El día en que nos visitaron los Sonor hablábamos del escaso recuerdo que queda de ellos en contraste con la popularidad que alcanzaron en su época. Los personajes del pasado, fuese cual fuese su empleo, están sometidos a un continuo proceso histórico de revisión -más o menos interesada, con frecuencia en función de las modas imperantes- y el resultado es desigual: a veces la perspectiva que da el paso del tiempo les hace justicia pero otras los desvirtúa, los eleva o los hunde caprichosamente. Y la música popular es un ejemplo inmejorable, ya que hay grandísimos grupos casi olvidados mientras otros que por entonces no pasaron de secundarios ahora parecen imprescindibles. El que nos visita hoy es una clara víctima de esa lotería histórica: Los Relámpagos, que en su día fueron un nombre de primera línea -los primeros también en publicar discos en media Europa y América- y a los que actualmente se les ve como una especie de parientes pobres de los Pekenikes. Si consideramos la carrera de unos y otros en su totalidad parece fácil decidirse, pero en el primer quinquenio de los años 60 la situación fue justo la contraria: los Relámpagos iban muy por delante no solo de sus futuros “hermanos mayores”, sino de todos los demás. Y fueron precisamente ellos, entre los conjuntos más populares, los que desde el principio basaron la práctica totalidad de su repertorio en las piezas instrumentales para no salirse de ese guión en toda su existencia.
Johnny & The Hurricanes, el primer nombre de mi santoral, figura también en el de cinco muchachos que deciden crear un conjunto que será, al menos en sus primeros tiempos, la versión española de los de Ohio enriquecida con aromas Shadows, otro nombre bendito para el que esto escribe (espero por tanto que sepan ustedes comprender mi debilidad por ellos, pero prometo ser todo lo imparcial que pueda). La historia comienza en 1961 a raíz de la desaparición de los Tigres, un grupillo del que ya hemos hablado antes aquí: tras la marcha de Tony Luz para integrarse en los Pekenikes, se produce un verdadero desfile de músicos (entre los que, vaya, también vemos al bueno de Aute; que por cierto, pasará aunque muy brevemente por los Pekenikes. Pero… ¿tú no te ibas a estudiar? Ya, pero es que “en los conjuntos se liga mucho”. Ah, bueno). Ese desfile inquieta a su organista Pablo Herrero, que acaba de conocer al guitarra solista de los Morgans, un tal Jose Luis Armenteros; ambos, sin mucha confianza en el futuro de sus grupos respectivos, deciden presentarse a un concurso musical en Radio Madrid. Y da la casualidad de que allí se encuentran con otros tres concursantes que en algún momento han pasado por los tristes Tigres: el batería Ricardo López y los hermanos Campíns, Ignacio (rítmica) y Juan José (bajo). Un relámpago de lucidez los ilumina.
Al salir de la radio, la decisión está tomada: de cantante, nada. Y si nuestros ídolos son Johnny y Los Huracanes, nosotros seremos Dick y Los Relámpagos. Vale, pero... ¿quién es Dick? Ese Dick durará poco: ya en 1962, tras unas cuantas actuaciones en colegios (donde consiguen impresionar a los Sonor y Pekenikes, entre otros), su destreza técnica hace que Philips los contrate como grupo acompañante de Mike Rios, que se estaba quejando de la orquesta con la que había tenido que grabar sus primeras canciones para el sello. “Dick” ya se ha ido, y antes de que ese año concluya aparece en las tiendas el primer EP a nombre exclusivo de los Relámpagos con cuatro versiones entre las que destaca la primera, “Los vikingos”. Una versión que puede considerarse casi original, ya que se basa en la banda sonora que Mario Nascimbene hizo para la película del mismo nombre dirigida por Richard Fleischer y que fue un cañonazo en los cines de medio mundo (incluida España). Pueden echarle un vistazo en Youtube y comprobarán que solo se percibe la línea que sigue inicialmente la guitarra, pero poco más. Bien, pues esa “versión” tuvo tal éxito que fue publicada en varios paises europeos y llevará a los Relámpagos a aparecer en las enciclopedias sajonas de grupos instrumentales (y no solo por esta pieza, claro). Ningún grupo español de la época llegó a tanto. Y aunque es evidente la herencia de Johnny & The Hurricanes, no tienen nada que envidiarles.
Con el aval de ese primer EP se consagran en las matinales del Price, donde demuestran tener repertorio suficiente para cubrir el año 63 con la publicación de otros cuatro. Y lo que aún es más notable, la mayor parte de las piezas son propias -en su mayoría compuestas por Herrero y Armenteros. Su mezcla de sonido Hurricanes con Shadows, Ventures y en general la escuela surf americana enloquece a la afición, consciente de que Los Relámpagos están a la altura de cualquiera de esos grupos y que superan a cualquier otro conjunto nacional. Sin embargo Philips, en una decisión errónea, les “recomienda” que el cuarto disco se componga exclusivamente de versiones de éxitos del momento: es una de sus grabaciones más flojas, y marca el inicio de una creciente tirantez entre el conjunto y su sello. Pero de momento disfrutemos de una buena muestra de la cosecha de ese año: se trata de “Relámpagos”, una pieza propia por supuesto, que abre su tercer EP y que solía ser la elegida para abrir también sus conciertos. Los gritos de alegría del personal comenzaban en las primeras notas del órgano para desbordarse con el redoble que inaugura una marcha frenética -con escalas de inequívoco sabor español- tanto entonces como ahora: yo los vi en 1995 en las fiestas de Navalcarnero, y doy fe de ello. Los escasos chavalitos rockeros que había entre el público estaban callados (yo diría que sorprendidos), y más de un pureta echaba el moco…
1964 es un año contradictorio: Los Relámpagos son el primer grupo español, aunque solo su tremenda popularidad les consuela de esa tirantez con Philips; una tirantez que crea un notable desánimo a la hora de componer, ya que solo hay un EP ese año, bastante regular. Pero justo por entonces Luis Sartorius acaba de abandonar a los Estudiantes para crear el sello Novola y les ofrece un contrato con la misma libertad de la que gozarán los Brincos, el nuevo grupo que Fernando Árbex está organizando en ese momento: nuestros amigos no lo dudan. Y aunque en 1965 Luis ya no estará su oferta sobrevive, así que tras un último EP que debían a Philips dan el salto. En ese disco está incluida otra de esas versiones que cualquiera tomaría por original, ya que es casi imposible encontrar similitudes: “Minnesota Fats”, que forma parte de la banda sonora de “El buscavidas”, aquella película de billares en la que se lució tanto Jackie Gleason (El gordo de Minnesota) como mi admirado Paul Newman. Para mí es una pieza de las más brillantes de esta época, con un encantador tono rhythm’n’blues; un tono, por cierto, que ninguna banda española había intentado aún.
Y aquí termina la primera época de los Relámpagos, ya que a partir de su entrada en Novola su estilo irá evolucionando para dedicarse casi exclusivamente a una interpretación muy personal (y no siempre comprendida) del repertorio popular español; una opción que tanto ellos como los demás grupos de la época habían intentado ya y que, salvo los Pekenikes en algunas ocasiones, nadie más va a seguir. Pero esa es otra historia y etcétera etcétera…