Sí señores, los Brincos: el conjunto musical que ha quedado para la historia como el más importante en la música pop española de los años 60. Se pueden discutir aspectos de su carrera tales como su preferencia por el estudio antes que el directo (por lo general bastante flojo: les daba pereza) o que sus intentos por actualizarse y abandonar el beat delataron sus carencias. Pero lo que no se puede negar es la enorme influencia que ejercieron sobre muchos músicos de su época, incluyendo aspectos técnicos y comerciales. Gracias a sus canciones aparentemente simples y directas pero con unas melodías perfectamente diseñadas hicieron fácil lo difícil, unir calidad y comercialidad; de ese modo prendieron la llama de la inquietud musical en una generación de adolescentes españoles que de otro modo tal vez se habrían aburrido mucho teniendo en cuenta la grisura reinante por entonces.
Nos habíamos despedido de ellos tras su viaje a Italia, donde grabaron su segundo LP; con esas canciones y siguiendo la táctica habitual diseñada por Maryní Callejo, había material suficiente para una buena parte de los discos pequeños del año 66. Les vino bien esa previsión, ya que si a ojos del público los Brincos eran una máquina de hacer éxitos, su situación interna amenazaba tormenta: demasiado jaleados por prensa y público, dejándose querer y más aficionados a la juerga que al trabajo, descuidaban claramente los ensayos y la preparación de sus actuaciones. Uno de los momentos más desastrosos fue su presencia en el festival de Benidorm, a donde los había llevado su manager, Emilio Santamaría, en connivencia con Novola: la idea era cerrar el festival fuera de concurso, como grandes estrellas, para mostrarse ante toda España (la televisión estaba por medio) y un elegido grupo de jefazos de sellos sudamericanos a los que habían invitado para introducir al grupo en aquellos países. Pero aquella actuación resultó horrorosa, y la bronca de Novola les sentó muy mal: cabreados, decidieron echar la culpa al señor Santamaría -por obligarlos a trabajar, supongo- y ficharon a Luis Sanz, otro clásico del negocio. Sin embargo el problema era de más calado, porque la política de publicar en discos pequeños lo ya incluido en el grande comenzaba a fallar; y ese segundo Lp, un poco más caro de lo habitual por el trabajo de la portada, se vendió menos que el primero. Si a esto añadimos que la aparición de los Bravos, con un sonido más moderno, estaba amenazando su jerarquía, no es extraño que surgiesen enfrentamientos entre los dos cerebros del grupo.
Juan Pardo fue posiblemente el primero en despertar y reconocer que la profesionalidad de los Brincos estaba en cuestión, así como también su estilo musical: el beat, español o no, comenzaba a pasar de moda. En vista de que cada vez se entendía menos con Fernando Árbex, ideó una jugada consistente en aliarse con Junior y, apoyados por Luis Sanz, plantear un órdago a Fernando, echarlo y quedarse con el grupo. Pero este tenía la propiedad del nombre comercial y su contraataque fue demoledor: amenazó a Sanz con prohibir el estreno de una película protagonizada por Rocío Dúrcal -representada por Sanz- en la que los Brincos habían incluido algunas canciones, y Sanz tuvo que agachar la cabeza. Poco después, en Octubre del 66, Juan y Junior estaban fuera; Manolo González, el bajista, era amigo de Fernando desde la época de los Estudiantes y por supuesto siguió a su lado. Los jefazos de Novola, que habían estado a favor de echar a Fernando y a Manolo, al final no se quejaron mucho porque ahora tenían dos marcas comerciales: un grupo y un dúo. Del dúo ya hablaremos otro día, pero ahora estamos a lo que estamos y toca degustar dos muestras de este año tan convulso: la deliciosa “Mejor”, una joyita beat que abría su segundo Lp y cuyo encanto llevó a los británicos Bystanders -futuros Man- a hacer una versión, y “Renacerá”, que pertenece al último Ep del año y de su carrera (el single se impone), siendo también la última participación de Juan y Junior.
Fernando Árbex recrea los Brincos recurriendo a dos músicos de los Shakers, un conjunto que prometía mucho y se fue quedando en nada: de ahí proceden el guitarra solista y cantante Vicente Martínez y el rítmica Ricky Morales, hermano de Junior y cuya carrera había empezado en los 4 Jets a principios de la década. Su intención es endurecer un poco el sonido para ajustarlo a las modas reinantes, e ir abandonando el beat para convertirse en un conjunto que hoy podríamos llamar de pop/rock; bajo el punto de vista de un aficionado a ese tipo de estilos la idea de evolución de Fernando parece más interesante que la de Juan y Junior, que tras algunas buenas canciones de pop melódico orquestado y un tanto tremendista desaparecerán pronto, así que la escisión fue saludable. Entre 1967 y 68 graban primero en Abbey Road supervisados por Geoff Emerick, y luego en Marble Arch bajo la dirección del legendario Larry Page (sí, el de “Wild thing” con los Troggs: dirigió casi toda su carrera, y fue un personaje fundamental en los primeros tiempos de los Kinks), buscando ese mágico toque british y de paso la posibilidad de entrar en aquel mercado. El sonido gana y pierde al mismo tiempo: algunas canciones son realmente potentes, sin nada que envidiar a los isleños de la época, pero el estéreo de los estudios italianos se convierte ahora en un monoaural con bastante eco (bajo presupuesto: no son los Beatles). En todo caso ese bienio es realmente magnífico para los Brincos, que lo rematarán con la publicación de “Contrabando”, el mejor Lp de su carrera, en el que se reúnen las canciones grabadas en Londres -algunas ya adelantadas en singles. Hay dos en concreto que se publicaron también en la Isla, en inglés, of course, aunque pasaron sin pena ni gloria a pesar de aparecer en el sello de Larry: “El pasaporte” (con “Lola” en la cara A: error) y “Nadie te quiere ya”, ambas con un sonido ligeramente modificado (la cara B de esta última en la Isla fue “The train”, que Peter Townshend demandó considerando que su entrada era un plagio de “Substitute”). Por supuesto nosotros las oiremos en nuestro idioma, pero… la primera es ahora una de las escasas referencias españolas en algunos recopilatorios isleños de esa cosa llamada freakbeat. Snif… ¿no es emocionante?
Los Brincos han pasado ya por el beat, el pop e incluso una vaga psicodelia cuando el rock progresivo se pone de moda en 1968/69. Fernando, siempre al día, toma nota, evoluciona y en 1970 presenta el resultado: “Mundo, demonio y carne”, un Lp que se lanza también en el mercado isleño. Pero el resultado es desastroso en todos los frentes: los Brincos no son tan buenos como para destacar allí, como tampoco lo hicieron durante su primera época en Italia o Francia (sus objetivos por entonces). Y en España el disco se hunde porque los fans tradicionales no lo comprenden, mientras que los aficionados a este nuevo estilo son pocos y elitistas: para ellos, la música española nunca llegará a esas categorías. Y la verdad es que tienen parte de razón, porque estamos ante un batiburrillo de piezas irregulares con un argumento conceptual bastante pretencioso del que solo se salvan algunos momentos más o menos brillantes. El fracaso lleva a Fernando a replantearse su carrera, y decide liquidar a los Brincos para comenzar una nueva década dedicado preferentemente a la producción y el desarrollo de una tendencia que ya ha comenzado a diseñar con ese último disco: el funk rock con aires latinos, en parte influenciado por Santana, que lo llevará a dirigir Alacrán y posteriormente Barrabas (sin acento, pensando en el mercado exterior). Pero esas ya son otras historias y… nosotros nos quedamos con dos ejemplos del disco en cuestión: la primera fase de la suite “Mundo, demonio y carne”, y “Emancipación”, una pieza bastante decentilla de la cara B.
Esta es, a grandes rasgos, la accidentada historia de unos de esos pocos grupos de los que podemos sentirnos orgullosos, un grupo que puede presumir de que todo su repertorio es original. Justo lo contrario de los que vienen ahora, los que casi acaban con ellos, los Bravos, un producto de laboratorio. Y sin embargo…