Habíamos dejado a Chris Spedding en el momento álgido de su popularidad como solista gracias a “Motor bikin’”, un rock and roll que lo lleva al top 20. En los primeros meses de 1976 se publican otros dos o tres singles que no alcanzan la misma altura pero sirven para mantener el interés hasta la llegada del disco grande, de título homónimo, que sin ser un éxito de ventas se convierte pronto en un clásico. Hay que tener en cuenta que en aquel momento estaba resurgiendo el formato single: entre los anteriores y los siguientes al Lp se lanza un total de cinco, con la mayoría de las canciones más brillantes que se contenían en él. Aquel puñado de canciones revitalizó el mercado en un momento de transición en el que aún no habían surgido los grandes nombres de la nueva época, lo hace visible para la gran masa de aficionados que conocía muy poco de su trayectoria anterior y además lo coloca en una posición envidiable porque consigue tanto el respeto de las bandas de pub rock como de la generación más joven, que lo salva de la quema en la que caerá la mayoría de los “dinosaurios” surgidos en la década anterior.
En ese disco Spedding hace un repaso al rock and roll de toda la vida, a veces con melodías de la escuela blanca -Eddie Cochran, Gene Vincent, ese tipo de personajes- y una guitarra que se inspira tanto en Scotty Moore o Link Wray como en Albert King (tres de sus guitarristas favoritos). Las influencias son claras, pero de ningún modo hay fotocopias porque para eso tenemos a un virtuoso con una formación muy amplia que sabe captar el espíritu de aquella música y actualizarlo: el arranque con “New girl in the neighbourhood” parece un homenaje a Buddy Holly pero enseguida florece con un sorprendente carácter propio, como la ya conocida “Motorbikin””, “Boogie City” o la versión mejorada del “Jump in my car” de Ted Mulry. Hay algún momento, como en “Hungry man”, en que sobrevuela el fantasma Stones; y el espíritu de homenaje guía a “Guitar jamboree”, una especie de muestrario de guitarristas famosos a los que nuestro amigo demuestra conocer muy bien (incluyendo al bajista Jack Bruce). En conjunto este disco es uno de esos que resulta entrañable, que incluso gana con el tiempo porque es clásico, aunque algunos colegas suyos no vieron con buenos ojos que un profesional tan respetado como él “se rebajase” a hacer este tipo de música. Sin comentarios... O sí: según él, “no hay nada más aburrido que ser respetado”.
La afición rockera de Spedding se manifiesta también en su vestimenta, y por aquel entonces era buen cliente de la tienda de Malcolm McLaren. Aprovechando esa cercanía, el modisto le había pasado unas maquetas de Sex Pistols que en parte llegó a producir; y aunque pronto abandonó el proyecto, fue él quien puso a McLaren en contacto con Chris Thomas (“Conste que los Pistols no eran tan malos como la gente cree, sabían tocar”, dijo). El hecho de frecuentar ese ambiente fue un beneficio mutuo: es el único veterano que participa en Septiembre del 76 en el Punk Rock Festival organizado por el 100 Club; aquel festival duró dos días y la mayoría de los músicos participantes (Pistols, Clash, Damned, etc) ni siquiera tenían aún contrato discográfico. Spedding se presenta con los Vibrators como banda de acompañamiento, y poco después publica junto a ellos el single “Pogo dancing”, otra clásica tan alabada por los rockeros como por los nacientes punkis.
A principios del 77, aprovechando días libres entre sus giras con Bryan Ferry, comienza a preparar su nuevo disco grande, que se publicará en otoño. Ese disco se titula “Hurt”, y forma una pareja perfecta junto al anterior. Su espíritu es muy parecido, pero tal vez por la influencia del ambiente y el momento su sonido es más duro, más compacto que el rock and roll tradicional. En cualquier caso estamos ante otra selección de categoría, cuya cara A se inicia con una versión arrasadora del “Wild in the streets” de Garland Jeffreys, apoyada por los coros de la -por entonces- divina Chrissie Hynde y seguida por algunas canciones de tiempo medio como “Silver bullet” o “Woman trouble” -ahí entra el acordeón de Jack Emblow. La cara B resulta casi frenética: comienza elevando el tono con “Wild wild women” seguida por el “Roadrunner” de Bo Diddley que aquí suena como si hubiese sido escrita dos días antes, y ese tono se mantiene hasta el final con el broche de oro de “Hurt by love”, otra de esas canciones históricas que se oyó hasta la saciedad tanto en las emisoras de radio como en las máquinas de los bares. En resumen, este es otro disco intemporal que puede ser compartido sin discusiones por la mayor parte de aficionados de uno u otro estilo.
Como hemos ido viendo este señor es culo de mal asiento, y pronto se comienza a hartar de un ambiente en el que ya se ve un poco mayor. Entonces decide trasladarse a vivir en los States por un tiempo; allí, como siempre, alternará su trabajo de estudio con giras en solitario o en compañía de personajes como Robert Gordon, con quien comparte una notable afición por el rockabilly. A finales del 78 publicará “Guitar graffiti”, un disco reconcentrado, oscuro, al margen de los sonidos de aquel momento, y desde entonces ha seguido siempre su línea, entre unos márgenes tan amplios como pueden serlo cualquier estilo clásico y algunas piezas cercanas a los sonidos experimentales. Por supuesto seguirá recibiendo ofertas para dar prestigio a las grabaciones de los personajes más insospechados, y como dije el otro día lleva un tiempo disfrutando de una segunda o tercera juventud en los resucitados Sharks. Es todo un personaje, este hombre. Ah, y su firma aparece incluso en un disco español: si alguien tiene por casa el “Natural” de Juan Pardo, que busque en la relación de guitarristas participantes. Todo un honor, míster Spedding.
Pues si, hemos llegado donde yo quería, al famoso "Hurt", aquí subtitulado en la mismísima carpeta con un vergonzoso "Agonizante". Un disco que escuché muchísimo en su época y que, debo decir, me entusiasmó. Doy la vuelta al disco y veo en los créditos al mismísimo Clem Cattini a la batería, sin duda, el mejor instrumentista de sesión de entonces, también miembro inicial de los legendarios Tornados, partícipe en innumerables grabaciones de los mejores artistas y bandas. Pero yo entonces no caí en la cuenta, doy fe de ello. El disco, como bien dices, no tiene desperdicio. Puso, además, al artista en el lugar que merecía, en la cumbre de los mejores guitarristas. Nada de wah-wah pedal, ni distorsiones, el puro sonido twang de la mejor escuela Link Wray. Bueno, por hoy ya me he quedado satisfecho.
ResponderEliminarSaludos,
JdG
Sí, lo de poner el título en español fue una manía recurrente de EMI e Hispavox durante un tiempo, pero lo curioso es que iban a rachas: unos sí, otros no. Y el señor Cattini es otro clásico, que además está también en el disco de Juan Pardo.
EliminarY lo grande de Spedding es que lo mismo te lo encuentras con guitarra acústica que eléctrica, con pedales o sin ellos. Es uno de los guitarristas más versátiles que he escuchado en mi vida, y no me extraña que se atreva a hacer cosas como "Guitar jamboree", que supuestamente homenajea a los demás guitaristas pero que demuestra lo bien que los conoce y lo fácil que le resulta imitarlos. Su punto débil es la creación, pero también lo es el de Clapton y ahí lo tienes...
Lo bueno que tienen las encrucijadas, aquellos mediados de los 70 lo fueron, es que te permite encontrar nuevos caminos o recuperar otros viejos aparentemente abandonados. No sé de extrañar que en tiempos de sonidos directos y contundentes se pusiera de moda el rockabilly y el toque guitarrero que el viejo experimentalismo postpsicodélico había abandonado.
ResponderEliminarY lo bien que nos vendría ahora que se recuperase esa afición por el "vintage", como suele decirse; volver a las fuentes resulta esencial en cualquier momento de crisis como este.
EliminarEn fin, tengamos fe.
Pues sigo encantado con este hombre, duro y al grano. A ver si consigo oir todo el disco.
ResponderEliminarNo es difícil pillarlo, mister Chafardero, porque este señor tiene más fans de los que parece. Pero si noloconsigue... dé un silbido...
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