miércoles, 26 de octubre de 2022

1982... (Fiesta)

Los años 80 vuelven a ser protagonistas de una fiesta en este bar. Aunque ya comienzan a surgir los nubarrones que anuncian un nuevo fin de época: si en la transición entre la década anterior y esta se mantenía aquella efervescencia surgida en los albores de la new wave, a medida que pasan los años todo se va volviendo más previsible. La mayor parte de los grandes nombres del 76/80 son ahora figuras establecidas o han pasado de moda, pero ya pocas sorpresas podemos esperar de ellos salvo -al menos en el caso de las figuras- un tránsito hacia la madurez que por lo general implica una obra de buena factura, pero poca emoción. Vamos, que el panorama general ya evoca esa decadencia cíclica que sobreviene como preludio de una nueva era, o eso se supone. Los músicos surgidos en estos tiempos no suelen ser muy brillantes, porque aún van al rebufo de las viejas pautas y además están muy resabiados, buscando antes un nicho comercial que cualquier otra cosa. Por supuesto los sellos colaboran activamente en esa estrategia, ya que lo suyo siempre ha sido exprimir las situaciones al máximo: aquel refrán de "más vale malo conocido que bueno por conocer" les va como anillo al dedo. Pero aquí nos guiamos por aquel otro que dice "a mal tiempo, buena cara", así que nos arreglaremos con lo que hay. Y lo que hay, como siempre, son 12+1 selecciones de las que esperamos que les agraden unas cuantas. Así que vamos allá: 

Un ejemplo notorio de figura rutilante que encara su madurez es el ínclito Paul Weller, El Señor De Los Jam, que demostró ser tan honrado como valiente liquidando aquel grupo de leyenda cuando estaba en lo más alto, a finales de 1982, para zozobra de sus compañeros de armas y tristeza de sus súbditos. Según él, comenzaba a sentirse presionado por la inercia que arrastraba una banda y un repertorio santificados como los más gloriosos representantes de la corriente neo mod surgida en la Isla. Aquel equilibrio entre el punk pop y las querencias negroides se había ido deslizando progresivamente hacia estas últimas, y un buen día se presenta bajo el formato de dúo junto a Mick Talbot, ex teclista de los Merton Parkas (y brevemente de los Dexys Midnight Runners), bajo el nombre de Style Council. Según Weller, su objetivo era "buscar una conexión entre Small Faces y los músicos británicos de jazz moderno en los primeros años sesenta", aunque en la práctica hubo mucho más de esto último que de lo primero: quien conozca el estilo de un Georgie Fame, por ejemplo, puede hacerse una idea. Duraron siete años, que hasta en su opinión fueron muchos, y tuvieron un éxito relativo por momentos: la mayor parte de seguidores considera que "Our favourite shop", su tercer disco grande, publicado en 1985, fue el mejor; ahí viene "Walls come tumbling down", que lo cierra y es tal vez su pieza más popular.

Otro veterano que durante un tiempo formará dúo es Howard Devoto, antiguo maestro de la espléndida logia Magazine. A diferencia de Weller con los Jam, Devoto nunca consiguió que su grupo saliese del sector de culto, que tanto prestigio da como popularidad quita: a pesar de ser uno de los más brillantes referentes del afterpunk, solo consiguió unas ventas razonables con su tercer disco. El caso es que a mediados de 1981 desaparece de escena y no hay noticias suyas hasta dos años después, cuando presenta un disco en solitario que será también el único y que en esencia es una prolongación de su última época con el grupo: no es malo, pero tampoco imprescindible. De nuevo se le pierde la pista y de nuevo protagoniza una "rentrée", en 1987, esta vez junto al multinstrumentista y compositor Norman Fisher-Jones, conocido en el mundillo musical como Noko, que ha tocado con infinidad de gente. El dúo se hace llamar Luxuria y debuta ya en 1988 con un Lp titulado "Unanswerable lust", que se abre con "Redneck", un relativo éxito en single. Tanto este disco como un segundo y último que se publicó en 1990 adolecen del mismo problema que tenía su debut, y Devoto volvió a sus trabajos alternativos hasta que ya en este siglo se le vio en solitario o al frente de unos renacidos Magazine durante un tiempo.

Siguiendo con los veteranos "de culto" nos visita ahora Jon Langford, uno de los principales elementos del magma contracultural de Leeds en la época punk y co-fundador de los inolvidables Mekons (que por cierto, siguen en activo). La lista de actividades musicales y "político sociales" de Langford a uno y otro lado del océano es enorme; pero lo primero que hizo en 1981, tras abandonar a los Mekons, fue crear un grupo que habría de mantener su misma esencia combativa pero que por otra parte desarrollase una mayor riqueza tanto técnica como creativa. Y poco después se presenta al frente del trío The Three Johns, que duró casi diez años y alcanzó un gran reconocimiento entre los aficionados más devotos del rico underground post punk británico. Los Tres Juanes debutan en 1983 con "English white boy engineer", una pieza que ya había compuesto Langford en su época con los Mekons y que no llegó a grabarse por entonces. Ni que decir tiene que los fans de los Mekons lo somos también de este trío.

Adrian Godfrey, emboscado desde que comenzó su carrera musical bajo el alias de Nikki Sudden, también había comenzado en el mundo post punk: los legendarios Swell Maps, que ya nos visitaron en otra fiesta, se deben a él en gran parte. Tras la liquidación de ese grupo y un período de tiempo un tanto titubeante, por fin en 1983/84 se consolida una oferta estable bajo el formato de dúo junto a Dave Kusworth (ex de los Subterranean Hawks, con más leyenda que obra) y apoyados con frecuencia por otros músicos entre los que se incluye su hermano, de alias Epic Soundtracks, que le ya había acompañado en los Maps. El dúo se hace llamar Jacobites, y son otro nombre más para la leyenda outsider británica aunque sus querencias son bastante clásicas: el estilo e incluso el tono en la voz de Sudden podría recordar al mismísimo Dylan, mientras que los ritmos y las estructuras musicales tienen algo de la escuela rock británica de los años 70. Eso sí, sus guitarras acústicas podían sonar con la misma potencia que si fuesen eléctricas, y tienen unas cuantas piezas realmente buenas. Por ejemplo, esta:

El mundillo post punk en su vertiente más experimental y vanguardista ha dado a luz a unos cuantos personajes muy curiosos en la Isla; la mayoría de ellos engrosa el listado de los músicos "de culto", lo cual no siempre es suficiente siquiera para mantenerse en el negocio. Pero a veces surgen algunos tan polifacéticos que consiguen alternar varias ocupaciones artísticas al mismo tiempo, y ese es el caso de la adorable aunque muy rarita Danielle Dax, que estéticamente y en sus momentos más glamurosos podía parecer un cruce entre Siouxsie y Madonna. Ya de niña estaba acostumbrada a los escenarios, participando en obras teatrales infantiles y llegando incluso a cantar ópera. Cumplió los veinte años como teclista de los Lemon Kittens, un grupo art punk también muy rarito, y para entonces ya dominaba tres o cuatro instrumentos. Luego colaboró con Robert Fripp y Robert Wyatt entre otros -tanto en lo musical como dibujando portadas y fondos- y por fin en 1983 se presenta en solitario con un disco en el que toca todos los instrumentos y produce ella misma: al cabo de dos o tres escuchas se va descubriendo su categoría, pero cuesta. De ahí hasta 1990 grabó otros tres, y luego siguió haciendo otras cuantas cosas, siempre en su línea de artista multimedia. El caso es que a partir del segundo se va percibiendo un intento por hacerse más comprensible, y sobre todo los dos últimos están muy bien equilibrados: esta "Flashback", por ejemplo, podría haber sido un éxito mediano en single.

Otro músico vanguardista que suele trabajar en solitario es Matt Johnson, cantante y compositor cuya especialidad son los teclados de todo tipo aunque también domina la guitarra. En sus primeros tiempos, entre el 79 y el 80, se presentaba en un formato "asociativo" que iba desde los dos miembros hasta cuatro, pero cuando publica su primer disco lo hace a su nombre. Es, como en el caso de la señorita Dax, demasiado experimental para aquel momento, aunque luego se ha reivindicado; y esa reivindicación se debe en gran parte al éxito que consiguió poco después, al replantearse su carrera y reaparecer bajo el nombre de The The. Es decir, haciendo parecer que se trata de un grupo, aunque los músicos que le acompañan son intercambiables. The The publica su primer single a finales de 1982, y ya en ese momento consigue que la crítica y el público "alternativo" lo alaben como uno de los más significados exponentes del synth pop arty, capaz de llegar tanto a las discotecas como a las radios de calidad con su mixtura melancólica a base de una estructura electrónica innovadora y un gran dominio de ritmo y melodía. Sus primeros discos son magníficos, aunque como era de esperar fue perdiendo fuelle en los 90. Ya era otro mundo.

Más "alternativos": aquí tenemos a Nick Saloman, que se presenta al frente de una banda a la que bautizó como The Bevis Frond. La historia de este hombre es sorprendente, puesto que toda su carrera ha transcurrido al margen de la industria convencional y sin embargo tiene un buen puñado de seguidores distribuidos por todo el planeta. Saloman, que comenzó de niño aficionándose al rock and roll y luego fue un fanático de la psicodelia tradicional (más del bando oscuro que del poppie), ya había militado en algunos grupos de su zona cuando el punk y los sonidos más rugosos comienzan a ponerse de moda; como él mismo dice, la sucesión de unos estilos y otros lo llevó a buscar uno propio en el que hubiese "un poco de Hendrix, un poco de los Wipers y otro poco de los Byrds, pero con el estilo británico". Pero a mediados de 1982 sufre un accidente de moto, por culpa de un bache enorme en plena calle que lo manda al hospital durante unos meses y le deja una ligera invalidez en un brazo; tras un juicio, el ayuntamiento de Candem se ve obligado a pagarle una indemnización, y con ella se compra equipo musical y una grabadora de cuatro pistas con la que en 1986 graba el primer Lp de ese grupo recién creado en el que él toca casi todos los instrumentos. El disco se titula "Miasma"; todavía le queda dinero para financiar el lanzamiento de quinientas copias, que publica en su propio sello con una portada cuyas figuras recuerdan inevitablemente a Lovecraft, y para su propia sorpresa los vendió en un período de tiempo corto. Y ahí empieza una historia que lo ha traído hasta hoy mismo, con más de veinte discos publicados. Esta pieza forma parte de aquel debut.

De vez en cuando también surgen grupos que parecen salirse del guión temporal, pero que si tienen la suficiente creatividad consiguen llegar a crearse un carácter y por consecuencia una fiel parroquia de fans. Y ese es el caso de los Godfathers: justo en mitad de la década, tras una breve fase de aprendizaje de algunos de sus miembros en pequeños grupos de la ciudad, surge en Londres un quinteto que parece haber viajado a la época "freakbeat" de los años 60 para coger inspiración. Destaca el hecho de que Peter Coyne, su cantante y frontman, había trabajado durante un tiempo como comentarista musical; o sea, que sabía lo que estaba haciendo. Así que se presentan a mediados de 1985 con sus trajes bien cortados, al más puro estilo mafioso, y con una contundencia que rescata el estilo r'n'b de las viejas bandas británicas con un leve toque punk que actualiza ese sonido. Pero, como siempre, lo fundamental es saber crear piezas con gancho, y de esas tienen unas cuantas: oigan si no esta furibunda "I want everything", que fue uno de sus primeros singles y abre la recopilación "Hit by hit", primer disco grande del grupo antes de su debut oficial. Los Godfathers siguen en activo, o seguían hace muy poco, aunque Coyne se ha ido. Y su último disco (tienen más de una docena) es de este mismo año. 

Y para que no se haga monótona una exposición excesiva al underground, salimos un rato a que nos dé el aire mainstream. Hay varios músicos surgidos ya en la época new wave que van reorientando su carrera a medida que pasa el tiempo y ven que el éxito no llega: ese fue el caso de Roland Orzabal y Curt Smith, que se habían metido en el negocio a finales de la década anterior al rebufo de la ola neo mod iniciada por los Jam. Su primer grupo, los Graduate, formaba parte de ese pelotón en el que militaban los Lambrettas, Merton Parkas y otros cuantos devotos de los viejos tiempos, e incluso llegaron a grabar un Lp que iba desde la new wave hasta el ska pero que pasó bastante desapercibido (también en España, aunque se les vio en televisión). Con la nueva década y el advenimiento del pop electrónico, deciden cambiar de perspectiva; y especialmente Orzabal, que domina guitarras y teclados además de cantar, se aficiona tanto al synth pop como a las bandas de funk blanco "intelectualizado" como los Talking Heads. Así que buscando una tercera vía y junto a Smith (bajista) se presentan como dúo bajo el nombre de Tears For Fears a finales de 1981. Su ascenso al estrellato comenzará el año siguiente con singles como "Mad world", que resume muy bien ese espíritu de melancólico vigor que los mantendrá en lo más alto de las listas durante unos años.

Una de las opciones más exitosas a partir de finales de la década -y que se harán intemporales- son los grupos de pop con chica que canta y guitarrillas que rasguean con escalas venenosas. Hay unos cuantos, y es una mezcla que a los de mi condición nos hechiza; pero como ya sé que en este bar la mayoría de los clientes son gente seria, solo pondré uno: los Darling Buds, que representan perfectamente este estilo y que además son de los primeros en marcar la transición entre los 80 y los 90. Se presentan en 1988, claramente influenciados por el sello Blondie, aunque al estilo british: preponderancia de cuerdas sobre teclados, y chica no tan deslumbrante pero que modula muy bien la voz. Su época de gloria va de ese momento hasta 1992, y solo publicaron tres discos grandes; aunque se han ido y han vuelto varias veces, e incluso amagan con publicar algo nuevo pronto. Mientras esperamos, aquí les dejo esta irresistible "Burst", una de sus piezas estrella. Es pop nervioso, juguetón, sin pretensiones, pero... quedamos en que esto era una fiesta, ¿no?

El listado de músicos, tanto solistas como en grupos, que comienzan fuerte pero se desinflan muy rápido es interminable, y suele deberse a una de dos razones: o las ideas eran brillantes pero escasas o esos músicos son muy veletas y van de una ocurrencia a otra muy diferente en cuestión de meses. Tomemos por ejemplo a los Woodentops: surgidos en 1983 y tras algunos singles que adquieren el estatus "de culto" gracias al boca a boca, su Lp de debut en 1986 es antológico. Se titula "Giant" y en él hay una mezcla muy lúcida de varias corrientes distintas que van desde el tono melódico americano hasta un pop entre vanguardista y tradicional con melodías excelentes y un uso sorpresivo de instrumentos como el acordeón, la trompeta o la marimba. En suma, indefinible pero magnífico. Y todo eso va desapareciendo en poco tiempo, porque tras la marcha de Rolo McGinty (un ex Jazz Butcher que en gran parte era el espíritu de este nuevo grupo), sus antiguos compañeros sustituyen ritmos y estilos por otros que se acercan al funk electrónico y que se solidifican en su segundo disco, desorientando a una masa de fans que de pronto se quedan en el aire. La crítica y una minoría de seguidores defienden con la misma pasión un disco que el otro, pero no fue suficiente: ahí termina su producción hasta 2014, en una breve reunión seguida de una nueva desbandada. Lástima.


La docena se cierra con uno de los muy escasos grupos británicos que, surgidos en los años 80, todavía hoy siguen manteniendo un nivel de dignidad sorprendente: se trata de Primal Scream, cuyos comienzos a mediados de la década no parecían presagiar el nivel al que llegaron luego. Al frente está el escocés Bobby Gillespie, un geniecillo inquieto que domina unos cuantos instrumentos de todo tipo pero que prefiere centrarse en su función como cantante y frontman. El grupo es creación suya (aunque la formación es relativamente estable), y tras una breve época en la que compaginó ese trabajo con el puesto de batería en los Jesus & Mary Chain, ha estado casi ininterrumpidamente recorriendo el planeta en giras interminables y grabando discos: van más de una docena. Y lo curioso del asunto es que no decae su interés por la experimentación y los ritmos de vanguardia al mismo tiempo que en sus momentos más tradicionales puede hacer que su grupo recuerde a los Rolling Stones de los años 70. De entre su obra destaca "Screamadelica", su tercer disco, publicado en 1991 y que se convirtió en uno de los más brillantes -si no el más- de toda la oferta británica en aquella década. Y ese disco, ecléctico donde los haya, se abre con "Movin' on up", una curiosa mezcla de góspel, pop y rock, que aún hoy es una de las favoritas en sus directos. Primal Scream, como los Pixies en Estados Unidos, son los últimos ejemplares nacidos de la ya extinta raza de los gigantes.

La selección 12+1, como siempre fuera de programa, esta vez también va fuera de tiempo aunque se grabó en 1982. Incluso su intérprete parece casi inconveniente para las modernuras de esta década: se trata de Phil Collins, que en ese año presentó su segundo disco grande en solitario y en el que incluye una versión que podríamos considerar como "anacrónica": mister Collins, fan confeso de la Tamla Motown, se atreve nada menos que con "You can't hurry love", una de las piezas más famosas de las divinas Supremes, y aún encima sale con bien del trance. Es verdad que la magnificencia de esa canción ya te da mucho trabajo hecho, pero también que si no sabes ajustarte a ella el resultado puede ser un ridículo cósmico. Collins ya tiene años y carrera encima como para saber hacerlo, con lo cual el resultado es memorable: publicada en single tuvo una época dorada en radios, bares y discotecas, que de pronto descubrían un tesoro oculto para las nuevas generaciones. Y sin embargo lo único que estaba haciendo era seguir la moda: el soul y la Motown son dos "descubrimientos" que ya habían hecho Weller y sus Jam pocos años antes, y que como ya vimos habían conseguido crear tendencia. Así que en realidad Collins redondea el círculo y la fiesta con esa interpretación tan fiel al estilo de la pieza y aquel vídeo de dos pesetas cuya grandeza está en su sencillez. Alabado sea.

Y esto es todo, amigos. Como siempre, pinchando aquí podrán ustedes llevarse esta fiesta a su casa, debidamente amplificada para que dure un poco más. Esos sí, tengan cuidado con las lesiones musculares, que la mayoría de los clientes de este bar ya son un poco viejunos.


lunes, 10 de octubre de 2022

1982... (XVI)

Sí señor, David Bowie otra vez. Es un personaje fundamental en la historia de la música popular británica desde los años 60, y no solo por su obra sino también por la influencia que ejerce sobre gran parte de los músicos contemporáneos y posteriores. Además hay que tener en cuenta que él mismo, a su vez, es un filtro por el que pasa gran parte de la herencia musical de épocas y lugares distintos: él es responsable en gran medida de la resurrección del garaje estadounidense de los años 60 gracias a su época glam, del mismo modo que luego actualiza el funk añadiendo el toque "pálido" a una música que hasta entonces era casi exclusivamente negra; y a continuación viaja hacia un mundo tan distinto como la nueva electrónica alemana, que él refina dando origen a una de sus épocas más brillantes. Durante todo ese tiempo, su mérito, como el de muchos grandes creadores, es haber sabido utilizar los materiales ya existentes para recrearlos y presentar una obra nueva. Bowie es el reciclaje en su mejor expresión, y se equivocan los que dicen que se limita a copiar. Él ha marcado las líneas principales de los estilos que triunfaron durante muchos años en Europa como mínimo, y es una de las referencias de mayor calado para cientos de músicos que vinieron tras él: eso no lo consigue un mero copista. 

Ya vimos que tras su época alemana comenzó una nueva metamorfosis cuyo resultado fue "Scary monsters", un disco publicado ya en 1980 y con el que su entrada en la nueva década es impecable, ya que suena muy actual aún hoy en día. En parte transmite la sensación de estar haciendo un repaso que abarca prácticamente toda su trayectoria artística, casi desde su arranque pop pasando por la fase glam (sugerida en la portada y en la recuperación de algunas canciones de aquellos años para el directo), con ingredientes funk de su época americana y por supuesto aplicando con frecuencia las enseñanzas alemanas tanto en la estructura de las canciones como en el arreglo del sonido. Pero además se nota un nuevo toque, entre épico y posmoderno, que lo hermana hasta cierto punto con las querencias que mantienen algunos músicos del momento como los nuevos románticos o personajes como Jim Kerr, de los Simple Minds, que reconoce en el Duque a uno de sus principales referentes. Por lo tanto, en ese momento Bowie ha conseguido de nuevo estar en la cresta de la ola. Y aunque no todos sus seguidores veteranos están muy conformes, sabe ampliar el mercado haciendo guiños a sectores más amplios: la participación junto a Queen para grabar un single en el 81 o su presencia en una obra teatral televisada de Bertolt Bretch en el 82 le dan una "visibilidad", como se dice ahora, a gran escala.

Su siguiente disco llega en la primavera del 83, y de nuevo nos sorprende con otro cambio, que se resume perfectamente en su título: "Let's dance". Bowie vuelve a demostrar su finísimo olfato para otear el horizonte, y ya ha entendido que se acabó para él la época de experimentaciones y vanguardias. El nuevo público que va llegando a sus directos es mucho más "ligero", como reflejo de la época en la que estamos entrando, y él ya tiene una edad como para saber rentabilizar el apellido. En consecuencia, entra en una nueva "época americana" en la que hará valer sus conocimientos sobre el funk; y además se hace acompañar de Nile Rodgers, líder de los Chic (una de las glorias de la música disco en los 70/80), para que le ayude en la producción. Como resultado de esa asociación, aquí se contienen algunas piezas de primer nivel para las discotecas de la época, como la que da título al disco, la tremebunda "Modern love", la ensoñadora "China girl" o la abrasadora "Cat people", sin ir más lejos. Además sus vídeos están muy bien hechos, hasta el extremo de que tienen vida propia, al margen de la calidad de las canciones a las que acompañan. Caso aparte es el oyente "domiciliario", cuyas expectativas iban por otros derroteros y que a la tercera o cuarta escucha ya se va cansando de tanta elegancia y exquisitez discotequera (y la imagen cansa antes que el sonido: la televisión acababa saturando las posibilidades de las canciones con una exagerada reiteración de esos vídeos). En consecuencia, pasaron las dos cosas que tenían que pasar: Bowie se forró con un disco que fue platino en medio mundo, y la escisión que había comenzado con el anterior se hace mucho más patente ahora. Los fans de toda la vida se refugian, como los nuevos músicos emergentes, en su producción de los años 60/70. Por supuesto, la gira correspondiente fue a tono con el disco y con el nuevo papel de Bowie: se bautizó como "Serious Moonlight Tour", duró seis meses y por supuesto fue muy rentable.


Con tales antecedentes, llega "Tonight" en 1984. Y por primera vez en la carrera de este señor, casi todo el mundo suponía lo que iba a encontrarse en ese disco: una continuación del anterior. En la canción que le da título la voz principal es la de Tina Turner, mientras que Iggy Pop hace coros en "Dancing with the big boys". De todos modos, la lista de participantes es amplia. La impresión general, incluso entre sus nuevos fans, es que no está a la altura del anterior. Se nota mucho que no tenía material suficiente, porque más de la mitad son versiones y Bowie nunca fue bueno en eso; por ejemplo, el "God only knows" de los Beach Boys no me parece que mejore mucho aquí. Que por cierto, volvamos con "Tonight", una pieza de Iggy Pop que canta Bowie a medias con la Turner: ¿a qué viene ese cambio de estilo, esa versión reggae? Y lo más curioso de todo es que las dos únicas canciones completamente suyas son también las mejores, sobre todo la magnífica "Blue jean". O sea, que podía haber cubierto el año con un single. Supongo que sería el contrato lo que le obligó a sacar disco grande. Eso sí, le honra su frecuente sentido de la autocrítica: el mismo reconoció después que esa no fue su mejor época. Una época que alcanza su momento más desastroso (también reconocido por él) con "Never let me down", publicado en el 87. Pero por lo demás, las cosas le van muy bien: actúa en 1985 en el estadio de Wembley, en el Live Aid, donde se estrena una versión de "Dancing in the street" junto a Mick Jagger, hace músicas para películas e incluso es actor en algunas. Tampoco ha destacado nunca en la carrera actoral, a pesar de su avasallador dominio de la escena como músico. 

Y luego ya entre los 80 y los 90 se limita a seguir el rebufo de la actualidad, cuando en sus buenos tiempos era él quien la dictaba. En vista de que vuelve el rock denso, hace algún disco de ese tipo e incluso crea una banda llamada Tin Machine en la que descaradamente intenta imitar a los Pixies, sus nuevos ídolos: dos discos duró la aventura. Luego volvió en parte a sus querencias electrónicas e industriales y murió al pie del cañón, lo cual le honra. Hacía mucho que ya no le seguía la pista, pero eso no quita para reconocer que fue de lo más grande que ha dado el pop, y que desde luego sin él la historia hubiese sido distinta. Eso le debemos, y con él terminamos esta serie: lo que pase a partir de los 90 ya no es asunto de este bar. Y como siempre, tras el rollo macabeo viene la fiesta. Quedan invitados.


lunes, 3 de octubre de 2022

1982... (XV)

La nómina de músicos veteranos, los que llevan más de diez o quince años de carrera, no es muy amplia. Parece que a los grupos les resulta más fácil resistir, y a estas alturas ya hay varios que siguen en el negocio sin desahogos: el triunfo de los Beatles hizo que desde entonces haya sido más popular ese concepto que el de "solista". Así que, salvo algunos nombres ya casi ajenos al tiempo, la mayoría se han retirado o sobreviven en circuitos menores. En cualquier caso, ni los instrumentistas ni los cantantes de los años 60/70 tienen ya mucho que ofrecer: los primeros se limitan a reiterar su antiguo repertorio o se refugian en los estilos de toda la vida (Eric Clapton es el ejemplo de manual) mientras que los cantantes ya cantan lo que sea: Rod Stewart, Tina Turner o Joe Cocker, sin ir más lejos. Así que la figura de los personajes creativos como Peter Gabriel o Bowie cobra más importancia, porque desde sus inicios han tratado siempre de evolucionar: no se duermen en los laureles, como suele decirse, sino que están buscando nuevas alternativas continuamente, aunque su obra más reciente haya tenido éxito. Y hoy tenemos aquí, de nuevo, al señor Gabriel: nunca ha conseguido la unanimidad que suscita Bowie, tal vez porque es un poco más "intrincado" que él, pero me parece uno de los músicos más valiosos de la Isla.

Gabriel había publicado su tercer disco a principios de 1980, y el cuarto no llegó hasta casi tres años después debido al gran número de giras que estaba haciendo por medio mundo y a un creciente interés en la electrónica: siempre ha querido estar al día en todo lo que se refiere a los artilugios musicales, e incluso se implica de forma creciente en la producción. Así que, entre gira y gira, va grabando algunas piezas nuevas en un pequeño estudio portátil que maneja él solo y a las que da conclusión ya en estudio en 1982. El disco se publica en otoño y, como los tres anteriores, no lleva título aunque, también como ellos, acaba recibiendo uno "apócrifo": "Security" (especialmente en Estados Unidos: esa idea suya de que la gente se limite a numerar los discos de forma inconsciente, como si los títulos no tuviesen importancia, pone nervioso a su distribuidor allí). Y de nuevo consigue equilibrar un estilo personal, claramente reconocible, con su instinto de evolución permanente: el tipo de melodía y la forma de cantar son inconfundibles (la esencia de ese estilo se forjó entre el primero y el segundo disco), pero sigue profundizando en la variedad de recursos que le ofrecen los nuevos aparatos. Se muestra admirado de las posibilidades de las modernas cajas de ritmos, con esa facilidad para memorizar, guardar y desarrollar o mezclar más delante y en contextos diferentes, algo que puede hacer él mismo sin necesidad de tener que discutir sus ideas con un batería profesional. Por otra parte cada vez se nota más su admiración por las percusiones de tipo africano, tanto como por sus juegos de voces (ya llevaba un tiempo participando en sesiones con músicos de allí): ya la apertura con "Rhythm of the heat" lo demuestra, pero hay rasgos de esa influencia en mayor o menor medida lo largo de casi todo el disco. El contraste lo pone "San Jacinto", la siguiente en aparecer, que es como un alter ego de la anterior: aquí Gabriel hace un trabajo casi atmosférico en el que demuestra su dominio también sobre los sintetizadores; y luego llega "I have the touch", una especie de marcha electrónica que en poco tiempo formará parte de su repertorio clásico -igual que "Shock the monkey", un éxito en single-, y así hasta el cierre con "Kiss of life", una incursión en los ritmos latinos como base para desarrollar una nueva perspectiva.


La edad dorada de Gabriel se cierra con un magnífico broche: el doble en directo "Plays live", confeccionado básicamente con cuatro actuaciones en Estados Unidos a finales del 82, en la gira de presentación de su cuarto disco, y que llega a las tiendas en el verano del año siguiente. El directo siempre ha sido uno de sus puntos fuertes desde su época en Genesis, cuando aprendió a convertir cada actuación en una mezcla de música y teatro muy visual, muy plástica. Ahora que además domina los trucos de grabación el resultado es impecable, con un sonido que está muy por encima de la media de los directos convencionales: aunque él mismo avisa de que hay tratamiento en estudio, es decir, overdubs -como en casi todos-, cada cosa cuadra en su sitio y no hay esa sensación de "truco" que se nota con frecuencia en los directos. Las canciones fluyen con limpieza, sin mezclas forzadas, y además tampoco hay grandes variaciones sobre sus esquemas originales. Gabriel se ha limitado a actualizarlas con unos arreglos por lo general bastante sencillos, pensando al mismo tiempo en defenderlas en directo -es decir, buscar esquemas rítmicos más dinámicos- y sin embargo conseguir que haya perdurabilidad en ese tratamiento para que su escucha repetida en disco no llegue a cansar. Es posible que aquí esté pecando yo de cierto subjetivismo, pero reconozco que desde su primera escucha me sorprendió por esa fluidez, y con el paso de los años tal vez haya sido el directo que más veces he vuelto a escuchar (también es cierto que no tengo muchos). Se abre con dos piezas de su disco más reciente, y se nota que la mezcla está muy pensada: la presentación con "Rhtythm of the heat", que con sus juegos de percusión africana aquí adquiere el carácter de paisaje rítmico para ir entrando en materia, va seguida de modo magistral por "I have the touch", con un arranque perfectamente recreado para que parezca casi una continuación de la anterior. En la mayoría del repertorio los cambios son muy ligeros pero muy acertados: "Not one of us", una de mis favoritas, suena aquí majestuosa. Aunque quizá por esa nueva sonoridad sufran en cambio las piezas más antiguas, como la venerable "Solsbury Hill", a la que no veo muy favorecida con esos arreglos. En todo caso, insisto en que para mí este es uno de los grandes directos en la historia del rock de los 80 y más allá.


Durante un tiempo se dedica a las giras y compone la banda sonora de "Birdy", de Alan Parker, ayudado por Daniel Lanois. En 1985 comienza preparar las canciones para un nuevo disco, de nuevo junto a Lanois. Teniendo en cuenta el estilo de Lanois cabe esperar un sonido de mayor contundencia, no muy alambicado, y así es: en la primavera del 86 se publica "So", que es el disco más accesible de su carrera hasta la fecha. Gabriel parece haber aprendido todo lo que necesitaba saber tanto en el estudio del ritmo como de la sonoridad, y ahora nos presenta un trabajo en el que se sintetiza ese aprendizaje pasado por el tamiz "mundano" que da un personaje como Lanois. Hay momentos en que la mezcla funciona muy bien, como la apertura con "Red rain", una de sus nuevas clásicas; o esa continuación con el estilo funky de "Sledgehammer", que se convirtió en uno de sus singles más populares. Hablando de popularidad, viene luego una balada bastante convencional titulada "Don't give up", cantada a medias con Kate Bush, que fue otro éxito de consideración. O "In your eyes", otra balada muy agradable, con un buen arreglo de percusión y voces. Sin embargo, en conjunto da la impresión de que se ha perdido algo: aquella búsqueda constante de la sorpresa se ha sustituido, al menos en apariencia, por el deseo de gustar a todo el mundo (incluso esa portada es convencional, una estándar en el estilo de mediados de los 80). En consecuencia, y tras el tremendo empujón que significó para su carrera el doble directo anterior, "So" alcanza los primeros puestas de las listas en medio mundo. Y al mismo tiempo, un creciente desencanto por parte de sus fans más veteranos, los que han ido haciéndose mayores con él.

Como era de temer, el sesgo iniciado con "So" se mantiene con "Us", que llega en otoño del 92 (sí, cada vez se toma las cosas con más calma). Puede considerarse como una prolongación del disco anterior, y los comentaristas -instigados por el propio Gabriel, que desgrana aquí parte de sus dramas afectivos- comienzan ya a hablar más de las letras que de la música: mala señal. A partir de ahí, lo poco que he escuchado no me impresiona: música bien hecha, bien tratada, pero sin atractivo alguno. Vamos, como casi todos los músicos que ya han pasado de la cuarentena. Lo normal. Pero quedan para siempre unos cuantos discos fabulosos, tanto al frente de Genesis como en sus primeros años en solitario. Y el tiempo sigue pasando...