viernes, 23 de diciembre de 2022

Navidades germánicas

Buenas noches, estimada clientela. Como ya saben ustedes, una de las normas irrenunciables de este bar es apuntarse a toda cuanta fiesta figure en el calendario para celebrarla y, con esa excusa, coger luego unos días de vacaciones. Bajo ese criterio es evidente que las Navidades son el momento perfecto, y aquí estamos, como todos los años, para hacerles los honores. También es sabido que procuramos buscar un tipo distinto de música en cada fiesta, para no resultar cansinos, y este año le ha tocado el turno a uno de los fenómenos más reverenciados en la década de los años 70 pero, al mismo tiempo, también de los más temidos: el rock alemán, vulgo krautrock, es el protagonista de esta fiesta. Quedan ustedes avisados, por si alguien quiere huir y ponerse a salvo. 

El krautrock, hasta cierto punto, es una abstracción. No hay un estilo definible, unas pautas musicales concretas: desde el free rock con tonos psicodélicos, el hard o el heavy underground hasta la experimentación electrónica e incluso la cacofonía, casi todas las tendencias salvo el pop -con matices- pueden formar parte de ese mundo. Porque eso es realmente: un mundo en el que las únicas coordenadas reconocidas son la nacionalidad (la búsqueda de una idiosincrasia propia) y la década (significada por la experimentación y la vanguardia). Literalmente “kraut” significa “hierba”, y en ese sentido, como algo fresco que está surgiendo de la tierra, podríamos traducirlo como “rock de raíces”, en oposición al mainstream estadounidense o isleño. Pero entre los británicos la palabra “kraut” se utiliza de modo despectivo para nombrar a los alemanes (“hierbajo”, “repollo”, etc), y aún hoy se atribuyen la autoría del término “krautrock”. Según ellos, la Virgin fue la primera en usarlo en 1972, cuando comenzó su negocio de importación de rock alemán; de ahí tomó nota John Peel, y luego la prensa británica en general. Sin embargo, ahora sabemos que el término surgió un año antes en la propia Alemania a través de la compañía de management Popo, en Frankfurt: fueron ellos los que publicaron un cartel y una nota publicitaria definiendo a los nacientes músicos progresivos alemanes bajo ese término tan campestre… y lo publicaron en la prensa británica. 

En esencia, la idea motriz que impulsa a esos músicos es el rechazo tanto al rock convencional británico o estadounidense como a la posible herencia melódica ligada al pasado sangriento y vergonzoso de su país. Hay que tener en cuenta el sentimiento concienciado, revolucionario en muchos casos, que impregna el ambiente universitario de la por entonces República Federal Alemana, influenciado en parte por la cercana propaganda del bloque soviético y la inevitable sensación de desgarro que da el sentir que medio país queda al otro lado del Muro. Esos mismos jóvenes sienten que a este lado, supuestamente democrático, son las potencias capitalistas las que lo tutelan, y para algunos se hacen tan repulsivas o más aún que los comunistas del otro lado. La nueva hierba musical debe nacer libre, sin sombras opresoras, aunque en la práctica se notarán influencias de algunos músicos como Zappa o los grupos psicodélicos más vanguardistas. También es frecuente el uso de melodías repetitivas, minimalistas generalmente, y un enorme énfasis en el uso de instrumentos electrónicos, además de una búsqueda de patrones rítmicos que con frecuencia se inspiran en el continente africano. Por otra parte, aunque muchos comenzaron cantando en alemán, pronto se fueron pasando al inglés: la lengua franca del rock siempre te abre muchas puertas. Su vigencia temporal va desde finales de la década de los 60 hasta la llegada del punk, aunque por supuesto hay algunos grupos que han durado mucho más: la trayectoria de Embryo, por ejemplo, los ha traído hasta hoy mismo. 

La manera más rápida de hacerse una idea aproximada sobre la esencia del rock alemán es comenzar por la ciudad de Colonia y sus idolatrados CAN, en quienes se resume buena parte de las constantes que lo definen. Para empezar, un breve apunte socio-político: esa no es una palabra inglesa que significa “lata”, sino las iniciales –en inglés, eso sí- de “Comunismo, Anarquismo y Nihilismo”. Ese acrónimo, inventado por el batería Jaki Liebezeit, pareció no gustar mucho a la propia prensa alemana, y menos aún que el teclista Irmin Schmidt, para resumir, definiese al grupo como “una comunidad –que no una comuna- anarquista”. Esa vocación anarquista se traslada a su música: Holger Czukay, que eligió tocar el bajo “porque era una buena manera de pasar un tanto desapercibido”, fue alumno de Stockhausen, como Schmidt (Liebezeit había estado en la banda de Chet Baker), y la guitarra iba a cargo de Michael Karoli, cuyo estilo era más tradicional; pero los cuatro decían no estar interesados en las estructuras tradicionales del rock, sino más bien en destruirlas. Ah, y las letras les traen sin cuidado: a veces utilizan sonidos vocales que cuadren con el ritmo. Surgidos en 1968, su primer frontman fue el estadounidense Malcolm Mooney, que los abandonó tras un breve espacio de tiempo que dio para dos discos; tras él vino el carismático Damo Suzuki, cuya personalidad y “espíritu vocal” equilibró de alguna manera el carácter del grupo. La historia de CAN es larga, apasionante y muy instructiva, pero para eso está Internet; nosotros nos quedaremos con una de las piezas más definitorias de su mundo, titulada “Oh yeah” –con algunas estrofas “cantadas” en cinta al revés, a juego con un platillo fantasmagórico- y que viene incluida en su tercer disco, el doble “Tago Mago” (1971): si hay un tótem sonoro y visual que definan al krautrock, son este grupo y este disco, donde debuta Suzuki (aunque tienen otros cuantos igual de buenos: en el siguiente hay una lata de vegetales en la portada, parodiando la ocurrencia idiomática de los ufanos británicos, que en su mayoría no advirtieron la burla).

Parece extraño que en la misma ciudad surja un grupo tan serio y profundo, tan germánico como CAN, y al mismo tiempo una pandilla de chiflados como Floh De Cologne, que parecen cualquier cosa menos alemanes. El caso es que son tan representativos del krautrock como la mayoría y proceden también del magma universitario de la ciudad: de hecho, son el nombre más significativo dentro del sector “concienciado”. Esto significa que tienen una gran carga ideológica, son marxistas urbanos que desarrollan sus teorías sirviéndose de la música (técnicamente fueron progresando a gran velocidad); y aun así, a pesar de sus proclamas a favor del nuevo socialismo, se les nota el tono de coña con el que cantan o recitan sus creaciones. En origen comenzaron utilizando los ritmos más tradicionales para insertar en ellos, como un veneno, sus letras: en “Vietnam”, su primer disco, encontramos desde pequeñas marchas militares hasta tangos, y los beneficios de esa obra –exiguos, supongo- se enviaron a los servicios sociales vietnamitas. Pero luego ficharon por el sello Ohr y comenzaron a equilibrar letras con músicas: ahí comenzó a verse la categoría de este grupo, hasta el punto de que algunos comentaristas los comparan con los Mothers of Invention de Zappa. Y algo de eso hay, pero tampoco es exacto. En lo que sí se parecen es en que podemos olvidarnos de las letras (cuyo contenido, a día de hoy, suena bastante acartonado) y escuchar sus sorprendentes composiciones, con vida propia. Además… ¿alguno de ustedes sabe alemán?

Y tras haber disfrutado con estas dos perlas de Colonia vamos ahora a la respetable ciudad de Düsseldorf: allí surgen los muy electrónicos Kraftwerk, un dúo que arranca en 1969 (aunque luego se convertirá en cuarteto) y que por su contraste con los dos grupos anteriores confirma la idea de que el rock alemán no era un estilo definible. De todos modos hay algunos rasgos que pueden identificar a varios grupos, y uno de ellos es el “motorik”, un esquema rítmico 4/4 que utiliza con frecuencia Liebezeit en CAN (y que es bastante más frecuente de lo que pueda parecer) pero que ahora mucha gente cree que es “propiedad intelectual” de Kraftwerk. Ello se debe a que su pieza más famosa es “Autobahn”, una especie de epopeya electrónica que da título y ocupa toda la cara A de su cuarto disco (1974), en la que ese ritmo se escucha en algunas fases y que evoca el tránsito de un coche sobre la autopista (o sea, la autobahn). Kraftwerk dio un salto enorme que va desde sus tres primeros discos, de clara tendencia experimental, hasta el momento de la publicación de este (ya como cuarteto), mucho más asequible y que marca el inicio de una carrera comercialmente exitosa e influyente, más cercana al pop que a la vanguardia y con algunas melodías infantiloides que sin embargo sus fans aplauden mucho. Bowie fue uno de sus grandes valedores en el mercado occidental, aunque luego se cansó de este estilo, que en el fondo suena un poco “dulzón”. Es también el último disco producido por Konrad -Conny- Plank, figura estelar del krautrock (especialmente en el “microclima” de Düsseldorf) y que luego trabajará con celebridades como Devo, Ultravox o los Eurythmics. En fin, aquí tenemos el arranque de esa melodía tan automovilística que a algunos malpensados nos recuerda el “On the run” de Pink Floyd, un año antes.

Ahora, si hay un grupo que convirtió el “motorik” en uno de los ejes centrales de su carrera, esos son NEU!: casi la mitad del material contenido en sus tres primeros discos (es decir, su época clásica) parten de ese ritmo. NEU! es una escisión que se produce en una breve época transitoria de Kraftwerk, en 1971: de ahí proceden el guitarrista Michael Rother y el batería Klaus Dinger, quienes con la colaboración de Conny Plank presentan a finales de ese mismo año el primer Lp. Lo curioso es que no les gustó la imagen “automovilística” que parecía sugerir la palabra motorik (antes de que Kraftwerk lo hubiese usado: recuerden, "Autobahn" es del 74), y prefirieron llamarle “apache”: si queremos evocar el supuesto estilo musical de esa etnia tal y como nos lo muestran las películas del Oeste, algo de eso sí que había. En este grupo hay tanta carga electrónica como rítmica, y hasta cierto punto a mí me sugieren una especie de eslabón perdido entre CAN y los propios Kraftwerk (de hecho hay también un sector de fans que atribuye la autoría del motorik a Dinger, y al menos con respecto a Kraftwerk tendrían razón). No duraron mucho con este nombre, aunque reaparecieron más de una vez y hubo también formaciones alternativas en las que con frecuencia participaba Plank. Aquí tenemos “Hallogallo”, la pieza que abría su primer disco, que enamoró a John Peel y que es la representación exacta del famoso motorik apache.

Michael Rother dejó claro que era un culo inquieto cuando, tras unas cuantas discusiones con Dinger, también abandonó NEU!. Y lo primero que hizo a continuación fue reunirse con dos conspicuos personajes llamados Dieter Moebius y Hans Roedelius, radicados originariamente en Berlín, donde habían creado Kluster (luego Cluster), y adorados por todo cuanto ultramoderno electrónico haya en el planeta, de Brian Eno en adelante. Esos dos señores, con la ayuda de Conny Plank, habían grabado unos cuantos discos de ambiente industrial, por resumirlo de algún modo, en el que durante desarrollos de más de veinte minutos lo que se oye son discretos ruidillos electrónicos o percusivos que en teoría sirven como música de fondo para performances y cosas por el estilo. Vanguardia pura, vamos. Sin embargo Rother, que por entonces buscaba estructuras más melódicas, fue quien cambió de orientación al dúo, al menos por un tiempo: entre 1974 y el 76, semi recluidos en una zona rural de la Baja Sajonia, crearon dos discos (con el inevitable Plank por medio, claro) bajo el nombre de Harmonia que aún hoy da gusto oír, desde luego más cercanos al espíritu de NEU! que a la cosa tecno industrial de los otros dos. Esa benéfica influencia llega a tal extremo de que incluso llegaron a publicar ¡un single con una pieza que tenía verdadero gancho! Tan insólita maravilla se titula “Monza (rauf und runter)”, pertenece al Lp “Deluxe”, el segundo, y dura siete minutos, reducidos luego en el single. Pueden ustedes comenzar a escucharla en el minuto 1:35 y verán qué subidón automovilístico, casi apache: como Kraftwerk, pero con vida. En momentos así, Alemania no tiene nada que envidiarle a nadie.

Munich es fundamental en la creación de la personalidad artística de la nueva Alemania, aunque al mismo tiempo ha vivido siempre una fuerte interrelación con occidente: el jazz rock en esta época o el funk electrónico de discoteca en los 80 son buenos ejemplos de que esta ciudad es muy abierta. Aunque a veces ha pisado terrenos peligrosos: ahí surge una especie de “federación de comunas” en la que con el tiempo veremos elementos hippies junto a otros radicalizados, como la Facción del Ejército Rojo (o sea, la banda Baader-Meinhof, de triste recuerdo); pero entre los hippies nació el colectivo Amon Düül, que es lo que a nosotros nos interesa. Los Düül fueron inicialmente un grupo de músicos folkies de querencias campestres y mucha devoción por el LSD; pero pronto surgió una escisión urbana, rockera, que añadió dos palitos al nombre para marcar su diferencia con los elementos originales (que luego, gracias al tirón de este nuevo grupo, consiguieron publicar algunos discos un tanto aburridos para mi gusto). El caso es que en poco tiempo Amon Düül II se convirtió en una de las referencias más brillantes del krautrock, mezclando las influencias rockeras occidentales con un componente alucinado, muy alemán, dando como resultado unas piezas ácidas, oscuras, a ratos desquiciadas y a ratos geniales: imagínense los 13th Floor Elevators de Erickson pero con mucha más densidad. Su debut en 1969 con “Phallus Dei”, seguido por el doble “Yeti” al año siguiente y el nuevamente doble “Tanz der lemminge” al año siguiente, marcan la época digamos “legendaria” de este grupo; aunque también tienen cosas buenas en su obra posterior, más occidentalizada.

Esa mentalidad abierta que caracteriza a Munich queda perfectamente reflejada en uno de los grupos que ha tenido más proyección con el paso de los años: Embryo. He ido a mirar a la Wikipedia y resulta que ahora los definen como “banda de world music”. Menos mal que a continuación añaden que se trata de “la más ecléctica de las bandas alemanas”: bueno, eso ya es otra cosa. Embryo me recuerdan de algún modo a los Gong de Daevid Allen, ya que por ahí han pasado cientos de músicos -y no exagero- pero al frente de la nave estuvo siempre, hasta su muerte hace tres años, un mismo individuo, que en este caso se llamaba Christian Burchard, multistrumentista surgido en la pequeña ciudad de Hof y que, como en el caso de Allen, se aficiona al jazz y luego va añadiendo muchos otros componentes, desde psicodelia hasta ritmos étnicos (tal vez por eso ahora le llamen “banda de world music”). En consecuencia, y aunque en los años 70 fueron un puntal del krautrock, este grupo suena muy distinto dependiendo del disco o de la época que atraviesen, y esa gran variedad es la que los ha mantenido en pie hasta hoy mismo (en la actualidad dirige el grupo Marja, la hija de Burchard). De sus primeros años he elegido una pieza que seguro que les va a hacer gracia aunque solo sea por el título: “Espagna sí, Franco no”, incluida en “Embryo’s Rache”, su segundo disco, de 1971. Y no es un detalle cualquiera: dejando aparte ese “Revolution is the only way” que se oye con claridad, hay unas cuantas escalas de tono inequívocamente mediterráneo que seguramente escucharon los grupos de jazz rock progresivo nacionales como Iceberg para hacer lo que hicieron luego. Así que dejemos la puñeta esa de “world music”: Embryo son y han sido siempre un grupo kraut de fusión, y ya está.

Nos despedimos de Munich con otro de esos grupos que, con matices, podrían haber surgido en la Isla: Out Of Focus, una mixtura muy bien trabajada de rock más o menos hard con influencias de jazz y psicodelia. De hecho algunos críticos llegan al extremo de considerarlos también como “de fusión”, aunque en este caso las influencias son casi exclusivamente occidentales. Supongo que esa consideración también tiene su causa en que los británicos suelen meterse en conflictos cuando dan con una banda que no es tan fácilmente clasificable: algunos incluso llegan a ver ramalazos de Caravan en este grupo (tal vez por el imaginativo uso de los teclados). Y bueno, algo de eso hay; como hay también una flauta y unos sonidos guturales que podrían recordar a los Tull más clásicos… y se llaman “Out Of Focus” por una canción que viene en el primer disco de los muy rockeros Blue Cheer (con los que no tienen la más mínima concordancia), y así sucesivamente. Resumiendo mucho podríamos dejarlo en “banda de rock progresivo”, aunque esa catalogación no les haga justicia: eran realmente buenos, y no tan aburridos como la mayor parte del progresivo tradicional. Pero el hecho de ser alemanes jugó claramente en su contra cuando intentaron llegar al público isleño en su pequeño sello germánico, y hoy en día son otra banda perdida más que dejó, como mínimo, tres discos magníficos grabados entre finales de 1970 y principios del 72 (aunque mucho más tarde se publicaron otras cuantas grabaciones de la época). Por desgracia no son de las bandas germánicas más recordadas salvo, irónicamente, en el mundo del coleccionismo.

La susodicha fusión, en una época de búsqueda permanente de alternativas como es la del rock progresivo, acaba afectando a la mayor parte de los grupos, y la influencia de Embryo o Out Of Focus (por no ir más atrás y recordar la evolución de CAN) comienza a notarse muy pronto. En 1972 se presenta el primer disco de Kraan, un grupo de Ulm que también parte del rock y el jazz para ir añadiendo componentes étnicos, y que con el paso del tiempo acabará siendo otro de esos nombres imprescindibles en la historia del rock alemán: aunque desaparecieron en la década de los años 90, luego volvieron y siguen aun hoy en la carretera (su último disco es de hace dos años). De todos modos su trayectoria de “inmersión étnica” fue más gradual, y en los primeros discos se nota la preponderancia del jazz rock sobre cualquier otro estilo. Aunque, por otra parte y también como casi todos los grupos “abiertos”, no suenan como una banda “radicalmente” alemana: también Kraan podrían parecer británicos si no fuese porque, como casi todos los germanos, su dominio del ritmo y las percusiones es muy superior a la media isleña. Sin ir más lejos, esta “Kraan Arabia” me parece de lo más representativo de su debut.

Ahora aterrizamos en Heidelberg para encontrarnos con otra banda cuya leal base de fans hace que aún sigan sobre los escenarios: Guru Guru, que al igual que Embryo toman muchos elementos de la música occidental para ir creando luego su propio sonido. También ellos partieron del jazz más vanguardista (debutaron en el free jazz a finales de la década anterior), pero pronto su concepto de fusión se alineó con la escuela ácida del rock surgido en la época psicodélica: hay influencias de Hendrix en sus distorsiones guitarreras, pero también estructuras y ritmos “contrahechos” que podrían recordar a un Zappa, y de vez en cuando se apuntaban a largas improvisaciones que podrían ir desde el espíritu de la jam sesión hasta los vuelos ácidos de unos Grateful Dead. Lo cual significa que si hemos de integrarlos en alguna corriente alemana concreta, su sitio estaría entre CAN y Amon Düüll II. Es verdad que a veces se hacen un poco indigestos (cosa que por otra parte le pasa a la mayoría de sus “congéneres”), y eso que yo no he escuchado ni la mitad de sus discos, más de treinta a día de hoy; pero en pequeñas dosis no tienen nada que envidiar a los grandes nombres occidentales de esa escuela.

En Berlin, como suele suceder con las grandes capitales, no hay un estilo único sino más bien una reunión de músicos de distintas procedencias que por lo general llegan aquí porque en sus lugares de origen no hay los “microcosmos” autónomos de Düsseldorf o Munich. Ese es el caso de Agitation Free, otra banda señera en el mundillo del krautrock y que también tienen el jazz como una de sus materias iniciáticas de aprendizaje pero que pronto comienzan a añadir elementos más acorde con el momento de post psicodelia que se está viviendo en occidente. En concreto, estos serán de los primeros nombres en fusionar las músicas étnicas con la post psicodelia que, entre otras cosas dará como resultado la música ambient. Hacen un uso muy frecuente de las melodías repetitivas y los fondos musicales atmosféricos, pero sin llegar a los excesos somnolientos de unos Tangerine Dream, por ejemplo: en Agitation Free la música tiene vitalidad, tiene pulso, y da más de una sorpresa. De hecho su rango es muy amplio, e incluso por momentos pueden recordar el space rock de unos Hawkwind pero sin el componente heavy, tan denso, que a veces malograba a los británicos. Y sí, también hay algo de Amon Düül II en su sonido. La sombra de la comuna es muy alargada…

Y la selección número doce, para terminar a lo grande, es para Faust, de Hamburgo, que son un grupo “diabólicamente” atractivo… o eso me parece a mí. Participan de muchas de las constantes que definen a la mayoría del krautrock de alta escuela: su vocación experimental, su gusto por los ritmos y melodías repetitivos, el uso de cintas al revés, los tonos vagamente ambientales, las infinitas posibilidades de la electrónica… Pero en todo eso y mucho más dan siempre la impresión de que no acabamos de pillarlos por completo, de que su música va por delante de quien sea. Como es lógico, las primeras comparaciones son ya con los “mayúsculos”: CAN, NEU!... Incluso, en otro orden de cosas, Zappa o la Velvet. Hasta que decidimos que las comparaciones no valen de nada: Faust, como todos ellos precisamente, son incomparables. Su debut, por momentos cercano a las cacofonías, enamoró a la crítica con la misma intensidad con la que fracasó en las tiendas, pero fue uno de los primeros grupos germanos en ser publicados en la Isla. Aunque no les valió de mucho, ya que cayeron en las manos de Richard Branson, el dueño de Virgin, cuya modernura termina cuando los beneficios son pocos. Menos mal que siempre estaba John Peel para abrirle los ojos a la buena gente: esta irónica “Krautrock” fue su carta de presentación en Radio One. Que por cierto, hay un vago tono de ironía en algunas piezas de Faust, cosa poco frecuente en un mundo tan serio y trascendente como es el krautrock. Nunca pasaron de ser uno de los secretos mejor guardados de la música de vanguardia, aunque su leyenda sigue viva: este mismo año se ha publicado un disco con unas grabaciones hechas en Munich en 1974 tras una última gira decepcionante por la Isla, que fue la señal definitiva para su separación (aunque luego han vuelto más de una vez) y se está vendiendo muy bien… No en Virgin, por supuesto.

El cierre con la selección 12+1, fuera de programa como es norma, queda a cargo de La Düsseldorf, un grupo que simboliza muy bien la transición entre una época y otra. El grupo en sí se crea en 1976, cuando el krautrock ya ha vivido su época más brillante; pero quien lo crea es Klaus Dinger, el otro culo inquieto de aquel dúo que, junto a Michael Rother, había estado en Kraftwerk para crear luego NEU!. Tanto uno como el otro prosiguen sus carreras en un estilo similar, una especie de motorik electro pop que los mantuvo en el circuito durante mucho tiempo. Sin embargo quien más popularidad consiguió fue Dinger, tal vez porque el formato de grupo siempre es más “visible” que el de solista. Y por otra parte tuvo un “padrino” de excepción, David Bowie, que por entonces andaba en plena época alemana y que, adorando a todas las bandas que se han citado aquí, proclamó que La Düsseldorf era la más digna continuadora de aquel legado, y que eran “la banda sonora de los años 80”. Lo cual resulta un poco exagerado, ya que en realidad el grupo no pasó de 1981, pero sí es cierto que su influencia (como la mayoría de los grupos electrónicos alemanes) se nota en el pop electrónico isleño o de cualquier otro sitio en esa década. Así que, como puerta de entrada hacia el futuro, aquí los tenemos.

La fiesta termina. Desenchufamos los aparatos, vamos recogiendo y… se acercan, airados, algunos asistentes que nos acusan de “partidistas”: no hemos incluido a casi ningún grupo de la rama “ambiental”, ni “espacial”, ni “atmosférica”… Esos grupos que tanto gustan a Brian Eno, grupos tales como Ash Ra Tempel, Popol Vuh, Kluster luego Cluster, Tangerine Dream… Ya, pero esto era una fiesta, no una película. Y aun así, hemos puesto a más de uno que tampoco va a gustar a según quiénes. Todo va a gustos y los míos son estos, qué le vamos a hacer. En fin, yo cumplo con poner aquí el paquetillo con el material correspondiente, y luego cada uno que haga lo que quiera. 

Y, como siempre, salud y suerte para el año que viene. Peor que este no va a ser… ¿o sí?



martes, 13 de diciembre de 2022

Estados Unidos: los últimos 80's (IV)

Hoy vuelve a visitarnos otro personaje que, como Willy DeVille, también ha sabido actualizar varios estilos tradicionales dándoles un toque muy personal: don Gustavo Falco. Las similitudes entre ambos no terminan ahí, ya que si DeVille tuvo una carrera artística que lo llevó en continuos tránsitos que, por resumir, basculan entre Nueva York y Nueva Orleans pasando por Europa, en el caso de Tav Falco podemos sustituir Nueva Orleans por Memphis y el resultado es parecido. Sin embargo este último es un personaje más complejo, ya que a lo largo de su carrera ha alternado la música con varias disciplinas relacionadas con la imagen, su primera gran afición (cine, televisión, fotografía…). Y desde sus primeros tiempos en Memphis -en frecuente sociedad con Alex Chilton- hasta mediados de esta década, ha recorrido un camino que, partiendo del tratamiento de géneros tradicionales de un modo experimental y medio enloquecido en su primer disco (que me sigue recordando a unos Velvet Underground del pantano) ha llegado a una época en la que podría considerarse un cruce entre DeVille y los Cramps, con parecidas aficiones a un abanico de géneros muy amplio. Como casi siempre, lo acompañan los Panther Burns, una especie de “grupo franquicia” por el que hay un tránsito constante de músicos. En cuanto a su grado de popularidad, y también como Deville, es mucho más apreciado en Europa, donde ha grabado gran parte de sus discos, que en Estados Unidos, donde no pasa de ser un outsider.

Tras un Ep titulado “Shake rag” que se abre con la magnífica “Cuban rebel girl”, una especie de rock and roll stomp muy poderoso, seguido por tres versiones que resucitan unas piezas en origen poco destacables, llega en 1987 “The world we knew”; de nuevo y junto los Burns está Chilton, que también produce el disco además de tocar guitarras o piano en algunas canciones. Hay que recordar que Falco, al igual que DeVille, es un especialista en versiones, y que suele buscar piezas poco usuales: este disco, compuesto enteramente por material ajeno (salvo Mack Rice o algunos compositores tradicionales, la mayoría son personajes poco conocidos) juega con los contrastes de un modo admirable. Y así tenemos una apertura con “Dateless night”, el debut de Allen Page, en el que refuerza tanto su orientación rockabilly como el tono twangy (en la original, a Page le acompañaban los Del Tones) y consigue una calidez magnífica que puede recordar a los Cramps. Esa pieza va seguida por “Do the robot”, una especie de rock and roll pantanoso al estilo Bo Diddley compuesta por Rice (de la que no conozco versiones), con lo cual ya estamos ante dos mundos distintos. Luego viene un country rock sureño, y luego un viaje al mundo soul/funk de los años 60 con “Pass the hatchet”, que hasta podría recordar a Booker T. La sucesión de estilos es un verdadero viaje por el túnel del tiempo, y demuestra el gran dominio que posee Falco sobre las variantes oscuras de los ritmos tradicionales entre los años 50 y 60.


“Red devil”, publicado en 1988, es también un ramillete de piezas ajenas, aunque el sonido y el ambiente son un poco más “despejados”. En parte tal vez se deba a que a que la producción es compartida entre Chilton y Dickinson, pero la selección de temas que hace Falco tiene claramente ese propósito. Y el resultado es sobresaliente desde el comienzo con “Oh how she dances”, una pieza de Dickinson: aunque ya la versión original va a medias entre recitada y cantada, su estilo era claramente de folk singer, mientras que aquí hay un ambiente general que podría recordar a un espectáculo de variedades en el que su presentador hace una especie de introducción que luego lo lleva al canto. "Drifting heart”, la siguiente, es una de esas escasas piezas “elegantes” que hizo Chuck Berry, que aquí es llevada por Falco y sus muchachos hasta un extremo exquisito, casi de bolero jazz para clubs de punta en blanco, que la hace deliciosa. La elegancia se sigue manteniendo, aunque a otra escala, con “Poor man”: por algo es de Lee Hazelwood. Aunque aquella voz de machote, entre folk singer y country, es sustituida aquí por un Falco que sabe sacar provecho a su tendencia a los tonos melódicos y que hace que el grupo se acerque al country pop con un sonido muy clásico, muy de los 60. Supongo que el hecho de que Chilton esté en la producción de esta pieza y la anterior tiene algo que ver. El resto del disco es igual de bueno, buscando como siempre contrastes inesperados, como ese cierre de la cara A con “Tram” (así, sin la “p” final de la versión original), un viaje a la Stax, seguido por una apertura de cara B con “Ode to Shetar”, la única pieza propia, un rock oscuro, entre garaje y la Velvet, que casi nos lleva a su orígenes diez años antes. Tremendo.


La entrada en los años 90 le sienta muy bien a Falco, que cambia su residencia en Nueva York por Paris (hasta en eso se parece a DeVille, aunque pocos años después se marchará a Viena para echarse casi veinte años allí). Y para comenzar la década a lo grande publica “Return of the blue panther”, uno de sus discos más movidos y también de los más populares. Ya el arranque con esa manera tan personal, tan marchosa, de encarar la tristísima “Mala femmena” de toda la vida, nos indica por dónde van los tiros: solo es un esbozo, la versión “larga” es la que cierra el disco, pero es suficiente para hacernos una idea. Y a partir de ahí tenemos rock and roll, country, rockabilly, blues, todo ello con un eco cercano, casi de garaje, que da a estas versiones una gran frescura. Lo de la frescura puede tener su explicación en el hecho de que el disco se hizo casi “a pelo”, sin productor; pero ese ambiente sonoro parece deberse a que “las novias de la banda de pronto empezaron a mostrarse un tanto reticentes ante nuestros requerimientos, y por eso hay tantas tonalidades solitarias y ese ambiente crepuscular”. Bueno, si lo dice él será así, pero me sigue pareciendo uno de los discos más alegres y menos enrevesados de su carrera. Es más: yo diría que, para quienes nunca hayan entrado en el universo Falco, este es un disco muy indicado para empezar. Los de Allmusic dicen que su sonido es como el de la banda de un bar, y algo de eso hay.

A partir de ahí, ya radicado en Europa hasta no hace mucho, la simple inercia le ha proporcionado un sustento rocoso, inamovible, entre los fans que pueblan sus conciertos: no son multitud, pero son fieles. Y lo son porque él, al más puro estilo Gatopardo, ha sabido ir haciendo pequeños cambios en cada disco para que nada cambie. En el total de su carrera, y aunque muchos otros prefieran a DeVille, si tengo que elegir me quedo con don Gustavo.

martes, 6 de diciembre de 2022

Estados Unidos: los últimos 80's (III)

El renacimiento que experimentan Estados Unidos a finales de los años 70 a través de la new wave tiene un símbolo tangible: el local CBGB, y por extensión la ciudad de Nueva York. Por lo tanto, la mayoría de los veteranos cuya carrera los ha ido elevando hasta convertirlos, diez años después, en los más respetados símbolos de aquella época, comenzaron su ascenso en ese ambiente aunque su naturaleza fuese muy distinta. Y Willy DeVille es el caso más evidente, ya que ni por su origen ni por su espíritu cuadraba en aquel lugar. DeVille, entre otras cosas, nunca quiso ser vanguardia: detestaba la psicodelia en su época, y detesta a los modernos de todo pelaje en esta. Él es un gran aficionado a los estilos raciales surgidos en la tradición afroamericana y latina principalmente; pero de vez en cuando también nos sorprende con su vertiente pop, tanto negra (la escuela Motown) como blanca (Phil Spector), del mismo modo que algunas canciones suyas pueden recordar el estilo Springsteen… o se nos pone elegante y se acerca al mundo de la balada tradicional e incluso del cabaret, por citar otro ambiente “anacrónico”. Su voz tan personal, inimitable, sumada a una altura compositiva tan brillante como su habilidad para las versiones y una discreta ejecución como guitarrista, le proporcionan la autonomía suficiente para ir cambiando de planteamientos, estilos y sistemas de trabajo con frecuencia. Así que resulta muy difícil etiquetar a un personaje como este, del que nunca se sabe por dónde va a salir; lo cual le honra, por supuesto.

En 1985, poco después de la publicación de “Sportin’ life”, desaparece el grupo Mink DeVille y a partir de entonces los discos se publicarán a nombre exclusivo de sir Willy. Es una decisión lógica, puesto que ya hacía tiempo que no quedaba nadie de sus antiguos compañeros. Por otra parte su encuadre dentro de los esquemas comerciales lo sitúa en el terreno “alternativo”, es decir, de minorías: aunque su música nunca ha sido “difícil” (comenzó su carrera con grandes de la producción como Jack Nitzsche, y ha pasado por sellos de categoría), su carácter intemporal no va con los planteamientos mainstream al uso. Su debut en esta nueva época es “Miracle”, publicado en otoño del 87; lo graba en Londres con la producción y el apoyo a la guitarra del mismísimo Mark Knopfler, que además colabora en la composición de algunas piezas. Lo cual puede ser un arma de doble filo: Knopfler ha sido siempre un admirador de la voz y el estilo de DeVille, pero eso no significa que sea el productor ideal para él. El sonido modernito que estaba imprimiendo a los Straits por entonces se contagia a algunas canciones de este disco, como esa apertura con “(Due to) Gun control”, que escuchada hoy suena horriblemente desfasada. En otros casos los arreglos me parecen un poco ligeros de más para un intérprete con su densidad: “Assasin of love” o ”Angel eyes” son un tanto insípidas. Hay un tono general hispano, muy agradable, que sobresale en momentos como la pieza que da título al disco o “Heart and soul”. Con frecuencia se le nota su devoción por Lou Reed, y “Spanish Jack” me lo recuerda incluso en el tono de voz. Y sí, “Storybook love” es el tema central de “La princesa prometida”, esa película divina, ese fantástico cuento de hadas para pequeños y mayores que ya dos generaciones llevamos en nuestra memoria. 


Las ventas del disco fueron bastante discretas, incluso en Europa, y su contrato con Polydor termina; a partir de ahí, el resto de su obra se publicará en sellos pequeños. No habrá nuevo disco hasta 1990, tras un nuevo cambio de domicilio que lo lleva a Nueva Orleans, uno de esos lugares que, como Paris y sus cabarets en otros tiempos, le cuadra perfectamente por su ambiente criollo amenizado por el blues pantanoso. Y del mismo modo que “Le chat bleu” era una postal de aquel ambiente parisino, “Victory mixture” lo será de este: se publica en 1990 y es una colección de versiones, sobre piezas de los años 50 y 60 que van desde el blues tradicional hasta el soul, compuestas en su mayoría por figuras de segunda fila y algunas de primera como Allen Toussaint, Huey Smith o Earl King. También Toussaint, King o Dr John participan en la grabación, que por otra parte trata de capturar la frescura de aquellas músicas sin recurrir a overdubs ni arreglos de tipo alguno, buscando la menor cantidad de tomas y dando como resultado uno de esos discos que podrían llamarse “de raíces”, y que a muchos nos quita el mal sabor de boca que nos había dejado el disco anterior. En Europa fue casi un éxito, y desde luego la cifra de ventas resultó bastante superior a la que alcanzó en su propio país; lo cual demuestra, una vez más, que el público mayoritario estadounidense tal vez mantenga su devoción por los estilos blancos como el country, pero sigue olvidándose de que fueron los músicos negros quienes, a través de los europeos, revivieron la música popular.


En 1992 llega “Backstreets of desire”, que probablemente marca el momento más brillante (desde luego el más popular sí lo fue) en la carrera de DeVille, y en el que de nuevo queda clara su vocación por la mixtura de géneros. Esta vez resulta predominante su inclinación más latina: siguiendo el orden más convencional del CD americano -la versión Lp para Europa llevaba otro- y a pesar de que se abre con “Empty heart”, uno de sus inevitables momentos Springsteen (y la continuación con “All in the name of heart” también podría recordarlo), el panorama cambia radicalmente a partir de “Lonely hunter”, cuya mandolina seguida de violín ya nos lleva a otro mundo. Pero por supuesto la estrella del disco es la fantástica versión que hace de “Hey Joe”, esa incursión en el terreno tex-mex maravillosamente resuelta con el apoyo del grupo mariachi Los Camperos de Nati Cano. Dejando aparte el hecho anecdótico del número uno que alcanzó el single en España y Francia, algo de lo que DeVille se sentía orgulloso, esta es una prueba más de su gran categoría haciendo versiones (cosa que ya había demostrado y seguirá demostrando hasta el final de su carrera). Pero hay algo más importante aún: DeVille nos muestra que tal vez sea él quien mejor haya capturado el verdadero espíritu de “Hey Joe” llevándolo a un terreno fronterizo, rural, con esa carga de casticismo que le sienta tan bien. Por supuesto que no se pueden olvidar versiones excelsas como la de Hendrix o los Byrds, pero esta brilla a su altura. Y cuadra perfectamente entre un listado de canciones en el que, al final, tal vez las dos primeras deberían estar en otro disco, no en este.

Como es lógico esa obra le garantizó, al menos en Europa, una época de grandes reconocimientos y buenas ventas: sus discos siguientes, por lo general grabados a este lado del océano y publicados antes aquí que allá, lo mantuvieron en lo más alto casi hasta el momento de su muerte en 2009. Su brillante carrera discurrió en paralelo a una vida personal llena de excesos y desgracias, pero tal vez ese sea el destino de este tipo de músicos: “Demasiado corazón”, tanto en lo bueno como en lo malo, podía haber sido una frase tanto o más coherente para su lápida que la de "Heaven stood still".