Nuestro paseo por la Ciudad Condal termina con una visita no menos obligatoria que el parque Güell o la casa Batlló. Se trata de Los Mustang. Aunque las razones son muy distintas, ya que la excelencia de Gaudí tiene poco que ver con las escasas pretensiones de este conjunto: si en el caso del genial arquitecto la obligatoriedad viene dada por el arrobo natural que la visión de sus obras produce en cualquier espíritu medianamente sensible, a ellos hay que citarlos por su tremendo impacto comercial. Los Mustang fueron el primer grupo español que consiguió ventas de seis cifras, un hecho que trajo consigo un notable aumento en el parque móvil de tocadiscos. Y una vez que ese maldito artefacto se apodera de la casa, las consecuencias son imprevisibles.
Los Mustangs (con "s" final) comienzan en 1959 como trío de cuerdas: dos guitarras (Marco Rossi, solista, y Antonio Mercadé, rítmica) y un bajo (Miguel Navarro). Su mayor influencia son los Shadows, pero no solo por sus piezas instrumentales sino también por su trabajo junto a Cliff Richard; por tanto, además de un batería necesitan también un cantante. Y en 1961 fichan a los dos elementos que necesitaban: a la batería tenemos a Tony Mier y ante el micro a Santi Carulla, que había pasado brevemente por los Sírex. Técnicamente son bastante buenos, y Carulla muy guapo: la suma de ambas potencias hace que se prodiguen por todos los locales de la ciudad y que pronto tengan un club de fans, fenómeno este que comienza a resultar muy importante para la buena marcha de cualquier oferta musical que se precie. No tardan en ser reclutados por EMI, la disquera más poderosa del momento, y antes de que acabe 1962 ya los tenemos grabando su primer EP, en el que se incluyen, además de tres versiones de éxitos del momento, una canción compuesta por el maestro José Solá (el que luego creará “Muchacha bonita” para los Sirex). He elegido esta porque las otras tres no aportan nada nuevo y se supone que, por ser un encargo, una pieza nueva para un grupo determinado, debería mostrar al menos en parte el supuesto espíritu de dicho grupo.
El disco no es que sea un éxito; pero consiguen unas cuantas actuaciones en Francia, donde, en sus primeros tiempos, se hacen casi tan populares como en Barcelona (llegan a actuar en la televisión francesa antes que en la española). Esto es debido a su buen nivel técnico y a su facilidad para el repertorio melódico, y además de ser un buen rodaje les sirve para traerse algunas canciones que luego versionarán aquí. Parece ser que ninguno de ellos tiene habilidades para la composición, pero sí una gran destreza con los instrumentos; por tanto su baza está en ese hecho y en el desconocimiento de los artistas originales que sufre el país en aquella época. Y su mérito, compartido con la mayor parte de los grupos nacionales de entonces, es el de popularizar el repertorio de esas figuras extranjeras que gracias a ellos se van haciendo conocidas entre el público nacional, y luego ya que ese público decida (siempre habrá gente rara con la extraña manía de leer los nombres que vienen escritos entre paréntesis junto al título de las canciones).
Estamos ya en 1963, y hay un nuevo nombre que está causando mucho revuelo allá en la Isla. Se trata de The Beatles, que sacaron su primer single a finales del año pasado, como nuestros amigos. Al principio daban la impresión de ser un grupito más, pero tras el segundo disco la cosa parece seria: comienzan a ser considerados como la Gran Esperanza Blanca, y Los Mustang (la "s" ha caído) se ponen a investigar. De esa investigación sale a la luz otro single que inicialmente solo había sido publicado en Alemania como parte de unas grabaciones como banda acompañante (bajo el nombre de Beat Brothers) de un tal Tony Sheridan, allá por el 61, y cuyo desconocimiento fue el que llevó a otro tal Brian Epstein a asistir a uno de sus conciertos y convertirse en su manager. Pero ahora ese disco ya está disponible en Britania y su canción principal se titula “My bonnie”, un rock and roll que los Mustang incluyen en su segundo EP de ese año y que, tal vez sin que ellos lo sepan aún, inicia una profunda conexión con Beatles que marcará su carrera definitivamente. La versión no está mal, aunque no tiene ni de lejos la fuerza de la original; eso sí, va cantada en inglés, y todo.
Las ventas, aunque poco a poco, siguen aumentando. Y su primer disco de 1964 ya denota abiertamente su querencia por los Beatles: “Dizzy miss Lizzy” viene incluida en él, además de copiar la versión que los británicos habían hecho de “A taste of honey”. Esas dos piezas no son nada del otro mundo, pero la evocación de un grupo que incluso aquí comienza a ser muy popular les ayuda a vender una gran cantidad de copias. Y alternando a los de Liverpool con canciones italianas, francesas, americanas y de algunos otros autores británicos (el mercado emergente), aumenta su repertorio al mismo tiempo que su habilidad con los instrumentos se hace proverbial. En substancia, los Mustang están adoptando el papel de alternativa moderna, a través de los discos, a las orquestas populares tradicionales: ya parece claro que nunca tendrán una sola canción de su autoría, y su objetivo es el de animar a la gente joven con los éxitos del momento interpretados con toda la fidelidad posible, fidelidad que aumentará con el paso del tiempo hasta llegar a la pura cover. Por otra parte su actitud es justo la preferida por las discográficas españolas, cuya secreta ilusión sería que todos los grupos hiciesen lo mismo, y de este modo las cosas van rodadas: su éxito se compone de una sagaz elección de los temas a copiar y de la fuerte promoción que EMI suministra a su conjunto estrella. Más no se puede pedir. Aquí les dejo el "Maybe baby" de Buddy Holy, también en 1964, y que aún tiene un cierto carácter propio: dentro de poco, las copias serán casi exactas.
En 1965, con ocasión de la visita de los Beatles a España, EMI consigue un acuerdo con Brian Epstein por el cual las piezas de sus protegidos que los Mustang vayan a copiar serán publicadas aquí un mes antes que las originales. Para el señor Epstein no hay peligro, ya que los verdaderos fans comprarán también las de sus chicos: hasta cierto punto los Mustang harán de introductores con una especie de “copia promocional” inocua, y las ventas no se resentirán. Y los Mustang, encantados. Ese truco ya se está utilizando, aunque de modo subrepticio, por otros sellos (que retrasan intencionadamente las publicaciones de algunas piezas foráneas dos o tres semanas para dar tiempo a “los suyos” a que cojan un poco de vuelo), pero esta es la primera vez que dicho truco adquiere forma de compromiso legal. Y abandonamos Barcelona despidiéndonos de estos muchachos, que están dispuestos a hacerse de oro durante toda la década como los reyes españoles de las covers. Es una táctica tan respetable como cualquier otra, pero comprenderán ustedes que nos deja sin nada interesante que contar.