miércoles, 29 de mayo de 2019

Instantes publicitarios


Este aviso va a la atención de los fans de los Cheyenes, y en general de todos aquellos que estén interesados en la historia musical de la España sesentera: 

El otro día se presentó por el bar un señor llamado José Gala, cuya afición por el grupo de los hermanos Vercher es de tal calibre que un día se puso a escribir la historia de ese grupo con todo lujo de detalles; y para tal trabajo contó con el inestimable testimonio del mismísimo Joselín Vercher, que según creo fue el único que siguió con la afición musical durante un tiempo. El señor Gala ha conseguido autopublicarse un libro de ochenta y dos páginas contando aquella odisea, y dispone de cien copias. Si alguno de ustedes está interesado en hacerse con una (o más), solo tienen que ponerse en contacto con él escribiendo al siguiente correo: 

librocheyenes@gmail.com 

Gusta ver que aún queda gente que recuerda a un grupo como ese… 

lunes, 20 de mayo de 2019

1975-80: la nueva España (II)


Madrid, la que no tiene raíces, es nuestro primer destino. Y Asfalto nuestro primer grupo: los músicos de su época más recordada son totalmente distintos a los que empezaron aquella aventura, pero entre unos y otros sus orígenes están en 1970. Y junto a ellos resulta obligatorio citar a Vicente “Mariscal” Romero, que fue protagonista principal en el nacimiento del rock urbano español dando a conocer a gran parte de esa generación. Así que vamos allá. 

Los Tickets son un grupo al que conocimos trabajando en las grabaciones de Vainica Doble, y al que nuestras dos abuelas preferidas entregaron aquel delicioso pop rock psicodélico titulado “El rigor de las desdichas”. Esa fue la cara A del único single que llegaron a publicar, mientras que para la B ellos mismos compusieron "Someone like you", un rock de medio tiempo bastante previsible cantado en inglés. Las ventas escasas y la consolidación de Julio Iglesias como cantante estrella de Columbia, que centró todas sus inversiones en él, hizo añicos el contrato de ese grupo, al que incluso se le obligó a cambiar de nombre: Asfalto se presentan en 1972 y fichan por Zafiro, donde llegarán a publicar dos singles en el subsello Acción, producidos por Manolo Díaz. No hay grandes sorpresas, aunque “Razones”, la cara B del primero, muestra ya un atisbo cercano a lo que serán luego. El resultado comercial no fue mucho mejor que en sus principios, y aquí termina la época “prehistórica” porque a continuación llega la mili. Desde la época de los Tickets el único miembro fijo es su creador, el bajista y cantante José Luis Jiménez. 

Durante unos años, con varias entradas y salidas de personal, su único testimonio grabado fue una casete, en 1976, titulada “Homenaje a los Beatles”. En lo artístico no tiene mucho valor porque es un conjunto de versiones bastante lineales, simples covers carentes de espíritu propio (cinta de gasolinera, para entendernos); pero precisamente por buscar la imitación lo más fiel posible les vino bien para adquirir soltura. Esa soltura la aplicaban luego en sus actuaciones, básicamente en fiestas patronales, bailes y demás jolgorios patrios, como muchos otros grupos que sobrevivían por el circuito nacional a base de interpretar los éxitos del momento; su radio de acción era Castilla – La Mancha, como se dice ahora (Castilla La Nueva, para los de mi quinta), y aprovechaban esas actuaciones para ir metiendo por medio material propio. Para entonces hay ya una formación estable: además de Jiménez, están los guitarristas Lele Laina y Julio Castejón, y el batería Enrique Cajide; las voces principales son las de Jiménez y Laina. Pero hay también hastío, porque van ya unos cuantos años a salto de mata sin ver un futuro más o menos claro. Hasta que un día, después de una actuación, se topan con Vicente Romero y le piden ayuda. Así que ahora habrá que explicar quién era por entonces el tal Romero. 

Vicente Romero, un fan friki del rock en general, había comenzado a trabajar en la radio sobre 1968, con solo veinte años, y a principios de los 70 su programa “Musicolandia”, en Radio Centro de Madrid, era ya objeto de culto: recuerdo perfectamente el valor que le echaba a la vida radiando discos prohibidos en España, completos, de principio a fin. Para entonces ya colaboraba también en algunos medios gráficos como “Disco Express”, y su nombre comenzaba a hacerse popular; tanto, que a pesar de que los gerifaltes de la emisora no podían ni verlo, tenían que transigir. Romero conocía perfectamente el funcionamiento de los sellos discográficos y sabía que a los grandes no les interesaba el rock nacional: con la venta de sus cuatro o cinco estrellitas solistas más la distribución de los grandes nombres extranjeros les bastaba... pero Zafiro era un caso aparte. En realidad lo había sido siempre: recordarán ustedes la creación de Novola a principios de los 60, con Sartorius y luego Maryni Callejo; ese subsello fue el que lanzó a todo trapo a los Brincos, gastando una cantidad de dinero impensable para la época. Romero tenía también conexiones con Movieplay, ya que en el subsello Gong se había publicado en 1975 el recopilatorio “Viva el Rollo” con grabaciones primerizas de algunos grupillos (todos en inglés salvo Tilburi con la canción de la cochambre), y por el medio salía también él haciendo dos versiones de sus adorados Stones. Sin embargo, solo Zafiro acepta lo que Romero propone: un sello para músicos de rock en español. 

Ese sello se llama Chapa Discos, se crea a finales de 1977 y aunque la dirección ejecutiva y económica corre a cargo del staff de Zafiro es Romero quien decide los fichajes: mientras el invento funcione, no habrá problemas. Como en la época de Novola, los altos mandos seguían siendo personajes de otra época, reaccionarios incluso, pero con visión de negocio. Otro asunto eran las condiciones de los contratos, en los que se aprovechaban de la falta de experiencia de los músicos y les obligaban a firmar cláusulas en las que no se respetaban los derechos de autor, por ejemplo; incluso en muchos casos esos músicos no llegaron nunca a saber cuántos discos habían vendido. Por otra parte, para ahorrar costes, exigieron a Romero que él mismo se encargase de la producción, sin tener conocimientos técnicos para ello y con la menor cantidad de horas de estudio posible: eso explica el sonido, bastante deficiente, de muchas grabaciones del sello... aunque tal vez sea parte del encanto. Y sin embargo, con todas sus imperfecciones, la existencia de Chapa y la voluntad de Romero son argumentos imprescindibles para entender la evolución del rock nacional en aquellos primeros años. 


Asfalto se convierte en la banda que inaugura el sello Chapa con un disco grande en la primavera del 78; no tiene título, salvo el nombre de la propia banda. La autoría de las canciones figura compartida por los cuatro integrantes, y aunque hay un trasfondo progresivo se distinguen al menos dos estilos: el tono entre rockero y hippie de canciones como “Capitán Trueno”, “Ser urbano” o “Días de escuela” (que se convirtieron en las más populares) y otras más “técnicas” como “Todos los días” o el gran momento acústico de “El emigrante”. Por el contrario no hay una gran diferencia en el espíritu de las letras, a veces reivindicativas, otras melancólicas o soñadoras, tal vez un poco ingenuas, pero siempre muy cercanas al sentimiento de una generación entre la adolescencia y la juventud que estaba comenzando a ver otro tipo de mundo, por decirlo de algún modo. El sonido, los arreglos y las mezclas son deficientes, entre otras cosas porque no dan una imagen real del grupo (esa flauta, por ejemplo), pero el resultado comercial es espectacular: se calcula que este disco anduvo cerca de las veinte mil copias. Fue algo inesperado, muy por encima de las expectativas teniendo en cuenta la escasa penetración que tenían los grupos nacionales hasta ese momento. Y por supuesto se convirtió en el santo y seña de la nueva época que estaba naciendo: el rock español podía ser rentable.



Pero muy poco después surge la sorpresa: Jiménez y Laina abandonan el grupo. La situación parecía desesperada, porque además de ser las dos voces titulares se sospechaba lo que se confirmó luego, que Jiménez debía de ser el compositor principal, entre otras cosas porque él fue quien había comenzado la aventura con los Tickets, el único elemento constante todos estos años. Las razones fueron, además de su disconformidad con el sonido -es decir, la producción- del disco, las diferencias de criterio artístico con los otros dos miembros; sobre todo Castejón, que ya por entonces se apartaba un poco de la visión rockera de los otros dos para acercarse más al progresivo con tintes sinfónicos. Por un momento él y Cajide pensaron abandonar, pero finalmente siguieron adelante fichando al teclista uruguayo Jorge García Banegas (veterano cuyo prestigio había comenzado casi diez años antes en los progresivos Psiglo, una leyenda en su país) y al bajista José Ramón Pérez, procedente de un grupo llamado Ámbar, al que no conozco; Castejón y Banegas serán a partir de entonces los compositores de Asfalto. 

Por supuesto, también Jiménez y Laina reclutan nuevos músicos. En verano se presentan ante el público bajo el nombre de Topo, que será otro de esos grupos madrileños míticos: a la batería está Terry Barrios, ex de Franklin entre otros; el teclista es Víctor Ruiz (de los ignotos Alubión). Y antes de que termine este año tan convulso Asfalto presenta su segundo disco, así que dentro de unos días volveremos con esta entretenida saga de dos por uno.

 

lunes, 13 de mayo de 2019

1975-80: la nueva España (I)


La situación de anormalidad política y social en la que vivió España durante tanto tiempo termina en Noviembre del 75 con la muerte de Franco. Pero evidentemente las cosas no se arreglan de un día para otro: al mismo tiempo que se va asentando esa maravillosa sensación de libertad (con tropiezos por medio), también somos conscientes de lo atrasados que andamos con respecto a nuestros vecinos. Sin embargo hay que ir paso a paso, y el primero es comenzar la publicación de todas aquellas obras literarias, cinematográficas, musicales, que habían estado prohibidas, al mismo tiempo que el país se va “normalizando”. Para cuando lleguemos a los años 80 España será una potencia en algunas disciplinas artísticas: la irrupción de un Almodóvar, por ejemplo, denota bien a las claras que los españoles ya no tienen miedo a nada. En lo musical también habrá un espíritu propio (mejor o peor ya es otro asunto), pero de momento todavía estamos viviendo en el “quiero y no puedo” de una mentalidad en la que sigue primando el ansia de mimetismo con respecto a lo que viene de fuera. Lo curioso es que gran parte de los músicos españoles todavía no se han enterado de que “fuera” hay una revolución: ya hemos visto cómo va el mundo sajón en este segundo quinquenio de los 70. 

El panorama musical español en 1975/76 es una suma de inercias negativas, muy propias de una industria fosilizada. Para empezar, la oferta mayoritaria se fragmenta en dos bloques: el cantante solista, cuyo reinado comenzó a finales de los 60 y sigue boyante (justo al revés que en el mundo sajón), y los grupitos de pop infantilizado. Los solistas al menos pueden presumir por lo general de una buena voz: Nino Bravo, Raphael, Camilo Sesto… nos gustarán o no, pero tienen algo que ofrecer; los grupos (Los Diablos, Los Puntos…) son pura papilla para consumo masivo. Y luego queda un pequeño remanente que la mayor parte de los sellos utiliza de forma arbitraria y en el que lo mismo podemos ver cómo se infravalora un gran cantante como Pedro Ruy-Blas o a algunos cantautores de verdadera categoría como Hilario Camacho; también hay grupos como C.R.A&G, Tílburi, Agamenón y otras cuantas rarezas que ya hemos visto cómo acabaron gracias, entre otras cosas, al nulo apoyo de sus disqueras. Pronto surgirán algunos subsellos con la intervención de gente más actual pero sin la suficiente autonomía para decidir una estrategia de mercado: marcas como Chapa, por ejemplo, son capaces de lo mejor y lo peor. 

Lo que sí comienza a notarse es la diferencia de carácter entre Madrid, de espíritu urbano, callejero, y el ambiente catalán, cuya burguesía intelectual apoyó desde finales de la década anterior la opción progresiva (ya saben, los cachorros de Els Setze Jutges y el Grup de Folk) y su utilización del idioma como elemento cultural y reivindicativo. La evolución de ese estilo, en el segundo quinquenio, dará como consecuencia el jazz rock progresivo mediterráneo o la onda layetana (con una pequeña variante autóctona en la comunidad valenciana). Y como tercera alternativa se consolida Andalucía: el progresivo / sinfónico parece engarzarse muy bien con el tono melancólico de muchos músicos andaluces. Aquella luminaria llamada Smash no ha dejado herencia, y en su lugar surgen grupos que desarrollan melodías complejas, por lo general encuadradas en la balada, de gran nivel técnico. Así que ahora tendremos tres maneras claramente diferenciadas de encarar el negocio: bien, pues cuanto más amplia sea la oferta más entretenidos estaremos todos; luego ya iremos viendo el grado de popularidad que va alcanzando cada una. 

El resto del país no tiene circuito suficiente para vivir de la profesión con holgura, así que todos aquellos que se sientan con facultades para probar suerte han de ir a la capital. Precisamente de ahí le viene a Madrid el espíritu urbano, como el de cualquier otra gran capital, porque son el refugio de todos aquellos músicos provincianos cuyo lugar de nacimiento les queda pequeño. “Madrid no tiene raíces”, se quejaba Gonzalo García Pelayo, el gran mesías del rock andaluz. Y es cierto, pero no importa: a cambio, como todas las Babilonias, es chispeante, inquieta, ansiosa de novedades, y por supuesto al segundo día viviendo allí ya eres madrileño. Esa mezcla de orígenes y procedencias, esa falta de raíces es precisamente su mejor baza para el futuro; pero de momento será el lugar donde el rock tradicional en su vertiente hard (a veces con tonos progresivos) comienza a evolucionar hasta crear un estilo casi autóctono: el rock de barriada, hijo de la clase obrera, una especie de punk castizo. 

En cuanto a la infraestructura, y teniendo en cuenta que la situación económica sigue igual de mustia, son contados los locales con un acondicionamiento decente. Ya antes de la muerte de Franco comenzaron a popularizarse los festivales yeyés de buen tamaño, ubicados a veces en lugares insospechados. Recordarán ustedes que uno de los primeros y más famosos fue aquel de Burgos, tildado “de la cochambre” por la prensa patriótica, glosado luego por la correspondiente canción de los Tílburi. Y ese es un buen ejemplo del criterio que se seguía para montar estos eventos: horas y horas de grupos mediocres interpretando desarrollos interminables para deleite de los hippies urbanos que éramos aún casi todos. Aquello era más una fiesta que un festival, ya que en realidad lo que importaba era sentir esa impagable sensación de libertad entre iguales, generosamente iluminados por uno o varios tipos de substancias legales e ilegales. Podía ser en una plaza de toros, en algún secarral perdido por el mapa, en algún palacio de deportes sin la sonoridad más elemental, pero daba lo mismo; ah, y además ya comenzaban a llegar bandas extranjeras con una cierta regularidad: las de primera línea por lo general tocaban en locales de nivel aceptable, pero otras se incluían en este tipo de encuentros maratonianos. 

Los medios de comunicación, especialmente radio y prensa, mejoran a buen ritmo: tras la relativa popularidad alcanzada por los programas musicales en Radio España (Onda Dos), Radio Centro, la COPE incluso, finalmente RNE se atreve a lanzar en 1979 Radio 3, que ha quedado como lo más brillante que ha dado este país en ese medio, sin nada que envidiar a la Radio One de la BBC. En el mundo editorial, tras la heroica estela de “Disco Express”, una revista muy imperfecta y con pocos medios pero mucha voluntad, surgen entre otras Popular 1 (1973) y Vibraciones (1974); ahí ya tenemos dos publicaciones “sin complejos”, como se dice ahora, dos cabeceras de categoría que durarán muchos años (Popular 1 creo que aún existe). Como un compendio del mundo contracultural en el que la música es un elemento más, destacan las míticas revistas “Star” y “Ajoblanco”, ambas surgidas ya en 1974. Y por último, entre la escasa oferta televisiva hay que citar el “Popgrama”, creado en 1977 y que consiguió un alto nivel de dignidad: por ahí pasaron Ángel Casas (el fundador de “Vibraciones”), Diego Manrique, Carlos Tena y muchos más; Casas dirigirá luego “Musical Express”, creado en 1980, y la plantilla será muy similar. En fin, que el panorama se anima; y aunque por supuesto la mayor parte de los ingredientes informativos seguirá versando sobre la actualidad isleña o yanki, los músicos nacionales irán consiguiendo un poco más de atención con el paso del tiempo. 

Así pues, entre luces y sombras, la música moderna española comienza a superar su raquitismo y sus complejos; y resulta admirable la relativa rapidez con la que lo va a conseguir, puesto que antes de que termine la década algunos de sus protagonistas ya tendrán una cuota de mercado decente. En esta nueva travesía del desierto ya se divisan varios oasis; no serán gran cosa, pero la gris monotonía del primer quinquenio va quedando atrás. 


jueves, 2 de mayo de 2019

¡Se acabaron los 70s!


Bienvenidos a la fiesta con la que nos despedimos de los años 70, una década que termina con tanta brillantez como comenzó, aunque por supuesto el panorama es radicalmente distinto. Entre otras cosas, destaca la fugacidad de los acontecimientos: tal vez “new wave” siga siendo un concepto válido, pero el punk ya ha sido sobrepasado y en su lugar está surgiendo el binomio gótico siniestro que marcará gran parte de la oferta en los próximos años. Pero ya lo iremos viendo más adelante: hoy toca relajarse y disfrutar. Como ya saben nuestros escasos incondicionales, en estas fiestas y salvo algunas excepciones tratamos de reivindicar a esos grupos o músicos que van quedando al margen de la historia con una simple nota a pie de página porque su vida comercial fue breve, o de poco interés, o simplemente no tuvieron suerte. Y como siempre, nuestro formato es el 12+1. Vamos allá, pues. 

Comenzaremos con una banda maldita, que eso siempre da mucho prestigio. ¿Qué tal los Only Ones, por ejemplo? Peter Perrett, su líder, es el antihéroe clásico: pálido, de aspecto enfermizo, un cruce entre Lou Reed y Johnny Thunders (con quien llegó a colaborar), probablemente con más vocación literaria que musical. Su carrera comienza a principios de la década en un grupillo llamado England’s Glory, cuyas grabaciones no se publicaron hasta varios años después, y a finales del 76 lanza su nuevo grupo que pronto quedó en tierra de nadie. Porque su perfil es el de un poeta rockero urbano (resulta evidente la influencia de Reed, incluso en la voz) que con la llegada del punk resulta demasiado “intelectual” para el público medio; y también hay que reconocer que no tiene la talla de un Reed, aunque algunas canciones suyas sean memorables. Los Only Ones desaparecieron después de publicar tres discos grandes, y de aquel puñado de canciones destaca una que los ha hecho pasar a la Historia con mayúscula: “Another girl, another planet”, una delicia que venía incluida en el primero, que salió también en single y que los emocionados muchachos de Allmusic definen como “el más grande single de rock jamás publicado”. Hombre, tal vez no sea para tanto; pero seguro que la mayoría de nosotros lo pondríamos entre los diez primeros... aproximadamente.


La resurrección del pop en todos sus matices que trajo la new wave dio a luz a cientos de pequeñas bandas que por lo general no duraron mucho: casi cada semana surgía una “one hit wonder”. Pero ha habido muchas ocasiones en las que ese término resultaba injusto, y los Vapors son otro ejemplo: muchos fans los recuerdan exclusivamente por “Turning japanese”, su único top 5, a principios del 80, y sin embargo merecieron mejor suerte. Habían surgido dos años antes y su primer single, en otoño del 79 pasó casi desapercibido; alcanzaron el éxito con el siguiente, y ese hecho les dio opción a grabar un Lp que tuvo unas ventas bastante decentes. Sin embargo, el segundo tuvo muy poca promoción y no era tan chispeante. Poco después los Vapors ya no existían, pero ambos discos grandes son recomendables; y por supuesto “Turning japanese” ha quedado como una inevitable de aquellos tiempos.


Un truco muy usado para entrar en el negocio es apuntarse a alguno de los estilos imperantes, y luego ya se irá viendo: tras el fulgor de los Jam, que reavivaron las cenizas mod, de pronto el mercado isleño se vio asaltado por unos cuantos grupos menores que sin embargo crearon algunas canciones realmente agradables. Y uno de los mejores ejemplos es el de los Lambrettas, que supieron estar a la altura de ese nombre con un planteamiento revival impecable y que nos ha dejado dos Lps encantadores. Su momento de gloria estuvo entre 1979 y el 82; luego quisieron abandonar ese cliché con el que se habían presentado, pero su creatividad no daba para más. En cualquier caso, insisto en que algunas canciones como esta “Da-a-ance”, que abría el primer disco, son arrebatadoras.


Y si “Lambrettas” es un nombre de clara evocación mod, “Merton Parkas” ya es lo más (el barrio de Merton, y en general el sur de Londres, fueron núcleos mod muy activos). Comenzaron trabajando el circuito de pubs, y en consecuencia su inclinación revivalista es bastante amplia y abarca varios estilos, desde el puro pop hasta el r’n’b; solo han dejado un Lp y algunos singles, pero fueron el medio por el que Mick Talbot se dio a conocer. Talbot será luego miembro de los Dexys Midnight Runners y luego del dúo Style Council junto a Paul Weller (o sea, una evolución tras otra en el recorrido neo mod. Ambos grupos nos visitarán en la próxima década). Aquí tienen ustedes “Face in the crowd”, que da título a aquel disco grande y me resulta más atractiva que algunos de sus singles.


Siguiendo con las bandas revivalistas que proceden de los pubs, aquí tenemos a los incombustibles Inmates, que probablemente a día de hoy aún estén tocando en algún local. Su estilo está mucho más cerca del rock and roll que de cualquier otro, y en ese sentido podrían considerarse como una especie de “hermanos pequeños” de Dr. Feelgood, por ejemplo. Su especialidad son las versiones, y hay una en concreto que los hizo casi famosos: la fascinante “Dirty water”, que ya había puesto a los Standells en los libros y cuyo embrujo se mantiene íntegro gracias a la habilidad y el respeto que demuestran estos muchachos. Además de publicarse en single era también la que abría su primer Lp, titulado “First offence”; de entonces ahora van otros diez, más o menos.


Gracias al espíritu “antisistema” del punk y a la actitud combativa de mujeres como Siouxsie o Poly Styrene, el mercado comienza a asumir la presencia creciente del género femenino como algo normal. Y antes de que finalice la década ya hay algunos grupos en los que son mayoría; es el caso, por ejemplo, de las Slits: en un principio figuraba entre ellas Budgie, el batería que luego se unió precisamente a la banda de Siouxsie, pero cuando el primer Lp llegó a las tiendas lo que vemos es un trío de señoritas. Y aún encima resulta que su propuesta es pura vanguardia post punk, con ritmos deconstruidos y “alternativos” al reggae, el ska o incluso el funk. Resultaron demasiado avanzadas para el momento, pero al menos aquel primer disco ha dejado huella (su discografía, aunque un tanto irregular, abarca media docena) Se han reagrupado más de una vez; el puesto de batería, el más voluble en este grupo, estuvo ocupado en sus orígenes por la malagueña Paloma Romero, más conocida por Palmolive, que fue la musa de Joe Strummer en su single con los 101’ers y que luego militará en otra banda femenina legendaria: las Raincoats.


Así que por pura lógica ahora llegan las Raincoats. La influencia de las Slits es evidente, ellas mismas lo reconocen, y también su formación tradicional es la de trío aunque con ayuda de otros músicos que van y vienen, Palmolive por ejemplo: eran cuatro cuando se presentó su primer Lp. Sin embargo el estilo de Raincoats es más “occidental”, digamos, aunque también innovador gracias entre otras cosas a la presencia de Vicky Aspinall, que tiene formación como violinista clásica además de compartir con sus compañeras la guitarra y el bajo. Su visión vanguardista va desde el post punk hasta el art pop (por momentos recuerdan a la Velvet), y como en el caso de las Slits llegaron demasiado pronto como para superar el sambenito de “minoría ilustrada”, o sea, de banda de culto; pero también como ellas, hoy en día son uno de los grupos más respetados de aquel tiempo.


A veces la línea que separa a los músicos “de culto” y los simplemente “raritos” es muy fina, y en todas las épocas ha habido unos cuantos de esta última clase; de hecho, grupos como las Slits o las Raincoats podrían figurar perfectamente en ambas categorías. Lo mismo pasa con los Flying Lizards; se trata de una agrupación que andaba a medio camino entre la vanguardia y el dadaísmo, y cuya plantilla siempre fue inestable (han pasado por ahí o han colaborado casi veinte músicos, Robert Fripp entre ellos). En realidad fue una creación del compositor David Cunningham, y la entidad más reconocible era el estilo vocal y la presencia escénica de Deborah Evan-Strickland. Deborah busca una monotonía distante, casi de aburrimiento, mientras los músicos (especialmente piano y batería) ejecutan escalas minimalistas e incluso infantiles. Surgieron a finales de 1976 y su discografía va del 79 al 81; ni ellos mismos se tomaban muy en serio -eran artistas multimedia-, pero de entre su producción destacan antes las versiones deconstruidas que el material propio. De esas versiones la más popular fue “Money”, su primer single, un mediano éxito en las listas y con un extraño pero verdadero encanto.


Banda de culto, esta con todas las letras, son los Swell Maps. Al igual que otras de esa condición que ya pasaron por aquí, sus influencias llegan hasta el progresivo y el kraut rock de unos años antes, aunque la compleja personalidad de los hermanos Godfrey, sus dos integrantes principales, añade matices que incluyen su admiración por Dylan o el rock clásico británico. Consiguieron llegar a lo más alto de las listas alternativas en verano del 79 con “A trip to Marineville”, su primer Lp, considerado una de las obras maestras del art punk (recuerden: Wire, Gang Of Four… ese tipo de gente); el segundo, tal vez demasiado experimental, paso casi desapercibido. Los hermanos Godfrey disolvieron la banda a mediados de 1981 tras esos dos discos y unos cuantos singles, aunque por supuesto hubo luego todo tipo de recopilaciones; lo cual resulta lógico si tenemos en cuenta que esa banda es fuente de inspiración para gran parte de las bandas noise de los 80/90… y luego llegaron los primeros Jacobites, y luego la carrera de cada uno de ellos por separado. Seguro que les suenan los nombres de guerra de los dos hermanos: Nikki Sudden y Epic Soundtracks, que hoy gozan de la categoría de muertos ilustres.


Los músicos solistas no son muy abundantes en la era new wave, pero ya vimos que algunos consiguieron una buena posición. Por contra, en el camino quedaron otros que parecían tener futuro pero luego se fueron diluyendo. Este es el caso de Lene Lovich, encantadora muchacha de origen yugoslavo / británico y nacionalidad estadounidense que se estableció en la Isla con su familia cuando ella era aún adolescente. Lene, otra de esas artistas "multifunción", estudia pintura, escultura y otras cuantas disciplinas y no se dedica con plenitud a la música, pero su voz tan especial y su aspecto acaba por proporcionarle una buena oportunidad: en 1976 comienza a grabar algunas piezas y dos años después ficha por la Stiff, que lanza “Stateless”, su primer Lp. Ese disco está compuesto en su mayoría por Lene y su compañero Les Chappel (que además es guitarrista), junto a algunas versiones sorprendentes; y la estrella es una pieza propia titulada “Lucky number”, que llegó al top 3 y es otra de esas leyendas de la época. El disco grande tuvo unas ventas pasables, los siguientes no tanto; pero tampoco le importó mucho, porque siempre ha estado alternando sus apariciones musicales con el teatro, e incluso algunas incursiones cinematográficas. En cualquier caso, ella y su banda siguen en activo.


En cambio Annie Lennox, cuyos primeros tiempos no parecían muy prometedores, acabará siendo una figura de talla mundial en los 80 y más allá. La historia comienza a mediados de esta década: David Stewart (ex guitarrista de Longdancer) y su colega Pete Coombes bajan a Londres y allí conocen a Annie, que tiene estudios musicales. Poco después forman The Tourists junto a otros dos integrantes y en 1979 publican su primer Lp, que sin ser una joya les da cierta popularidad; el segundo no es mejor, pero contiene una versión de la inmortal “I only want to be with you” que publicada en single consigue rozar el top 5 y quedará como su momento más brillante. El grupo durará otros dos años, con algunos singles de categoría por medio, y a partir de ahí comienza la épica: Annie y David, que eran pareja, liquidan su relación sentimental y recomponen la musical creando Eurythmics, que durante casi diez años serán protagonistas principales en las listas de éxitos. Luego cada cual proseguirá su carrera en solitario, con algunas reuniones esporádicas.


Y completamos la docena con uno de esos éxitos tremebundos que consagran a un músico por siempre jamás: se trata de Gerry Rafferty y su inolvidable “Baker Street”. En cierto modo se cumple así una especie de justicia poética, ya que su carrera había discurrido hasta entonces y durante casi diez años entre luces y sombras. Desde sus comienzos con los Humblebums su querencia ha estado siempre entre el folk y el pop, siendo su época de mayor popularidad (relativa) en los primeros 70s formando el dúo Stealers Wheel junto a Joe Egan: todo buen aficionado recuerda al menos el single “Stuck in the middle with you”, un top 10 que resucitó luego Tarantino en el 92 para su primera película. Pero tras la disolución del dúo y unos cuantos problemas legales, no pudo publicar material nuevo hasta 1978; ahí es cuando demostró que no había perdido el tiempo, ya que la coleccion de exquisiteces contenida en “City to city”, su nuevo Lp en casi cinco años, hace de “Baker Street” una guinda muy vistosa pero no mucho más brillante que el resto. Tras ese momento de esplendor siguió manteniendo una buena regularidad durante la década de los 80 y luego su trabajo se fue espaciando hasta su muerte en 2011. En cualquier caso el mérito de esta obra es doble: por su perfección tanto melódica como técnica, y por haber conseguido semejante éxito con un material tan lejano a la new wave o cualquier otra modernura. O sea, que estamos ante un verdadero clásico.


La selección 12+1 solemos presentarla como “fuera de programa”, ya que por lo general se trata de canciones que no guardan una relación directa con la docena anterior. En este caso podría incluirse, aunque con la salvedad de que su autor no es exactamente un músico, sino un artista plástico que decide probar suerte en esta otra disciplina; se trata de Paul Roberts, que en ratos libres deja los pinceles y se pone a componer canciones cantando y apoyándose con la guitarra. Ya tenía algunas rematadas a mediados de la década, pero su intento por conseguir que un sello las publicase resultó infructuoso y tras algunas actuaciones en la Isla se marchó a Francia. Y allá por 1978, animado por algunos músicos amigos, vuelve a intentarlo; esta vez consigue que Chiswick escuche sus maquetas y en el año siguiente se publica un primer Lp, titulado “Flickle heart”. Roberts, apoyado por cuatro músicos más, emplea el nombre comercial “Sniff’n’The Tears” y elabora también las portadas; el disco no alcanza grandes ventas, pero sí el single que se extrae de él: “Driver’s seat”, una verdadera plaga en las radios y las máquinas de discos entre 1979 y 1980. Es la perfecta canción mainstream, una especie de power pop melodioso que acabó convirtiéndose en la única pieza realmente interesante del señor Roberts; quien no obstante consiguió la inercia suficiente para grabar unos cuantos discos más y seguir compaginando una profesión con la otra aunque ya casi nadie se acuerde de él…


Y aquí termina la fiesta. Espero que les haya quedado un buen sabor de boca a pesar de la nostalgia (puesto que la mayoría de los asistentes tiene ya una edad, que lo sé yo). Y por si les apetece escuchar la selección de nuevo, en casa, el coche, el mar o la montaña, aquí les dejo el paquetillo en versión doble, para que la cosa no se haga tan fugaz. Gracias por su asistencia y no se vayan sin pagar las copas...