Pues sí, estimados clientes: ya tenemos las Navidades encima, otra vez. Dicen que percibir excesiva rapidez en el paso del tiempo es señal de que vamos puretas, y si es así yo debo de ser Matusalén: cada año se me escurre con más presteza que el anterior. Pero en fin, hay que tomárselo con espíritu deportivo, supongo. Ya saben ustedes que en este tugurio tratamos de alegrarnos un poco la vida con una fiesta de vez en cuando, y con más justificación aún si de lo que se trata es de sobrellevar estas fechas con alegría. Así que bienvenidos a la fiesta navideña correspondiente. Con la intención de no resultar repetitivos, tratamos de que cada año haya una temática distinta; bien, pues este año la Navidad se nos presenta con la Union Jack y montada en una Lambretta. O sea, en plan mod. Por nosotros no hay problema: ya he dado instrucciones a Sam y los camareros para que estos días cuelguen los uniformes y los sustituyan por polos Fred Perry, pantalones de pitillo y zapatos italianos. Yo seguiré con mi impoluto smoking blanco, como es lógico, pero me pondré la chapita en la solapa para no desentonar. Recuerden que, como en todas las fiestas que se celebran aquí, la única norma es el número de canciones, que invariablemente son 12+1. Y eso es todo: al lío.
Por etimología la palabra “mod” es apócope de “modern”, nombre de guerra que se atribuyeron unos cuantos jóvenes de clase media/alta londinense (muchos de ellos hijos de la burguesía urbana judía) a finales de los años 50 y que se aficionaron al modern jazz (o bebop, si quieren) por puro elitismo, mientras gastaban todo su dinero en ropa y en dejarse ver por los clubs de moda: vamos, que eran unos narcisistas. Sus aficiones musicales, en muchos casos impostadas, se fueron ampliando a casi todos los estilos incluidos por entonces en lo que los yanquis llamaban rhythm’n’blues, con preferencia hacia el soul y el blues (este último estilo eclosionó a partir de 1965/66 en el llamado “British Blues Boom”, pero nosotros seguiremos la pista del soul, que es la que nos lleva a los mods). Llegados a la década de los 60, aquellos moderns sienten un profundo desagrado ante la masificación de la tribu, algo que como buenos elitistas no aceptan (que haya mods en Manchester, bueno; pero ¿en Sheffield, en Liverpool incluso? ¿Los currantes ahora son mods?). Por otra parte, rechazan la idea de ir de un sitio a otro sobre una moto de mala muerte como hacen los Scooter Boys, la nueva raza de moteros proletarios que se ve por Londres con esas ridículas Lambrettas y Vespas: donde esté un buen coche... Y para rematar está el asunto de la parka, ya que frente las impolutas Burberrys que ellos lucen para proteger sus magníficos trajes, los moteros echan mano de la Fishtail M65 del ejército yanqui: están muy baratas de segunda mano en el Rastro y son mucho más operativas. Así que hay que cambiar de perspectiva, porque aquellos niños de papá ya no son críos sino jóvenes de buen aspecto que pasarán a protagonizar el naciente Swinging London, mientras que los moteros son ahora faces y numbers: la clase baja se apodera de los tugurios que los primeros mods abandonan.
A esos faces y numbers no les interesa el jazz, tenga el adjetivo que tenga: ellos quieren bailar, quieren alegría. Y como el panorama isleño es desolador, deben seguir atentos a las músicas que vienen de los States; aunque, como hicieron sus predecesores, buscan sobre todo en la música negra porque para escuchar “canciones de montañeses” -insulto que lanzan contra el rockabilly, evolución del hillbilly- ya están los rockers, esos patanes grasientos (cuidado, el rock and roll negro es otra cosa: al asombrado Chuck Berry, en su primera gira isleña, los mods se le ponían de rodillas en el escenario cuando hacía el paso del pato). Es decir: el rhythm’n’blues, en sus múltiples variedades, será la música predilecta de las nuevas tribus. De entre esas variedades hay una, su fusión con el góspel, que da a luz al soul y que muy pronto se convertirá en el alimento fundamental de la dieta de estos muchachos. Uno de los músicos que mayor responsabilidad tiene en esa fusión es el legendario Ray Charles, cuya materia prima es el jazz y el blues pero que ya a finales de la década anterior está haciendo experimentos tan sonados como la inolvidable “What’d I say”, pieza que podría corresponder a tres o cuatro estilos distintos… o a todos juntos. Por su extensión se publicó en dos partes, una en cada cara del single, en verano del 59.
Hay un tal Berry Gordy, residente en Detroit, que decide abandonar su trabajo como montador de piezas en la Ford y dedicarse a lo que más le gusta, que es la música ratonera. Ya llevaba unos años componiendo canciones (¿recuerdan “Reet petite” de Jackie Wilson?) y con sus ahorros consigue crear en 1959 un pequeño sello llamado Tamla, mientras sigue con la escritura y entrega unas cuantas canciones a Barrett Strong, un joven con buena voz, buena presencia y que también sabe componer. El bueno de Barrett se convertirá en uno de los puntales del nuevo sello, pero de momento triunfa con su segundo single, que contiene una canción de Gordy titulada “Money”. Tamla no tiene aún cobertura y la distribución corre a cargo de otro sello, Anna Records, que consigue interesar a la London y publicar el single también en la Isla. Estamos en la primavera de 1960 y los resultados son devastadores: he aquí otra de las primeras canciones que constituyen el repertorio sagrado de los mods… aunque por supuesto las piezas como esta son patrimonio de la Humanidad toda.
Pero volvamos al naciente soul. En realidad Ray Charles es una excepción, ya que la mayoría de las grandes figuras de este nuevo género provienen del góspel: tal vez no tengan sus amplios conocimientos musicales, pero ante el micrófono están muy sobrados y algunos saben ganarse al público con su sola presencia. Este es el caso de James Brown: si le llaman “El padrino del soul”, por algo será (aunque ese apodo se lo ganó en los años 60, cuando ya llevaba casi diez curtiéndose con el góspel, el blues e incluso el rock and roll). Se da a conocer en la Isla a mediados de 1960, todavía al frente de los Famous Flames, con una de sus primeras clásicas: “Think”, que como ya saben ustedes fue seguida de otras muchas.
Por entonces era muy frecuente que grandes compositores alternasen una carrera propia con el trabajo para otros: este es el caso de Allen Toussaint, un pluriempleado legendario, famoso como músico, productor y manager. Uno de sus protegidos durante mucho tiempo fue Benny Spellman, cantante de r’n’b para el que compuso varias piezas. Y el momento más brillante de su carrera tiene lugar a principios del 62 con un single en el cual destaca la cara B, otra clásica titulada “Fortune teller”: la tribu mod se enamoró perdidamente de esta canción.
Y ya que estamos a principios del 62, pues... sí, de nuevo el soul; con una buena justificación, claro, porque después del primer “técnico oficial” del género y luego del padrino, ahora nos toca presentar al Rey: Sam Cooke. También él fue cantante de góspel, al frente de los históricos Soul Stirrers, y luego comenzó una transición entre el estilo crooner y el naciente soul que nunca sabremos a dónde le podría haber llevado, puesto que murió a finales del 64. Ya se escuchaba en las radios isleñas desde finales de la década anterior pero no se consagra allí hasta la publicación de “Twistin’ the night away”, compuesta por él: al instante se convierte en otra de las piezas indiscutibles en el repertorio de los moteros de la parka, que entronizan a Cooke como su santo patrón, por encima de cualquier otra figura del género. Es "solo" su primer éxito (la póstuma “Shake”, en 1965, fue otro cañonazo igual o mayor, con muchas versiones británicas), pero esta pieza de título tan sugestivo se apropió del corazón isleño. Recuerden: “allnighters” era el sobrenombre de estas sectas motorizadas; o sea, que estaban toda la noche a ello.
Mientras tanto en Detroit también hay movimiento: otro ritmo que enloquece a los mods es el pop negro de la Tamla, que ahora luce en su sello acompañada de la palabra “Motown” (es decir, Motor Town, uno de los alias de la ciudad). El triunfo de Barrett Strong con “Money” permitió a Berry Gordy consolidar aquel pequeño sello creado a finales de los 50, y su anterior trabajo en la Ford le sirvió para organizarlo como una factoría en la que trabajaba un gran plantel de compositores y arreglistas que dieron años de gloria a todos aquellos que disfrutamos con ese tipo de canciones simples pero de estribillos arrebatadores. De ese plantel destaca la santísima trinidad formada por Holland, Dozier y Holland, autores de por lo menos la mitad de las grandes piezas del sello. Eddie Holland, uno de los hermanos, alternó durante unos años su trabajo como compositor junto a una carrera como cantante no más que discreta, pero que al menos nos ha dejado otra leyenda del catálogo mod: “Leaving here”, a finales del 63.
Una de las más contundentes armas de la Motown eran sus letales grupos femeninos, formados por muchachas muy simpáticas que hacían unos encantadores juegos de voces y movimientos, defendiendo con gran soltura aquellas piezas deliciosas que les suministraba la factoría: solo con nombrar a las Supremes, Vandellas, Marvelettes, Velvelettes y demás familia, un buen mod entraba en arrobos ensoñadores. Quizá en ese mundillo las más populares fueron las Vandellas, que con Martha Reeves al frente dieron al mundo alegrías tan grandes como esta “Heat wave”: fue su tercer single, a mediados del 63, y significó su consagración tanto en los States como en la Isla. Ah, y está compuesta por Holland, Dozier y Holland. Qué peligro tenían estos tíos…
Pero la Motown puede presumir de muchas otras figuras de categoría, entre ellas el inolvidable Marvin Gaye: músico, compositor, cantante, capaz de interpretar baladas sublimes o piezas de ritmos pérfidos que se te enganchan y ya no puedes soltarte. Su nombre se convirtió pronto en uno de los más respetados para todo tipo de fans, fuesen mods o no; y tanto entre unos como entre otros tiene piezas totémicas como “Baby don’t you do it”, del 64, que cualquier devoto de Small Faces o Who conoce aunque no haya escuchado la original. Una original que sin embargo no es obra de Marvin: de hecho sus compositores la escribieron pensando en las Supremes, pero finalmente decidieron entregársela a él. ¿Que quiénes eran los compositores? Sí hombre, el trío aquel… cómo se llamaban…
En ese año 64 ya estaban cambiando muchas cosas. En lo musical, la más importante es que surgen los primeros grupos británicos que los mods intentan hacer suyos oponiéndolos a los fans del beat, un estilo que a los moteros les parece blandito, casi abominable. Los primeros fueron The Action, ya a finales del 63, pero pronto llegan The High Numbers -o sea, los futuros Who- o los Birds, y el próximo año los Small Faces. Todos ellos parten del r’n’b para hacer sus versiones o crear sus primeras piezas propias, pero... sintiéndolo mucho, la música mod no existe (del mismo modo que no existe el freakbeat): el público que jalea a esas bandas será prácticamente el mismo que lo hace con los Stones, los Kinks o los Yardbirds. La parroquia mod más fan del soul comienza a ver con desagrado el sesgo que está tomando la situación. Y en esas nos llega el último gran ídolo del género: Otis Redding, a quien se considera sucesor del malogrado Sam Cooke y que junto a Aretha Franklin, Sam and Dave, Wilson Pickett y otros cuantos forma parte de la definitiva expansión del soul por todo el orbe cristiano. Por desgracia también él morirá joven, pero de momento consigue su primer gran éxito en la Isla con su quinto single, en el que se contiene la inolvidable “Respect” (que luego versionó Aretha, entre otros). Esto ocurrió en verano del 65, justo un año después de que hubiesen comenzado las grandes broncas en la costa del sur de la Isla con los rockers, los excesos de alcohol y pastillas, las noches en la cárcel, las motos destrozadas… Los primeros faces y numbers comenzaban a desertar.
La evolución que se desarrolla en las calles tiene un buen símbolo en las músicas que se están apropiando de las listas. A principios de 1965 se publica una de las piezas míticas en la nueva historia musical británica: “The “In” crowd”, cuyo título es realmente expresivo. Los allnighters de los que hablaba hace un rato son ya una mezcla de aficionados al soul, al blues, al r’n’b, al pop, al jazz incluso, que comienzan a infestar ese Swinging London inmortalizado el año que viene en “Blow up”, aquella película del señor Antonioni, de contemplación obligada aunque solo fuese por la escena de los Yardbirds. La canción, compuesta por los hermanos Page (Gene, el pequeño, es un arreglista legendario), se hizo inmediatamente popular en la voz de Dobie Gray, un cantante de nivel medio pero con una extensa carrera. Y desde ese mismo momento, comenzaron las versiones (hasta los Pekenikes hicieron una, titulada “En la onda”).
Las piezas instrumentales, aunque no muy frecuentes en este mundillo, eran siempre bienvenidas. Y una de ellas hizo conocido en la Isla a un músico que con el tiempo posiblemente acabó siendo más valorado allí que en su país de origen: Billy Preston. Entre los nuevos aficionados (sean ya mods o no) hay una gran admiración por el sonido del órgano eléctrico, especialmente el Hammond, y Preston lo hace muy asequible al público medio con piezas como este “Billy’s bag”, que comenzó siendo una humilde cara B a principios del 65 en Estados Unidos pero que gracias a la importación tuvo mucho éxito en las discotecas isleñas: este es su primer single en el Reino Unido, publicado un año más tarde; para entonces ya es la cara A, evidentemente.
Y llegamos a 1966. Los mods son ya un anacronismo, sobrepasados por una nueva generación de aficionados con visión más amplia y que no hacen distingos entre bandas; por no hablar de la pujanza del blues rock y la naciente psicodelia, un estilo que no entienden. Mientras tanto ya hay algunos personajes isleños que han interiorizado perfectamente el espíritu del r’n’b, y con esa excusa llegamos a la pieza que completa nuestra docena de hoy. Se trata una doble víctima de su época, ya que no solamente fue oscurecida por el éxito de una canción británica sino que además pocas veces se reconoce que tal canción británica sea en realidad una versión “camuflada” de esta. Me explico: tienen ante ustedes “A lot of love”, una pieza encantadora interpretada por Homer Banks, que además era también compositor y productor: como tal, trabajó muchos años en la Stax. Este es su primer single en la Isla, y tuvo un éxito relativo; pero hubo un chavalito que ya llevaba un tiempo tocando en una banda, que nada más escuchar esta canción quedó arrobado y se propuso superarla. Ese chavalito se llama Stevie Winwood, que corrió a componer “Gimme some lovin” consiguiendo con ello el mayor éxito en la historia de su grupo. La publicaron a finales de Octubre del 66: no había pasado ni un mes desde que “A lot of love” estaba en las tiendas.
La canción 12+1, como saben los clientes veteranos, se presenta siempre fuera de programa. Y en este caso se trata de un grupo español que es en sí mismo todo un homenaje a aquella época. En los años 60 muy pocos aficionados nacionales tuvieron constancia de que existiese algo llamado “mod” en algún sitio; de hecho, incluso la palabra “beat” era un término difuso. Pero a finales de los 70, entre la marejada new wave y punk hubo un renacimiento mod que también afectó a nuestro país, y al menos dos grupos destacaron con claridad sobre los demás: los madrileños Elegantes y los catalanes Brighton 64. Y claro, con semejante nombre es inevitable que me haya inclinado por estos últimos para cerrar la fiesta; si a tal hecho añadimos que la canción elegida cita a Otis Redding, Jackie Wilson y Sam Cooke, no hay más que hablar: aquí tienen ustedes “El mejor cocktail”, de 1986. Es una de las piezas esenciales en la carrera de un grupo que mereció mejor suerte… o mejores aficionados (y no tan de boquilla, como ha pasado casi siempre en España).
Fiesta terminada: todos a casa. No sin antes recordar que este ramillete es solo una ínfima porción de la música que los mods escuchaban y que va desde John Lee Hooker hasta Phil Spector, uno de los pocos geniecillos blancos que figuraba en su santoral -ya que lo consideraban una alternativa al estilo Motown-, así como algunas piezas de los ritmos jamaicanos que comenzaron a escucharse en la Isla a mediados de la década: ska, rocksteady, bluebeat y otros cuantos (aunque hay que aclarar que los sones jamaicanos no fueron tan populares como se trata de hacer creer ahora; más bien formaron parte de la segunda oleada, cuando aparecen los primeros skinheads, que no son más que antiguos numbers reciclados). Por mi parte, aquí les dejo el paquetillo que contiene las piezas de esta fiesta… y a mayores un pequeño regalito sorpresa. Pero no se lo digan a nadie.
Ah, que me olvidaba: cuando comenzó su decadencia, a mediados de la década, los mods irreductibles, los fanáticos del baile a base de soul y demás derivados del r’n’b, decidieron encerrarse en un cápsula del tiempo. Olvidándose de las nuevas actualidades musicales, crearon un reino de fantasía en las discotecas del norte de Inglaterra, donde siguieron viviendo aislados de la actualidad hasta no hace mucho: ese estilo de vida se llama Northern Soul, y ya tuvo su fiesta aquí. Por otra parte, si hay alguien a quien pueda interesar un mayor abundamiento en el asunto mod, tal vez le interese echar un vistazo a la columna izquierda de este local.
Y felices fiestas. Cuidado con las borracheras y atracones excesivos, que los carga el diablo. Espero que todos sigamos vivos y sin muchos desperfectos en 2016. Hasta entonces.