Hoy toca rendir homenaje a Slade, considerados por muchos fans como los legítimos aspirantes al trono del glam rock antes incluso que T. Rex. Al igual que ellos y otros cuantos que iremos viendo, sus orígenes comienzan a mediados de la década anterior y con poco brillo -desde luego, menor que el de Bolan y su tiranosaurio- aunque tal vez ya por aquella época merecieron más reconocimiento. En todo caso es de admirar su perseverancia y el hecho poco frecuente de que hasta los años 90 fueron siempre los mismos cuatro músicos: los guitarristas Noddy Holder y Dave Hill, el bajista Jim Lea y el batería Don Powell. La voz de Holder es la principal, fácilmente reconocible por su tono rasgado y aguardentoso, pero los demás se defienden bien en los coros; y aunque la mayoría de sus éxitos están compuestos por Holder y Lea, todos aportan ideas. Además, salvo Powell los otros tres podrían intercambiar sus intrumentos sin problemas: es la ventaja de haber sido criados en la vieja escuela de los “todo terreno”.
La historia comienza en 1964: los Vendors son una banda del centro de Inglaterra especializada en rock and roll clásico, y en ella milita Don Powell junto a Dave Hill. Que Don llegase a la batería fue casi de rebote, puesto que aprendió en los scouts “para no aburrirse”; pero Dave, con solo 12 años, ya estaba tomando lecciones de guitarra entre músicos de jazz para formar su primer grupo, los Young Ones, de donde pasó a este. En 1965 cambian de nombre y se hacen llamar los ‘N Betweens consiguiendo algunas giras tanto en las Midlands como en Alemania, donde coinciden con los Mavericks, otra pequeña banda de su misma zona en la que milita Noddy Holder, un cantante muy aficionado al estilo de Al Jolson. A finales de ese año, tras un confuso baile de miembros que hace abandonar a media plantilla, entran Holder y Jim Lea, un admirador de la banda que proviene de una familia musical; comenzó en una orquesta sinfónica juvenil donde tocaba el violín, pero pronto se aficiona al bajo. Y, por fin, los cuatro reunidos, deciden dar el salto a Londres en 1966, justo cuando Kim Fowley, ese extraño pero encantador duende friki, merodea por la ciudad buscando sangre fresca. Fowley se entusiasma con ellos y les produce un single, pero, salvo en su tierra, es un fracaso: la cara A era una versión decente del “You better run” de los Rascals, pero sin el gancho necesario para triunfar. El yanki abandona y el grupo sigue haciendo giras menores y grabando algunas canciones de las cuales solo veremos un nuevo single tiempo después, cuando esa banda ya no existía.
Porque entre 1967 y 68, hartos ya de dar tumbos con un estilo que ha pasado de moda, cambian su planteamiento a todos los niveles: en lo estético, se desprenden de las corbatas, cuellos de cisne y en general las vestimentas “modrockers” que decía Ringo Starr para adquirir un look de hippies urbanos muy de la época; y su estilo musical ha de cuadrar con ese aspecto, así que ahora trabajan un rock matizado por efluvios progresivos y psicodélicos. Eso implica actualizar también sus conocimientos musicales, lo cual los lleva a escuchar desde bandas pop isleñas a figuras americanas muy poco conocidas por entonces, como los Amboy Dukes de Ted Nugent o el mismísimo Frank Zappa: como ven, el cursillo es intensivo. De momento tienen muy poco material propio, sus actuaciones se basan en versionar piezas de todos esos nombres, pero un cazatalentos del sello Fontana se fija en ellos porque técnicamente ya son muy buenos. Y a principios de 1969 entran en el estudio con el nuevo nombre de Ambrose Slade para grabar un LP mucho más alabado años después que entonces. Por lo general, los discos que ahora se cotizan muy caros en el mercado del coleccionismo (este es el caso: hoy en día una primera edición en buen estado no baja de los mil euros) suelen serlo por su rareza, no por un estricto valor musical. Pero hay unas cuantas excepciones, y creo que esta es una de ellas: “Beginnings”, que así se llama, tiene en su contra el hecho de que la mayoría de las piezas son versiones, algo que en aquella época estaba muy mal visto; y sin embargo, da gusto oir el “Born to be wild” de Steppenwolf con ese tono tan de garaje británico, lo mismo que hacen con “Ain’t got no heart” de Zappa, o el estilo camp que le dan a “Martha my dear” de los Beatles, y otras cuantas más, todas encantadoras. Solo hay cuatro originales, entre las que se encuentran la muy psicodélica “Genesis” (que a mí me encanta) o “Roach daddy”, un blues rock muy decente.
La facilidad que demuestran para adaptarse a todo tipo de estilos hace que alguien como Chas Chandler se ofrezca a ser su manager; no porque le haya gustado ese disco, sino por la talla técnica y la actitud que ha visto en ellos. Lo primero es rescatarlos de Fontana y meterlos en Polydor; luego, de común acuerdo, deciden eliminar al señor Ambrosio del grupo y dejar solo su apellido, Slade, al mismo tiempo que les recomienda trabajar su propio repertorio y que cambien de aspecto. Pero este aspecto resulta conflictivo: por aquel entonces se hablaba mucho de las intimidantes pandillas de skinheads que pululaban por el país, y a Chandler no se le ocurre otra cosa mejor que vestir como tales a sus nuevos protegidos. De pronto se ven privados de sus espléndidas melenas -ahora convertidas en pelo de corte militar-, calzando botas Doc Martens, tirantes, cazadoras bomber… “Algo bueno tuvo aquello”, reconoce el contrariado Noddy Holder, “... con la pinta que teníamos, no hubo un solo problema con los dueños de los locales donde tocábamos: nos pagaban inmediatamente, por miedo a que les diésemos una paliza”. Y a finales de 1970 llega a las tiendas el primer disco de Slade, con un título muy trillado: “Play it loud”, en el que vemos por la fotografía que el pelo y las vestimentas se han suavizado un poco. La producción es de Chandler y la mayor parte de las canciones son propias, algunas incluso buenas; pero no hay una línea clara sino más bien un batiburrillo entre pub rock, hard con coros y efluvios progresivos que llevan al disco al hundimiento total. El diagnóstico es evidente: en directo tienen mucho gancho, pero en estudio hay que replantearse las cosas.
Tanto Chandler como sus muchachos deducen que el truco está precisamente en trasladar al disco la potencia del grupo en directo, algo que no han sabido hacer hasta entonces, y para empezar bastará con una buena versión; en ese momento la más popular entre sus fans es el “Get down with it” que había popularizado Little Richard a principios de la década, y que Slade renuevan con una potencia impresionante. Bien, pues esa pieza es su debut en las listas, a mediados del 71. Lo tiene todo: la arenga inicial para que la gente se vaya calentando, la línea melódica tradicional del rock and roll reforzada por cuatro grandes músicos, el sonido compacto… Casi parece que hay una multitud presente cumpliendo a rajatabla ese mandato de “clap your hands!” que Noddy Holder impone. El single llega a rozar el top 15, pero más importante es que por fin han dado con la piedra filosofal: arengas, rock and roll, coros y muchas palmadas… himnos, en una palabra. Efectivamente, “rock para la clase obrera”, como muy bien lo definió Holder; la gente elevada pasa de estos ritmos tan infantiles. En cuanto a la estética, Chandler considera que es necesaria una nueva vuelta de tuerca, y para ello nada mejor que apuntarse a la moda que Bowie y Bolan han establecido, aunque con un cierto tono… ¿circense? Bueno, creo que la fotografía de arriba lo explica mejor que yo.
A partir de entonces y durante cuatro años, sus singles no bajarán del top 5: no se veía algo así desde los Beatles. Lo curioso es que “Coz I luv you”, el segundo de la época dorada, su primer número 1, se aparta un poco del nuevo estilo Slade: casi podría ser una pieza acústica, porque su arrebatadora línea melódica se bastaría para triunfar; sin embargo, su ritmo de marcha -ideal para llevar con los pies pateando- apoyada por el violín de Jim Lea (de algo le valió su adolescencia sinfónica sumada a su afición por Stephan Grappelli) y un acompañamiento del grupo basado en las cuerdas y una suave percusión, vende medio millón de copias en poco más de dos semanas y salta al continente, donde los resultados, aun en menor escala, son notables (incluso en España). Por otra parte también lograron publicidad gracias a ese título “mal escrito”, causante de un cabreo para los profesores de lengua inglesa, que los acusaron de confundir a los estudiantes. Don Powell recuerda el caso: “Al principio pensamos en titularla “Because I love you”, claro; pero la canción ya era blandita para nuestro estilo, y con ese título quedaba un poco babosa. Así que preferimos usar nuestro dialecto del Black Country (en las Midlands) y la escribimos así”. Ese dialecto regional fue a partir de entonces otro rasgo distintivo en Slade, que despide 1971 con “Look wot you dun”, un top 5 de medio tiempo basado en el ritmo del piano. Y en el 72 se consagran: su LP “Slayed?” llega directamente al número uno al igual que los dos primeros singles de este año, mientras que el tercero llega al puesto dos; algo parecido sucede el año siguiente, y aunque en el 74 comienzan a notarse signos de decadencia también se salda con un éxito notable.
En 1975 ya se percibe claramente el fin de su reinado: “Slade in flame”, un intento cinematográfico, pasó sin pena ni gloria aunque el disco consiguiente rozó el top 5; tratan de añadir nuevos tonos e instrumentos a sus composiciones, pero ello les aleja más de sus antiguos fans; las giras americanas se saldan con división de opiniones, y a partir de entonces su único objetivo fue la supervivencia a cualquier precio. Confieso que yo ya no los seguía, pero sé que luego se dedicaron al heavy, que lo dejaron, que volvieron unas cuantas veces con formaciones distintas y que hará diez años se retiraron definitivamente… o no, porque de vez en cuando se oyen rumores de vuelta. Da igual: sus cuatro años de gloria no se los quita nadie, y superan de largo a T. Rex o cualquier otro nombre de esta saga. Aquí les dejo los dos singles que iniciaron la racha majestuosa y otras dos de mis preferidas. Pero queda al menos otra media docena de canciones suyas que merecen ser recordadas. Y no son difíciles de pillar, así que…