Los músicos que no siguen las directrices que la prensa y los grandes sellos van marcando en cada época, por muy brillantes que sean, lo tienen difícil para sobrevivir en un mercado en el que cada día surgen cincuenta ofertas nuevas. Y ya no digamos si aún encima su estilo musical es indefinible, pues al menos los que trabajan el circuito de la nostalgia, por ejemplo, pueden conseguir un sector de público fiel. Pero dicen que el mundo es de los valientes, y a mediados de los años 80 no son únicamente los Young Fresh Fellows los que se atreven a ir por libre: mucho más abajo, en California precisamente, hay un grupo al que no se le ve muy conforme con el paisley underground, tan de moda por allí, y está creando un batiburrillo de estilos y ritmos que en teoría no tiene sentido: los adorables Camper Van Beethoven. Sí, con ese nombre ya se pueden ustedes imaginar que muy serios no son, a juego con las músicas que hacen, así que podemos considerarlos sin la menor duda como unos alter ego sureños de los Fellows. También siguen activos, como ellos, y por supuesto los fans que disfrutan con una banda disfrutan también con la otra; que tenemos el corazón partío, en resumen.
Su origen viene dado por la reunión de unos cuantos músicos procedentes de dos o tres grupos de la zona de Redlands, una pequeña ciudad no muy lejos de Los Angeles. Aunque a lo largo de tanto tiempo ha habido varios cambios en la formación, siguen presentes el cantante, guitarra y ocasional bajista David Lowery, que comparte los mismos instrumentos con Victor Krummenacher (bajista “oficial” y segunda voz); casi desde el principio está también Jonathan Segel, violinista, teclista y varias cosas más, el solista Greg Lisher y el batería Chris Pedersen (ambos entraron en la grabación del segundo disco del grupo). La mayor parte de ellos son universitarios, bastante irreverentes y también, como los Fellows, muy celosos de su independencia artística. Eso significa que la mayor parte de su obra ha sido publicada por sellos diminutos (salvo una breve etapa en Virgin), lo cual hace que desaparezca y resurja en las tiendas dependiendo de si ha habido alguna reedición cercana o no. En cuanto a su “estilo”, resulta aún más enrevesado que el de sus vecinos norteños: Discogs los define como “California avant-garde/post-punk/country outfit”, lo que en esencia es bastante realista… aunque habría que añadir, según y cómo, algunos retazos de psicodelia, folk eurásico (preferentemente desde los Balcanes hasta la cuenca mediterránea oriental), ska, pop y unas cuantas cosas más.
El debut llega en 1985 con un single y seguidamente un Lp. La cara A del single es “Take the skinheads bowling”, que podría cuadrar más o menos con la definición de Discogs: en aquel momento no llegó muy lejos, pero con el paso del tiempo (y su inclusión doce años después en el documental “Bowling for Columbine” del señor Moore, que le proporcionó una nueva juventud) se convertirá en la canción emblema del grupo. Ah, y antes de seguir conviene aclarar el asunto de las letras: al igual que en gran parte de la obra de los Fellows, les gusta jugar con el sinsentido. Lowery decía que en una época como aquella, en la que las letras comenzaban a ser tan importantes o más aún que la música, “con tantos colegas haciendo poemas trascendentes”, ellos habían decidido ir a la contra también en eso. Las letras de los Beethoven, o son dislocadas y sin la menor lógica (este es el caso de su primer single) o son abiertamente humorísticas, irónicas, por momentos casi naif, haciendo juego con su música, redondeando el círculo. El Lp se titula “Telephone free lanslide victory”, que según ellos contiene un error tipográfico: en vez de “free” debería leerse “tree”. Son en total 17 piezas, incluida la de los skinheads, y ya con la primera, una instrumental titulada “Border ska” (un título muy coherente con esa música, o no), dejan claro que no pertenecen a la realidad convencional, tal vez a ninguna. El fascinante viaje nos lleva luego a ese country rock melancólico titulado “El día que Lassie fue a la Luna”, seguido por “Wasted”, otro mucho más vitaminado; luego el reggae pop –por resumir- “Yanki go home”, y así sucesivamente. En fin, que al terminar el disco no queda la menor duda de que hay que tomar una decisión radical: o todo nos ha parecido una coña sin la menor trascendencia o nos hemos enamorado de estos tipos.
Antes de que termine 1986 aún les queda tiempo para publicar el tercer disco grande, con título homónimo, y de nuevo viajamos en un tobogán de ritmos de todo tipo que sigue manteniendo muy alto el pabellón: desde una serie de cintas al revés que constituye el meollo de “Stairway to heavan” (sic) hasta una versión del “Astronomy domine” de los Floyd que resulta sobresaliente. El sello Virgin se fija en ellos y grabarán ahí otros dos discos igual de buenos hasta que, a causa de tensiones entre ellos y un cierto cansancio por no conseguir estabilizarse en el negocio, liquidan el grupo a principios de los años 90. Lowery se asociará con unos cuantos colegas de su ciudad para crear Cracker, una banda de rock más convencional pero que de vez en cuando recuerda a los Beethoven. Y con la llegada del nuevo siglo vuelve también la vieja banda. Su nuevo debut fue “Tusk”, titulado como aquel doble disco megalómano de Fleetwood Mac, y transcribo aquí un comentario de Krummenacher: “Parece un disco bueno según alguna prensa, pero en realidad solo es una horrible sucesión de excesos dañada por la cocaína. Supongo que por eso nos enfrentamos a él, y creo que lo mejoramos". Porque, en efecto, los Beethoven presentan, una a una, versiones de todas las canciones que componen aquel disco; como siempre la cosa va a gustos, pero yo prefiero este. Y hubo más discos, y siguieron adelante hasta hoy, aunque por desgracia no se les suele ver por aquí.