Si la esencia de la new wave consiste en la vuelta a la sencillez, es lógico que vuelva también el pop estándar: sean canciones alegres o baladas, una pieza que tenga un estribillo con gancho, reconocible a las pocas escuchas, es un arma poderosa. Y si además los músicos saben defenderla, probablemente triunfen. De las primeras bandas asiduas al CBGB, que como estamos viendo es un mundo en sí mismo, Blondie representa la actualización del pop tradicional; tardaron un poco en hacerse respetar en su propio país, pero tanto en la Isla como en el resto de Europa lo consiguieron casi al instante. Teniendo en cuenta que sus paisanos Television o Talking Heads vivieron esa misma circunstancia, parece que estamos ante una curiosa anomalía: hay unos cuantos grupos yanquis que no tienen nada que envidiar a los británicos, pero el público isleño suele demostrar más interés por las novedades.
“¡Eh, rubia!”, le gritaban los camioneros, probablemente con malas intenciones pero ignorando que en realidad su pelo era castaño, a la hermosa Debbie Harry cuando esta los adelantaba en su coche. Y “Rubia” fue el nombre que ella y su novio, el guitarrista Chris Stein, eligieron finalmente para su grupo en Otoño del 74. Debbie, nacida en Miami en 1945, ya tenía una trayectoria que la había ido acercando a Nueva York: después de un tiempo como secretaria en la delegación de la BBC, su vocación musical la lleva a formar parte de los Wind in The Willows, banda de folk pop neoyorkino con tono hippie californiano que consigue grabar un Lp homónimo en 1968. Es un disco muy agradable, pero la saturación de ese tipo de oferta (que además ya comienza a sonar un poco desfasada en la costa Este) hace que acabe en el fondo del top 200. Vienen luego unos años en los que trabaja de camarera en el Max’s Kansas City o de conejita en el Playboy Club de la ciudad hasta que a finales de 1973 entra en los Stillettoes, un pequeño grupo que en total reúne a tres cantantes femeninas. Y ahí llega poco después Chris Stein, que alterna sus dos aficiones de fotógrafo y guitarrista: primero surge el amor y luego la convicción de que les irá bien si se independizan y crean una banda a su gusto.
Después de algunos ajustes de personal entre 1974 y 75, los integrantes definitivos de Blondie son, junto a Harry y Stein, el batería Clem Burke y su amigo Gary Valentine; fue Burke, batería curtido en pequeñas bandas locales, quien evitó que el grupo desapareciese al abandonar Fred Smith (el bajista que marchó a Television) trayendo a Valentine, que había comenzado como pianista y aún estaba aprendiendo a controlar el bajo, pero también componía. Después de unas cuantas actuaciones como cuarteto deciden que necesitan un teclista y fichan a Jimmy Destri, que tenía una experiencia comparable a Burke. Durante 1976 actúan por toda la zona de Nueva York y son por supuesto una de las bandas asiduas del CBGB, aunque pronto queda claro que uno de los defectos de aquellos fans vanguardistas -del vanguardismo en general, para ser honrados- es el elitismo: Valentine recuerda que “los que molaban eran los “raros”, Talking Heads, Television y toda esa gente. Como músicos la mayoría estábamos empezando -en nuestra banda el único realmente bueno era Clem-, pero ese mismo problema lo tenían los demás y en ellos casi parecía una virtud. El verdadero problema era otro: nosotros éramos poppies. A Debbie le gritaban que lo dejase ya”.
Por cierto, otro recuerdo de Valentine es que “en Estados Unidos nadie hablaba de “punk”: ese fue un término que llegó rebotado de Gran Bretaña. Aquí se hablaba de “Rock callejero” o “Rock de Nueva York”. ¿Ah, sí? Entonces tal vez convenga que recordemos nosotros lo que ya se dijo aquí varias veces sobre la palabra “punk”: dejando aparte sus “miserables” orígenes, Dave Marsh y algunos compañeros suyos de Creem Magazine la rescataron en 1970, seguidos por Lenny Kaye; es decir, comentaristas yanquis de prestigio. Esa palabra fue un simple recurso léxico que no llegó a calar entre sus compatriotas salvo Alan Vega, que la usó para los primeros carteles de Suicide. Pero seis años después una nueva banda isleña llamada Sex Pistols la suelta en aquel infausto programa de televisión y a la prensa londinense le falta tiempo para usarla en sus escritos (ya que Malcolm McLaren había vivido en Nueva York, probablemente la leyó la allí y se la “inspiró” a sus protegidos). Y el carisma del Viejo Imperio hace el resto: esta vez todos los periodistas yanquis se ponen a usarla también, aunque nunca ese vocablo tendrá la popularidad que tuvo en Europa. De hecho, cuando Pistols y Damned llegan a Estados Unidos y consiguen hacerse con un buen puñado de seguidores, estos forman un sector aparte del público; ni siquiera los Heads o Television parecen interesar a ese tipo de fans.
Pero a lo que íbamos: el elitismo del CBGB o el Max’s Kansas City no fue el único problema de Blondie en sus comienzos, porque tampoco su primer sello discográfico ayudó mucho. Private Stock Records es una pequeña compañía neoyorkina especializada en singles de éxito, pero sin potencia ni criterio para gestionar una banda con pretensiones. Publican su primer Lp, de título homónimo, en diciembre del 76, y el fracaso tanto en distribución como en publicidad hace que el grupo abandone el sello consiguiendo recuperar las cintas, con lo cual vuelven al principio. Pero esta vez tienen suerte, porque ese disco ha sido producido por Richard Gottehrer, un clásico del Brill Building con muchas amistades, que confía en ellos y les consigue un contrato con la británica Chrysalis (que justo por entonces comienza a funcionar como sello independiente también en Estados Unidos y necesita músicos para su catálogo). El disco vuelve a publicarse en verano del 77, y esta vez el resultado es muy distinto: aunque no llega a tener grandes ventas ya consigue dos o tres singles bastante populares, y en 1978 comienza a distribuirse en toda Europa.
Desde entonces hasta 1980, Blondie es uno de esos nombres a los que vemos permanentemente en los top 10 de medio mundo. Durante ese tiempo se publican cinco discos, pero con más o menos brillantez las líneas maestras de su estilo quedan perfectamente definidas desde el principio: son una banda de pop rock que cuida mucho el sonido y los arreglos, cuyo rango va desde el tono frenético (“In the sun”, “X-offender”, etc) hasta las baladas exquisitas, casi intemporales, como “In the flesh”. Salvo Burke todos componen aunque la mayoría del repertorio queda a cargo de Harry y Stein, como era de esperar; esa dominancia irrita a Valentine, que se marcha poco después de la publicación de aquel primer disco y es sustituido por Frank Infante (que, como Joey Ramone, viene de Sniper). Poco después Infante pasa a la guitarra y se añade un nuevo bajista: Nigel Harrison, un británico veterano que en ese momento estaba en la banda de Ray Manzarek. Y a partir de ahí serán un sexteto estable hasta que en 1982, con el fracaso de su sexto disco, deciden separarse. Aunque como era de esperar Harry, Stein y Burke han resucitado la marca varias veces: su último disco es del año pasado, y pronto saldrán de gira.
Tal vez no hayan inventado nada, pero los rockeros que alaban tanto a los Ramones por esa misma razón deberían entonces respetar también a Blondie: aunque no sean de su cuerda, tienen también unas cuantas piezas intemporales. Aunque claro, como dice Valentine “el problema es que nosotros somos poppies”.
En otro orden de cosas: les deseo una feliz pero recatada Semana Santa. Ya saben ustedes que en este local somos muy devotos de los sagrados festejos patrios, y por lo tanto este local cierra hasta la Pascua, en Abril. Pórtense bien.