lunes, 24 de febrero de 2020

1980-81 (III)


El tercer y último gran nombre entre los veteranos de la primera ola es el de los Jam, aunque en devoción, en este bar, son los primeros. ¿Que Rick es un fulano tendencioso? Totalmente. Sin embargo, y como todo lo bueno si breve dos veces bueno, esta será su última visita aunque no se darán de baja hasta el 82: de ahora a entonces hay dos discos grandes por medio, suficientes para ocuparnos hoy. Además queda bien la idea de un grupo tan luminoso retirándose justo a tiempo, y ese año marca el comienzo de la lenta decadencia de una época tan convulsa como brillante a la que ellos contribuyeron a dar vida plena.

También a los Jam se les metió en el saco de las bandas punk en sus principios, aunque era evidente que por su formación estaban utilizando esa efervescencia del 76/77 para conseguir un lugar en el mercado. Poco después serán considerados como un trío neo mod, cuya esencia está en el r'n'b que grupos como los Who o Small Faces habían adaptado al carácter isleño. Pero hay más ingredientes, ya que Paul Weller, su frontman y líder, vive en una curiosa dicotomía que le hace añorar tanto el pasado estético de la Inglaterra victoriana como poetizar los pequeños dramas individuales, la frustración ante el frecuente sinsentido vital, y profesar un marcado desprecio por el conformismo pequeñoburgués. O sea, que estamos ante un Ray Davies de la nueva ola, así que la influencia de los Kinks también cuenta en ese brebaje. En consecuencia, aceptando en un primer momento las pautas de inmediatez y brevedad que imponía la métrica punk, los Jam se fueron colocando en el mercado con un primer disco grande que mostraba tanta frescura como claras referencias al heroico sonido sesentero. Y aunque el segundo tal vez pueda parecer un poco deslavazado, eso se debe a que estaban comenzando una evolución que abría nuevas perspectivas y que se confirma con total brillantez en "All mod cons", donde incluso llega a rozarse la psicodelia en algunos momentos. La década termina con "Setting songs", un nuevo disco de transición en el que la receta se amplía con tonos de pop barroco. Y durante todo ese tiempo, el surtido de grandes canciones en formato single ha sido magnífico. 

A finales de 1980 llega "Sound affects", el disco que el propio Weller considera como el mejor del trío. Dejando aparte que se trata de una opinión con la que se podrá estar de acuerdo o no, parece evidente que tratan de "envolverlo" en pequeños detalles y anécdotas para hacerlo más cálido: por ejemplo, nos dicen que por entonces estaban escuchando todo el día el "Off the wall" de Michael Jackson y el "Revolver" de los Beatles. La portada, un alter ego de la serie de grabaciones de sonidos de ambiente ("sound effects") que forman parte del catálogo de la BBC, nos insinúa que aquí hay de todo, y es verdad. Ah, y también afirman que "Start", una de las piezas más representativas del disco, es un homenaje a "Taxman" y especialmente a Harrison. Por otra parte, y aunque también se nota esa influencia Jackson/Motown en algunos momentos muy cercanos al funk, es evidente que la sección rítmica se ha actualizado, y tanto Foxton como Buckler han dado un salto de calidad en su técnica: hay indicios de sonido post punk (la escuela Joy Division o Wire), porque ese bajo suena endurecido y tremendamente nítido desde el arranque con "Pretty green", y los recursos de la batería se han hecho casi ilimitados. Que por cierto, ya en esa misma canción (como en otras) hay trucos de sonido, guitarras al revés, tonos psicodélicos... y detalles curiosos como que "Monday" recuerde al Bowie de los años 60, o la fusión de rock, psicodelia y soul en "Dream time". Así que tal vez este sea un cruce entre el art pop que podrían defender varias bandas clásicas (no solo los Beatles, por cierto: "Sell out" significó algo parecido en la carrera de los Who) y la frescura aparentemente simplista de los mejores grupos actuales. Conviene añadir dos detalles más para que ustedes se hagan una idea cabal del poderío de los Jam en ese momento: poco antes de llegar el disco a la calle se publicó un single conteniendo la monumental "Going underground", espejo de las mejores virtudes del grupo.., que ni siquiera se molestaron en incluir en el Lp. Y da la casualidad de que la canción que la mayoría de los fans consideramos como la mejor del ramillete es "That's entertainment", una casi balada acústica, aunque sea precisamente la que más se aleja del tono general; por no hablar de su letra, de esa irónica melancolía de clase obrera... Tal vez si no fuese por ese brote psicodélico con cintas al revés que surge en la segunda parte, esta podría haber sido la canción gloriosa que "falta" en el repertorio de los Kinks ... Vale, vale, ya me callo.



A veces ocurre que el mejor momento de un grupo es justamente la antesala de su desaparición, a lo grande, con todos los honores, y esa fue la circunstancia de los Jam. O lo fue más bien de Paul Weller, que para entonces vivía la contradicción de liderar un grupo de orígenes cercanos al punk, de escribir letras con una fuerte carga social, y sin embargo sentirse "viejo" sin haber llegado siquiera a la treintena. De su esencia mod quedaba la devoción por el soul o la Motown, es decir, sus raíces musicales seguían intactas; pero detestaba profundamente las actitudes sectarias de cualquier colectivo, y estaba harto de representar en directo cada noche a un personaje que ya había dejado atrás; no le apetecía siquiera interpretar la mayor parte del repertorio de su grupo, las piezas más eléctricas. Weller, a esas alturas, se sentía más cerca del northern soul que de cualquier otra referencia. Durante 1981, entre gira y gira, escribe el material suficiente para la despedida, que se publicará en la primavera de 1982 con el título de "The gift". Se percibe la tensión entre él y sus compañeros, con los que ni siquiera discute su decisión: se acabó, y ya está. No hay nada más que hablar. La participación creativa de Foxton y Buckler es casi nula, y de no ser porque resulta evidente que son ellos quienes protagonizan la base rítmica, este disco podría pasar por el primero en solitario de Weller. Sin embargo está a la altura de los anteriores aunque, como siempre pasa con los artistas que se salen de la línea marcada, un sector radical de fans prefiere olvidarlo. Y realmente no hay tanta diferencia: es cierto que los instrumentos de viento ganan protagonismo, que los coros tienen más eco y se hacen "mayores", que en conjunto este es un disco de soul blanco, pero la tendencia ya estaba marcada en el anterior. Por otra parte, ¿hay muchos músicos isleños del momento que sean capaces de crear canciones con la perfección formal de "Happy together" o "Ghosts", solo por citar las dos primeras, que además son muy distintas? Y dejo la guinda del pastel para el final: "Town called Malice", que además fue número uno en singles. En lo musical es un homenaje a los mejores tiempos de la Motown, y está a su altura; la letra hace referencia a Woking, la ciudad gris en la que creció y a donde, según él decía, "no creo que hubiesen llegado nunca los 60". El caso es que a pesar de las reticencias de los exquisitos, "The gift" fue uno de los mayores éxitos del trío, y por supuesto un broche de oro para su carrera. Seis años de fama, seis discos y adiós.




Weller se asoció casi a continuación con Mick Talbot, ex de los Merton Parkas, para crear Style Council, que nos visitarán cuando toque. Foxton, tras una corta carrera en solitario, se unió a los Stiff Little Fingers, mientras que Buckler estuvo en algunos grupos pequeños hasta abandonar la profesión. Foxton y Buckler se han reunido algunas veces para tocar juntos; creo que siguen sin hablarse con Weller. Con los Jam se cierra el pequeño listado de bandas que han creado el mito british junto a Beatles, Who, Kinks y Small Faces; puede que me esté olvidando alguna, pero desde luego no son los Stones y en consecuencia tampoco son los Clash (de Oasis y compañía, mejor ni hablamos). Sí, Rick es un fulano tendencioso; pero lo importante, cuando nos vamos acercando a la senectud, es saber quiénes somos y dónde estamos. No vaya a ser que por equivocarnos nos salga una reencarnación chunga...



lunes, 17 de febrero de 2020

1980-81 (II)

Fieles a nuestra costumbre de respetar la antigüedad en el empleo, aquí tenemos a los dos grupos más veteranos surgidos en la primera oleada punk que siguen en activo: Damned y Clash. Ambos entran en la nueva década con tres discos en su haber, aunque por supuesto el fulgor de los Clash y su "London calling" minimiza cualquier intento por situarlos en un mismo plano. Y tampoco creo que sea necesario, puesto que el espíritu de los Damned es muy ajeno al de Strummer y sus socios: estos últimos renegaron del punk ya de entrada -con la previsible consternación de sus seguidores más ortodoxos-, mientras que Captain Sensible y su tripulación han hecho el camino evolutivo más sensato en ese estilo, convirtiéndose en una banda de pop rock con ese difuso tono "gótico" tan de moda, pero muy solvente en su caso (sensible: prudente, razonable, sensato. No se fíen de los falsos amigos).



El primer single en la historia del punk es de los Damned y contiene la legendaria "New rose": solo por eso ya merecen respeto. Y el primer Lp, también es suyo. Y si hay gente que no llegó a valorarlos tal vez sea porque a diferencia de los altivos Clash ellos nunca sintieron la necesidad de iluminar al mundo con sus proclamas, ni eran existencialistas, ni sufrían mucho, ni se querían suicidar. No: los Damned están en el origen del punk pop británico, son el espejo para muchas bandas posteriores que buscaban, como ellos, equilibrar el poder de la melodía con los ritmos anfetamínicos (los Buzzcocks, por ejemplo, son dignos alumnos suyos). Con toda lógica su primer productor fue nuestro admirado Nick Lowe, y la mayor parte del material contenido en su debut sigue sonando con frescura aún hoy. Lástima que luego perdiesen el norte con un segundo disco que además de contener material de poco brillo fue producido por Nick Mason: semejante despropósito casi acaba con ellos, el desastre comercial hizo que Stiff los despidiese y de hecho el grupo estuvo oficialmente liquidado durante cerca de un año. Pero a mediados del 79 resucitan, fichan por la Chiswick y entran a grabar "Machine gun etiquette", el tercero, uno de los más distintivos de toda su carrera y donde quedan asentadas las líneas maestras del grupo para unos cuantos años. En ese disco se democratiza la composición, que pasa a ser colectiva tras la marcha de Brian James, al mismo tiempo que aumenta el peso musical del Capitán, que participa con guitarras y teclados; igual de importante es el poderío escénico y la voz de Dave Vanian, su avasallador frontman (un elegante vampiro de la new wave), y la solvencia de un batería como Rat Scabies no es muy frecuente en este sector del negocio. En cambio, el puesto de bajista sigue siendo inconstante: tras la marcha de Algy Ward, que no se llevaba bien con Scabies, entra Paul Grey, que acaba de abandonar a Eddie and The Hot Rods. 

En noviembre de 1980 presentan "The black album", que confirma el estado de gracia de la banda; puede considerarse hasta cierto punto como un desarrollo estilístico sobre el anterior, aunque está claro que lo supera. Ellos mismos producen la mayoría del material, buscando una elevación sobre el tono de garaje pop rock que tenía aquél hasta llegar a un mundo abierto en el que cualquier ocurrencia es posible. Esa versatilidad no existía en sus primeros tiempos con James, y el rango estilístico es enorme: que una banda nacida en la primera oleada punk consiga meter en un mismo disco canciones de puro pop, new wave con arreglos casi orquestales, efluvios de rock neoyorkino, ramalazos de psicodelia, juegos vocales con guiños a los Beach Boys e incluso momentos progresivos, es sorprendente. Y todo ello matizado hasta cierto punto por ese aroma "gótico" que ya empieza a sentirse a lo largo de toda la obra. No hay un patrón definido porque una de las características del disco es el juego de estilos en una misma pieza, esa continua transgresión que nos hace dudar si el arranque con la maravillosa "Wait for the blackout" es punk pop o qué, y luego nos rendimos ante mezclas tan originales como las de esa especie de pop rock coral a ritmo de marcha en "Lively arts" (la siguiente), y una tras otra se saltan los códigos de composición tradicionales para crear uno de los discos más vivos, complejos pero gozosos, que inaugura la nueva década con todos los honores.



Y la "subversión" no termina ahí: este es un disco doble, aunque en varios países fue publicado como sencillo (España incluida). Y eso se debe a que muchos distribuidores consideraron el segundo disco sin "potencial comercial", que diría Zappa. ¿Por qué? Pues porque la cara A es un desarrollo de más de diecisiete minutos titulado "Curtain call" que desde luego no cuadra con los postulados de la parroquia punk -ni con la época- en absoluto: a tono con el título, lo que tenemos aquí es una especie de esquema musical/teatral en el que se cruza el canto elevado con inesperadas ráfagas de rock, pop, desarrollos pianísticos, momentos psicodélicos, ambientales, góticos, vanguardistas... todo un repertorio de recursos que inevitablemente sorprendió a gran parte de sus seguidores más o menos convencionales. Y tal vez para compensarles por esa "incomodidad", la cara B es parte de una actuación en los estudios Shepperton ante uno de sus clubs de fans. El caso es que con frecuencia se ha valorado únicamente el primer disco, e incluso seguía figurando como simple en varias reediciones, también en formato CD, hasta no hace mucho, lo cual me parece injusto. Pero esa rareza no empaña la realidad: los Damned son a principios de esta década una de las ofertas más sólidas del panorama isleño. Y, sin meternos en las profundidades del segundo, aquí tenemos otra prueba más...



Los Clash habían ido creciendo en el negocio al mismo tiempo que iban cambiando de público. Aquella afirmación del Sniffin' Glue de que "el punk murió el día que los Clash firmaron con la CBS" tiene sentido en parte: tal vez murió para ellos. Strummer dice que muy pronto se desengañaron de ese mundillo, y sumando una frase con otra lo que tenemos es que en realidad tal vez nunca fueron una banda punk. Para empezar, sus primeras influencias están en el rock and roll de los muy apolíticos Ramones; y no me cansaré de decir que el envoltorio revolucionario de Strummer y sus socios no es propio del punk, cuya "filosofía" original está mucho mejor representada por los cínicos Pistols o los juerguistas Damned que por ellos. Fueron precisamente los Pistols quienes popularizaron el término "no future", tan alabado por la peña, y convendrán ustedes en que no cuadra mucho con el ideario combativo que mantienen los Clash. Así que aquella admiración por los Pistols lo era más bien por su inmediatez, su cercanía y su actitud chulesca, pero poco más: de la pelea al combate va un trecho semántico. Y desde luego, en lo musical los superaron muy pronto. Es lógico que sus seguidores de primera hora pronto también comiencen a sentirse desilusionados, porque lo que tienen ante ellos es una banda de rock bastante ecléctica que en sus dos primeros discos todavía mantiene una cierta conexión con sus orígenes, pero que con una obra cumbre como "London calling" pasa a ser patrimonio de las masas. Ahora, entrando en los 80, hay que mantener ese estatus; y la tarea no es fácil, porque todo el mundo sabe que después de la cumbre viene el descenso.

La solución es, cuando menos, atrevida: se nos anuncia que el nuevo disco de los Clash va a ser triple. A la CBS, que ya había puesto objeciones al formato doble del anterior, se le acalló entonces con la sobresaliente cifra de ventas; ahora el grupo consiente en rebajar su porcentaje para publicar este, que saldrá a precio reducido. O sea, que van sobrados. Pues muy bien. La expectación es enorme, el disco se publica en los últimos días de 1980 y tal vez por las fechas mucha gente se lo compra sin oírlo para disfrutar las Navidades a lo grande o algo así, no sé; solo sé que la sensación general entre sus fans fue decepcionante, como un parto de los montes. Pero a los tibios no nos afectó tanto aunque en esencia sea una pobre estela del anterior, un disco del montón si lo comparamos con las novedades de aquella época: desde luego sobraba más de la mitad de las 36 canciones -matemáticamente seis en cada una de sus seis caras-, pero con la otra mitad se podría hacer un disco decente; sobre todo si nos quedamos con las piezas de estilo jamaicano en todas su variedades, que además resaltan el papel de la base rítmica -Simonon y Headon- frente a los otros dos. Tiene gracia, por ejemplo, que una de las canciones más recordadas sea la versión del "Police on my back" de Eddie Grant con los Equals, que hasta cierto punto tiene un ligero soplo pop. Sorprende el curioso detalle casi "victoriano" de que hayan dado la vuelta a "Career opportunities", que figuraba en su primer disco y que ahora suena casi angelical en las vocecillas de los pequeños hermanos Gallagher; como sorprende también que eligiesen para comenzar "The magnificient seven", una pieza de marcado estilo funk/disco. Pero en resumen, a pesar de que hay mucha filfa por medio y de que las proclamas combativas aburren bastante, esta obra probablemente sea más defendible ahora que entonces. Porque fueron y son las canciones "negroides" las que lo mantienen aún hoy, al margen de sus mensajes acartonados incluyendo ese título con signo exclamatorio, o el "alternativo" número de catálogo FSLN1 (Frente Sandinista de Liberación Nacional 1).





Bueno, pues parece que en este momento el futuro próximo de los Damned tiene una mejor perspectiva que el de los Clash, ¿verdad? Aquí entre nosotros: me alegro. Pero ya veremos cómo anda la cosa en la próxima visita de ambos. Suerte...


lunes, 10 de febrero de 2020

1980-81 (I)


La década de los 70 terminó, tanto en la Isla como en los States, España y en general todo el occidente moderno, con la sensación de estar viviendo una especie de Renacimiento: la sucesión de músicos impetuosos que comenzaron a surgir en el negocio a partir del 76/77 recordaba en cierto modo a la oleada que se había producido diez años antes, y la industria del disco estaba viviendo una de sus mejores épocas. Se puede matizar esta última circunstancia recordando que por entonces ya había un fondo de catálogo bastante respetable, que la reedición de los veteranos del rock, la psicodelia y el progresivo también cuentan en la cifra final, pero aun así el panorama era ilusionante. Además ese fondo significa un costo de relanzamiento mucho menor que el de una obra nueva, con lo cual aumentan los márgenes de beneficio y hacen más competitivos a los sellos grandes, cuyo único enemigo a la vista es alguna posible genialidad sorpresiva que surja gracias a la estrategia casera del "Háztelo tú mismo". Esa estrategia ya estaba actuando como acicate para que comenzasen a arriesgarse en propuestas impensables muy poco antes, y en cualquier caso la proliferación de pequeñas marcas independientes garantizaba que casi cualquier ocurrencia que se le pasase por la cabeza a un músico podía llegar al vinilo; la distribución era otra cosa, claro, pero hasta los bares con pretensiones de modernidad tenían expositores con las grabaciones más peregrinas. Y donde haya un bar de ese tipo, seguro que hay algún ojeador cerca.   

Por lo tanto, en lo referente a la industria, estamos en un verdadero oasis. Y la mejor prueba es la cantidad de dinero que los sellos se están gastando en videoclips, el refuerzo publicitario para televisión que comenzó a generalizarse a finales de los 70 y que ahora ya constituye una nueva disciplina artística: de aquel "Paperback writer" que los Beatles habían "representado" casi estáticos al despliegue de medios que se ve ahora, hay un mundo. Incluso algunos directores de cine se apuntan a la moda; en parte por el dinero, pero también porque da un prestigio adicional y porque la cinta magnética permite trucos de laboratorio más ocurrentes y a menor precio que el formato cinematográfico. En aquella época, si tu canción para single no tenía el correspondiente vídeo fastuoso no eras nadie, aunque por supuesto los grupos rockeros y concienciados solían buscar la "pureza" de un aparente directo con pretensiones esteticistas, y el "London calling" de los Clash es un buen ejemplo. Así que, entre los delirios del director de turno, el gasto en material y horas de trabajo más la tarifa -legal o encubierta- que cobran las televisiones por exhibir el vídeo, la factura se dispara. Muchas veces ese capricho llevará a los sellos a asumir pérdidas, especialmente en el negocio del pop estándar, porque la aparición de los reproductores de vídeo caseros hace que cada vez más aficionados graben las canciones de moda que las televisiones emiten con bastante frecuencia, evitándose comprar el disco. Ya saben, moda es lo que pasa de moda; clásico lo que permanece. La realidad es muy tozuda, y esa visión del negocio a veces falla.

La creatividad, de momento, no parece resentirse aunque ese concepto de "todo a lo grande" que afecta a los sellos parece afectar también a algunos artistas, y no precisamente a los que ya tienen un nombre sino a muchos recién llegados: las exhibiciones de los Nuevos Románticos en los bares de moda dan vergüenza ajena (aquella imagen del glamuroso Steve Strange llegando a un club montado en camello es para mear y no echar gota). El florecimiento de los sintetizadores está directamente relacionado con esa efervescencia, ya que ese tipo de sonido se identifica con el futuro inmediato: donde hay un grupo que usa teclados electrónicos suele haber detrás una nube de peluqueros, esteticistas y diseñadores de ropa. Lo curioso del asunto es que la mayor parte de esa gente surge como derivación de los postulados que había comenzado a esparcir el punk... Claro que, por resumir, tras esos postulados están personajes como Malcolm McLaren, perfectamente capaces de venderte una idea y su contraria. Coge el dinero y corre. Esa es una de las razones por las que muchos grupos punk continentales resultarán patéticos con sus proclamas revolucionarias: en la esencia del punk isleño está el nihilismo, no la revolución. Y tampoco resulta extraño que poco después alguien más serio como Paul Weller defina a esos poppies electrónicos como "los grupos de Margaret Thatcher". 

En cualquier caso, lo que sí va quedando claro es que la oferta y la demanda se están atomizando: si en los 60, tras el beat, hubo una época mayoritariamente pop que llegó casi hasta finales de la década y luego fue sustituida por el rock -en sus variantes hard o progresivo-, desde 1977 tanto el rock clásico como la new wave y el punk se han ido ramificando y seguirán haciéndolo hasta el delirio. El rock ya constituye un sector al margen de los demás (porque incluso el punk se considera parte del pop), y en ese mundo se multiplicarán las infinitas variaciones del heavy metal, en su mayoría. Del punk nacen los siniestros y los góticos, para empezar (el gótico también llegará al rock duro); la new wave, además de los militantes electrónicos de todo pelaje, extiende sus "competencias" incluyendo un revival mod que rescata al Northern Soul o el reggae, por poner dos ejemplos. Y todo esto sería magnífico si, como pasaba antes, los aficionados a un estilo sintiesen también algún interés por los demás, pero la situación es más bien la contraria: cuantos más subgéneros aparecen, más se radicalizan sus seguidores. Algo no está funcionando como debiera... 

Pero no adelantemos acontecimientos: eso que ahora los modernos llaman "hacer spoilers" está muy mal visto, y además no vale la pena. Sigamos viviendo el momento, mantengamos la esperanza... aunque la Historia nos enseña que los ciclos más brillantes nunca sobrepasan los cinco años, y ya van tres.