miércoles, 25 de septiembre de 2013

España: la travesía del desierto (XXIII)


Por lo que hemos visto y veremos, resulta evidente que los músicos valencianos y en general de cualquier otro sitio que no sea Madrid o Barcelona juegan en desventaja: con el único apoyo de las radios y algunas actuaciones esporádicas en esas dos ciudades, resulta muy difícil hacerse un nombre a escala nacional. Por otra parte, el presupuesto que los sellos discográficos destinaban a promoción era muy pequeño y solía emplearse en los grupos consagrados; e incluso sobre las radios habría mucho que hablar, ya que parte de ese presupuesto iba a parar, de un modo u otro, a ellas (por Dios, no me malinterpreten: no estoy sugiriendo que hubiese payola ni nada parecido, ¿eh?). Como consecuencia, los dos únicos nombres realmente populares fuera de Levante eran los Javaloyas y Bruno: de la existencia de los demás solo se enteró un ínfimo porcentaje de aficionados, lo que incidió decisivamente en la carrera de los Milos, los Top-Son y los dos grupos que se presentan hoy aquí, con los que rematamos nuestro viaje valenciano: Los Pantalones Azules y Los Protones. 

Los Pantalones Azules fueron tan populares en su tierra como los Milos, hasta tal punto que la masa de fans valencianas tenía el corazón partido entre unos y otros (las milongueras “vs.” las pantaloneras: con eso está todo dicho). Se trataba de un dúo (Tito Pemán y Victor Ortiz) inspirado en el Dúo Dinámico, y que como ellos alternaban las versiones de los clásicos del momento con piezas propias. Sin embargo ahí terminaban las similitudes, ya que a diferencia de Manolo y Ramón, que cubrían una gran cantidad de géneros, Tito y Víctor eran decididamente rockeros. Y eso, en aquella época, significaba mucho prestigio pero un futuro dudoso. Su empaste vocal era magnífico, aunque un poco más agudo que el de sus vecinos de Barcelona, y eso les hizo ganar allí un concurso nacional, celebrado en 1961, que los llevó a Discophon (donde ya estaban los Milos). Tras la españolización de su nombre artístico -los Blue Jeans- entran a toda prisa en el estudio para grabar su primer EP. 

En ese disco hay dos piezas propias: aparte del “Mess of blues” de Elvis y la standard “Jezabel”, encontramos “Cosa buena” y “Baila, nena”, que hacen juego perfectamente frente a las otras; la prueba está en que sus ventas fueron magníficas -teniendo en cuenta la época y el lugar- e hicieron que Discophon apremiase al dúo para publicar un nuevo disco poco después del anterior, y que tal vez por las prisas no tiene material propio. Sin embargo ahí encontramos la primera versión que se hizo en España de “Johnny B. Goode”, del maestro Berry, una versión bastante alocada y humorística que nos muestra el risueño carácter de estos muchachos. Y ahí termina la carrera de los Pantalones Azules, ya que poco después Víctor se va a cumplir sus obligaciones militares con la Patria mientras Tito se marcha a Ibiza, se enamora de una señorita americana y volarán juntitos a su país, del que no han de volver: felicidades a la pareja. Pero Víctor, que lleva el veneno el cuerpo, cuando termine la mili nos alegrará la vida creando los Huracanes; sí, el grupo en el que también veremos a Pascual Olivas. Lo cual significa que en los Huracanes se encuentra el espíritu de Milos y Pantalones Azules. ¿No es emocionante?

Pero no adelantemos acontecimientos. Dos discos, grabados en 1961 con el apoyo de músicos de estudio, son en definitiva todo el capital de este dúo. El sonido es deficiente: han de cubrir las carencias técnicas con mucha voluntad y, por qué no decirlo, con un cierto grado de inmadurez… pero quizá por eso se hacen más entrañables. Aquí les dejo una muestra de cada uno: “Cosa buena” y la versión de Berry. Si las juzgan con un poco de benevolencia, es posible que las encuentren encantadoras. 



Los Protones pertenecen ya a una segunda oleada de grupos volátiles cuya corta vida se desarrolla entre finales del primer quinquenio y principios del segundo. Fue una época turbulenta en la que muchos músicos aficionados al beat acabaron siendo desbordados por la velocidad evolutiva isleña: la mayor parte de ellos cayeron con la llegada del r´n´b, un estilo al que la mayoría no supo acoplarse. Aunque en este caso nunca sabremos si tenían futuro o no, ya que la maldita mili nos dejó con la duda. Se trataba de cuatro amigos con formación académica que habían comenzado en rondallas y tunas para crear luego su primera agrupación, llamada “El pequeño coro”. Sin embargo, la llegada de los Beatles los revolucionó: se pasaron inmediatamente a los instrumentos eléctricos y, capitaneados por Jose Antonio Ferrando -que de la guitarra acústica pasó a la solista-, comenzaron a ensayar “Please please me” como locos -según recuerda Francisco Crespo, que del oboe pasó al órgano y ocasionalmente tocaba la guitarra rítmica. Los otros dos componentes del nuevo conjunto eran Abel Mena, que de pronto desterró su clarinete para colgarse un bajo, y Pepe Morato, estudiante de percusión, que inevitablemente se sentó a la batería. O sea, que estamos ante un caso de enajenación repentina parecido al de Pedro Gené y sus primeros Lone Star. 

La producción discográfica de los Protones es tan escuálida como la de los pantaloneros: dos Eps, el primero grabado en 1965 y el segundo al año siguiente. Sin embargo llama la atención el hecho de que su debut está compuesto íntegramente por piezas propias, lo cual no era muy frecuente en la época; y aunque hay una cierta candidez en el tono beat de esas canciones, se nota el dominio instrumental. Al igual que pasó con el dúo, las ventas son suficientes como para que su sello (EMI) se ilusione y proponga la grabación de un segundo disco en el que hay dos versiones olvidables (la comparación de “Time is on my side” de los Stones con la de los Protones resulta lastimosa) y dos nuevas obras propias, que son las que lo salvan. Pero poco después la mili comenzará a llevárselos: a la vuelta solamente seguirán en el negocio Abel Mena y Pepe Morato, que en 1969 pasarán a formar parte de… ¡Los Huracanes! 

De su primer EP, otra delicia naif, he elegido “Si alguna vez”, una pieza beat acompañada por una escala de guitarra que parece evocar a los Beatles dando la mano a los Shadows (ya, ya sé que no es para tanto; pero algo de fantasía podremos echarle al asunto, ¿no?). Y del segundo, “No te dejaré”, que demuestra una evolución hacia un sonido más compacto y que nos hace fantasear con la posibilidad de algo superior en un futuro que no llegó a materializarse por culpa, una vez más, de la Patria y sus urgencias... bueno, y del poco interés real que EMI puso en su difusión, todo hay que decirlo. 




Y aquí termina nuestro recorrido valenciano. Pero aprovechando que Mallorca nos queda muy cerca, vamos a dar un salto para ver si ya hay señales de vida por allí (aparte de los Javaloyas, que dominan ambas orillas y a los que muchos consideran mallorquines antes que valencianos). En todo caso y por si no las hubiera, lleven el bañador: algo sacaremos en limpio 


martes, 17 de septiembre de 2013

España: la travesía del desierto (XXII)



Hoy nos toca seguir la pista de Vicente Castelló y Pascual Olivas, los dos antiguos compañeros de Bruno en los Milos. Su idea es seguir adelante sin él y buscar un sello discográfico donde las condiciones técnicas sean mejores que en Discophon, y tienen suerte: EMI, que parece acapararlo todo, los recluta para La Voz de su Amo. Pero Discophon les advierte de que es la propietaria oficial del nombre “Los Milos”, un hecho que hoy puede parecer extraño pero que en aquella época era muy frecuente (los músicos españoles, por lo general, solo eran dueños de sus propias vidas. Y aún eso podría discutirse). Así que Vicente decide que a partir de ahora se llamarán los Top-Son. 

Pero el lío no termina aquí: es entonces cuando nos enteramos de que los Milos habían dejado grabadas cuatro canciones para un quinto EP que no llegó a salir en Discophon porque ya habían fichado por EMI. Y a finales del 63 su nuevo sello publica ese disco bajo el nombre de los Top-Son… con una bonita portada donde vemos a los tres Milos. Curioso. No me extraña el cabreo de Bruno al volver de su primer viaje francés y encontrarse con los hechos consumados. Porque además de todo lo anterior resulta que ese disco, por mucho que figure el nuevo nombre en la portada, es sin duda alguna el mejor del difunto trío. Hay dos versiones: “La tierra”, una de las standards más populares de la década, y “Cien kilos de barro”, que no le iba a la zaga -y en ambas Bruno demuestra una gran progresión. Las otras dos son originales, compuestas por Pascual: “Recuerdo de verano”, un poco afectada, y “Twist a María Amparo”, que causó una revolución en Valencia y más allá. En teoría el gancho del disco era la versión de “La tierra” (que figuraba en letras mayores con el nombre de “Chariot”, su título en las versiones francesas), pero María Amparo ganó la partida hasta tal extremo que incluso el propio Bruno la incluyó en su repertorio. Aquí la tienen, con su entrada guitarrera en plan Batman. 


Y llegamos a 1964. Conviene publicar ya otro disco para aprovechar el rebufo del anterior; pero el ahora dúo no ha elegido aún sus nuevos acompañantes, así que en la portada de ese disco solo se les ve a ellos dos. En la grabación participan tres músicos adicionales, entre ellos el bajista José Escribá, que pronto será un miembro imprescindible de los Top-Son como arreglista. Este nuevo disco, casi de circunstancias, tiene una pieza original y tres versiones (el “Jersey azul” de Adamo, “Despeinada” de Palito Ortega y “Your baby’s gone surfin” de Duane Eddy) que ya habían sido hechas en España por varios intérpretes y que los Top-Son no superan. La nueva original, “Te encontré”, casi acústica y desangelada, no aporta mucho; por otra parte la voz de Vicente, que ha de luchar contra el espectro de Bruno, necesita más rodaje. Algo parecido pasa con el siguiente y último de ese año, aunque al menos ya tenemos definido un quinteto: junto a la confirmación de José Escribá entran Alberto Gómez en la batería y Miguel Herránz en los teclados. Hay otras tres versiones decentes y una pieza original, “Si vuelvo a jugar”, que no pasa de mediocre. Pero como curiosidad tal vez les interese la versión de “Lovesick blues” que popularizó Hank Williams y que ellos convierten en la única pieza instrumental de su carrera con el título de “Blues de añoranza”. Oyéndola, uno no puede evitar la idea de que tal vez les hubiera ido mejor siguiendo el ejemplo de los Relámpagos; es decir, prescindiendo de la voz, que para mí fue el punto débil de este grupo. 


Los Top-Son se han hecho más famosos por sus actuaciones que por sus discos; y eso está muy bien, pero por desgracia su fama no va mucho más allá de Levante, donde son unos verdaderos ídolos: al igual que Bruno en sus primeros tiempos, poca gente los conoce en Madrid, aunque llegaron a actuar allí más de una vez. Y en 1965 llega su último EP, al que los cronistas definen como el mejor pero que en realidad no es muy diferente a los anteriores: es el más vendido, lo cual no significa exactamente lo mismo. Y esas ventas son debidas a una sola canción, que se convierte en el santo y seña del grupo: una vez más la compañía discográfica yerra el tiro poniendo de gancho en la portada del disco “Me has cazado”, una versión anodina de “You really got me”, que no llega ni de lejos a la altura de otras que se han hecho en español. Pero el verdadero bombazo lo constituye “Viva la gente” (y no, no es esa que ustedes están pensando), una nueva pieza de Pascual, un tanto infantil aunque con tono “reivindicativo”, que se convierte casi en un himno por aquellos lares. Gustará o no, pero fue su canto del cisne. 


Tras este disco Pascual Olivas, la máquina pensante del grupo, decide marcharse en busca de emociones más fuertes: le han ofrecido un puesto en los Huracanes (nombre a recordar para el próximo quinquenio, ya que será uno de los orgullos de Valencia y en general de todos los españoles de bien). Y aunque las actuaciones van a buen ritmo durante lo que resta del año 65, pronto comienza un trasiego de músicos que preludia el fin: los Top-Son se disuelven poco después. Aunque con el paso del tiempo algunos de los miembros originales volvieron a las andadas: el circuito de la nostalgia los tiene aún hoy en nómina. 


miércoles, 11 de septiembre de 2013

España: la travesía del desierto (XXI)


Aquí lo tenemos: Bruno Lomas, el nombre que faltaba para completar la trinidad de los grandes solistas rockeros españoles en los años 60 junto a Miguel Ríos y Micky. Es la mejor voz de las tres -de eso no hay duda- aunque su carrera está infravalorada por las mismas razones que las de los otros dos: una trayectoria musical un tanto errática, lastrada por el hecho de que al abandonar a su grupo y seguir en solitario su sello le obligó a mantener un perfil de baladista que no le hizo ningún favor. Pero además hay que añadir un carácter inmaduro con rasgos conflictivos: su excesiva afición por los coches veloces y las armas, sumada a una ideología de extrema derecha que lo llevó a Fuerza Nueva (por no hablar de su obsesión con el esoterismo y los ovnis), constituyen una carnaza biográfica que los medios periodísticos no dudaron en aprovechar. Y con su muerte en uno de sus incontables accidentes automovilísticos pareció morir también su obra, ya que las citas que suelen hacerse de él son cortas y apresuradas. Da la impresión de que los comentaristas se sienten incómodos ante la evocación de su nombre, de que aún no se le han perdonado aquellas veleidades. 

Habíamos dejado a Emilio Balldoví volviendo a Francia en 1963 con los Diávolos tras la ruptura con los Milos, sus anteriores socios, gracias a una oferta de Johnny Stark, el manager de Johnny Hallyday. Una oferta que tiene toda su lógica, ya que son dos estilos similares: tal vez Stark haya comprendido que el español tiene mucho futuro si se da a conocer en un país con menos estrecheces que las que sufre por entonces su patria. En este segundo viaje el destino final es París, donde actúan en varios locales hasta llegar al Olympia, la cumbre. Y justo en tal olimpo es donde Bruno Coquatrix, el dueño de esa sala entre otras muchas cosas, rebautiza a Emilio con su propio nombre: Bruno et ses Rockeros recorren media Francia durante casi un año -donde graban un single patrocinado por Coquatrix-, la gira se amplía a varios paises del centro y norte de Europa y vuelven a España forrados, con un equipo que será la envidia de los músicos nacionales. Para completar la metamorfosis se desprende de sus gafas, se cambia el flequillo y se adjunta el “Lomas” (en honor según él a unas lomas que veía al pasar por una carretera de Valencia). 

El single en cuestión resume muy bien la ambivalencia de Bruno: la cara B contiene “Perfidia”, un bolero clásico del repertorio latino que los Rockeros “aceleran” dándole un leve tono surf que la hace deliciosa. Y en la cara A encontramos la primera composición propia de nuestro amigo: “Sí sí, nena” un rock and roll blanco del cual en su época se sugirió que tal vez se trataba de una copia del “Whole lotta shakin’ goin’ on” del eximio Jerry Lee Lewis. Es cierto que tiene un aire con ella, pero no tanto como para considerarla un plagio. Es una buena canción, y tal vez por el valor añadido de ser su primer intento como compositor le cogió tanto cariño que la regrabaría para incluirla en su primer disco grabado en España; aunque yo prefiero esta, que muestra con más fidelidad su potente tono vocal. 


A finales del año 64, de vuelta aquí y a pesar de su éxito en Francia, Bruno se enfrenta a la evidencia de que ha de volver a empezar desde cero en su propio país: Los Milos fueron un grupo minoritario, y solo Valencia conoce el increíble magnetismo de su voz. El modo más rápido de trascender es presentarse y por supuesto ganar en un concurso musical de talla como es “Salto a la fama”, un salto que lo lleva directamente al gigante EMI, donde vivirá su mejor época grabando en el subsello Regal. Poco a poco se va haciendo conocido a nivel nacional, y la mejor demostración es que en 1965, el primer año de su nueva carrera, graba nada menos que siete Eps, algo que ningún debutante había conseguido hasta entonces. Pero como la época del rock and roll está declinando, la mayor parte de su material se inspirará en el beat y las piezas melódicas: en su primer EP vemos una digna versión de “La casa del sol naciente” (aunque no llega a la altura de la que hicieron Lone Star) y otra del “Sweets for my sweet” de los Drifters, que él convierte en “Por ese amor”, muy bien defendida. Las otras dos canciones son suyas: el “Sí sí, nena” que había escrito para su single francés, y “Ahora sé”, una bonita canción que reitera la talla de Bruno como compositor, sin nada que envidiar al resto de la producción nacional. En cuanto a los Rockeros, ya le están disputando a los Relámpagos el título de mejor grupo de acompañamiento. 


Su fama, que en Levante es enorme, se va ampliando al resto de España a base de grandes versiones del rock and roll tradicional y el moderno beat alternando con baladas en las que se le ve muy cómodo, gracias a ese chorro de voz que posee. Y su definitiva inclusión entre los grandes llega con un nuevo festival, esta vez el de la Canción Mediterránea, en pleno verano: con “El mensaje”, compuesta por el Dúo Dinámico, consigue el segundo puesto y la fama nacional (aunque se trata de una balada sin mucho gancho, las cosas como son). Desde ahí hasta final del año siguen apareciendo nuevas grabaciones de Bruno con una regularidad casi mensual, lo que por supuesto no es garantía de que todas las canciones hayan sido bien elegidas. En su último disco aparece una versión excelente del “I got a woman” de Ray Charles, donde se demuestra que Bruno sabe dar la talla enfrentándose a los grandes; aunque tal vez tanto EMI como él deberían dosificar con más tranquilidad el ritmo de publicaciones para no quemarse. 


Como ya saben los asíduos, esta travesía española abarca el primer quinquenio de la década; lo cual implica que aquí dejamos de momento la trayectoria de Bruno, como hemos hecho con los demás protagonistas de nuestro viaje. Pero puedo adelantarles que en 1966 EMI lo convencerá para que prescinda de los Rockeros y se anuncie con su solo nombre (“eso de Fulanito y los Otros ya no se lleva”). Es una decisión difícil, que lo llevará hacia un terreno más cercano a los crooners y que ya veremos si le compensa o no: con esa duda nos quedamos. 

Ah, y una vez más he de recomendarles que se den una vuelta por el local del señor Sebas, que de nuevo supera de largo este post con un sentido y profuso retrato de Bruno: es paisano suyo, y con eso está dicho todo. 


 


miércoles, 4 de septiembre de 2013

España: la travesía del desierto (XX)


Después de haber rendido homenaje a los Javaloyas (el nombre más popular de la zona con mucha diferencia) y por extensión a todas esas sufridas agrupaciones que animaron el panorama musical de aquella oscura España, seguimos nuestro viaje levantino en la búsqueda de ofertas un poco más ajustadas a nuestras querencias. Y el primer grupo decididamente "moderno" de la comunidad valenciana son los Milos, un trío de corta existencia pero que en su momento resultó novedoso ya que su repertorio, a diferencia de la mayoría de sus paisanos, se basa principalmente en los ritmos americanos antes que los italianos o franceses aunque también tengan piezas de ese estilo. Por otra parte fue la agrupación que dio a conocer a una de las grandes voces rockeras nacionales: Bruno Lomas, nada menos. 

Hay que reconocer que su actitud es casi heroica: alternando los estudios con la afición musical (a pesar de alguna oposición paterna) y con una instrumentación primitiva supieron hacer de la necesidad virtud, ya que en sus principios los Milos disponían de dos guitarras acústicas y una eléctrica de construcción artesanal. Sin bajo ni batería, era evidente que su única posibilidad estaba en conseguir unas voces bien conjuntadas, al estilo de los Everly Brothers o la escuela duduá de Dion con los Belmonts, y a ello se ponen a finales de 1959 Emilio Balldoví (voz principal y guitarra ocasional), Salvador Blesa (guitarra solista y voz) y Vicente Castelló (rítmica y voz). Hubo en los primeros tiempos un cuarto componente llamado Ramón Pellejero, que se marchará muy pronto y que poco después comenzará a hacerse conocido con su nombre en catalán: se trata del señor Raimon, uno de los máximos exponentes de la Nova Cançó. Vicente, el mayor, tiene amistades en los Estados Unidos, y gracias a eso van recibiendo información y discos que definitivamente revolucionan a los otros dos. Y el más afectado por la exposición a tales sonidos resulta ser Emilio, admirador de Buddy Holly hasta tal extremo que adopta su estética gafapasta y se nos presenta en las fotografías con ese adminículo innecesario en él; pero además el trío luce en sus primeros tiempos unos vistosos pantalones de cuero negro, un hecho que hoy nos puede parecer nimio pero que resultó poco menos que revolucionario en el apacible Levante de la época. 

Sus comienzos resultan meteóricos, ya que en menos de un año actúan en varias salas, ganan un concurso de nuevos talentos, saltan a Barcelona, llegan a la televisión y de ahí a grabar su primer EP. Por desgracia Discophon, el sello recién creado que les toca en suerte, no es precisamente un prodigio tecnológico; y ese hecho, sumado a la pobre instrumentación del trío -acompañado por una base rítmica de alquiler- hace que nos hallemos ante un artefacto de sonido rudimentario. Por otra parte, aún están verdes: la selección no es mala (“Be bop a-lula” o “Teddy girl”, por ejemplo), pero se nota que necesitan rodaje. Tal vez deberían haber esperado un poco más. El disco pasa casi desapercibido, pero en 1961 la situación mejora bastante con el segundo: aunque el sonido sigue siendo deficiente, se les ve más conjuntados. Y como era de esperar, por fin llega el homenaje debido a Buddy Holly: “Rave on”, que ellos traducen como “Estoy chispa”. No tiene la fuerza del original -con esa instrumentación es imposible- pero sus voces bien empastadas la defienden con dignidad. Por otra parte, y a pesar de algún detalle sonrojante como esos “Love me for ever” que se oyen a veces, Emilio ya suelta algún gritito y Salvador demuestra su habilidad con los punteos. 


Aunque esa grabación no sea precisamente un éxito, los hace suficientemente populares como para dedicarse con más empeño a la profesión y mejorar su equipo. Y poco después, a finales del verano del 61, llega el momento cumbre de los Milos con su siguiente disco, ya que en él se encuentran las dos versiones más recordadas del trío: la inevitable “Zapatos azules de gamuza”, el gran y único éxito del señor Perkins, y “Lucille”, demostrando con ella que también el rock and roll negro de los santones como Little Richard estaba en sus preferencias. Ah, y el bueno de Emilio comienza a desatarse, sobre todo con la de Richard



Y llegamos a 1962, un año turbulento que marca el final del trío. Salvador, el más serio, decide que aquel no es su mundo y abandona para seguir sus estudios, siendo sustituido por Pascual Olivas; con él graban su cuarto disco, que resulta ser horroroso y no porque yo lo diga sino porque ellos mismos lo reconocieron: el sonido es especialmente malo, y el salto del rock and roll al madison los convierte en un supuesto grupo de baile con un estilo que no es el suyo. Son contratados para una actuación en Valencia junto a Johnny Hallyday poco después, y el mánager de Johnny les ofrece una gira por el sur de Francia. Pero lo que pudo haber sido un relanzamiento se convierte en el golpe de gracia, ya que solo Emilio acepta el reto; los otros dos, que consiguen un nuevo contrato con EMI, se desentienden de él e intentan seguir adelante con nuevos miembros. Y resulta que Discophon es la propietaria del nombre, lo cual les obliga a buscar uno nuevo: a partir de ahora serán los Top-Son, que arrancan a finales del 63 como dúo y del que hablaremos pronto.

Aunque hablaremos antes de Emilio, que se asocia a toda prisa con los Diávolos (un pequeño grupo valenciano) para que le acompañen a Francia. Y a la vuelta se encuentra con el lío Milos/Top-Son, del cual nadie le había informado. Así que decide olvidarse de sus antiguos compañeros, rebautiza a los nuevos como “Los Rockeros” y vuelve a Francia, donde también él se rebautiza: ahora se hace llamar Bruno Lomas. Y claro, dicho esto ya se pueden imaginar de qué va el próximo rollo que les aguarda en este tugurio.