Siguiendo nuestro camino hacia el Atlántico (la actividad en el Noroeste en los años 70 es bastante discreta) y tras abandonar Illinois -el área de Chicago, para ser más exactos- llegamos al vecino estado de Michigan, donde por supuesto la zona más convulsa es Detroit. Resulta curioso que dos ciudades cercanas entre sí sean tan diferentes, sobre todo si recordamos que tanto una como la otra tenían por entonces un potente sector industrial, pero esa diferencia viene dada por el tipo de industria y la velocidad de su implantación: Chicago, cuya población duplica la de Detroit, ha ido creciendo a buen ritmo pero con sentido, partiendo de una antigua sociedad agraria que se va urbanizando poco a poco; Detroit, Motor City para sus propios habitantes, es casi un pueblo devenido en ciudad en muy poco tiempo por la presión que ejerce la gran industria del automóvil, que dio lugar a un crecimiento descontrolado, con barriadas obreras en las que además se vive una deficiente integración racial, y a veces la suma de todo ello culmina en estallidos como la gran revuelta del 67. No es extraña esa atmósfera de cabreo personal y social que respira una buena parte de las bandas de la zona, y el compromiso político inicial de unos MC5, nacidos en las comunas, eran un buen reflejo. Antes de ellos Mitch Ryder había alcanzado una fama relativa al frente de los Detroit Wheels, buscando una fusión musical entre las dos razas que pocas veces llegó a consolidarse; incluso el pop negro de la conservadora Motown, que también está allí, hace alguna referencia de vez en cuando al conflicto, que le servirá luego al bueno de Bowie para crear esa maravillosa síntesis entre poesía urbana y rock clásico titulada “Panic in Detroit”.
En los años 70 la situación parece haberse estancado, y de todos aquellos personajes combativos muy pocos quedan que sigan “causando problemas”, como dice la policía: Rare Earth es una banda multirracial, aunque mayoritariamente blanca, que se ha convertido en poco tiempo en una de las ofertas más sólidas de la Motown; mientras, gran parte de los artistas de ese sello se dedica ahora a buscar una fusión solvente entre funk y pop. En el sector del rock duro tenemos a Ted Nugent, un verdadero corredor de fondo que lleva desde mediados de los 60 dando leña al frente de los Amboy Dukes con unos riffs sobrecogedores que lo encumbrarán cuando comience su carrera en solitario, diez años después, abrigado por la moda del heavy metal. Las Pleasure Seekers, una de las primeras bandas femeninas, ya no existen y Suzi Quatro, una de sus componentes, ha decidido marcharse a la Isla: le irá bien. En esencia, las dos únicas bandas realmente memorables que siguen en pie tras el cambio de década son MC5 y los Stooges, aunque su situación no parece muy ilusionante porque ninguna de ellas consigue mantenerse con una cierta solvencia: las ventas de discos son escasas, las actuaciones caóticas y el consumo de sustancias ilegales excesivo. MC5 desaparecen en 1972, poco después de la publicación de su tercer disco, y los Stooges ya lo habían hecho el año anterior. De los primeros, solamente Fred “Sonic” Smith tuvo una carrera posterior más o menos constante hasta finales de la década; y de la otra banda, ya saben ustedes quién destacó y destaca aún hoy en día: el señor James Osterberg junior, más conocido como Iggy Pop.
Hay una diferencia de raíz entre MC5 y los Stooges, que es la que decide una mayor o menor proyección de sus discografías: los contraculturales MC5 son una banda de hard rock tradicional cuya carga ideológica se manifiesta especialmente en su primer disco, un directo poderoso; pero los Stooges (que son de Ann Arbor, cerca de la ciudad pero no en ella) son un claro antecedente del punk con su estilo a medio camino entre rock and roll y garaje, mientras que en lo ideológico son esencialmente nihilistas. Es decir, que los postulados de los primeros están en decadencia al llegar la nueva década, mientras que los otros representan el futuro inmediato. Y Bowie, que está en todo, lo sabe: es un rendido admirador de Iggy, a quien ofrece una nueva oportunidad llevándolo a la Isla y consiguiéndole un contrato con la CBS. Iggy reorganiza la banda y en otoño del 72 comienzan a grabar un tercer disco que ya no figura a nombre colectivo, sino al de “Iggy and The Stooges”. El disco, titulado “Raw power”, fue deficientemente mezclado por el propio Iggy, que hizo una pre-producción con los canales muy descompensados; CBS se negó a publicarlo en esas condiciones y Bowie trató de arreglar lo que pudo, que no fue mucho. El resultado es uno de esos artefactos que cumple todos los requisitos para pasar a la Historia: broncas entre los miembros de la banda, grabación deficiente en muy poco tiempo, ventas escasas a pesar de una campaña muy potente, discusión entre los fans sobre quién tuvo la culpa de todo ello…. y una colección de piezas que se han convertido en clásicas; como le pasó a la Velvet y otros cuantos grupos adelantados a su tiempo, la importancia de esa obra se sentirá años después... pero los “nuevos” Stooges no pasaron de 1974. En el caso concreto de Iggy, su dependencia de las drogas lo lleva a una institución mental donde estará alojado durante un tiempo; Bowie, que lo visita con cierta regularidad, tratará de ayudarlo cuando vuelva al negocio, en el segundo quinquenio de los 70. Pero esa ya es otra historia.
Por último, un breve recuerdo para unos amigos de Flint, ciudad que se encuentra más o menos a cien kilómetros de Detroit pero que también tiene a unos hijos ilustres: Grand Funk Railroad, banda esencial en la historia del hard rock pero despreciada por la prensa y los aficionados exquisitos, que probablemente nunca llegaron a escuchar en serio ni uno solo de sus discos. Su técnica es muy buena, su sonido original, su calidad como compositores notable, pero “alguien” consiguió deformar su imagen: con frecuencia se habla de su sonido arrollador, contundente, tronante, y se cita su doble directo como síntesis de su estilo, como si estuviésemos ante otros Blue Cheer, por decir algo. Bueno, pues yo digo que no. ¿Por qué? Pues porque de ese modo, ninguneándolos, definiéndolos poco menos que como unos paletos garrulos, la prensa trata de que las nuevas generaciones se olviden de ellos, del error garrafal que Rolling Stone y otras revistas de campanillas cometieron a sabiendas, por puro despecho. Pero los Funk son a principios de los años 70 la banda yanqui con más ventas en todo el mundo junto a los Creedence (otros apestados para los "auténticos" y la inteligentsia supuestamente arty), y los verdaderos aficionados al hard ya se dieron por enterados hace tiempo. Su decadencia comenzará a mediados de la década, pero hasta entonces casi todo lo que grabaron es muy bueno. A quienes no los conozcan les recomendaría que comenzasen por “Survival”, un disco majestuoso, atmosférico, a la altura del “Space in time” de los TYA, y ya me contarán si prefieren “Gimme shelter” de los Stones o “Feeling alright” de Traffic comparados con las versiones de estos señores. El doble en directo pueden evitárselo, tranquilamente. Y si alguien quiere saber algo más sobre la extraña historia de esta banda, aquí puede hacerse una pequeña idea.