lunes, 25 de noviembre de 2019

1975-80: la nueva España (XVIII)


"Supongo que estábamos muy influidos por la llamada música progresiva. Se tendía hacia el jazz o los ritmos latinos mientras se contemplaba con cierta prevención el rock and roll. Vagamente se tuvo la idea de construir una música que definiera a la Cataluña de la época. Y eso no era fácil, pues este país no tiene un ritmo propio al que se pueda agarrar, como sí tienen los andaluces. ¿De cuánto tiempo datan las sardanas más antiguas? ¿Unos ciento cincuenta años, quizá?"
Víctor Jou (Zeleste) 

Si los Iceberg fueron el grupo más popular en la transición del progresivo hacia el jazz rock de tonos "meridionales", no cabe duda de que la Companya Elèctrica Dharma son su equivalente en la búsqueda de un estilo que represente y actualice el folclore catalán; otra cosa es que, como dice Jou, ese folclore no tenga la suficiente entidad como para defender una trayectoria a gran escala apoyándose en él. Ambos grupos presentan su primer disco en 1975; pero la Dharma arranca partiendo de unas estructuras musicales más avanzadas que Iceberg, puesto que se saltaron el "trámite sinfónico" debutando ya como banda progresiva de jazz rock a la moda, siguiendo la pauta CBS que Sunyer y sus colegas adoptarían a partir de su segundo disco (en ese sentido, es posible que la Dharma hubiese sido una inspiración para ellos). Y a partir de ahí evolucionan buscando una simbiosis entre esos estilos y la tradición musical catalana; a medida que nos acercamos al final de la década el comentario de Jou cobrará su pleno sentido y ese tipo de sonido acabará aburriendo al consumidor medio, pero en su país han tenido suficiente ocupación como para mantenerse durante mucho tiempo, y a día de hoy sobrepasan la veintena de discos. 

El germen de la Dharma son tres hermanos Fortuny: Esteve, guitarras; Joan, saxo; Josep, batería. Habían comenzado su carrera musical a finales de la década anterior (por entonces Joan era bajista) y fueron evolucionando a través de varios estilos, desde el pop hasta el folk pasando por el blues. Después de unos cuantos nombres distintos y en homenaje al libro tótem de Kerouac, de quien por entonces son fieles devotos, deciden bautizar como "Dharma" una comuna que organizan a principios de los años 70, de espíritu hippie y carácter multidisciplinar. Pronto se les une el bajista Carles Vidal, y a partir de entonces Joan se dedicará al saxo; tiempo después llega Jordi Soley, que domina el piano y el órgano. En 1973, ya con el nombre completo de Companya Elèctrica Dharma, comienzan a hacerse conocidos gracias a la apertura de Zeleste; para entonces han descubierto a Miles Davis, el universo del jazz rock y sus fusiones es en ese momento una de las tendencias más populares entre la clientela, y cuando llega la hora de grabar su primer disco son una solida esperanza del nuevo sello, con permiso de Sisa.

El disco se publica en la primavera de 1975 bajo el título de "Diumenge", y como se esperaba está fuertemente influenciado por las estrellas del jazz rock fusión que pueblan el catálogo de CBS para clientes que andan entre la juventud y la madurez. También se nota la veteranía de unos músicos que llevan ya unos cuantos años de carrera, porque hay que tener valor para atreverse a publicar un debut cuyo estilo recuerda como mínimo a la Mahavishnu Orchestra o a Weather Report, así que el resultado final es impecable. Va muy equilibrado también, en la onda de los maestros, el contraste entre las piezas de medio tiempo pero enérgicas, como esa apertura con "Fesomies urbanes" o "Euforia", junto a otras casi introspectivas, delicadas, buscando la melancolía -el caso de "Lila", con una guitarra española y una digitación muy al estilo andaluz, o "La armoniosa simfonía d'un cos" que se va desperezando en su segunda parte. Sin embargo, y aunque tanto las críticas como las ventas fueron bastante favorables, también era evidente que no había un sello personal, una impronta que los distinguiese claramente de las demás bandas que por entonces están haciendo cosas parecidas: este disco puede considerarse como el resumen de un buen aprendizaje, pero los hermanos Fortuny pronto reniegan de él. Porque su objetivo es crear una fusión entre esos ritmos foráneos y la música de la tierra, un música que, representada mayoritariamente por la sardana, tiene en Joaquim Serra (1907-1957) a uno de sus más insignes creadores; el señor Serra era compositor de piezas para coblas, que son agrupaciones musicales cercanas a la docena de miembros con instrumentos de viento y tamboriles. En esa onda deciden estos muchachos orientar su carrera a partir de entonces, aunque por supuesto su instrumentación básica sigue siendo la de un grupo eléctrico.


El cambio de perspectiva comienza en la primavera del 76, cuando presentan "L'oucomballa", su segundo disco. Aún están muy frescos los orígenes jazzeros del grupo, pero ya comienza a notarse una orientación mediterránea que impregna el ambiente; me recuerda una evolución similar a la que hubo en Weather Report, que en sus últimos discos sonaban muy coloristas pero sin perder su esencia. Teniendo esa idea en mente, sin obsesionarse con el grado de pureza que un estilo u otro mantienen aquí (de eso va precisamente la fusión), hay composiciones brillantes: "Ball llunàtic-toc", con ese crescendo que marca el saxo seguido por una exhibición de la guitarra sobre una base rítmica casi funk, o la que da título al disco son de lo más destacado, pero también los momentos más apacibles como esa breve pieza acústica titulada "Mitjanit" o los arranques reposados que luego se crecen como en "Ones nones" o "Mater marítima". Al igual que Sisa, también ellos comienzan a interactuar de vez en cuando con las compañías de teatro catalanas, y algunas de sus piezas surgen precisamente de esa unión. La mayor parte del repertorio que constituye este disco se desarrolló en el teatro de Canet, en los últimos días de lo que aún era la comuna Dharma; que poco después se disuelve definitivamente, cuando los músicos deciden establecerse en el ambiente urbano. De todos modos este ambiente general de transición dura muy poco tiempo, porque antes de que termine el año ya están presentando en directo su nuevo disco.


"Tramuntana" certifica la consolidación del rumbo que ha elegido la Dharma, y también el momento álgido de su popularidad en casi toda España. Hay un curioso nexo de unión entre el disco anterior y este: "Tiru tiru ritu", una pequeña pieza de pasacalles con la que cerraban "L'ocumballa", se ha regrabado para abrir la nueva colección de piezas en las que los efluvios mediterráneos ya se perciben con mucha mayor claridad. Por otra parte, salvo en momentos cercanos a la nostalgia como "La mediterranea se'ns mor", una de las primeras piezas cantadas del grupo, hay un ambiente muy enérgico en el que esos ritmos melódicos del país se desarrollan en su mayoría con un marcado acento de fiesta: "Focs de Sant Joan" es el mejor ejemplo. Los propios músicos consideran este como su mejor disco, pero además hay que insistir en el asunto del éxito nacional: de manera casi inesperada resulta que la Dharma arrolla en sus conciertos madrileños, con lleno total y todavía con el apoyo de la mayor parte de la crítica "mesetaria", aparte de que la venta de discos va muy bien (los tres primeros de la Dharma tuvieron un nivel de ventas similar). Prácticamente todo 1977 lo pasan en gira continua, y la grabación de su nuevo disco no comenzará hasta principios del año siguiente.


Con la publicación de "L'angel de la dansa" comienza la decadencia del grupo en el mercado nacional; no porque sea un mal disco, sino porque los gustos están cambiando: 1978 será crucial para la nueva música española, porque ya están en las tiendas las primeras grabaciones de la mayoría de los grupos de rock urbano madrileño junto a otros "alternativos" como Tequila, Ramoncín o Kaka de Luxe. Podríamos establecer un símbolo muy claro si decimos que a partir de ahí Chapa vende mucho más que Zeleste/Edigsa. En consecuencia la Dharma comienza a replegarse sobre su feudo, y además ese cuarto disco es una nueva vuelta de tuerca: si ya en el anterior la melodía al gusto mediterráneo tenía preponderancia sobre la base de jazz rock, aquí el dominio crece al mismo tiempo que lo hace la contundencia del sonido (por entonces abandona el grupo Jordi Soley, quizá el más jazzero de ellos, que prolonga su carrera hasta hoy mismo). Nos sorprenden en 1979 con "Ordinaries aventures", con canciones más cortas, algunas en tono casi rockero, otras cercanas al folk y en general un poco alejadas del estilo que habían desarrollado hasta ahora; incluso la portada parece buscar una imagen acorde con el momento, pero este tipo de aventuras no suele funcionar. A partir de ahí ya no hay dudas: siempre con Cataluña como eje central de su trabajo, seguirán su carrera alternando sus discos a título propio junto a colaboraciones con grupos de teatro o con agrupaciones orquestales, generalmente en formato de cobla. Por cierto, de aquel "angel..." todavía recuerdo con un cierto cariño esta cuasi rockera "Sants impotents"...



Dentro del rock layetano este es el grupo más longevo, ya que por el camino quedaron un buen puñado de nombres más o menos cercanos al jazz como Secta Sónica o Música Urbana, junto a otros con espíritu de fiesta al estilo Orquesta Mirasol o la Orquesta Platería. Resulta comprensible que muchos de ellos se quejasen luego de que "La Movida", así, en abstracto, les hubiera cortado la posibilidad de prosperar en el mercado nacional (al igual que les pasó a los madrileños del rock urbano, por cierto), pero está muy feo inventarse la historia: cuando los Fortuny (entre otros) dicen que la culpa la tuvo el PSOE y Tierno Galván por fomentar y financiar a los modernos, se están "olvidando" de que ese supuesto trato de favor de Tierno comienza cuando la decadencia de todo tipo de escuela jazz rock o progresiva era irreversible. Ah, y el PSOE, a nivel nacional, no llega al poder hasta finales de 1982, cuando ya la propia Movida era una parodia de sí misma. Los tiempos van más rápidos de lo que le gustaría a algunos...


martes, 19 de noviembre de 2019

1975-80: la nueva España (XVII)


El rock progresivo sigue siendo a mediados de los años 70 el material preferido por muchos músicos veteranos; teniendo en cuenta que fue Cataluña la zona donde más se había desarrollado ya desde finales de la década anterior, no es extraño que allí se sigan presentando con regularidad grupos de ese estilo. Los más actualizados buscan ahora una fusión entre el progresivo y el jazz o incluso algunos ritmos mediterráneos sureños, y de la amplia nómina de bandas que poblaron el mercado por entonces es evidente que Iceberg son los más famosos a escala nacional. Son también los que mejor ejemplarizan el nexo de unión entre épocas y estilos que nos llevó desde el frondoso panorama de mediados de la década hasta la decadencia de aquella escuela.

Joaquín "Max" Sunyer es un guitarrista de categoría, con formación clásica, que nos visitó por primera vez tras abandonar a Vértice y entrar en Tapiman junto a José María "Tapi" y Pepe Fernández; recordarán ustedes que la producción de ese grupo consiste en un Lp homónimo y dos singles entre 1971 y 1972 sin mucha repercusión, aunque ahora sea uno de esos nombres míticos para coleccionistas y fans curiosos. Por entonces su hard rock progresivo andaba cerca de un heavy incipiente que ya mostraba un vago tono sinfónico, corriendo la misma suerte que Máquina!, Pan & Regaliz y en general todos aquellos grupos con más voluntad que genio. Tras la desaparición de Tapiman, Max se buscó la vida trabajando en el grupo de Tony Ronald; y fue allí donde hizo amistad con el teclista Josep Mas "Kitflus", el cantante, guitarra y saxo Angel Riba y el bajista Primitivo Sancho. Buscando un batería al que interesen aventuras totalmente distintas a las que está viviendo dan con Jordi Colomer, que por entonces trabajaba para Luis Aguilé, y en 1974 comienzan a preparar la presentación de la nueva banda, cuyo nombre será Iceberg. En la primavera de 1975 ya han conseguido un contrato con la CFE y entran a grabar su primer disco.

"Tutankhamon" es el título de ese disco, en el que la mayoría de sus piezas son cantadas; las letras (unas en castellano, otras en inglés) nos presentan al faraón niño como un buen chaval, un tanto inconsciente, que iba a arreglar la cuestión social en Egipto aunque finalmente parece que ese asunto quedó como estaba. Pero lo que llama la atención es el sesgo que ha tomado el estilo musical de Sunyer teniendo en cuenta sus antecedentes, y aquí vemos que aquel rock progresivo de los tiempos de Tapiman se ha decantado claramente por el sinfónico: esa epopeya casi mitológica que nos cuentan las letras va envuelta en un desarrollo instrumental muy a juego, que recuerda sobre todo a Yes. Es una influencia muy clara, evidente a lo largo de todo el disco; habría que hablar antes de partes o fases antes que de canciones propiamente dichas, y el influjo de Steve Howe se nota en las escalas y la digitación de Sunyer (incluso en el sonido de la guitarra, aunque sus adoradores no se paran en barras y ya lo comparan directamente con McLaughlin). Del mismo modo, las estructuras tradicionales de los británicos se recrean aquí: la sucesión "Tebas / Prólogo" ya lo deja muy claro, con una base rítmica casi sincopada y los teclados "aéreos", en oleadas (el trabajo de Kitflus tiene tanto protagonismo como el de Max). El sonido en general es bastante bueno y por entonces las bandas de ese estilo eran todavía muy apreciadas en España, así que al final el número de ventas superó de largo las previsiones. Con aquel único disco Iceberg se habían convertido ya en la banda de rock progresivo sinfónico español más respetada, llegando a ser los únicos que lograron triunfar tanto en el festival de la Cochambre como en Canet a pesar de que en ese momento el disco llevaba solo unos días en la calle.


Las giras por casi toda España se hacen continuas, y no consiguen disponer de tiempo suficiente para el estudio hasta más de un año después; para entonces el grupo ha decidido prescindir de la voz, que al parecer no encaja en los estilos que desarrollarán a partir de ahí (Riba graba algunas partes de saxo antes de abandonar su puesto en el grupo, y luego se dedica a dirigir la sección de management). Iceberg es ahora un grupo de música instrumental que presenta a finales de 1976 "Coses nostres", en el que la influencia de Yes comienza a desvanecerse: aunque todavía queda un perceptible ambiente sinfónico se nota que están buscando nuevas perspectivas para el futuro. Por entonces el jazz rock tan en boga en medio mundo era una de las principales fuentes de inspiración para los músicos de orígenes progresivos, y no cabe duda de que este cuarteto ya lleva un tiempo escuchando a los grandes monstruos de la CBS como Weather Report y compañía. Pero sobre esa escuela comienzan a crear un incipiente estilo "mediterráneo" que, al menos de momento, les sienta bastante bien: estamos ante un disco que, salvando las distancias, no tiene mucho que envidiar a la densidad de los yankis y muestra carácter propio sobre todo en piezas como "La flamenca eléctrica", aunque la excesiva repetición de ese tipo de sonido pueda hacerse (y se hará) un poco cargante. En cualquier caso, llegó a ser otro éxito de ventas: la parroquia agradecía esa evolución, que mostraba al grupo como una entidad dinámica, y por otra parte el rock sinfónico estaba en franca decadencia (hasta Yes andaban ya cerca de convertirse en casi una banda de tecno pop).


En 1977 publican "Sentiments", un tercer disco que hace honor a su título ya que, manteniendo la estructura general del anterior, el tono general resulta casi melancólico. Esto se debe en parte a que Iceberg han buscado inspiración en el espíritu andaluz, y no solo por los títulos: la sucesión "Sentiments / Andalusía, Andalusía / A Sevilla" tiene evidentes puntos de contacto con el tipo de melodías que están desarrollando las bandas andaluzas de rock progresivo, también por lo general a medio camino entre jazz rock y sinfónico. Parece claro que hay un espíritu mediterráneo que llega a hermanar por medio de la música a dos comunidades tan distintas como Cataluña y Andalucía, aunque esa hermandad probablemente se deba al gran número de inmigrantes andaluces que viven allí: es el único modo de explicar fenómenos como la rumba catalana, que ya había popularizado Peret y a la que Xabier "Gato" Pérez dará una pátina de "respetabilidad" (tras la disolución de Secta Sónica, Pérez pasa del jazz rock a la rumba arrastrando a buena parte de sus seguidores. Es curioso que el propio Gato fuese también quien popularizó el término "onda layetana"). Pero a lo que íbamos: esa doble carga mediterránea de jazz rock con efluvios de la tierra comienza a resultar un tanto cansina, al menos para los mesetarios y la gente del norte, a causa de lo cual las ventas muestran una cierta decadencia. "Sentiments" quedará como la última obra de categoría dentro de un estilo que también da claras muestras de agotamiento.


Pero la inercia todavía los mantendrá por un tiempo, y las giras siguen siendo casi continuas; por lo tanto parece el mejor momento para publicar un directo, que llega con puntualidad en 1978. Sin embargo no se trata de una recreación de piezas ya conocidas sino de tres novedades, tres desarrollos extensos, uno de diecisiete minutos en la cara A y dos en la B. Porque la palabra "desarrollos" me parece la más ajustada: imagino que fueron pensadas exclusivamente para el directo, es decir, sin el aura "orgánica" que han de tener las piezas trabajadas en estudio, porque aquí lo que hay es una sucesión de ritmos y estructuras sin una ilación clara, casi un conjunto de ejercicios de estilo que no llevan a ninguna parte, el jazz rock en su vertiente más convencional. Tuvieron en contra tanto a la crítica, que lo atacó por esa falta de originalidad, como al público, que ya comenzaba a desertar de esos estilos. Y aunque sus actuaciones todavía rozaban el lleno (más por la leyenda que por la actualidad), Iceberg deciden desaparecer de escena con el final de la década: su último disco, póstumo ya, se titula "Arc-en-ciel". Más de lo mismo, o eso pienso yo. Hubieran quedado como señores si se retirasen tras el tercero, pero ya comprendo que un profesional de un sector tan voluble como la música popular ha de aprovechar las ocasiones al límite, y los directos de este grupo dieron dinero hasta el final. Años después Max y Kitflus crearon "Pegasus", con el que volvieron al "más de lo mismo" que había caracterizado el jazz rock en la última época de Iceberg, pero con una cierta cercanía a la fusión de estilos que los mantuvo en activo durante mucho tiempo, llegando incluso a actuar en sitios tan renombrados como el festival de Montreux o el Carnegie Hall.



martes, 12 de noviembre de 2019

1975-80: la nueva España (XVI)


Jaume Sisa, el cantante galáctico, es el otro geniecillo catalán junto con Pau Riba cuya obra encandila por igual a norteños, mesetarios y gentes del sur. Sisa además ha trabajado en varias ocasiones suministrando piezas para las compañías de teatro más vanguardistas de su tierra e incluso actuando como "maestro de ceremonias" o algo parecido, así que, entre unas cosas y otras, era frecuente verlo recorriendo España entera. Incluso ha habido épocas en las que tanto Riba como él llegaron a ser más apreciados fuera de Cataluña que allí, donde por las razones "antipatrióticas" causadas por su acracia siempre se les ha visto con una cierta carga de sospecha. Pero en ambos casos su música, con ser atípica, resulta mucho más interesante que la de la mayoría de sus paisanos. 

En la primera visita que nos hizo, a principios de la década, ya vimos que había muchas similitudes entre ambos, salvo por su extracción social: nacieron en Barcelona con un mes de diferencia, comenzaron militando en el Grup de Folk por oposición a Els Setze Jutges, son cantautores con una clara vocación poética, sus primeras piezas grabadas son de finales de los años 60 y, descontando su participación en algunas agrupaciones fugaces, su obra propia no es muy extensa hasta este momento porque tanto uno como el otro desaparecen de escena en 1971. En cambio las antiguas preferencias de ambos por el folk y la psicodelia han evolucionado de modo distinto, y a día de hoy Riba se orienta más hacia el rock mientras que Sisa es un apasionado de estilos tan anacrónicos como el bolero o las habaneras: se ha convertido en un poeta de music hall, para resumir. Su único disco grande hasta este momento es "Orgía", una obra deslumbrante y tan aclamada como el "Dioptría" de Riba, pero en su momento tan minoritaria como aquella (en ambos casos tendrán mejor suerte con las reediciones que cuando fueron publicadas). Y mientras Riba se había retirado a Formentera, Sisa se buscó la vida con unos cuantos empleos de lo más variado hasta que en 1975 vuelve a la farándula, como su amigo. Ha tenido tiempo para confeccionar un buen repertorio y actúa con frecuencia en Zeleste, que justo por entonces amplía su negocio creando un sello musical; por esa casualidad, el disco que inaugura dicho sello será "Qualsevolt nit pot sortir el sol", la consolidación de Sisa en el Olimpo de los grandes cantautores. Y el disco más vendido de Zeleste, por cierto.

"El proceso de grabación fue azaroso y casual, como casi todo lo que he hecho a lo largo de mi vida. Lo produjo Rafael Moll (productor de Serrat, por ejemplo) y los músicos los encontramos entre ambos. No sabíamos qué buscábamos, e íbamos probando. Entonces todo estaba por hacer: estaba el rock y el pop en estado puro, la basura del sinfónico, no había punk ni heavy ni tecno. En realidad era un tiempo bastante inocente. La psicodelia ya iba de bajada, y yo estaba en la pecera con mis cosas: el Paralelo barcelonés, el music hall, las variedades, la canción de autor... Íbamos improvisando sobre la marcha, no había un género claro (...) Venía de cinco años sin grabar, viendo como todas las compañías rechazaban mi maqueta sin contestar. Tenía hambre de grabar y meterlo todo; aunque detestaba el sinfónico, si no llega a ser por Rafael lo hubiese hecho. ¡Tenía tanta hambre atrasada!". No hay mucho que añadir, porque en cuanto uno se pone a escuchar este disco se reafirma una vez más en la incomprensión sobre el negocio musical: de nuevo surge en todo su esplendor el paralelismo entre la genialidad de Riba y la de Sisa, aunque su obra no se parezca ya en nada; y asombra, y duele que haya tenido que andar peregrinando de sello en sello con esta maravilla bajo el brazo. Es una colección de canciones cuyo nexo de unión es la nostalgia en sus múltiples variedades, una nostalgia envuelta en esos estilos tan "casposos" que Sisa rescata; esos estilos que quizá la gente tan moderna como nosotros ya había elegido olvidar aunque forman parte de nuestra infancia, esos estilos que probablemente rechazábamos con gesto de superioridad. Esos estilos ensoñadores -ahora vemos que también intemporales- que, por supuesto, forman parte del universo del pop. Me limito a adjuntar dos perlas: la segunda, que cierra el disco y le da título, es la más famosa de toda su carrera y forma parte del acervo sentimental de nuestra generación. Y para censura de la época también tuvo su enjundia: alguna insidia imaginada, alguna velada alusión debieron ver en la ensoñadora letra de aquel canto para que Sisa (que "aún encima" había manifestado poco antes ser ácrata) fuese el único músico vetado en aquel primer festival de Canet, cuando su nombre ya estaba impreso en el cartel.



Aquel éxito superó todas las expectativas, demostrando que la juventud nacional podía ser moderna, marchosa y tener una cierta sensibilidad al mismo tiempo; gracias a ello, Sisa pudo abandonar sus pluriempleos y dedicarse con exclusividad a su adorada tarea de juglar urbano. Como dije antes se trata del disco más vendido en toda la historia del sello Zeleste, que de pronto veía como su arriesgada apuesta les había salido bien a la primera, y no solo en Cataluña: a pesar del idioma, las ventas fueron sustanciosas en todo el país (otra cosa es lo que pasó luego, que tomando la parte por el todo creyeron que lo catalán era el futuro, pero en fin). Sisa mientras tanto comienza a recorrer la geografía nacional y prepara su nuevo disco, que se presenta un año después con el título de "Galeta galactica" y que va en la estela del anterior comenzando por la producción, de nuevo a cargo de Moll. La apertura con "El cabaret galàctic" lo resume muy bien: ese ritmo, esa letra, esos coros, esa entonación... Deliciosa. A veces sorprende con alguna incursión en los mundos cercanos al folk blues; es el caso de "A sota l'alzina", con un violín (Xabier Riba, el hermano de Pau) que me recuerda a Don Harris en la buena época de Mayall. El tono casi rockero corre a cargo de "Taronges i arrós", aunque siempre mediatizado por esos coros tan cercanos, tan de patio de colegio. Por haber, hay hasta un viaje a la Italia de ensueño, la del estilo "o sole mio", en la que Sisa (que siempre se ha declarado fan de la canción italiana y el Festival de San Remo) nos descubre sus infinitas posibilidades camaleónicas cantando en italiano, por supuesto: con un título como "Tarda solitaria vora el port d'un tenor italiá" no hace falta extenderse más. El cierre con "La primera comunió" es, simplemente, grandioso: a tono con el acto, el órgano da entrada a la voz que, entre recitado y canción, nos describe los posibles fondos decorativos ("viejas columnas, palacios y museos, mesas de mármol...") para una comunión insólita. Esa escueta letra surrealista se acompaña de coros alados hasta que de pronto la pieza se convierte en una especie de folk rock que esta vez casi recuerda a la Fairport Convention -también de los buenos tiempos- y en la que Sisa repite obsesivamente la estrofa central: "Hemos de hacer la Primera Comunión / en el balcón / disfrazados de caballos". Para mí, esta es una de las canciones más brillantes de su carrera... pero no me hagan mucho caso.



Su época dorada se culmina en 1977 con "La catedral", un disco doble que estuvo preparando durante casi dos años y cuya grandiosidad va acorde con el título aunque algunas canciones, por falta de presupuesto, se grabaron finalmente en condiciones precarias. De él dice Sisa que "guardo un recuerdo extraordinario, porque nos fuimos todo el equipo de músicos a una masía durante quince días, haciendo y grabando… Bueno, algunas canciones ya las tenía hechas, otras las acabé allí, las cambiábamos, las arreglábamos… Digamos que fue muy bonito todo el proceso. Vivíamos y cantábamos, y tocábamos, todo a la vez, sin solución de continuidad, y así salió el disco, con esa atmósfera. Después lo completamos, recuerdo, con dos o tres canciones más que grabamos en Barcelona en un estudio, y alguna, una o dos entre el camerino y el almacén de Zeleste. Por eso hay sonoridades muy diferentes y panoramas tímbricos muy variados. Sí, creo que es un disco que quedó muy completo". El resultado es otra de esas obras magnas no solo ya de su carrera, sino por extensión de la música de los años 70. Es curiosa la vocación "orgánica" que tiene el disco a pesar de esas "imperfecciones" causadas por el corto presupuesto, porque después de escucharlo unas cuantas veces a mí por lo menos me recuerda -otra vez- a "Dioptría": hay varios tonos distintos, hay varias atmósferas supuestamente ajenas, pero al final todo cuadra. Y aunque él parece pretender que las letras tengan mayor protagonismo que la música (de nuevo una sublimación de la tristeza esperanzada, o no), esa colección de estilos y de ritmos lo convierte en una brillante síntesis de toda su obra hasta ese momento. Una vez más, sus canciones se comentan solas: he aquí dos tan lejanas entre sí que resumen muy bien el tamaño de esta nueva galaxia.



Sisa compagina su trabajo a título personal con sus colaboraciones con grupos de teatro, y en 1979 presenta junto a Dagoll Dagom "Antaviana", obra deliciosa que recorre prácticamente toda España; solo con "Cançó i dansa de l'arlequí" sería suficiente para comprar el disco: se tenga la edad que se tenga, mientras nos emocionemos con esa canción seguiremos vivos. Es una época febril en la que tras un disco más enérgico como "La màgia de l'estudiant" recrea algunas clásicas junto al grupo Melodrama en un falso directo. En los 80 seguirá a ese ritmo, alternando unos trabajos y otros hasta que surge su primer heterónimo: Ricardo Solfa, cantante de boleros y baladas de amor. Al igual que Riba o cualquier otro su época dorada ya había pasado, pero hasta hace bien poco siguió escribiendo música; que sea más o menos brillante no lo voy a discutir, pero este señor es sentimiento puro, y eso no se paga con dinero.




miércoles, 6 de noviembre de 2019

1975-80: la nueva España (XV)


Este local vuelve a honrarse con la visita del gran Pau Riba, que llevaba un tiempo semioculto en Formentera. Recordarán ustedes que Riba, Sisa y algunos más constituyeron una alternativa dentro de la Nova Cançó a Els Setze Jutges, aquella sociedad de cantautores y folkies cuya referencia directa es la escuela francesa de los años 60, y que no aceptó a este tipo de gente alocada entre ellos. Frente a esa tendencia (que es ya un oficialismo bendecido por la burguesía intelectual catalana) Riba y compañía crearon el Grup de Folk, mucho más acorde con los planteamientos que sigue Dylan en su tránsito del folk a la psicodelia. Como buena agrupación ácrata, el Grup duró poco; pero ya no era necesario, puesto que sus integrantes aprendieron pronto a volar solos. Por otra parte, el carácter de la gente como Riba tampoco cuadra mucho con las oficialidades: siempre cantó en catalán, siempre mostro respeto por su lengua y su cultura, pero no así por las personas que se erigen en sus "gestores". Y por lo tanto, no estaba bien visto en esos círculos. Los dos amigos son ácratas, recuerden. 

La obra de Riba hasta este momento ha sido escasa, pero muy aplaudida: dejando aparte sus grabaciones anteriores con Jordi Pujol y el ep de Miniatura, desde finales de la década anterior hasta mediados de esta solo ha publicado a su nombre "Dioptría" entre 1969 y 1970 (volumen 1 y 2, cuyas reediciones se unirán en el formato de disco doble, como se pensó en un principio) y "Jo, la donya y el gripau" en el 71, aparte de algunos singles. Luego se retiró a Formentera junto a su mujer para vivir una existencia al más puro estilo hippie naturista, sin luz ni agua corriente y ayudando al parto de sus hijos con sus propias manos. Sin embargo aquellos discos fueron suficientes para entrar en la leyenda; quizá no tanto el segundo, ya que su naturaleza acústica (fue grabado en la pequeña isla con un equipo electrógeno) lo convierte en una exquisitez intimista que tuvo muy pocas ventas por entonces, pero "Dioptría" está considerado, aún hoy, como el mejor disco en la historia del rock catalán. Aunque ese "rock" está matizado por su condición de cantautor: más de una vez se ha comparado con el "Blonde on blonde" de Dylan; y aunque pueda parecer una exageración, a pesar de la diferencia de magnitudes, esa comparación puede darnos una idea aproximada de su categoría. El caso es que en 1975 está de vuelta en el mundo convencional, y una de sus primeras apariciones es en el festival de Canet: quienes hayan visto el documental filmado por Francesc Bellmunt ya habrán sacado sus propias conclusiones sobre el estado de "alborozo" que lucía nuestro amigo con su atuendo de ballet.

Aunque aquella actuación resultó bastante desastrosa, dejo claro que estábamos ante un nuevo Riba, partidario ahora de un rock enérgico, más o menos contundente. En cuanto a lo personal, él mismo dijo no hace mucho que su vuelta de Formentera, entre otras cosas, se debió a que estaba deseoso de vivir los atascos de tráfico y acudir al Corte Inglés en hora punta; vamos, que tenía mono de civilización urbanita (lo cual da al traste con aquella imagen ensoñadora de nuestro Daevid Allen nacional con efluvios de la Incredible String Band). Había llegado con material suficiente para grabar un nuevo disco, y le acompañaban algunos músicos valencianos: "los de Barcelona tenían mucha cabeza pero poco estómago, que es lo que yo buscaba". Gonzalo García Pelayo, que por entonces trabajaba en Gong, el subsello progre de Movieplay, lo ficha y pronto vemos el resultado: "Electròccid àcid alquimistic xoc", que resulta ser su nueva obra cumbre al decir de muchos. Tras una perla como "Dioptría" ahora nos ofrece una obra más rugosa, más cercana al rock tradicional, pero con la misma exquisitez, apoyado por el complemento de los teclados y sin perder el aura de cantautor que siempre ha de acompañarle. El disco se abre y se cierra con versiones de dos piezas tradicionales, "Sol solet" y "Estrella de la fortuna", que sabe hacer suyas con gran brillantez. Luego hay algunas que recuerdan el lirismo casi épico de "Dioptría", como "Es fa llartg, es fa llarg esperar", pero con una mayor densidad eléctrica. Otras más claramente rockeras, como "Occident", María" o "Lluna robada" tienen una gran cantidad de recursos y a veces giros inesperados que las hacen tremendamente atractivas y que, sobre todo, no cansan; incluso hay acercamientos a la psicodelia "gamberra" en "Luna estimada", con esa entonación que luce el señor Riba por momentos. En suma, no exageran los que alaban tanto este disco: no solo es de lo mejor de su carrera, sino que -otra vez por extensión- es de lo más grande que se hizo en esa época en España. Y precisamente por esa complejidad en los arreglos es un disco para escuchar muchas veces e ir descubriendo una cantidad de detalles que tal vez no se perciben en una primera escucha y que, como en "Dioptria", lo enriquecen hasta hacerlo intemporal.



A mediados de 1976 se malogra una actuación de Riba en Madrid, y aprovechando su presencia allí García Pelayo sugiere preparar un nuevo disco. Sin embargo algunas canciones estaban a medio hacer, no había un plantel estable de músicos y la grabación se suspende. Se reanudará ya en 1977, pero no en los estudios de Movieplay sino en la guarida que el mismísimo Daevid Allen tiene en Mallorca; incluso colabora con su guitarra en algunos pasajes. Finalmente se publica antes de que acabe ese año, con el título de "Licors", y está considerado como la última gran obra de su época dorada, tal vez porque hasta cierto punto -al menos en su cara A- continúa la tendencia del anterior. Hay solo cinco piezas, de las cuales el tema central es el que ocupa casi toda la cara B (más de quince minutos) y da título al disco; se nota la influencia de Allen, eso está claro, pero también el gusto de Riba por los ambientes tradicionales que ya mostraba en "Dioptria". En suma es una deliciosa sucesión de escenas que podría recordar un domingo de fiesta en cualquier población mediterránea (incluyendo los simpáticos miembros de la Ley que están buscando substancias ilegales); esa sensación de dulzura casi bucólica se remata con "Orenella i gladiol", una canción poética de dos minutos acompañada de guitarra acústica con espíritu de mandolina. En la cara A el panorama es distinto, casi un muestrario de las habilidades de Riba como rockero "intelectualizado": "Crida'm" es un rock de medio tiempo con fuerte carga melódica, mientras que "Pavana" (pieza ajena) se acerca al jazz rock guitarrero y "La flor del taronger" eleva el espíritu de conjunto hasta crear una ambiente de melancolía casi épica que se desarrolla lentamente con aire de balada eléctrica y abrigada por un piano espléndido. Así que, de nuevo, estamos ante otro de esos discos recomendables para todo aquel que disfrute con las piezas de encaje y filigrana.




Con la cercanía de la nueva década Riba se "desdibuja" un poco, por decirlo así. Su presencia es más esporádica y hasta 1980 solo publicará un single: "Rollo roc", cuya cara A es lo que su nombre indica y la B una especie de balada, una canción de amor con acompañamiento orquestal. Sorprende un poco su aspecto, actualizado hasta parecer un moderno al uso. En 1981 llega "Amarga crisi", con una orquestación no muy exuberante pero notoria y en el que hay una gran variedad, desde el reegae hasta las piezas de inspiración andaluza; es un disco bastante decente, pero ya no a la altura de los anteriores. Y a partir de ahí, entre apariciones, desapariciones, publicación de obra escrita y otras aventuras, el señor Riba sigue su carrera manteniendo un perfil bajo, como se dice ahora. Pero nunca está de más escuchar cualquier nueva música que nos ofrezca, seguramente más interesante que la media de cualquier época; y desde luego sus primeros discos seguirán siendo por siempre una exquisitez al alcance de cualquiera con un cierto gusto por la belleza atípica.