“Los Stones pertenecen a ese tipo de gente a la que uno no dejaría salir con su hermana menor”.
Daily Mirror
Lo que dice el Mirror es consecuencia de la imagen que se labraron los Stones desde el primer día: depravados, machistas, cínicos, manteniendo un calculado equilibrio entre la indiferencia y la provocación. Tanto ellos como la mayor parte de la nueva ola de músicos londinenses sabían que en este negocio el marketing es un aspecto fundamental, y comprendieron que podían combatir a los Beatles dejando claro ante el público juvenil que ese grupo pronto sería asumido por la clase media, que pronto serían unas personas respetables. En parte tenían razón, ya que los Beatles no habían ido más allá de lucir unas pelambreras inusuales para la época, pero en general se portaban bastante bien. Y para cuando llegaron las drogas y la psicodelia, que abrieron los ojos a la gente de orden haciéndoles comprender que los grupos pop eran -todos- una “desgracia social”, cada uno ya tenía su parroquia bien asentada. Cada uno destacaba por algún aspecto negativo: los más duros, los más violentos, los de peor lenguaje, los más sucios… Para los Stones, esos ingredientes ayudaban a potenciar su arma principal, que era la tensión sexual. En palabras de su legendario manager Andrew Loog Oldham, “El pop es sexo, y hay que golpearles (al público) con él en el rostro”.
Brian Jones tiene veinte años y es ya un fan total del blues. Ha dejado su Cheltenham natal y milita en la banda de Alexis Korner, el Moisés del blues británico. En esa banda toca la guitarra junto al teclista Ian Stewart y el batería Charlie Watts: los tres son ya bastante competentes con el instrumento. Por entonces Mick Jagger y Keith Richards, naturales y residentes en Dartford, cerca de Londres, destacan en un grupo llamado The Blues Boys; a principios de 1962 habían mandado una cinta a Korner y Cyril Davies, a quienes impresionaron gratamente, y poco después se presentan en su local, donde llegaron a tocar todos juntos más de una vez. Luego hubo una dispersión, pero Jones los va reuniendo de nuevo y, tras algunas idas y vueltas, antes de que termine ese año queda constituido el grupo al que bautiza como Rolling Stones en honor a una de las piezas del legendario Muddy Waters. Richards y él se encargarán de las guitarras, mientras que Jagger será el cantante y frontman. Junto a Stewart y Watts queda reclutado Bill Wyman para el puesto de bajista: era casi diez años mayor que los demás, pero tras hacerle una prueba su dominio del instrumento y su magnífico equipo de amplificación los convenció de inmediato.
La base musical del grupo estaba clara: blues, r’n’b y rock and roll. Es decir, que seguían la evolución del blues desde los años 30 hasta su fusión en los 50 con los estilos blancos, que les interesaban poco. De hecho Watts era también aficionado al jazz, aunque por supuesto ese estilo no figuraba en los planes del trío fantástico. Jagger tenía una querencia mayor hacia el blues tradicional (como Jones) mientras Richards andaba más cerca del rock and roll, pero desde el principio quedó claro que se complementaban perfectamente en todos los aspectos, incluyendo el estético. Su repertorio a principios de 1963 se compone de versiones de blues tradicional, el r’n’b al estilo de Bo Diddley y algunos clásicos del rock and roll negro, especialmente Berry. Todavía no tienen piezas propias, ya que como dice Jagger “están en la fase de aprendizaje”. El legendario Giorgio Gomelsky los ficha como banda fija para su club Crawdaddy, e incluso los apoya como manager durante unas semanas, pero pronto descubre a los nacientes Yardbirds y decide volcarse con ellos. Es entonces cuando surge en sus vidas Andrew Loog Oldham, que será su Brian Epstein particular. En ese momento tiene solo diecinueve años, pero ya ha hecho algunos trabajos publicitarios en el mundo de la moda para Mary Quant y pronto los hará para el emporio NEMS de Brian Epstein, a quien admira. Hay una frase suya de muchos años después que lo define perfectamente: “Epstein estaba destinado a descubrir a los Beatles y cambiar el mundo; Brian Jones estaba destinado a crear los Rolling Stones, y yo estaba destinado a descubrirlos y ayudarles a trazar su camino”.
Oldham había intentado emprender una carrera como cantante, pero pronto se dio cuenta de que no tenía madera para ello; sin embargo, y como se sabía nacido para el negocio del espectáculo, decidió seguir en él como fuese. Poco antes de descubrir a los Stones había hecho amistad con Eric Easton, casi veinte años mayor que él y profundo conocedor de ese mundillo en el que Oldham quería entrar; por otra parte necesitaba a alguien con edad legal para firmar contratos en su nombre, ya que por entonces dicha edad era la de veintiún años. Un día Oldham recibe el chivatazo de un periodista: hay unos tipos mal encarados pero muy contundentes llamados Rolling Stones que están actuando en Surrey, vale la pena ir a verlos. Y allá fueron Oldham y Easton, y ambos quedaron impresionados; bueno, más bien quedó Oldham, pero supo ir convenciendo a Easton de que aquellos muchachos tenían futuro. Y por si ya había algún buitre más acechando, les ofreció casi inmediatamente un contrato, que ellos aceptaron con la misma inmediatez: les convenció esa imagen de juventud rebelde y yeyé que mostraba Oldham junto al aspecto gris pero eficiente de Easton. La frase con la que Oldham comienza su nota de presentación en la contraportada del primer Lp del grupo ya era premonitoria: “los Rolling Stones son más que un grupo - son un modo de vida”. Totalmente cierto.
A partir de ahí comenzaron los trabajos de preparación y refinado del producto. Lo ideal sería un cuarteto, como los Beatles, pero el trío frontal era innegociable; y bueno, cuando Jagger exageraba un poco la gesticulación resultaba un gancho irresistible (aunque algún amigo periodista le sugirió que lo mejor sería echarlo: “¿a dónde va con esos morros que parecen neumáticos?”). Por otra parte la armónica estaba muy de moda, y Brian Jones le había enseñado los conocimientos adquiridos del mismísimo Cyril Davies. El que no encajaba de ningún modo era Ian Stewart, que como Wyman era también un poco mayor que los demás: un sexteto ya resultaba excesivo, los teclados no eran imprescindibles y su imagen de gigante amable, serio y formal desentonaba con la que pretendía Oldham, así que fuera. De todos modos se le concedió graciosamente la oferta de ser el road manager de la banda, con posibilidad de participar como teclista en las grabaciones y alguna actuación que otra: aceptó, porque en realidad ese papel secundario iba mucho más con su carácter. Luego se eliminaron algunos detalles biográficos inconvenientes, como los dos o tres hijos, reconocidos o no, que ya tenía Jones de mujeres distintas, o la verdadera edad de Wyman. Ah, y a Richards le quitamos la “s” final para que, vagamente, recuerde a Cliff Richard, que está muy de moda. Por último, mientras los muchachos van perfilando el repertorio y su estilo actoral, Oldham busca un sello discográfico.
Tuvo suerte, porque ese trabajo se lo hicieron los Beatles. Justo por entonces, en una actuación de los Stones, se presenta el cuarteto fantástico: ya habían oído hablar de la nueva sensación londinense, y se cayeron bien de inmediato. Poco después el sibilino Harrison habla maravillas del grupo a un atribulado Dick Rowe; sí, ese, el que rechazó a los Beatles porque no tenían futuro. Y Rowe, evidentemente, no está dispuesto a hacer el ridículo por segunda vez: Decca anuncia la contratación de los Rolling Stones, que se ponen a grabar de inmediato. Otra cosa será la planificación publicitaria de Oldham, que trata de sugerir el antagonismo entre una banda y otra para que haya ambientillo en la prensa (“Andrew nos dijo que debíamos mostrarnos como totalmente opuestos a ellos, que era bueno para la imagen, y tenía razón”, reconoció Richards), pero nunca hubo tal antagonismo; es más, McCartney y Jagger coordinaron la publicación de muchos de sus discos para no estorbarse en las listas… por no hablar del esplendoroso regalo de “I wanna be your man”, al que llegaremos más adelante. Oldham era tan devoto de Brian Epstein como de Phil Spector, y de este último aprendió unas cuantas marrullerías como la de ser el propietario de los masters y alquilárselos al sello, no vendérselos; de hecho, ni siquiera los Stones eran realmente artistas de la Decca, sino de una sociedad formada por Oldham y Easton, que a su vez negociaron el “préstamo” del grupo al sello.
En Junio de 1963 se pone a la venta el primer single, que rozará el top 20 y se compone de dos versiones: “Come on” y “I want to be loved”. Es decir, la síntesis de su repertorio en ese momento, pero ya con un vago tono pop. Ese tono es el que Jagger considera necesario para “sonar en la radio”, como él dice (el blues tradicional está muy bien, pero da poco dinero). En “Come on” juegan con ventaja: se trata de una de las piezas de Berry más cercanas al pop, precisamente, y ellos la “endurecen” un poco rebuscando en su esencia r’n’b. “I want to be loved” fue compuesta por Willie Dixon y grabada por Muddy Waters, el primer bluesman eléctrico que puso pie en la Isla, dejando muy impresionados a los nativos (léase Korner, Davies y compañía). Aquí el truco consiste en acelerarla y blanquear un poco el sonido: sigue siendo un blues, pero la guitarra la convierte en rock and roll. En ambos casos queda claro que saben darle su propio carácter, y eso es lo que importa. Así que los Stones ya han echado a volar, y nosotros seguiremos informando desde donde surja la noticia. Permanezcan atentos a la pantalla.