerar como "rock" a lo que hacen los Doors antes del "Morrison hotel" es muy aventurado: la mayor parte de los historiadores con buen criterio los definen como creadores de "música urbana", lo cual me parece un acierto. Porque… ¿es realmente rock lo que oímos en "The cristal ship", "Light my fire", "The end" y tantas otras luminarias de su cosecha?
Y luego está el controvertido papel de Morrison. Su ideal era ser un poeta francés, y llegó a la música casi por casualidad: es posible que, de no haber conocido a Manzarek, nunca hubiese tomado ese camino. Luego viene todo el batiburrillo ideológico-literario que lo sustentaba, con frases tan resultonas como aquella de que "el rock mantiene relaciones con la tragedia griega y Nietzsche", o aquella otra en la que aseguraba que los Doors hacían política erótica. Es innegable el gancho sexual de Morrison, su actitud rebelde, su chulería antisistema, pero… nada de eso habría funcionado si no hubiese un gran repertorio musical detrás. Y el mito que han montado sus fans venerando sus tremebundas borracheras, su descontrol, su abuso de las drogas, no cuadra mucho con las grabaciones en estudio: perfectas, medidas, sin una sola distorsión o cacofonía. Matemáticas. Hasta en la suprema "LA woman", con esa voz borracha, todo funciona con la precisión de un reloj suizo.
Al final Morrison abandonó el grupo y se marchó a Paris, donde iba a comenzar la carrera poética con la que siempre había soñado; los otros tres intentaron exprimir la marca comercial con dos nuevos discos impresentables, y eso es todo.
Ahora descansemos, que aún quedan unos cuantos nombres por visitar; quizá sean menos vistosos que estos dos, pero también valen la pena.