Dire Straits, en efecto. Ellos son la lápida que cierra la tumba del pub rock, y lo hacen con la majestuosidad que se merecía. Porque sin negar que estamos ante un género menor, también es cierto que su importancia trasciende lo puramente musical para convertirse en una pauta, en una actitud que abrió el camino a la “revolución proletaria” que en cierto sentido es el punk. Y los Straits, por naturaleza y por aquel primer disco que los lanzó a la fama, son el perfecto equilibrio entre unos y otros. Luego, en poco tiempo, se fueron transformando hasta convertirse en otra banda dinosaurio, justo lo contrario de lo que habían representado en sus inicios; pero como es norma aquí, nosotros nos quedaremos con la parte dulce de la historia.
Como suele suceder con este tipo de personajes, casi todos andan ya entre la juventud y la madurez. Mark Knopfler bordea los treinta años cuando los Straits comienzan a ser populares; en la década anterior, cuando aún vivía en Escocia, había estado estudiando el manejo de la guitarra y la armónica (su admiración por Dylan es proverbial) mientras iba cogiendo soltura en unos cuantos grupillos de estilos diversos, desde el country hasta el blues. Pero además de esos instrumentos, y el violín, e incluso el saxo, es también aficionado al periodismo y a la escritura en general, así que compagina unos estudios con otros y durante más de dos años trabajará como comentarista musical -becario, más bien- hasta principios de otoño del 70: “Llegó el editor y me dijo que se había muerto un tal Jimmy Henderson, o Hendrix, o algo así, y que por lo visto había mucha gente bastante afectada por el asunto. Me encargó que si lo conocía hiciese un artículo sobre el fulano ese. Escribí algo, no recuerdo qué; luego me emborraché y dejé el periodismo musical”. Poco después comienza estudios de Filología Inglesa en Leeds y en 1973 baja a Londres; allí participa con Brewers Droop (una pequeña banda de pub rock) en la grabación de su segundo disco -que no se publicará hasta unos años después, al rebufo de la fama de los Straits-, alterna ese trabajo con el de lector en un colegio de Essex y sigue perfeccionando su técnica con otros cuantos grupos sin memoria. En suma, es un trayecto agotador. Y mal remunerado.
Su hermano pequeño David, que también domina varios instrumentos y se ha curtido en minúsculas agrupaciones folkies, decidió establecerse en Londres poco después; allí sobrevive como trabajador social y comparte piso con John Illsley, natural de Leicester, de la misma edad que Mark y también universitario (Sociología), aunque le gustaría dedicarse plenamente a su gran afición: el bajo. David trae a vivir al piso a su hermano Mark, un tanto alicaído por su situación de reciente divorciado, y ya tenemos a la sección de cuerdas reunida (David será el rítmica). De vez en cuando consiguen algunas actuaciones en pubs del sur de Londres; un día, en una sesión de grabación fallida, Mark se encuentra con Pick Withers, un batería profesional con más de diez años de trabajo encima, y llegan a la conclusión de que podría ser interesante organizar un grupo. Los primeros meses de 1977 fueron de verdadera indigencia, llegando a ensayar en el piso porque no tenían ningún otro lugar a mano, así que el nombre de Dire Straits que les adjudica un colega de Withers les queda como anillo al dedo. Poco a poco, sin un manager siquiera, consiguieron algunas actuaciones en pubs y locales pequeños a los que se desplazaban en autobús, y en verano, con una maqueta grabada, suenan por primera vez en la BBC. Para entonces ya consiguen tener dos o tres comidas regulares al día.
Lo primero que llama la atención de ese grupo es, sobre el perfecto engranaje entre sus músicos (lo que denota una categoría técnica a juego con la edad), el gran dominio de las cuerdas que ejerce Mark Knopfler con su Stratocaster. Luego nos enteramos de que en realidad es zurdo, pero nadie lo hubiera dicho porque siempre lo vemos tocar como un diestro. Y menudo diestro: sin púa, con ese casi rasgueo que parece acariciar las cuerdas con las yemas de los dedos y le da un sonido que ningún pedal puede conseguir. Luego está esa habilidad que tiene para componer canciones en teoría tan sencillas como su digitación pero tan directas, tan redondas; y por último, esa vocación literaria suya que le permite escribir algunas letras de verdadera categoría. La suma de todos estos factores teóricamente juega a la contra en una época en la que el punk es casi la norma, y desde luego los Straits de punk no tienen nada; pero su carácter de pub band les ayuda a sobrevivir en un pequeño circuito hasta que lleguen tiempos mejores.
Esos tiempos llegan poco después: a finales de 1977, con un apoyo creciente de la BBC, Phonogram los ficha y los asigna al subsello Vertigo. Esa marca, tan brillante en los primeros años 70, anda un poco alicaída últimamente y sus finanzas son escasas; pero a cambio no hay una dirección clara, la mayoría de sus fichajes tiene bastante libertad y para redondear el asunto su productor será Muff Winwood (el hermano de Steve), que se está ganando una envidiable categoría como tal. Durante tres semanas, en Febrero del 78, se graba material suficiente para un Lp casi de bajo presupuesto y del cual se lanza un single en Mayo: “Sultans of swing”. No, no es un éxito: una melodía tan inesperada como esa en un tiempo como aquel pilló a la clientela un poco despistada, a pesar de que buena parte de la prensa y algunos Dj de la BBC la ponen por las nubes. Sin embargo esas grabaciones llegan a oídos de la Warner en Estados Unidos, y aunque tardarán unos meses en publicarlas ya consiguen que Phonogram se tome en serio el asunto.
En otoño sale el disco grande a la venta; y ahí la situación ya es otra, porque en poco tiempo se convierte en top 5 en medio mundo. Curiosamente la guinda del pastel es la reedición, ya en 1979, de “Sultans of swing”; los Straits, a mediados de ese año, son el grupo de moda en los mercados occidentales. Y lo han conseguido al estilo tradicional, con los ritmos yanquis de toda la vida, con ese cruce entre folk, blues y country en los que se nota la clarísima influencia de Dylan y J.J. Cale en el modo de cantar y componer de Knopfler. Especialmente la estructura musical de Cale es patente en canciones como “Southbound again” o “Water of love”, que casi parecen homenajes al maestro. Y de “Sultans of swing” creo que a estas alturas ya no hay nada que añadir; con el paso de los años, como muchas otras clásicas, a veces acaba haciéndose cansina por la reiterada exposición en las radiofórmulas, pero eso no es culpa suya. Sigo pensando que es una de las canciones más emocionantes en la historia de la música de la época, con esa engañosa sencillez (tanto en la letra como en la música, porque ambas son un todo único) que solo las grandes obras consiguen.
Y luego, claro, llegó el exceso: su segundo disco, ya más controlado por Warner que por Phonogram, tiene un sonido parecido al anterior pero con un claro toque comercial, más facilón, y de ahí en adelante ya todo fue ganar mucho dinero hasta el fin de la banda; que tuvo sus momentos novelescos como la separación de los hermanos Knopfler a principios de los 80, por la incomodidad de David ante el casi absoluto protagonismo de Mark, quien, según se dice, controlaba el grupo con mentalidad prusiana. Bueno, eso es asunto suyo. Yo dejé de seguirlos más o menos por esa época, aunque de vez en cuando me aventuraba a escuchar alguno de sus discos nuevos “por si acaso”, y no, nunca volvieron a ser “mis” Straits. Lo normal, vamos. En cualquier caso, han dejado para la historia como mínimo aquel primer disco deslumbrante que debería ser materia obligatoria para cualquier chaval que quiera dedicarse a esto: moda es lo que pasa de moda, clásico lo que permanece.