martes, 14 de marzo de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (X)

Los músicos que no siguen las directrices que la prensa y los grandes sellos van marcando en cada época, por muy brillantes que sean, lo tienen difícil para sobrevivir en un mercado en el que cada día surgen cincuenta ofertas nuevas. Y ya no digamos si aún encima su estilo musical es indefinible, pues al menos los que trabajan el circuito de la nostalgia, por ejemplo, pueden conseguir un sector de público fiel. Pero dicen que el mundo es de los valientes, y a mediados de los años 80 no son únicamente los Young Fresh Fellows los que se atreven a ir por libre: mucho más abajo, en California precisamente, hay un grupo al que no se le ve muy conforme con el paisley underground, tan de moda por allí, y está creando un batiburrillo de estilos y ritmos que en teoría no tiene sentido: los adorables Camper Van Beethoven. Sí, con ese nombre ya se pueden ustedes imaginar que muy serios no son, a juego con las músicas que hacen, así que podemos considerarlos sin la menor duda como unos alter ego sureños de los Fellows. También siguen activos, como ellos, y por supuesto los fans que disfrutan con una banda disfrutan también con la otra; que tenemos el corazón partío, en resumen. 

Su origen viene dado por la reunión de unos cuantos músicos procedentes de dos o tres grupos de la zona de Redlands, una pequeña ciudad no muy lejos de Los Angeles. Aunque a lo largo de tanto tiempo ha habido varios cambios en la formación, siguen presentes el cantante, guitarra y ocasional bajista David Lowery, que comparte los mismos instrumentos con Victor Krummenacher (bajista “oficial” y segunda voz); casi desde el principio está también Jonathan Segel, violinista, teclista y varias cosas más, el solista Greg Lisher y el batería Chris Pedersen (ambos entraron en la grabación del segundo disco del grupo). La mayor parte de ellos son universitarios, bastante irreverentes y también, como los Fellows, muy celosos de su independencia artística. Eso significa que la mayor parte de su obra ha sido publicada por sellos diminutos (salvo una breve etapa en Virgin), lo cual hace que desaparezca y resurja en las tiendas dependiendo de si ha habido alguna reedición cercana o no. En cuanto a su “estilo”, resulta aún más enrevesado que el de sus vecinos norteños: Discogs los define como “California avant-garde/post-punk/country outfit”, lo que en esencia es bastante realista… aunque habría que añadir, según y cómo, algunos retazos de psicodelia, folk eurásico (preferentemente desde los Balcanes hasta la cuenca mediterránea oriental), ska, pop y unas cuantas cosas más.

El debut llega en 1985 con un single y seguidamente un Lp. La cara A del single es “Take the skinheads bowling”, que podría cuadrar más o menos con la definición de Discogs: en aquel momento no llegó muy lejos, pero con el paso del tiempo (y su inclusión doce años después en el documental “Bowling for Columbine” del señor Moore, que le proporcionó una nueva juventud) se convertirá en la canción emblema del grupo. Ah, y antes de seguir conviene aclarar el asunto de las letras: al igual que en gran parte de la obra de los Fellows, les gusta jugar con el sinsentido. Lowery decía que en una época como aquella, en la que las letras comenzaban a ser tan importantes o más aún que la música, “con tantos colegas haciendo poemas trascendentes”, ellos habían decidido ir a la contra también en eso. Las letras de los Beethoven, o son dislocadas y sin la menor lógica (este es el caso de su primer single) o son abiertamente humorísticas, irónicas, por momentos casi naif, haciendo juego con su música, redondeando el círculo. El Lp se titula “Telephone free lanslide victory”, que según ellos contiene un error tipográfico: en vez de “free” debería leerse “tree”. Son en total 17 piezas, incluida la de los skinheads, y ya con la primera, una instrumental titulada “Border ska” (un título muy coherente con esa música, o no), dejan claro que no pertenecen a la realidad convencional, tal vez a ninguna. El fascinante viaje nos lleva luego a ese country rock melancólico titulado “El día que Lassie fue a la Luna”, seguido por “Wasted”, otro mucho más vitaminado; luego el reggae pop –por resumir- “Yanki go home”, y así sucesivamente. En fin, que al terminar el disco no queda la menor duda de que hay que tomar una decisión radical: o todo nos ha parecido una coña sin la menor trascendencia o nos hemos enamorado de estos tipos.


Como en el caso de los Fellows, también los Beethoven llegarán a ser un grupo muy querido en las emisoras y el circuito universitario estadounidense, y aunque a menor escala entre algunos aficionados de países tan exóticos como el nuestro. Justo un año después llega su segundo disco, y la coña ya empieza por el título: “II & III”. Podría tener alguna lógica si fuese doble, pero no lo es; y tampoco es lógico que la cara A sea la 2, mientras que la B es efectivamente la B. Con lo cual ya quedamos avisados de que la esencia del grupo sigue inalterable, y el arranque con ese instrumental pantanoso, sureño, titulado “Abundance”, a mí por lo menos me infunde una cálida sensación hogareña. Quizá la única diferencia perceptible en algunas canciones es una mayor solidez en la batería, que a partir de ahora va a cargo de Pedersen, pero por lo demás esta es una espléndida continuación del primero: las mil y una formas que puede adquirir el country rock en sus manos quedan perfectamente sintetizadas en piezas como “Sad lovers waltz” o “I love her all the time”, mientras su amplia visión del folk mundial nos lleva desde ese norteño sonido que luce “No flies on us” hasta una particular fusión entre boogie y melodía con violín que es la instrumental titulada (acertadamente, creo yo) “Z.Z. Top goes to Egypt”. Y por medio diferentes graduaciones de rock, pop e incluso post punk que de nuevo confirman su bendita vocación iconoclasta. Para entonces, aunque las ventas no sean muy notables, ya los ha descubierto el Ruta 66 y hay un pequeño grupo de seguidores patrios; aunque no llegarán a actuar en nuestro país hasta finales de la década, justo al borde de su primera disolución.

Antes de que termine 1986 aún les queda tiempo para publicar el tercer disco grande, con título homónimo, y de nuevo viajamos en un tobogán de ritmos de todo tipo que sigue manteniendo muy alto el pabellón: desde una serie de cintas al revés que constituye el meollo de “Stairway to heavan” (sic) hasta una versión del “Astronomy domine” de los Floyd que resulta sobresaliente. El sello Virgin se fija en ellos y grabarán ahí otros dos discos igual de buenos hasta que, a causa de tensiones entre ellos y un cierto cansancio por no conseguir estabilizarse en el negocio, liquidan el grupo a principios de los años 90. Lowery se asociará con unos cuantos colegas de su ciudad para crear Cracker, una banda de rock más convencional pero que de vez en cuando recuerda a los Beethoven. Y con la llegada del nuevo siglo vuelve también la vieja banda. Su nuevo debut fue “Tusk”, titulado como aquel doble disco megalómano de Fleetwood Mac, y transcribo aquí un comentario de Krummenacher: “Parece un disco bueno según alguna prensa, pero en realidad solo es una horrible sucesión de excesos dañada por la cocaína. Supongo que por eso nos enfrentamos a él, y creo que lo mejoramos". Porque, en efecto, los Beethoven presentan, una a una, versiones de todas las canciones que componen aquel disco; como siempre la cosa va a gustos, pero yo prefiero este. Y hubo más discos, y siguieron adelante hasta hoy, aunque por desgracia no se les suele ver por aquí.


miércoles, 1 de marzo de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (IX)

Aunque pronto parecerá que la única distinción del Noroeste es la de haber dado a luz ese novedoso estilo conocido como “grunge” -con permiso de alguna que otra banda que, junto a Wipers de Oregon, está en sus orígenes siendo de otro sitio (léase Pixies)-, lo cierto es que el panorama allí es más amplio de lo que parece. Otra cosa es que el tal grunge acabase eclipsando todo lo demás, pero para los fans disidentes hay entretenimiento incluso en Seattle, que se supone la Meca de la nueva religión futura. Y hoy nos visita uno de los grupos más agradables y al mismo tiempo más intemporales de aquella ciudad: los Young Fresh Fellows, que nadando contra corriente, con altas y bajas, idas y vueltas, siguen en activo. Son los músicos como ellos los que consiguieron que la gente como nosotros, ya en la treintena y sin la menor ilusión ante el cariz que estaba tomando el mundillo musical, no perdiésemos el interés por seguir acudiendo a la tienda o leyendo revistas musicales. Ellos y otros cuantos serán quienes den sentido -al menos en esa época- a la etiqueta “indie”, a la que por fin vemos cierta utilidad: ¿todo lo que no sea grunge, britpop, rap o los 40 Insoportables es indie? Bueno, pues al menos sirve para centrarse un poco en lo que buscamos. 

La historia comienza a principios de la década de los 80, cuando en esa zona los estilos más populares son el punk y derivados. Su creador, compositor principal y por lo tanto líder es el polifacético guitarrista Scott McCaughey, que además canta; debutan junto a él Chuck Carrol (guitarra solista) y su primo Tad Hutchinson a la batería. De momento no han encontrado un bajista, así que durante un tiempo será McCaughey quien ocupe ese puesto. Tienen un amigo que pronto se convierte en su primer fan y al que por otra parte convencen para que haga también su propia música. Ese amigo se llama Conrad Uno, y les hace caso a medias: compone algunas canciones, pero acaba dándose cuenta de que lo suyo son las mesas de mezclas y buscar grupos nuevos. Así que, cuando los Fellows tienen material suficiente para grabar un disco -cosa que pensaban hacer por su cuenta, ya que nadie en la ciudad apuesta por ese tipo de música tan infantil-, su amigo Conrad les dice que ha decidido convertirse en productor y de paso crear un sello para distribuirlos, a ellos y a otros cuantos jovenzuelos de la zona que no estén dispuestos a seguir el Nuevo Orden. Ese sello es PopLlama, que a los seres como el que esto suscribe nos ha dado muchas horas de felicidad y consuelo, especialmente en aquella época tan tenebrosa para nosotros.

Conrad debuta como productor y distribuidor junto a los YFF, que a mediados de 1984 tienen su primer disco grande circulando por medio país. Pronto se verá que su amigo también ha sabido tejer una red muy efectiva de marketing y distribución, ya que no pasará mucho tiempo hasta que una o dos tiendas españolas comiencen a importarlo. Solo hay que ver la portada y el título de ese disco para darse cuenta de que estos muchachos van por libre, ajenos tanto al dramatismo que está ensombreciendo las almas juveniles en esa parte del país como a los neo hippies paisley del suroeste: “The fabulous sounds of the Pacific Norwest”, que así se llama, es una parodia de un disco promocional para turistas publicado a finales de los años 50 por la compañía de comunicaciones Bell, en el que un presentador va describiendo los encantos de la zona añadiendo músicas y sonidos característicos como la bocina de niebla de un transbordador. Y la cosa no termina ahí, ya que varias canciones en el debut de estos muchachos vienen encabezadas por recortes de aquella grabación publicitaria, con lo que el ambiente general resulta alegre, casi de broma. Se nota que tanto Conrad como sus amigos están empezando, ya que el sonido es un tanto casero, al estilo maqueta. Pero da igual: una tras otra hasta un total de quince, las canciones se van sucediendo con ese tono general retro que podría recordar el espíritu de las antiguas bandas de garaje pop, con melodías infecciosas que van desde el surf hasta baladas de trasfondo folkie pasando por el rock and roll e incluso el beat, pero siempre con mucha energía y vitalidad. Ya digo, el sonido es muy amateur, pero creo que justamente eso es lo que acaba de redondear su encanto. Y pronto se vio que la semilla del Ruta había caído en tierra fértil, porque además de convertirse en pequeños ídolos de las radios universitarias en su país, esa misma atracción comenzó a sentirse en otros dos tan alejados como Japón y… ¡España! (en la página de la Wikipedia viene una foto del grupo actuando en Galicia. Este tipo de gente va mucho con nuestro carácter).


Poco después entra en el grupo Jim Sangster, un bajista con experiencia, y de ese modo MacCaughey pasa a ser el guitarra rítmica. En 1985 llega el segundo disco grande: “Topsy turvy”, que así se llama, es la confirmación de que este grupo tiene futuro. Dejando aparte el hecho de que el sonido ha mejorado bastante (un mérito que habrá que adjudicar a Conrad), hay una mayor mezcla de estilos y más brillantez en las composiciones de MacCaughey. Pero no se pierde el sentido del humor: el primer ejemplo ya es ese arranque con “Searchin’ USA”, una especie de country/pop/rock con mandolina y steel guitar, como debe ser, pero que por momentos podría parecer que lanza un guiño al “Surfin’ USA” de los Beach Boys. Al igual que en su debut el panorama puede cambiar completamente de una canción a otra; es decir, que podemos pasar del folk al pop rock, a la psicodelia o al rock vitaminado de un momento para otro. No hay más que escuchar, por este orden, el trío de piezas formado por “Where is Groovy Town?”, “The new John Agar” y “Sharing patrol theme”, pero las sorpresas siguen, una tras otra, hasta el final del disco. Un disco que muchos de sus fans más veteranos consideran como el más brillante de su carrera. Yo no lo tengo tan claro -aún nos esperan muchos momentos gloriosos-, pero en todo caso sí es verdad que es uno de los más brillantes, y quizá el de más ventas.

En 1987 publican el “mini-maxi” -así lo llaman ellos- titulado “Refreshments” y “The men who loved music”, el nuevo disco grande. Entre uno y otro se va reforzando la vena más rockera del grupo, aunque por supuesto siguen manteniendo el “suspense” sobre qué tipo de canción será la que nos espera después de haber escuchado la anterior. Para entonces los Fellows comienzan a ser una banda clásica de giras por medio mundo, al estilo de unos Fleshtones por ejemplo, aunque para mí son mejores. Es una pena que ese carácter que se les atribuye como banda casi exclusivamente ”de directo” haya influido negativamente en la venta de discos, porque al menos durante los 80 y gran parte de los 90 no hay uno malo. En cuanto al señor McCaughey, un verdadero estajanovista de la música, probablemente le suene a los fans de REM, ya que ha tocado con ellos en muchas de sus giras aprovechando épocas en blanco (es además amigo personal de Stipe y Buck), e incluso mantiene a rachas un grupo alternativo: los Minus 5, que creó a medias con Buck y algunos miembros de los Posies. Otro grupo encantador, aunque por supuesto oscurecido por la estela de los otros dos. Pero podemos consolarnos sabiendo que, más tarde o más temprano, los Fellows volverán a presentarse no muy lejos de aquí…



viernes, 17 de febrero de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (VIII)

Del mismo modo que hay una conexión entre el paisley underground y el posterior nuevo rock americano, también la hay entre el post punk que se escuchaba en otras zonas de Estados Unidos y el hard rock o el grunge que llegarán después. Y uno de los nombres más conocidos como protagonistas de ese tránsito es el de los Wipers, de Oregon, a quienes se bautizó como “el primer grupo punk del Noroeste”. Aunque ya vimos que tal grupo es en realidad el proyecto de un solo hombre: el muy industrioso, rabiosamente independiente y planificador Greg Sage; sí, hay otros músicos junto a él, pero la dirección es suya. Sage, que gracias a la profesión de su padre disponía de un pequeño estudio-laboratorio en casa, llegó incluso al extremo de calcular el número de discos que necesitaba para plasmar su visión del rock, por supuesto grabados y distribuidos por él. 

No tardó mucho en comprobar que sus proyectos quedaban desbordados por la realidad: entre el número creciente de actuaciones (necesarias para conseguir algo de dinero) y unas ventas discretas, fue adaptándose poco a poco a un sistema de grabación y distribución más convencionales, aunque trabajando con sellos independientes. Y precisamente fue ese esquema el que casi acaba con su trayectoria a mediados de la década, poco después de publicar “Over the edge”, su tercer disco. Musicalmente es una de sus mejores obras (y la confirmación de su categoría); pero el sello que lo sustentaba quebró, dejando a Sage con una deuda que inicialmente no sabía cómo liquidar. Por suerte un antiguo empleado de aquel sello le ofreció publicar “lo que tuviese a mano” a través de Restless Records, que por ser subsidiaria de Enigma da un poco más de tranquilidad. Y Sage graba unas cuantas piezas heterogéneas con las que se publica en 1985 un disco exclusivamente a su nombre, titulado “Straight ahead”. La cara A, aunque es más relajada que su producción anterior, mantiene el tipo muy bien; la cara B en cambio es un tanto dispersa, con momentos entre sicodélicos y atmosféricos, mientras que otros resultan un tanto oscuros. En conjunto, sin ser un mal disco, podríamos considerarlo como “de transición”. Por suerte, el ya respetable número de seguidores hizo que las ventas fuesen suficientes como para sacarlo de las deudas y partir de cero otra vez.


Restless Records, el sello que había publicado aquel disco, será también el que publique los próximos a nombre de los Wipers. Y en 1986 llega “Land of the lost”, que nos devuelve la confianza: este es otro de las clásicos de Sage y su grupo. Aunque, cuidado, algunos fans fundamentalistas consideran que se está aburguesando, o algo así: al parecer, el tránsito del que hablaba antes entre una primera época post punk y el hard rock (Wipers son el grupo de más calidad en Estados Unidos recorriendo ese camino) les parece una traición. Es lo malo de haber comenzado la carrera tan ajeno al engranaje discográfico estándar, que algunos seguidores te consideran una especie de mesías y luego, claro, se decepcionan. Pero ya “Over the edge” estaba marcando esa dirección -y a muy pocos se les ocurre atacar ese disco-, así que este es una consecuencia lógica. Y de mucha categoría, además: la apertura con “Just a dream away” define muy bien el momento en el que se halla el señor Sage, con un magnífico equilibrio entre un estilo y otro. En realidad todo el disco refleja ese equilibrio, por momentos más cercano a su época anterior (“Fair weather friends”, “Way of love” o “Let me know”) y en otros marcando ya una nueva línea que sin embargo es totalmente coherente con todo lo que ha hecho hasta ese momento: la canción que da título al disco o “The search” son buenos ejemplos, además de algunas “variaciones” hacia el sonido más oscuro, cercano al gótico/siniestro británico, de “Nothing left to lose” (que a mí por lo menos me recuerda a Joy Division) o “Just say”. El caso es que a estas alturas Sage ya pasa mucho más tiempo de gira en Europa que en su país, y esa será la tónica habitual desde entonces. Aunque, y esto conviene recordarlo de vez en cuando, la mayor parte de ese trabajo es para mantenerse económicamente: siempre ha dicho que donde realmente disfruta es en el estudio.


1987 es el año de “Follow blind”, que sigue creciendo en densidad. Tal vez sea una consecuencia de sus cada vez más frecuentes y prolongadas estancias en Europa, pero la música que está haciendo en esta época parece más de aquí que de allá (la verdad es que Sage, por influencias y carácter, nunca fue “completamente americano”). Y por contra, resulta muy significativo que algunas futuras glorias del grunge (léase Kurt Cobain) disfruten con este disco: esa densidad es oscura, un tanto depresiva, siniestra por momentos… y a ver si va a resultar que ese estilo tan moderno y tan americano tiene una de sus raíces en este disco tan “británico”, en el que hay rastros de Cure o incluso Echo and The Bunnymen (¿de dónde salen “Anytime you find” o “Someplace else”, por citar solo dos?), mejorados, eso sí, por la magnífica guitarra de Sage, mucho más viva que la de esos grupos tan lánguidos. Pero aún hay chispazos de su antiguo carácter, aun sonando tan cercano al mundo british: “Let it slide”, por ejemplo, me encanta; y otras piezas más rockeras como “Against the wall” o “Loser town” se mantienen muy bien. Resulta también curioso que, en conjunto, se mantenga mejor la cara B que la A, o eso me parece a mí. El caso es que, como era de esperar, hay división de opiniones, y muchos ven aquí el principio del fin; de hecho, ya hay un buen sector del público que opina que los Wipers “buenos” eran los de sus tres primeros discos, y el resto sobra. Pero, aun suponiendo que su primera época hubiese sido la mejor -y eso es opinable, como todo-, si valoramos este disco sin enredarnos en ensoñaciones temporales, deberíamos reconocer que sigue manteniéndose bastante bien.


“The Circle”, publicado el año siguiente, será el último de la década para Sage y sus Wipers. Si ya en el anterior había poco recuerdo de su pasado, aquí hay menos aún. Esto es rock muy bien construido, generalmente de tiempo medio, con varias piezas en las que sigo viendo la sombra de algunos grupos británicos que pasaron del post punk al mundo siniestro gótico, e insisto en Echo & The Bunnymen: la apertura con esa vigorosa “I want a way” o la que da título al disco me recuerdan su estilo compositivo tanto como su manera de cantar, aunque como siempre destaca con fuerza esa guitarra versátil y magistral con la que sigue marcando las distancias. El nivel medio es muy alto, y si lo hubiese hecho cualquier otro grupo de la época podría considerarse sobresaliente; pero en el caso de los idealizados Wipers el baremo no funciona así. Especialmente sus seguidores “de pata negra”, los de toda la vida, los que insisten en que lo mejor de ese grupo ya pasó hace tiempo, lo ven decepcionante. Y sin embargo hay canciones muy dignas, solventes: me gusta ese punto rockero melódico que tiene Sage y que lo aleja de la blandenguería de otros competidores, como en “Time marches on” o “True believer”, con unos arreglos magníficos (aunque el sonido general no me acaba de convencer), o el tono vaporoso de otras como “Be there”. Pero el problema es el mismo que han tenido muchos músicos antes y después de Greg Sage: como te salgas del cliché que los aficionados más radicales se hacen de ti, estás perdido. Por eso los mediocres que se acomodan al mismo raca raca todo el tiempo llaman a eso “fidelidad”, porque conocen muy bien al público que los mantiene.

El año siguiente, bordeando ya el final de la década, Sage liquida nuevamente el grupo y en 1991 presenta el segundo disco a su nombre, titulado “Sacrifice (for love)”. Sigue evolucionando: todavía quedan influencias british, pero más en el ambiente vaporoso –a veces- y el estilo vocal que en cualquier otra cosa. Refuerza su apuesta por la melodía y la melancolía también, aunque por supuesto su habilidad con la guitarra sigue siendo inimitable (y lo saca de algún apuro: es la que salva relativamente esa versión del “For your love” de los Yardbirds, que no me parece adecuada para alguien como él). Y en 1993, por tercera y última vez, resucita Wipers: durante esa década grabarán tres discos que mantienen muy bien el equilibrio entre melancolía, fuerza, densidad y un leve tono de “americana music” de vez en cuando. Eso y su dominio de la melodía son ingredientes que lo distinguen claramente de la tropa grunge: Sage, sin habérselo propuesto, es uno de las más notables influencias de ese estilo, y no es extraña la adoración que por él sentía Cobain y otros muchos. Tal vez el compendio de su obra a partir de 1985 haya sido una especie de grunge “idealizado”, con una estructura poderosa pero de mucha calidad, algo que solo un músico de la categoría de Sage puede hacer. Por cierto, oficialmente está retirado desde 1999. Parece haber elegido la fecha de final de siglo para dedicarse a otras cosas.

lunes, 6 de febrero de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (VII)

De entre los grupos que protagonizan la transición entre el Paisley Underground y el Nuevo Rock Americano, el más destacado es R.E.M. Aunque su lugar de origen está muy lejos de Los Angeles, en los inicios de su carrera hay similitudes con el ambiente general que se estaba viviendo en aquella ciudad: además de que Mitch Easter fue el productor de sus primeros discos, era fácil distinguir esa inclinación hacia el pop rock y la new wave que los hacía tan apreciados por los mismos fans que disfrutaban de las nuevas bandas de la costa oeste. Al mismo tiempo demostraban arraigo a su país en esa predilección por el estilo de los Byrds en las cuerdas, que en parte se transmitía también a la cadencia melódica, cercana por momentos al folk. Sin embargo comenzaron pronto a aportar algunos rasgos distintivos, como ese tono medio que usa Michael Stipe para cantar y que a veces se acerca al recitado: puede resultar un tanto monótono a veces pero es muy personal, y lo mismo sucede con el estilo de Bill Berry a la batería. Sobre esas bases se va construyendo la leyenda de un grupo que por otra parte remata el primer quinquenio de los años 80 dejando una duda en el aire: ya vimos que su tercer disco, grabado en Londres, resulta un tanto oscuro. Y aunque su posición en ese momento ya es la de aspirantes a estrellas, hace falta confirmarlo.

Y eso es lo que hacen en verano de 1986, con la publicación de “Lifes rich pageant”. Tras haber grabado en la Isla y con un productor tan de allí como Joe Boyd, experto sobre todo en folk, ahora se van al otro extremo fichando a Don Gehman. Comenzó su carrera junto a Stephen Stills y, salvo contadas excepciones, ha trabajado casi siempre con músicos genuinamente estadounidenses como los propios C.S.N & Y, Chicago e incluso unas cuantas estrellas de la Motown. Y junto a un sonido más compacto, ha comenzado a madurar también el estilo compositivo del grupo; la suma de ambas cosas da como resultado un disco que hasta cierto punto puede resultar de transición pero que tiene una gran efectividad… Un disco muy profesional, esa es la palabra. Y ya sabemos que ese tipo de palabras puede provocar sentimientos encontrados, así que vaya por delante que yo nunca he sido un entusiasta de los R.E.M.: por lo general somos los tibios los que podemos opinar sobre este tipo de asuntos con más imparcialidad. Muchos fans de primera hora, aun aceptando que este es un buen disco, comenzaron a quejarse de que sus ídolos se estaban pasando al lucrativo mainstream, mientras que otro sector opina que esa notable “clarificación” en la voz de Stipe desata su mesianismo (ahora que la tribu entiende lo que digo, he de elevar mi mensaje). En cuanto a la segunda objeción, eso le pasa solo a los que dan más valor a las letras que a la música; y en cuanto a la música, aunque es verdad que aquí ya no son una banda “underground”, o “alternativa” o como se le quiera llamar, también lo es que este disco tiene canciones muy redondeadas y de categoría. Se les puede perdonar que ya estén sonando en la radio fórmula. Lo que importa, más bien, es hacia dónde van a ir ahora.


Justo un año después presentan “Document” (un título con empaque, como debe ser), y lo primero que llama la atención es que esta vez el grupo comparte la producción con Scott Litt, un personaje al que en ese momento podríamos considerar como de segunda fila: tiene un pequeño historial, pero ni de lejos llega a la altura de Gehman. Y ahora que sabemos que acabó trabajando con el grupo durante casi diez años, ese hecho nos sugiere la idea de que Stipe y sus socios ya se sienten con el poderío suficiente como para dirigir y dar personalidad a su estilo sónico, y que han fichado a un artesano competente para que encarrile el proceso de grabación. Sobre el resultado final, la cosa a gustos: unos lo llaman “muy variado” mientras que otros lo consideran un tanto errático, sin un espíritu de coherencia. A mí me da una sensación de revoltijo de estilos, pero la mayoría de las canciones se defiende muy bien; y por otra parte Litt, o el grupo, o ambos han sabido dar la contundencia necesaria a las piezas más rockeras -me encanta esa apertura con “Finest worksong”- mientras defienden con soltura su dominio del rock melódico de cuerdas, como unos Byrds de los 80, en otras como “Disturbance at the Heron House”. En cuanto a esa versión que hacen del “Strange” de los Wire, me causa sensaciones encontradas: si consigo no asociarla con la original, es una buena canción de power pop, o algo así; si me viene a la memoria, no sé qué necesidad tenían de meterse en un mundo con el que no tienen nada que ver. Pero en suma, este es otro buen disco para el estándar que se maneja en esa época, que la creciente masa de fans compró a puñados y que confirma definitivamente a R.E.M. en el listado de grandes figuras del mainstream… Del rock de estadios, para entendernos.


Ya solo faltaba sustituir el sello IRS, un tanto raquítico, por uno grande: Warner Brothers, nada menos, presenta a finales de 1988 “Green”. Se acabaron las estrecheces de marketing y distribución, que en países como España los mantenían aún en el listado de bandas underground con pretensiones. Y como era de esperar, el disco arrasó a escala mundial; muy bien orientado además por la potencia con la que lo abren, esa “Pop song ‘89” que por supuesto pasa a ser una de las armas más relucientes de su arsenal. También tiene espíritu pop “Get up”, y también fue single; hasta cuatro singles se publicaron de este disco. Así que no hay mucho que añadir. Tanto esas canciones como otras cuantas (“Stand”, que acabé detestando, o la un tanto lastimera “World leader pretend”) llegaron a hacerse endémicas en las radios de la época, aumentando el hastío que algunos comenzábamos a sentir por un estilo de composición que, por mucho que digan sus fans, se acaba haciendo previsible. He leído en algunos sitios que este disco se considera como su obra cumbre; si lo valoramos por su grado de popularidad y de ventas tal vez sea así, pero honradamente no sabría qué decir. Por otra parte a estas alturas las críticas ya parecen centrarse más en su componente literario, es decir, “el mensaje”, que en la música. Pero es verdad que está muy bien hecho, y además hay variedad de estilos: en ese sentido, R.E.M. todavía mantienen un estándar de calidad muy respetable. Y así rematan la década a efectos discográficos, por todo lo alto.

Hasta 1991 no llegará su nuevo disco, titulado “Out of time”. El arranque con “Radio song” está muy bien. Ahí vienen otras cuantas clásicas como “Losing my religion”, donde hay un frondoso juego de cuerdas de varios tipos (la destreza de Buck sigue creciendo). “Shiny happy people” es una canción himno, de buen rollito, en la que colabora Kate Pierson, de mis adorados B-52’s: otro cañonazo en radios y televisión, gracias al vídeo; los fans más serios de R.E.M. la detestan, claro. Y el año siguiente llega “Automatic for the people”, y a los demás ya nos da igual: estamos en los 90, y este tipo de grupos se agradece para escuchar en el pub de prestigio mientras te tomas la copa entre gente que en su mayoría ya es más joven que tú. Como nos pasa con U2, por cierto. Y no, a estas alturas no vemos tanta diferencia entre Bono y Stipe, por mucho que los fans de ambos personajes se ofendan por igual cuando se les dice. Decidieron liquidar el grupo en 2011. Hicieron bien. O mal, no sé. Sigo pensando que sus primeros discos eran bastante buenos.


lunes, 30 de enero de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (VI)

Suele suceder con casi todos los “estilos” que van surgiendo: los mejores tiempos son los primeros. Eso le pasa también al Paisley Underground, ya que su época de gloria fue el primer quinquenio de los años 80. Y a mediados de esta década muchos grupos ya se van degradando o están a punto de desaparecer, mientras que otros han entrado en ese magma conocido como Nuevo Rock Americano, que ni es nuevo ni tiene la brillantez de otros tiempos. De ahora en adelante, los músicos de verdadero interés surgirán a cuentagotas; como en la Isla, claro. Y si esto es así con el sector rockero, en lo referente al pop es peor: estamos entrando en un ciclo en el que el rock será el estilo casi único en los gustos de la nueva generación “enrollada”. El pop o los estilos negros solo tendrán grandes audiencias en su versión mainstream, pero como sea medianamente refinado quedará en tierra de nadie, como un producto para minorías. Lo irónico del asunto es que en los orígenes de aquella conmoción que sacudió Los Angeles y alrededores estaban músicos pop con querencias psicodélicas, pero el “equilibrio de poder” fue cambiando rápidamente. Así que a estas alturas muchos protagonistas de la primera hora de aquel movimiento como Michael Quercio, el autor de la etiqueta (aunque luego lamentó haber tenido la ocurrencia), están ahora en un discreto segundo plano. 

De todos ellos el mejor, el más brillante, era Scott Miller. En su primera visita al bar ya vimos que tampoco a él le gustaba ser etiquetado, porque las etiquetas crean prejuicios y luego son muy difíciles de quitar. Miller tenía formación y buen gusto: tras una breve época experimental con unos cuantos compañeros de universidad bajo el nombre de Alternate Learning (siguiendo la pautas del “háztelo tú mismo”), a principios de los 80 ya tiene altura suficiente como para crear una respuesta americana al art pop británico de grupos como los XTC o Squeeze, pero con un estilo propio. Y su  nuevo grupo era Game Theory, al que con el paso del tiempo, poco a poco, se le va haciendo justicia. Como suele suceder, estamos ante un tipo de música más valorado en Europa que en su propio país; y su segundo Lp, publicado en 1985 con el título de “Real nightime” fue la confirmación de que, al menos aquí, a este lado del océano (y en España incluso), tenía ya un respetable número de fans. Así que Miller es de los pocos que llega al segundo quinquenio de esta década con el prestigio intacto.

El tercer Lp siempre se ha considerado como el momento de la verdad para un músico: o te consagras o te hundes. Y en el caso de Scott y sus Game Theory, por si había alguna duda, ese momento queda resuelto con creces. El disco se titula “The big shot chronicles”, se publica en 1986 y, si no es el mejor de su carrera, está entre los más grandes. Ya solo con una entrada arrasadora, directa, concisa como “Here is tomorrow”, se da uno cuenta de que está ante algo grande. Y llama la atención ese tipo de sonido, con eco y un ambiente eléctrico que no tiene nada que envidiar a las bandas de rock: es una nueva exhibición de Mitch Easter, que ya les había producido el anterior y aquí se supera (me gustan más sus trabajos con Game Theory que con los mismísimos REM). El encanto se sublima con esa delicadeza casi barroca de “Where you going northern”, donde la escuela pop tradicional británica se da la mano con los Byrds tanto en algunos acordes como en el uso de las cuerdas. “I’ve tried subtetly”, la siguiente, es otra exhibición del más jugoso pop rock que una banda estadounidense ha logrado hacer nunca, y luego viene “Erica’s world”, y siempre con esa voz que según él detestaba y que a sus fans nos hechiza, y luego… En fin, para qué seguir. Y además tuvo suerte, porque gracias a un contrato de distribución con Capitol este fue su disco más vendido hasta la fecha; o sea, sin llegar siquiera al top 100, pero casi. La exquisitez ya no estaba bien vista por entonces: comenzaba la reencarnación del heavy, la vuelta del rock desesperado, desquiciado, dramático. Malos tiempos para la lírica, como dijo aquel alemán apesadumbrado ante lo que se venía encima…


En 1987 se publica “Lolita nation”: sí, un guiño al señor Nabokov. Y es un disco doble, lo cual demuestra que Miller está pletórico. Pero es que además muchas de sus piezas son casi “esquemas”, es decir, que se limita a diseñar una estructura básica, como un esbozo, y lo deja ahí. Especialmente en la cara A del segundo disco, salvo tres o cuatro canciones completas, el resto es una sucesión de apuntes, muchos de las cuales, si se hubiesen desarrollado, podrían dar al menos para un triple. Ya el arranque, con un breve juego de sonidos que no llega al minuto, nos indica que este va ser en buena parte un juego experimental, una especie de vuelta a sus orígenes, a la época de Alternate Learning. Y ese juego se trufa con otro puñado de canciones de pop eléctrico majestuosas como “Dripping with looks”, casi en la onda de la psicodelia british, o “The waist and the knees”, que podría recordar a los Soft Boys, junto a perlas más melódicas como “We love you Carol and Alison”, que él mismo consideraba como su canción preferida. En muchas canciones la voz es la de Donnette Thayer, que también es guitarrista y ya había participado en grabaciones anteriores del grupo. En todo momento se nota ese extraño dominio que tenía Miller para fusionar el pop con el rock de última hora y hacer que su obra pudiese ser valorada tanto por poppies como por rockeros sin abandonar nunca su esencia. Sumando unas cosas con otras, tanto la crítica como una buena parte de su fans considera este disco como su obra maestra; a otros, como el que suscribe, ya nos da igual ese tipo de calificaciones: Scott nos sobrepasó hace tiempo y vamos de una maravilla a otra con total despreocupación, entregados. Pero no me resisto a transcribir una línea de la Wikipedia que dice que “El crítico de rock Joe Harrington situó “Lolita Nation” en el puesto 4 de su lista de los 100 mejores álbumes de todos los tiempos, mientras que Omar Ghieth, de Culturespill, lo calificó rotundamente como "el mejor álbum de todos". Ahí queda eso.


Con puntualidad británica, el disco siguiente llega el año siguiente. Su título es “Two steps from the middle ages” y en lo formal vuelve a ser un disco al uso, es decir una sucesión de canciones sin “aventuras sónicas” por medio, pero el conjunto de esas canciones es otra suma maravillosa. Podríamos, como siempre, comenzar por la primera, la deliciosa “Room for one more, honey”, seguida por una aproximación al power pop americano más exquisito con “What the whole world wants”, y seguir así, una tras otra. Pero bastará, para los que ya hayan leído hasta aquí y comiencen a sentirse incómodos por no haber escuchando antes a este grupo, con destacar otras tres: el pop melódico de escuela clásica en “Amelia, have you lost”; la sorpresiva “Throwing the electicion”, cuyo órgano inicial podría recordar a clásicos como Uriah Heep o algunos progresivos de aquella época y luego resulta ser otra exhibición de exquisitez poppie; y por no aburrir, la breve delicia cercana al folk pop que representa la casi acústica “Wish I could stand or have”. De nuevo el productor es Easter, y de nuevo su trabajo es impecable. Sin embargo y como siempre, la percepción general de que este tipo de músicos son una especie de rarezas culturetas para poppies mayores, en una época en la que los aficionados “al día” ya estaban siguiendo ofertas mucho más chirriantes y tenebrosas, hizo que las ventas volviesen a ser, como mucho, discretas. Se produjo una desbandada y Miller decidió disolver el grupo casi a finales de la década, dejando un recopilatorio como despedida.

En los años 90 es consciente de que el sonido se ha hecho mucho más crudo, y decide crear un grupo en el que ya el título es una ironía sobre ese nuevo tiempo: The Loud Family, que debuta en 1993 con “Plants and birds and rocks and things”. Y recurro aquí a una cita de la revista Wired: "Antes de que alguien inevitablemente describa a The Loud Family como 'pop inteligente' y tú te alejes con desprecio, ten en cuenta que éste es el nuevo avefénix musical que resurge entero y rocoso de las cenizas del difunto gran Game Theory". Con eso es suficiente. Miller fue incapaz de rebajarse a la mediocridad de esa nueva década, y sus discos, bajo un nombre u otro, siguen creando una sucesión de maravillas como no se ha visto nunca en la historia del pop rock estadounidense… por no meternos ahora a considerar el británico de los años 80 en adelante. Oficialmente el grupo llegará hasta el año 2001, aunque hay grabaciones posteriores, generalmente en directo. En 2013, cuando Miller murió, estaba planeando una vuelta al negocio con Game Theory; pero todo quedó en suspenso hasta 2017, cuando se publica el disco final y póstumo a nombre del grupo. Ese disco es una colección de cintas con canciones no siempre rematadas, con muchos participantes distintos, y se titula “Supercalifragile”: con todas sus imperfecciones, no recuerdo muchos discos mejores en esa época. Ni ahora mismo.

viernes, 20 de enero de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (V)

Entre los personajes que protagonizan el rock americano de los años 80, Jeffrey Lee Pierce es ya otro conocido en este local. Su evolución de la adolescencia a la juventud ya resulta poco frecuente, teniendo en cuenta la inusual variedad de facetas en las que se fue haciendo un carácter. Su gusto por los escenarios había nacido ya en el colegio, donde se apuntaba a toda cuanta representación teatral hubiese, mientras que sus músicas preferidas por entonces estaban muy relacionadas precisamente con el espectáculo visual: los grupos como Genesis, tan lejanos al espíritu de California, eran justo los que más le iban a él. Pero pronto amplió sus preferencias al blues, de ahí saltó al reggae y con la llegada de la new wave… llegó a ser el presidente del club de fans de Blondie en Los Angeles; todo siempre con una implicación total, con verdadero entusiasmo. Y antes de que termine la década de los 70 ya está al frente de un grupo en el que recupera su afición por el blues, ahora ya con una formación musical muy sólida, con unas letras de altura que reflejan muy bien su personalidad atormentada y actualizando el género con influencias punk, aunque la esencia de su blues es el pantano (a juego con su espíritu, más bien oscuro y autodestructivo): dice la leyenda que Bob Hite, una de las figuras centrales de Canned Heat -verdaderos expertos en ese tipo de blues- le regaló algunos discos de su colección poco antes de morir. Y el grupo que Pierce crea son The Gun Club, que debutó con “Fire of love”, su primer disco grande, a mediados de 1981.

En el primer quinquenio de los 80 Pierce y sus colegas publican tres discos grandes (además de algún ep), y aunque hay una evolución desde aquel blues rock pantanoso, insano –y a veces casi gótico, cercano a Tav Falco- hasta los estilos y sobre todo los sonidos más ligeros, más cercano a la actualidad de esa época, la esencia sigue siendo la misma. La voz de Pierce, distintiva, muy personal, da una aura tan tenebrosa como vívida a sus canciones… y su existencia va peligrosamente a juego, en la estela de esos héroes del rock que caminan por el filo de la navaja. Eso y su difícil carácter hacen que la situación en su grupo se haga conflictiva, insostenible, hasta que decide liquidarlo para seguir una carrera en solitario que no durará mucho y que, aparte de otras colaboraciones que se publicarán más adelante, deja dos discos, ambos de 1985: el Lp “Wildweed” y el mini “Flamingo”. Del mini no hay mucho que decir (lo más recordado es su versión en dos “tramos” del “Fire” de Hendrix, y no precisamente para bien), pero el disco grande podría llegar a la altura de su obra anterior si no fuese porque la producción no siempre le ayuda. A veces no me cuadra la canción, el estilo y su forma de cantar con la instrumentación y el sonido final de la pieza, pretendidamente moderna, pretendidamente actual. ¿Qué necesidad tiene un tipo como Pierce de sonar al estilo años 80? Pero esto es solo una opinión, claro. A mayores, en su edición original se incluía un ep con cuatro piezas recitadas que luego se añadirán al cedé.


Esa afición a recitar, que los sajones llaman “spoken word” y que a un personaje con el aura de Pierce le va como anillo al dedo, fue casi su única ocupación más o menos coherente sobre los escenarios durante un tiempo, hasta que decide reaparecer bajo el paraguas de The Gun Club. Para ello recupera a “Congo” Powers, mientras que la base rítmica es la que ya le estaba acompañando en su época reciente, es decir, su novia Romi Mori como bajista y segunda guitarra, y el batería Nick Sanderson. En otoño de 1987 presentan “Mother Juno”, un disco grabado en los selectos estudios Hansa de Berlín en solo dos semanas, y demuestra una vez más lo poco que lo estiman sus paisanos: llegó a su país vía importación, de nuevo. Sorprende un poco que el productor sea Robin Guthrie, uno de los fundadores de los Cocteau Twins, grupo con el que en teoría ni el estilo ni el carácter de Pierce tienen mucho que ver; pero él mismo aclaró que en esa época era uno de los que más escuchaba, por su ambiente un tanto atmosférico. Y resulta que le sienta bastante mejor que la mayoría de las producciones de sus discos anteriores; aunque también es verdad que Guthrie no carga las tintas en sus querencias etéreas y el resultado es sobresaliente, con un sonido actual que sin embargo refuerza y matiza muy bien el carácter de las canciones. Y Pierce, por otra parte, parece hallarse en una etapa muy lúcida: las tres canciones que abren el disco mantienen el vigor post punk de sus mejores tiempos, mientras que las piezas lentas como la teórica balada “Yellow eyes” –una dedicatoria a su novia, japonesa- tienen muchos matices, y posiblemente es ahí donde más se nota la influencia de Guthrie (aparte de “The breaking hands”, que incluso podría recordar a los Twins). Así que no hace falta ser un fan compulsivo (y hay bastantes) para reconocer que este es uno de sus momentos más inspirados. 



Los últimos años de esta década, sin grabaciones, son una sucesión de idas y vueltas por países asiáticos, especialmente Japón y Vietnam. Pierce se sentía muy atraído por aquellas culturas -que su pareja fuese japonesa es muy revelador- y además su carácter no cuadraba mucho con una disciplina artística que nunca mantuvo, además de que su salud seguía degradándose: ya en 1982 le habían diagnosticado cirrosis, pero él seguía su camino hacia la destrucción. Por fin en 1990 tenemos un nuevo disco: “Pastoral hide and seek”, en el que el tono general está más cerca de eso que ahora se llama “americana music” que de cualquier otra cosa. Lo produce el propio Pierce, que según Mori está haciendo un alto en su trayectoria alcohólica... y sustituyendo el alcohol por otras substancias, que consigue en Holanda (la grabación es en la vecina Bélgica). Por si alguien aún no lo sabía, ya nos lo aclara la propia Mori: “en Holanda hay drogas por todas partes”. Powers no está a gusto, porque según dijo después “esto fue básicamente una cosa a medias entre Mori y él, que además quería tener más protagonismo con la guitarra”. Entre eso, la desorientación de un Pierce un tanto errático por la ausencia de alcohol (y la presencia de lo otro, supongo) y un material discreto, es evidente que este disco no está a la altura del anterior; y aun así, aunque casi no hay rastro de aquel blues tan distintivo suyo, podemos disfrutar de esta faceta “blanca” en piezas como “I hear your heart singing” (tan lejana al Pierce de antes) o “The great divide”. Y por momentos nos recuerda que su otro yo sigue ahí: “The straits of love and hate”, por ejemplo, es Pierce en estado puro; como también lo es “Another country song”, a pesar de ese título. Pero gran parte de sus fans le volvieron la espalda, porque entre las huestes de los artistas malditos siempre hay mucho radical (y volvemos a lo de antes) que no perdona ni una sola desviación de la doctrina: de acuerdo, no es este su mejor disco, pero en conjunto resulta bastante digno.


En 1991 llega el doble ep “Divinity”, generalmente considerado como una obra menor (en parte por el formato, supongo), aunque en conjunto aún me parece defendible. Uno de los ep’s es en estudio y el otro en directo, de la última gira europea, poco antes; de nuevo la producción corre a cargo de Pierce, que por otra parte intensifica su trabajo a la guitarra. Y sobre todo, dejando aparte las consideraciones sobre el resto del material, creo que “Sorrow knows”, la que ocupa la primera cara A, es de lo mejor de su carrera; es cierto que, salvo por su inconfundible estilo vocal, ya poco queda de los Gun Club de la década anterior, pero a cambio tenemos una pieza casi “progresiva” con un desarrollo magnífico, extenso, y con el propio Pierce llevando el peso de la guitarra, gustándose, demostrando que es un gran guitarrista. En la cara B la apertura con “Richard Speck” me cansa un poco, pero ““Keys to the kingdom” y “Black hole” son bastante decentes. Luego ya el segundo ep en directo es más subjetivo, como todos los directos: “Yellow eyes” y “Hearts” pierden el sonido y el eco ambiental que tenían en “Mother Juno” y se hacen más densas, más rockeras (sobre todo la segunda, claro). Y la -a esas alturas- vetusta y venerable “The fire of love” no sufre grandes cambios de “Miami” a este directo, aunque yo prefiero la brillantez casi cristalina de la original.

Aún queda “Lucky Jim”, el último disco del grupo, grabado en el 93, que a mí me deprime bastante: Powers ha preferido marcharse, y por momentos da la impresión de que Pierce ya está resignado a lo que le espera. En conjunto esta colección de canciones podría recordarnos a los primeros Gun Club, pero con una sensación general de derrota, del agotamiento que acompaña a Pierce en su vuelta a casa tras haber recorrido un largo camino. Y algo de eso hay: pocos meses después, Mori se marcha también. Pero aún han de pasar otros dos años de lenta agonía existencial y física hasta que una compasiva muerte rápida se lo lleva. Dice Allmusic que un periodista holandés describió a Pierce como “el eslabón perdido entre los Eagles y Kurt Cobain”. No sé qué pintan aquí los Eagles; en cuanto a Cobain, si es en lo personal estrictamente, es verdad que representa, como Pierce, esa “enfermedad americana” que el propio holandés cita como “una fuerte identificación con la violencia y la muerte”, pero no nos olvidemos de la música: puestos a buscar eslabones perdidos, me parece bastante más lúcida y descriptiva esa transición que muchos otros han citado entre Robert Johnson y los Pixies. Es evidente que el gran Black Francis ha tomado notas, tanto en lo compositivo como en su manera de cantar. Y por suerte la cabeza de Francis funciona de otra manera.


jueves, 12 de enero de 2023

Bye, Mr. Beck

La guitarra eléctrica es un invento de los años 30 del siglo pasado. En sus primeros tiempos no era más que una acústica con un pequeño amplificador adaptado, hasta que en los 40 el señor Les Paul integra todo en un cuerpo sólido que, con unas cuantas variaciones, ha llegado hasta hoy. Pero por entonces la gente de orden, acostumbrada al melodioso vibrar de las acústicas, sintió que aquel invento no era más que una pequeña travesura con fines poco menos que circenses: ese sonido electrificado, falso, casi chirriante, resultaba antinatural, ridículo. Así que cuando un niño de seis años llamado Jeff Beck la escuchó por primera vez en la radio y le preguntó a su mamá qué era aquel sonido, ella le informó, tan digna como displicente: “¿Eso...? Eso es una guitarra eléctrica. No es más que un montón de trucos”. A lo que él, deslumbrado, replicó: “¿Ah, sí? Pues yo quiero una para mí”. El pequeño Jeff acababa de encontrar un sentido a su vida. Y así hasta hace dos días, que se nos ha muerto. 

Esto va a gustos, como todo, y por lo tanto cada aficionado tiene su guitarrista preferido, su bajista preferido, etc. etc. Pero hay un acuerdo más o menos generalizado en que, en el mundo del rock, el más grande de los guitarristas fue Jimi Hendrix, ¿verdad? Bien, pues si respetamos las pautas que nos hacen decidir eso, creo que lo más lógico es aceptar que, tras su muerte, el sucesor fue Beck. Porque Beck, al igual que Hendrix, dominaba todos los recursos de la guitarra eléctrica y sabía arrancarle todo tipo de sonidos, crear todo tipo de ambientes. Los grandes guitarristas buscan matices, crean vida con solo tres o cuatro notas, evitan la ordinariez de esas figuritas rockeras que se creen que son buenos porque son muy rápidos, porque hacen miles de filigranas en el mástil, porque hacen punteos interminables que no van a ningún sitio. El mundo está lleno de gimnastas de la guitarra. 

En fin, que se ha muerto Jeff Beck, el más completo de los guitarristas vivos. Un fulano que, por otra parte, no tenía mucho interés añadido: iba siempre a su bola, no era precisamente una persona muy empática, que digamos. Rod Stewart dijo de él que “en todo el tiempo que estuve en su banda no me miró a los ojos ni una sola vez”. Sus aficiones eran la guitarra y los coches de carreras, hasta que un día se cansó de llevar trastazos: poco más. Pero eso a los fans de verdad no nos importa, porque lo que cuenta es la obra. Y su obra es tremebunda. Si Hendrix hubiese llegado hasta estos tiempos, igual ahora estaríamos discutiendo cuál de los dos era más brillante. Pero eso no es posible. Así que, sintiéndolo mucho, el cetro queda ahora a disposición de Clapton, Page… uno de esos. Ya da igual. Suerte al otro lado, Jeff. Como persona nunca me has atraído mucho, pero como guitarrista eras sencillamente genial. 

Y en cuanto a ustedes, aquí les dejo un pequeño recordatorio de su vida y milagros. Él ya no está, pero, como siempre, queda la obra inmortal. 
 



viernes, 6 de enero de 2023

Un año más hemos conseguido salir indemnes de las trampas que nos va poniendo el destino: después del virus, que aún anda por ahí, en 2022 hemos tenido y estamos teniendo una guerra en Europa (por no hablar de las guerras crónicas que hay en otras zonas del planeta). Da miedo pensar qué será lo próximo. 

Pero seguimos en pie, y aquí las tradiciones se mantienen: cada año comienza con la visita de Sus Majestades Los Reyes Magos, que por supuesto han dejado un regalito aquí para todos los parroquianos. Espero que lo disfruten y les ayude a encarar con mejor actitud lo que viene a partir de mañana, sea lo que sea. 

Salud y suerte.