La variedad de estilos surgidos en la new wave demuestra que, contra lo que decía alguna prensa nostálgica, aquello era mucho más que una simple "tendencia": lo cierto es que una época estaba siendo sustituida por otra. En 1976 ya quedaba muy poco de la mentalidad casi "prusiana" surgida tras el hundimiento de las filosofías hippies de la década anterior, y la juventud occidental estaba entrando en una especie de Renacimiento. Lo que también implicaba una cierta ligereza, que al menos en los primeros tiempos resultó muy saludable. Cualquier estilo surgido por entonces podía tener futuro, y uno de los más frondosos fue el pop electrónico; resultaba casi obligatorio entrar en el negocio a través del punk o el pop rock, pero pronto comenzaron a destacar algunos grupos que incluían teclados de última generación. Algunos mostraban una clara vocación experimental que les resultó difícil mantener por mucho tiempo -los primeros Ultravox! son un buen ejemplo-, porque ese tipo de mercado es muy restringido salvo para personajes como Eno, que ya tiene una clientela anterior. Pero a los que demostraron la creatividad suficiente como para ampliar su mercado creando melodías con gancho les fue bastante bien. Otra cosa es hasta qué punto esa vocación mayoritaria puede acabar degenerando: de modas como la de los Nuevos Románticos han surgido unos cuantos horrores. Pero hubo grupos que supieron combinar la calidad con la comercialidad sin perder la decencia del todo, y creo que Simple Minds, al menos en esta época, lo consiguieron.
En su primera visita al bar ya vimos que, tras un brevísimo momento de furores pseudo punkis en sus comienzos allá por el 77/78, Jim Kerr y sus socios abandonan prácticamente todas las influencias "oscuras" como la Velvet o Magazine y se van orientando hacia el sonido sintético. En esos tiempos su estilo oscila entre la vanguardia electrónica que estaba ensayando un Bowie, por ejemplo, hasta el funk de discoteca -también electrónico- que por momentos llega a recordar a la mismísima Donna Summer. Pero después de tres discos un tanto dispersos, de alcance regular, su fichaje por la Virgin en 1981 marca el salto al estrellato, y para entonces el carisma de Kerr ya representa tanto la imagen como el espíritu del grupo. Creo que ya dije alguna vez que ese estilo de cantar, como si estuviera declamando himnos, con esa mirada al infinito y más allá, esos gestos entre solemnes y grandiosos le dan un aire "pastoral" que impresiona a muchos de sus fieles. Y la música que elaboran a partir de ahí va a juego con esas poses y esa visión tremendista que los hermana con U2 en tantos aspectos. Ahora son un grupo de pop electrónico casi "gótico", si eso es posible. Y su debut en Virgin, a lo grande, con aquel doble en el que se funden vanguardia y melodía con bastante buen criterio, mostró que estábamos ante unas estrellas en potencia.
Llegados a 1982 las esperanzas se confirman. Es más, hay que reconocer que van sobrados: su quinto disco, titulado "New golden dream 81, 82, 83, 84" es un hito en la historia del pop electrónico de masas. Y no solo porque alcanzase en aquel momento el top 3 en la Isla, parecidas valoraciones en media Europa y una inercia comercial que duró mucho tiempo, sino porque las canciones están muy bien diseñadas (dentro de su estilo) y al grupo se le ve a gusto, sin tensiones, en su mejor momento. Por otra parte, y aunque es cierto que el componente electrónico tiene un protagonismo muy relevante, no nos engañemos: insisto en que las canciones en sí mismas, aun despojadas de esos lujosos arreglos, se defienden sin agobios. En parte se debe a esa cadencia entre épica y "eclesial" que marca el estilo creativo de Kerr, pero su interacción con el resto del grupo es perfecta; de hecho este es el primer disco en el que todas las canciones figuran a
nombre del grupo, sin la distinción que se hacía hasta entonces entre las letras (generalmente de Kerr) y la música (se supone que creada en conjunto). El sonido, en general, tiene un ambiente atmosférico y vaporoso, como de cuento, que ya se siente en la apertura con "Someone somewhere in summertime", con esa percusión ligera, alada, que parece ir caminando de puntillas sobre la melodía, como no queriendo molestar salvo en los clímax. Pero por otra parte hay una buena simbiosis en muchos momentos con el estilo funk blanco que está poniéndose de moda en la Isla, y Kerr dice que es aquí donde llegaron a la convicción de que "por fin hemos alcanzado algún tipo de madurez". Entre las demás perlas del disco destaca también con luz propia la que abre la cara B y le da título, la preferida para muchos de los que lo compramos, entre otras cosas porque su poder evocador es muy potente: aún hoy me lleva a aquellos tiempos con la misma efectividad de siempre (ya saben, esas canciones que forman "la banda sonora de una vida", como suele decirse). Por cierto, que Bono y sus U2 dicen haberse inspirando grandemente en esta época de los Minds, lo cual no es extraño. Ah, y ambos son en esa época muy aficionados a "iconografía" de tipo medieval, muy a juego con su filosofía heroica.
"Sparkle in the rain", publicado a principios de 1984, es el pelotazo mundial definitivo, porque aquí tiene lugar el tránsito del pop funk electrónico al muro de sonido que les da el aura de estilo de banda para estadios. Y dan ese paso de la mano de Steve Lillywhite, el productor estrella del momento; el mismo que, entre otras muchas cosas, había puesto a U2 en el Olimpo con sus tres primeros discos. No hay duda de que si un grupo tiene madera, el señor Lillytwhite acabará llevándolo al circuito grande; porque si ya en el disco anterior el sonido de los Minds era grandioso, aquí además les aporta un aura de majestad que barre las listas mundiales. Y eso que, al menos para mí, el repertorio va descompensado: las cuatro primeras canciones son sencillamente imbatibles, mientras que el resto se limita a mantener el nivel sin grandes alardes. Pero esas cuatro son, ya digo, una actualización del muro de sonido que deja pequeño al mismísimo Spector: la apertura con "Up on the catwalk" ya nos muestra un sonido y una presencia con tremenda robustez y al mismo tiempo una especie de compacidad cristalina muy difícil de explicar si no se sumerge uno en ella. Le sigue "Book of brilliant things", una especie de funk ralentizado de mucha enjundia, y luego llegan los dos grandes cañonazos del disco: la grandiosa "Speed your love to me", una especie de cántico épico en la que cuerdas y batería se contraponen de un modo admirable, y "Waterfront", donde el gran protagonismo del bajo sintetizado (¿o es un teclado?) en una sola nota crea un fondo uniforme sobre el que los teclados y la percusión tienen su papel estelar en verdaderas explosiones de sonido que la van marcando hasta redondear otro de esos momentos mitológicos del grupo. Los Minds terminan este primer quinquenio ya instalados en el selecto grupo de giras millonarias. Su reino ya no es de este mundo.
Y a partir de ahí, la inercia. En 1985 llega "Once upon a time", donde el sonido se hace más compacto y rugoso, acercándose al soul rock en el intento de conseguir mayor popularidad en el mercado americano. Hay buenas canciones, aunque algunos comenzamos a cansarnos. Al mismo tiempo la fama y el exceso de trabajo comienzan a afectar las relaciones en el grupo: la marcha de Forbes es la primera señal. Kerr comienza a involucrarse en asuntos políticos o sociales, lo cual en sí mismo no es bueno ni malo pero comienza a acercarle peligrosamente al estilo mesiánico de su amigo Bono. Tres años después llegará el siguiente disco, y aunque muchos ya no estamos entre su público a Kerr le da igual porque su base de fans es lo suficientemente amplia para que aún hoy, con algunas épocas de inactividad por medio, siga actuando por medio mundo. Supongo que eso debe de rejuvenecer mucho.