Recordarán ustedes que la decadencia del progresivo sinfónico se inició sobre 1971/72 y fue muy rápida. Como es lógico esa decadencia no implicó la desaparición de todas las bandas, puesto que había fans suficientes para mantener al menos a las dos más populares: Yes y E, L & P, que para entonces ya se estaban convirtiendo en una parodia del género con sus músicas grandilocuentes y sus excesos teatrales en el escenario. Esto ocurrió luego con otros estilos como el heavy metal, por ejemplo: la facción más radical de sus seguidores no quiere reconocer que el tiempo pasa, pierden la visión crítica y comienzan a aceptar todo lo que sus ídolos propongan, lo cual inevitablemente acaba en un circo. Pero hubo un grupo que consiguió ir sorteando el desastre hasta mediados de la década: Genesis, que en teoría pertenecen a esa temible familia sinfónica. Esa supervivencia se explica tal vez porque su componente pop (herencia de los Moody Blues) se acompañaba de una visión entre surrealista y burlona sobre su propia esencia. Su carrera comienza un poco más tarde que la de los dinosaurios antes citados: dejando aparte su primer Lp, que no cuenta porque quien manda ahí es Jonathan King (que quería hacer de ellos otros Bee Gees), su ascenso corre paralelo a la degradación de los demás grupos de esa cuerda hasta llegar a la cumbre entre 1973/75. Y es en ese último año, justo en la cumbre, cuando Peter Gabriel anuncia su marcha.
Teniendo en cuenta la situación de total desprestigio a la que había llegado aquel tipo de música, el futuro se presentaba muy negro tanto para la banda como para él: la mayoría de los fans de Genesis pensábamos que si ellos se habían salvado de la quema era por esa particular sinergia que se creaba gracias a la técnica de unos músicos brillantes junto a la fantasía literaria, la imagen y la personalidad de Gabriel, que les había dado un carácter pero que posiblemente fuese más artista escénico que músico (por otra parte los problemas de salud de su mujer y su hija lo habían distanciado un poco). Y es evidente que dentro del propio grupo tampoco las tenían todas consigo, porque a Hackett le faltó tiempo para publicar un disco en solitario, a ver qué pasaba. Sin embargo consiguieron reconducir la situación, Collins supo adaptarse a su nuevo rango de batería cantante y en 1976 publicaron su nuevo disco: en lo musical yo no le veo vida, pero en lo comercial funcionó bien y aseguró el futuro. A partir de ahí, Genesis son un grupo pop de supuestas pretensiones artísticas que con altibajos se mantendrá presente en las listas por varios años. Mejor para ellos. ¿Y Gabriel?
La situación familiar lo tuvo casi desaparecido durante un año, salvo por algunas maquetas que grabó esporádicamente. Por fin, en el verano del 76 vuelve al trabajo regular y se marcha a Toronto para preparar su primer disco en solitario; como productor ha elegido a Bob Ezrin, un legendario canadiense cuya impresionante lista de clientes va desde Alice Cooper a Lou Reed pasando por Doctor John, por decir tres. No entendemos por qué Gabriel ha tenido que ir tan lejos, pero en fin: será por hacer borrón y cuenta nueva. Los músicos, elegidos a medias entre Ezrin y Gabriel, son de categoría: Robert Fripp, Tony Levin y Allan Schwartzberg entran en el reparto. Vamos, que si la cosa sale mal será solo culpa de Gabriel. Y en la primavera de 1977 llega su primer disco en solitario; no tiene título (como no lo tendrán los tres siguientes), lo que le añade una pizca de misterio a la ya natural intranquilidad de los fans por saber si debemos mantener la esperanza o no. Ese misterio es también gráfico: su nombre aparece en la portada sobre el parabrisas de un coche y a él se le ve dentro, un poco difuminado, tal vez por guarecerse de la lluvia. Otra gran portada de Hipgnosis. La inquietud nos va a matar. Pero aunque estamos histéricos, hay un aura poderoso que nos mantiene en pie desde que, una o dos semanas antes, comenzó a sonar en la radio “Solsbury Hill”.
Gabriel dice que la letra de esa canción es una suma de las emociones que sintió al visitar la histórica colina de Solsbury, desde cuya cima “pude ver las luces de la ciudad”… y las que sintió en los últimos tiempos de su estancia en Genesis (“creí que mi vida se había convertido en una rutina”), lo cual queda muy estético. Pero ya saben ustedes que en este bar lo que cuenta es la música, y esta canción, al menos para mí, es majestuosa: arranca con el espíritu de una pieza folk, y a la guitarra acústica -a cargo de Steve Hunter- se van sumando instrumentos hasta llegar a una apoteosis orquestal con rasgueos de guitarra rockera -ese es Fripp. Tal grandeza va presidida por la hermosa melodía que canta el melancólico Gabriel; su voz nunca ha sido un prodigio, pero quizá esa debilidad sea también su fuerza porque a cambio suena tremendamente cálida y familiar… cuando quiere: otras veces puede inquietarnos con esos grititos neuróticos que suelta de vez en cuando. “Solsbury Hill” llegó a rozar el top 10 isleño -recordemos que en aquel momento la moda era el punk y la new wave- y no solamente se ha convertido en una clásica sino también en la más famosa de todo su repertorio. Echamos un vistazo a la contraportada del Lp: está incluida, como es lógico; por lo tanto podemos comprarlo sin escuchar el resto. Y ahora, corriendo a casa.
“Moribund the burguermeister” es la que abre el disco, y recuerda a los últimos tiempos de Genesis: si nos olvidamos del acompañamiento orquestal, podría figurar en “The lamb…”. El recurso a la memoria es un buen modo de congraciarse con los fans, pero no se va a recrear en el pasado porque esa primera canción va inmediatamente seguida por la perla del disco, para dejarnos claro que estamos en otro tiempo. Y liberados ya del recuerdo llega “Modern love”, un rock orquestal con Gabriel pletórico, seguro de sí mismo; tanto como para sorprendernos a continuación con “Excuse me”, un híbrido de cabaret y duduá. Las sorpresas siguen surgiendo e incluyen la desconocida habilidad que demuestra para crear canciones himno brillantes como “Here comes the flood”, el broche de oro final, que será otra clásica de su repertorio. Mientras, la influencia de Ezrin se nota en los arreglos al estilo Lou Reed de piezas como “Slowburn” o “Waiting for the big one”, pero en todo momento se percibe el aura de su autor. Nadie tiene muy claro si, en conjunto, la elección del canadiense fue la acertada, e incluso en algunas piezas Gabriel se quejó luego de excesos; pero aunque es cierto que por momentos el disco suena un poco recargado, también lo es que al terminar de escucharlo ya no nos acordamos de Genesis, y eso era imprescindible. Ese es siempre el primer paso para una carrera en solitario.
Así que, al menos de momento, parece que Peter Gabriel tiene un futuro mucho más interesante que el de sus antiguos compañeros. Ha conseguido crearse un mundo propio, y por lo tanto seguirá dejándose caer por este local siempre que traiga un nuevo disco bajo el brazo.